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Hisoka
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¡Cuidado, no te muerdan! CON Alice EN Terrenos del Castillo A LAS 12:00h, 12 de Diciembre de 1998 |
Sean había comenzado a ayudar al profesor de Cuidado de las Criaturas Mágicas poco tiempo después de empezar el curso. El Ravenclaw era tan diligente y profesional y se le daban tan bien las criaturas, que el profesor ya comenzaba a dejar solo al muchacho. Todo con el debido permiso del director de la escuela claro. Sean no quería buscarle problemas al profesor por dejarle allí solo.
Después de la clase de aquel día, Sean se quedó atrás cuando todos los alumnos se marcharon, recogiendo las cosas que habían utilizado y despidiendo al profesor que, ese día, tenía asuntos importantes. Normalmente, el chico se quedaba allí solo, a nadie le interesaba quedarse tiempo de más con ninguna de aquellas criaturas, salvo a él, claro. Siempre se había entendido mejor con éstas que con sus compañeros, así que él estaba feliz de esa forma. De todas maneras tampoco tenía mucho tema de conversación o era interesante para los demás. Recogió la comida para los abraxan y se dirigió al redil donde éstos se encontraban.
Normalmente eran muy orgullosos y solían dar miedo al resto de alumnos porque eran enormes y temían ser pisados, pero todo estaba en como tratarles. Sean les hizo una pequeña reverencia, elegante, reconociendo que ellos eran mejores que él y comenzó a echarles su comida, que según el profesor, sabía a whisky de malta. Siempre se había dicho que era lo único que comían, pero a la vista estaba que no. Uno de los abraxan pareció ponerse nervioso y Sean se acercó a él para acariciarle las patas y después la cabeza cuando éste la bajó, puesto que era demasiado alto como para que llegara él solo. “¿Hay alguien ahí?” preguntó al aire, porque no se habría asustado por nada.
Después de la clase de aquel día, Sean se quedó atrás cuando todos los alumnos se marcharon, recogiendo las cosas que habían utilizado y despidiendo al profesor que, ese día, tenía asuntos importantes. Normalmente, el chico se quedaba allí solo, a nadie le interesaba quedarse tiempo de más con ninguna de aquellas criaturas, salvo a él, claro. Siempre se había entendido mejor con éstas que con sus compañeros, así que él estaba feliz de esa forma. De todas maneras tampoco tenía mucho tema de conversación o era interesante para los demás. Recogió la comida para los abraxan y se dirigió al redil donde éstos se encontraban.
Normalmente eran muy orgullosos y solían dar miedo al resto de alumnos porque eran enormes y temían ser pisados, pero todo estaba en como tratarles. Sean les hizo una pequeña reverencia, elegante, reconociendo que ellos eran mejores que él y comenzó a echarles su comida, que según el profesor, sabía a whisky de malta. Siempre se había dicho que era lo único que comían, pero a la vista estaba que no. Uno de los abraxan pareció ponerse nervioso y Sean se acercó a él para acariciarle las patas y después la cabeza cuando éste la bajó, puesto que era demasiado alto como para que llegara él solo. “¿Hay alguien ahí?” preguntó al aire, porque no se habría asustado por nada.
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Los días eran un poco mejores. Las noches todavía... Pero había días que simplemente quería estar sola, y se iba al invernadero a cuidar de sus plantas o a leer. Pero aquel día en concreto, la profesora estaba muy liada haciendo un remedio y según la vio le dijo- ¡Gallia! ¡Ven! Los kneazles se han puesto enfermos, resfriados, creo, y el profesor me ha pedido que les haga un remedio... ¿Me ayudas y se lo llevas?- Y Gal no era capaz de decirle que no a la profesora de Herbología, para eso era su favorita. Para un adulto que la prefería por encima de Marcus...
Así que cuando terminó, muerta de frío y subiéndose la bufanda azul hasta las orejas y la nariz enrojecida, se dirigió a donde estudiaban los de criaturas mágicas que es donde guardaban a los animalejos. Pero ella nunca había estado allí, y se puso a llamar a gritos al profesor. Y nada. Y el daba miedo meterse donde no debía. Y eso fue exactamente lo que hizo, topándose con el lugar donde estaban los abraxan. Sabía que eran bichos peligrosos (bastante más que los kneazles) así que de la misma se tiró al arbusto más cercano muerta de miedo.
Pero entonces vino un chaval, parecía que a alimentarle y se dio cuenta de que había puesto nerviosos a los animales. Sacó mínimamente la cabeza del arbusto y reconoció a ese chiquín de Ravenclaw, morenito, que era un año menor que ella. Era otro Sean, creía- Soy Gal, soy de tu casa... ¿No te...- observó al bicho, que parecía bastante agusto con él. Era admirable, teniendo en cuenta que era tan chiquitito. Bueno, quizá por eso no le veía como una amenaza- no te dan miedo?- Tragó saliva y subió un poco más la cabeza por entre el arbusto, aunque sin salir del todo- Me han dicho que los kneazles están enfermos y traía el remedio.
Así que cuando terminó, muerta de frío y subiéndose la bufanda azul hasta las orejas y la nariz enrojecida, se dirigió a donde estudiaban los de criaturas mágicas que es donde guardaban a los animalejos. Pero ella nunca había estado allí, y se puso a llamar a gritos al profesor. Y nada. Y el daba miedo meterse donde no debía. Y eso fue exactamente lo que hizo, topándose con el lugar donde estaban los abraxan. Sabía que eran bichos peligrosos (bastante más que los kneazles) así que de la misma se tiró al arbusto más cercano muerta de miedo.
Pero entonces vino un chaval, parecía que a alimentarle y se dio cuenta de que había puesto nerviosos a los animales. Sacó mínimamente la cabeza del arbusto y reconoció a ese chiquín de Ravenclaw, morenito, que era un año menor que ella. Era otro Sean, creía- Soy Gal, soy de tu casa... ¿No te...- observó al bicho, que parecía bastante agusto con él. Era admirable, teniendo en cuenta que era tan chiquitito. Bueno, quizá por eso no le veía como una amenaza- no te dan miedo?- Tragó saliva y subió un poco más la cabeza por entre el arbusto, aunque sin salir del todo- Me han dicho que los kneazles están enfermos y traía el remedio.
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Mientras acariciaba el gran rostro del abraxan, miraba hacia todos lados para encontrar quien había sido el que los había asustado. Muchas personas tenían malas ideas con las criaturas mágicas y a él le molestaba mucho que quisieran asustarlas, porque no habían hecho absolutamente nada. Pero entonces Sean alcanzó a ver la cabeza de alguien asomando por un arbusto. Era una chica que se identificó como Gal, de su casa. Si, le quería sonar de haberla visto por la sala común, aunque creía que era un año mayor que ella.
Le preguntó si tenía miedo y a Sean le costó un momento darse cuenta de a qué se refería. “¿Miedo?” preguntó confuso y entonces alzó la cabeza hacia el abraxan, que le daba leves golpecitos en la cabeza y cayó en la cuenta. “No, que va” contestó él, de forma natural, aunque para los demás podía no ser tan normal claro. Después de todo era un caballo enorme. Se sorprendió cuando le dijo que traía el remedio para los kneazles y se dispuso a ponerse en marcha. “Oh, vale. Espera.” le dijo, terminando de echarle la comida al abraxan con el que estaba (y por lo cual le estaba dando toquecitos, para que terminara de darle de comer).
Después dejó la bolsa de comida a un lado, lejos de los caballos y se acercó a los arbustos. “Te ayudo, ven” Sean le tendió una mano a Gal para que pudiera salir de forma más cómoda y segura sin caerse de nuevo ni tropezarse con nada. “Gracias por traer el remedio, llevan unos días bastante malos” le agradeció Sean, que cuando algo se refería a las criaturas mágicas siempre era algo más abierto. Le hizo un gesto para que lo siguiera hasta el establo donde estaban guardados los gatos. “Soy Sean, por cierto” se presentó él también ya que ella le había dicho su nombre antes. “¿Y por qué has venido tu a traerla?” le preguntó, refiriéndose a la medicina.
Le preguntó si tenía miedo y a Sean le costó un momento darse cuenta de a qué se refería. “¿Miedo?” preguntó confuso y entonces alzó la cabeza hacia el abraxan, que le daba leves golpecitos en la cabeza y cayó en la cuenta. “No, que va” contestó él, de forma natural, aunque para los demás podía no ser tan normal claro. Después de todo era un caballo enorme. Se sorprendió cuando le dijo que traía el remedio para los kneazles y se dispuso a ponerse en marcha. “Oh, vale. Espera.” le dijo, terminando de echarle la comida al abraxan con el que estaba (y por lo cual le estaba dando toquecitos, para que terminara de darle de comer).
Después dejó la bolsa de comida a un lado, lejos de los caballos y se acercó a los arbustos. “Te ayudo, ven” Sean le tendió una mano a Gal para que pudiera salir de forma más cómoda y segura sin caerse de nuevo ni tropezarse con nada. “Gracias por traer el remedio, llevan unos días bastante malos” le agradeció Sean, que cuando algo se refería a las criaturas mágicas siempre era algo más abierto. Le hizo un gesto para que lo siguiera hasta el establo donde estaban guardados los gatos. “Soy Sean, por cierto” se presentó él también ya que ella le había dicho su nombre antes. “¿Y por qué has venido tu a traerla?” le preguntó, refiriéndose a la medicina.
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Gal abrió mucho los ojos, sin moverse de su sitio. El chaval hablaba de no tener miedo como si aquellos bichos no tuviera aspecto y fama de peligrosos. Pero aceptó su mano y se Levantó como pudo, porque mantenía en vertical la botella con el remedio- Gracias a ti por... Salvarme del abraxan y sacarme de aquí- Asintió con una sonrisa y dijo- ¡Eso, Sean! Como mi amigo el de mi curso. Ya no se me olvida.
Miró al chaval de arriba a abajo y frunció el ceño a su pregunta- Puuuuues me ha mandado la profe de Herbología, porque estaba en el invernadero y le he venido muy a mano para que se lo trajera al profe de Cuidados...- Miró al rededor un poco confusa- Nunca había estado aquí. ¿Cómo es que te dejan aquí solo con todos los animales?- Preguntó curiosa, mientras le seguía a donde estaban los kneazles. cuando vio la pinta de los bichillos se enterneció y se agachó a su altura- ¡Oh pero si son gatitos! ¿Hacen algo?- Ya está, si es que era demasiado fácil atraer la atención y la curiosidad de Gal sobre algo- Yo tengo una gatita ¿sabes? Es una gata persa blanca, se llama Condesa Olenska, pero pasa de mí un montón, hace siempre lo que le da la auténtica gana- Se rió un poco y movió los dedos delante de uno de los kneazles- A lo mejor te la presento, a ver si a ti te hace caso, parece que se te dan bien los bichillos, y se te ve muy tranquilo con ellos.
Miró al chaval de arriba a abajo y frunció el ceño a su pregunta- Puuuuues me ha mandado la profe de Herbología, porque estaba en el invernadero y le he venido muy a mano para que se lo trajera al profe de Cuidados...- Miró al rededor un poco confusa- Nunca había estado aquí. ¿Cómo es que te dejan aquí solo con todos los animales?- Preguntó curiosa, mientras le seguía a donde estaban los kneazles. cuando vio la pinta de los bichillos se enterneció y se agachó a su altura- ¡Oh pero si son gatitos! ¿Hacen algo?- Ya está, si es que era demasiado fácil atraer la atención y la curiosidad de Gal sobre algo- Yo tengo una gatita ¿sabes? Es una gata persa blanca, se llama Condesa Olenska, pero pasa de mí un montón, hace siempre lo que le da la auténtica gana- Se rió un poco y movió los dedos delante de uno de los kneazles- A lo mejor te la presento, a ver si a ti te hace caso, parece que se te dan bien los bichillos, y se te ve muy tranquilo con ellos.
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Sean se agachó para tomar la mano de Gal y ayudarla a salir de esos arbustos, pero negó con una sonrisa cuando le dio las gracias, no había nada que agradecer. Tampoco es que quisiera dejarla intentar salir sola de entre tanta planta, aunque hubiera sido gracioso verla forcejear. Sean asintió después ante la explicación de la chica de por qué iba ella a traer el medicamento. Él creía que vería a la profesora de Herbología, pero al parecer estaba demasiado ocupada. Miró alrededor como lo hacía la chica y se rascó la nuca, un poco nervioso. Había mucha gente que le hacía esa pregunta, desde luego.
“Pues se me dan bastante bien las criaturas y parece que yo les gusto a ellas.. así que el profesor me deja ayudarle a cuidarlas” dijo por toda respuesta. La verdad es que no había mucho más. Al principio él había estado a su lado los días que Sean se quedaba cuidando de las criaturas. Le había enseñado todos y cada uno de los habitats y de las criaturas y le había dejado un gran libro de criaturas que Sean casi había memorizado la primera noche que lo tuvo, de lo entusiasmado que estaba. Poco a poco fue delegando un poquito más en Sean, hasta que que se quedase solo con las criaturas no fuera peligroso. Aquel hombre confiaba mucho en él y Sean siempre tenía mucho cuidado en sus acciones porque quería corresponder su confianza y amabilidad. Mientras hablaban, Sean tomó el camino para ir hacia unos establos, donde se encontraban los kneazles enfermos. A Gal parecieron gustarle cuando los vio, aunque éstos no estaban en la mejor de las concidicones.
“Pues no suelen” comentó Sean, agachándose al lado de Gal para ver a los pequeños gatos. “Ahora mismo menos aún, están algo cansados y adormilados porque están enfermos” le explicó, a lo que aprovechó para pedirle el remedio que traía y comenzar a moler las hierbas para mezclar con otras que ya tenía allí, de tal manera que quedara una especie de mejunje que después administraría con jeringuillas. Escuchó lo que decía sobre su gato y tuvo que echarse a reír un poco. Los gatos, tanto como los kneazles, solían ser así. “Los gatos son muy independientes pero te aseguro que te quiere mucho, si no no estaría contigo” terminó por decir. En el fondo los gatos eran cariñosos y agradecidos, pero a su propia manera. Sean le sonrió cuando le dijo de presentársela, pero terminó por encogerse de hombros cuando comentó la relación que parecía tener con las criaturas.
“Me han gustado desde pequeño, siempre leía algún libro sobre criaturas antes de dormir” explicó, con una ligera sonrisa nostálgica. Aunque siempre que pensaba en cuando era pequeño, rememoraba la escena del lago, con su hermana, los grindylows.. los recuerdos hicieron que se le borrara la sonrisa de la cara. No le gustaba tener criaturas a las que no podía tratar, pero las marinas eran únicas a las que no podía acercarse sin tener miedo. Cuando tuvo todo más o menos preparado, comenzó a absorber el mejunje con las jeringuillas, quedando éstas de un color verde no muy bonito. “¿Me acercas el primero?” le pidió Sean a Gal, que estaba más cerca de los kneazles. Se puso una toalla limpia sobre las rodillas y una vez tuvo al gato encima, que no opuso demasiada resistencia más que algún maullido incómodo, le abrió la boca y la mantuvo abierta para poder meter la jeringuillas e ir echando poco a poco en la boca del animal el remedio que los sanaría.
“Pues se me dan bastante bien las criaturas y parece que yo les gusto a ellas.. así que el profesor me deja ayudarle a cuidarlas” dijo por toda respuesta. La verdad es que no había mucho más. Al principio él había estado a su lado los días que Sean se quedaba cuidando de las criaturas. Le había enseñado todos y cada uno de los habitats y de las criaturas y le había dejado un gran libro de criaturas que Sean casi había memorizado la primera noche que lo tuvo, de lo entusiasmado que estaba. Poco a poco fue delegando un poquito más en Sean, hasta que que se quedase solo con las criaturas no fuera peligroso. Aquel hombre confiaba mucho en él y Sean siempre tenía mucho cuidado en sus acciones porque quería corresponder su confianza y amabilidad. Mientras hablaban, Sean tomó el camino para ir hacia unos establos, donde se encontraban los kneazles enfermos. A Gal parecieron gustarle cuando los vio, aunque éstos no estaban en la mejor de las concidicones.
“Pues no suelen” comentó Sean, agachándose al lado de Gal para ver a los pequeños gatos. “Ahora mismo menos aún, están algo cansados y adormilados porque están enfermos” le explicó, a lo que aprovechó para pedirle el remedio que traía y comenzar a moler las hierbas para mezclar con otras que ya tenía allí, de tal manera que quedara una especie de mejunje que después administraría con jeringuillas. Escuchó lo que decía sobre su gato y tuvo que echarse a reír un poco. Los gatos, tanto como los kneazles, solían ser así. “Los gatos son muy independientes pero te aseguro que te quiere mucho, si no no estaría contigo” terminó por decir. En el fondo los gatos eran cariñosos y agradecidos, pero a su propia manera. Sean le sonrió cuando le dijo de presentársela, pero terminó por encogerse de hombros cuando comentó la relación que parecía tener con las criaturas.
“Me han gustado desde pequeño, siempre leía algún libro sobre criaturas antes de dormir” explicó, con una ligera sonrisa nostálgica. Aunque siempre que pensaba en cuando era pequeño, rememoraba la escena del lago, con su hermana, los grindylows.. los recuerdos hicieron que se le borrara la sonrisa de la cara. No le gustaba tener criaturas a las que no podía tratar, pero las marinas eran únicas a las que no podía acercarse sin tener miedo. Cuando tuvo todo más o menos preparado, comenzó a absorber el mejunje con las jeringuillas, quedando éstas de un color verde no muy bonito. “¿Me acercas el primero?” le pidió Sean a Gal, que estaba más cerca de los kneazles. Se puso una toalla limpia sobre las rodillas y una vez tuvo al gato encima, que no opuso demasiada resistencia más que algún maullido incómodo, le abrió la boca y la mantuvo abierta para poder meter la jeringuillas e ir echando poco a poco en la boca del animal el remedio que los sanaría.
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Gal asintió comprensivamente. – Ah sí, a mí la profe de Herbología también me deja quedarme en el invernadero y cuidar de las plantitas. A veces cuido un poco de las de los demás, pero solo de la gente que me cae bien. – Dijo con una risita malévola. – Pero claro, en el invernadero no hay nada que te pueda atacar y hacerte un desperfecto si no sabes cómo tratarlo. Bueno las carnívoras pueden ser molestas, pero no son peligrosas para los humanos, solo te muerden – hizo el gesto con las palmas de las manos –, y te dejan un poco pegajoso, pero ya está. – Miró a su al rededor y señalaron el dedo. – Sin embargo aquí... Te la estás jugando un poco. Mira la que casi lío yo ahí fuera.
Sean se puso a mezclar las hierbas para los kneazles y ella se acercó a coger uno, tal como le había pedido el chico. Era como coger a la Condesa, solo que pesaban unas tres veces más, pero era cierto que no hacían nada, y parecían bastante fuera de combate así tan pachuchos. De hecho, en cuanto cogió a uno, los demás se lanzaron a restregarse mimosos contra sus tobillos, como hacía su propia gata cuando quería mimos o tenía miedo. Le dio el kneazle y cogió otro, acariciándolo. – Sí, yo creo que m quire bastante. La tengo desde que era un mico, pero es muy independiente y se mete por todas partes, lo cual hace que la gente se la encuentre en lugares insospechados y se asusten. Mi padre está en un sinvivir cuando la tiene en casa. – Se rio un poco, aunque el recuerdo de su padre y de su casa le pusieron una anilla en el estómago, y se quedó simplemente mirando cómo Sean le daba la medicina a los kneazles y pasándoselos a medida que los necesitaba. – Eres como un enfermero de criaturas mágicas. Te tienen mucho cariño – Dijo poniendo una levee sonrisa, tratando de espantar sus pensamientos feos. – Yo quiero ser enfermera ¿Sabes? Pero de personas.
Se sentó a su lado, cogiendo a los felinos que había por ahí y dándoles mimos, que parecía que los necesitaban. Justo desde ahí, casi a su espalda, se podían ver los terrenos donde se criaban las criaturas mágicas de Hogwarts y vio, al fondo, a los thestrals. No los había visto nunca, obviamente, hasta ese año. Y ahora ahí estaban, claros como el día. Tragó saliva. – También los educáis ¿Verdad? – Dijo girándose hacia Sean. – A los bichillos ¿Cómo entrenáis a los que no podéis ver? – Dijo señalando con la cabeza hacia la cerca donde estaban tranquilamente los thestrals, ajenos a todo drama.
Sean se puso a mezclar las hierbas para los kneazles y ella se acercó a coger uno, tal como le había pedido el chico. Era como coger a la Condesa, solo que pesaban unas tres veces más, pero era cierto que no hacían nada, y parecían bastante fuera de combate así tan pachuchos. De hecho, en cuanto cogió a uno, los demás se lanzaron a restregarse mimosos contra sus tobillos, como hacía su propia gata cuando quería mimos o tenía miedo. Le dio el kneazle y cogió otro, acariciándolo. – Sí, yo creo que m quire bastante. La tengo desde que era un mico, pero es muy independiente y se mete por todas partes, lo cual hace que la gente se la encuentre en lugares insospechados y se asusten. Mi padre está en un sinvivir cuando la tiene en casa. – Se rio un poco, aunque el recuerdo de su padre y de su casa le pusieron una anilla en el estómago, y se quedó simplemente mirando cómo Sean le daba la medicina a los kneazles y pasándoselos a medida que los necesitaba. – Eres como un enfermero de criaturas mágicas. Te tienen mucho cariño – Dijo poniendo una levee sonrisa, tratando de espantar sus pensamientos feos. – Yo quiero ser enfermera ¿Sabes? Pero de personas.
Se sentó a su lado, cogiendo a los felinos que había por ahí y dándoles mimos, que parecía que los necesitaban. Justo desde ahí, casi a su espalda, se podían ver los terrenos donde se criaban las criaturas mágicas de Hogwarts y vio, al fondo, a los thestrals. No los había visto nunca, obviamente, hasta ese año. Y ahora ahí estaban, claros como el día. Tragó saliva. – También los educáis ¿Verdad? – Dijo girándose hacia Sean. – A los bichillos ¿Cómo entrenáis a los que no podéis ver? – Dijo señalando con la cabeza hacia la cerca donde estaban tranquilamente los thestrals, ajenos a todo drama.
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“Bueno, es cierto que son menos peligrosos que las criaturas” comentó Sean con una leve risa, por la manera en que se lo había contado Gal, imaginándosela arreglando o fastidiando las plantitas de los demás, le cayeran bien o mal. A la chica no le faltaba razón cuando decía que ahí, con las criaturas, se la estaba jugando. Cualquier error podía ser fatal. “Intento ser lo más cuidadoso que puedo” comentó con una leve sonrisa tímida Sean, que intentaba hacerlo todo bien para que no hubiera ningún accidente.
Ya había trabajado bajo la supervisión del profesor, y hasta ese momento no había pasado nada malo estando solo. Rezaba porque siguiera así siempre.
Una vez la mezcla de hierbas estuvo lo suficientemente líquida, Sean lo introdujo en unas jeringuillas y le hizo un gesto a Gal para que le pasara el primer kneazle. Se lo acomodó sobre el regazo mientras escuchaba a la chica hablar y miraba los síntomas de las criaturas, antes de darle el tratamiento. “Tiene que ser gracioso encontrárselo yo que sé, por ejemplo, en el tejado” comentó Sean, encogiéndose ligeramente de hombros divertido. ¿Cómo subía un gato a un tejado? Incluso desde la ventana más próxima había distancia. Pero esos animales se las ingeniaban para ir a cualquier sitio. Sean acarició al kneazle y finalmente buscó uno de sus cuartos traseros para pinchar la fina aguja. El kneazle se quejó un poco pero no intentó atacarle. Esperaba que el remedio los curara del todo. Le pasó el gato a Gal y cogió el siguiente, siguiendo el mismo procedimiento.
Las palabras de Gal sobre que era como un enfermero o el cariño que le tenían los animales, le hizo sonrojar ligeramente, avergonzado porque alguien reconociera de esa manera sus habilidades. “¿En serio? Tienes que tener mucha vocación, ya sabes, tratar con personas enfermas es difícil” sopesó él. Ya le resultaba difícil con las criaturas, los humanos eran peor aún, pudiendo comunicarse y viendo aún de forma más palpable su sufrimiento. Si se era una persona demasiado empática, podía pasarse mal. Gal se sentó más cerca, de él y de los kneazles, y Sean tuvo que sonreír cuando la vio dar mimos a las criaturas. Le sorprendió que le preguntara sobre su educación, y aún más cuando le preguntó por las criaturas que no podían verse.
“Los educamos para que no ataquen y no sean peligrosos sin motivo, sino algunos no serían aptos para enseñarlos a los alumnos” comentó Sean, de forma tranquila. “En cuanto a las criaturas que solo algunos pueden ver, siempre hay que tener a alguien que pueda verlas y encargarse de ellas” Si no era bastante difícil saber donde estaban. Podían echarles de comer en la zona donde sabían que estaban, pero aún así no podían mirar si estaban enfermos o si tenían alguna clase de síntoma. “Yo me encargo de los Thestrals también desde que me dejan cuidar de todo” confesó Sean, en voz baja, lo que significaba que había tenido a la muerte cerca. “¿Tu puedes verlos?” le preguntó a Gal, ya que muchas veces los alumnos ni siquiera conocían el nombre de esas criaturas, al no poder verla o conocer a alguien que pudiera.
Ya había trabajado bajo la supervisión del profesor, y hasta ese momento no había pasado nada malo estando solo. Rezaba porque siguiera así siempre.
Una vez la mezcla de hierbas estuvo lo suficientemente líquida, Sean lo introdujo en unas jeringuillas y le hizo un gesto a Gal para que le pasara el primer kneazle. Se lo acomodó sobre el regazo mientras escuchaba a la chica hablar y miraba los síntomas de las criaturas, antes de darle el tratamiento. “Tiene que ser gracioso encontrárselo yo que sé, por ejemplo, en el tejado” comentó Sean, encogiéndose ligeramente de hombros divertido. ¿Cómo subía un gato a un tejado? Incluso desde la ventana más próxima había distancia. Pero esos animales se las ingeniaban para ir a cualquier sitio. Sean acarició al kneazle y finalmente buscó uno de sus cuartos traseros para pinchar la fina aguja. El kneazle se quejó un poco pero no intentó atacarle. Esperaba que el remedio los curara del todo. Le pasó el gato a Gal y cogió el siguiente, siguiendo el mismo procedimiento.
Las palabras de Gal sobre que era como un enfermero o el cariño que le tenían los animales, le hizo sonrojar ligeramente, avergonzado porque alguien reconociera de esa manera sus habilidades. “¿En serio? Tienes que tener mucha vocación, ya sabes, tratar con personas enfermas es difícil” sopesó él. Ya le resultaba difícil con las criaturas, los humanos eran peor aún, pudiendo comunicarse y viendo aún de forma más palpable su sufrimiento. Si se era una persona demasiado empática, podía pasarse mal. Gal se sentó más cerca, de él y de los kneazles, y Sean tuvo que sonreír cuando la vio dar mimos a las criaturas. Le sorprendió que le preguntara sobre su educación, y aún más cuando le preguntó por las criaturas que no podían verse.
“Los educamos para que no ataquen y no sean peligrosos sin motivo, sino algunos no serían aptos para enseñarlos a los alumnos” comentó Sean, de forma tranquila. “En cuanto a las criaturas que solo algunos pueden ver, siempre hay que tener a alguien que pueda verlas y encargarse de ellas” Si no era bastante difícil saber donde estaban. Podían echarles de comer en la zona donde sabían que estaban, pero aún así no podían mirar si estaban enfermos o si tenían alguna clase de síntoma. “Yo me encargo de los Thestrals también desde que me dejan cuidar de todo” confesó Sean, en voz baja, lo que significaba que había tenido a la muerte cerca. “¿Tu puedes verlos?” le preguntó a Gal, ya que muchas veces los alumnos ni siquiera conocían el nombre de esas criaturas, al no poder verla o conocer a alguien que pudiera.
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