La niña dio un respingo ante el manotazo, aunque no pudo alejarse demasiado ni tampoco se quejó en voz alta. Intuía que eso solo significaría problemas para ella y su hermano y, de momento, sería obediente para poder seguir adelante hasta tener un plan.
Pero estar en aquel lugar, rodeada de brujas, no la tranquilizaba demasiado.
Tenía miedo, pero a la vez... sentía curiosidad.
Casi nunca había visto a tantas mujeres juntas reunidas. Y todas parecían tan... poderosas.

Tragó saliba al escuchar la aclaración de Baba Yaga. Ese "somos" resonó en su cabeza. Pero sabía que era solo para que fingiera, ella no era una bruja. Y no quería serlo.

Se mantuvo calladita, esperando que si se portaba bien, la mano la soltase un poco, porque empezaba a hacerle daño.
Pero se tensó cuando aquella anciana se aproximó a ellas. Baba la tenía delante, sujeta por los hombros. Mantenerse quiera y no intentar escapar era difícil. Especialmente cuando el olor de la gran bruja le llegó a la nariz inundando sus fosas nasales y haciendo que quisiera toser.

Aún así no apartó la mirada de ella, aunque sí que frunció el ceño porque le apretó el mentón de más para que se moviera como ella quería. Y las preguntas tampoco ayudaron.

Giró la cabeza cuando escuchó eso de que la iban a marcar, buscando a la bruja que conocía.
¿Qué quería decir eso? ¿Por qué? ¿Qué pretendía hacerle?

La anciana la llamaba al fuego y ella solo quería salir corriendo. Una mirada le dijo que tenía que seguir haciendo lo que le mandaban o la cosa iba a acabar muy mal para ella. Estaba rodeada, no podía escapar de tantísimas brujas.
Se acercó al fuego y a la anciana, después de un nuevo empujón.
La habían soltado, pero no salió corriendo. Solo repitió una pregunta que ya había hecho a su bruja.
- ¿Qué tengo que hacer?

-Cerrar el pico- le gruñó la vieja, en respuesta a ese qué tengo que hacer- ¿es que no la has preparado, nada de nada?-continuó ladrando, ora en dirección a Baba.

La otra, nuestra bruja, arrugó la nariz e hizo un par de muecas burlonas a espaldas de una anciana decrépita que, por mucho que fuera la cabeza visible de las mujeres allí reunidas, hacía ya mucho que no contaba con su respeto.

-El círculo-pidió la bruja mayor al resto.

Y, mientras Baba Yaga volvia a ocupar su lugar a la izquierda de Gretel, y volvía a asirla del brazo, el resto de las presentes se dedicaron a trazar un círculo cerrado sobre la tierra, y a depositar distintos elementos al sur, el norte, el este y el oeste del mismo.

Todas ellas andaban con mucho cuidado, la vista al suelo, los pasos pequeñitos, y bien situados a este lado del círculo dibujado; ni una sola se atrevió a pisar la línea, mucho menos a cruzarla.

La anciana, durante los preparativos, fue repitiendo un canturreo incomprensible, los ojos medio cerrados, más fingido el trance que real, al tiempo en que iba soltando sobre el fuego algunas ramillas de hierbas secas que desprendían un olor embriagador y alzaban una humareda sofocante.

Al poco, más allá del rodel marcado por las brujas, no se veía nada. Esa neblina espesa las aislaba del resto del bosque.

Y nuestra bruja continuaba asiendo a la muchacha por el brazo. Firme, recta y, sin duda, más serena que de costumbre. Sobre todo porque no había soltado ni una risilla macabra ni un manotón extra en todo ese rato.

Al fin, la anciana mandó a todas a disponerse en los lugares que les correspondían de un gesto seco, obedecido al unísono, y volvió al punto de inicio; esto es, a plantarse delante de Gretel.

Baba Yaga pasó de sostenerla del brazo a posar la siniestra sobre su hombro.

La vieja asió ambas muñecas de la joven, brazos extendidos, palmas vueltas hacia el cielo, expuestas a la luna.

Y empezó a recitar, entonces con voz clara y concisa.

Hic est ancilla tua, quem hodie tibi offerimus, oh Magister, in domo nostra accipimus, et petimus ut sanguis ejus ferveat, et suo pectus ejus eodem sono tundatur quo nostrum, suas sorores ejus ab hodierno die

Mientras la mujer oraba y las otras repetían sus palabras, las llamas de la hoguera crepitaron, se alzaron al cielo, envolvieron a la anciana sin quemarla, y alcanzaron los antebrazos de Gretel en una rápida oleada fría, helada.

Y al retirarse, dejaron espirales centelleantes sobre su piel; las mismas que en ese preciso instante brillaban en las muñecas de Baba Yaga, de la anciana, y del resto de las presentes.

Justo...unos instantes.

Antes de difuminarse, fundirse con su piel, y permanecer ocultas a ojos de cualquiera que no fuera un iniciado.

-¿Contenta?- preguntó la Gran Bruja a Baba, tras soltar bruscamente a la novísima aspirante a bruja.

-Sí, desde luego. Gracias- contestó la aludida, mentón bien alto y mano aún apretando el hombro de su aprendiz.

Gretel apretó los labios en una mueca.
No es que la bruja le cayese bien, pero acababa de bajar peldaños.
Y ella solo quería salir de allí.
Empezó a preguntarse si la bruja vieja caería rodando al fuego si le daba un buen empujón. Eso podía distraer a las demás, que supuso ayudarían a la más anciana a sobrevivir, así ella podía salir corriendo de allí y no mirar atrás.
¡Si no fuera porque Hans estaba encerrado en la casa de la bruja!

Las brujas reunidas formaban un círculo. Baba Yaga llegó a su lado y volvió a sujetarla. ¿Era posible que leyera la mente y estuviera intentando detenerla? Ya no estaba segura de nada.
La vieja empezó a hacer cosas extrañas alrededor de un fuego que cada vez crepitaba con mayor fuerza. Cada vez era más y más desagradable la situación. El olor que en otras ocasiones podría haberle gustado, le estaba revolviendo las tripas. O puede que fuera lo macabro que era la forma de recitar de la anciana.

Todo se detuvo y aunque trató de echarse hacia atrás cuando la mujer se puso de nuevo ante ella, Baba Yaga la tenía bien sujeta por el hombro y no la dejaba moverse. Alrededor de ellas ahora había una extraña y espesa niebla que no prometía nada bueno.
Quería llorar, gritar y correr, pero estaba totalmente paralizada y tuvo que ceder a que le cogieran de las muñecas e hicieran aquella cosa extraña.

Sus ojos se abrieron y brillaron cuando las llamas se elevaron y parecieron consumir a la anciana para luego ir a sus muñecas. Lo más extraño de todo es que no se quemó, solo sintió un frío incluso mayor que el de la nieve.
Y aquellas marcas brillaron en sus muñecas.

En cuanto la soltaron empezó a frotarse. ¿Qué era eso? ¿Qué le habían hecho?
Miró a Baba Yaga de forma acusatoria.
No podía ser lo que estaba pensando.
- Me has convertido en una bruja. -Debería haber sido una pregunta. Tenía que haberlo sido. Una pronunciada con miedo, terror... Pero fue una afirmación, porque algo dentro de ella lo sabía. Ahora ella también estaba condenada.

- Chica lista - corroboró Baba Yaga, burlona.

Si había dejado de apretarle el hombro era, exclusivamente, porque el agarre había descendido hasta su antebrazo, con la misma fuerza y determinación. No se le iba a perder.

Aunque...

La llevó casi en volandas, hacia un par de brujas más o menos de edad similar a la suya, a la de Baba.

- Esa marca no es visible así como así. Pero mira tú por donde, es utilísima. Me permitirá presentirte, sabré donde te metes.

Hizo una pausa; en su explicación, y en sus pasos. Se encaró a mirarla.

-SIEMPRE.

¿Sonreía, bajo mano? Sí, desde luego.

Volvió a echar a andar, llevándola consigo.

- A ti también donde estamos nosotras. Haz un buen uso de ese privilegio.

Si era la mitad de inteligente de lo que parecía, valoraría el regalo que le acababa de hacer. No ya la marca, el hecho de enseñarle el ancentral arte de la brujería...- que no hubiera preguntado si la chiquilla quería o no, era una cuestión irrelevante - sino darle esa información, así, a las primeras de cambio.

Alcanzaron a las dos brujas. Y a una tercera, más menuda e incluso más joven que Gretel, que se ocultaba a espaldas de su maestra.

Las brujas rellenaban cuencos, cucharón de madera en mano, con un brebaje rojo oscuro.

- Es vino, niña - le dijo, cuando la soltó y recogió un cuenco para ella, uno para Gretel - en su mayor parte. Bébetelo. Te sentará de maravilla.

Reconfortaba, daba calorcito, agudizaba sentidos e inhibía el comportamiento. Las risas pronto recorrerían el bosque. Las risas, la música y los contoneos de las brujas, danzando entorno a su fuego.

- Y ya que estás, charla un poco con ella - la empujó, enfrentándola a la otra chiquilla - deja que las mayores nos pongamos al dia.

Las mayores, las otras dos, estaban ya ligeramente contentas, por cortesía del par de bebrajes consumidos de mientras la marcaban a ella, y reian, ojos vidriosos y labios encendidos.

Baba Yaga no respondió directamente, no lo necesitaba.
Estaba más que claro que la había transformado en la criatura más terrible de todas.
Ahora Gretel también era una bruja.

Tuvo que obligar a sus pies a moverse para seguir a la bruja que la arrastraba del brazo mientras le aseguraba que aquella marca permitiría que la presintiera, que supiera dónde estaba en cualquier momento. Eso la hizo abrir mucho los ojos. No podría escapar nunca. Estaba más que condenada a aquella vida, a servir a una horrible y malvada bruja que quería comerse a su hermano... intuía que ya en ella no tenía interés o no la habría hecho de las suyas.
Pero aún... quizá pudiera ayudar a Hansel a escapar. Aunque el muy torpe no duraría demasiado en el bosque solo.

Antes de que pudiera darse cuenta tenía un cuenco entre las manos. Arrugó la nariz cuando le aseguró que era vino. Lo de "en su mayor parte" aún le quitó más las ganas de beber esa cosa. Pero terminó siendo empujada hasta otra niña.
Las dos crías terminaron sentadas en un tocón de árbol. Gretel mantenía el cuenco en su regazo, sin probarlo más que un sorbito que la hizo sentir extraña.
- ¿Tú también eres bruja? -Preguntó a la otra niña. Helga, había dicho que se llamaba.

- Desde el solsticio pasado. -Aseguró ella, que parecía orgullosa, dando otro trago de su cuenco. Gretel sintió un escalofrío, pero de repente supuso que podía utilizarla, a ella y a esa forma de hablar de sabelotodo.

- ¿Y ya te han enseñado muchos hechizos? -Fingió interesarse.- ¿Sabes si hay alguno para encontrar el camino en el bosque? Es que me da miedo perderme cuando tengo que salir.

Con suerte, Baba Yaga no la estaría escuchando y no la delataría. Todavía no la había mandado a recoger nada como para que tuviera miedo.
Pero si iba a tener magia, quizá pudiera utilizarla para ayudar a su hermano.

La estuvo observando asi, de soslayo, más pendiente de la chiquilla ingrata que de las demás.

Hasta que la vio sentarse en el tocón aquel, con la otra mini bruja al lado.

Entonces sonrió, tan ampliamente que su rostro tomó un aspecto grotesco.

Rellenó ella misma su cuenco, en el caldero, y se lo bebió de un solo trago.

El líquido, mayormente rojizo, aunque ligeramente espeso, resbaló por su mandíbula y su cuello, hasta manchar su vestido.

La bruja rió, y esa risa fue enseguida reafirmada por las carcajadas del grupito más cercano a ella.

La maestra de la otra aprendiz se apoyó en su hombro, haciendo lo propio.

- Que bailen juntas- propuso.

-Déjalas, Maera- instó Baba- déjalas, que siguen siendo unas crías.

Ellas si se unieron al círculo que danzaba, entorno al fuego.

Tan rápido, tan escandalosamente, que las llamas parecieron enroscarse sobre sí mismas, lazarse hasta el cielo, envolverlo todo. Ruido, círculos, cantos hipnoticos y llamaras in crescendo.

El brebaje empezó a surgir efecto.

Todo era más brillante, más inemdiato, más agudo. Todo rodaba y rodaba, cada vez más rápido.

Para las mayores y para las chiquillas.

Helga emitió un chillidito breve, seguido de un erupto. Se tapó la boca, expresión sorprendida y a la vez atemorizada, y señaló al fuego.

Las llamas dibujan un rostro enmarcado por largos cabellos y afilados cuernos.

Chilló y cayó dormida, tan plácidamente que parecía imposible que el gritito fuera suyo.

Baba Yaga avanzó, a grandes pero inestables zancadas, hasta Gretel.

La tomó del brazo.

-Hora de irse a casa- siseó, mientras a sus espaldas unas brujas que no le prestaban entonces atención a ella, sinó a la hoguera, entonaban más cánticos incomprensibles mezclados con cancioncillas hebrias.

-Rápido-insistió.