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Even stone will crack and melt if a fire is hot enough
INSPIRED
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House of the Dragon
En los Siete Reinos corre el mismo rumor desde hace muchos años: la Reina Alicent y la Princesa Rhaenyra, quienes alguna vez se tuvieron un inmenso cariño, cada vez se soportan menos. Años de rencor cociéndose poco a poco, no ha hecho más que salpicar al resto de sus familias.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
Los rumores son tan fuertes y vuelan tan lejos, que en las Ciudades Libres la Triarquía está esperando el momento justo para utilizar las grietas de la familia Targaryen a su favor. Llevan varios meses planeando una estrategia perfecta que dé un golpe perfecto al envejecido Rey Viserys, que lo obligue a recordar que su imperio no es indestructible ni intocable, como llevan pensándolo por tanto tiempo.
Ajeno al conflicto, Aegon vive todos los días de su vida como si fueran el último, fastidiado al ver cómo su padre se consume cada minuto que pasa y eso significa que tanto su madre como su abuelo van a poner sobre su cabeza una corona que nadie le preguntó si quiere. En el otro extremo de la familia Targaryen, Jacaerys vive angustiado al saber que no todos en la Corte aceptan a su madre como la legítima heredera al trono, y además cuestionan de manera constante su origen y el de sus hermanos.
Un día como cualquier otro, de manera inesperada, la Triarquía ataca. Aegon desaparece en medio de la noche, aunque las malas leguas dicen que dos hombres encapuchados lo sacaron de uno de los burdeles que el príncipe frecuentaba a escondidas de la Corte. Jacaerys es visto por última vez en el puerto de Marcaderiva, cuando hacía una visita de rutina a la familia de su padre. Alicent y Rhaenyra lloran la pérdida de sus hijos, pero las noticias vuelan muy rápido y por primera vez no parece que tengan razones para culparse la una a la otra.
Los rumores de la desaparición de los príncipes corren como pólvora por todo Poniente y cada quien tiene sospechosos diferentes. Algunos culpan a Dorne, aquel reino de salvajes que juró venganza eterna contra la dinastía Targaryen. Los más atrevidos apuntan a la Mano del Rey, Lord Hightower, que busca a la vez deshacerse de la descendencia de Rhaenyra y colocar al más apto de sus nietos en el Trono de Hierro. Otros pocos aciertan con la Triarquía, enemiga jurada de Daemon Targaryen. Pero los días pasan y nadie se pronuncia al respecto, mientras el paradero de los príncipes es desconocido.
A pesar de los crecientes rumores de sus muertes, Aegon y Jacaerys están cautivos en las Ciudades Libres, luego de que la unidad de la Triarquía se tambaleara al verse incapaces de ponerse de acuerdo con la negociación de su rescate. Nadie les da noticias sobre dónde están, ni qué piensan hacer con ellos ni tampoco qué noticias tienen sus familias sobre el secuestro. Cada día que pasa, Jacaerys tiene claro que la única opción que tienen es trabajar juntos para volver a casa, mientras que Aegon empieza a preguntarse si no tiene con qué negociar su propia libertad para nunca más volver a la Fortaleza Roja.
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Jacaerys Velaryon
Fugitivo — 16DNN — Harry Collett — Minerva
Aegon Targaryen
Fugitivo — 20DDN — Tom Glynn-Carney — Juno
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- Post de rol:
- Código:
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III. Fear cuts deeper than swords
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Con Jace
Si bien le pareció repugnante la manera en la que Aegon planteó el presentarse como bastardo de Daemon como algo divertido, la verdad era que podía funcionar. Debía admitir que no dejaba de sorprenderle la capacidad de su tío para pensar con rapidez en estas circunstancias. Hacía mucho creía que había perdido la capacidad que tenía de niño de planear las bromas que le hacían a Aemond y salir libres en el intento.
Le preocupaba lo que decía sobre que no los dejarían salir de ahí fácil. Él también se estaba poniendo nervioso de qué precio deberían pagar por la generosa ayuda de alimento y baño que les estaban dando.
—No tenemos absolutamente nada para pagarle, creo que es evidente—comentó, indeciso.
No parecía que a la vieja le importara, y no quería pensar lo evidente: lo único que tenían para pagar era ellos mismos.
—Por ahora la necesitamos, no estamos en posición de negociar demasiado—añadió tras un momento. —Pero tampoco vamos a quedarnos para siempre.
Cuando se recuperaran físicamente y tuvieran lo mínimo para sobrevivir, podrían pensar en sus planes para regresar a casa. Estaba segura de que su madre estaba moviendo cielo y tierra para encontrarlo, pero no creía que los pudieran encontrar. ¿Cómo, si ni ellos mismos sabían exactamente dónde estaban?
Se inclinó más hacia Aegon, nervioso de que los estuvieran escuchando.
—¿Qué crees que implique seguirle el juego?
Aegon conocía de aquellos lugares mejor que él que nunca había puesto un pie en ellos. Seguro tenía más idea que él.
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III. Fear cuts deeper than swords
Astapor
Mañana
Con Jace
Aegon se sumergió un instante más en la tina, tan sólo para asegurarse de que su cabello quedaba limpio de verdad. El agua había quedado completamente asquerosa, quizás tendrían que volver a llenarla para terminar de limpiarse, pero por el momento quería escuchar a Jacaerys, o su sobrino pensaría que lo estaba ignorando a propósito.
Cuando tomó la esponja de regreso, se acercó a él sin preguntar y le frotó el pecho con cuidado. Jacaerys tenía razón al decir que de momento sólo había que seguirle la corriente a la mujer. Aegon era muy malo haciendo planes, pero al menos estaban en un ambiente en donde no parecía que los fueran a matar a puñaladas o a encadenarlos a la primera ocasión. Estaban en un ambiente que se parecía un poco a las intrigas palaciegas a las que él estaba acostumbrado.
Ser nieto de Otto Hightower tendría que servirle para algo, después de todo. ¿Qué haría su abuelo en esta situación? Probablemente averiguar cómo sacar ventaja de dónde estaba. Quizás había alguna chica aquí en una situación desesperada lo bastante tonta como para soltarles información que les fuera útil.
—¿Cómo que no tenemos con qué pagarle? Jace, es evidente que todas las chicas querían ponerte una mano encima. Por supuesto que tú tienes con qué negociar… —decidió decirle, mientras lo tomaba por la barbilla, para que sus miradas coincidieran. Aegon le regaló una sonrisa juguetona, encantado por ver cómo su sobrino iba a avergonzarse con su comentario—. No vayas a ponerte puritano, Jace. Tus encantos nos pueden servir para obtener información. De momento hay que mostrarnos complacientes, mientras más desvalidos nos veamos, mucho mejor.
Aegon se sintió ridículo al decir aquello pues para eso no tenían que esforzarse: realmente estaban perdidos. No tenían recursos. Porque se hubieran bañado por fin o que les hubieran dado comida no significaba que su situación fuera muy diferente.
—No nos guardemos secretos… —dijo de pronto, con un tono más desesperado del que le hubiera gustado. Cuando Aegon colocó la mano de nuevo sobre el pecho de Jacaerys, lo miró a los ojos sin parpadear—. Te va a parecer chistoso que te lo diga yo, pero nos necesitamos el uno al otro. Puede que quieran engañarnos, así que si nos separamos en este burdel, no hay que guardarnos secretos.
Sabía que Jacaerys se reiría de él, porque Aegon era más probable que fuera el mentiroso, el que inventara una historia para querer salvarse a la primera. Sin embargo, estaba dispuesto a seguir al pie de la letra sus palabras. Si quería salir de este hueco lleno de putas y ratas, tenía que trabajar de la mano con Jacaerys.
Cuando tomó la esponja de regreso, se acercó a él sin preguntar y le frotó el pecho con cuidado. Jacaerys tenía razón al decir que de momento sólo había que seguirle la corriente a la mujer. Aegon era muy malo haciendo planes, pero al menos estaban en un ambiente en donde no parecía que los fueran a matar a puñaladas o a encadenarlos a la primera ocasión. Estaban en un ambiente que se parecía un poco a las intrigas palaciegas a las que él estaba acostumbrado.
Ser nieto de Otto Hightower tendría que servirle para algo, después de todo. ¿Qué haría su abuelo en esta situación? Probablemente averiguar cómo sacar ventaja de dónde estaba. Quizás había alguna chica aquí en una situación desesperada lo bastante tonta como para soltarles información que les fuera útil.
—¿Cómo que no tenemos con qué pagarle? Jace, es evidente que todas las chicas querían ponerte una mano encima. Por supuesto que tú tienes con qué negociar… —decidió decirle, mientras lo tomaba por la barbilla, para que sus miradas coincidieran. Aegon le regaló una sonrisa juguetona, encantado por ver cómo su sobrino iba a avergonzarse con su comentario—. No vayas a ponerte puritano, Jace. Tus encantos nos pueden servir para obtener información. De momento hay que mostrarnos complacientes, mientras más desvalidos nos veamos, mucho mejor.
Aegon se sintió ridículo al decir aquello pues para eso no tenían que esforzarse: realmente estaban perdidos. No tenían recursos. Porque se hubieran bañado por fin o que les hubieran dado comida no significaba que su situación fuera muy diferente.
—No nos guardemos secretos… —dijo de pronto, con un tono más desesperado del que le hubiera gustado. Cuando Aegon colocó la mano de nuevo sobre el pecho de Jacaerys, lo miró a los ojos sin parpadear—. Te va a parecer chistoso que te lo diga yo, pero nos necesitamos el uno al otro. Puede que quieran engañarnos, así que si nos separamos en este burdel, no hay que guardarnos secretos.
Sabía que Jacaerys se reiría de él, porque Aegon era más probable que fuera el mentiroso, el que inventara una historia para querer salvarse a la primera. Sin embargo, estaba dispuesto a seguir al pie de la letra sus palabras. Si quería salir de este hueco lleno de putas y ratas, tenía que trabajar de la mano con Jacaerys.
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III. Fear cuts deeper than swords
Astapor
Mañana
Con Jace
Jace tenía claro que debían ser buenos disimulando. Si la historia era que son amigos, no debía mostrarse inquieto con que Jace lo lavara, ¿cierto? En el palacio los criados le ayudaban a bañarse. Suponía que la gente cercana se ayudaba también. Alguna vez lo hizo con Lucerys. Pero con Aegon era diferente. Tal vez porque no eran realmente cercanos. Tal vez porque sabía que su tío no era tan inocente y familiar. Ni siquiera se agradaban.
Pero ahí estaba Aegon restregando su pecho y hablándole de forma confidencial. Jace no sabía cómo sentirse con eso.
Cuando sugirió que podría pagar con el interés sexual de las chicas en él pegó un respingo, de repente sintiéndose expuesto. No podía decirlo en serio, ¿verdad? Lo escudriñó con la mirada, como si fuera a encontrar escrito en su cara si hablaba en serio o no.
—No voy a yacer con ninguna de esas chicas—declaró con toda la decisión del mundo.
En algún momento de su vida había tomado la decisión de no dejar bastardos en el mundo. No deseaba eso para sus hijos. Seguro que Aegon no tendría reparo en embarazar a todas las chicas del burdel si tenía oportunidad, sin necesidad de sacar información ni nada. Pero ellos eran muy diferentes.
Jace no tenía interés en ninguna de las chicas.
Sin embargo, lo siguiente que le dijo su tío tenía mucho sentido. No guardarse secretos. Desde que estaban en el barco, Jace había sabido que dependían el uno del otro, pero no era lo mismo escuchar a Aegon decirlo de esa forma.
—Concuerdo—replicó. —Sin secretos. Ni mentiras
No sabía bien por qué había agregado lo segundo. Quizá porque en el fondo no confiaba en Aegon y no sabía si su tío confiaba en él. La única forma de depender el uno del otro era que pudieran confiar mutuamente.
—Pero intentemos mantenernos juntos. No me fio de qué puede pasar si nos separan.
Acompañó sus palabras de tomar a Aegon del brazo, tirando un poco de él, asegurándose de susurrar, inseguro de que no los estuvieran espiando.
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III. Fear cuts deeper than swords
Astapor
Mañana
Con Jace
Aegon soltó una carcajada apenas escuchó a Jacaerys decir que no pensaba acostarse con ninguna de las chicas que había en ese burdel. No podía negar que ese tipo de respuesta era la que esperaba. Después de todo, su sobrino había sido educado para ser no sólo un buen hijo, sino también el perfecto heredero. En teoría, él había recibido la educación de un futuro rey, pero Aegon no era lo bastante estúpido como para notar las diferencias entre él y su fastidioso sobrino.
Para empezar, Jacaerys había crecido dentro de una familia, a pesar de lo peculiar, que lo amaba. Una madre que lo amaba y que, además de eso, se lo demostraba con hechos. Aegon sabía a conciencia que su madre lo quería, pero no recordaba que la reina se lo hubiera demostrado. De su padre era mejor ni hablar. Jacaerys en cambio era un bastardo, hijo de una princesa que reclamaba un trono que no le pertenecía. Aegon era quien debía tener ventaja sobre él y, sin embargo, era justo lo contrario.
—La verdad es que nunca esperé que dijeras otra cosa, Jace. Eres demasiado correcto, pero tienes que tener cuidado porque puede que alguna de esas chicas sí quiera seducirte. Para ellas debes lucir como un verdadero príncipe, sobre todo ahora que ya no estás sucio y hueles mucho mejor —Aegon acabó la frase en una risita maliciosa, mientras se atrevía a acariciarle el pelo.
Aegon se quedó quieto cuando notó a Jacaerys más cerca de él y entonces notó el silencio que había a su alrededor. Los dos seguían en medio de esa tina y estaban expuestos, literal y metafóricamente. Sin mentiras, acababan de decirse, mientras que Aegon tenía que recordarse que ser sinceros el uno con el otro era la única manera de sobrevivir.
—Lo de mantenernos juntos va a ser complicado, pero al menos intentemos no separarnos cuando la vieja esa quiera abordarnos de nuevo. Estoy seguro que quiere obtener algo de nosotros, que no tenemos nada, así que no va a ser placentero. Deja que hable yo… —Aegon sonaba más seguro de lo que estaba. Pero sabía que el mejor plan que tenían era dejarlo hablar a él. Jacaerys parecía pez fuera del agua en este ambiente, era lógico que Aegon conocía mejor los burdeles, así que bien podía intentar sacar ventaja de la mujer que les estaba brindando ayuda.
Podía hacerse una idea de lo que les iba a pedir. Al menos, iba a estar en primera fila para ver las caras que pondría su sobrino.
Para empezar, Jacaerys había crecido dentro de una familia, a pesar de lo peculiar, que lo amaba. Una madre que lo amaba y que, además de eso, se lo demostraba con hechos. Aegon sabía a conciencia que su madre lo quería, pero no recordaba que la reina se lo hubiera demostrado. De su padre era mejor ni hablar. Jacaerys en cambio era un bastardo, hijo de una princesa que reclamaba un trono que no le pertenecía. Aegon era quien debía tener ventaja sobre él y, sin embargo, era justo lo contrario.
—La verdad es que nunca esperé que dijeras otra cosa, Jace. Eres demasiado correcto, pero tienes que tener cuidado porque puede que alguna de esas chicas sí quiera seducirte. Para ellas debes lucir como un verdadero príncipe, sobre todo ahora que ya no estás sucio y hueles mucho mejor —Aegon acabó la frase en una risita maliciosa, mientras se atrevía a acariciarle el pelo.
Aegon se quedó quieto cuando notó a Jacaerys más cerca de él y entonces notó el silencio que había a su alrededor. Los dos seguían en medio de esa tina y estaban expuestos, literal y metafóricamente. Sin mentiras, acababan de decirse, mientras que Aegon tenía que recordarse que ser sinceros el uno con el otro era la única manera de sobrevivir.
—Lo de mantenernos juntos va a ser complicado, pero al menos intentemos no separarnos cuando la vieja esa quiera abordarnos de nuevo. Estoy seguro que quiere obtener algo de nosotros, que no tenemos nada, así que no va a ser placentero. Deja que hable yo… —Aegon sonaba más seguro de lo que estaba. Pero sabía que el mejor plan que tenían era dejarlo hablar a él. Jacaerys parecía pez fuera del agua en este ambiente, era lógico que Aegon conocía mejor los burdeles, así que bien podía intentar sacar ventaja de la mujer que les estaba brindando ayuda.
Podía hacerse una idea de lo que les iba a pedir. Al menos, iba a estar en primera fila para ver las caras que pondría su sobrino.
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III. Fear cuts deeper than swords
Astapor
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Con Jace
La idea de que alguna de las chicas intentara seducirlo le hacía sentir muy incómodo. Lo peor era que si Aegon lo notaba se burlaría demasiado de él. Sin embargo, no pudo evitar ruborizarse un poco al pensarlo, lo que hacía que su piel blanca lo delatara. Aegon además estaba demasiado cerca, por lo que se iba a dar cuenta. Incluso le acarició el cabello, en un gesto que le resultó mucho más cercano e íntimo de lo que hubiera esperado.
Desvió la mirada, indeciso de cómo se sentía al respecto. Sin embargo, cuando oyó las siguientes palabras de Aegon arqueó una ceja y se giró a mirarlo de nuevo.
Lo peor de todo era que en el fondo sabía que tenía razón.
—Supongo que sabrás lidiar con ella mejor, conoces mejor este medio—dijo finalmente, sin estar seguro si sus palabras sonaban como un insulto o no. Tampoco tenía clara su propia intención al decirlas más que manifestar su absoluta perplejidad de encontrarse en una situación en la que Aegon tenía ventaja.
No tenían nada que ofrecer a cambio de aquel baño y la comida, así que se podía temer lo peor. Seguía pensando que podían vender su espada, aunque le repugnara la idea de convertirse en un mercenario, pero la verdad era que sin un arma todas sus lecciones de lucha y esgrima no servían de nada.
Además, para qué iban a necesitar en un motel como aquel a dos caballeros. ¿Para obligar a un borracho a pagar si intentaba irse sin hacerlo? Era ridículo todo.
Bajó la voz todavía más, acercándose a su tío. Si él iba a hablar, tenía que asegurarse de que tuviera las cosas claras.
—No pierdas de vista que el objetivo es salir de acá y encontrar como regresar a Poniente—le recordó. —Solo necesitamos sobrevivir hasta que podamos hacer eso.
Sabía que estaban a miles de kilómetros pero Jace no podía imaginar otro escenario que volver un día a casa. Se escribirían cantos sobre su aventura, estaba seguro de eso.
No se podía permitir pensar en una posibilidad diferente.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Jace
Después de la apresurada conversación en la bañera, la dueña del burdel no sólo les dejó ropa limpia sino que les ofreció una cama para que pudieran descansar. Para Aegon eso era otra señal de alarma, pero lo cierto era que no pudo negarse porque era un colchón bastante decente. De seguro que era viejísimo y no lo limpiaban en mucho tiempo, pero era un colchón de verdad y no un montón de paja rodeado de mierda de oveja. Era sin duda un avance.
Así que tanto él como Jacaerys acabaron dormidos allí, en la última habitación de aquel enorme pasillo. Había hasta arriba una ventana que tenía una cortina raída desde donde se colaba la humedad del exterior. Aegon ni siquiera lo pensó cuando se acurrucó contra Jacaerys y cerró los ojos, dejándose vencer por el sueño. La puerta estaba cerrada, así que ambos se despertarían si alguien intentaba entrar y con suerte podrían salir por la ventana. Aegon tan sólo quería un instante de tranquilidad.
Al despertar, tenía el cuerpo de Jacaerys acurrucado contra el suyo. Era la segunda vez que eso sucedía, aunque ahora su sobrino no olía a morrina de animal, sino al jabón de especias que les dejaron usar en la bañera. Aegon se movió lo mejor que pudo en el colchón con suavidad, pero era tan estrecho que ni con eso consiguió no despertar a Jacaerys. Se miraron a los ojos, en la penumbra de la habitación y Aegon le regaló una mueca que pretendía ser una sonrisa.
—Ahora ya pareces menos un pordiosero y más una princesa, Jace… —dijo a manera de saludo, mientras se incorporó poco a poco sobre el colchón. Aunque había bastante humedad, las paredes de la habitación estaban frías, pues eran de piedra. Aegon sintió picazón en la palma de la mano cuando apoyó una mano en la pared.
La verdad era que bien podría haberse quedado más tiempo dormido. Después de todo, salir por esa puerta significaba enfrentar de nuevo en la precaria situación en la que estaban.
—La mujer nos prestó una cama —masculló Aegon, haciendo un esfuerzo por no sonar más dramático de lo que ya se sentía—. Estoy seguro que sólo quiere parecer hospitalaria. Podríamos saltar por la ventana, pero estaríamos como al principio. ¿Te atreves a salir?
Aegon no tenía idea por qué había preguntado eso. En otro momento de su vida no podría importarle menos lo que pensaba Jacaerys. Sin embargo, ahora mismo sentía que necesitaba su aprobación o su opinión para cualquier cosa. Aegon no estaba acostumbrado a tomar decisiones, mucho menos decisiones importantes.
Así que tanto él como Jacaerys acabaron dormidos allí, en la última habitación de aquel enorme pasillo. Había hasta arriba una ventana que tenía una cortina raída desde donde se colaba la humedad del exterior. Aegon ni siquiera lo pensó cuando se acurrucó contra Jacaerys y cerró los ojos, dejándose vencer por el sueño. La puerta estaba cerrada, así que ambos se despertarían si alguien intentaba entrar y con suerte podrían salir por la ventana. Aegon tan sólo quería un instante de tranquilidad.
Al despertar, tenía el cuerpo de Jacaerys acurrucado contra el suyo. Era la segunda vez que eso sucedía, aunque ahora su sobrino no olía a morrina de animal, sino al jabón de especias que les dejaron usar en la bañera. Aegon se movió lo mejor que pudo en el colchón con suavidad, pero era tan estrecho que ni con eso consiguió no despertar a Jacaerys. Se miraron a los ojos, en la penumbra de la habitación y Aegon le regaló una mueca que pretendía ser una sonrisa.
—Ahora ya pareces menos un pordiosero y más una princesa, Jace… —dijo a manera de saludo, mientras se incorporó poco a poco sobre el colchón. Aunque había bastante humedad, las paredes de la habitación estaban frías, pues eran de piedra. Aegon sintió picazón en la palma de la mano cuando apoyó una mano en la pared.
La verdad era que bien podría haberse quedado más tiempo dormido. Después de todo, salir por esa puerta significaba enfrentar de nuevo en la precaria situación en la que estaban.
—La mujer nos prestó una cama —masculló Aegon, haciendo un esfuerzo por no sonar más dramático de lo que ya se sentía—. Estoy seguro que sólo quiere parecer hospitalaria. Podríamos saltar por la ventana, pero estaríamos como al principio. ¿Te atreves a salir?
Aegon no tenía idea por qué había preguntado eso. En otro momento de su vida no podría importarle menos lo que pensaba Jacaerys. Sin embargo, ahora mismo sentía que necesitaba su aprobación o su opinión para cualquier cosa. Aegon no estaba acostumbrado a tomar decisiones, mucho menos decisiones importantes.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Aegon
Tener la posibilidad de usar ropa limpia después de un baño y dormir en una cama era más de lo que Jace había soñado que tendrían antes de acabar el día. Ni siquiera le importó tener que compartir la cama con Aegon. De hecho, era lo mejor, pues como habían dicho debían evitar separarse. Además, era muy diferente acurrucarse junto a alguien en un espacio limpio y cómodo.
Disfrutó la sensación al despertar de saberse cómodo, alimentado y limpio, pero pronto abrió los ojos y se encontró con la mirada de Aegon.
Su tío y él solo se tenían mutuamente, así que tendría que aprender a tolerar su pésimo sentido del humor. Puso los ojos en blanco al escucharle llamarlo princesa, pero su siguiente comentario sí era coherente. Levantó la mirada hacia la ventana y sopesó sus opciones.
—Si nos vamos volveremos a la misma situación en la que estábamos en un momento —declaró.
Ahora estaban limpios y alimentados, pero sin dónde quedarse pronto se ensuciarían y sin qué comer, pronto tendrían hambre.
—Ni siquiera sabemos si es realmente posible escapar por ahí —añadió—. Tal vez podemos probar quedarnos a ver cómo nos va... y si las cosas se ponen feas podemos intentar lo de escapar si es que realmente es posible.
Una parte de él pensaba que Aegon estaba exagerando, pero otra le recordaba las miradas que le dedicaban las mujeres de aquella casa, lo que no dejaba de inquietarlo.
Pero si les pedían algo a cambio de su ayuda... ¿qué tan terrible podía ser?
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
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Aegon empezaba a dolerle la cabeza en serio. Esto de tomar decisiones no era su fuerte y cada minuto que pasaba lo comprobaba. Lo peor de todo, era que empezaba a sentir remordimientos porque empezaba a darse cuenta de que, si se equivocaba, acabaría arrastrando también a Jacaerys. Su sobrino era un mocoso irritante y, en teoría, lo había educado para odiarlo, pues él era el recordatorio viviente de que Rhaenyra era una usurpadora y que su linaje estaba buscando derechos que no le pertenecían.
Pero ahora estaban tan lejos de casa que eso ya no parecía importar de verdad. Aegon quería sobrevivir a toda costa y Jacaerys tambíen venía en ese paquete. Era mejor que permanecieran juntos, estaba convencido de que su sobrino no iba a traicionarlo ni tampoco a venderlo al mejor postor, que ya era más de lo que podía decir del resto de personas de esta ciudad.
—Bien, si ya tenemos decidido que hay que hablar con esa mujer, supongo que no vamos a retrasarlo más de la cuenta —Aegon se encogió de hombros y le hizo una señal a Jacaerys para que lo siguiera. Pero estaban en un cuarto tan diminuto que acabaron rozándose más de la cuenta. Aegon ya no sabía cuánto se habían tocado en los últimos días. Llevaba alejándose de Jacaerys toda su vida y desde que los habían tirado en ese barco maloliente, era como si cada espacio que ocupara, también estaba su sobrino.
Era inquietante pero, como iba dándose cuenta con el paso de los días, también algo confortante.
Aegon se ladeó a mirar en dirección de Jacaerys cuando ya estaba en el marco de la minúscula puerta. Su sobrino lucía bastante tenso, pero Aegon no sabía cómo demonios consolarlo o hacerlo sentir mejor. Después de todo, era verdad que estaban en una situación de lo más comprometido.
Sin que ninguno de los dos se pusiera realmente de acuerdo, Aegon fue quien traspasó la puerta primero. Quizás fue mejor que lo hiciera así, pues nada más salir de la minúscula habitación, se encontró con la silueta de la mujer del prostíbulo. Ahora que estaba tan cerca de ella, tenía la impresión de que lucía mucho más alta de lo que la recordaba. O quizás era que se sentía ligeramente intimidado, porque la mujer le estaba regalando una sonrisa más bien siniestra.
Por puro instinto, retrocedió, pero entonces se chocó contra Jacaerys. Aegon tuvo que sostenerse del marco de la puerta para no hacerlos quedar en ridículo a los dos.
—Creo que es momento de que los tres hablemos, ¿no creen? Ya han descansado lo suficiente.
Pero ahora estaban tan lejos de casa que eso ya no parecía importar de verdad. Aegon quería sobrevivir a toda costa y Jacaerys tambíen venía en ese paquete. Era mejor que permanecieran juntos, estaba convencido de que su sobrino no iba a traicionarlo ni tampoco a venderlo al mejor postor, que ya era más de lo que podía decir del resto de personas de esta ciudad.
—Bien, si ya tenemos decidido que hay que hablar con esa mujer, supongo que no vamos a retrasarlo más de la cuenta —Aegon se encogió de hombros y le hizo una señal a Jacaerys para que lo siguiera. Pero estaban en un cuarto tan diminuto que acabaron rozándose más de la cuenta. Aegon ya no sabía cuánto se habían tocado en los últimos días. Llevaba alejándose de Jacaerys toda su vida y desde que los habían tirado en ese barco maloliente, era como si cada espacio que ocupara, también estaba su sobrino.
Era inquietante pero, como iba dándose cuenta con el paso de los días, también algo confortante.
Aegon se ladeó a mirar en dirección de Jacaerys cuando ya estaba en el marco de la minúscula puerta. Su sobrino lucía bastante tenso, pero Aegon no sabía cómo demonios consolarlo o hacerlo sentir mejor. Después de todo, era verdad que estaban en una situación de lo más comprometido.
Sin que ninguno de los dos se pusiera realmente de acuerdo, Aegon fue quien traspasó la puerta primero. Quizás fue mejor que lo hiciera así, pues nada más salir de la minúscula habitación, se encontró con la silueta de la mujer del prostíbulo. Ahora que estaba tan cerca de ella, tenía la impresión de que lucía mucho más alta de lo que la recordaba. O quizás era que se sentía ligeramente intimidado, porque la mujer le estaba regalando una sonrisa más bien siniestra.
Por puro instinto, retrocedió, pero entonces se chocó contra Jacaerys. Aegon tuvo que sostenerse del marco de la puerta para no hacerlos quedar en ridículo a los dos.
—Creo que es momento de que los tres hablemos, ¿no creen? Ya han descansado lo suficiente.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Aegon
Cuando su tío retrocedió chocó contra su pecho, pues venía saliendo justo detrás de él. Puso una mano en su hombro y lo impulsó a seguir, aunque estaba muy nervioso. El aspecto y el tono de la mujer le daban mala espina, pero como había dicho Aegon, ya habían decidido que tenían que hablar con ella.
No era como que tuvieran mucha opción.
Siguieron a la mujer hasta una salita. En el camino, Jace hizo su mejor esfuerzo por ignorar a las chicas que andaban por el burdel con poca ropa o del todo desnudas, a pesar de que estas lanzaban miradas hacia ellos. Miró a Aegon de reojo para ver cómo actuaba.
La salita estaba llena de telas vaporosas lujosas que colgaban del techo y cubrían los muebles. Había además un fuerte aroma en el aire, como a incienso dulzón, que le revolvió el estómago.
Tomó asiento como se los indicó la mujer. Les había señalado un pequeño sillón donde apenas cabían los dos sentados, por lo que sentía a Aegon nuevamente traspasando las fronteras de su espacio personal.
—Veo que han sacado provecho de la comida, el baño y el descanso. Espero que ahora esté dispuestos a pagar por la hospitalidad que hemos tenido.
La sonrisa con la que la mujer acompañó sus palabras no le dejaba lugar a dudas de que estaba segura de que no podrían negarse.
Se aclaró la garganta, sin embargo, y miró a Aegon de reojo.
—Señora, como usted misma comprobó al ver nuestro estado al llegar... No tenemos nada —le recordó.
Eso era lo más peligroso de todo. ¿Qué querría de ellos?
—Lo sé, pero que no tengan dinero no quiere decir que no se tengan a ustedes mismos. Estoy segura que tienen mucho que ofrecer.
No le gustó para nada el tono en que lo dijo.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Jace
La humedad que había en esa habitación no estaba ayudando para que Aegon se sintiera más tranquilo. La expresión de la mujer dejaba poco a la imaginación: era claro que sabía que los tenía acorralados. Aegon hizo todo lo posible por no mirar a Jacaerys, pues no quería que la mujer pensara que estaban poniéndose de acuerdo o que tenían mensajes en clave entre ellos. Lo mejor era que siguiera pensando que ella era quien tenía el control.
Se preguntó qué haría su abuelo en esta situación, aunque era complicado porque, en primer lugar, Otto Hightower jamás se hubiera dejado secuestrar. Pero él era un hombre que sabía negociar, Aegon lo había visto hacerlo varias veces a lo largo de su vida. Dudaba tener siquiera una pizca de su ingenio, pero tendría que intentarlo. Le gustaba tener su cabeza pegada al cuello, después de todo.
—Si cuando dice que nos tenemos a nosotros mismos se refiere a nuestros cuerpos y que quiere ampliar su… negocio… —Aegon se sintió muy seguro hasta al menos al final de la frase, cuando trastabilló en la última palabra—… ¿Qué exactamente es lo que quiere de nosotros?
Aegon se fijó solo en la mujer, en parte porque no quería perder el duelo de miradas y también porque no se atrevía a mirar el estado de Jacaerys. Seguro que su sobrino debía de tener una expresión de lo más graciosa, pero que no ayudaba para nada en la situación en la que estaban. La mujer soltó una carcajada que le provocó escalofríos y Aegon deseó más que nunca volver a casa. Correr detrás de las faldas de su madre para que ella solucionara todo, para que el abuelo lo pusiera a salvo con tan sólo una frase.
Pero estaba en las Ciudades Libres, muy lejos de casa, y sólo se tenía a sí mismo.
—En realidad sólo lo pensé después de verlos limpios. Cualquiera que los vea con detenimiento sabrá que no han conocido demasiadas penurias en su vida. No hace falta más que verles las manos a ambos… —la mujer les dedicó otra sonrisa y Aegon se estremeció, como si pudiera adivinar lo que diría a continuación—: En Astapor llegan infinitas noticias, por allí dicen que en Poniente hay dos príncipes perdidos y que dos reinas, cada una autoproclamada, están peleando a muerte por encontrarlos.
Aegon soltó un respingo, porque no se esperaba semejante comentario. Ahora sí, incapaz de contenerse, miró a Jacaerys. La mirada de su sobrino era transparente: era obvio que él tampoco se esperaba semejante comentario. Aegon se sintió expuesto y tuvo que hacer todo un esfuerzo para no llevarse una mano a la cabeza. Se maldijo porque Jacaerys tuvo toda la razón: tenía que haberse teñido el cabello apenas tuvo oportunidad.
—¿Sabes cuánto me pagarían por entregarles a alguien que se parezca a un príncipe Targaryen? Más fortuna de la que podría ganar en años.
Se preguntó qué haría su abuelo en esta situación, aunque era complicado porque, en primer lugar, Otto Hightower jamás se hubiera dejado secuestrar. Pero él era un hombre que sabía negociar, Aegon lo había visto hacerlo varias veces a lo largo de su vida. Dudaba tener siquiera una pizca de su ingenio, pero tendría que intentarlo. Le gustaba tener su cabeza pegada al cuello, después de todo.
—Si cuando dice que nos tenemos a nosotros mismos se refiere a nuestros cuerpos y que quiere ampliar su… negocio… —Aegon se sintió muy seguro hasta al menos al final de la frase, cuando trastabilló en la última palabra—… ¿Qué exactamente es lo que quiere de nosotros?
Aegon se fijó solo en la mujer, en parte porque no quería perder el duelo de miradas y también porque no se atrevía a mirar el estado de Jacaerys. Seguro que su sobrino debía de tener una expresión de lo más graciosa, pero que no ayudaba para nada en la situación en la que estaban. La mujer soltó una carcajada que le provocó escalofríos y Aegon deseó más que nunca volver a casa. Correr detrás de las faldas de su madre para que ella solucionara todo, para que el abuelo lo pusiera a salvo con tan sólo una frase.
Pero estaba en las Ciudades Libres, muy lejos de casa, y sólo se tenía a sí mismo.
—En realidad sólo lo pensé después de verlos limpios. Cualquiera que los vea con detenimiento sabrá que no han conocido demasiadas penurias en su vida. No hace falta más que verles las manos a ambos… —la mujer les dedicó otra sonrisa y Aegon se estremeció, como si pudiera adivinar lo que diría a continuación—: En Astapor llegan infinitas noticias, por allí dicen que en Poniente hay dos príncipes perdidos y que dos reinas, cada una autoproclamada, están peleando a muerte por encontrarlos.
Aegon soltó un respingo, porque no se esperaba semejante comentario. Ahora sí, incapaz de contenerse, miró a Jacaerys. La mirada de su sobrino era transparente: era obvio que él tampoco se esperaba semejante comentario. Aegon se sintió expuesto y tuvo que hacer todo un esfuerzo para no llevarse una mano a la cabeza. Se maldijo porque Jacaerys tuvo toda la razón: tenía que haberse teñido el cabello apenas tuvo oportunidad.
—¿Sabes cuánto me pagarían por entregarles a alguien que se parezca a un príncipe Targaryen? Más fortuna de la que podría ganar en años.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Aegon
A Jace lo habían entrenado para sentarse a la mesa a negociar cuando fuera necesario. Su madre siempre había enfocado su educación como la de un futuro heredero al trono, de manera que en teoría debería tener la capacidad de mantener una expresión neutra en negociaciones trascendentales.
Pero la verdad era que lo había tomado totalmente por sorpresa que mencionaran a su madre y a Alicent. Había pensado que la noticia de que buscaba a dos prófugos de sus características se extendería, pero jamás imaginó que tendrían noticias de Poniente. Se le encogió el corazón pensando en que su madre lo estaba buscando, y la noticia también alimentó su esperanza de que tal vez llegaran a encontrarlos.
Tal vez lo llevarían de regreso a casa.
Pero no ahora. Tenían que llegar a buenos términos con aquella mujer, pero no sabía por dónde llevarlo. Así que optó por apegarse a lo que Aegon y él habían conversado. Lanzó una mirada acusadora a su tío, y esperó sonar convencible.
—Siempre supe que juntarme con un bastardo Targaryen me podía traer problemas —comentó con un tono fingido de resignación. —Le aseguro que no vale tanto. Un poco de tiempo de tratarlo y queda claro que de príncipe no tiene nada.
Esperaba que Aegon le siguiera el juego.
—Es cierto que ahora estamos en una posición de desventaja con respecto a la que hemos tenido toda la vida, pero distamos mucho de ser príncipes. Solo caímos en desgracia con unos piratas con los que pretendíamos hacer negocios —agregó.
La mujer se rió, evidentemente nada convencida todavía.
—No necesito que sean los príncipes, me pagarán aquí personas que piensen llevarlos a Poniente, ya se llevarán la decepción allá. ¿O tienen algo para ofrecerme que me compense por lo que perdería por no venderlos?
Jace miró con nerviosismo a Aegon. Sus palabras de antes le habían resultado alarmantes. ¿A qué rayos se refería con que ampliara su negocio con ellos? No podía ser lo que estaba pensando...
—Escucho sus ofertas—añadió la mujer, y le pareció que los ojos le brillaban burlones mientras esperaba una respuesta.
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Con Jace
Aegon se sentía mareado. Sabía que la mujer y Jacerys habían intercambiado palabras, que su sobrino por lo menos estaba siguiendo la historia que pactaron ayer. Él sabía que tendría que decir algo, pero pasaban un montón de posibilidades en su cabeza. La realidad era que la mujer los tenía justo donde deseaba, porque estaban atrapados allí y de seguro que los podía dejar encerrados hasta que encontrara a alguien que los quisiera llevar como un trofeo. Lo más sencillo sería que alguien cobrara la recompensa a alguna de sus madres directamente, pero Aegon no era tan optimista.
Además, si los sacaban de allí, no podían imaginar si los mantendrían juntos. De seguro los contactos que consiguiera la mujer, no serían trigo limpio. No existía gente altruista que los ayudaría a llegar a casa. Aegon apretó los labios, pues sabía que la mujer seguía interesado en él, estaba mirando su cabello, no había que ser un genio para saberlo.
—¿Estás diciéndome que ese pelo no es más que el de un bastardo? —la mujer arqueó las cejas, mirándolo de manera inquisitiva. Aegon sabía que no le creía nada, así que tendría que tirar con lo que tenía.
—Nunca conocí a mi padre… —se encogió de hombros, pensando que, de cierta forma, no estaba mintiendo. Viserys Targaryen no era más que un desconocido para él. Aegon ni siquiera entendió por qué acabó casándose con su madre y teniendo descendencia cuando era obvio que lo único que le importaba era su esposa fallecida y su adorada hija mayor—. Mamá siempre dijo que era Daemon Targaryen, pero murió cuando era muy pequeño, así que no supe si lo que decía era cierto.
Aegon estaba haciendo un esfuerzo enorme por sonar seguro, pero la sonrisa de la mujer no daba a buenas suposiciones.
—Supongamos que te creo, mientras me paguen me da igual si eres hijo de un príncipe o de un esclavista. Tu apariencia es suficiente para mí… —ella tenía razón, así que Aegon supo que estaba atrapado. Estaban atrapados. Cuando miró a Jacaerys, supo que no tenía más remedio que tomar una decisión. Odiaba decidir, en especial bajo presión, pero no sabía si la puerta se abriría de pronto y alguien se los llevaría de allí.
—Venimos de Braavos… —explicó Aegon apresuradamente—. No es la primera vez que los deslices de mi madre me meten en problemas. Sólo queremos volver a casa. Para eso necesitamos dinero. ¿Cuántas ganancias dijo que podría hacer conmigo?
Al menos, la mujer parecía interesada. Se acomodó en su asiento, moviéndose hacia adelante, como si quisiera escucharlo mejor a pesar de que Aegon estaba hablando en voz alta y con claridad. Aegon se mordió con desesperación el labio inferior y tragó en seco, dando un paso al frente.
—Larys sabe limpiar cualquier cosa, es un buen niño y se quejará poco con lo que sea que le den de comer… —Aegon se apresuró a decir, con una sonrisa que pretendía ser despreocupada. Se preguntó si Jacaerys iba a ofenderse porque estaba usando el nombre de Larys Strong, pero esa era una nimiedad para la situación en la que estaban. Cuando la mujer rio de nuevo, aunque no sabía si eso era buena señal—. Necesitamos el dinero para volver a Braavos y usted dijo que podría ganar algo con mi apariencia. No es mal trato.
Además, si los sacaban de allí, no podían imaginar si los mantendrían juntos. De seguro los contactos que consiguiera la mujer, no serían trigo limpio. No existía gente altruista que los ayudaría a llegar a casa. Aegon apretó los labios, pues sabía que la mujer seguía interesado en él, estaba mirando su cabello, no había que ser un genio para saberlo.
—¿Estás diciéndome que ese pelo no es más que el de un bastardo? —la mujer arqueó las cejas, mirándolo de manera inquisitiva. Aegon sabía que no le creía nada, así que tendría que tirar con lo que tenía.
—Nunca conocí a mi padre… —se encogió de hombros, pensando que, de cierta forma, no estaba mintiendo. Viserys Targaryen no era más que un desconocido para él. Aegon ni siquiera entendió por qué acabó casándose con su madre y teniendo descendencia cuando era obvio que lo único que le importaba era su esposa fallecida y su adorada hija mayor—. Mamá siempre dijo que era Daemon Targaryen, pero murió cuando era muy pequeño, así que no supe si lo que decía era cierto.
Aegon estaba haciendo un esfuerzo enorme por sonar seguro, pero la sonrisa de la mujer no daba a buenas suposiciones.
—Supongamos que te creo, mientras me paguen me da igual si eres hijo de un príncipe o de un esclavista. Tu apariencia es suficiente para mí… —ella tenía razón, así que Aegon supo que estaba atrapado. Estaban atrapados. Cuando miró a Jacaerys, supo que no tenía más remedio que tomar una decisión. Odiaba decidir, en especial bajo presión, pero no sabía si la puerta se abriría de pronto y alguien se los llevaría de allí.
—Venimos de Braavos… —explicó Aegon apresuradamente—. No es la primera vez que los deslices de mi madre me meten en problemas. Sólo queremos volver a casa. Para eso necesitamos dinero. ¿Cuántas ganancias dijo que podría hacer conmigo?
Al menos, la mujer parecía interesada. Se acomodó en su asiento, moviéndose hacia adelante, como si quisiera escucharlo mejor a pesar de que Aegon estaba hablando en voz alta y con claridad. Aegon se mordió con desesperación el labio inferior y tragó en seco, dando un paso al frente.
—Larys sabe limpiar cualquier cosa, es un buen niño y se quejará poco con lo que sea que le den de comer… —Aegon se apresuró a decir, con una sonrisa que pretendía ser despreocupada. Se preguntó si Jacaerys iba a ofenderse porque estaba usando el nombre de Larys Strong, pero esa era una nimiedad para la situación en la que estaban. Cuando la mujer rio de nuevo, aunque no sabía si eso era buena señal—. Necesitamos el dinero para volver a Braavos y usted dijo que podría ganar algo con mi apariencia. No es mal trato.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Aegon
No podía creer lo que estaba escuchando. Le alegraba que Aegon también hubiera optado por apegarse a su historia sobre ser hijo de Daemon. Algún día esperaba que volvieran a estar en alguna situación en la que pudiera burlarse de él al respecto. Pero ahora mismo las cosas estaban dando un giro inesperado.
Parpadeó cuando se dio cuenta de que su tío lo estaba dejando fuera del negocio. Lo estaba poniendo a limpiar, algo que no había hecho en su vida y podía terminar en volar su cobertura cuando vieran que no sabía limpiar ni una ventana. Pero eso era lo de menos.
Incluso podía pasar por alto por ahora el nombre Larys.
Pero Aegon estaba hablando seriamente de venderse.
¿Pensaba prostituirse, como una de esas chicas? Quiso decirle de inmediato que parara. Que qué demonios le pasaba. Pero la mujer los veía como un depredador a su presa y estaban entre la espada y la pared.
Tan solo alcanzó a estirar una mano y estrechar la rodilla de Aegon como una especie de advertencia.
—¿Estás seguro...? —preguntó en voz baja.
Lo miró con preocupación, pero seguía indeciso de qué podía decir frente a la mujer, quien río en ese momento.
—Eso, ¿estás seguro? No es un trabajo fácil, aunque eso creas... Pregúntale a mis chicas... Y si quieres buen dinero, tendrás que estar dispuesto a aceptar todo tipo de clientes. ¿Crees poder con ello?
A Jace se le puso la piel de gallina de solo escucharla. Aegon no podía estarlo pensando en serio. Seguramente solo quería ganar tiempo. ¿Cierto?
—Ambos podemos limpiar también, y somos buenos peleando, podemos trabajar en seguridad si lo necesita.
Era un intento desesperado y lo sabía. La mujer también porque rió de nuevo.
—Con eso juntarían dinero para ir a Braavos hasta que estén viejos, y yo no ganaría un centavo. No voy siquiera a valorarlo—dijo de inmediato, desechando la idea.
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IV. A Shadow on the Wall
Astapor
Tarde
Con Jace
Jacaerys era transparente.
Aegon siempre lo había sabido, pero en este momento ver su cara afectada, superada por las circunstancias, le daba más rabia que nunca. Había algo en los ojos de Jacaerys, demasiado parecido a la compasión, que lo hacía sentirse todavía peor de lo que ya estaba. Cuando su sobrino le rozó la rodilla, Aegon se alejó, porque no quería ni su compasión ni sus tonterías.
En este momento, lo único que les quedaba era ser prácticos. Además, luego de los pobres intentos de Jacaerys de negociar con la mujer, era obvio que ella ya los tenía donde quería. Aegon se mordió el labio inferior, tratando de no caer presa del nerviosismo.
—Ninguno de los dos quiere volver a Braavos cuando seamos ancianos… —dijo Aegon, encogiéndose de hombros, fijando la vista en le piso. Le habría gustado mantenerle la imagen a la mujer, pero en este momento le interesaba más huir de los ojos de Jacaerys—. Lo tomaré. Tenemos un trato.
La risa que precedió a continuación fue terrible, al punto de Aegon cerró los ojos por un instante, sabiendo que acababa de sellar su destino en una decisión apresurada y quizás mal pensada. Pero, pensó, quizás así él y Jacaerys se mantendrían juntos. Si de verdad estaban en Astapor, que los capturaran cazarrecompensas sería el menor de sus problemas, debía de haber esclavistas en cada esquina y ellos no tenían nada con qué defenderse.
—Es una decisión sensata. La mayoría de mis chicas está aquí por protección, porque la otra posibilidad es caer en manos de esclavistas. Y les aseguro que esos no son tan compasivos como yo… —comentó ella, acariciándose la barbilla y mostrándoles a ambos sus dientes amarillentos y las arrugas alrededor de sus labios—. Ustedes, sin embargo, ya tienen una deuda conmigo, así que las primeras ganancias van a ser sólo para mí.
Aegon sintió un nudo en la garganta cuando escuchó aquello. Abrió los labios, pero no pudo articular palabra. Quiso renegar, pero no tenía opción, la mujer tenía la razón al decir que podía dejarlos con esclavistas. Se consoló al pensar que, al menos, ganó algo de tiempo.
—Pero Larys se queda aquí también, conmigo… —insistió, sintiendo los labios más resecos que antes. La mujer puso los ojos en blanco, sin abandonar la sonrisa de los labios.
—Cuando las chicas me dijeron la forma tan cariñosa en que se tocaron en la bañera, pensé que estaban exagerando, todas son unas sentimentales. Ya lo veo que tenían razón… —exclamó con otra carcajada—. Está bien, lo pondré a lustrar los pisos y los baños, aquí las manos no sobran. Pero habrá reglas.
Reglas. Esa palabra le daba escalofríos.
Aegon siempre lo había sabido, pero en este momento ver su cara afectada, superada por las circunstancias, le daba más rabia que nunca. Había algo en los ojos de Jacaerys, demasiado parecido a la compasión, que lo hacía sentirse todavía peor de lo que ya estaba. Cuando su sobrino le rozó la rodilla, Aegon se alejó, porque no quería ni su compasión ni sus tonterías.
En este momento, lo único que les quedaba era ser prácticos. Además, luego de los pobres intentos de Jacaerys de negociar con la mujer, era obvio que ella ya los tenía donde quería. Aegon se mordió el labio inferior, tratando de no caer presa del nerviosismo.
—Ninguno de los dos quiere volver a Braavos cuando seamos ancianos… —dijo Aegon, encogiéndose de hombros, fijando la vista en le piso. Le habría gustado mantenerle la imagen a la mujer, pero en este momento le interesaba más huir de los ojos de Jacaerys—. Lo tomaré. Tenemos un trato.
La risa que precedió a continuación fue terrible, al punto de Aegon cerró los ojos por un instante, sabiendo que acababa de sellar su destino en una decisión apresurada y quizás mal pensada. Pero, pensó, quizás así él y Jacaerys se mantendrían juntos. Si de verdad estaban en Astapor, que los capturaran cazarrecompensas sería el menor de sus problemas, debía de haber esclavistas en cada esquina y ellos no tenían nada con qué defenderse.
—Es una decisión sensata. La mayoría de mis chicas está aquí por protección, porque la otra posibilidad es caer en manos de esclavistas. Y les aseguro que esos no son tan compasivos como yo… —comentó ella, acariciándose la barbilla y mostrándoles a ambos sus dientes amarillentos y las arrugas alrededor de sus labios—. Ustedes, sin embargo, ya tienen una deuda conmigo, así que las primeras ganancias van a ser sólo para mí.
Aegon sintió un nudo en la garganta cuando escuchó aquello. Abrió los labios, pero no pudo articular palabra. Quiso renegar, pero no tenía opción, la mujer tenía la razón al decir que podía dejarlos con esclavistas. Se consoló al pensar que, al menos, ganó algo de tiempo.
—Pero Larys se queda aquí también, conmigo… —insistió, sintiendo los labios más resecos que antes. La mujer puso los ojos en blanco, sin abandonar la sonrisa de los labios.
—Cuando las chicas me dijeron la forma tan cariñosa en que se tocaron en la bañera, pensé que estaban exagerando, todas son unas sentimentales. Ya lo veo que tenían razón… —exclamó con otra carcajada—. Está bien, lo pondré a lustrar los pisos y los baños, aquí las manos no sobran. Pero habrá reglas.
Reglas. Esa palabra le daba escalofríos.
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V. Imprisonment in hell
Astapor
Noche
Con Aegon
Todo era peor de lo que había imaginado.
Cuando Aegon hizo aquel trato con la mujer, Jace se había quedado profundamente preocupado. La mujer no era de fiar, pero era evidente que tampoco confiaba en ellos. Había confinado a Aegon en una habitación de la que no podía salir, a la que mandaba a los clientes que pagaban aparentemente muy bien por un bastardo Targaryen. Jace veía con horror desfilar tanto hombres como mujeres que pagaban por su tiempo. Hacía un gran esfuerzo por no escuchar los ruidos que salían de la habitación y no pensar lo que estaba viviendo Aegon.
No podía creer que un príncipe estuviera pasando por semejante situación y no pudieran hacer nada al respecto. Sabía que tenía que estar agradecido de que Aegon lo hubiera dejado a él por fuera. No podía quejarse en comparación de su trabajo de tener que limpiar la mugre de todo el lugar, y los desastres asquerosos que quedaban en las habitaciones.
Las chicas del lugar habían ido perdiendo interés en él. Parecían haberse dado cuenta de que él realmente no tenía interés en ninguna, y las escuchaba murmurar que solo le importaba el prisionero. Por suerte, había una chica que se había apiadado de él y le había explicado cómo limpiar apropiadamente. No se le daba muy bien, pero iba mejorando.
Aegon podía descansar hasta muy entrada la noche, cuando se iba el último cliente. Entonces, Jace tenía permiso de entrar a la habitación con alimento para él. Era un momento que temía, la verdad, porque no estaba seguro de en qué estado la iba a encontrar. No sabía si Aegon realmente se había hecho a la idea de lo que le esperaba cuando eligió ese destino.
Esa noche llevaba un caldo sustancioso y un pedazo de pan. Debía admitir que la menos los estaban alimentando bien. Abrió la puerta con sigilo, asomando la cabeza para ver si Aegon esperaba despierto.
—¿Aegon? ¿Cómo estás? ¿Tienes hambre? —preguntó en voz baja. —Te traigo un buen caldo hoy, y pan... Daena me guardó buenas porciones
Entró con sigilo, intentando acostumbrarse a la oscuridad de la habitación.
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V. Imprisonment in Hell
Astapor
Noche
Con Jace
Aegon no estaba seguro cuánto tiempo había pasado desde que ese tipo gordo y maloliente se había ido. La habitación en la que estaba era amplia, al menos eso tenía que concedérselo, pero la única ventana que tenía era diminuta y estaba hasta lo alto de una pared, así que la ventilación era muy mala y tenía calor constante. Además, precisamente por lo pequeño de la ventana, había un montón de velas para que hubiera algo de iluminación.
Esa noche en particular, se sentía tan acalorado que estaba todavía desnudo cuando se recostó en la cama. Se acomodó con la espalda hacia arriba y cerró los ojos, dejándose vencer por el cansancio. Sabía que ese día en particular, descubrió algo que quería contarle a Jacaerys, si era que conseguía verlo, pero en ese momento sentía el cerebro tan adormecido como su cuerpo y no conseguía recordar qué era. Empezaba a creer que la última botella de vino que le dieron a beber debía tener algo adulterado. O quizás era sólo que la situación estaba acabando por superarlo.
Aegon había pasado buena parte de su vida en prostíbulos, desde que tuvo edad suficiente. Bebía allí de manera absurda y buscaba encontrar allí, a la fuerza y de malos modos, un poco de control en una vida que no había pedido. Pero esta era diferente. Aquí no tenía control, sino todo lo contrario, eran otros los que sometían su voluntad y él, no dejaba de repetirse, tenía que aguantar porque no tenía más opción. En su momento, a pesar de la sonrisa burlona de la vieja, pensó que estaba siendo práctico. Salir a fuera era estar desprotegidos y pensar la posibilidad de que los separaran era horrible.
Pero ahora se daba cuenta de que tan sólo había sido un estúpido.
—¿Jace…? —Aegon se estremeció un instante y abrió los ojos cuando lo escuchó hablar. Dijo algo sobre comida, pero ni siquiera eso lo hizo moverse de donde estaba, tan sólo estiró las piernas y las sábanas, lo único que le cubría el cuerpo, se deslizaron hacia el suelo—. ¿Tu novia nos dejó comida? Te lo va a cobrar pronto, espero que no le hagas un desaire. Sube las velas, así no puede comer nadie.
Aegon agitó los brazos, creyendo que estaba señalando los cerillos que estaban sobre la única mesa circular que había allí. Pero quizás fue un movimiento muy torpe, porque estaba pensando más de la cuenta en la chica que Jacaerys había mencionado. Daena. Aegon podría disfrutar que Jacaerys se hubiera echado una novia justo en esta situación, esperaba que no se le ocurriera decirle que se fugara con ellos, pero, conociéndolo, todo era posible. Después de todo, estaban allí porque al sentimental de su sobrino se le ocurrió seguir a una niña que estaba pidiendo ayuda.
—Deja eso ahí… —susurró, con voz pastosa, en la misma posición que antes—. Comeré luego. Creo que tengo el estómago revuelto. Un tipo quería que bebiera vino con él, no sé qué tenía, sabía asqueroso.
Esa noche en particular, se sentía tan acalorado que estaba todavía desnudo cuando se recostó en la cama. Se acomodó con la espalda hacia arriba y cerró los ojos, dejándose vencer por el cansancio. Sabía que ese día en particular, descubrió algo que quería contarle a Jacaerys, si era que conseguía verlo, pero en ese momento sentía el cerebro tan adormecido como su cuerpo y no conseguía recordar qué era. Empezaba a creer que la última botella de vino que le dieron a beber debía tener algo adulterado. O quizás era sólo que la situación estaba acabando por superarlo.
Aegon había pasado buena parte de su vida en prostíbulos, desde que tuvo edad suficiente. Bebía allí de manera absurda y buscaba encontrar allí, a la fuerza y de malos modos, un poco de control en una vida que no había pedido. Pero esta era diferente. Aquí no tenía control, sino todo lo contrario, eran otros los que sometían su voluntad y él, no dejaba de repetirse, tenía que aguantar porque no tenía más opción. En su momento, a pesar de la sonrisa burlona de la vieja, pensó que estaba siendo práctico. Salir a fuera era estar desprotegidos y pensar la posibilidad de que los separaran era horrible.
Pero ahora se daba cuenta de que tan sólo había sido un estúpido.
—¿Jace…? —Aegon se estremeció un instante y abrió los ojos cuando lo escuchó hablar. Dijo algo sobre comida, pero ni siquiera eso lo hizo moverse de donde estaba, tan sólo estiró las piernas y las sábanas, lo único que le cubría el cuerpo, se deslizaron hacia el suelo—. ¿Tu novia nos dejó comida? Te lo va a cobrar pronto, espero que no le hagas un desaire. Sube las velas, así no puede comer nadie.
Aegon agitó los brazos, creyendo que estaba señalando los cerillos que estaban sobre la única mesa circular que había allí. Pero quizás fue un movimiento muy torpe, porque estaba pensando más de la cuenta en la chica que Jacaerys había mencionado. Daena. Aegon podría disfrutar que Jacaerys se hubiera echado una novia justo en esta situación, esperaba que no se le ocurriera decirle que se fugara con ellos, pero, conociéndolo, todo era posible. Después de todo, estaban allí porque al sentimental de su sobrino se le ocurrió seguir a una niña que estaba pidiendo ayuda.
—Deja eso ahí… —susurró, con voz pastosa, en la misma posición que antes—. Comeré luego. Creo que tengo el estómago revuelto. Un tipo quería que bebiera vino con él, no sé qué tenía, sabía asqueroso.
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V. Imprisonment in hell
Astapor
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Con Aegon
Estaba muy preocupado por Aegon. Cada día que pasaba, al regresar a la habitación, lo encontraba más deteriorado que la noche anterior. Ese día parecía muy acalorado, y algo nauseabundo. Jace levantó las velas como le pedía, y luego se acercó a retirarle el cabello de la cara.
Estaba sudoroso, con el pelo pegado a la frente. Habría dado lo que fuera por ofrecerle un baño, pero no estaba a su alcance. Debía haber metido una taza de agua fresca, pero no le habían alcanzado las manos con la bandeja de comida. En la habitación había una jofaina con agua del día anterior que debía bastar.
Fue a mojar una toalla con ella para limpiarle la frente, y esperaba que lo refrescara un poco.
Jace nunca había tenido que hacer eso por otras personas, siempre había tenido criados que le ayudaban a acicalarse, pero había tenido que actuar de memoria los últimos días, con los recursos disponibles.
—Comer algo te ayudará a asentar el estómago —le recomendó. —Intenta no dejar que se enfríe del todo. Está bueno.
Ya había comido su parte, aunque la verdad no había comido todo lo que Daena le había dejado para dejar una porción más grande para Aegon.
Lanzó una mirada a su alrededor, y decidió cambiar la ropa de cama por la que estaba en el armario. Sabía que era para que Aegon tuviera sábanas limpias para los clientes del día siguiente, pero no quería que pasara la noche en las sábanas manchadas por los clientes del día.
—Déjame cambiarte esto, estarás más cómodo —le pidió, tirando de las sábanas antes de esperar permiso. —Y deja de decir que Daena es mi novia. Alguien te va a oír y se lo va a creer. Solo es buena gente y está intentando ayudarnos. Creo que le caigo bien.
La verdad era que sí le había insinuado un par de veces cómo podía pagarle sus favores, cosa que lo hacía sentir incómodo, pero no se sentía nada bien quejarse de algo así a la par de lo que Aegon estaba pasando. Si tenía que besar a una chica del burdel un par de veces a cambio de comida para ambos, lo haría.
Pero de ahí a que fuera su novia había mucho trecho. Jace no tenía interés en ninguna chica de aquel lugar.
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Con Jace
Aegon se estremeció cuando sintió las manos de Jacaerys en su rostro. Abrió mucho los ojos, tratando de enfocar la vista sólo en él, en lugar de aquella habitación que había empezado a odiar con todas sus fuerzas. Jacaerys le pasó una toalla húmeda por la frente y, por un instante, ese roce fresco lo hizo sentirse un poco mejor. Quiso regalarle una sonrisa, pero todavía se sentía demasiado adormecido, como si su cuerpo fuera a una velocidad mucho más lenta que su cabeza.
Volvió la vista hacia la bandeja de comida y quiso discutirle a Jacaerys, pero éste era demasiado insistente. A él le parecía que allí había comida suficiente para dos personas y frunció el ceño, mientras tomaba el cuenco del caldo entre ambas manos. Estaba tibio y, considerando todo lo que había comido desde fue secuestrado en Desembarco del Rey, olía demasiado bien. Aegon empinó los brazos y bebió directamente del cuenco, mientras pensaba qué diría su madre si lo viera. Todos los modales que había aprendido desde su nacimiento se habían evaporado en cuestión de semanas.
—Tienes razón, Jace. Sí que sabe bien, tu novia tiene buena mano en la cocina… —arrugó la nariz al mencionar a Daena, justo al tiempo en que Jacaerys le quitaba las sábanas viejas. Aegon suspiró y se cruzó de piernas, sintiendo sudor en los muslos, a pesar de estar completamente desnudo seguía sintiendo mucho calor. Sentía que se asfixiaba con la poca ventilación de esa habitación—. Deja esas sábanas ahí, Jace, las limpias se van a echar a perder igual. Deja eso y ven aquí.
Quiso decirle que le pasara su ropa, pero Aegon había olvidado dónde estaba. Se movió lo suficiente para dejarle espacio a Jacaerys para que se recostara también en la cama. No sabía qué hora era, quizás su sobrino estaría igual de cansado que él, pero estos momentos eran los únicos en que podían hablar a solas, tenía que sacar algo de ventaja. Incluso si era para meterse con él gracias a Daena.
—Dale las gracias a Daena de mi parte… —dijo, aunque su voz sonaba todo menos agradecida. Aegon sabía que no podía culpar a Jacaerys por encontrar una chica que le gustara, y menos si sacaba ventaja de ella, pero había algo que le causaba resquemor en el pecho al pensar en ello—. Hoy pregunté por ti, creo que era mediodía. Pero me dijeron que te habían mandado al mercado. ¿Eso es cierto?
Aegon recordó ese detalle de pronto, pues sí que se sorprendió cuando escuchó semejante respuesta. No estaba seguro si la dueña del prostíbulo lo estaba haciendo para tantear la confianza de Jacaerys, para comprobar si volvería. Aegon se estremeció al pensarlo, porque Jacaerys tenía toda la posibilidad de escapar por su cuenta si era lo bastante hábil. Pero su sobrino no sería capaz de dejarlo a su suerte. Se repetía eso constantemente, que estaban juntos en esto, pero llevaba tantos días allí sin ver la luz del sol, que ya no sabía bien qué pensar.
Volvió la vista hacia la bandeja de comida y quiso discutirle a Jacaerys, pero éste era demasiado insistente. A él le parecía que allí había comida suficiente para dos personas y frunció el ceño, mientras tomaba el cuenco del caldo entre ambas manos. Estaba tibio y, considerando todo lo que había comido desde fue secuestrado en Desembarco del Rey, olía demasiado bien. Aegon empinó los brazos y bebió directamente del cuenco, mientras pensaba qué diría su madre si lo viera. Todos los modales que había aprendido desde su nacimiento se habían evaporado en cuestión de semanas.
—Tienes razón, Jace. Sí que sabe bien, tu novia tiene buena mano en la cocina… —arrugó la nariz al mencionar a Daena, justo al tiempo en que Jacaerys le quitaba las sábanas viejas. Aegon suspiró y se cruzó de piernas, sintiendo sudor en los muslos, a pesar de estar completamente desnudo seguía sintiendo mucho calor. Sentía que se asfixiaba con la poca ventilación de esa habitación—. Deja esas sábanas ahí, Jace, las limpias se van a echar a perder igual. Deja eso y ven aquí.
Quiso decirle que le pasara su ropa, pero Aegon había olvidado dónde estaba. Se movió lo suficiente para dejarle espacio a Jacaerys para que se recostara también en la cama. No sabía qué hora era, quizás su sobrino estaría igual de cansado que él, pero estos momentos eran los únicos en que podían hablar a solas, tenía que sacar algo de ventaja. Incluso si era para meterse con él gracias a Daena.
—Dale las gracias a Daena de mi parte… —dijo, aunque su voz sonaba todo menos agradecida. Aegon sabía que no podía culpar a Jacaerys por encontrar una chica que le gustara, y menos si sacaba ventaja de ella, pero había algo que le causaba resquemor en el pecho al pensar en ello—. Hoy pregunté por ti, creo que era mediodía. Pero me dijeron que te habían mandado al mercado. ¿Eso es cierto?
Aegon recordó ese detalle de pronto, pues sí que se sorprendió cuando escuchó semejante respuesta. No estaba seguro si la dueña del prostíbulo lo estaba haciendo para tantear la confianza de Jacaerys, para comprobar si volvería. Aegon se estremeció al pensarlo, porque Jacaerys tenía toda la posibilidad de escapar por su cuenta si era lo bastante hábil. Pero su sobrino no sería capaz de dejarlo a su suerte. Se repetía eso constantemente, que estaban juntos en esto, pero llevaba tantos días allí sin ver la luz del sol, que ya no sabía bien qué pensar.
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Con Aegon
Le irritaba un poco que Aegon se pusiera resistente a sus cuidados. Todo el día y noche era sometido a vejaciones tras haberse puesto en esa posición por ellos dos. Lo menos que podía hacer era ayudarlo a asearse y sentirse mejor después. Le hizo caso y dejó lo de las sábanas para después. Pero realmente parecía acalorado, habría deseado tener algo más que ofrecerle para refrescarse.
Le hizo caso y se tendió junto a él en la cama. Debía estar exhausto.
—A veces parece que te molesta Daena, cuando es una suerte para nosotros, nos cuida más de lo que la dejan —le recordó. —Y lo digo en serio: deja de decirle mi novia. No tengo intención de darle esperanzas.
Al menos no más de la cuenta. Se sentía algo culpable porque sabía que estaba dejando que la chica lo ayudara cuando no pensaba darle nada a cambio, pero, ¿de qué otra forma podía ayudar a Aegon?
La pregunta sobre el mercado le llamó la atención. No sabía que hablaba con los otros sobre él durante el día.
—Sí, me mandaron con otra de las criadas —respondió, aunque no era un buen recuerdo. —Es un lugar bastante caótico, no me agrada mucho la mezcla de olores que hay ahí, y hay mucho pillo, hay que andar con cuidado para que no te estafen. No es precisamente mi lugar favorito.
Torció el gesto, disgustado con el recuerdo. Nunca antes había estado en un lugar así. Nunca había tenido que ir de compras de ese tipo, con tiendas con pescado, carnes, animales de granja...
Los últimos días Jace no había parado de pensar que en los palacios se estaba demasiado protegido del mundo exterior. Para pensar en ser un rey le faltaba conocer mucho.
Luego se daba cuenta de lo ridículo que era pensar en ello. Un rey. El chico que le tocaba lavar y botar excrementos. Tenía que se práctico y pensar en el presente. De hecho había estado pensando en un plan, pero no sabía si Aegon estaba en condiciones de escucharlo.
Se giró sobre su costado para examinar la expresión de Aegon, y volvió a apartarle el cabello sudado de la cara.
—¿Te sientes mejor? ¿Necesitas algo?
Tal vez si esa noche no estaba tan ido podría comentarle las cosas que había pensado.
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Con Jace
Aegon sintió como un triunfo cuando vio que Jacaerys le hacía caso y se recostaba en la cama. Ahora que estaba un poco más cerca, lo examinó con detenimiento. Vio que tenía las manos resecas, muy maltratadas y, equilibrando el cuenco de caldo con una mano, extendió la otra para tocarlo. Aegon le acarició la palma con la punta de los dedos, olvidándose por un instante que estaban hablando de la estúpida de Daena. Ni siquiera era bonita, quiso decirle a Jacaerys, pero se mordió la lengua para no decir una estupidez.
—Querrás decir que te cuida a ti… —carraspeó y soltó la mano de Jacaerys de pronto, volviendo a sostener el cuenco con ambas manos, para beberse el caldo hasta la última gota. Frunció el ceño y, antes de que Jacaerys pudiera reprocharle algo más, dejó el cuenco vacío para tomar un trozo de queso y llevarlo a los labios de su sobrino. Lo conocía bien, imaginaba que en ese plato había una porción así de grande porque él no había comido lo suficiente—. Está bien, come. No hablemos más de Daena, no quiero que pienses que soy un malagradecido.
Aegon partió el pan en dos y dejó una mitad sobre la bandeja, haciéndole un gesto a Jacaerys para que no se le ocurriera despreciarlo. Estiró las piernas para acomodarse mejor sobre el colchón. Lo escuchó con atención cuando habló del mercado y no pudo evitar reírse al decir que no era su lugar favorito. Era en ese maldito mercado que se habían metido en todo este lío, pero no quiso decírselo porque ya no tenía caso.
Soltó un respingo cuando Jacaerys lo tocó de pronto, tan sólo le tocó el cabello, pero lo pilló desprevenido. Se giró hacia él, escuchando despacio sus palabras. Aegon sentía el cuerpo adolorido, le escocían partes de la piel que deseaba ignorar que existían. Quiso decirle que sí, pero había algo muy sentido en los ojos de Jacaerys que lo hizo sentir doblemente miserable. Se humedeció los labios resecos y ladeó el rostro, como una negación mal contenida.
—Estoy aguantando. Podría ser peor. Podríamos… la vieja nos hubiera podido vender, ¿sabes? Nos hubieran separado… —comentó exhausto, cubriéndose por un instante el rostro con las manos. Cuando volvió la vista hacia su sobrino, éste seguía mirándolo con la misma expresión—. ¿Te quedas a dormir conmigo de nuevo? ¿Por favor?
Aegon apenas reconoció su propia voz cuando terminó la pregunta. No pudo mirar a Jacaerys a la cara, pero se estiró desnudo sobre la cama, empujando la bandeja en dirección a él. Le hizo un gesto para que se terminara lo que había allí. Aunque el caldo sí que estuvo delicioso, todavía sentía el estómago revuelto.
—Querrás decir que te cuida a ti… —carraspeó y soltó la mano de Jacaerys de pronto, volviendo a sostener el cuenco con ambas manos, para beberse el caldo hasta la última gota. Frunció el ceño y, antes de que Jacaerys pudiera reprocharle algo más, dejó el cuenco vacío para tomar un trozo de queso y llevarlo a los labios de su sobrino. Lo conocía bien, imaginaba que en ese plato había una porción así de grande porque él no había comido lo suficiente—. Está bien, come. No hablemos más de Daena, no quiero que pienses que soy un malagradecido.
Aegon partió el pan en dos y dejó una mitad sobre la bandeja, haciéndole un gesto a Jacaerys para que no se le ocurriera despreciarlo. Estiró las piernas para acomodarse mejor sobre el colchón. Lo escuchó con atención cuando habló del mercado y no pudo evitar reírse al decir que no era su lugar favorito. Era en ese maldito mercado que se habían metido en todo este lío, pero no quiso decírselo porque ya no tenía caso.
Soltó un respingo cuando Jacaerys lo tocó de pronto, tan sólo le tocó el cabello, pero lo pilló desprevenido. Se giró hacia él, escuchando despacio sus palabras. Aegon sentía el cuerpo adolorido, le escocían partes de la piel que deseaba ignorar que existían. Quiso decirle que sí, pero había algo muy sentido en los ojos de Jacaerys que lo hizo sentir doblemente miserable. Se humedeció los labios resecos y ladeó el rostro, como una negación mal contenida.
—Estoy aguantando. Podría ser peor. Podríamos… la vieja nos hubiera podido vender, ¿sabes? Nos hubieran separado… —comentó exhausto, cubriéndose por un instante el rostro con las manos. Cuando volvió la vista hacia su sobrino, éste seguía mirándolo con la misma expresión—. ¿Te quedas a dormir conmigo de nuevo? ¿Por favor?
Aegon apenas reconoció su propia voz cuando terminó la pregunta. No pudo mirar a Jacaerys a la cara, pero se estiró desnudo sobre la cama, empujando la bandeja en dirección a él. Le hizo un gesto para que se terminara lo que había allí. Aunque el caldo sí que estuvo delicioso, todavía sentía el estómago revuelto.
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Con Aegon
Cuando Aegon le acarició la mano maltratada por el trabajo de limpieza a la que estaba condenado ahora sintió un estremecimiento incómodo. ¿Cómo podía él sentir verguenza por sus manos dañadas a la par de lo que el cuerpo de Aegon estaba aguantando? Limpiaría mil retretes si con eso lograba sacarlo eventualmente de allí.
Por un momento tuvo el impulso de seguir su defensa de Daena, pero mejor guardó silencio. Realmente parecía molestarle la chica, aunque no terminaba de entender por qué, considerando lo mucho que les estaba ayudando.
Se removió incómodo cuando lo escuchó hablar sobre que la vieja pudo venderlos. Cada cierto tiempo lo repetía. Jace se preguntaba si era lo que se decía a sí mismo una y otra vez para soportar el día a día. Aunque le alegraba que no los hubieran separado, no podía soportar que Aegon estuviera pasando por este infierno por ellos.
—Claro que me quedo a dormir —le aseguró. —Me quedaré hasta que me saquen a la fuerza mañana. Como todos los días.
De hecho, Jace apenas tocaba el rincón que le habían asignado, tan solo tenía ahí sus pocas pertenencias que consistían en una mudada de ropa para cambiarse.
Esperó a que Aegon se terminara el cuenco de caldo, mientras diligentemente comió un poco él mismo.
Miró de reojo a Aegon, preguntándose si era un buen momento.
—He estado pensando —se atrevió a decir, tanteando el terreno. —No podemos quedarnos aquí por siempre. Ahora que vamos conociendo mejor la dinámica de la casa... deberíamos pensar algo para irnos. Solo tenemos que sacarte de este cuarto.
Jace tenía claro que para eso necesitaba una cosa: una espada. No por nada era de los mejores espadachines del reino de Poniente, si se hacía con una espada podría sacarlos a ambos de ahí.
—¿Qué tan difícil crees que sea quedarse con la espada de alguno de tus clientes?
Era lo más directo, pero era muy riesgoso.
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Con Jace
Aegon no supo cómo describir el alivio que sintió cuando Jacaerys le dijo que, efectivamente, se quedaría a dormir. Sabía que era una tontería, porque desde que llegaron al acuerdo con la vieja esa, su sobrino hacía todo lo posible por ir a visitarlo todas las noches y eso casi siempre se traducía a que los dos se quedaban dormidos. Para Aegon, lo más terrible de todas las mañanas, era cuando una de las chicas llegaba a despertarlo y se llevaba de malos modos a Jacaerys. Cuando se quedaba a solas, esperando que algún tipo asqueroso cruzara la puerta, era cuando más angustiado se sentía.
Por un instante, estuvo a punto de decírselo. Quizás era porque todavía se sentía borracho, pero por fortuna se detuvo a tiempo. Tan sólo se limitó a recostarse un poco mejor en la cama y buscó la frazada que había envuelto lo suficiente para hacer de veces de almohada. Ahogó un suspiro y se giró en dirección a Jacaerys, tratando de tirar de él para acomodarlos a ambos mejor sobre el colchón.
Aegon estaba tan ocupado acomodando la improvisada almohada sobre el colchón, que las palabras de Jacaerys tardaron en llegar a sus oídos. Parpadeó varias veces y lo miró, confuso, como si no supiera bien de qué estaba hablando. A veces le sucedía aquello, se sentía tan exhausto que le resultaba difícil recordar las conversaciones con Jacaerys el día siguiente. Pero ahora hizo un esfuerzo, el tono de Jacaerys era urgente y estaba hablando de salir de allí.
Salir. Aegon lo sostuvo de la muñeca, acordándose de pronto de algo.
—Hoy uno de los clientes quiso regalarme algo. Decía que tenía piedras preciosas de las ciudades libres, pero no eran más que barajitas y además de pésimo gusto… —comentó con el ceño fruncido, mirando de reojo a Jacaerys—. Pero pensé que… tal vez haya alguno que sí tenga algo de valor. Si escapamos vamos a necesitar algo de dinero, porque está visto que esta mujer se quedará con todas las ganancias que pueda —Aegon iba a agregar algo más, pero tuvo la impresión de que Jacaerys palidecía. Seguía siendo un niño impresionable, que no le gustaba tocar esos temas, pero luego de tantos días en este maldito hueco, él ya estaba curado de espantos—. Nunca los he visto con armas aquí dentro. Estoy casi seguro. Así que… no sé si armas, pero quizás sí podría robar algo de valor que nos sirva para vender luego.
Aegon se humedeció los labios y volvió a mirarlo dubitativo, sin saber si esa era la respuesta que él estaba esperando. Extendió una mano y le tomó la mejilla, que se sentía cálida al tacto, pero también algo pegajosa, porque todo este maldito cuarto era humedad.
—No sé si lo que digo tiene algo de sentido, de verdad creo que ese licor tenía algo, perdón —Aegon no recordaba cuándo era la última vez que le había pedido perdón a nadie, mucho menos a Jacaerys o a cualquiera de la familia de Rhaenyra.
Por un instante, estuvo a punto de decírselo. Quizás era porque todavía se sentía borracho, pero por fortuna se detuvo a tiempo. Tan sólo se limitó a recostarse un poco mejor en la cama y buscó la frazada que había envuelto lo suficiente para hacer de veces de almohada. Ahogó un suspiro y se giró en dirección a Jacaerys, tratando de tirar de él para acomodarlos a ambos mejor sobre el colchón.
Aegon estaba tan ocupado acomodando la improvisada almohada sobre el colchón, que las palabras de Jacaerys tardaron en llegar a sus oídos. Parpadeó varias veces y lo miró, confuso, como si no supiera bien de qué estaba hablando. A veces le sucedía aquello, se sentía tan exhausto que le resultaba difícil recordar las conversaciones con Jacaerys el día siguiente. Pero ahora hizo un esfuerzo, el tono de Jacaerys era urgente y estaba hablando de salir de allí.
Salir. Aegon lo sostuvo de la muñeca, acordándose de pronto de algo.
—Hoy uno de los clientes quiso regalarme algo. Decía que tenía piedras preciosas de las ciudades libres, pero no eran más que barajitas y además de pésimo gusto… —comentó con el ceño fruncido, mirando de reojo a Jacaerys—. Pero pensé que… tal vez haya alguno que sí tenga algo de valor. Si escapamos vamos a necesitar algo de dinero, porque está visto que esta mujer se quedará con todas las ganancias que pueda —Aegon iba a agregar algo más, pero tuvo la impresión de que Jacaerys palidecía. Seguía siendo un niño impresionable, que no le gustaba tocar esos temas, pero luego de tantos días en este maldito hueco, él ya estaba curado de espantos—. Nunca los he visto con armas aquí dentro. Estoy casi seguro. Así que… no sé si armas, pero quizás sí podría robar algo de valor que nos sirva para vender luego.
Aegon se humedeció los labios y volvió a mirarlo dubitativo, sin saber si esa era la respuesta que él estaba esperando. Extendió una mano y le tomó la mejilla, que se sentía cálida al tacto, pero también algo pegajosa, porque todo este maldito cuarto era humedad.
—No sé si lo que digo tiene algo de sentido, de verdad creo que ese licor tenía algo, perdón —Aegon no recordaba cuándo era la última vez que le había pedido perdón a nadie, mucho menos a Jacaerys o a cualquiera de la familia de Rhaenyra.
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Con Aegon
Jace puso de su parte para acomodarlos a ambos de mejor forma en el colchón, como parecía ser el deseo de Aegon. Lo dejó cubrirlo con la sábana aunque hacía mucho calor para estar cubierto. Lo escuchó con atención, aunque todavía lo impresionaba escucharlo hablar de los clientes. Así que estaba pensando que podría obtener cosas de ellos.
Por lo que había visto había clientes que repetían. Tal vez podría sacarles algunas cosas, pero no dejaba de pensar que aquello era indigno de un príncipe.
Y no solucionaba lo de las armas. Jace necesitaba una espada. Con eso podría sacarlo de ahí, estaba seguro.
—Sí, te entiendo —le replicó, porque sí estaba captando su idea. —No te preocupes, intentaré resolver yo lo del arma. Con una espada en la mano puedo sacarnos de este lugar.
Era un buen espadachín, su madre se había asegurado de darle la mejor preparación posible.
—Te voy a sacar de aquí, y lo que podamos llevar con nosotros para no volver a estar a la merced de otros será lo mejor. Pero no quiero que te expongas más de la cuenta con esos clientes.
Sabía que Aegon no le haría caso. Se portaba siempre como si Jace no entendiera lo que estaba haciendo por ellos, cuando lo entendía perfectamente, se estaba sacrificando por los dos.
La mano de Aegon en su rostro era pegajosa. Levantó el brazo para tomarla entre su propia mano y estrecharla con fuerza. Esperaba que le creyera, que entendiera que él de verdad iba a sacarlos de ahí. Solo necesitaba que Aegon confiara en él.
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Aegon frunció ligeramente el ceño cuando Jacaerys los arropó a ambos con una sábana. Iban a sofocarse ahí dentro, pero se sentía exhausto y no quería discutir. Jacaerys estaba empecinado en su asunto de robar una espada, pero Aegon estaba seguro de no haber visto a ningún cliente con nada parecido a un arma. Quizás hubiera cuchillos en las cocinas, pero seguro que no tendrían nada que ver con las espaldas que él o Jacaerys sabían usar con destreza. Aunque en este momento, Aegon no estaba seguro de qué podría hacer si le daban una espada. Tenía la sensación de que había olvidado muchas cosas que había aprendido con destreza.
—¿Vas a rescatarme con una espada, Jace? Parece que todavía uno de los dos recuerda cómo se supone que es un príncipe —comentó, acomodándose mejor. Le dio la espalda a Jacaerys, pero se acurrucó contra él, tomando sus brazos y envolviéndolos alrededor de su cintura. No estaba seguro si Jacaerys quería dormir en esa posición, pero tampoco encontró resistencia, así que se quedó así por un instante, en silencio.
Se humedeció los labios, un gesto reflejo para quitarse la picazón que tenía en su garganta. Bajó las manos, buscando las de Jacaerys, que estaban todavía donde las había dejado, rodeando su propio cuerpo. Aegon tocó con suavidad las muñecas de Jacaerys y se aferró allí con firmeza, sellando el abrazo como un intento desesperado por sentirse seguro. Desde que esa mujer lo dejó aquí encerrado, Aegon no había abierto la boca para quejarse ni una sola vez. No estaba seguro por qué tomó esa decisión cuando su naturaleza era ser quejoso e inconforme. Quizás era porque estaba más asustado que incómodo y no quería contagiar a Jacaerys más de la cuenta.
—Jace… —lo llamó, con voz queda, como si alguien pudiera escucharlos aunque estaban en un rincón apartado y con la puerta cerrada—. ¿Recuerdas esa vez cuando te colaste en mi habitación porque te habías raspado mucho las rodillas, pero no querías decirle a nadie para que no se burlaran de ti?
Por lo general, Aegon no pensaba demasiado en esa época de su vida en que trataba a Jacaerys y a su hermano como familia. En que ambos intercambiaban miradas cómplices e incluso se reían a costa del estúpido de Aemond. Pero últimamente tenía demasiado tiempo a solas y eso lo hacía pensar en cosas que ya creía olvidadas.
—¿Vas a rescatarme con una espada, Jace? Parece que todavía uno de los dos recuerda cómo se supone que es un príncipe —comentó, acomodándose mejor. Le dio la espalda a Jacaerys, pero se acurrucó contra él, tomando sus brazos y envolviéndolos alrededor de su cintura. No estaba seguro si Jacaerys quería dormir en esa posición, pero tampoco encontró resistencia, así que se quedó así por un instante, en silencio.
Se humedeció los labios, un gesto reflejo para quitarse la picazón que tenía en su garganta. Bajó las manos, buscando las de Jacaerys, que estaban todavía donde las había dejado, rodeando su propio cuerpo. Aegon tocó con suavidad las muñecas de Jacaerys y se aferró allí con firmeza, sellando el abrazo como un intento desesperado por sentirse seguro. Desde que esa mujer lo dejó aquí encerrado, Aegon no había abierto la boca para quejarse ni una sola vez. No estaba seguro por qué tomó esa decisión cuando su naturaleza era ser quejoso e inconforme. Quizás era porque estaba más asustado que incómodo y no quería contagiar a Jacaerys más de la cuenta.
—Jace… —lo llamó, con voz queda, como si alguien pudiera escucharlos aunque estaban en un rincón apartado y con la puerta cerrada—. ¿Recuerdas esa vez cuando te colaste en mi habitación porque te habías raspado mucho las rodillas, pero no querías decirle a nadie para que no se burlaran de ti?
Por lo general, Aegon no pensaba demasiado en esa época de su vida en que trataba a Jacaerys y a su hermano como familia. En que ambos intercambiaban miradas cómplices e incluso se reían a costa del estúpido de Aemond. Pero últimamente tenía demasiado tiempo a solas y eso lo hacía pensar en cosas que ya creía olvidadas.
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Había algo tan vulnerable en la forma en que Aegon lo había hecho abrazarlo, así desnudo como estaba, mientras pegaba su espalda contra él... Lo estrechó con fuerza contra sí cuando lo tomó por las muñecas. Quería que sintiera que él estaba ahí, aunque todavía no supiera de dónde sacar el arma para liberarlo.
—Te prometo que me haré con una espada y te sacaré de aquí —reafirmó. —No tiene que ver con ser un príncipe, es solo que no soporto verte así. No te lo mereces.
No podía mover las manos porque Aegon se las tenía sujetas, pero se acomodó lo mejor que pudo para poder hablarle a Aegon al oído y no la nuca.
La pregunta que le hizo entonces no se la espraba. Sí, sí recordaba esa noche.
—Eras mi primo favorito. Siempre tenías idea de qué hacer para meternos con Lucerys o con Aemond, o para cubrirme. Realmente odié perder todo eso.
De niños habían tenido mucho relación, antes de que sus hermanos se convirtieran en enemigos.
Aegon y él se habían entendido muy bien en esa época. Siempre sabían cómo reírse de sus hermanos. Habían entrenado juntos. Habían comido juntos. Habían descubierto Desembarco del rey juntos. Habían recibido juntos el entrenamiento para tratar a sus dragones.
—Me curaste las rodillas, aunque la verdad no sé si sabías lo que hacías.
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