Otra vez una revisión de los libros de adivinación en la biblioteca.

No era molesto de por sí, pero las imágenes que la esfera me había mostrado la mañana del día anterior me habían dejado demasiado preocupada como para pensar en algo más. Había vuelto a preguntar por mi madre, y la esfera se llenó de fuego, literalmente, más que las veces anteriores. Ese presagio podía significar muchísimas cosas, pero la que yo intuía, dada nuestra relación actual, no era la que yo esperaba. Y aún seguía sin saber cómo dar vuelta las tornas.

Terminé mi té de hierbas y cardamomo sin azúcar, dejando que el aroma inundara mi cuarto y mi alma, y me dispuse a salir. Aplasté mi vestido blanco suavemente con mis dedos, me puse de pie y con paso suave y delicado salí de mi habitación directamente al recinto. Mientras caminaba por los oscuros pasillos del castillo, recordé lo poco que disfrutaba salir a esa hora. Me faltaba luz. Neith me había acostumbrado a eso antes de volverse ella luz, y seguro se reiría si me viera donde me había ido a trabajar.

Pero al entrar a la biblioteca sentí un resoplido. No uno de un animal, claro, ni de una bestia. Era el resoplido de un ser humano molesto, dolido, enojado. Fue suave, y si no fuera porque no había nadie que estuviese haciendo ruido, posiblemente no lo hubiese escuchado jamás. No me detuve a buscar el origen del mismo, pero mis pasos inevitablemente me llevaron a él: Olive Byron estaba sentada detrás del taburete de la recepción, y a juzgar por su rostro, estaba muy cansada.

- Señorita Byron - le dije, acercándome lo menos bruscamente posible - ¿se encuentra usted bien?