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Juno
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Where the dead man called out for his love to flee?
INSPIRED
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The Hunger Games
Aaron Mason se convirtió en el primer vencedor del Distrito Siete al ser el último en quedar en pie durante los 40° Juegos del Hambre. Ganar los juegos también lo convirtió en Mentor, en un producto empacado y hecho a medida de las masas del Capitolio, que estaban encantados con él por ser el primer vencedor de su distrito. Aaron tenía sólo dieciséis años recién cumplidos y desconocía de antemano las reglas del Capitolio y todo lo que involucraba ser realmente un vencedor, pero le quedó bastante claro que estaba atrapado en una jaula de oro luego de la Gira de la Victoria.
En sus andares en el Capitolio, de ser solicitado en fiestas de personas cuyo nombre y rango casi siempre ignoraba, conoció a Flavius. La extraña combinación entre lo que estaba prohibido con una insaciable curiosidad, convirtió su relación en una danza de complicidad que sólo sonaba cuando estaban juntos.
Aaron ganó experiencia como mentor al mismo tiempo que Flavius se adentraba en el mundo de las apuestas y pujas por los tributos durante los juegos. Ninguno de sus allegados confiaba en apostar por el Distrito Siete, porque era una pérdida de dinero segura, pero el año que Flavius decidió apostar en contra de las posibilidades, consiguió que uno de los tributos de Aaron quedara entre los cinco últimos sobrevivientes. Al año siguiente, sin ninguna estrategia particular ni mucho menos un plan maestro, Flavius patrocinó al tributo ganador de esa edición, Karl, procedente del Distrito Siete.
Después de una vibrante Gira de la Victoria, Karl fue solicitado para una infinita lista de fiestas en el Capitolio. Debía estar de regreso en el Distrito Siete para las próximas Cosechas, pero nunca regresó a casa. La noticia de su fallecimiento en un trágico accidente de tránsito en el Capitolio llegó a todo Panem y durante tres días pasaron noticieros sobre su vida y reproducciones de sus momentos de gloria en los Juegos del Hambre. Pero con la próxima Cosecha, no se volvió a mencionar su nombre y su legado quedó enterrado en los bosques del Distrito Siete, sin que nadie le diera más importancia.
Nadie, por supuesto, excepto Aaron, quien aceptó con impotencia la pérdida de un chico que había estado a su cargo y por quien había hecho lo imposible porque sobreviviera. Para Aaron estuvo siempre claro que no se trató de un accidente y culpó al Capitolio de su desgracia, pero también a Flavius, a quien no volvió a dirigirle la palabra, ni tampoco acudió a ninguno de sus innumerables llamados a lo largo de los años. La última vez que cruzaron miradas fue en una fiesta de la que Aaron se fue temprano, sin que le importaran las consecuencias de ello.
Ahora, durante la 71° edición de los Juegos del Hambre, Aaron vio cumplir una de sus peores pesadillas al ver cómo su única sobrina, hija de su fallecido hermano, fue cosechada como tributo. Para salvar a Johanna, Aaron estará dispuesto a cualquier cosa, incluso si eso significaba hacer un trato con la única persona a quien preferiría no volver a ver en su vida.
En sus andares en el Capitolio, de ser solicitado en fiestas de personas cuyo nombre y rango casi siempre ignoraba, conoció a Flavius. La extraña combinación entre lo que estaba prohibido con una insaciable curiosidad, convirtió su relación en una danza de complicidad que sólo sonaba cuando estaban juntos.
Aaron ganó experiencia como mentor al mismo tiempo que Flavius se adentraba en el mundo de las apuestas y pujas por los tributos durante los juegos. Ninguno de sus allegados confiaba en apostar por el Distrito Siete, porque era una pérdida de dinero segura, pero el año que Flavius decidió apostar en contra de las posibilidades, consiguió que uno de los tributos de Aaron quedara entre los cinco últimos sobrevivientes. Al año siguiente, sin ninguna estrategia particular ni mucho menos un plan maestro, Flavius patrocinó al tributo ganador de esa edición, Karl, procedente del Distrito Siete.
Después de una vibrante Gira de la Victoria, Karl fue solicitado para una infinita lista de fiestas en el Capitolio. Debía estar de regreso en el Distrito Siete para las próximas Cosechas, pero nunca regresó a casa. La noticia de su fallecimiento en un trágico accidente de tránsito en el Capitolio llegó a todo Panem y durante tres días pasaron noticieros sobre su vida y reproducciones de sus momentos de gloria en los Juegos del Hambre. Pero con la próxima Cosecha, no se volvió a mencionar su nombre y su legado quedó enterrado en los bosques del Distrito Siete, sin que nadie le diera más importancia.
Nadie, por supuesto, excepto Aaron, quien aceptó con impotencia la pérdida de un chico que había estado a su cargo y por quien había hecho lo imposible porque sobreviviera. Para Aaron estuvo siempre claro que no se trató de un accidente y culpó al Capitolio de su desgracia, pero también a Flavius, a quien no volvió a dirigirle la palabra, ni tampoco acudió a ninguno de sus innumerables llamados a lo largo de los años. La última vez que cruzaron miradas fue en una fiesta de la que Aaron se fue temprano, sin que le importaran las consecuencias de ello.
Ahora, durante la 71° edición de los Juegos del Hambre, Aaron vio cumplir una de sus peores pesadillas al ver cómo su única sobrina, hija de su fallecido hermano, fue cosechada como tributo. Para salvar a Johanna, Aaron estará dispuesto a cualquier cosa, incluso si eso significaba hacer un trato con la única persona a quien preferiría no volver a ver en su vida.
× × × × × × × × × × × × × × × × × × × × × ×
C A P Í T U L O S
I. Our lives were never ours
II. Put on a show
III. A Long Time Ago {Flashback}
IV. Someone I Know {Flashback}
V. An Ache I still Remember
VI. Even Now
VII. We Usted to be Friends {Flashback}
VIII. It's Something I Said {Flashback}
I. Our lives were never ours
II. Put on a show
III. A Long Time Ago {Flashback}
IV. Someone I Know {Flashback}
V. An Ache I still Remember
VI. Even Now
VII. We Usted to be Friends {Flashback}
VIII. It's Something I Said {Flashback}
Aaron Mason
Mentor D7 — 47 años — Pedro Pascal — Minerva
Flavius Dovecote
Capitolio — 42 años — Oscar Isaac — Juno
∞
- Post de rol:
- Código:
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II. Put On A Show
El Desfile
20.15hrs
Flavius
En otras circunstancias, le habría dicho a Sirius directamente que no fuera tan mentiroso. Su hijo mayor no era olvidadizo, todo lo contrario, tenía una memoria privilegiada. Así que no se creyó ni por un instante eso de que no sabía el nombre de Aaron. Por supuesto que su hijo debía saberlo, así como las circunstancias que rodeaban a Aaron. Todos en Panem habían visto las Cosechas, varios comentaron precisamente la coincidencia de que la tributo del distrito fuera sobrina del único Mentor que tenían.
Flavius quería creer que fue una mera coincidencia. Hasta ahora, Aaron no había hecho nada para enfadar al presidente directamente. Él y Johanna habían tenido muy mala suerte, algo bastante común en Panem. En el fondo, todos eran piezas en el tablero del presidente Snow. Era por eso que Flavius trabajaba incansablemente para voltear ese maldito tablero. Quería un futuro mejor, así que tendría que empezar por ayudar a Aaron.
—¿Lo dice por su sobrina? —Sirius parpadeó, sin quitar la mirada de Aaron. Flavius estaba seguro de que, apenas se quedaran a solas, su hijo no pararía de hacerle preguntas. Él tan sólo estaba esperando poder responderlas todas, sin que eso generara en Sirius más curiosidad—. Recuerdo haber visto las cosechas. ¿Es por eso que los vas a patrocinar, papá?
Flavius, a pesar de que le mentía a Sirius todo el tiempo, cada vez que se marchaba a hablar con Plutarch, no le gustaba mentirle a su familia. Mucho menos a su hijo mayor, por quien tenía debilidad. No era sólo que Sirius se pareciera a él físicamente, sino podía reconocer en su primogénita sus propias aspiraciones. Plutarch le había dicho que, llegado el momento, Sirius estaría encantado de ayudar en sus planes. Hasta ahora, Flavius se había negado, deseoso de protegerlo.
Por un instante, quiso decirle la verdad. Que él y Aaron se conocían desde hacía muchísimo tiempo. Pero no podía hacer eso, era herirse a sí mismo de manera voluntaria. Flavius no podía hacerse eso.
—Me gustan las familias que permanecen unidas, así que no pude negarme… —comentó Flavius, con una frase que era una verdad a medias. Cuando revolvió con cariño los cabellos de Sirius, este frunció la nariz, como siempre hacía que alguien tenía para con él muestras de afecto en público.
—Papá es muy sentimental… —dijo Sirius de pronto, a Flavius sólo le tomó un instante darse cuenta de que no estaba hablando con él—. Sólo por eso perdonaré que se robe a papá todas estas semanas, señor Mason.
Flavius quería creer que fue una mera coincidencia. Hasta ahora, Aaron no había hecho nada para enfadar al presidente directamente. Él y Johanna habían tenido muy mala suerte, algo bastante común en Panem. En el fondo, todos eran piezas en el tablero del presidente Snow. Era por eso que Flavius trabajaba incansablemente para voltear ese maldito tablero. Quería un futuro mejor, así que tendría que empezar por ayudar a Aaron.
—¿Lo dice por su sobrina? —Sirius parpadeó, sin quitar la mirada de Aaron. Flavius estaba seguro de que, apenas se quedaran a solas, su hijo no pararía de hacerle preguntas. Él tan sólo estaba esperando poder responderlas todas, sin que eso generara en Sirius más curiosidad—. Recuerdo haber visto las cosechas. ¿Es por eso que los vas a patrocinar, papá?
Flavius, a pesar de que le mentía a Sirius todo el tiempo, cada vez que se marchaba a hablar con Plutarch, no le gustaba mentirle a su familia. Mucho menos a su hijo mayor, por quien tenía debilidad. No era sólo que Sirius se pareciera a él físicamente, sino podía reconocer en su primogénita sus propias aspiraciones. Plutarch le había dicho que, llegado el momento, Sirius estaría encantado de ayudar en sus planes. Hasta ahora, Flavius se había negado, deseoso de protegerlo.
Por un instante, quiso decirle la verdad. Que él y Aaron se conocían desde hacía muchísimo tiempo. Pero no podía hacer eso, era herirse a sí mismo de manera voluntaria. Flavius no podía hacerse eso.
—Me gustan las familias que permanecen unidas, así que no pude negarme… —comentó Flavius, con una frase que era una verdad a medias. Cuando revolvió con cariño los cabellos de Sirius, este frunció la nariz, como siempre hacía que alguien tenía para con él muestras de afecto en público.
—Papá es muy sentimental… —dijo Sirius de pronto, a Flavius sólo le tomó un instante darse cuenta de que no estaba hablando con él—. Sólo por eso perdonaré que se robe a papá todas estas semanas, señor Mason.
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II. Put on a show
El desfile
19.15hrs
Aaron
Con el avance de la conversación, la situación no mejoraba. Aaron no estaba preparado para eso. Sirius le recordaba demasiado a Flavius joven, lo que le estaba generando más inquietud de la que esperaba. Nunca se había permitido pensar demasiado en cómo sería la vida de Flavius ahora. Sabía que tenía solo una estereotipada idea de la vida del Capitolio.
Era muy diferente conocer a un hijo suyo de carne y hueso. Una cosa era pensar hipotéticamente en la existencia de una familia, y otra era conocerla de esta forma. Y oírlo hablar de Johanna.
Al destino realmente le gustaba bromear con Aaron y él no le veía la gracia.
El comentario de Flavius de que le gustaban las familias que se mantenían unidas le escoció en la piel. ¿Era una advertencia para él? ¿No debía hacer nada para afectar su familia? Tal vez sí, tendría sentido. No sabía si la esposa de Flavius sabría sobre su relación adolescente con un tributo. Había personas que no se tomaban bien conocer las relaciones anteriores de sus parejas, sobre todo las de su mismo sexo. Además, probablemente tampoco querría que su hijo lo supiera.
Podía entenderlo. No tenía intenciones de decirle a Johanna el tipo de relación que había tenido con Flavius.
Iba a responder algo para dar a entender que había entendido la indirecta, cuando Sirius dijo eso de que le iba a perdonar que se robara a su papá. La sonrisa se le congeló en la cara.
—Prometo no ser un problema para tu padre—le dijo en tono de promesa, aunque en realidad no podía asegurarlo.
Confiaba más en que Flavius sabía lo que hacía y no le permitiría ser un problema.
—Solo soy un Vencedor un poco más motivado que la mayoría para sacar a una de sus tributos con vida de la arena —añadió—Tengo mucha suerte de que tu padre quiera ayudarme..
Lo decía muy en serio. Ahora más que nunca era consciente de que Flavius podría (y tal vez debía) haberle dicho que no cuando tan solo empezaba a plantear su colaboración.
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II. Put On A Show
El Desfile
20.15hrs
Flavius
Flavius no pudo evitar una oleada de compasión hacia Aaron cuando escuchó decirle a Sirius que no sería un problema para él. ¿Estaba leyendo entre líneas? ¿O acaso estaba tan sólo demasiado estresado y malinterpretando sus palabras? Era difícil saberlo, Flavius estaba cansado y además no estaban realmente solos, así que no podía estar seguro.
Estaba temiendo qué pasaría la próxima vez que estuvieran a solas. Flavius hasta ahora había hecho un gran esfuerzo por mostrarse profesional y muy formal en esta conversación. Estaba convencido de que no sería él mismo quien traería el pasado a la luz, pero, después de ver a Aaron esta noche, ya no estaba tan seguro. Lo mejor era mantenerse sobrio todas las veces que se vieran, no quería que un desliz lo traicionara.
Colocó una mano sobre el hombro de Sirius, provocando que su hijo lo mirara a los ojos. Flavius le sonrió, aunque en realidad apenas podía con la tensión que llevaba encima. Ni siquiera estaba seguro cómo iba a dormir esta noche, ni tampoco cómo iba a afrontar el día de mañana, pues tenía que empezar a trabajar en el patrocinio de Johanna.
—No creo que debamos hacerle perder más el tiempo a Aaron, Sirius —explicó con la voz más paternal que pudo encontrar. Usualmente, ese tono funcionaba cuando Sirius y Pollux estaban más pequeños, pero en los últimos años no era tan sencillo que sus hijos le hicieran caso sin rechistar. Plutarch le decía que era la edad, aunque su amigo no tenía hijos, así que sus frases de consuelo solían caer en saco roto. Flavius quería creer que tenía razón, que a pesar de todo había sido un buen padre—. Es mejor que nosotros volvamos a casa, él tiene que regresar con su sobrina.
Por suerte, esta noche Sirius parecía dispuesto a hacerle caso, porque asintió varias veces sin decirle ninguna réplica. Su hijo volvió a fijarse en Aaron y le regaló una sonrisa. Era un gesto cálido, pero Flavius conocía a Sirius lo suficiente para saber que lo iba a bombardear de preguntas apenas quedaran solos. Iba a ser una completa pesadilla, esperaba darle respuestas concretas que no despertaran el triple su curiosidad.
—Supongo que lo estaré viendo con frecuencia, Señor Mason. Papá no suele patrocinar, así que si aceptó hacerlo, estoy seguro que se lo tomará en serio. Él no sabe hacer cosas a medias, es muy necio… —Sirius arrugó la nariz y luego se fijó en él, Flavius se sintió señalado pero no podía replicar—. La gente dice que heredé eso de él.
En otras circunstancias, Flavius habría reído, porque era la verdad. Pero ahora, tan sólo quería desaparecer. No podía creer que Aaron y Sirius, las dos mitades de su vida, se hubieran conocido realmente.
Estaba temiendo qué pasaría la próxima vez que estuvieran a solas. Flavius hasta ahora había hecho un gran esfuerzo por mostrarse profesional y muy formal en esta conversación. Estaba convencido de que no sería él mismo quien traería el pasado a la luz, pero, después de ver a Aaron esta noche, ya no estaba tan seguro. Lo mejor era mantenerse sobrio todas las veces que se vieran, no quería que un desliz lo traicionara.
Colocó una mano sobre el hombro de Sirius, provocando que su hijo lo mirara a los ojos. Flavius le sonrió, aunque en realidad apenas podía con la tensión que llevaba encima. Ni siquiera estaba seguro cómo iba a dormir esta noche, ni tampoco cómo iba a afrontar el día de mañana, pues tenía que empezar a trabajar en el patrocinio de Johanna.
—No creo que debamos hacerle perder más el tiempo a Aaron, Sirius —explicó con la voz más paternal que pudo encontrar. Usualmente, ese tono funcionaba cuando Sirius y Pollux estaban más pequeños, pero en los últimos años no era tan sencillo que sus hijos le hicieran caso sin rechistar. Plutarch le decía que era la edad, aunque su amigo no tenía hijos, así que sus frases de consuelo solían caer en saco roto. Flavius quería creer que tenía razón, que a pesar de todo había sido un buen padre—. Es mejor que nosotros volvamos a casa, él tiene que regresar con su sobrina.
Por suerte, esta noche Sirius parecía dispuesto a hacerle caso, porque asintió varias veces sin decirle ninguna réplica. Su hijo volvió a fijarse en Aaron y le regaló una sonrisa. Era un gesto cálido, pero Flavius conocía a Sirius lo suficiente para saber que lo iba a bombardear de preguntas apenas quedaran solos. Iba a ser una completa pesadilla, esperaba darle respuestas concretas que no despertaran el triple su curiosidad.
—Supongo que lo estaré viendo con frecuencia, Señor Mason. Papá no suele patrocinar, así que si aceptó hacerlo, estoy seguro que se lo tomará en serio. Él no sabe hacer cosas a medias, es muy necio… —Sirius arrugó la nariz y luego se fijó en él, Flavius se sintió señalado pero no podía replicar—. La gente dice que heredé eso de él.
En otras circunstancias, Flavius habría reído, porque era la verdad. Pero ahora, tan sólo quería desaparecer. No podía creer que Aaron y Sirius, las dos mitades de su vida, se hubieran conocido realmente.
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II. Put on a show
El desfile
19.15hrs
Aaron
Aaron comprendió que Flavius tenía las mismas ganas que él de terminar con ese encuentro, pero al mismo tiempo algo dolió dentro de él cuando notó que le estaba pidiendo que se fuera. Sin embargo, era lo mejor. No iba a aguantar mucho más viendo y escuchando a esa versión renovada del Flavius que había conocido.
Además, tenía razón: por terminado el desfile debía regresar con sus tributos. Tenía mucho trabajo más allá de los patrocinadores como tal. Necesitaba que Johanna se mantuviera viva suficiente tiempo para que conseguir patrocinadores sirviera de algo.
Las palabras de Sirius lo retuvieron un momento. Así que Flavius no sabía hacer cosas a medias. Eso había creído él. Pero no había protegido a Karl. No aunque había dicho que lo haría. Visto el presente, era un respetable ciudadano de Capitolio, así que proteger a un Vencedor no iba a hacer algo que haría hasta el final. Pero ahora estaba allí, ayudándolo con Johanna.
¿Debía confiar en él de nuevo? No era como que tuviera opción.
—Eso espero, porque cuento con tu padre—declaró con más sinceridad de la que debería.
Una vez más contaba con él. Esperaba que esta vez no le fallara. Miró a Flavius, pero le era imposible leer sus expresiones. Pensar que de jóvenes se entendían con solo una mirada.
—Estaremos en contacto. Mañana tienen entrenamiento todo el día, así que me puedo reunir cuando sea necesario antes de la cena. —asintió para disculparse y salió del balcón, dejando solos a padre e hijo sin esperar una respuesta.
No le extrañaría que Flavius lo llevara a hablar él en persona con posibles otros patrocinadores. Era parte del trabajo. Aaron lo odiaba y por años había evitado hacerlo, porque no tenía sentido para él. Humillarse frente a la gente de Capitolio para que invirtieran dinero para mantener vivo un tiempo a un tributo sin posibilidades... o quizá peor, para que sobreviviera la arena y tuviera un destino como el de Karl.
Pero esta vez, tendría que hacerlo. Al menos no sería un ruego personal. Flavius estaría apostando por él, así que no empezaría de un lugar tan vulnerable.
Igual no sabía qué sentir sobre la idea. De cualquier forma, sentir no era algo que tuvieran permitido los Vencedores. Ya debería haberlo aprendido.
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III. A long time ago
El Capitolio
0.30hrs
Flavius
Flavius no sabía bien qué hacía allí.
Al principio estaba convencido de que sólo fue un acto de rebeldía, quería llevarle la contraria a su padre al colarse en esa fiesta a la que, en teoría, no lo habían invitado. Luego creyó que fue simple presión de grupo: sus amigos le habían dicho que si no se atrevía a contradecir a su padre. Por una cosa u otra, Flavius se había escabullido allí, usando su apellido como un escudo que lo protegía de muchas preguntas.
En teoría, estaba castigado y por eso no podía salir de casa. Su padre no había usado la palabra castigo, pero sí que desaprobaba su comportamiento de los últimos días. Flavius no había sido ni el hijo más obediente ni el hermano más amable últimamente. Pero estaba aburrido en casa y una vez probó el ambiente, ya no tenía ganas de regresar.
Había visto en su reloj que ya era pasada medianoche. A estas alturas, su padre estaría dormido, su madrastra también y sus hermanas mayores de seguro no volverían a casa hasta entrada la madrugada. Por suerte, había confirmado que ninguna pisaría este sitio. Su plan no tenía agujeros, excepto por haber perdido de vista a sus amigos y se sentía abandonado en la estacada.
Aquella era la casa de Cornelius Gaul, un conocido de su padre, así que Flavius se estaba moviendo en un terreno que conocía. Quería desesperadamente fumar y sabía dónde Cornelius guardaba unos cigarros con los que estaba obsesionado. Sabía que los fabricaban en el Distrito Uno con sumo cuidado. Flavius sabía que valían una fortuna, pero estaba seguro que Cornelius no echaría de menos uno.
Conocía el camino hacia el despacho, que estaba lleno de aburridos papeles y estaba lo bastante lejos de la fiesta para saber que no habría nadie allí. Feliz con su pequeña travesura, Flavius casi no lo escuchó. Un sonido seco que le acarició los oídos hasta que, por fin, lo escuchó por segunda vez. Flavius estaba cerca del despacho, que estaba en el tercer piso, pero vio luz en una puerta que, estaba seguro, era el baño.
Flavius no estaba acostumbrado a coartar su curiosidad, así que se aproximó allí. Se sintió bienvenido cuando vio la puerta entreabierta. El baño de Cornelius era del doble de tamaño que el de su casa. Lo cual a Flavius le parecía una tontería porque, hasta donde sabía, el hombre vivía sola. Además, que sólo hubiera allí una persona, lo hacía ver todavía más grande. Lo primero que notó, nada más entrar, fue los trozos de vidrio y el líquido esparcido por el suelo.
—¿Estás bien? —preguntó, alarmado, pues todo parecía indicar que la botella se había roto. El vidrio relucía contra los azulejos del piso, como una amenaza—. ¿Te lastimaste? Puedo llamar para que limpien esto, está por todos lados. ¿Estás…?
Flavius tenía buena memoria pero, aunque fuera una persona olvidadiza, era imposible que no reconociera ese rostro. En el Capitolio todavía se comentaba con entusiasmo cómo Aaron Mason se había convertido en el primer Vencedor del Distrito Siete. Nadie podía olvidarse semejante hito.
Al principio estaba convencido de que sólo fue un acto de rebeldía, quería llevarle la contraria a su padre al colarse en esa fiesta a la que, en teoría, no lo habían invitado. Luego creyó que fue simple presión de grupo: sus amigos le habían dicho que si no se atrevía a contradecir a su padre. Por una cosa u otra, Flavius se había escabullido allí, usando su apellido como un escudo que lo protegía de muchas preguntas.
En teoría, estaba castigado y por eso no podía salir de casa. Su padre no había usado la palabra castigo, pero sí que desaprobaba su comportamiento de los últimos días. Flavius no había sido ni el hijo más obediente ni el hermano más amable últimamente. Pero estaba aburrido en casa y una vez probó el ambiente, ya no tenía ganas de regresar.
Había visto en su reloj que ya era pasada medianoche. A estas alturas, su padre estaría dormido, su madrastra también y sus hermanas mayores de seguro no volverían a casa hasta entrada la madrugada. Por suerte, había confirmado que ninguna pisaría este sitio. Su plan no tenía agujeros, excepto por haber perdido de vista a sus amigos y se sentía abandonado en la estacada.
Aquella era la casa de Cornelius Gaul, un conocido de su padre, así que Flavius se estaba moviendo en un terreno que conocía. Quería desesperadamente fumar y sabía dónde Cornelius guardaba unos cigarros con los que estaba obsesionado. Sabía que los fabricaban en el Distrito Uno con sumo cuidado. Flavius sabía que valían una fortuna, pero estaba seguro que Cornelius no echaría de menos uno.
Conocía el camino hacia el despacho, que estaba lleno de aburridos papeles y estaba lo bastante lejos de la fiesta para saber que no habría nadie allí. Feliz con su pequeña travesura, Flavius casi no lo escuchó. Un sonido seco que le acarició los oídos hasta que, por fin, lo escuchó por segunda vez. Flavius estaba cerca del despacho, que estaba en el tercer piso, pero vio luz en una puerta que, estaba seguro, era el baño.
Flavius no estaba acostumbrado a coartar su curiosidad, así que se aproximó allí. Se sintió bienvenido cuando vio la puerta entreabierta. El baño de Cornelius era del doble de tamaño que el de su casa. Lo cual a Flavius le parecía una tontería porque, hasta donde sabía, el hombre vivía sola. Además, que sólo hubiera allí una persona, lo hacía ver todavía más grande. Lo primero que notó, nada más entrar, fue los trozos de vidrio y el líquido esparcido por el suelo.
—¿Estás bien? —preguntó, alarmado, pues todo parecía indicar que la botella se había roto. El vidrio relucía contra los azulejos del piso, como una amenaza—. ¿Te lastimaste? Puedo llamar para que limpien esto, está por todos lados. ¿Estás…?
Flavius tenía buena memoria pero, aunque fuera una persona olvidadiza, era imposible que no reconociera ese rostro. En el Capitolio todavía se comentaba con entusiasmo cómo Aaron Mason se había convertido en el primer Vencedor del Distrito Siete. Nadie podía olvidarse semejante hito.
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III. A long time ago
El Capitolio
0.30hrs
Aaron
Aaron quisiera aún ignorar por qué estaba ahí.
Los primeros días después de su victoria realmente había pensado que por una vez, había tenido suerte. Que ahora su vida mejoraría. Había tardado un tiempo en darse cuenta de que no era así. El Vencedor no era más que la víctima que sobrevivía y tenía que seguir padeciendo toda la vida. Pero no fue hasta la siguiente vez que lo hicieron ir a Capitolio que supo que era todavía peor que verse aislado de su Distrito y vivir con la culpa de la sangre en sus manos.
Era un muñeco del Capitolio, que Snow vendía al mejor postor.
Aaron no había tenido sexo antes de sus juegos, así que su primera vez fue con un tipo veinticinco años mayor que él, quien aparentemente había sido uno de sus mayores patrocinadores y él ahora debía estarle agradecido. Mostrar la gratitud por su parte y la del Capitolio. Había sido una experiencia horrible, degradante y traumática... y había sido solo la primera.
Esa noche ya había cumplido su parte. El hombre en esta ocasión había pagado poco, así que Aaron no estaba obligado a quedarse toda la noche con él y había pensado esconderse en ese baño hasta que pudiera evadirse por completo de ahí. Había robado una botella de las mesas para distraerse, porque era la mejor forma de procesar esa noches, pero estaba todavía algo tembloroso y torpe, y la botella se le había resbalado de las manos.
Se sintió pillado en falta, pero cuando levantó la mirada para ver a quien le había descubierto, notó que no era uno de sus clientes habituales, ni de los rostros que solía ver en las fiestas del Capitolio. Era tan solo un joven, que parecía genuinamente preocupado por él.
—¡Estoy bien! —se apresuró a aclararle, lanzando una mirada asustada afuera, temeroso de que lo encontraran—. No es necesario llamar a nadie, yo puedo recoger...
Como para negar lo que decía, un trocito de vidrio de la botella quebrada se clavó en su palma. ¡Maldición!
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III. A long time ago
El Capitolio
0.30hrs
Flavius
Flavius soltó un respingo cuando Aaron le respondió de esa manera tan efusiva. Parecía realmente desesperado porque no avisara a nadie y no entendía por qué esa actitud. Era como si no quisiera llamar la atención o si estuviera aterrado de que alguien los encontrar allí. Flavius quiso decirle que no pasaba nada, que nadie se iba a enfadar porque se hubiera roto una botella. Estaba seguro que Cornelius debía tener un montón en su bodega, una más o una menos no representaba nada para él.
Pero al final no pudo decirle nada porque vio sangre en las manos de Aaron, quien se había lastimado en un intento por limpiar el desastre que estaba a sus pies. Flavius negó con la cabeza y agitó ambos brazos, acercándose hacia él para impedir que continuara haciéndose más daño.
—¡Espera…! —exclamó, agradeciendo que llevaba puestas unas botas que casi había descartado antes de salir. Pero ahora pudo pisar por encima de los vidrios rotos sin temor a lastimarse él también—. Se te puede infectar… —comentó muy seguro de sí mismo, pero después se avergonzó al darse cuenta de que Aaron probablemente sabía esas cosas. Flavius lo tomó de la muñeca y examinó el corte que, por suerte, no parecía muy profundo—. Déjame ayudarte.
Como Aaron no puso resistencia, Flavius extendió su brazo de manera que alcanzara el lavamanos. Era un corte superficial, así que suponía que con el jabón que había allí sería suficiente. Mientras le untaba a la herida, estornudó al no aguantar el olor tan punzante que tenía el jabón. Era una mezcla de flores demasiado intensa para su pobre nariz.
—Ya está… —Flavius terminó anudándole un pañuelo, que siempre llevaba consigo, en la palma de la mano. Tenía el emblema de la familia, pero también sus iniciales, porque su madrastra lo había mandado a grabar el día en que le dio la bienvenida a casa. Flavius miró el reflejo de ambos en el espejo y pronunció la sonrisa—. No te sientas mal. Yo una vez rompí el frasco de perfume favorito de mi hermana mayor, pero le eché la culpa a su mascota. Cornelius tiene un perro muy viejo, por ahí debe andar. Le podemos decir que fue su culpa y nadie lo notará.
Pero al final no pudo decirle nada porque vio sangre en las manos de Aaron, quien se había lastimado en un intento por limpiar el desastre que estaba a sus pies. Flavius negó con la cabeza y agitó ambos brazos, acercándose hacia él para impedir que continuara haciéndose más daño.
—¡Espera…! —exclamó, agradeciendo que llevaba puestas unas botas que casi había descartado antes de salir. Pero ahora pudo pisar por encima de los vidrios rotos sin temor a lastimarse él también—. Se te puede infectar… —comentó muy seguro de sí mismo, pero después se avergonzó al darse cuenta de que Aaron probablemente sabía esas cosas. Flavius lo tomó de la muñeca y examinó el corte que, por suerte, no parecía muy profundo—. Déjame ayudarte.
Como Aaron no puso resistencia, Flavius extendió su brazo de manera que alcanzara el lavamanos. Era un corte superficial, así que suponía que con el jabón que había allí sería suficiente. Mientras le untaba a la herida, estornudó al no aguantar el olor tan punzante que tenía el jabón. Era una mezcla de flores demasiado intensa para su pobre nariz.
—Ya está… —Flavius terminó anudándole un pañuelo, que siempre llevaba consigo, en la palma de la mano. Tenía el emblema de la familia, pero también sus iniciales, porque su madrastra lo había mandado a grabar el día en que le dio la bienvenida a casa. Flavius miró el reflejo de ambos en el espejo y pronunció la sonrisa—. No te sientas mal. Yo una vez rompí el frasco de perfume favorito de mi hermana mayor, pero le eché la culpa a su mascota. Cornelius tiene un perro muy viejo, por ahí debe andar. Le podemos decir que fue su culpa y nadie lo notará.
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III. A long time ago
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Aaron
Miró con curiosidad el vendaje en su mano. Desde que había ganado los juegos lo trataban solo con alta tecnología, así que había algo tan cálido y hogareño en un vendaje con un pañuelo que se sintió conmovido. Miró el rostro del joven mientras terminaba el vendaje. No tendría muchos años más que él. Era bastante atractivo, y no tenía expresión de depredador o de pervertido como todos los que habían pedido su tiempo hasta ahora.
Ojalá tuviera suerte con chicos como este en lugar de viejos asquerosos como su cita de esa noche.
—Gracias —respondió, dedicándole una sonrisa—. Eres muy amable. Preferiría no decirle a nadie nada sobre esto, ¿te parece?
Lo que quería era huir de esa fiesta, no tener que volver a tener sexo con nadie esa noche, en especial con aquel viejo. ¿Cuál era su nombre? No lograba recordarlo siquiera, solo que decía ser amigo de un amigo de Snow. Esperaba que no le fuera demasiado mal por dejarlo plantado.
Vio por encima del hombro del recién llegado. Nadie parecía dirigirse a ese baño todavía. ¿Ya lo estarían buscando o el viejo seguiría reponiéndose en aquella estúpida cama con luces?
—Creo que debería... irme—comentó, aunque dudó. No sabía si salir de allí fuera una buena idea, pero era evidente que tampoco estaba logrando pasar desapercibido. —¿De casualidad puedes decirme cuál es la mejor manera de salir de aquí sin pasar por el salón principal?.
Tal vez estaba arriesgando demasiado, pero, ¿qué era lo peor que le podía pasar? Lo malo es que ya no tendría licor para olvidar la primera parte de la noche.
Aunque tal vez no era tan terrible, podría recordar el joven del chico del pañuelo.
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III. A long time ago
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Flavius
Flavius se rascó la barbilla, mientras sopesaba su pregunta. O sea que no lo había imaginado, Aaron realmente no quería que nadie se enterara que estaba allí. Se estaba ocultando en el baño, ¿de quién estaría huyendo?
Y no era solamente eso, sino que también quería irse. Flavius soltó un respingo de sorpresa, porque eso no lo esperaba. Debía ser el invitado más interesante de toda esa fiesta, pero no Aaron no parecía que quisiera ser el centro de atención. A Flavius le resultaba muy curioso, pues a él solía gustarle que le prestaran atención. Era por eso que a veces tenía discusiones fuertes con su padre, por meterse en problemas y por no comportarse en alguien a la altura de su apellido.
—Lo que te dije es cierto, nadie va a echar esa botella de menos. Pero si quieres que te lo diga, está bien, no le voy a decir a nadie. Guardaré tu secreto —comentó con una media sonrisa.
Flavius sopesó la pregunta de Aaron, repasando el mapa mental que tenía de aquella casa. De verdad que Aaron tenía suerte, él había venido allí muchas veces, no estaba seguro que el resto de sus amigos, o demás invitados, hubiera podido ayudarlo tan fácil.
—Tienes suerte, papá conoce a Cornelius, así que puedo ayudarte. Hay una puerta en la trastienda, en la cocina. A estas alturas los meseros todavía deben estar atendiendo a los invitados, así que supongo que puedo mostrarte dónde… —Flavius dejó la respuesta a medias y luego frunció el ceño, girándose hacia Aaron con expresión curiosa—. Y luego de esta fiesta, ¿adónde piensas ir? ¿Te están esperando en otro sitio?
De todas formas, Flavius también tenía ganas de irse de esa maldita fiesta. Sus amigos lo habían abandonado, él no tenía ningún compromiso que lo atara a la casa de Cornelius. Si Aaron sabía de algún otro sitio donde se la podía pasar mejor, estaba dispuesto a escuchar ofertas. No pensaba aburrirse esa noche, si se estaba saltando el castigo de su padre, que al menos fuera por una buena razón.
Y no era solamente eso, sino que también quería irse. Flavius soltó un respingo de sorpresa, porque eso no lo esperaba. Debía ser el invitado más interesante de toda esa fiesta, pero no Aaron no parecía que quisiera ser el centro de atención. A Flavius le resultaba muy curioso, pues a él solía gustarle que le prestaran atención. Era por eso que a veces tenía discusiones fuertes con su padre, por meterse en problemas y por no comportarse en alguien a la altura de su apellido.
—Lo que te dije es cierto, nadie va a echar esa botella de menos. Pero si quieres que te lo diga, está bien, no le voy a decir a nadie. Guardaré tu secreto —comentó con una media sonrisa.
Flavius sopesó la pregunta de Aaron, repasando el mapa mental que tenía de aquella casa. De verdad que Aaron tenía suerte, él había venido allí muchas veces, no estaba seguro que el resto de sus amigos, o demás invitados, hubiera podido ayudarlo tan fácil.
—Tienes suerte, papá conoce a Cornelius, así que puedo ayudarte. Hay una puerta en la trastienda, en la cocina. A estas alturas los meseros todavía deben estar atendiendo a los invitados, así que supongo que puedo mostrarte dónde… —Flavius dejó la respuesta a medias y luego frunció el ceño, girándose hacia Aaron con expresión curiosa—. Y luego de esta fiesta, ¿adónde piensas ir? ¿Te están esperando en otro sitio?
De todas formas, Flavius también tenía ganas de irse de esa maldita fiesta. Sus amigos lo habían abandonado, él no tenía ningún compromiso que lo atara a la casa de Cornelius. Si Aaron sabía de algún otro sitio donde se la podía pasar mejor, estaba dispuesto a escuchar ofertas. No pensaba aburrirse esa noche, si se estaba saltando el castigo de su padre, que al menos fuera por una buena razón.
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Aaron
Aaron no sabía quién era este joven, ni si podía confiar en él, pero, ¿qué era lo peor que podía pasar? Técnicamente había cumplido con su encargo de esa noche, nadie le había dicho explícitamente que tenía que quedarse toda la fiesta. Y en la residencia no lo esperaban de regreso todavía.
¿Qué era lo peor que podía pasar?
—No me esperan hasta más tarde —respondió, alzando ambas cejas—. Te agradecería montones que me ayudes a salir de acá, aunque no tengo un plan todavía de dónde ir.
No era como que pudiera transitar con libertad por el Capitolio, todo el mundo en Panem conocía su rostro. Snow literalmente cobraba por su tiempo, no podía regalárselo a los demás por que sí. Pero si en medio de todo lo que había sido esas noches en el Capitolio pudiera tener unas horas de paz no iba a desaprovecharlas.
¿Qué era lo peor que le podía pasar?
No era exagerado aspirar a solo tener que tener sexo con un viejo esa noche. Al menos este joven era guapo e interesante, aunque si su padre conocía al viejo de esa noche, seguro que también eran gente importante del Capitolio.
—Tal vez quieras salir de acá también, ¿qué te parece?—le propuso. —No he estado en muchas fiestas antes pero tampoco es la más impresionante de las que he visto.
Se encogió de hombros, intentando esconder su inquietud sobre qué sucedía a sus espaldas en el salón.
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Flavius
Flavius estaba encantado del inesperado giro de acontecimientos. Había pasado del aburrimiento a la emoción en cuestión de minutos. Por supuesto que estaba dispuesto a ayudar a Aaron a salir de allí sin que nadie los viera. Parecía una de esas aventuras que le encantaba jugar cuando era niño y todavía vivía con su madre. Fantástico.
Cuando se giró en dirección a Aaron, Flavius se sentía pletórico. No estaba mintiendo cuando le decía que conocía bastante bien esa casa, así que estaba confiado en que no tendrían por qué ser detectados. La casa de Cornelius tenía una azotea y de allí había una escalera lo más estrambótica que llevaba al jardín interior. A esta hora, la mayoría de los invitados estaba en el área de la piscina, allí todavía debía quedar comida.
—Yo me encargo de que salgamos, tú sólo sígueme… —comentó haciéndole un gesto para que lo siguiera. El pasillo de esa planta estaba en su mayoría en las penumbras, pero Flavius caminó con firmeza, mientras sopesaba las opciones que tenían una vez saliendo de allí. Flavius todavía no tenía edad para tener coche, y su padre menos estaba dispuesto a darle ese capricho con lo enojado que estaba con él últimamente.
Sin embargo, estaban bastante cerca de ese penthouse que había comprado su padre. Estaba casi desprovisto de mobiliario, pero tenía luz y estaba seguro de que la despensa estaba llena. Sabía que allí su padre llevaba a sus amantes, pero nadie de la familia lo diría en voz alta.
—Sé dónde podemos ir, si quieres alejarte del bullicio. Papá tiene un penthouse, si te animas… —cuando llegaron al inicio de las escaleras, Flavius se dio cuenta de que no se había presentado. Le extendió la mano a Aaron, para ayudarlo a subir—. Me llamo Flavius. Flavius Dovecote.
Cuando se giró en dirección a Aaron, Flavius se sentía pletórico. No estaba mintiendo cuando le decía que conocía bastante bien esa casa, así que estaba confiado en que no tendrían por qué ser detectados. La casa de Cornelius tenía una azotea y de allí había una escalera lo más estrambótica que llevaba al jardín interior. A esta hora, la mayoría de los invitados estaba en el área de la piscina, allí todavía debía quedar comida.
—Yo me encargo de que salgamos, tú sólo sígueme… —comentó haciéndole un gesto para que lo siguiera. El pasillo de esa planta estaba en su mayoría en las penumbras, pero Flavius caminó con firmeza, mientras sopesaba las opciones que tenían una vez saliendo de allí. Flavius todavía no tenía edad para tener coche, y su padre menos estaba dispuesto a darle ese capricho con lo enojado que estaba con él últimamente.
Sin embargo, estaban bastante cerca de ese penthouse que había comprado su padre. Estaba casi desprovisto de mobiliario, pero tenía luz y estaba seguro de que la despensa estaba llena. Sabía que allí su padre llevaba a sus amantes, pero nadie de la familia lo diría en voz alta.
—Sé dónde podemos ir, si quieres alejarte del bullicio. Papá tiene un penthouse, si te animas… —cuando llegaron al inicio de las escaleras, Flavius se dio cuenta de que no se había presentado. Le extendió la mano a Aaron, para ayudarlo a subir—. Me llamo Flavius. Flavius Dovecote.
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El Capitolio
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Aaron
Flavius.
El nombre resonó en su cabeza, y lo repitió tan solo para sentir en su lengua cómo se pronunciaba. Así que el joven Flavius quería llevarlo a un penthouse. Aaron suponía qué pensaba hacer con él después de llevarlo allí, pero la idea no le molestaba. Nadie le había dicho si podía decidir por su cuenta con quién tener sexo. Hasta ahora lo habían tratado como una propiedad del Capitolio y no había estado más que con las personas con las que lo habían enviado.
¿Por qué no podía tener esto por su cuenta? ¿Por qué no acostarse una vez con alguien de su elección? Flavius había entrado en su radar por pura casualidad, pero ahí estaban.
—Claro que me animo a ir a tu penthouse—replicó con un guiño.
A Aaron no le gustaba el Capitolio, pero al menos las movidas noches en la capital de Panem lo salvaban de estar solo en la Villa de los Vencedores, conviviendo con sus pesadillas sobre la Arena y despertar con la sensación de tener las manos llenas de sangre cálida y viscosa. Le había clavado los dedos en los ojos a la otra tributo que quedaba en la arena. Nunca olvidaría esa sensación.
Al menos cuando estaba en Capitolio era más difícil pensar en ello. Apenas podía con aguantar las malas compañías. Así que la perspectiva de por una noche elegir con quién estaría le parecía magnífica.
Siguió a Flavius, Le habría gustado ser más seguro y tranquilo, pero no podía evitar mirar a su alrededor. Temía que en cualquier momento apareciera alguien para detenerlo y arruinar sus planes de esa noche. Sin embargo, parecían tener suerte: nadie se estaba fijando en ellos.
Le quedó claro que Flavius no había mentido y manejaba totalmente la distribución de la casa. No habría sido capaz de repetir el camino que lo hizo recorrer, pero antes de que se diera cuenta, estaban en los jardines.
—Vaya, parece que sí que cumples lo que prometes —comentó con una sonrisa. —. A ver ese penthouse qué tal estará.
Solo lamentaba no haberse podido llevar una botella de vino. Tal vez cuando estuviera más sobrio no le parecería tan buena esta idea.
—¿Hay alcohol en el penthouse?—preguntó impulsivamente. —¿O debimos abastecernos aquí?.
El éxito de su escape lo volvía temerario. Debía ser más prudente en Panem. Se lo habían recomendado ya otros Vencedores, pero Aaron no termina de entenderlo.
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El Capitolio
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Flavius
La suerte de Flavius parecía haber cambiado en un instante. No se podía creer que se hubiera topado con alguien tan adorado en todo el Capitolio como Aaron Mason y que además estuviera dispuesto a pasar un rato con él. Estaba seguro de que ninguno de sus amigos iba a creerle y quizás si algo salía mal, su padre podría perdonarlo si le decía semejante cosa.
Flavius le regaló a Aaron una sonrisa cuando estuvieron fuera de la casa de Cornelius. Como esta ya era una zona más residencial que comercial, a esta hora no estaba tan atestado de gente. Eso sí que era una suerte, porque si la gente en masa reconocía a Aaron, de seguro que no iban a dejarlos moverse con tranquilidad. Se preguntó cómo sería eso para Aaron, no tener anonimato en absoluto y que todo el mundo quisiera estar cerca de él.
A simple vista, parecía fantástico, pero Flavius le daba ansiedad pensar de ser tanto tiempo el centro de atención.
—En realidad, como te dije, es de mi padre, pero casi nadie lo habita, así que estaremos bien… —comentó con cierto nerviosismo, no quería que el penthouse decepcionara las expectativas de Aaron.
Tan sólo tenían que caminar un par de cuadras más y cruzar la calle. No fueron más que unos cuantos minutos, pero Flavius sopesó la pregunta de Aaron cuando sacó la tarjeta de acceso en el bolsillo de su chaqueta. Le sacó una copia sin permiso, pero como era una tienda de donde su padre era socio, nadie lo cuestionó.
—Papá siempre tiene buen vino, pero no puedo garantizar nada. Nadie de la familia vive aquí, pero quiero creer que vamos a tener suerte —dijo Flavius con marcado optimismo. El edificio tenía casi veinte pisos y el penthouse de su padre era hasta el último.
Flavius le regaló a Aaron una sonrisa cuando estuvieron fuera de la casa de Cornelius. Como esta ya era una zona más residencial que comercial, a esta hora no estaba tan atestado de gente. Eso sí que era una suerte, porque si la gente en masa reconocía a Aaron, de seguro que no iban a dejarlos moverse con tranquilidad. Se preguntó cómo sería eso para Aaron, no tener anonimato en absoluto y que todo el mundo quisiera estar cerca de él.
A simple vista, parecía fantástico, pero Flavius le daba ansiedad pensar de ser tanto tiempo el centro de atención.
—En realidad, como te dije, es de mi padre, pero casi nadie lo habita, así que estaremos bien… —comentó con cierto nerviosismo, no quería que el penthouse decepcionara las expectativas de Aaron.
Tan sólo tenían que caminar un par de cuadras más y cruzar la calle. No fueron más que unos cuantos minutos, pero Flavius sopesó la pregunta de Aaron cuando sacó la tarjeta de acceso en el bolsillo de su chaqueta. Le sacó una copia sin permiso, pero como era una tienda de donde su padre era socio, nadie lo cuestionó.
—Papá siempre tiene buen vino, pero no puedo garantizar nada. Nadie de la familia vive aquí, pero quiero creer que vamos a tener suerte —dijo Flavius con marcado optimismo. El edificio tenía casi veinte pisos y el penthouse de su padre era hasta el último.
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El Capitolio
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Aaron
Aaron miraba a su alrededor con muchísimo interés. Todavía los lugares eran bastante nuevos para él, nada se parecía a lo que podía encontrar en el Distrito, y de todos los lugares a los que lo habían mandado hasta ahora no recordaba uno así. Además, podía que influyera que en esta ocasión iba voluntariamente con alguien que le parecía atractivo y rompiendo las reglas.
Tal vez era justo lo que necesitaba. No era fácil sentir de verdad cuando se hacía todo en automático mientras intentaba enterrar los recuerdos de la arena.
Mientras subían en el ascensor se permitió observar con un poco más de descaro a su salvador. Era realmente atractivo, joven y parecía emocionado con lo que hacían también. Por primera vez Aaron no se sentía como una presa de la persona de Capitolio con la que iba a pasar la noche.
Tal vez esto era realmente lo que necesitaba.
Cuando llegaron al penthouse tuvo que admitir que el lugar era lujoso y cómodo, pero en efecto tenía aspecto de no estar en uso.
—¿Seguro que a tu padre no le importará que estemos aquí? ¿Y no se va a presentar aquí de golpe?—preguntó con genuina duda.
Pero Flavius parecía muy seguro, así que decidió seguir explorando el espacio mientras le contestaba. Era un penthouse grande y lujoso. Había una piscina y todo. Se quitó la chaqueta y se dijo que incluso sin alcohol podía acostumbrarse a estar ahí.
—Gracias por traerme —añadió, y le dirigió una mirada cargada de intención. —. Ahora tienes que decirme cómo quieres que te lo pague.
Lo haría de buena gana. Era la primera vez que podía decir eso.
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El Capitolio
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Flavius
Flavius estaba convencido de que el penthouse estaba más silencioso que de costumbre. Aunque le aseguró a Aaron que nadie vivía allí de manera permanente, lo cierto era que siempre estaba limpio, eso sólo quería decir que su padre se encargaba de darle limpieza y mantenimiento de manera frecuente. Sabía que su madrastra se hacía de la vista gorda ante las innumerables amantes de su padre, pero eso no significaba que viviera engañada.
La única razón por la que no acababa de gustarle del todo ese penthouse, era porque Flavius se preguntaba si su madre se habría visto de manera clandestina con su padre. Por suerte, la presencia de Aaron consiguió distraerle lo suficiente. Le regaló una sonrisa, mientras caminaba en dirección al minibar. Tal y como imaginó, sí que estaba surtido.
—En este momento mi padre está dormido en casa, tiene que descansar porque mañana a primera hora tiene una junta importante de… no sé bien qué cosa. Pero si no tiene su sueño reparador de ocho horas se pone huraño e intratable. Y nadie más que él viene aquí —Flavius se encogió de hombros, mientras hacía un esfuerzo por descorchar la botella de vino que tenía entre las manos.
No era ni el más ágil, ni tampoco el más experto. En casa siempre lo hacían los sirvientes y, además, se suponía que Flavius no tenía edad suficiente para beber. Siempre se dijo que tenía mala suerte porque, a diferencia de sus amigos, Flavius vivía en la única casa en que sí se cumplía esa regla. Pero cumpliría dieciocho pronto, así que su padre dejaría de ponerle tantas excusas.
—¡Ya está! —exclamó emocionado cuando consiguió abrir la botella. Cuando alzó la vista hacia Aaron, se sorprendió de lo cerca que estaban. Flavius le regaló una sonrisa, mientras negaba con la cabeza—. ¿Qué? No tienes por qué pagarme, si no fue nada. Yo también quería salir de esa fiesta, Cornelius es un completo fastidio, además estoy seguro que le dirá a papá que me vio anoche y entonces estaré en problemas. Como nos fuimos rápido, seguro que puedo convencer a papá de que su viejo amigo estaba demasiado borracho y alucinó.
Flavius soltó una carcajada mientras extendía la botella hacia Aaron.
La única razón por la que no acababa de gustarle del todo ese penthouse, era porque Flavius se preguntaba si su madre se habría visto de manera clandestina con su padre. Por suerte, la presencia de Aaron consiguió distraerle lo suficiente. Le regaló una sonrisa, mientras caminaba en dirección al minibar. Tal y como imaginó, sí que estaba surtido.
—En este momento mi padre está dormido en casa, tiene que descansar porque mañana a primera hora tiene una junta importante de… no sé bien qué cosa. Pero si no tiene su sueño reparador de ocho horas se pone huraño e intratable. Y nadie más que él viene aquí —Flavius se encogió de hombros, mientras hacía un esfuerzo por descorchar la botella de vino que tenía entre las manos.
No era ni el más ágil, ni tampoco el más experto. En casa siempre lo hacían los sirvientes y, además, se suponía que Flavius no tenía edad suficiente para beber. Siempre se dijo que tenía mala suerte porque, a diferencia de sus amigos, Flavius vivía en la única casa en que sí se cumplía esa regla. Pero cumpliría dieciocho pronto, así que su padre dejaría de ponerle tantas excusas.
—¡Ya está! —exclamó emocionado cuando consiguió abrir la botella. Cuando alzó la vista hacia Aaron, se sorprendió de lo cerca que estaban. Flavius le regaló una sonrisa, mientras negaba con la cabeza—. ¿Qué? No tienes por qué pagarme, si no fue nada. Yo también quería salir de esa fiesta, Cornelius es un completo fastidio, además estoy seguro que le dirá a papá que me vio anoche y entonces estaré en problemas. Como nos fuimos rápido, seguro que puedo convencer a papá de que su viejo amigo estaba demasiado borracho y alucinó.
Flavius soltó una carcajada mientras extendía la botella hacia Aaron.
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Aaron
Aquel chico resultaba muy enigmático para él. Acababa de asegurarle que bajo ningún concepto iban a ser interrumpidos en aquel lujoso penthouse, e inmediatamente después pasaba por alto su insinuación de pagarle las molestias.
Sonrió para sí. Tal vez solo quería llevar las cosas con calma. Eso estaba bien para Aaron. Estaba harto de viejos babosos que querían meterse en sus pantalones no más tenerlo a solas. Las mujeres no eran mejores.
Hacía solo unos meses que su vida había dado un vuelco total. Antes de que su nombre saliera en la Cosecha había tenido una vida normal en el Distrito 7. Salía a talar árboles con el resto de su pueblo y el sexo era todavía una idea abstracta en su cabeza. Luego, lo habían mandado a la Arena a sobrevivir y lo último que había pensado después de convertirse en un asesino despiadado sería que debería pasar su tiempo en las camas de los ricos y famosos del Capitolio.
Hacía poco tiempo, pero sentía que habían pasado años desde que había tenido la oportunidad de ser un chico normal.
Flavius le tendió una botella que acababa de abrir y Aaron le sonrió. Guiñó un ojo antes de tomar vino de la botella, haciendo la cabeza hacia atrás. El licor era delicioso, e inundó su sentidos.
El alcohol era una de las mejores maneras de no pensar en la Arena.
—Bueno, podemos pasar un buen rato nada más—comentó, devolviéndole la botella.
Aquello no tendría gracia si solo bebía uno de los dos.
—Vamos a divertirnos —le propuso. —. Debes saber todo de mí porque mi cara ha estado por todo el Capitolio, pero no sé nada de ti. Cuéntame quién es Flavius Dovecote.
Le intrigaba mucho el chico, seguro que hablar sobre sí mismo le hacía entrar en confianza. Lo había sacado de una fiesta importante para traerlo a penthouse privado de su padre. No era un jovencito común y corriente.
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Flavius
Una oleada de emoción le recorrió el cuerpo cuando Aaron le regresó la botella. Flavius le dedicó una sonrisa nerviosa, pues sabía que le estaba diciendo que bebiera él también. Aunque no era un puritano, ni mucho menos, Flavius no era igual de exagerado que sus amigos con la bebida. De hecho, la primera vez que le ofrecieron esa droga estimulante que se había puesto muy de moda, la había rechazado. Recordaba con claridad que alguno de sus amigos se habían reído abiertamente de él, pero Flavius alguna vez le prometió a su madre, que era enfermera en un prestigioso hospital del Capitolio, que nunca se drogaría.
Sin embargo, una probada del vino de su padre no tenía de malo. Eso se dijo varias veces para animarse a beber. El vino era dulce, quizás demasiado dulce para su gusto, pero la sensación que dejaba en el paladar era agradable.
—¿Sobre mí? —preguntó con curiosidad. No creí que para Aaron fuera importante preguntarle sobre él, supuso que sólo estaba intentando ser amable—. No creo que haya mucho que saber sobre mí. Tengo diecisiete, soy el hijo menor, así que eso significa que mis hermanas me pueden mandonear cuando quieren y que cuando les conviene me siguen tratando como a un niño.
Aunque sus hermanas nunca lo trataron mal a pesar de que no eran hijos de la misma madre, sí que resultaba difícil conectar con ellas. Ambas eran chicas, sólo se llevaban dos años de diferencia y tenían gustos parecidos. Flavius era casi diez años menor y odiaba que a veces lo vieran como un muñequito o una mascota que debía seguirlas a todos lados. Cuando era pequeño era diferente, pero ahora ya habían cambiado mucho las cosas.
—Tener hermanas es un engorro a veces, excepto cuando consigo que me excusen con papá. ¿Tú tienes hermanos o hermanas? —preguntó con genuino interés, mientras se sentaba en un diván enorme. Se quitó los zapatos que llevaba puestos y se sentó con las piernas cruzadas, mientras le pasaba de nuevo la botella a Aaron. Sólo bebió un sorbito, así que todavía había bastante vino para consumir.
Sin embargo, una probada del vino de su padre no tenía de malo. Eso se dijo varias veces para animarse a beber. El vino era dulce, quizás demasiado dulce para su gusto, pero la sensación que dejaba en el paladar era agradable.
—¿Sobre mí? —preguntó con curiosidad. No creí que para Aaron fuera importante preguntarle sobre él, supuso que sólo estaba intentando ser amable—. No creo que haya mucho que saber sobre mí. Tengo diecisiete, soy el hijo menor, así que eso significa que mis hermanas me pueden mandonear cuando quieren y que cuando les conviene me siguen tratando como a un niño.
Aunque sus hermanas nunca lo trataron mal a pesar de que no eran hijos de la misma madre, sí que resultaba difícil conectar con ellas. Ambas eran chicas, sólo se llevaban dos años de diferencia y tenían gustos parecidos. Flavius era casi diez años menor y odiaba que a veces lo vieran como un muñequito o una mascota que debía seguirlas a todos lados. Cuando era pequeño era diferente, pero ahora ya habían cambiado mucho las cosas.
—Tener hermanas es un engorro a veces, excepto cuando consigo que me excusen con papá. ¿Tú tienes hermanos o hermanas? —preguntó con genuino interés, mientras se sentaba en un diván enorme. Se quitó los zapatos que llevaba puestos y se sentó con las piernas cruzadas, mientras le pasaba de nuevo la botella a Aaron. Sólo bebió un sorbito, así que todavía había bastante vino para consumir.
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Aaron
Flavius le resultaba adorable. Era tan solo un jovencito mimado del Capitolio, un hijo menor, rodeado de mujeres. Parecía inocente, con la conciencia tranquila, bebiendo a escondidas, metiéndose en el penthouse de su padre con un extraño.
¿Estaría portándose mal con él, llevándolo a allí? ¿Sería esta una travesura de un adolescente?
Aaron en parte extrañaba ser tan solo un chico, pero no tenía sentido pensar mucho en ello. Era solo un Vencedor. Aunque, ahí, en ese momento, Flavius no lo estaba tratando como si fuera un objeto para usar a su placer. De hecho, le extrañó que le preguntara por sus hermanos.
—¿Dónde has estado estos meses? Hieres mi orgullo, creía que todo el Capitolio conocía mi historia—comentó, con una sonrisa burlona, mientras tomaba más del contenido de la botella.
Cuando notó que Flavius apenas había tomado un trago se preguntó si era que estaba esperando emborracharlo, pero la idea no le calzaba con él, así que la desechó.
—Tengo un hermano mayor —contestó. —. Él también me mandoneaba, pero ahora las circunstancias han cambiado.
Su hermano solo quería vivir una vida tranquila, talando árboles y con su amada novia. Soñaba con casarse y todo. Aaron nunca había tenido tantas expectativas de futuro. Seguro por eso era justo que fuera él quien estaba en Capitolio, tomando con un niño mimado adorable que le estaba poniendo atención como si realmente tuviera cosas interesantes que decir.
Le dio otro trago a la botella y miró a Flavius con atención. Sí que le gustaría besarlo. Y no era solo efecto del alcohol. No era él mismo convenciéndose de que hacer su deber era algo que quería hacer. Un precio que debía pagar por sus asesinatos. La única forma de vivir de alguien que se había manchado las manos con sangre.
Sonrió para sí.
—¿De qué más quieres hablar? Eres la primera persona en Capitolio que se interesa en preguntar cosas sobre mí.
Le pedían cosas. Que fuera bueno para ellos. No le preguntaban nada sobre él.
Flavius era un chico, pero era mejor que todos los adultos que había conocido hasta ahora.
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0.30hrs
Flavius
Flavius se sintió muy avergonzado cuando Aaron le preguntó en qué hueco había estado metido. Por supuesto que prestaba atención a los Juegos del Hambre, como cualquiera en Panem, pero la verdad era que recordaba con más detalle la forma en que Aaron ganó que en lo que vino después. Flavius había estado impresionado con lo recursivo que había sido, a pesar de que al principio no consiguió demasiados patrocinadores. Era así como casi siempre pasaba con cualquier tributo que no fuera de los distritos favorecidos por el Capitolio. Por eso, que Aaron hubiese ganado, fue un hito comentado por semanas.
Sin embargo, a pesar de que los Vencedores estaban en cada pantalla del Capitolio, Aaron era el primero que él conocía. Por más curiosidad que sintiera, no era más que un mocoso que no tenía acceso tan fácil a las altas esferas del Capitolio. Que Aaron estuviera en la fiesta de Cornelius había sido tan sólo un golpe de suerte.
—Lo siento, aunque te parezca raro no es como que haya podido conocer a ningún Vencedor antes que tú y las últimas semanas se supone que tenía que estudiar en la Academia o papá iba a matarme en serio… —en realidad estaba exagerando un poco, Flavius sacaba buenas notas, pero su padre siempre le repetía que la familia siempre se había destacado en todas las materias y que no podía dejar en vergüenza el apellido.
Flavius no siempre asistió a la Academia, sólo fue allí después de irse a vivir con su padre, así que al principio todas las materias le parecían terribles, porque no tenían que ver nada con el colegio que quedaba a media cuadra del hospital donde trabajaba su madre. De pronto se preguntó qué pensaría Aaron si le dijera que, en realidad, vivía con su padre y la esposa de éste. Con su madrastra. Una mujer obsesionada con tener un hijo varón y que él vino a suplir el sitio del esperado hijo que perpetuaría el apellido.
Supo que no podía decirle eso. Nunca negaba a su madre, y todo el mundo sabía que no era realmente hijo de la señora Dovecote, pero Flavius siempre se sentía incómodo sacando el tema. Así que, en lugar de eso, sostuvo la botella entre las manos y miró a Aaron con detenimiento.
—¿Pero qué dices? —Flavius soltó una risita mientras daba otro sorbo a la botella. Estaba seguro de que Aaron sólo exageraba, ¿cómo iba a ser la primera persona en el Capitolio que le preguntara cosas personales? Estaba seguro de que todo el mundo estaría encantado de saberlo absolutamente todo sobre él—. ¿De verdad te puedo preguntar cualquier cosa? ¿Cómo es…? ¿Cómo es el Distrito Siete? Cuéntame, me gustaría saber cómo es. ¿Es cierto que hay muchos bosques?
Flavius siempre sintió una inexplicable fascinación por la naturaleza. En el Capitolio había decenas de parques que adornaban la ciudad, pero él sabía que estaban construidos artificialmente, al igual que las piscinas de grandes olas que imitaban la playa del Distrito Cuatro. Pero no era lo mismo, no era real.
Sin embargo, a pesar de que los Vencedores estaban en cada pantalla del Capitolio, Aaron era el primero que él conocía. Por más curiosidad que sintiera, no era más que un mocoso que no tenía acceso tan fácil a las altas esferas del Capitolio. Que Aaron estuviera en la fiesta de Cornelius había sido tan sólo un golpe de suerte.
—Lo siento, aunque te parezca raro no es como que haya podido conocer a ningún Vencedor antes que tú y las últimas semanas se supone que tenía que estudiar en la Academia o papá iba a matarme en serio… —en realidad estaba exagerando un poco, Flavius sacaba buenas notas, pero su padre siempre le repetía que la familia siempre se había destacado en todas las materias y que no podía dejar en vergüenza el apellido.
Flavius no siempre asistió a la Academia, sólo fue allí después de irse a vivir con su padre, así que al principio todas las materias le parecían terribles, porque no tenían que ver nada con el colegio que quedaba a media cuadra del hospital donde trabajaba su madre. De pronto se preguntó qué pensaría Aaron si le dijera que, en realidad, vivía con su padre y la esposa de éste. Con su madrastra. Una mujer obsesionada con tener un hijo varón y que él vino a suplir el sitio del esperado hijo que perpetuaría el apellido.
Supo que no podía decirle eso. Nunca negaba a su madre, y todo el mundo sabía que no era realmente hijo de la señora Dovecote, pero Flavius siempre se sentía incómodo sacando el tema. Así que, en lugar de eso, sostuvo la botella entre las manos y miró a Aaron con detenimiento.
—¿Pero qué dices? —Flavius soltó una risita mientras daba otro sorbo a la botella. Estaba seguro de que Aaron sólo exageraba, ¿cómo iba a ser la primera persona en el Capitolio que le preguntara cosas personales? Estaba seguro de que todo el mundo estaría encantado de saberlo absolutamente todo sobre él—. ¿De verdad te puedo preguntar cualquier cosa? ¿Cómo es…? ¿Cómo es el Distrito Siete? Cuéntame, me gustaría saber cómo es. ¿Es cierto que hay muchos bosques?
Flavius siempre sintió una inexplicable fascinación por la naturaleza. En el Capitolio había decenas de parques que adornaban la ciudad, pero él sabía que estaban construidos artificialmente, al igual que las piscinas de grandes olas que imitaban la playa del Distrito Cuatro. Pero no era lo mismo, no era real.
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III. A long time ago
El Capitolio
0.30hrs
Aaron
Escuchar a Flavius hablar de estudiar y la Academia... Era un joven como él, pero con una vida completamente distinta. Antes de ser un Vencedor Aaron tampoco podía pensar en estudiar. Trabajaba con su familia en el aserradero. Ir a la Academia... no podía ni imaginar qué hacían ahí. Tampoco a su padre preocupándose por eso.
Su padre había muerto cuando Aaron era pequeño, en un accidente en una tala de árboles. Después de eso Aaron y su hermano habían tenido que hacerse cargo del trabajo pesado en casa. Y tomar teselas. Lo necesario para sobrevivir. Seguro que si le decía eso a Flavius tampoco podría imaginar cómo sería.
La pregunta sobre su Distrito se lo demostró y le hizo reír.
—No me extraña que tengas esa idea cuando los modistas que nos tocan siempre nos visten de árboles—comentó todavía con la sonrisa en los labios.
Volvió a tomar la botella de licor y la empinó. Le sonrió a Flavius y le hizo señas de que lo siguiera. Quería tirarse en el sofá blanco y grande que había allí. Se veía esponjoso y la idea de solo tirarse allí a descansar le resultaba muy agradable. Cuando entró pensó que Flavius querría que tuvieran sexo ahí, pero ahora la expectativa de solo tirarse en él le parecía increíble.
Así que lo hizo. Se dejó caer y tomó de nuevo de la botella. Se iba a terminar ridículamente rápido el licor, esperaba que hubiera más.
—El Distrito 7 es hermoso. Sí es cierto que tiene mucho bosque, pero no vivimos en medio de los árboles —empezó a explicarle mientras insistía por señas en que se acercara al sofá con él. —. Nuestras casas son de madera pero sencilla. Los árboles que trabajamos son de maderas finas. Los cortamos, los trabajamos, lo convertimos en las maderas finas que se mandan a Capitolio. Ya sea como materia prima o como muebles.
Señaló un mueble en la habitación que tenía un precioso color madera.
—Se hacen esas cosas, por ejemplo. Eso pude trabajarlo yo perfectamente.
Estaba exagerando, por supuesto. No era un ebanista ni mucho menos. Cortaba, lijaba, lo básico. Además, no lo habían dejado regresar al aserradero desde que había sido seleccionado en la Cosecha. Pero Flavius no sabría la diferencia, y quería escucharlo hablar de su Distrito. Así que por qué no. Además él podría haberlo trabajado algún día, si no hubiera sido un Vencedor y no se hubiera muerto de hambre.
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III. A long time ago
El Capitolio
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Flavius
Flavius siguió a Aaron hasta el enorme sofá blanco que había en la sala del penthouse. Se quedó quieto un instante, viendo cómo Aaron se recostaba a sus anchas, todavía con la botella de vino en la mano. Él no estaba seguro de qué hacer, aunque era evidente que el sofá era lo bastante grande para los dos. Así que acabó acercándose al borde, sentándose de piernas cruzadas a los pies de Aaron, quien seguía hablándole del Distrito Siete.
Para Flavius era como escuchar una vida a la que él no podía siquiera imaginar. Su padre siempre le decía que la vida en los distritos era el equilibrio perfecto para que Panem progresara. Flavius sabía que no estaba mintiendo, pero a medida que fue creciendo empezó a parecerle curioso que el Capitolio sólo fuera capaz de aprovechar lo que llegaba de los distritos. Prácticamente nada se hacía en el Capitolio, todo se recibía desde fuera. Flavius recordaba que, en alguna ocasión, se lo había comentado a su madre, quien lo miró más pálida que de costumbre y le recordó que ese tipo de temas sólo podían hablarlos entre los dos.
Tuvo que recordar con claridad la voz de su madre, porque estuvo a punto de mencionárselo a Aaron.
En lugar de eso, se concentró en lo que Aaron había dicho sobre la madera del distrito y los muebles. Flavius miró la mesa que Aaron señaló y luego volvió a mirarlo a él, visiblemente interesado en semejante declaración.
—¿En serio puedes hacer eso? —preguntó entusiasmado, sin dejar de mirar a Aaron—. Eso suena increíble, yo no puedo hacer nada con las manos, tampoco tengo ninguna aptitud artística ni tampoco la dedicación para hacer algo así.
Le parecía maravilloso, así que le dedicó a Aaron una sonrisa sincera. Flavius creía que era una de las personas más interesantes que había conocido. Pero también era cierto que era la primera vez que se topaba con un Vencedor y que podía hablar con él. Sabía que a veces las reuniones a las que sus hermanas asistían había Vencedores que venían invitados desde sus distritos, pero Flavius era muy pequeño para esos eventos. O lo era. Ya no era un niño y ahora que veía a Aaron, procuraría recordarlo la próxima vez que quisiera una salida nocturna y lo llevara a la mesa en las reuniones de familia.
—Aaron… ¿pasas mucho tiempo en tu distrito o vienes al Capitolio con frecuencia? —preguntó con genuina curiosidad, pero luego se dio cuenta de que eso había sonado como una insinuación un tanto ridícula e infantil. Soltó una risita avergonzada—. Lo siento, vas a pensar que soy un obseso o algo así, pero me preguntaba si ya sabías cuándo vas a volver. Ya sabes, por si podemos coincidir de nuevo.
En realidad, Flavius no contaba con convencer a su padre, pero podía intentarlo. Estaba seguro de que esta noche no iba a poder dormir pensando en su encuentro con Aaron Mason.
Para Flavius era como escuchar una vida a la que él no podía siquiera imaginar. Su padre siempre le decía que la vida en los distritos era el equilibrio perfecto para que Panem progresara. Flavius sabía que no estaba mintiendo, pero a medida que fue creciendo empezó a parecerle curioso que el Capitolio sólo fuera capaz de aprovechar lo que llegaba de los distritos. Prácticamente nada se hacía en el Capitolio, todo se recibía desde fuera. Flavius recordaba que, en alguna ocasión, se lo había comentado a su madre, quien lo miró más pálida que de costumbre y le recordó que ese tipo de temas sólo podían hablarlos entre los dos.
Tuvo que recordar con claridad la voz de su madre, porque estuvo a punto de mencionárselo a Aaron.
En lugar de eso, se concentró en lo que Aaron había dicho sobre la madera del distrito y los muebles. Flavius miró la mesa que Aaron señaló y luego volvió a mirarlo a él, visiblemente interesado en semejante declaración.
—¿En serio puedes hacer eso? —preguntó entusiasmado, sin dejar de mirar a Aaron—. Eso suena increíble, yo no puedo hacer nada con las manos, tampoco tengo ninguna aptitud artística ni tampoco la dedicación para hacer algo así.
Le parecía maravilloso, así que le dedicó a Aaron una sonrisa sincera. Flavius creía que era una de las personas más interesantes que había conocido. Pero también era cierto que era la primera vez que se topaba con un Vencedor y que podía hablar con él. Sabía que a veces las reuniones a las que sus hermanas asistían había Vencedores que venían invitados desde sus distritos, pero Flavius era muy pequeño para esos eventos. O lo era. Ya no era un niño y ahora que veía a Aaron, procuraría recordarlo la próxima vez que quisiera una salida nocturna y lo llevara a la mesa en las reuniones de familia.
—Aaron… ¿pasas mucho tiempo en tu distrito o vienes al Capitolio con frecuencia? —preguntó con genuina curiosidad, pero luego se dio cuenta de que eso había sonado como una insinuación un tanto ridícula e infantil. Soltó una risita avergonzada—. Lo siento, vas a pensar que soy un obseso o algo así, pero me preguntaba si ya sabías cuándo vas a volver. Ya sabes, por si podemos coincidir de nuevo.
En realidad, Flavius no contaba con convencer a su padre, pero podía intentarlo. Estaba seguro de que esta noche no iba a poder dormir pensando en su encuentro con Aaron Mason.
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III. A long time ago
El Capitolio
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Aaron
Cuando escuchó la sincera admiración de Flavius se sintió avergonzado de haber exagerado. Realmente era un chico adorable. ¿Había sido él alguna vez así de inocente? ¿Incluso antes de la Arena? A veces no podía recordar quién había sido antes de reventarle la cabeza al último Tributo.
—Bueno no, ahora no podría, desde que gané los Juegos del Hambre no trabajo la madera—dijo para matizar sus palabras anteriores.
La pregunta de Flavius sobre volver a coincidir lo hizo sonreír con amargura.
—No es como que pueda elegir a quién veo o cuándo vengo —respondió con un suspiro—. ¿Realmente no sabes cómo es esto?
Tomó más licor de la botella. No iba a ser suficiente. Se acomodó mejor en el sofá, acercándose más a Flavius y recostándose por completo en el mullido sofá.
—No creo que podamos vernos a menos que pagues por mi tiempo. Alguien le paga a Snow por mí y él me manda a llamar. Yo vengo... y cumplo. Hoy me di a la fuga, pero realmente no puedo escoger.
No sabía si un chico como Flavius tendría la posibilidad de comprar su tiempo. Hasta ahora todos los hombres que habían pagado por él habían sido bastante mayores, o al menos hombres ya establecidos económicamente. Nunca un jovencito. Había supuesto que llevarlo a su penthouse había sido una travesura, aprovechar algo que no podía tener de otra manera. Pero ahora estaba convencido de que realmente no pensaba ni pedirle un beso.
Se tomó de un trago lo que quedaba en la botella y la extendió hacia Flavius, con ojos suplicantes.
—¿Crees que podamos abrir otra?
Si dependiera de él sí que querría ver a Flavius de nuevo. Era la primera vez que conocía a alguien de Capitolio que realmente le agradaba. Alguien que no quería meterlo en su cama sino hablar con él. Tal vez era solo porque aún era joven e ingenuo, pero aún así lo había sacado de aquella horrible fiesta, lo había llevado a un lugar privado... Tenía dinero, tendría poder. Solo tenía que aprender a usarlo. ¿Podría hacerlo y seguir siendo una buena persona?
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III. A long time ago
El Capitolio
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Flavius
Flavius se quedó pasmado cuando escuchó la pregunta de Aaron. Además, le dijo que él no podía elegir nada de lo que hacía en el Capitolio. Había algo en su tono de voz, como si estuviera cargado de angustia, que le encogió el estómago. Flavius se fijó con detenimiento en la postura de Aaron, en cómo parecía que estaba algo fuera de lugar, pero no alcanzaba a entender por qué. Lo que más lo ponía nervioso era que le estaba hablando con una especie de condescendencia que no acababa de gustarle.
—¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con que no sé? —Flavius quiso explicarle que tenía diecisiete y en realidad sólo podía saber lo que estaba a su alcance. Todavía era demasiado joven como para participar en los negocios de su padre y las fiestas a las que solía asistir eran prácticamente todas con gente de su edad—. ¿Quieres decirme que Cornelius pagó por tu tiempo para que fueras a la fiesta?
Flavius intentó procesar lo que estaba diciendo Aaron. Había dicho que él venía al Capitolio y “cumplía”, un término ambiguo que podía significar cualquier cosa. Pero por la expresión de Aaron estaba asustándolo mucho. Sobre todo porque se había terminado la botella y ahora además le estaba pidiendo que necesitaba tomar otra. Flavius contuvo la respiración y tomó la botella entre las manos, pero también tomó con suavidad una de las manos de Aaron.
Lo primero que pensó, fue que Aaron tenía las manos ásperas. Como alguien que había trabajado la madera, tal cual él le había dicho. Alguien que no había tenido en absoluto una vida parecida a la suya. Aquella idea lo estremeció de nuevo y fue por eso que Flavius no se cortó al preguntar lo que estaba pasando por su cabeza.
—Aaron… ¿qué quieres decir con que cumples? ¿Cornelius y tú…? —Flavius fue incapaz de terminar la frase y fue entonces cuando soltó la mano de Aaron. Tenía la sensación de que los dos estaban temblando y que en cualquier momento se caerían del sofá. Pero estaba seguro que era su imaginación, él todavía tenía la botella entre las manos, sosteniéndola con firmeza. Flavius no quería descorchar otra botella, pero si Aaron no podía tener nunca lo que quería en el Capitolio, ¿por qué él no podía complacerlo? No parecía que tuviera nada de malo—. Ya vuelvo.
Por suerte, el minibar estaba tan sólo a unos cuantos metros y era un espacio abierto, así que nunca perdió de vista a Aaron mientras buscaba otra botella en la nevera. Esta tenía otro sabor y el corcho era un poco más difícil de sacar, pero consiguió hacerlo sin ayuda.
—¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con que no sé? —Flavius quiso explicarle que tenía diecisiete y en realidad sólo podía saber lo que estaba a su alcance. Todavía era demasiado joven como para participar en los negocios de su padre y las fiestas a las que solía asistir eran prácticamente todas con gente de su edad—. ¿Quieres decirme que Cornelius pagó por tu tiempo para que fueras a la fiesta?
Flavius intentó procesar lo que estaba diciendo Aaron. Había dicho que él venía al Capitolio y “cumplía”, un término ambiguo que podía significar cualquier cosa. Pero por la expresión de Aaron estaba asustándolo mucho. Sobre todo porque se había terminado la botella y ahora además le estaba pidiendo que necesitaba tomar otra. Flavius contuvo la respiración y tomó la botella entre las manos, pero también tomó con suavidad una de las manos de Aaron.
Lo primero que pensó, fue que Aaron tenía las manos ásperas. Como alguien que había trabajado la madera, tal cual él le había dicho. Alguien que no había tenido en absoluto una vida parecida a la suya. Aquella idea lo estremeció de nuevo y fue por eso que Flavius no se cortó al preguntar lo que estaba pasando por su cabeza.
—Aaron… ¿qué quieres decir con que cumples? ¿Cornelius y tú…? —Flavius fue incapaz de terminar la frase y fue entonces cuando soltó la mano de Aaron. Tenía la sensación de que los dos estaban temblando y que en cualquier momento se caerían del sofá. Pero estaba seguro que era su imaginación, él todavía tenía la botella entre las manos, sosteniéndola con firmeza. Flavius no quería descorchar otra botella, pero si Aaron no podía tener nunca lo que quería en el Capitolio, ¿por qué él no podía complacerlo? No parecía que tuviera nada de malo—. Ya vuelvo.
Por suerte, el minibar estaba tan sólo a unos cuantos metros y era un espacio abierto, así que nunca perdió de vista a Aaron mientras buscaba otra botella en la nevera. Esta tenía otro sabor y el corcho era un poco más difícil de sacar, pero consiguió hacerlo sin ayuda.
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III. A long time ago
El Capitolio
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Aaron
Flavius realmente no sabía.
Aaron se arrepintió de inmediato de sus palabras. ¿Tenía derecho a revelarle a Flavius los negocios turbios del Capitolio? ¿Era muy joven realmente para saber estas cosas? Su expresión le hacía pensar que quizá era algo que no podía procesar. Aaron se vio obligado a procesar todo eso a los 17 años, pero Flavius era un niño mimado y protegido, quizá no sabía nada de eso.
No lo veía de esa forma pero ahora él se había puesto bajo esa luz. De repente se sentía muy avergonzado. Realmente necesitaba beber más.
Cuando Flavius le tendió otra botella, le agradeció con una sonrisa, aunque temía que la angustia se veía en su mirada.
—No quería escandalizarte, creía que todo el mundo sabía esto... No es como que sean muy discretos—se disculpó suavemente.
Le hizo señalas de que volviera a sentarse a su lado y dio un largo trago a la botella. Estaba delicioso, pero en especial le ayudó a aclarar un poco la mente.
—Realmente no quieres detalles sobre lo que Cornelius quería de mi visita —continuó—. Pero creo que había tomado demasiado, se quedó dormido y... pues escapé. Quería beber algo y salir de allí. Así que creo que... me rescataste.
Era cierto. Flavius lo había rescatado, era la primera persona en Capitolio que hacía algo por él sin querer usarlo. Se giró hacia él con una amplia sonrisa y le tendió la botella de licor.
—Eres mi salvador, Flavius Dovecote. Esta es la mejor noche que he pasado en Capitolio en mi vida, y seguramente la mejor que tendré. Gracias.
Por un momento estuvo a punto de ofrecerse de nuevo en agradecimiento, pero empezaba a entender que Flavius era muy inocente. No lo había dañado el Capitolio todavía. No sería él quien lo hiciera. Solo le sonrió genuinamente y le insistió con la botella para que tomara.
—Toma conmigo.
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III. A long time ago
El Capitolio
0.30hrs
Flavius
Para Flavius, fue como abrir mucho los ojos y darse cuenta de qué estaba frente a él. Lo que estaba realmente frente a él. Desde que fue a vivir a casa de su padre, aceptó a manos llenas lo que éste y su madrastra estaban dispuestos a darle. Era una vida fácil, tan sólo tenía que estudiar, llamar a su madrastra “mamá” en público y soportar los mimos y fastidios de sus hermanas mayores. Tenía acceso a la mejor educación, a cualquier capricho que quisiera y lo único que tenía que hacer era llevar el apellido Dovecote con dignidad.
Sin embargo, estaba dándose cuenta de que pertenecer a la élite de Panem también podía significar otras cosas. ¿Esta era la vida que su padre aspiraba que él heredara? Le asaltó la idea de que su padre, como Cornelius, también hubiera pagado por el tiempo de otros Vencedores. Flavius se sintió mareado de pronto y por eso tuvo que sentarse de nuevo en el borde del sofá.
Aaron tenía razón. En realidad, no quería saber qué había hecho con Cornelius, aunque la ausencia de explicaciones era todo lo que necesitaba para que le confirmaran sus sospechas. Tenía el estómago revuelto al pensar en ello.
—Me alegra haberte rescatado —confesó, con una sonrisa genuina, a pesar de lo incómodo que se sentía de pronto. ¿Qué edad podía tener Aaron? No debía ser mucho mayor que él y Cornelius le triplicaba la edad. Flavius se obligó a no pensar en ello y aceptó la botella para darle un largo sorbo. El vino sabía diferente, no era para nada lo que quería consumir en este momento, pero se concentró en el sabor rascándole el paladar para no pensar en la expresión triste de Aaron mientras le daba explicaciones—. Si esta es la mejor noche que has pasado en el Capitolio hay que hacerla valer. Déjame mostrarte algo.
Flavius le devolvió la botella y luego estiró el cuerpo en dirección a uno de los brazos del sofá. Tanteó con la punta de los dedos un pequeño bolsillo que había en el costado. Allí había un control remoto lo bastante pequeño para caber en la palma de su mano. Flavius oprimió el botón amarillo y, al instante, las luces de la sala cambiaron a una tonalidad más opaca. Después oprimió el botón gris y todo el techo de la sala se iluminó, como si fueran constelaciones del cielo. Flavius descubrió aquello por error la primera vez que vino y le pareció maravilloso.
—Tenemos demasiadas luces para poder ver bien las estrellas, así que nos conformamos con esto… —comentó Flavius, mitad emocionado y mitad avergonzado. Estaba seguro de que Aaron sí podía ver un cielo completamente estrellado en el distrito siete. Pero, si lo pensaba con detenimiento, ¿a cuál costo?
De pronto sintió unas ganas terribles de ver a su madre. Ella quizás era la única persona a la que podía hacerle estas preguntas.
Sin embargo, estaba dándose cuenta de que pertenecer a la élite de Panem también podía significar otras cosas. ¿Esta era la vida que su padre aspiraba que él heredara? Le asaltó la idea de que su padre, como Cornelius, también hubiera pagado por el tiempo de otros Vencedores. Flavius se sintió mareado de pronto y por eso tuvo que sentarse de nuevo en el borde del sofá.
Aaron tenía razón. En realidad, no quería saber qué había hecho con Cornelius, aunque la ausencia de explicaciones era todo lo que necesitaba para que le confirmaran sus sospechas. Tenía el estómago revuelto al pensar en ello.
—Me alegra haberte rescatado —confesó, con una sonrisa genuina, a pesar de lo incómodo que se sentía de pronto. ¿Qué edad podía tener Aaron? No debía ser mucho mayor que él y Cornelius le triplicaba la edad. Flavius se obligó a no pensar en ello y aceptó la botella para darle un largo sorbo. El vino sabía diferente, no era para nada lo que quería consumir en este momento, pero se concentró en el sabor rascándole el paladar para no pensar en la expresión triste de Aaron mientras le daba explicaciones—. Si esta es la mejor noche que has pasado en el Capitolio hay que hacerla valer. Déjame mostrarte algo.
Flavius le devolvió la botella y luego estiró el cuerpo en dirección a uno de los brazos del sofá. Tanteó con la punta de los dedos un pequeño bolsillo que había en el costado. Allí había un control remoto lo bastante pequeño para caber en la palma de su mano. Flavius oprimió el botón amarillo y, al instante, las luces de la sala cambiaron a una tonalidad más opaca. Después oprimió el botón gris y todo el techo de la sala se iluminó, como si fueran constelaciones del cielo. Flavius descubrió aquello por error la primera vez que vino y le pareció maravilloso.
—Tenemos demasiadas luces para poder ver bien las estrellas, así que nos conformamos con esto… —comentó Flavius, mitad emocionado y mitad avergonzado. Estaba seguro de que Aaron sí podía ver un cielo completamente estrellado en el distrito siete. Pero, si lo pensaba con detenimiento, ¿a cuál costo?
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