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Juno
Phoenix
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Recuerdo del primer mensaje :
Han pasado casi setenta y cinco años desde el fin de los Días Oscuros, la destrucción del Distrito 13 y la instauración de los Juegos de Hambre en Panem. Aunque a simple vista todo sigue exactamente igual, con el presidente Snow controlando el poder de todo el país, las chispas de la rebelión están a punto de estallar. El gobierno está preparando una nueva versión del Vasallaje de los Veinticinco y, con Plutarch Heavensbee como nuevo Vigilante Jefe, la nueva edición de los Juegos del Hambre está llena de grandes expectativas para los ciudadanos del Capitolio.
Después de la muerte de su padre, Sirius no tiene más remedio que seguir aparentando lealtad al presidente como única forma de sobrevivir. Lleva meses alimentando odio en su corazón contra el hombre que mandó ejecutar a su padre y además lo hizo parecer como un lamentable accidente. Sirius llena sus días trabajando para Plutarch, apoyando fervientemente su rebelión como la única manera que tiene de honrar la memoria de su padre.
En el Distrito Siete, Johanna vive por su cuenta en la Villa de los Vencedores, con el único consuelo de que, después de la muerte de su tío, el presidente Snow ya no tiene absolutamente nada con qué manipularla. Está decidida a honrar la memoria de Aaron, así que, cada vez que viaja al Capitolio contra su voluntad, escucha y recaba información a cuentagotas de la rebelión que parece inevitable. Johanna está lista para que el golpe al gobierno se dé en el momento exacto, no hay nada que añore más que ver caer al presidente Snow y todos quienes le son leales.
Cada vez que Sirius y Johanna se ven, es inevitable que recuerden las pérdidas que han sufrido ambos y de cómo sus historias se entrecruzaron sin que ninguno de los dos lo pidiera. Sirius es el contacto de Johanna con los rebeldes y cada vez que están a solas, mientras para el resto de los ciudadanos están tan sólo disfrutando de la compañía del otro, ambos están intercambiando información, soñando juntos con la caída del gobierno.
Aunque ninguno de los dos acepta del todo la presencia del otro, a pesar de que nunca hayan terminado de entenderse, el odio que ambos profesan al Capitolio los convierte en los mejores aliados.
» Even if the sky is falling down I know that we'll be safe and sound
INSPIRED
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The Hunger Games
"You'll still be standing next to me
You could be my luck
Even if we're six feet underground
I know that we'll be safe and sound"
Sirius y Johanna se desprenden de esta tramita.
You could be my luck
Even if we're six feet underground
I know that we'll be safe and sound"
Sirius y Johanna se desprenden de esta tramita.
Han pasado casi setenta y cinco años desde el fin de los Días Oscuros, la destrucción del Distrito 13 y la instauración de los Juegos de Hambre en Panem. Aunque a simple vista todo sigue exactamente igual, con el presidente Snow controlando el poder de todo el país, las chispas de la rebelión están a punto de estallar. El gobierno está preparando una nueva versión del Vasallaje de los Veinticinco y, con Plutarch Heavensbee como nuevo Vigilante Jefe, la nueva edición de los Juegos del Hambre está llena de grandes expectativas para los ciudadanos del Capitolio.
Después de la muerte de su padre, Sirius no tiene más remedio que seguir aparentando lealtad al presidente como única forma de sobrevivir. Lleva meses alimentando odio en su corazón contra el hombre que mandó ejecutar a su padre y además lo hizo parecer como un lamentable accidente. Sirius llena sus días trabajando para Plutarch, apoyando fervientemente su rebelión como la única manera que tiene de honrar la memoria de su padre.
En el Distrito Siete, Johanna vive por su cuenta en la Villa de los Vencedores, con el único consuelo de que, después de la muerte de su tío, el presidente Snow ya no tiene absolutamente nada con qué manipularla. Está decidida a honrar la memoria de Aaron, así que, cada vez que viaja al Capitolio contra su voluntad, escucha y recaba información a cuentagotas de la rebelión que parece inevitable. Johanna está lista para que el golpe al gobierno se dé en el momento exacto, no hay nada que añore más que ver caer al presidente Snow y todos quienes le son leales.
Cada vez que Sirius y Johanna se ven, es inevitable que recuerden las pérdidas que han sufrido ambos y de cómo sus historias se entrecruzaron sin que ninguno de los dos lo pidiera. Sirius es el contacto de Johanna con los rebeldes y cada vez que están a solas, mientras para el resto de los ciudadanos están tan sólo disfrutando de la compañía del otro, ambos están intercambiando información, soñando juntos con la caída del gobierno.
Aunque ninguno de los dos acepta del todo la presencia del otro, a pesar de que nunca hayan terminado de entenderse, el odio que ambos profesan al Capitolio los convierte en los mejores aliados.
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C A P Í T U L O S
I. The Hanging Tree
II. Midnight Call
III. Nightmare
IV. War Drums
V. The Mockingjay Call { flashback }
VI. A Team of Two
VII. Interlude ft. Plutarch
I. The Hanging Tree
II. Midnight Call
III. Nightmare
IV. War Drums
V. The Mockingjay Call { flashback }
VI. A Team of Two
VII. Interlude ft. Plutarch
Sirius Dovecote
El Capitolio — Rebelde — Jacob Elordi — Juno
Johanna Mason
Distrito Siete — Mentora — Jena Malone — Minerva
∞
- Codigo de respuesta:
- Código:
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius nunca hablaba de su padre porque no quería caer en lugares comunes, en sentirse mal y en llorar por todas las cosas que pudo hacer por él. Sobre todo, por todas las cosas que quiso decirle y nunca pudo. Sirius se enteró demasiado tarde del papel que tenía su padre en la rebelión y los últimos días discutían constantemente. Siempre se le quedó la sensación de que su padre murió enfadado con él y no había podido sacudirse ese pensamiento ni con todo el tiempo que había pasado.
Pero ahora Johanna le abrió la puerta a hablar de su padre. De Aaron. Sirius siempre intuyó que ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, por la familiaridad con la que se trataban. Sin embargo, cuando empezó a descubrir qué tipo de relación tenían, fue terrible. No era que Sirius creyera que sus padres se amaban, Rhea Dovecote también tuvo un sinnúmero de amantes. Era tan sólo que, al parecer, prácticamente todo lo que su padre había hecho por muchos años, fue motivado por el amor que le tenía a Aaron Mason. Un tipo que, por lo que supo después, ni siquiera quiso cruzar palabras con él durante décadas.
—Sé que no me crees cuando te digo que yo me enteré casi al mismo tiempo que tú… —Sirius recordaba que discutieron mucho por eso. Johanna parecía convencida de que él sabía todo desde el principio, fue como si olvidara por un instante que ambos tenían casi la misma edad—. Pero sí supe de su relación, nunca entendí bien por qué pasaron tanto tiempo separados. Para lo único que sirvió fue para que se comportaran como dos adolescentes después.
Sirius suspiró hondo cuando escuchó a Johanna decir cómo serían las cosas si Aaron estuviera vivo. Él también se lo preguntaba, la verdad. Cómo sería si estuvieran a un paso de desatar la rebelión sobre Panem y que su padre estuviera allí, para asegurarle de que todo iba a estar bien. No le gustaba pensar demasiado en eso, porque no estaban para vivir de ilusiones infantiles.
Su padre estaba muerto, ninguna rebelión lo haría volver.
—No entiendo cómo pasaron tantos años separados y después no se ocultaban absolutamente nada. Fue muy… —Sirius estuvo a punto de decir una estupidez, pero luego se calló un instante. Se humedeció los labios y se acomodó un poco, pues estaba sintiendo un dolor en el costado al estar en la misma posición—. ¿Romántico, supongo? La gente que está obsesionada con Everdeen y Mellark habrían estado también encantados con esto. Es increíble lo manipulables que son.
Sirius, desde pequeño, siempre supo que tenía una opinión diferente a la que tenían el resto de sus amigos sobre los Juegos del Hambre. Ver gente muerta en una arena parecía una forma de diversión un tanto grotesca. La primera vez que se atrevió a decírselo a su padre, Flavius le hizo jurar que no volvería a decir eso en voz alta. Con nadie. Ni siquiera con él. Esa también fue la primera vez que Sirius, a sus ocho años, se dio cuenta de que algo andaba muy mal en Panem.
Pero ahora Johanna le abrió la puerta a hablar de su padre. De Aaron. Sirius siempre intuyó que ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, por la familiaridad con la que se trataban. Sin embargo, cuando empezó a descubrir qué tipo de relación tenían, fue terrible. No era que Sirius creyera que sus padres se amaban, Rhea Dovecote también tuvo un sinnúmero de amantes. Era tan sólo que, al parecer, prácticamente todo lo que su padre había hecho por muchos años, fue motivado por el amor que le tenía a Aaron Mason. Un tipo que, por lo que supo después, ni siquiera quiso cruzar palabras con él durante décadas.
—Sé que no me crees cuando te digo que yo me enteré casi al mismo tiempo que tú… —Sirius recordaba que discutieron mucho por eso. Johanna parecía convencida de que él sabía todo desde el principio, fue como si olvidara por un instante que ambos tenían casi la misma edad—. Pero sí supe de su relación, nunca entendí bien por qué pasaron tanto tiempo separados. Para lo único que sirvió fue para que se comportaran como dos adolescentes después.
Sirius suspiró hondo cuando escuchó a Johanna decir cómo serían las cosas si Aaron estuviera vivo. Él también se lo preguntaba, la verdad. Cómo sería si estuvieran a un paso de desatar la rebelión sobre Panem y que su padre estuviera allí, para asegurarle de que todo iba a estar bien. No le gustaba pensar demasiado en eso, porque no estaban para vivir de ilusiones infantiles.
Su padre estaba muerto, ninguna rebelión lo haría volver.
—No entiendo cómo pasaron tantos años separados y después no se ocultaban absolutamente nada. Fue muy… —Sirius estuvo a punto de decir una estupidez, pero luego se calló un instante. Se humedeció los labios y se acomodó un poco, pues estaba sintiendo un dolor en el costado al estar en la misma posición—. ¿Romántico, supongo? La gente que está obsesionada con Everdeen y Mellark habrían estado también encantados con esto. Es increíble lo manipulables que son.
Sirius, desde pequeño, siempre supo que tenía una opinión diferente a la que tenían el resto de sus amigos sobre los Juegos del Hambre. Ver gente muerta en una arena parecía una forma de diversión un tanto grotesca. La primera vez que se atrevió a decírselo a su padre, Flavius le hizo jurar que no volvería a decir eso en voz alta. Con nadie. Ni siquiera con él. Esa también fue la primera vez que Sirius, a sus ocho años, se dio cuenta de que algo andaba muy mal en Panem.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Johanna no solía hablar de su tío. En general no solía hablar de su familia. Eran todos recuerdos dolorosos de pérdidas que nunca superaría. Pero en cierta forma hablar de ello con Sirius era diferente. De alguna manera era como que esto lo compartían, aunque era cierto que habían discutido al respecto en su momento.
Al inicio le había parecido una traición de parte de su tío tener una relación con alguien del Capitolio. ¿Cómo podía? Pero conociendo a Sirius había podido entender mejor que posiblemente Flavius era diferente a la mayoría de gente de la ciudad. Era la única forma de explicar que Sirius fuera tan diferente.
Debía admitir que le ofendía que Sirius se tomara tan mal la relación de Flavius con su tío, aunque racionalmente podía suponer que era normal.
—No sé cómo lo veas tú, pero no creo que sea fácil mantener una relación con alguien del Capitolio. Hay demasiado resentimiento, y no nos puedes culpar por eso.
No sabía demasiado de lo que había pasado entre Flavius y su tío. Tampoco era que quisiera saber, la verdad. Era algo privado de Aaron, y en el fondo no sabía cómo se sentía al respecto. Pensar que algo lo había hecho feliz en su vida era en cierta forma un consuelo. Pero que hubiera muerto al final por el Capitolio era algo imperdonable.
—No sé yo si la gente los habría celebrado tanto. No creo que nos vean como uno de ustedes. ¿O has visto alguien haciendo público que se coge a un Vencedor? —preguntó con ironía. —Somos trofeos. Premios. No parejas.
Los odiaba. Los odiaba a todos.
Excepto a Sirius. A él realmente no lo odiaba. Después de todo su tío Aaron había tenido razón al ponerlo en su vida.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
A Sirius siempre le parecía muy gracioso cómo, sin importar de qué estuvieran hablando, se colaba el resentimiento que todos los distritos le guardaban al Capitolio. Ella casi siempre enfatizaba que no se podía culpar a nadie de los distritos, a ninguno de los Vencedores, por odiar tanto al Capitolio. Él nunca decía nada, pero le resultaba un poco repetitivo.
Él lo sabía. Sirius tenía claro que cualquier persona proveniente de los distritos, especialmente los Mentores, que nunca salían realmente de la pesadilla que era los Juegos del Hambre, tenían todo el derecho a odiar a Snow y al Capitolio. Pero aún así, ninguno de los distritos había conseguido hasta ahora sublevarse lo suficiente. Aún así, Plutarch y sus contactos en el Capitolio eran quienes iban a conseguir que los hilos se movieran a su favor.
Pero Sirius no podía discutir eso con Johanna, no creía que ella pudiera comprender eso. Ella odiaba a Plutarch, para Johanna, era un mal necesario. A veces se preguntaba si, para ella, él también lo era. Si todo salía bien, si la rebelión salía bien, Sirius no podía evitar preguntarse si volverían a dirigirse la palabra. La verdad, temía conocer esa respuesta.
—¿Cuándo te he dicho que no puedes tener resentimiento, señorita Mason? De las únicas cosas que me he quejado de ti es por tu impuntualidad y tu falta de modales, nunca por el odio que nos tienes… —Sirius comentó aquello con un tono jocoso, porque no quería discutir. En realidad, lo que él pensara sobre las declaraciones de Johanna, no tenía importancia. Ella tenía toda la razón—. Y como bien dices, es muy complicado, difícil, debían de haberse amado mucho. Plutarch me dio a entender que papá no quería decírselo a tu tío, quería protegerlo. Pero pues ya sabes que quedamos todos metidos hasta el fondo de esto.
En realidad, Sirius había conocido al tío de Johanna lo suficiente para saber que nunca habría querido estar a oscuras. Al principio le parecía un borracho bueno para nada que además tenía la osadía de reclamarle cosas a su padre, quien estaba poniendo todo en peligro por él. Pero después, sintió una oleada de empatía por él. No era porque hubiera sufrido más o menos, sino porque, según Plutarch le contó a cuentagotas, fue por su propia decisión que se mantuvo alejado de Flavius tanto tiempo.
De seguro que nunca se perdonó semejante cosa. Sirius sabía bien que, de estar en su lugar, tampoco se habría perdonado.
—La gente de la élite es probable que nunca los hubiera celebrado, estoy de acuerdo. Pero, ¿sabes? Las cosas que hace Plutarch no son para la gente de la élite, los que son allegados de Snow, porque el gobierno es su modo de vida. Ellos o están con él por fidelidad y miedo, o están esperando el momento en que esté lo bastante viejo para hacerse con el poder… —Sirius casi nunca trataba de explicarle estas cosas, porque creía que Johanna jamás podría ponerse en su lugar. Pero estaba despierto a estas horas, su comunicador funcionaba, y realmente quería seguir escuchando su voz. No le importaba alargar la conversación un poco más—. Pero la gente común del Capitolio realmente sólo es ignorante, no han crecido conociendo otra cosa que el adoctrinamiento. Son como los que habitan los distritos profesionales. No hay nadie que realmente los haya hecho despertar. Por simple matemática, son más que la élite del Capitolio.
Sirius suspiró hondo, pues él sí que podía ver todos los días el impacto que tenía Katniss Everdeen en el día a día del Capitolio. La gente la idolatraba, estaba seguro de que sería igual en todo Panem. Era un arma de doble filo, por supuesto, pero no dudaba que Plutarch doblaría la balanza a su favor.
Él lo sabía. Sirius tenía claro que cualquier persona proveniente de los distritos, especialmente los Mentores, que nunca salían realmente de la pesadilla que era los Juegos del Hambre, tenían todo el derecho a odiar a Snow y al Capitolio. Pero aún así, ninguno de los distritos había conseguido hasta ahora sublevarse lo suficiente. Aún así, Plutarch y sus contactos en el Capitolio eran quienes iban a conseguir que los hilos se movieran a su favor.
Pero Sirius no podía discutir eso con Johanna, no creía que ella pudiera comprender eso. Ella odiaba a Plutarch, para Johanna, era un mal necesario. A veces se preguntaba si, para ella, él también lo era. Si todo salía bien, si la rebelión salía bien, Sirius no podía evitar preguntarse si volverían a dirigirse la palabra. La verdad, temía conocer esa respuesta.
—¿Cuándo te he dicho que no puedes tener resentimiento, señorita Mason? De las únicas cosas que me he quejado de ti es por tu impuntualidad y tu falta de modales, nunca por el odio que nos tienes… —Sirius comentó aquello con un tono jocoso, porque no quería discutir. En realidad, lo que él pensara sobre las declaraciones de Johanna, no tenía importancia. Ella tenía toda la razón—. Y como bien dices, es muy complicado, difícil, debían de haberse amado mucho. Plutarch me dio a entender que papá no quería decírselo a tu tío, quería protegerlo. Pero pues ya sabes que quedamos todos metidos hasta el fondo de esto.
En realidad, Sirius había conocido al tío de Johanna lo suficiente para saber que nunca habría querido estar a oscuras. Al principio le parecía un borracho bueno para nada que además tenía la osadía de reclamarle cosas a su padre, quien estaba poniendo todo en peligro por él. Pero después, sintió una oleada de empatía por él. No era porque hubiera sufrido más o menos, sino porque, según Plutarch le contó a cuentagotas, fue por su propia decisión que se mantuvo alejado de Flavius tanto tiempo.
De seguro que nunca se perdonó semejante cosa. Sirius sabía bien que, de estar en su lugar, tampoco se habría perdonado.
—La gente de la élite es probable que nunca los hubiera celebrado, estoy de acuerdo. Pero, ¿sabes? Las cosas que hace Plutarch no son para la gente de la élite, los que son allegados de Snow, porque el gobierno es su modo de vida. Ellos o están con él por fidelidad y miedo, o están esperando el momento en que esté lo bastante viejo para hacerse con el poder… —Sirius casi nunca trataba de explicarle estas cosas, porque creía que Johanna jamás podría ponerse en su lugar. Pero estaba despierto a estas horas, su comunicador funcionaba, y realmente quería seguir escuchando su voz. No le importaba alargar la conversación un poco más—. Pero la gente común del Capitolio realmente sólo es ignorante, no han crecido conociendo otra cosa que el adoctrinamiento. Son como los que habitan los distritos profesionales. No hay nadie que realmente los haya hecho despertar. Por simple matemática, son más que la élite del Capitolio.
Sirius suspiró hondo, pues él sí que podía ver todos los días el impacto que tenía Katniss Everdeen en el día a día del Capitolio. La gente la idolatraba, estaba seguro de que sería igual en todo Panem. Era un arma de doble filo, por supuesto, pero no dudaba que Plutarch doblaría la balanza a su favor.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Sirius diciéndole que solo se quejaba de su impuntualidad y sus modales la hizo reír. No era frecuente para ella reírse sinceramente, así que lo disimuló un poco, y se alegró de no estar cara a cara. Le gusta esto de hablar sin verse. Le daba cierta privacidad al tiempo que le permitía estar acompañada.
Puso los ojos en blanco mientras lo escuchaba hablar de la gente del Capitolio. Seguramente tenía razón, ella nunca había tenido contacto con la gente de a pie de la ciudad, pero la verdad no se sentía inclinada a querer entenderlos. No merecían su empatía cuando su diversión anual era sentarse a ver morir sus tributos.
Sinceramente, sus pensamientos se quedaron en su tío y Flavius.
—Mi tío fue un hombre solitario mucho tiempo... Decía que las emociones te hacían perder la perspectiva. Supongo que tenía razón. Si no me hubiera querido tanto no habría regresado a tratar con tu padre.
Tenía muy claro que Snow y el Capitolio eran los únicos culpables de la muerte de su tío, pero la idea de que Aaron había terminado involucrándose con todo tras buscar salvarla era algo que nunca había podido olvidar del todo.
—No creo que Aaron le hubiera gustado que se supiera de su relación —añadió. —Por un lado por tu familia, pero otro porque creo que su relación era algo que habían logrado a pesar del Capitolio, ¿sabes? No algo que quisieran compartir con ellos.
Realmente esperaba que su tío hubiera sido feliz sus últimos días. Si alguien merecía ser feliz, era él, pero no lo había tenido nada fácil. Aunque podía entender que Sirius no le tuviera mayor aprecio a su tío. Era comprensible, suponía, era el amante de su padre y hasta donde sabía lo había hecho sufrir por años. No podía culparlo por eso.
De hecho, le llamó la atención cuando Sirius se incluyó entre la demás gente del Capitolio al decir que ella los odiaba. Johanna nunca le había dicho que lo odiara directamente a él, pero tal vez no lo tenía claro, que para ella era una categoría aparte del resto de las personas del Capitolio.
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El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius abrió mucho los ojos cuando escuchó a Johanna reír. Era la primera vez que la escuchaba reír. De hecho, desde que se habían conocido, ella tan sólo le había regalado sonrisas cargadas de ironía. Él no podía sentirse mal, pues sabía que tampoco era la persona más risueña del mundo, mucho menos después de la muerte de su padre. Pero había algo en la risa de Johanna, franca y maravillosa, que le escoció en el pecho.
Johanna merecía vivir en un sitio que la hiciera reír todos los días. Sirius maldecía haber nacido en Panem, pero, sobre todo, maldecía que Johanna le hubiera tocado la peor parte de todo. Ella había sido la principal razón por la que aceptó seguir el juego de su padre y aceptar pasar tiempo con Johanna cuando parecía que estaban comprando su tiempo.
—Yo creo que tu tío habría hecho todo exactamente igual, incluso sabiendo a qué se arriesgaba, para salvarte. De hecho, es en las pocas cosas en las que coincido con él… —luego de decir aquello, hubo tal silencio que Sirius estaba seguro de que podía escuchar la respiración de Johanna a través del comunicador—. También me gusta creer que papá haría todo exactamente igual porque estaba convencido de que romper a Snow y a su gobierno valían la pena su sacrificio.
Sirius podía decirlo ahora con calma, pero en su momento había sido espantoso. Sirius no dejaba de preguntarse, cada vez que le mentía a su madre y a Pollux, si así no se sintió su padre todo el tiempo. No le gustaba pensar en eso demasiado porque siempre llegaba a la conclusión de que, en algún punto de la rebelión, iba a tener que escoger entre la causa o su familia.
No estaba seguro qué decisión habría tomado su padre de estar esa encrucijada. No sabía si quería conocer la respuesta a esa pregunta.
—Si por mi familia te refieres a mi madre, la verdad es que no creo que ninguno de los pensara mucho en ella —Sirius fue categórico al decirlo. No mentía, ni quería hacer sentir bien a Johanna: hablaba con la verdad—. Yo lo habría entendido, de hecho, ahora lo entiendo, sólo que no se lo puedo decir a ninguno de los dos. Así que supongo que no importa. Quizás si estuvieran aquí estarían escandalizados de saber que nos estamos exponiendo así.
Sirius sonrió al pensar en la expresión velada de su padre si se enterara de esto. Seguro que habría regañado a Plutarch por permitir que Sirius se involucrara a este nivel. Pero Sirius no se arrepentía.
Johanna merecía vivir en un sitio que la hiciera reír todos los días. Sirius maldecía haber nacido en Panem, pero, sobre todo, maldecía que Johanna le hubiera tocado la peor parte de todo. Ella había sido la principal razón por la que aceptó seguir el juego de su padre y aceptar pasar tiempo con Johanna cuando parecía que estaban comprando su tiempo.
—Yo creo que tu tío habría hecho todo exactamente igual, incluso sabiendo a qué se arriesgaba, para salvarte. De hecho, es en las pocas cosas en las que coincido con él… —luego de decir aquello, hubo tal silencio que Sirius estaba seguro de que podía escuchar la respiración de Johanna a través del comunicador—. También me gusta creer que papá haría todo exactamente igual porque estaba convencido de que romper a Snow y a su gobierno valían la pena su sacrificio.
Sirius podía decirlo ahora con calma, pero en su momento había sido espantoso. Sirius no dejaba de preguntarse, cada vez que le mentía a su madre y a Pollux, si así no se sintió su padre todo el tiempo. No le gustaba pensar en eso demasiado porque siempre llegaba a la conclusión de que, en algún punto de la rebelión, iba a tener que escoger entre la causa o su familia.
No estaba seguro qué decisión habría tomado su padre de estar esa encrucijada. No sabía si quería conocer la respuesta a esa pregunta.
—Si por mi familia te refieres a mi madre, la verdad es que no creo que ninguno de los pensara mucho en ella —Sirius fue categórico al decirlo. No mentía, ni quería hacer sentir bien a Johanna: hablaba con la verdad—. Yo lo habría entendido, de hecho, ahora lo entiendo, sólo que no se lo puedo decir a ninguno de los dos. Así que supongo que no importa. Quizás si estuvieran aquí estarían escandalizados de saber que nos estamos exponiendo así.
Sirius sonrió al pensar en la expresión velada de su padre si se enterara de esto. Seguro que habría regañado a Plutarch por permitir que Sirius se involucrara a este nivel. Pero Sirius no se arrepentía.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Las palabras de Sirius sobre su padre la hizo sentir toda la nostalgia. Su tío Aaron había dado todo por ella. Intentaba fuertemente en no sentirse culpable, sabía que la culpa era del Capitolio, no de ellos. Pero era cierto que su tío lo había dado por ella.
—Tu padre era un hombre valiente y de principios. Mi tío decía que era realmente diferente a la mayoría del Capitolio, que podíamos confiar en él.
De igual forma le había dicho que podía confiar en Sirius. Si la había dejado en sus manos era porque confiaba totalmente en él. Johanna sabía que su tío no confiaba en cualquiera. Por eso, por más que odiara tratar a la gente del Capitolio, le había dado una oportunidad a Sirius.
El comentario sobre qué pensarían ahora la hizo sonreír.
—Mi tío estaría orgulloso —le aseguró. —Sabía que nuestra vida no vale nada como Vencedores, que nos toca hacerla valer. Y pensaría que me dio la oportunidad al hacerme pasar tiempo contigo. Ya ves, mi tío no era tan malo.
No podía juzgar a Sirius por no tenerle mayor simpatía a su tío, pero no podía evitar demostrarle de tanto en tanto la gran persona que era. Pero tampoco quería hacer una discusión al respecto, no valía la pena.
—Seguro que tu padre estaría orgulloso de ti también —añadió. —Seguro habría estado muy impresionado con este brazalete.
Estaba segura de que su tío y el señor Devocote lo habrían utilizado sin parar, pero se ahorró ese comentario. Ya Sirius se lo podía imaginar y seguro no le haría gracia.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
No era frecuente que Johanna hablara bien de nadie, mucho menos del padre de Sirius, así que la escuchó con atención. Sirius tenía en alta estima a su padre, incluso antes de descubrir su secreto, sabía que era un hombre distinto al de la mayoría del Capitolio. Siempre tuvieron personalidades afines, a tal punto que cuando era pequeño se sentía un poco culpable porque sabía que la relación que tenía con su padre no era la misma que su padre tenía con Pollux, su hermano menor. Pollux siempre fue más influenciable y era seguro que nunca se hizo las mismas preguntas que Sirius al crecer.
Supuso que fue por eso, que su padre le pidió que fuera la compañía de Johanna cuando éste pagaba por su tiempo en el Capitolio. Que él y Johanna fueran cercanos en edad también ayudaba bastante. Pollux no habría aguantado ni veinte minutos con Johanna, lo habría desesperado y hecho llorar enseguida.
—Papá quería que cuidara de ti porque sabía lo que significabas para tu tío… —dijo de pronto, en un tono más sincero de la cuenta—. No sé si tenía claro que no necesitabas que nadie te cuidara, pero tampoco nos quedaba otro remedio.
En realidad, Sirius sabía que estaba mintiendo. Johanna era fuerte y autosuficiente, eso era fácil de ver a simple vista. Sin embargo, sí que su padre tenía claro qué estaba haciendo al pedirle que la cuidara. Flavius pagaba por el tiempo de Johanna para que fuera más difícil acceder a ella. Sirius pasaba tiempo con ella, a veces cenando, a veces pasaban tiempo en la piscina temporizada y en otras ocasiones pasaban tiempo a solas en la biblioteca. Al principio ninguno de los dos interactuaba demasiado, pero nadie lo sabía. Sus amigos y familia estaban convencidos de que su padre le estaba pagando un capricho.
—Lamento la vez que por error caíste en la piscina por mi culpa. No era mi intención —Sirius no sabía por qué traía eso a colación en este momento. Johanna se había asustado genuinamente porque Orfeo, el perro de su madre, entró en la piscina porque Sirius dejó la puerta abierta a propósito porque quería saber que Johanna Mason tenía la capacidad de asustarse o sorprenderse—. Lo siento, no sé por qué pienso en esas cosas ahora. Quizás… quizás estoy más nostálgico de la cuenta. Aunque te juro que no he bebido. Quizás sólo es euforia por saber que el comunicador funcionó. La próxima vez… puedes intentarlo tú, sólo hacer la llamada de largo alcance, para saber que funciona en ambas direcciones.
Sirius no estaba seguro si debió decir eso. O tal vez habló muy rápido, no faltaba demasiado para la próxima Cosecha y Johanna tendría que ir al Capitolio de todas formas. Tendrían que verse en persona.
Supuso que fue por eso, que su padre le pidió que fuera la compañía de Johanna cuando éste pagaba por su tiempo en el Capitolio. Que él y Johanna fueran cercanos en edad también ayudaba bastante. Pollux no habría aguantado ni veinte minutos con Johanna, lo habría desesperado y hecho llorar enseguida.
—Papá quería que cuidara de ti porque sabía lo que significabas para tu tío… —dijo de pronto, en un tono más sincero de la cuenta—. No sé si tenía claro que no necesitabas que nadie te cuidara, pero tampoco nos quedaba otro remedio.
En realidad, Sirius sabía que estaba mintiendo. Johanna era fuerte y autosuficiente, eso era fácil de ver a simple vista. Sin embargo, sí que su padre tenía claro qué estaba haciendo al pedirle que la cuidara. Flavius pagaba por el tiempo de Johanna para que fuera más difícil acceder a ella. Sirius pasaba tiempo con ella, a veces cenando, a veces pasaban tiempo en la piscina temporizada y en otras ocasiones pasaban tiempo a solas en la biblioteca. Al principio ninguno de los dos interactuaba demasiado, pero nadie lo sabía. Sus amigos y familia estaban convencidos de que su padre le estaba pagando un capricho.
—Lamento la vez que por error caíste en la piscina por mi culpa. No era mi intención —Sirius no sabía por qué traía eso a colación en este momento. Johanna se había asustado genuinamente porque Orfeo, el perro de su madre, entró en la piscina porque Sirius dejó la puerta abierta a propósito porque quería saber que Johanna Mason tenía la capacidad de asustarse o sorprenderse—. Lo siento, no sé por qué pienso en esas cosas ahora. Quizás… quizás estoy más nostálgico de la cuenta. Aunque te juro que no he bebido. Quizás sólo es euforia por saber que el comunicador funcionó. La próxima vez… puedes intentarlo tú, sólo hacer la llamada de largo alcance, para saber que funciona en ambas direcciones.
Sirius no estaba seguro si debió decir eso. O tal vez habló muy rápido, no faltaba demasiado para la próxima Cosecha y Johanna tendría que ir al Capitolio de todas formas. Tendrían que verse en persona.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Se le hizo un nudo en la garganta cuando Sirius dijo que ella no necesitaba que la cuidaran. Una vez más agradeció que no pudiera verle la cara en ese momento. La verdad era que sí había necesito que la cuidaran. Si el tío Aaron no se hubiera obligado a regresar a la vida de Flavius Dovecote, si no hubiera tenido patrocinadores, no sabía si habría ganado los Juegos del Hambre. Habría muerto. Si los Dovecote no hubieran cuidado de ella evitando que la vendieran a otras personas, tal vez habría terminado quebrada como otros Vencedores, como los Mentores que se dedicaban a beber y a drogarse para sobrevivir. Como había estado su tío Aaron por años.
Le debía muchísimo a Sirius y no estaba segura de si él terminaba de comprenderlo. Tampoco se sentía capaz de decírselo.
No esperaba, sin embargo, que Sirius se disculpara por una tontería como aquello de la piscina. Era cierto que se había enojado mucho en su momento pero en retrospectiva no era más que una anécdota en medio de todo. No entendía que de repente estuviera tan nostálgico, pero al menos él mismo lo señaló y no tuvo que decírselo ella.
—¿Así que en serio quieres repetir esto?—preguntó, arqueando una ceja.
La verdad era que estaba muy bien. No le molestaría a ella repetir también, pero no iba a ser tan obvia.
—No puedo llamar solo en cualquier momento, no queremos que te ponga en evidencia la pulsera —añadió. —Tendríamos que agendar un espacio, como hoy.
Esperaba que propusiera una fecha. Ella la verdad no tenía nada que hacer en el Capitolio, así que podía decirle que sí a cualquiera, pero eso no tenía por qué saberlo. No tenía idea de cómo creía Sirius que era su vida en el Distrito pero no pensaba contarle lo patética que era.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius recordaba mucho los últimos días de su padre. En ese momento él no sabía que eran sus últimos días, pero había algo en Flavius Dovecote, una angustia que Sirius desconocía hasta ese momento, que lo alarmó. Tuvo la sensación de que estuvo manteniendo conversaciones a medias con su padre durante varios días, cargadas de un significado que Sirius no entendió hasta que se enteró de su muerte y también descubrió de un solo golpe todos sus secretos.
Por eso, recordaba una conversación que había tenido con él sobre Johanna. Estaban ambos en el penthouse de su padre y éste le preguntó abiertamente si cuidaría de Johanna en caso de que él o Aaron no estuvieran presentes. Aunque Sirius no recordaba con exactitud la respuesta que le dio, sí que recordaba la expresión contenida de su padre luego de escucharlo.
“Johanna sí que te importa mucho, después de todo. No sabes cuánto me alegro que hayan podido comprenderse” le dijo en ese entonces. Fue la última vez que hablaron sobre Johanna, o sobre el papel que cumplía Sirius en protegerla. Sirius, en ese momento, se sintió descubierto por su padre, como si tuviera el alma desnuda y Flavius pudiera leerlo a la perfección.
—Sí me gustaría —dijo, embriagado de recuerdos, mientras escuchaba la respiración de Johanna al otro lado de la línea—. La verdad me gustaría hablar contigo antes de que volvamos a vernos en el Capitolio. Con los Juegos del Hambre en puerta, lo único que va a querer Plutarch es hablar sobre los planes. Así que si puedes, tomaré la oportunidad. Sólo tienes que decirme qué día podemos hablar y me programaré para estar en el penthouse de nuevo.
Sirius sabía que podía hablar con Johanna en su casa, pues por las noches Pollux casi siempre estaba de fiesta y su madre después de la cena apenas salía de su habitación. Pero era más fácil salir de allí y olvidar que su familia estaba rota, que nunca podría contar con ellos de verdad y que, de saber lo que hacía, de seguro lo considerarían un traidor. Sirius creía que eso podría soportarlo, pero no estaba preparado para que Pollux y su madre hicieran reproches a la memoria de Flavius.
Por eso, recordaba una conversación que había tenido con él sobre Johanna. Estaban ambos en el penthouse de su padre y éste le preguntó abiertamente si cuidaría de Johanna en caso de que él o Aaron no estuvieran presentes. Aunque Sirius no recordaba con exactitud la respuesta que le dio, sí que recordaba la expresión contenida de su padre luego de escucharlo.
“Johanna sí que te importa mucho, después de todo. No sabes cuánto me alegro que hayan podido comprenderse” le dijo en ese entonces. Fue la última vez que hablaron sobre Johanna, o sobre el papel que cumplía Sirius en protegerla. Sirius, en ese momento, se sintió descubierto por su padre, como si tuviera el alma desnuda y Flavius pudiera leerlo a la perfección.
—Sí me gustaría —dijo, embriagado de recuerdos, mientras escuchaba la respiración de Johanna al otro lado de la línea—. La verdad me gustaría hablar contigo antes de que volvamos a vernos en el Capitolio. Con los Juegos del Hambre en puerta, lo único que va a querer Plutarch es hablar sobre los planes. Así que si puedes, tomaré la oportunidad. Sólo tienes que decirme qué día podemos hablar y me programaré para estar en el penthouse de nuevo.
Sirius sabía que podía hablar con Johanna en su casa, pues por las noches Pollux casi siempre estaba de fiesta y su madre después de la cena apenas salía de su habitación. Pero era más fácil salir de allí y olvidar que su familia estaba rota, que nunca podría contar con ellos de verdad y que, de saber lo que hacía, de seguro lo considerarían un traidor. Sirius creía que eso podría soportarlo, pero no estaba preparado para que Pollux y su madre hicieran reproches a la memoria de Flavius.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Era muy extraño escuchar a Sirius de esta forma. Al inicio de sus encuentros, Johanna tenía claro que lo hacía porque se lo había pedido su padre para su tío. Nada los había preparado para que ambos faltaran después y habían seguido su alianza, trabajando juntos por la rebelión y en cierta forma se comprendían. Habían tenido una pérdida común en cierta forma.
Sin embargo, este encuentro a distancia esa noche estaba cruzando una barrera nueva entre los dos. Era algo nuevo y Sirius le estaba diciendo muy sinceramente que quería repetirlo.
Ella también. Quería repetirlo. Quería volver a sentir que no estaba sola en el Distrito...
Alzó ambas cejas al escuchar a Sirius que le dijera cuándo podía.
—Déjame revisar mi apretada agenda—dijo con ironía.
Hizo una pausa, y de repente pensó que tal vez Sirius creía que de verdad tenía mucho que hacer. Era increíble la ignorancia de las personas del Capitolio sobre los Distritos y los Vencedores. Incluso alguien tan consciente de todo como él. No podía ser perfecto.
—Espera, ¿de verdad crees que tengo una agenda que revisar? —preguntó con un tono ligeramente burlón, aunque no había realmente malicia en él. —Sirius, excepto cuando vamos al Capitolio o los eventos fijos de los Juegos del Hambre, no es como que los Vencedores tengamos mucho que hacer aquí.
Generalizó porque tampoco quería quedar como la única Vencedora patética. Además, estaba casi segura de que era cierto. Los únicos Vencedores que sabía que permanecían ocupados eran los que viajaban más a Capitolio.
Torció el gesto al pensar en las fechas fijas.
—Bueno, este año hay algo extra, con la revelación del Vasallaje, pero no es como que nos avisen cuándo va a ser.
Odiaba todo. No lograba imaginar con qué les saldría Snow esta vez y no podía dejar de pensar en ello.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius pasó por un carrusel de emociones desde que Johanna le dijo que tenía que revisar su apretada agenda. A pesar del tono de su voz, que era con el mismo tono mordaz de siempre, Sirius no tenía por qué dudar de sus palabras.
Johanna siempre hablaba con el mismo tono sarcástico para hablar con él, para opinar cualquier cosa que tuviera que ver con el Capitolio. Sirius, a pesar de que era muy consciente de que la vida en los distritos no tenía nada que ver con la opulencia a la que él estaba acostumbrado, ni tenían la mitad de las comodidades que él tenía a su alcance, no podía imaginarse con exactitud cómo era la vida de Johanna en el Distrito Siete. Era obvio que él nunca había puesto un pie allí, aunque no por falta de curiosidad.
Recordaba que su padre estuvo allí una sola vez, justo antes de la Gira de la Victoria de Johanna. Ya para ese entonces su padre tenía todo preparado para que el élite del Capitolio tocara lo menos posible a su protegida. Sirius sabía que Johanna no tenía más familia que su tío fallecido, pero quería creer que tenía otras relaciones en el distrito. Con su personalidad tan particular dudaba que fuera la persona más popular, pero no creía que fuera capaz de aislarse a propósito. Eso no tenía sentido, excepto cuando la escuchó hablar.
De pronto fue como si la soledad de Johanna pudiera traspasarlo. Sirius no sabía exactamente por qué eso le encogía el estómago.
—Pues ahora tienes algo que hacer por las noches —dijo de pronto, en otro arrebato de sinceridad. Sirius se humedeció los labios, que los sentía más resecos de la cuenta. ¿Qué tan sincero había sido esta noche? No quería conocer esa respuesta—. Sólo tienes que decírmelo.
En ese preciso instante, Sirius lamentó más que nunca la muerte de su padre. Porque todo aquello que estaba sintiendo, sólo podría conversarlo con él. Plutarch no tenía tiempo para sentimentalismos, estaba demasiado comprometido con la rebelión como para tener una conversación de ese calibre con él.
—Al menos puedo distraerte para que no pienses en el Vasallaje. El Capitolio sigue tan distraído con los Vencedores Enamorados que la expectativa este año es… diferente —Sirius observaba el ambiente y analizaba la situación, preguntándose si de verdad el símbolo de Katniss Everdeen los iba a ayudar.
Johanna siempre hablaba con el mismo tono sarcástico para hablar con él, para opinar cualquier cosa que tuviera que ver con el Capitolio. Sirius, a pesar de que era muy consciente de que la vida en los distritos no tenía nada que ver con la opulencia a la que él estaba acostumbrado, ni tenían la mitad de las comodidades que él tenía a su alcance, no podía imaginarse con exactitud cómo era la vida de Johanna en el Distrito Siete. Era obvio que él nunca había puesto un pie allí, aunque no por falta de curiosidad.
Recordaba que su padre estuvo allí una sola vez, justo antes de la Gira de la Victoria de Johanna. Ya para ese entonces su padre tenía todo preparado para que el élite del Capitolio tocara lo menos posible a su protegida. Sirius sabía que Johanna no tenía más familia que su tío fallecido, pero quería creer que tenía otras relaciones en el distrito. Con su personalidad tan particular dudaba que fuera la persona más popular, pero no creía que fuera capaz de aislarse a propósito. Eso no tenía sentido, excepto cuando la escuchó hablar.
De pronto fue como si la soledad de Johanna pudiera traspasarlo. Sirius no sabía exactamente por qué eso le encogía el estómago.
—Pues ahora tienes algo que hacer por las noches —dijo de pronto, en otro arrebato de sinceridad. Sirius se humedeció los labios, que los sentía más resecos de la cuenta. ¿Qué tan sincero había sido esta noche? No quería conocer esa respuesta—. Sólo tienes que decírmelo.
En ese preciso instante, Sirius lamentó más que nunca la muerte de su padre. Porque todo aquello que estaba sintiendo, sólo podría conversarlo con él. Plutarch no tenía tiempo para sentimentalismos, estaba demasiado comprometido con la rebelión como para tener una conversación de ese calibre con él.
—Al menos puedo distraerte para que no pienses en el Vasallaje. El Capitolio sigue tan distraído con los Vencedores Enamorados que la expectativa este año es… diferente —Sirius observaba el ambiente y analizaba la situación, preguntándose si de verdad el símbolo de Katniss Everdeen los iba a ayudar.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Johanna no quería parecer patética y desocupada, pero el ofrecimiento de Sirius le sonó tan real que la conmovió de verdad. Pero no quería pedirle que hablaran todo el tiempo. De lo poco que tenía le quedaba algo de dignidad y no pensaba perderla. Por más que tuviera la intención de aprovechar la oportunidad que Sirius le había regalado, tampoco quería parecer desesperada por ella.
El tema del Vasallaje, sin embargo, la ponía nerviosa. Más que distraerla de él estaba haciendo que pensara más al respecto.
—Snow tendrá alguna idea terrible para el Vasallaje, seguramente peor a lo que se nos pueda ocurrir a ti y a mí por más que hablemos—le aseguró.
Precisamente toda la trama de los amantes trágicos le hacían pensar eso. Snow necesitaba desviar la atención del público a algo más. Recordarles a todos que el Capitolio tenía a Panem bajo su zapato y no había realmente ninguna esperanza.
—No sé si nos avisen cuándo va a ser el anuncio, temo más que sea por sorpresa —comentó. Era algo muy propio de Snow. —Podemos hablar cuando se anuncie. Seguro como mentores nos tocará pensar en estrategias, puedes ayudar si quieres.
Le vendría bien, porque Johanna no era tonta, pero no era ninguna estratega tampoco. Sirius, en cambio, era listo y conocía muy bien el Capitolio. Seguro que sería de mucha ayuda.
Entonces retomó la idea que había tenido presen te desde hacía días.
—O, si Plutarch finalmente te dice algo por adelantado, tal vez puedas alertarme, te lo agradecería mucho.
Realmente creía que esa era su mejor posibilidad. Seguro que, a pesar de lo terrible que fuera la idea concebida para torturar a los distritos ese año, sería menos malos escucharlo de Sirius que de Snow en cadena nacional.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Cada vez que escuchaba a Johanna mencionar el Vasallaje, Sirius sentía como si el pecho se le comprimiera con fuerza. Sirius tenía un nudo en la garganta al pensar que no quería hacerle falsas promesas a Johanna, pero pensaba volver a la carga con Plutarch. Iba a preguntarle otra vez qué información tenía sobre el Vasallaje, porque era seguro que sabía algo. Plutarch estaba cada vez más cerca del Presidente Snow, lo cual era beneficioso para la Rebelión, pero también lo había vuelto más paranoico y hermético, Sirius últimamente sólo lo veía para que éste le diera información y poco más.
Sirius realmente apreciaba a Plutarch, era la única persona con la que podía hablar de su padre sin culpas y quizás quien mejor lo podía comprender en cuanto a la doble vida que llevaba Flavius Dovecote. Pero ahora estaba frustrado cada vez que intercambiaban palabras, porque tenía la sensación de que estaba volviendo a tratarlo como un niño, como su ahijado y no como un miembro activo de la rebelión.
No quería discutir con él, pero iba a hacerlo cuanto fuera necesario si eso significaba obtener información para Johanna. No podía imaginarse lo que angustiaba que debía estar.
—Los anuncios presidenciales siempre están programados, pero Snow técnicamente puede hacer o decir cuando quiera, seguro que nada más escucha a sus asesores cuando les conviene —comentó con desgano, mientras volvía la vista hacia la ventana. Sirius apretó los labios y colocó una mano, sintiendo el frío del cristal hacerle cosquillas en la piel—. Hablaré con Plutarch, de todas formas, te llamaré. Aunque casi siempre desoyes mis consejos y estrategias, al menos siempre estamos de acuerdo en que los gustos de los estilistas son terribles.
Sirius recordaba la edición pasada, Johanna y él discutieron desde la llegada de los tributos al Capitolio hasta que los amantes del Distrito Doce se coronaron como Vencedores. En su momento fue estresante, pero ahora lo recordaba con mucho mejor humor.
—Buenas noches Johanna… —susurró, sin dejar de mirar las espeluznantes luces que titilaban en el edificio de al lado—. Y si sucede algo con el Alcalde, me lo puedes hacer. El comunicador no siempre es para discutir, la idea es seguir siendo aliados, como hasta ahora.
Sirius realmente apreciaba a Plutarch, era la única persona con la que podía hablar de su padre sin culpas y quizás quien mejor lo podía comprender en cuanto a la doble vida que llevaba Flavius Dovecote. Pero ahora estaba frustrado cada vez que intercambiaban palabras, porque tenía la sensación de que estaba volviendo a tratarlo como un niño, como su ahijado y no como un miembro activo de la rebelión.
No quería discutir con él, pero iba a hacerlo cuanto fuera necesario si eso significaba obtener información para Johanna. No podía imaginarse lo que angustiaba que debía estar.
—Los anuncios presidenciales siempre están programados, pero Snow técnicamente puede hacer o decir cuando quiera, seguro que nada más escucha a sus asesores cuando les conviene —comentó con desgano, mientras volvía la vista hacia la ventana. Sirius apretó los labios y colocó una mano, sintiendo el frío del cristal hacerle cosquillas en la piel—. Hablaré con Plutarch, de todas formas, te llamaré. Aunque casi siempre desoyes mis consejos y estrategias, al menos siempre estamos de acuerdo en que los gustos de los estilistas son terribles.
Sirius recordaba la edición pasada, Johanna y él discutieron desde la llegada de los tributos al Capitolio hasta que los amantes del Distrito Doce se coronaron como Vencedores. En su momento fue estresante, pero ahora lo recordaba con mucho mejor humor.
—Buenas noches Johanna… —susurró, sin dejar de mirar las espeluznantes luces que titilaban en el edificio de al lado—. Y si sucede algo con el Alcalde, me lo puedes hacer. El comunicador no siempre es para discutir, la idea es seguir siendo aliados, como hasta ahora.
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III. Nightmare
El Distrito 7
21.00hrs
Johanna
Johanna iba a vomitar.
Nunca había sido de esos tributos que ahogaban todo en el alcohol o las drogas, pero ese día en particular lo lamentaba. La sola idea de regresar a la Arena la iba a hacer perder la cabeza.
Aunque se había temido lo peor del Capitolio, no había llegado a imaginar aquella pesadilla. Snow y los suyos eran todavía más retorcidos de lo que había sido capaz de prever. Había gritado en la soledad de su casa. Se había dejado caer al suelo, se había revolcado sobre sí misma, mesándose los cabellos. Le habría gustado llorar, tal vez así se habría aliviado, pero tan solo podía temblar de furia y miedo.
Miedo.
Volvía a sentirse expuesta y vulnerable, una presa de caza en manos de sus enemigos.
Nada podía haberla preparado para esto. Pero si al menos hubiera sabido lo que iba a escuchar...
¿Por qué Plutarch y compañía no habían detenido esto? ¿Por qué Sirius no le había advertido nada? Le había dicho que le avisaría. Había confiado en él realmente... Por eso no se podía confiar en nadie.
Se había arrancado la pulsera de la mano cuando había escuchado las palabras de Snow, y lo había tirado al otro lado de la habitación. No quería saber nada de Sirius en ese momento. Pero ahora quería respuestas. Las merecía. Merecía una explicación.
Aquella idea la llevó a buscar la pulsera. No sabía si Sirius había intentado contactarla, pero ahora lo hizo ella con arrebato. Ni siquiera lo dejó hablar cuando se abrió la conexión.
—¿Por qué no me lo dijiste?—le espetó abruptamente, con la voz cargada de rabia. —¿No podías hacerlo por acá siquiera, sin darme la cara y a kilómetros de distancia!
Lo odiaba. En ese momento lo odiaba. Pero le gustaría tenerlo al frente para darle puñetazos en el pecho y reclamarle directamente. Tal vez ahí sí lloraría.
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III. Nightmare
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius vomitó luego del anuncio presidencial.
Fue una estocada terrible que no se vio venir, que lo convirtió en mil veces peor de lo que ya era. Sirius no pudo explicarle a su madre, mucho menos a su hermano, por qué se había puesto tan mal de pronto. Al menos, en su grupo de amigos también parecían espantados con lo que había anunciando el presidente Snow.
Sin embargo, Sirius no tenía tiempo para pensar qué significaba eso para la rebelión, para la maldita causa de Plutarch y de su padre. En lo único que podía pensar era que, en este preciso momento, Johanna debía estar perdiendo la cabeza en el Distrito Siete. La había llamado por el comunicador varias veces, pero fue inútil. Se desplazó hasta el penthouse de su padre, pero no había servido de nada, porque Johanna seguía ignorando su llamado.
Sirius ya había perdido toda esperanza cuando, por fin, la pulsera vibró con fuerza. Por supuesto, apenas escuchó la voz de Johanna, supo que era mucho peor de lo esperado. Johanna sonaba furiosa, con justa razón, pero su pregunta dejó a Sirius tan descolocado que, de no haber estado recostado en el diván, se habría sentido mareado.
Johanna estaba asumiendo que él sabía todo sobre el Vasallaje y que decidió activamente ocultarle la situación. Fue esa sorpresa lo que hizo a Sirius permanecer en silencio un instante.
—Johanna… —Sirius sintió cómo el nombre le quemaba en la garganta—. Por favor, escúchame. Te dije… te dije que no lo sabía. Yo también me acabo de enterar.
De hecho, había estado tan preocupado por ella, tan angustiado por poderse comunicar, que ni siquiera había ido a casa de Plutarch a reclamarle por no habérselo dicho. Porque era mentira que Plutarch no lo sabía. Incluso podía ser factible que Plutarch mismo hubiera manipulado las reglas, aprovechando la situación del Vasallaje. No podía ser que permitieran meter al Sinsajo en la Arena sin ningún plan de por medio.
Pero, en este momento, Katniss Everdeen era la última persona que le preocupaba.
Fue una estocada terrible que no se vio venir, que lo convirtió en mil veces peor de lo que ya era. Sirius no pudo explicarle a su madre, mucho menos a su hermano, por qué se había puesto tan mal de pronto. Al menos, en su grupo de amigos también parecían espantados con lo que había anunciando el presidente Snow.
Sin embargo, Sirius no tenía tiempo para pensar qué significaba eso para la rebelión, para la maldita causa de Plutarch y de su padre. En lo único que podía pensar era que, en este preciso momento, Johanna debía estar perdiendo la cabeza en el Distrito Siete. La había llamado por el comunicador varias veces, pero fue inútil. Se desplazó hasta el penthouse de su padre, pero no había servido de nada, porque Johanna seguía ignorando su llamado.
Sirius ya había perdido toda esperanza cuando, por fin, la pulsera vibró con fuerza. Por supuesto, apenas escuchó la voz de Johanna, supo que era mucho peor de lo esperado. Johanna sonaba furiosa, con justa razón, pero su pregunta dejó a Sirius tan descolocado que, de no haber estado recostado en el diván, se habría sentido mareado.
Johanna estaba asumiendo que él sabía todo sobre el Vasallaje y que decidió activamente ocultarle la situación. Fue esa sorpresa lo que hizo a Sirius permanecer en silencio un instante.
—Johanna… —Sirius sintió cómo el nombre le quemaba en la garganta—. Por favor, escúchame. Te dije… te dije que no lo sabía. Yo también me acabo de enterar.
De hecho, había estado tan preocupado por ella, tan angustiado por poderse comunicar, que ni siquiera había ido a casa de Plutarch a reclamarle por no habérselo dicho. Porque era mentira que Plutarch no lo sabía. Incluso podía ser factible que Plutarch mismo hubiera manipulado las reglas, aprovechando la situación del Vasallaje. No podía ser que permitieran meter al Sinsajo en la Arena sin ningún plan de por medio.
Pero, en este momento, Katniss Everdeen era la última persona que le preocupaba.
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III. Nightmare
El Distrito 7
21.00hrs
Johanna
La voz de Sirius sonaba cargada de urgencia, pero a la vez atropellada, como que no sabía qué decir. Le habría gustado poder verlo. Si lo tuviera frente a frente no se atrevería a negarle que lo sabía. Si lo tuviera al frente, ella no tendría un dejo de esperanza de que realmente le estaba diciendo la verdad.
Cerró los ojos, atravesada todavía por el dolor del anuncio del Vasallaje.
—¿Qué planea Plutarch?—insistió. —¿Me tengo que creer que él tampoco sabía nada de esto? ¡Estoy segura que puede estar detrás si cree que le sirve de algo meternos ahí de nuevo!
Era su culpa haber confiado en gente del Capitolio. No había aprendido nada de la muerte de su tío. De sus propios instintos que siempre le habían dicho que no eran de fiar. De verdad había creído en Sirius, y ahora estaba allí, con una cuenta regresiva para regresar a la Arena.
—Es tan fácil para ustedes, quedarse en sus casas mientras nosotros vamos a jugarnos de nuevo el cuello en la Arena...—añadió, cargada de rabia. —¡Salí viva una vez de ahí, qué tan probable es que salga una segunda vez!
Nunca le había contado a nadie de sus pesadillas con la Arena. Había pasado allí días haciéndose la débil e inocente, pero para salir con vida había sido necesario que se volviera en una máquina para matar en cuanto tuvo en la mano el hacha que logró su tío que le enviaran Se había bañado en sangre de otros inocentes como ella. Había sido más fuerte, más lista y más despiadada solo para sobrevivir.
Era para volverse loca de solo pensar en volver a pasar por eso. No se sentía capaz de regresar. No podía hacerlo de nuevo. Y sin embargo, no tendría opción.
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III. Nightmare
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius no había llorado en mucho tiempo. Desde muy pequeño aprendió a dominar sus sentimientos con gran maestría, pues se dio cuenta muy rápido que la mejor forma de sobrevivir en el Capitolio era disimulando. En el Capitolio, todos usaban máscaras o maquillaje para cubrir sus rostros, Sirius hacía exactamente lo mismo porque no podía dejar que nadie adivinara sus intenciones. Que era un traidor que estaba dispuesto a encender la revolución en cualquier momento.
Sin embargo, ahora tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Aunque había escuchado a Johanna enfadada muchas veces, esta ocasión era diferente. Ella no le creía. Por supuesto, eso no era una novedad, Johanna desconfiaba de cualquier persona del Capitolio. Hasta ahora, Sirius había conseguido no tomárselo tan personal, pero ahora no sabía qué decirle. Si estuvieran en persona, quizás sería más fácil convencerla de que él no la estaba engañando, pero usando el comunicador era muy complicado.
Sirius suspiró hondo, mientras trataba de buscar las palabras adecuadas. El problema era que no creía que ninguna fuera suficiente para aplacar el enojo de Johanna.
—Johanna, por favor escúchame… —Sirius lamentó profundamente no haber visto a Plutarch. Debió seguir sus instintos, pero el impacto de la noticia no le dio tiempo para nada—. No sabía nada. Esa es la verdad. Plutarch y yo ni siquiera hemos hablado, no he podido hablar con él, tienes que creerme.
Estaba seguro de que sus palabras sonaban vacías para Johanna. Ella no iba a creerle, sin importar todo el tiempo que llevaban trabajando juntos, de todo lo que Sirius había hecho por la causa y por cuidarla, era obvio que Johanna seguía desconfiando de él. La certeza de esa afirmación lo golpeó con más fuerza de la que estaba dispuesto a reconocer.
Sirius se frotó las mejillas varias veces, como si quisiera espantar la ansiedad y angustia que llevaba encima. Tuvo que obligarse a no llorar, porque eso no le iba a servir de nada.
—Déjame hablar con Plutarch y después… después puedo ir al Distrito Siete. Antes de las Cosechas. Puedo hacerlo… —en otra ocasión, Sirius le hubiera preguntado si ella estaba de acuerdo, pero ahora no quería dejarle opción porque sabía que Johanna se negaría. Él sabía que tenía contactos suficientes para ir hasta el Distrito Siete. Sabía que su padre lo hizo una vez, así que Sirius bien podía hacerlo también.
Aunque tenía recursos, Sirius sabía que era riesgoso hacerlo justo en este momento. Pero estaba dispuesto a hacerlo, porque quería ver a Johanna. Necesitaba verla.
Sin embargo, ahora tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Aunque había escuchado a Johanna enfadada muchas veces, esta ocasión era diferente. Ella no le creía. Por supuesto, eso no era una novedad, Johanna desconfiaba de cualquier persona del Capitolio. Hasta ahora, Sirius había conseguido no tomárselo tan personal, pero ahora no sabía qué decirle. Si estuvieran en persona, quizás sería más fácil convencerla de que él no la estaba engañando, pero usando el comunicador era muy complicado.
Sirius suspiró hondo, mientras trataba de buscar las palabras adecuadas. El problema era que no creía que ninguna fuera suficiente para aplacar el enojo de Johanna.
—Johanna, por favor escúchame… —Sirius lamentó profundamente no haber visto a Plutarch. Debió seguir sus instintos, pero el impacto de la noticia no le dio tiempo para nada—. No sabía nada. Esa es la verdad. Plutarch y yo ni siquiera hemos hablado, no he podido hablar con él, tienes que creerme.
Estaba seguro de que sus palabras sonaban vacías para Johanna. Ella no iba a creerle, sin importar todo el tiempo que llevaban trabajando juntos, de todo lo que Sirius había hecho por la causa y por cuidarla, era obvio que Johanna seguía desconfiando de él. La certeza de esa afirmación lo golpeó con más fuerza de la que estaba dispuesto a reconocer.
Sirius se frotó las mejillas varias veces, como si quisiera espantar la ansiedad y angustia que llevaba encima. Tuvo que obligarse a no llorar, porque eso no le iba a servir de nada.
—Déjame hablar con Plutarch y después… después puedo ir al Distrito Siete. Antes de las Cosechas. Puedo hacerlo… —en otra ocasión, Sirius le hubiera preguntado si ella estaba de acuerdo, pero ahora no quería dejarle opción porque sabía que Johanna se negaría. Él sabía que tenía contactos suficientes para ir hasta el Distrito Siete. Sabía que su padre lo hizo una vez, así que Sirius bien podía hacerlo también.
Aunque tenía recursos, Sirius sabía que era riesgoso hacerlo justo en este momento. Pero estaba dispuesto a hacerlo, porque quería ver a Johanna. Necesitaba verla.
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III. Nightmare
El Distrito 7
21.00hrs
Johanna
En realidad deseaba creerle a Sirius, pero no podía. Su corazón desbordaba de miedo, dolor y desconfianza. Nunca debió escuchar a la gente de Capitolio ni confiar en ellos. Su tío Aaron le había advertido lo peligrosa que era la esperanza. Lo fácil que era creer que todo estaba bien solo porque algo se sentía bien.
Así había muerto él y ella estaba en el mismo camino.
—¿Importa si habías hablado con él?—le espetó, cargada de ira. —¡Estás con él en esto! ¡Eres parte de este plan!
Sin embargo, después de ese estallido captó lo segundo que Sirius le había dicho. Tardó un momento en procesarlo porque era algo que nunca habría imaginado y que no sabía bien cómo procesar.
Evidentemente era una locura.
—No sabes lo que estás diciendo—declaró tras una pausa. Su voz se escuchaba falta de aliento después del llanto y la furia. Pero seguía enojada. —Es una estupidez. No hay forma de que vengas acá sin que pongas todo en riesgo.
Snow lo sabría antes de que Sirius pusiera un pie en el Distrito. Iba en contra de las normas sociales. Ningún ciudadano respetable del Capitolio iba a los Distritos como no fuera en algo relacionado con las ceremonias de los Juegos del Hambre.
Además, no quería que viniera. No quería verlo. No quería saber nada más de él.
—Ya me verás cuando vaya a Capitolio para los Juegos. Plutarch debe tener un plan detrás de todo esto en que somos sus piezas, ¿cierto? Puedes decir que no lo sabes: seguro que lo sabrás pronto si no.
Su voz estaba cargada de ironía, aunque la sentía menos que antes. Empezaba a sentirse más cansada y asustada que enojada, y eso le daba rabia también.
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III. Nightmare
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius creía que estaba acostumbrado a las reclamaciones de Johanna. Ella nunca había sido amable con él, ni educada, ni tampoco lo había tratado como si fueran amigos. Johanna no tenía nada que ver con sus compañeras en la Academia, con las amigas de Pollux que estaban desesperadas por algo de su atención o las chicas con que su madre insistía en que saliera. Sirius sabía que los gritos y el enfado de Johanna no eran una novedad, y también estaban completamente justificados luego del anuncio presidencial.
Pero una cosa era internalizarlo y otra escuchar de viva voz de Johanna que no le creía una sola palabra. Sirius frunció el ceño y agradeció que no estuvieran teniendo esta conversación cara a cara. Al parecer, había sido un completo iluso. Johanna seguía viéndolo de la misma manera que veía a Plutarch o a cualquier ciudadano promedio del Capitolio.
Él lo sabía. Lo supo desde que la conoció.
—Somos parte de este plan, ¿recuerdas? Pero Plutarch no comparte conmigo todo lo que hace, pero supongo que… podría quedarme toda la noche intentando que tú me creas. No va a pasar, ¿cierto? —Sirius suspiró hondo, sintiéndose hastiado por la situación. No esperó la respuesta de Johanna, ya la sabía de antemano.
¿Por qué entonces dolía tanto?
No ayudaba en nada a que se sintió como un niño pequeño luego de que Johanna le recordara todo lo que estaba en riesgo. Sirius sabía que ella tenía razón. Estaba dispuesto a correr el riesgo por alguien que estaba profundamente enojada con él y, además, ni siquiera le creía. Sirius no era más que un pobre estúpido.
—Podría haber ido sin tener que pedirte permiso, pero no quiero que te desgastes echándome reclamos antes de tiempo. Además, es cierto que Plutarch querrá ver a todos los vencedores que están con la rebelión apenas lleguen al Capitolio. Podremos vernos allí, si eso es lo que quieres… —Sirius no estaba seguro si verse en un ambiente donde además estaba Plutarch y otros comprometidos con la rebelión fuera lo que más quería. Estaba hastiado, tenso, y además ahora sentía que tenía astillado el corazón.
Sirius quiso agregar algo más, pero se contuvo. Sabía que era inútil, y tampoco quería rogar cuando era evidente que Johanna no iba a creer en él.
Pero una cosa era internalizarlo y otra escuchar de viva voz de Johanna que no le creía una sola palabra. Sirius frunció el ceño y agradeció que no estuvieran teniendo esta conversación cara a cara. Al parecer, había sido un completo iluso. Johanna seguía viéndolo de la misma manera que veía a Plutarch o a cualquier ciudadano promedio del Capitolio.
Él lo sabía. Lo supo desde que la conoció.
—Somos parte de este plan, ¿recuerdas? Pero Plutarch no comparte conmigo todo lo que hace, pero supongo que… podría quedarme toda la noche intentando que tú me creas. No va a pasar, ¿cierto? —Sirius suspiró hondo, sintiéndose hastiado por la situación. No esperó la respuesta de Johanna, ya la sabía de antemano.
¿Por qué entonces dolía tanto?
No ayudaba en nada a que se sintió como un niño pequeño luego de que Johanna le recordara todo lo que estaba en riesgo. Sirius sabía que ella tenía razón. Estaba dispuesto a correr el riesgo por alguien que estaba profundamente enojada con él y, además, ni siquiera le creía. Sirius no era más que un pobre estúpido.
—Podría haber ido sin tener que pedirte permiso, pero no quiero que te desgastes echándome reclamos antes de tiempo. Además, es cierto que Plutarch querrá ver a todos los vencedores que están con la rebelión apenas lleguen al Capitolio. Podremos vernos allí, si eso es lo que quieres… —Sirius no estaba seguro si verse en un ambiente donde además estaba Plutarch y otros comprometidos con la rebelión fuera lo que más quería. Estaba hastiado, tenso, y además ahora sentía que tenía astillado el corazón.
Sirius quiso agregar algo más, pero se contuvo. Sabía que era inútil, y tampoco quería rogar cuando era evidente que Johanna no iba a creer en él.
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III. Nightmare
El Distrito 7
21.00hrs
Johanna
El tono de voz de Sirius caló en medio de su dolor. Sí que sonaba sincero. Al menos en su resignación con respecto a que no le creería. Por un momento odió que la hiciera sentir culpable por algo en ese momento. Johanna no podía más que sentir lástima por ella misma, por tener que volver a la Arena. Sentía rabia e impotencia, y tenía derecho a ello.
O eso creía.
Alzó los ojos hacia el techo, molesta.
—Me gustaría creerte—declaró, con más sinceridad de la que merecía. —Realmente creía que...
Se calló. No podía decirlo. Realmente creía que podía contar contigo. Realmente creía que podía confiar en ti. Realmente creía que teníamos una conexión.
Cómo le hubiera gustado que fuera cierto. Pero a su tío lo había matado el Capitolio, por creer que podía trabajar con los rebeldes. Cómo ella no había aprendido nada.
Negó, escuchando lo de la reunión de Plutarch. Sirius no entendía.
—Lo que quiero es no tener que regresar al Capitolio nunca—replicó, y el enojo dejaba de ser suficiente para cubrir el dolor en su voz. —¿Entiendes? No quiero reunirme con Plutarch, ni con nadie, no quiero regresar a la Arena, no... No quiero nada.
Era verdad. Estaba cansada. Agotada de vivir con la amenaza sobre su cabeza. Había creído que estaba trabajando para salir de ello y más bien la habían regresado de cabeza a donde había empezado todo.
—Puedes venir. O no. Lo que tú quieras. No es como que lo que yo diga haga la diferencia.
Eran peones. Piezas en los juegos de la gente del Capitolio. ¿Pero es que acaso era Sirius una pieza también? Claro que pudo ir sin pedirle permiso. Todavía podía hacerlo. Era del Capitolio y podía elegir qué hacer. No como ella.
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III. Nightmare
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
A partir de la muerte de su padre, Sirius había tenido que crecer más rápido de la cuenta. Hasta ahora, creía que lo había hecho bastante bien, que había estado a la altura de las circunstancias. Sin embargo, desde el preciso momento del anuncio del Vasallaje tenía la sensación de que todo estaba precipitándose. De que estaba a punto de perder el control.
Tenía demasiadas ganas de cerrar esa llamada, tirar el comunicador por el retrete del baño y salir huyendo a brazos de su padre. Pero no podía tener ese consuelo, su padre estaba muerto y ahora él estaba metido hasta el cuello en esta rebelión que lo único que le había traído era pérdidas en su vida. Sirius tan sólo desearía que todo esto terminara.
Que Johanna ya no sonara tan agresiva le ofreció algo de consuelo, pero no era suficiente. Sirius sabía que, hasta que Snow no estuviera muerto, nada sería realmente suficiente.
—A mí también me gustaría que pudieras vivir tranquila en el distrito y que no tuvieras que pisar de nuevo el Capitolio… —suspiró Sirius, con total sinceridad. Incluso si eso significaba que ellos no volvieran a verse, lo tomaría. Johanna merecía paz y tranquilidad. Pero la única forma de que obtuvieran eso, era peleando y derrocando al gobierno. Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto.
Sirius cerró los ojos por un instante, estiró un poco más las piernas, tratando de liberarse la tensión que llevaba encima. Pero era infinita, el hueco que se abrió en su pecho luego del Vasallaje no parecía que fuera a sellarse con nada.
—Johanna, yo… —se humedeció los labios, cuidando mucho sus palabras. Quiso decirle aquello que le aquejaba su corazón. Tenía ganas de llorar, tenía la garganta apretada y se sentía mareado—. Mira, no tienes que reunirte con Plutarch si no quieres. Puedo… podemos hacerte llegar la información después. Eso es todo. Entiendo que estés enfadada, es sólo que no quiero discutir. La situación está lo bastante tensa como para también discutir entre nosotros.
A estas alturas, no debería importarle sonar de esa forma. Tenía toda la intención de ir al distrito, porque quería verla. Pero, si se lo pensaba con más detenimiento, quizás no iba a soportar que ella estuviera tan enfadada con él cara a cara.
Echaba de menos a su padre. Eso era lo único que tenía claro, mientras veía las luces del Capitolio desde su ventana.
Tenía demasiadas ganas de cerrar esa llamada, tirar el comunicador por el retrete del baño y salir huyendo a brazos de su padre. Pero no podía tener ese consuelo, su padre estaba muerto y ahora él estaba metido hasta el cuello en esta rebelión que lo único que le había traído era pérdidas en su vida. Sirius tan sólo desearía que todo esto terminara.
Que Johanna ya no sonara tan agresiva le ofreció algo de consuelo, pero no era suficiente. Sirius sabía que, hasta que Snow no estuviera muerto, nada sería realmente suficiente.
—A mí también me gustaría que pudieras vivir tranquila en el distrito y que no tuvieras que pisar de nuevo el Capitolio… —suspiró Sirius, con total sinceridad. Incluso si eso significaba que ellos no volvieran a verse, lo tomaría. Johanna merecía paz y tranquilidad. Pero la única forma de que obtuvieran eso, era peleando y derrocando al gobierno. Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto.
Sirius cerró los ojos por un instante, estiró un poco más las piernas, tratando de liberarse la tensión que llevaba encima. Pero era infinita, el hueco que se abrió en su pecho luego del Vasallaje no parecía que fuera a sellarse con nada.
—Johanna, yo… —se humedeció los labios, cuidando mucho sus palabras. Quiso decirle aquello que le aquejaba su corazón. Tenía ganas de llorar, tenía la garganta apretada y se sentía mareado—. Mira, no tienes que reunirte con Plutarch si no quieres. Puedo… podemos hacerte llegar la información después. Eso es todo. Entiendo que estés enfadada, es sólo que no quiero discutir. La situación está lo bastante tensa como para también discutir entre nosotros.
A estas alturas, no debería importarle sonar de esa forma. Tenía toda la intención de ir al distrito, porque quería verla. Pero, si se lo pensaba con más detenimiento, quizás no iba a soportar que ella estuviera tan enfadada con él cara a cara.
Echaba de menos a su padre. Eso era lo único que tenía claro, mientras veía las luces del Capitolio desde su ventana.
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III. Nightmare
El Distrito 7
21.00hrs
Johanna
Johanna de repente se sentía muy cansada y hastiada de todo. Solo tenía ganas de llorar hasta perder el sentido, pero no podía hacer eso. No podía derrumbarse, porque ser débil significaba morir en la Arena. Johanna no quería morir.
La voz de Sirius sonaba tan cansada y hastiada como ella misma. En ese momento perdió las ganas de seguir discutiendo con él, porqu eno tenía sentido. No tenía ningún sentido.
Su tío Aaron se lo había dicho una vez: que nadie tenía realmente control sobre el Capitolio o sobre lo que Snow decidiera. Que su poder estaba en hacerlos pelear entre ellos. Sirius era la última persona con la que debía pelearse.
De hecho era la única persona con la que podía hablar.
Inspiró profundo. Tenía que controlarse, aunque solo quería llorar. Habría querido tener la posibilidad de comunicarse con Finnick, Haymitch, o alguno de los otros mentores con los que solía tratar en los Juegos. Seguro que todos ellos podían entender la rabia que llevaba por dentro. Pero Sirius... ¿Sirius podría entender algo?
—Iré a la reunión o lo que Plutach convoque—dijo finalmente. —Más vale que tenga algo bueno en mente para que todo esto valga la pena.
Intentó sonar más segura, pero todo lo que salió de su voz fue amargura.
No sabía realmente si Plutarch tenía alguna influencia o no en lo que pasaba, pero les había vendido la idea de que podía hacer algo para hacer caer a Snow. Más le valía tener un asbajo la manga ahora que todos iban a tener que jugarse el cuello en la arena.
Esto debía ser culpa de Katniss Everdeen y su circo con Peeta Mellark. Seguro que el objetivo era cargárselos a ellos en la Arena y deshacerse de otra buena parte de tributos a la vez.
—Sí espero verte antes de ir a la Arena—dijo finalmente, obligándose una vez más a respirar y tragar grueso. —Tal vez sea la última vez que nos veamos.
Tenía que controlarse. Que revestirse de cinismo y dejarse los gritos y el llanto encerrados por dentro.
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IV. War Drums
El Capitolio
0.20hrs
Sirius
Sirius estaba hastiado.
Acababa de tener una pelea monumental con su hermano y no estaba seguro cómo consiguió ir hasta la mansión Heavensbee sin estrellar el vehículo. Plutarch había dado una fiesta a lo grande, a la que estaban invitados futuros patrocinadores, escoltas y estilistas involucrados en los próximos Juegos del Hambre. Como el penthouse tenía tres pisos, fue fácil disimular porque la fiesta estaba principalmente dividida en la zona de la piscina y el salón, mientras que el último piso, con acceso sólo a unos pocos, era donde se estaba dando la reunión.
Sirius conocía el código de acceso a la última planta de memoria. Cuando la puerta se abrió, lo primero que vio fue el pasillo que tenía las luces a medias, que conducían directamente hacia el pequeño salón donde Plutarch se reunía con la fracción de los rebeldes que estaban en el Capitolio.
Sabía que llegaba tarde, que la reunión llevaba más de media hora de empezada, así que cuando abrió la puerta y todas las miradas se dirigieron hacia él, se le encogió el estómago. Sirius frunció el ceño y encajó la vista en Plutarch porque era la única forma que tenía de mantenerse entero. En la reunión estaban, además de Plutarch y Cressida, el mentor del Distrito Doce, el siempre fastidioso Finnick Odair y Johanna. La expresión de Plutarch fue suficiente para saber que iban a tratarlo como un niño.
—Sirius —dijo Plutarch, con voz pausada, pero los ojos encendidos de enfado—. Estaba a punto de tener que explicar por mi cuenta cómo adulteraste la Arena y seguro iba a fallar. Siéntate que en cualquier momento el grupo de mujeres hormonadas se va a dar cuenta que su vencedor favorito no está en la piscina.
Sirius tenía una respuesta pensada para ese comentario tan estúpido, pero en lugar de eso tomó asiento junto a Cressida, quien le dio un saludo con toque suave en la rodilla. Era un gesto cómplice que, por un instante, le hizo pensar que no estaba tan solo en el mundo. Quería creer que luego de trabajar juntos las últimas semanas, se habían vuelto, si bien no amigos, al menos buenos compañeros. Además, ella entendía lo que era estar dispuesto a traicionar a familia y amigos por una causa mayor.
—La Arena está adulterada… —dijo despacio, pues sentía la garganta seca, como si le fallara pronunciar cada palabra—. La idea es esperar como mínimo tres días antes de bajar los campos de fuerza y que podamos sacarlos a todos con aerodeslizadores. Después de allí, es una ruta directa hacia el distrito trece.
—¿Tres días nada más? —la voz de Finnick Odair se alzó por sobre todos los demás sonidos de la habitación y entonces Sirius tuvo que mirar en su dirección. Johanna estaba sentada a la izquierda de Finnick y tenía justo la misma expresión con que la había imaginado los últimos días: estaba furiosa—. Se van a enfadar los patrocinadores, será un espectáculo muy pobre.
La risita de Finnick resonó en sus oídos y cuando éste se giró en dirección a Johanna, Sirius no estaba seguro si debía sentirse bien porque ella relajó la expresión por un instante. El mentor del distrito cuatro era lo que Plutarch llamaría un “mal necesario”, nunca fue santo de la devoción de Sirius, pero él y Johanna parecían llevarse bien.
Sirius no quería pensar en eso o le daría acidez en el estómago.
Acababa de tener una pelea monumental con su hermano y no estaba seguro cómo consiguió ir hasta la mansión Heavensbee sin estrellar el vehículo. Plutarch había dado una fiesta a lo grande, a la que estaban invitados futuros patrocinadores, escoltas y estilistas involucrados en los próximos Juegos del Hambre. Como el penthouse tenía tres pisos, fue fácil disimular porque la fiesta estaba principalmente dividida en la zona de la piscina y el salón, mientras que el último piso, con acceso sólo a unos pocos, era donde se estaba dando la reunión.
Sirius conocía el código de acceso a la última planta de memoria. Cuando la puerta se abrió, lo primero que vio fue el pasillo que tenía las luces a medias, que conducían directamente hacia el pequeño salón donde Plutarch se reunía con la fracción de los rebeldes que estaban en el Capitolio.
Sabía que llegaba tarde, que la reunión llevaba más de media hora de empezada, así que cuando abrió la puerta y todas las miradas se dirigieron hacia él, se le encogió el estómago. Sirius frunció el ceño y encajó la vista en Plutarch porque era la única forma que tenía de mantenerse entero. En la reunión estaban, además de Plutarch y Cressida, el mentor del Distrito Doce, el siempre fastidioso Finnick Odair y Johanna. La expresión de Plutarch fue suficiente para saber que iban a tratarlo como un niño.
—Sirius —dijo Plutarch, con voz pausada, pero los ojos encendidos de enfado—. Estaba a punto de tener que explicar por mi cuenta cómo adulteraste la Arena y seguro iba a fallar. Siéntate que en cualquier momento el grupo de mujeres hormonadas se va a dar cuenta que su vencedor favorito no está en la piscina.
Sirius tenía una respuesta pensada para ese comentario tan estúpido, pero en lugar de eso tomó asiento junto a Cressida, quien le dio un saludo con toque suave en la rodilla. Era un gesto cómplice que, por un instante, le hizo pensar que no estaba tan solo en el mundo. Quería creer que luego de trabajar juntos las últimas semanas, se habían vuelto, si bien no amigos, al menos buenos compañeros. Además, ella entendía lo que era estar dispuesto a traicionar a familia y amigos por una causa mayor.
—La Arena está adulterada… —dijo despacio, pues sentía la garganta seca, como si le fallara pronunciar cada palabra—. La idea es esperar como mínimo tres días antes de bajar los campos de fuerza y que podamos sacarlos a todos con aerodeslizadores. Después de allí, es una ruta directa hacia el distrito trece.
—¿Tres días nada más? —la voz de Finnick Odair se alzó por sobre todos los demás sonidos de la habitación y entonces Sirius tuvo que mirar en su dirección. Johanna estaba sentada a la izquierda de Finnick y tenía justo la misma expresión con que la había imaginado los últimos días: estaba furiosa—. Se van a enfadar los patrocinadores, será un espectáculo muy pobre.
La risita de Finnick resonó en sus oídos y cuando éste se giró en dirección a Johanna, Sirius no estaba seguro si debía sentirse bien porque ella relajó la expresión por un instante. El mentor del distrito cuatro era lo que Plutarch llamaría un “mal necesario”, nunca fue santo de la devoción de Sirius, pero él y Johanna parecían llevarse bien.
Sirius no quería pensar en eso o le daría acidez en el estómago.
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IV. War Drums
El Capitolio
0.20hrs
Johanna
No había sido fácil para Johanna aceptar que debía volver a la arena. Se sentía bastante avergonzada de su estallido la noche del anuncio y cómo había hablado a Sirius en su momento. Se había mostrado débil y descontrolada, y eso era algo que no se podía permitir. Tendría que volver a la arena, quisiera o no, así que debía prepararse para hacérselo pagar al Capitolio si había alguna oportunidad de que eso sucediera.
Por mínima que fuera.
Tener que estar ahí junto a otros Vencedores era un consuelo. En particular, saber que contaría con Finnick entro de la arena era una buena noticia, a su manera. Era competente y no tenía el cerebro nublado por las drogas o la abstinencia. Tampoco estaba embobado con Everdeen, como sí le pasaba a Haymitch, que no le alcanzaba el cinismo para renunciar a la esperanza de salvar a sus chicos.
A ambos.
Johanna no podía con la esperanza, pero sí con la perspectiva de que alguien tuviera la cabeza centrada y se concentrara como ella en salir vivos de allí. Dentro de lo posible, porque Finnick no dejaría de pensar en Annie, eso era un hecho.
Debía ser difícil entrar a la arena dejando a alguien afuera.
Justo pensó en ello cuando Sirius entró a la habitación. No lo admitiría frente a nadie pero hasta ahora le había intrigado y molestado su ausencia. Se había preguntado si tendría que ver con ella y la desafortunada discusión que habían tenido. Pero la verdad fue que verlo llegar le quitó un peso de los hombros, aunque su expresión no era nada agradable.
Parecía enfadado y ni siquiera la alzó a ver, pero de inmediato tuvo que empezar a explicar lo relativo a la arena. Eso estaba bien. Para eso estaban ahí.
El comentario de Finnick le arrancó una risita. Eso era parte de lo bueno de tenerlo ahí. Podían entenderse en ese tipo de humor. Los del Capitolio nunca lo entenderían. Sirius, de hecho, parecía irritado con el comentario.
—Entonces tenemos que sobrevivir tres días —resumió ella, alzando una ceja. A los patrocinadores no les haría gracia, pero aún así era mucho tiempo para estarse jugando el cuello—. A los tres días sacarán a los que sobrevivamos protegiendo a su Sinsajo.
Había algo de resentimiento en su voz, y no le importaba disimularlo. ¿Por qué iba a estar bien con la idea de que su vida fuera prescindible pero la de Katniss no?
—Y Peeta —añadió Haymitch, lo que la hizo poner los ojos en blanco—. Lo siento, cariño, pero solo Katniss no funcionará. Necesita al chico.
Desvió la mirada, molesta. Realmente no se creía toda su pantomima de amantes trágicos, pero Haymitch los conocía mejor de nadie, así que por algo lo diría. Daba igual, tendrían que lograr esto.
—De acuerdo. Finnick y yo ponemos la fuerza y la letalidad, podemos hacerlo —masculló de mala gana—. ¿Tenemos quién ponga el cerebro? Porque no va a ser tu pajarito o su panadero.
Se atrevió a lanzar una mirada a Sirius, mientras se preguntaba qué rol imaginaba él para ella en todo este plan. Por alguna razón, su opinión le importaba más que ninguna otra.
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IV. War Drums
El Capitolio
0.20hrs
Sirius
En cualquier otra circunstancia, se habría reído al escuchar a Johanna referirse a los vencedores del distrito doce como “pajarito” o “panadero”. A Sirius le parecía que era una forma fantástica de describirlos, pero no estaba de humor. Se sentía tenso, había llegado tarde, Plutarch de seguro estaba enfadado con él y Johanna estaba allí a un par de metros, sonriéndole a Finnick Odair como si ese estúpido valiera algo la pena.
Sirius suspiró hondo, pues sabía que la pregunta iba dirigida a él. Johanna no lo habría mirado si no fuera estrictamente necesario. Además, si no respondía rápido se corría el riesgo de que Finnick intentase rellenar el silencio con alguno de sus atinados comentarios.
—La arena tiene un contador de setenta y dos horas, luego se reiniciará el sistema. A simple vista parecerá un fallo, como un apagón, debe darles unos diez minutos para poder sacarlos a todos con aerodeslizadores. Los trajes de cada uno tienen un reloj que está sincronizado con la hora en que sucederá el reinicio. Cuando eso suceda, tienen que quitarse los rastreadores —Sirius se sabía de memoria todo ese discurso.
Cuando miró a Johanna, quiso decirle que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, lo que fuera, por mantenerla viva en la arena. Pero no estaba seguro de que Johanna quisiera escucharlo y, aunque así fuera, no era el momento para decir semejante cosa.
—Nosotros ya tenemos nuestra propia ruta de escape —comentó Cressida, con una sonrisa relajada que disipaba un poco la tensión de la reunión—. Después de reagruparnos en el distrito trece, ¿cuál es el siguiente paso?
Sirius lo sabía bien: planeaban bombardear el Capitolio. Pero para eso hacía falta el apoyo de los distritos. Plutarch parecía convencido de que Katniss Everdeen era justo lo que necesitaban para ganar la voluntad popular, y la chica tenía tan embrujado al Capitolio, que quizás llevaba algo de razón.
—Vamos a reagruparnos para buscar apoyo en los distritos, por eso necesitamos al sinsajo —anunció Plutarch, mirándolo a él directamente. Sirius recordó muy bien la última conversación que habían tenido—. Nos vamos a infiltrar dentro de las comunicaciones del Capitolio para poder lograrlo. Sirius se quedará aquí para asegurarse de que lo consigamos.
Sirius pudo sentir todas las miradas sobre él. Cressida soltó un respingo, pues esa información no era conocida por todos hasta ahora. Plutarch frunció el ceño, pues en realidad no estaba muy de acuerdo con esa decisión, pero ambos sabían que no les quedaba más remedio. Sirius era una pieza necesaria en el Capitolio y, sobre todo, podía seguir infiltrándose en los círculos de Snow de ser necesario, si la situación lo requería. Cuando cruzó miradas con Johanna, Sirius no supo descifrar su expresión pero, por algún motivo, tuvo ganas de decirle que estaba bien, que él lo escogió así.
—¡Qué bien! —sin embargo, nada de esto sucedió, pues los aplausos de Finnick Odair interrumpieron el salón—. ¡Un héroe! Para que también haya bajas en el Capitolio, ¿no?
Sirius tenía ganas de pedirle permiso a Plutarch para golpearlo.
Sirius suspiró hondo, pues sabía que la pregunta iba dirigida a él. Johanna no lo habría mirado si no fuera estrictamente necesario. Además, si no respondía rápido se corría el riesgo de que Finnick intentase rellenar el silencio con alguno de sus atinados comentarios.
—La arena tiene un contador de setenta y dos horas, luego se reiniciará el sistema. A simple vista parecerá un fallo, como un apagón, debe darles unos diez minutos para poder sacarlos a todos con aerodeslizadores. Los trajes de cada uno tienen un reloj que está sincronizado con la hora en que sucederá el reinicio. Cuando eso suceda, tienen que quitarse los rastreadores —Sirius se sabía de memoria todo ese discurso.
Cuando miró a Johanna, quiso decirle que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, lo que fuera, por mantenerla viva en la arena. Pero no estaba seguro de que Johanna quisiera escucharlo y, aunque así fuera, no era el momento para decir semejante cosa.
—Nosotros ya tenemos nuestra propia ruta de escape —comentó Cressida, con una sonrisa relajada que disipaba un poco la tensión de la reunión—. Después de reagruparnos en el distrito trece, ¿cuál es el siguiente paso?
Sirius lo sabía bien: planeaban bombardear el Capitolio. Pero para eso hacía falta el apoyo de los distritos. Plutarch parecía convencido de que Katniss Everdeen era justo lo que necesitaban para ganar la voluntad popular, y la chica tenía tan embrujado al Capitolio, que quizás llevaba algo de razón.
—Vamos a reagruparnos para buscar apoyo en los distritos, por eso necesitamos al sinsajo —anunció Plutarch, mirándolo a él directamente. Sirius recordó muy bien la última conversación que habían tenido—. Nos vamos a infiltrar dentro de las comunicaciones del Capitolio para poder lograrlo. Sirius se quedará aquí para asegurarse de que lo consigamos.
Sirius pudo sentir todas las miradas sobre él. Cressida soltó un respingo, pues esa información no era conocida por todos hasta ahora. Plutarch frunció el ceño, pues en realidad no estaba muy de acuerdo con esa decisión, pero ambos sabían que no les quedaba más remedio. Sirius era una pieza necesaria en el Capitolio y, sobre todo, podía seguir infiltrándose en los círculos de Snow de ser necesario, si la situación lo requería. Cuando cruzó miradas con Johanna, Sirius no supo descifrar su expresión pero, por algún motivo, tuvo ganas de decirle que estaba bien, que él lo escogió así.
—¡Qué bien! —sin embargo, nada de esto sucedió, pues los aplausos de Finnick Odair interrumpieron el salón—. ¡Un héroe! Para que también haya bajas en el Capitolio, ¿no?
Sirius tenía ganas de pedirle permiso a Plutarch para golpearlo.
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