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Juno
Phoenix
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» Even if the sky is falling down I know that we'll be safe and sound
INSPIRED
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The Hunger Games
"You'll still be standing next to me
You could be my luck
Even if we're six feet underground
I know that we'll be safe and sound"
Sirius y Johanna se desprenden de esta tramita.
You could be my luck
Even if we're six feet underground
I know that we'll be safe and sound"
Sirius y Johanna se desprenden de esta tramita.
Han pasado casi setenta y cinco años desde el fin de los Días Oscuros, la destrucción del Distrito 13 y la instauración de los Juegos de Hambre en Panem. Aunque a simple vista todo sigue exactamente igual, con el presidente Snow controlando el poder de todo el país, las chispas de la rebelión están a punto de estallar. El gobierno está preparando una nueva versión del Vasallaje de los Veinticinco y, con Plutarch Heavensbee como nuevo Vigilante Jefe, la nueva edición de los Juegos del Hambre está llena de grandes expectativas para los ciudadanos del Capitolio.
Después de la muerte de su padre, Sirius no tiene más remedio que seguir aparentando lealtad al presidente como única forma de sobrevivir. Lleva meses alimentando odio en su corazón contra el hombre que mandó ejecutar a su padre y además lo hizo parecer como un lamentable accidente. Sirius llena sus días trabajando para Plutarch, apoyando fervientemente su rebelión como la única manera que tiene de honrar la memoria de su padre.
En el Distrito Siete, Johanna vive por su cuenta en la Villa de los Vencedores, con el único consuelo de que, después de la muerte de su tío, el presidente Snow ya no tiene absolutamente nada con qué manipularla. Está decidida a honrar la memoria de Aaron, así que, cada vez que viaja al Capitolio contra su voluntad, escucha y recaba información a cuentagotas de la rebelión que parece inevitable. Johanna está lista para que el golpe al gobierno se dé en el momento exacto, no hay nada que añore más que ver caer al presidente Snow y todos quienes le son leales.
Cada vez que Sirius y Johanna se ven, es inevitable que recuerden las pérdidas que han sufrido ambos y de cómo sus historias se entrecruzaron sin que ninguno de los dos lo pidiera. Sirius es el contacto de Johanna con los rebeldes y cada vez que están a solas, mientras para el resto de los ciudadanos están tan sólo disfrutando de la compañía del otro, ambos están intercambiando información, soñando juntos con la caída del gobierno.
Aunque ninguno de los dos acepta del todo la presencia del otro, a pesar de que nunca hayan terminado de entenderse, el odio que ambos profesan al Capitolio los convierte en los mejores aliados.
× × × × × × × × × × × × × × × × × × × × × ×
C A P Í T U L O S
I. The Hanging Tree
II. Midnight Call
III. Nightmare
IV. War Drums
V. The Mockingjay Call { flashback }
VI. A Team of Two
VII. Interlude ft. Plutarch
I. The Hanging Tree
II. Midnight Call
III. Nightmare
IV. War Drums
V. The Mockingjay Call { flashback }
VI. A Team of Two
VII. Interlude ft. Plutarch
Sirius Dovecote
El Capitolio — Rebelde — Jacob Elordi — Juno
Johanna Mason
Distrito Siete — Mentora — Jena Malone — Minerva
∞
- Codigo de respuesta:
- Código:
<div id="und1"><div id="und2" style="background: url(IMAGEN QUE ILUSTRE EL CAPÍTULO); background-size: cover;"><div id="und3"><div id="und4" style="background:url(GIF DEL PERSONAJE) center; background-size: cover;"></div><div id="und5"><div id="und6">TÍTULO DEL CAPÍTULO</div><div id="und7"><div id="und8"><div id="und9"><i class="lni lni-map-marker"></i></div><div id="und10">LUGAR</div></div><div id="und8"><div id="und9"><i class="cp cp-hourglass"></i></div><div id="und10">HORA</div></div><div id="und8"><div id="und9"><i class="cp cp-bookmark-o"></i></div><div id="und10">QUIEN ERES</div></div></div></div></div></div><div class="und11">POST DE ROL AQUÍ
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I. The Hanging Tree
El Capitolio
13.01hrs
Sirius
Sirius no quería estar allí.
Tuvo que darse una ducha fría antes de dirigirse a la dirección que ya se sabía de memoria. El apartamento, finamente decorado, había pertenecido a su padre. Sirius no supo de su existencia hasta después de su muerte, porque al parecer ese era el punto de reunión de varias células rebeldes que, para sorpresa de Sirius, sí existían en el corazón del Capitolio. Llevaba meses redescubriendo la forma en que veía a su familia, a sus amigos, y también a Plutarch. Ya no podía verlo simplemente como su tío Plutarch, sino como el líder quien daba las órdenes y a quien le debía toda su lealtad.
Era por eso que estaba allí, en un espacio que había sido de su padre y en donde Sirius se sentía más solo que nunca. Cada vez que pensaba en todos los secretos que su padre le había escondido, todo lo que había hecho allí, cuando estaba a solas con Aaron Mason, le daba arcadas.
Pero sabía que no era momento para ser sentimental, le había prometido a Plutarch que sería prudente. Que, de la misma forma en que su padre lo protegió, haría lo mismo con su madre y su hermano. Sirius no estaba seguro de qué tan bien lo estaba haciendo, pues Pollux no le hacía caso en nada y su madre tan sólo lloraba cuando no estaba borracha. Ya había pasado lo suficiente para que dejara de fingir que era una viuda abnegada y quizás Sirius la juzgó mal al pensar que nunca sintió amor hacia su padre.
Sirius todavía estaba adormecido sobre un diván cuando escuchó la puerta abrirse. Soltó un respingo cuando miró la hora, pues la había citado allí a mediodía. Pero, en todo el tiempo que llevaban viéndose a solas, sin la supervisión de Plutarch, Johanna no había llegado temprano. Nunca. No estaba seguro si lo hacía activamente por fastidiarlo o porque no le nacía ser puntual.
Frunció el ceño cuando la vio llegar. Estaba ataviada con un vestido que seguramente odiaba, porque cualquier cosa que diseñara su estilista, Johanna diría que era horrible. Sin importar que fuera un vestido que le iba como un guante o que realmente resaltara su belleza. Si venía del Capitolio, Johanna lo odiaría sin importar qué.
Sirius la comprendía perfectamente, pero seguía detestando que fuera impuntual.
—Llevo una hora esperándote, estoy seguro que el único día que se me ocurra llegar tarde a mí tendrás el descaro de enojarte conmigo —Sirius frunció el ceño y le hizo un gesto para que cerrara la puerta. Cuando bajó las ventanas que daban al balcón, se dio cuenta que, al otro lado de la calle, había un montón de personas de fiesta en la piscina de aquel hotel que últimamente estaba tan de moda.
Él había rechazado asistir a esa fiesta porque tenía que ver a Johanna. Sus amigos se habían emocionado, convencidos de que iba a pasarlo increíble. Sirius no podía explicarles que ver a la Vencedora del Distrito Siete era un dolor de cabeza y un incordio que no deseaba, pero que necesitaba.
Tuvo que darse una ducha fría antes de dirigirse a la dirección que ya se sabía de memoria. El apartamento, finamente decorado, había pertenecido a su padre. Sirius no supo de su existencia hasta después de su muerte, porque al parecer ese era el punto de reunión de varias células rebeldes que, para sorpresa de Sirius, sí existían en el corazón del Capitolio. Llevaba meses redescubriendo la forma en que veía a su familia, a sus amigos, y también a Plutarch. Ya no podía verlo simplemente como su tío Plutarch, sino como el líder quien daba las órdenes y a quien le debía toda su lealtad.
Era por eso que estaba allí, en un espacio que había sido de su padre y en donde Sirius se sentía más solo que nunca. Cada vez que pensaba en todos los secretos que su padre le había escondido, todo lo que había hecho allí, cuando estaba a solas con Aaron Mason, le daba arcadas.
Pero sabía que no era momento para ser sentimental, le había prometido a Plutarch que sería prudente. Que, de la misma forma en que su padre lo protegió, haría lo mismo con su madre y su hermano. Sirius no estaba seguro de qué tan bien lo estaba haciendo, pues Pollux no le hacía caso en nada y su madre tan sólo lloraba cuando no estaba borracha. Ya había pasado lo suficiente para que dejara de fingir que era una viuda abnegada y quizás Sirius la juzgó mal al pensar que nunca sintió amor hacia su padre.
Sirius todavía estaba adormecido sobre un diván cuando escuchó la puerta abrirse. Soltó un respingo cuando miró la hora, pues la había citado allí a mediodía. Pero, en todo el tiempo que llevaban viéndose a solas, sin la supervisión de Plutarch, Johanna no había llegado temprano. Nunca. No estaba seguro si lo hacía activamente por fastidiarlo o porque no le nacía ser puntual.
Frunció el ceño cuando la vio llegar. Estaba ataviada con un vestido que seguramente odiaba, porque cualquier cosa que diseñara su estilista, Johanna diría que era horrible. Sin importar que fuera un vestido que le iba como un guante o que realmente resaltara su belleza. Si venía del Capitolio, Johanna lo odiaría sin importar qué.
Sirius la comprendía perfectamente, pero seguía detestando que fuera impuntual.
—Llevo una hora esperándote, estoy seguro que el único día que se me ocurra llegar tarde a mí tendrás el descaro de enojarte conmigo —Sirius frunció el ceño y le hizo un gesto para que cerrara la puerta. Cuando bajó las ventanas que daban al balcón, se dio cuenta que, al otro lado de la calle, había un montón de personas de fiesta en la piscina de aquel hotel que últimamente estaba tan de moda.
Él había rechazado asistir a esa fiesta porque tenía que ver a Johanna. Sus amigos se habían emocionado, convencidos de que iba a pasarlo increíble. Sirius no podía explicarles que ver a la Vencedora del Distrito Siete era un dolor de cabeza y un incordio que no deseaba, pero que necesitaba.
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I. The Hanging Tree
El Capitolio
13.01hrs
Johanna
Johanna nunca quería estar ahí.
Si por ella fuera, no habría vuelto a poner un pie en el Capitolio, pero como bien le había advertido su tío Aaron, un Vencedor de los Juegos del Hambre era propiedad del Capitolio para el resto de su vida.
A veces se preguntaba cómo habrían si las cosas si su tío le hubiera hablado antes de la rebelión. Pero no se engaña porque bien sabe que en ese entonces era solo una niña que no habría podido hacer nada para evitar el terrible destino de Aaron Mason. Pero su tío solo se había dedicado a salvarle la vida y, después, recordarle que sobrevivir los Juegos tenía un precio.
Su tío le había preguntado, después de ser elegida tributo, si estaba dispuesta a ser una Vencedora sabiendo que el Capitolio iba a venderla al mejor postor y a utilizarla a su antojo. Johanna nunca se había arrepentido de su respuesta afirmativa. Quería vivir. Pero su tío no le había dicho entonces que tal vez había una posibilidad de acabar con ese tipo de vida.
Le habría gustado saber si era porque quería protegerla, porque en el fondo no lo creía o porque no quería que se hiciera ilusiones.
A veces le gustaría que su tío siguiera ahí.
Ahora era ella quien se veía con alguien del Capitolio. Era ella quien había tomado el lugar de su tío en la rebelión que se gestaba. Y su contacto no era otro que un Dovecote. Igual que el hombre con el que había muerto su tío. Su hijo, para ser exactos.
Sirius.
Ya tenían tiempo trabajando juntos. Aún no se acostumbraba a tener que trabajar con gente del Capitolio, aunque debía admitir que los Dovecote eran más decentes que la mayoría. Aunque no se lo diría a él. Nunca había tenido intenciones de llevarse bien con él. Lo había tratado primero por su tío. Luego. Bueno. Porque era necesario.
Pero eso no quería decir que le agradara.
Ese día se le había hecho tarde para verlo, como siempre. No era como que pudiera llegar del Distrito 7 en sus condiciones habituales y la dejaran ir a ver un cliente. Ni siquiera en el caso de ella que siempre era llamada por el mismo. Tenía que pasar por su estilista y aguantar que hicieran lo que quisieran con ella, dejarse como una muñeca.
Seguro que su estilista y su equipo se burlaban de su imagen de chica ruda.
El recibimiento de Sirius fue arisco, como siempre. A ninguno le agradaba el otro, pero trabajaban sorprendentemente bien juntos. Por eso seguían encontrándose así.
—Si un día llego temprano encontrarás otro motivo para enfadarte conmigo —replicó con desdén. Luego, hizo una mueca. —¿Acaso no has oído que la belleza duele y se hace esperar?
Se sentía ridícula con el atuendo que le habían puesto, como siempre. La habían puesto guapa para él. Con largas pestañas, uñas postizas y aquel vestido escotado que seguro pensaban que no duraría puesto sobre ella por haber entrado a la habitación. Se depeinó el cabello de una vez, soltándose el elaborado peinado que le habían hecho.
—Según mis estilistas es esencial que venga en una bonita presentación, aunque eso te de igual.
Sus palabras destilaban desdén, hacia el Capitolio y hacia él, aunque estaba bien que no le importara su aspecto. A ella le daba bastante igual también.
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El Capitolio
13.01hrs
Sirius
Sirius soltó una carcajada cuando Johanna le dijo que la belleza se hacía esperar. Aunque sabía que estaba bromeando con él, sí era cierto que se veía muy hermosa. Johanna tenía una belleza muy particular, de esa que resaltaba por encima de ese cargado maquillaje o esos pomposos vestidos. La primera vez que la vio, quedó cautivado con su mirada. Sirius pensaba que los ojos de Johanna eran los más hermosos que había visto en su vida.
Por supuesto, nunca se lo había dicho. ¿Qué caso tenía?
—Tus estilistas pueden tomarse una copa con mis amigos. Ellos también están convencidos de que nos vamos a divertir mucho esta noche —explicó, encogiéndose de hombros. Sirius se levantó del diván y se acercó al minibar, mientras descorchaba la botella de vino que había dejado allí la última vez que se habían visto—. ¿Quieres algo de beber?
Por un instante, el único sonido que se escuchó en el apartamento fueron los hielos chocando contra el cristal de la copa. Aunque le preguntó a Johanna si quería algo, no esperó su afirmación y en cuestión de segundos, ya estaban las dos copas llenas. Las acercó al borde de la barra, esperando que ella tomara la primera. Era un gesto de deferencia pues, a fin de cuentas, ella seguía siendo su invitada.
No pudo evitar pensar que sus amigos estaban en este momento brindando en su honor. La mayoría estaba convencido de que él y Johanna ya llevaban una larga relación. Uno incluso se lamentó que su madre en cualquier momento le buscaría chicas para formalizar un matrimonio y él tendría que dejar de ver al amor de su vida. Pero Rhea Dovecote no estaba para buscarle novias a su hijo, ni Sirius para pensar en estupideces.
—Te recomiendo que bebas despacio, tenemos bastante que hablar. Anoche Plutarch me retuvo en su casa hasta casi medianoche. La Gira de la Victoria empieza pasado mañana y, al parecer, en el gobierno temen que haya disturbios, sobre todo en el Once… —Sirius había pasado la noche hablando con su tío, una reunión camuflada en forma de fiesta pomposa, pero que en realidad era sólo una fachada. Había llevado a dos de sus amigos, para tener testigos de que estaba en teoría celebrando, pero él no tomó una sola gota de alcohol.
No había tiempo para fiestas. Sirius sólo estaba enfocado en vengar a su padre.
Por supuesto, nunca se lo había dicho. ¿Qué caso tenía?
—Tus estilistas pueden tomarse una copa con mis amigos. Ellos también están convencidos de que nos vamos a divertir mucho esta noche —explicó, encogiéndose de hombros. Sirius se levantó del diván y se acercó al minibar, mientras descorchaba la botella de vino que había dejado allí la última vez que se habían visto—. ¿Quieres algo de beber?
Por un instante, el único sonido que se escuchó en el apartamento fueron los hielos chocando contra el cristal de la copa. Aunque le preguntó a Johanna si quería algo, no esperó su afirmación y en cuestión de segundos, ya estaban las dos copas llenas. Las acercó al borde de la barra, esperando que ella tomara la primera. Era un gesto de deferencia pues, a fin de cuentas, ella seguía siendo su invitada.
No pudo evitar pensar que sus amigos estaban en este momento brindando en su honor. La mayoría estaba convencido de que él y Johanna ya llevaban una larga relación. Uno incluso se lamentó que su madre en cualquier momento le buscaría chicas para formalizar un matrimonio y él tendría que dejar de ver al amor de su vida. Pero Rhea Dovecote no estaba para buscarle novias a su hijo, ni Sirius para pensar en estupideces.
—Te recomiendo que bebas despacio, tenemos bastante que hablar. Anoche Plutarch me retuvo en su casa hasta casi medianoche. La Gira de la Victoria empieza pasado mañana y, al parecer, en el gobierno temen que haya disturbios, sobre todo en el Once… —Sirius había pasado la noche hablando con su tío, una reunión camuflada en forma de fiesta pomposa, pero que en realidad era sólo una fachada. Había llevado a dos de sus amigos, para tener testigos de que estaba en teoría celebrando, pero él no tomó una sola gota de alcohol.
No había tiempo para fiestas. Sirius sólo estaba enfocado en vengar a su padre.
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El Capitolio
13.01hrs
Johanna
Debía admitir que Sirius siempre era un buen anfitrión. Nunca, ni una vez, la había tratado como una chica por la que estaba pagando. Y no era de esos que le gustaba vivir la fantasía de que ella estaba ahí por gusto cuando la obligaba el Capitolio.
En realidad, su relación con Sirius era la más sincera que tenía en el Capitolio. Él tenía claro que ella odiaba todo lo que los Juegos del Hambre implicaban, incluido que pudieran obligarla a estar donde la persona que pagara más. Él también odiaba al Capitolio. Se entendían.
Seguro que él hubiera preferido tener que encargarse de cualquier otro contacto. No lo culpaba. Estar con él también la hacía pensar en su tío. Tal vez seguiría vivo si Flavius Dovecote no lo hubiera involucrado con los rebeldes. Pero en el fondo se sentía orgullosa de él. Había muerto luchando, lo mismo haría ella.
Terminó de soltarse el cabello y revolverlo un poco mientras se acercaba a tomar el trago que Sirius había servido para ella. Lo tomó con elegancia y balanceó el contenido con detenimiento, observando el color del licor sacar destellos con la luz. Nunca había tomado algo así en el Distrito 7. Su tío Aaron la había enseñado en Capitolio, y debía decir que ella lo manejaba mejor que su tío. No se podía fiar uno de las sustancias para regularse. Tomaba siempre muy despacio, jugando con el contenido de su copa o su vaso.
—Yo me preocupo por la bebida y tú por decirme los planes —replicó, tomando asiento al lado de Sirius. —¿Qué quiere Plutarch de mí? No es como que yo pueda evitar una revuelta en el Distrito 7, menos en el 11.
Arqueó una ceja para acompañar lo estúpida que le parecía la idea. Luego dio un pequeño sorbo a su copa.
—Su Sinsajo le va a salir muy salvaje, no va a poder controlarla, ni lo que genera en la gente.
Katniss Everdeen no la había engañado lo más mínimo. Peeta Mellark había sido su boleto fuera de la Arena. Solo la movía el instinto de supervivencia y el desprecio al Capitolio. Si bien eso lo podía entender y hasta lo compartía, no podía dejar de pensar que Plutarch estaba apostado demasiado a su figura.
Movía demasiadas pasiones, y eso era peligroso.
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El Capitolio
13.01hrs
Sirius
Al principio, cuando no eran más que simples desconocidos que se vieron forzados a convivir por la complicidad entre su padre y Aaron Mason, Sirius no soportaba tenerla cerca. Johanna se parecía más a las bestias que tenían en el zoológico que a una de las chicas que le dejaban notitas ridículas en la academia. Apenas su padre y Mason los dejaban a solas, siempre acababan discutiendo.
Pero ahora, luego de que la tormenta hubiera pasado, era como si no se tuvieran más que el uno al otro. Sirius apretó los labios cuando hablaron de la chica más popular en todo Panem. Katniss Everdeen era, según Plutarch, la única que podía cambiarlo todo. Él pensaba que depositar toda la fe en una sola persona era demasiado riesgoso. Pero sí era verdad que, hasta ahora, nadie había conseguido tanta revolución en los distritos. La unión hacía la fuerza y eso era lo que necesitaban para poder hacerle frente a Snow y todos los recursos que tenía.
—Nadie está esperando que contengas las revueltas de los distritos. De hecho, lo que Plutarch quiere es precisamente eso… —comentó con una media sonrisa, mientras se lo imaginaba. Snow estaría muerto de rabia al ver cómo la situación empezaba a salírsele de control. Sirius fantaseaba todas las noches con estar presente cuando, por fin, se tomaran el gobierno. No había cosa que deseara más que verlo caer, que decirle a la cara que se merecía todo esto por haber matado a su padre—. Mientras más se debilita el control de Snow, Plutarch tiene más poder. Todavía no se ha anunciado oficialmente, pero creo que es bueno que sepas que van a nombrarlo Vigilante en Jefe de los próximos Juegos del Hambre.
Desde la muerte de su padre, el ascenso de Plutarch en el gobierno no hizo más que dispararse. A Sirius se le encogía el estómago cuando pensaba en ello, que el sacrificio de su padre había precipitado todo. Dio un largo sorbo a la copa de vino y cerró los ojos un instante, permitiéndose disfrutar de su sabor. En realidad, no era muy dado a beber, pero podía permitirse un momento de debilidad.
—No creo que quiera controlar a su Sinsajo, eso es precisamente lo que quiere. Que la gente se vuelva loca y haga cosas impulsivas… —Sirius suspiró, fijándose por un instante en Johanna. Contuvo el impulso de tomarle la mano, entre ambos no hacía falta ese tipo de gestos, pero Sirius sintió la necesidad de aferrarse a algo de pronto—. El Alcalde del Distrito Siete es contacto de Plutarch. No lo sabía hasta ayer, él quería que lo supieras para cuando regreses a casa.
Pero ahora, luego de que la tormenta hubiera pasado, era como si no se tuvieran más que el uno al otro. Sirius apretó los labios cuando hablaron de la chica más popular en todo Panem. Katniss Everdeen era, según Plutarch, la única que podía cambiarlo todo. Él pensaba que depositar toda la fe en una sola persona era demasiado riesgoso. Pero sí era verdad que, hasta ahora, nadie había conseguido tanta revolución en los distritos. La unión hacía la fuerza y eso era lo que necesitaban para poder hacerle frente a Snow y todos los recursos que tenía.
—Nadie está esperando que contengas las revueltas de los distritos. De hecho, lo que Plutarch quiere es precisamente eso… —comentó con una media sonrisa, mientras se lo imaginaba. Snow estaría muerto de rabia al ver cómo la situación empezaba a salírsele de control. Sirius fantaseaba todas las noches con estar presente cuando, por fin, se tomaran el gobierno. No había cosa que deseara más que verlo caer, que decirle a la cara que se merecía todo esto por haber matado a su padre—. Mientras más se debilita el control de Snow, Plutarch tiene más poder. Todavía no se ha anunciado oficialmente, pero creo que es bueno que sepas que van a nombrarlo Vigilante en Jefe de los próximos Juegos del Hambre.
Desde la muerte de su padre, el ascenso de Plutarch en el gobierno no hizo más que dispararse. A Sirius se le encogía el estómago cuando pensaba en ello, que el sacrificio de su padre había precipitado todo. Dio un largo sorbo a la copa de vino y cerró los ojos un instante, permitiéndose disfrutar de su sabor. En realidad, no era muy dado a beber, pero podía permitirse un momento de debilidad.
—No creo que quiera controlar a su Sinsajo, eso es precisamente lo que quiere. Que la gente se vuelva loca y haga cosas impulsivas… —Sirius suspiró, fijándose por un instante en Johanna. Contuvo el impulso de tomarle la mano, entre ambos no hacía falta ese tipo de gestos, pero Sirius sintió la necesidad de aferrarse a algo de pronto—. El Alcalde del Distrito Siete es contacto de Plutarch. No lo sabía hasta ayer, él quería que lo supieras para cuando regreses a casa.
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13.01hrs
Johanna
Johanna concentró la mirada en alcohol en su vaso. Arqueó una ceja cuando escuchó a Sirius decir que Plutarch sería nombrado Vigilante en Jefe de los Juegos del Hambre. La verdad era que cuando estaba con Sirius cuidaba menos sus expresiones faciales que por lo general. Tenía fama en el Capitolio de ser retadora e indomable, pero era consciente de que le daban solo cierto margen porque ya no tenía a nadie más que perder, pero tampoco podía exponerse demasiado.
Su tío le había enseñado eso.
Pero Sirius, aunque no fuera de su simpatía, no le importaba el desdén que ella mostrara por todo. Tenía cuidado de no decir mucho sobre Plutarch porque entendía que era cercano a él. Los tratos del padre de Sirius con su tío Aaron habían sido su fin. Eso no lo olvidaba.
—Y eso es lo que queremos justamente, ¿no? —preguntó sin esconder la ironía en su voz—Que Plutarch tenga más poder.
Johanna no estaba en esto por quién fuera a quedar en el poder. Solo quería que Snow pagara por haber destruido todo: su vida, su familia, su distrito. Panem. El resto de los juegos de poder no le interesaban. Seguro que Sirius sí le daba más mente a qué sería del Capitolio y Panem. Si por ella fuera, todo debería arder hasta sus cimientos.
La idea de que precisamente quisieran disturbios en los Distritos le recordaba que el bienestar de las personas en el resto de Panem. Si había disturbios en la Gira de la Victoria habría también agresiones contra el pueblo. Los agentes de paz se divertirían de lo lindo.
Odiaba esto.
Ahora, la revelación sobre el alcalde del Distrito 7 no la esperaba. Arqueó ambas cejas ahora y sí que miró a Sirius.
—¿Ese tipo? ¿Me estás diciendo que voy a tener que aguantármelo más que de costumbre? Como siempre estás lleno de buenas noticias.
Johanna por lo general lo trataba lo menos posible. Sabía que creía, como todos, que ella era arisca y antisocial, y todo lo que hacía como Vencedora lo hacía por obligación y no por gusto.
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El Capitolio
13.01hrs
Sirius
Hace unos meses antes, un año antes, Sirius se habría tomado muy a pecho que Johanna hablara de manera tan despectiva de Plutarch. Ahora, su comentario tan sólo le provocó una media sonrisa, porque conocía su actitud. Sirius podía darse el lujo de divertirse con las reacciones de Johanna, porque había aprendido a no nadar contra la corriente.
—Necesitamos que esté cerca de Snow para que esto funcione, así que sí. Aunque no te guste, te beneficia. Nos beneficia… —aunque nunca lo habían hablado de manera directa, Sirius estaba convencido de que el sentimiento de venganza los hacía cómplices. Él no aprobaba la relación que tuvo su padre con Aaron Mason, pero eso no implicaba que aceptara su muerte. Snow merecía pagar por lo que había hecho con Panem, pero muy especialmente por lo que le hizo a su familia. Sabía que Johanna, a pesar de todo, pensaba igual que él.
Era por eso que habían acabado por entenderse.
Pero sí que frunció el ceño cuando la escuchó quejarse del Alcalde. Sirius se esperaba esa respuesta, por supuesto, pero había algo en su tono, más ácido de la cuenta, que le hizo preguntarse si acaso Johanna sólo estaría diciéndole una verdad a medias. No sería la primera vez, por supuesto, Sirius nunca esperaba que ella fuera completamente sincera con él.
—¿Eres tú siendo particularmente encantadora o es que ese tipo te ha hecho algo? —preguntó, incapaz de contenerse. Sirius quiso que sonara como una curiosidad sin importante, pero quizás su tono lo delató—. Si es así dímelo, puedo arreglarlo. Estoy seguro que no es el único contacto que tenemos en el Distrito Siete. Es sólo que no podemos divulgarlos todos al mismo tiempo, es peligroso. Pero si ese tipo te hizo algo, me encargaré que no tengas que lidiar con él.
Aunque estaba seguro de que ella rechazaría su oferta, Sirius no pudo contenerse. Había algo, muy visceral en él, cuando veía cómo la usaban como moneda de cambio sin que pudiera hacer nada al respecto. Las primeras veces era su padre el que pagaba el tiempo de Johanna y Sirius el encargado de acompañarla, mientras Flavius Dovecote estaba ocupado en otras cosas. Cuando comprendió por qué lo hacía, Sirius no volvió a quejarse, a pesar de que Johanna nunca lo trató bien. Ahora seguía comprando su tiempo, pero no podía estar pendiente de todos los movimientos de Johanna y también porque no quería despertar sospechas.
Pero Sirius aborrecía cuando se la encontraba en alguna fiesta decididamente estúpida de la mano de algún tipo que le triplicaba la edad. Quería que Johanna fuera igual de libre que el resto de Panem.
—Necesitamos que esté cerca de Snow para que esto funcione, así que sí. Aunque no te guste, te beneficia. Nos beneficia… —aunque nunca lo habían hablado de manera directa, Sirius estaba convencido de que el sentimiento de venganza los hacía cómplices. Él no aprobaba la relación que tuvo su padre con Aaron Mason, pero eso no implicaba que aceptara su muerte. Snow merecía pagar por lo que había hecho con Panem, pero muy especialmente por lo que le hizo a su familia. Sabía que Johanna, a pesar de todo, pensaba igual que él.
Era por eso que habían acabado por entenderse.
Pero sí que frunció el ceño cuando la escuchó quejarse del Alcalde. Sirius se esperaba esa respuesta, por supuesto, pero había algo en su tono, más ácido de la cuenta, que le hizo preguntarse si acaso Johanna sólo estaría diciéndole una verdad a medias. No sería la primera vez, por supuesto, Sirius nunca esperaba que ella fuera completamente sincera con él.
—¿Eres tú siendo particularmente encantadora o es que ese tipo te ha hecho algo? —preguntó, incapaz de contenerse. Sirius quiso que sonara como una curiosidad sin importante, pero quizás su tono lo delató—. Si es así dímelo, puedo arreglarlo. Estoy seguro que no es el único contacto que tenemos en el Distrito Siete. Es sólo que no podemos divulgarlos todos al mismo tiempo, es peligroso. Pero si ese tipo te hizo algo, me encargaré que no tengas que lidiar con él.
Aunque estaba seguro de que ella rechazaría su oferta, Sirius no pudo contenerse. Había algo, muy visceral en él, cuando veía cómo la usaban como moneda de cambio sin que pudiera hacer nada al respecto. Las primeras veces era su padre el que pagaba el tiempo de Johanna y Sirius el encargado de acompañarla, mientras Flavius Dovecote estaba ocupado en otras cosas. Cuando comprendió por qué lo hacía, Sirius no volvió a quejarse, a pesar de que Johanna nunca lo trató bien. Ahora seguía comprando su tiempo, pero no podía estar pendiente de todos los movimientos de Johanna y también porque no quería despertar sospechas.
Pero Sirius aborrecía cuando se la encontraba en alguna fiesta decididamente estúpida de la mano de algún tipo que le triplicaba la edad. Quería que Johanna fuera igual de libre que el resto de Panem.
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I. The Hanging Tree
El Capitolio
13.01hrs
Johanna
Lo que les convenía.
Johanna se había pasado toda la vida haciendo lo que le convenía. Cuando cumplió los doce tuvo que tomar tesalas porque era lo que le convenía a su familia. Cuando fue elegida tributo se hizo la débil porque era lo que le convenía. Cuando fue Vencedora hizo lo que le convenía... hasta que mataron a su tío Aaron y perdió la cabeza. Entonces dejó de hacer lo que le convenía y perdió a todos los demás.
Ahora ya no hacía lo que le convenía para que el Capitolio no le hiciera daño. Ya le había hecho todo el daño posible. En su lugar, hacía lo que le convenía para atacar al Capitolio.
Extrañamente era igual de desagradable.
Quería ser libre algún día de hacer lo que le diera la gana, no de medir lo que le convenía.
—Claro, que Plutarch tenga más poder es mi sueño.—respondió con una mezcla de amargura e ironía.
Pero era cierto. Era lo que les convenía.
Tomó otro trago. Tal vez estaba acabando con el vaso de alcohol más rápido de lo que convenía.
Los nudillos se le pusieron blancos contra el vidrio cuando Sirius hizo la pregunta sobre el Alcalde. No sabía por qué a Sirius podía importarle, pero no era raro que hiciera ese tipo de preguntas. No quería indagar el por qué de su curiosidad sobre los hombres que se interesaban en ella. A veces le daba ganas de bromear diciéndole que pagara su exclusividad si tanto le molestaban.
Igual no serviría de nada. Snow haría con ella lo que quisiera. Y ahora tenía aguantar porque era lo que les convenía.
—No es nada que no pueda manejar—le aseguró. —Es un viejo baboso, pero sabe que no tiene suficiente poder para tocar la mercancía de Snow.
Sonrió con asco y dio otro trago, vaciando el contenido del vaso. Definitivamente necesitaba más alcohol del prudente. Igual acercó el vaso a Sirius, esperando un refill. El chico tendría muchos defectos, pero no temía beber con él.
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Sirius
Sirius se quedó callado un instante, tan sólo observándola. Cuando apenas estaban empezando a conocerse, recordaba que Johanna le increpaba muchísimo que la mirara, pero Sirius jamás hizo caso a sus amenazas e hizo lo que le apetecía. Su hermano menor, Pollux, siempre había sido el social, el que sabía usar las palabras mucho mejor, mientras que él solía observar desde la distancia.
Fue así que descubrió muchas cosas de las que no debería haberse enterado. Como los intercambios extraños entre su padre y el tío Plutarch. Y, sobre todo, los gestos más íntimos de la cuenta entre su padre y Aaron Mason. No perdió la costumbre de hacerlo con Johanna, de hecho, él creía que la conocía mejor observando sus gestos y muecas que por todo lo que ella le había contado.
—Sé que lo puedes manejar, pero no hay que arriesgarnos demasiado… —Sirius se encogió de hombros y se acercó a ella despacio—. Tengo algo para ti.
Sirius no había pensado en dárselo ahora mismo, pero se lo habían entregado una semana antes de lo planificado en la joyería. Sabía que Johanna resoplaría por semejante regalo, pero Sirius esperaba que entendiera lo útil que podía ser. Cuando sacó la caja y la extendió hacia ella, se dio cuenta de que Johanna no estaba interesada en abrirla. Sirius chasqueó la lengua y entonces la abrió, desvelando su contenido. Era un brazalete que tenía incrustadas esmeraldas: verde, como los árboles del Distrito Siete.
Había pensado primero en encargar un collar con una sola esmeralda, la había visto en el catálogo, pero Johanna jamás luciría una piedra así en el Distrito Siete. De hecho, jamás usaría una joya como esa cuando había cámaras presentes.
—Antes de que pongas mala cara, tiene un comunicador dentro. Va a juego con este… —comentó, sosteniendo la cajita con una sola mano y enseñándole el brazalete que él tenía en la muñeca izquierda—. Funciona a larga distancia, podemos hablar cuando sea necesario. La joya viene del Distrito Uno, no me puedo quedar con el crédito. Pero el comunicador lo hice yo.
Originalmente, Sirius lo había diseñado pensando sólo en ella. Pero a Plutarch le había gustado tanto el resultado que le pidió otros modelos. Sirius quiso sonsacarle para qué los iba a usar, pero su tío era implacable cuando no quería soltar información. Así que tuvo que conformarse con hacerlos sin ningún otro tipo de explicación.
Al menos, esperaba que Johanna lo aceptara.
Fue así que descubrió muchas cosas de las que no debería haberse enterado. Como los intercambios extraños entre su padre y el tío Plutarch. Y, sobre todo, los gestos más íntimos de la cuenta entre su padre y Aaron Mason. No perdió la costumbre de hacerlo con Johanna, de hecho, él creía que la conocía mejor observando sus gestos y muecas que por todo lo que ella le había contado.
—Sé que lo puedes manejar, pero no hay que arriesgarnos demasiado… —Sirius se encogió de hombros y se acercó a ella despacio—. Tengo algo para ti.
Sirius no había pensado en dárselo ahora mismo, pero se lo habían entregado una semana antes de lo planificado en la joyería. Sabía que Johanna resoplaría por semejante regalo, pero Sirius esperaba que entendiera lo útil que podía ser. Cuando sacó la caja y la extendió hacia ella, se dio cuenta de que Johanna no estaba interesada en abrirla. Sirius chasqueó la lengua y entonces la abrió, desvelando su contenido. Era un brazalete que tenía incrustadas esmeraldas: verde, como los árboles del Distrito Siete.
Había pensado primero en encargar un collar con una sola esmeralda, la había visto en el catálogo, pero Johanna jamás luciría una piedra así en el Distrito Siete. De hecho, jamás usaría una joya como esa cuando había cámaras presentes.
—Antes de que pongas mala cara, tiene un comunicador dentro. Va a juego con este… —comentó, sosteniendo la cajita con una sola mano y enseñándole el brazalete que él tenía en la muñeca izquierda—. Funciona a larga distancia, podemos hablar cuando sea necesario. La joya viene del Distrito Uno, no me puedo quedar con el crédito. Pero el comunicador lo hice yo.
Originalmente, Sirius lo había diseñado pensando sólo en ella. Pero a Plutarch le había gustado tanto el resultado que le pidió otros modelos. Sirius quiso sonsacarle para qué los iba a usar, pero su tío era implacable cuando no quería soltar información. Así que tuvo que conformarse con hacerlos sin ningún otro tipo de explicación.
Al menos, esperaba que Johanna lo aceptara.
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Johanna
Sirius tenía la mala costumbre de quedarse viéndola. Al inicio le molestaba demasiado. Ahora, a su pesar, se había acostumbrado. Eso no quería decir que no le molestara saber que estaba pensando algo que probablemente no se atrevía a decirle. A veces podía adivinarlo, pero ese día en particular la tomó por sorpresa que dijera que tenía un regalo para ella.
No se lo esperaba, y no lo quería. Necesitaban límites. Hasta ahora los habían tenido. ¿A cuenta de qué un regalo?
Miró con suspicacia la cajita, que no pensaba abrir, pero Sirius lo hizo, mostrándole aquel brazalete. Era hermoso.
Y funcional.
Aquello tenía más sentido. Arqueó una ceja y tras un momento de duda extendió la mano para tomarlo. Era frío al tacto, y las piedras verdes se sentían lisas y pesadas.
Estaba impresionada aunque no se lo diría.
—Vaya, resulta que sabes hacer más cosas de las que creía—comentó mientras lo examinaba más de cerca.
Frunció el ceño. Sonaba demasiado bien para ser verdad.
—Así que un comunicador, ¿realmente es seguro?—continuó. —¿Cuánta distancia se supone que puede cubrir?
Le daba desconfianza pensar que realmente podrían comunicarse por un medio que Snow no pudiera supervisar. Suponía que a nadie le extrañaría que Sirius quisiera tener contacto con ello porque se empeñaba en comprar todo su tiempo posible, pero a Capitolio no le gustaría nada si se enteraba de medio no oficiales de comunicación.
No sabía qué explicaciones podían dar si los descubrían. En ese momento la excusa de estar locamente enamorados ya la estaban explotando los de Distrito 12 con bastante éxito.
De todas formas Sirius debía estar muy seguro para proponérselo. Sabía de una fuente demasiado cercana lo que hacía Capitolio a los traidores. Pero Johanna era desconfiada, no podía evitarlo. Ella también lo sabía de buena fuente.
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Sirius
A diferencia de su hermano menor, Sirius nunca necesitó de halagos de nadie para sentir que tenía valor. Quizás fue la crianza de su padre, pero siempre supo las capacidades que tenía. Sin embargo, las palabras de Johanna le provocan un remolino placentero en el pecho. Estaba seguro que esa era su manera de decir que le había gustado el regalo. Sorprender a alguien como ella, parecía una tarea imposible, así que se sintió satisfecho con sus palabras.
Además, Johanna estaba lo bastante interesada para hacerle preguntas. Eso significaba que de verdad estaba considerando utilizarlo. Porque no sólo era que aceptara el regalo, sino que se atreviera a utilizarlo. Sirius no podía creer que estuviera teniendo tanta suerte en una sola noche.
Esas cosas ya no le pasaban a menudo.
—Tiene un código de seguridad al que sólo nosotros podemos acceder. Así que es todo lo que seguro que puede ser. Además, conseguí pegarlo a una de las redes de comunicación que tienen desde el Distrito Trece, así que debería ser difícil, sino imposible, de rastrear su señal.
Sirius no pudo pasar el duelo por la muerte de su padre con normalidad, porque empezó a enterarse a trompicones de todos los planes que él y su tío estaban llevando a cabo. Fue así como se enteró el hecho que lo dejó completamente sin palabras: el Distrito Trece vivía, tan sólo estaba bajo tierra.
Así que supo aprovechar a su favor toda la información que tenía, en lugar de llorar a su padre por las noches. Sirius no estaba seguro si estaba haciendo lo correcto, pero Plutarch estaba contento con su trabajo. De hecho, cuando terminó con los comunicadores, Sirius tuvo la certeza de que su padre habría estado orgulloso. Aterrado, pero orgulloso.
—Puede cubrir varios kilómetros, la red del Trece es bastante impresionante… —de hecho, cuando Sirius lo pensaba con detenimiento, le preocupaba pensar por qué no había simplemente bombardeado todo. Le incomodaba pensar que tenían una agenda oculta, pero no sabía si era simplemente su mal genio aconsejándolo—. Podrías usarlo en el Distrito Siete, si quisieras. Por obvias razones no pude probarlo por mí mismo, pero debería servir.
“Me gustaría que lo usaras” quiso decirle, pero Sirius se había hecho la promesa de no suplicar la atención de nadie. Lo único que importaba era vengarse en nombre de su padre. No tenía tiempo para otras minucias.
Además, Johanna estaba lo bastante interesada para hacerle preguntas. Eso significaba que de verdad estaba considerando utilizarlo. Porque no sólo era que aceptara el regalo, sino que se atreviera a utilizarlo. Sirius no podía creer que estuviera teniendo tanta suerte en una sola noche.
Esas cosas ya no le pasaban a menudo.
—Tiene un código de seguridad al que sólo nosotros podemos acceder. Así que es todo lo que seguro que puede ser. Además, conseguí pegarlo a una de las redes de comunicación que tienen desde el Distrito Trece, así que debería ser difícil, sino imposible, de rastrear su señal.
Sirius no pudo pasar el duelo por la muerte de su padre con normalidad, porque empezó a enterarse a trompicones de todos los planes que él y su tío estaban llevando a cabo. Fue así como se enteró el hecho que lo dejó completamente sin palabras: el Distrito Trece vivía, tan sólo estaba bajo tierra.
Así que supo aprovechar a su favor toda la información que tenía, en lugar de llorar a su padre por las noches. Sirius no estaba seguro si estaba haciendo lo correcto, pero Plutarch estaba contento con su trabajo. De hecho, cuando terminó con los comunicadores, Sirius tuvo la certeza de que su padre habría estado orgulloso. Aterrado, pero orgulloso.
—Puede cubrir varios kilómetros, la red del Trece es bastante impresionante… —de hecho, cuando Sirius lo pensaba con detenimiento, le preocupaba pensar por qué no había simplemente bombardeado todo. Le incomodaba pensar que tenían una agenda oculta, pero no sabía si era simplemente su mal genio aconsejándolo—. Podrías usarlo en el Distrito Siete, si quisieras. Por obvias razones no pude probarlo por mí mismo, pero debería servir.
“Me gustaría que lo usaras” quiso decirle, pero Sirius se había hecho la promesa de no suplicar la atención de nadie. Lo único que importaba era vengarse en nombre de su padre. No tenía tiempo para otras minucias.
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Johanna
Johanna estaba realmente impresionada, aunque siguiera teniendo sus reservas sobre la seguridad. Pero había demasiado en juego para que Sirius apostara en algo que tuviera riesgo. Sabía mejor que nadie las consecuencias de traicionar al Capitolio.
Acarició más la pulsera, disfrutando el tacto delicado de esta mientas Sirius se explicaba. Más allá de su funcionalidad era hermosa. Así que podría usarla desde el Distrito 7 para comunicarse con él.
—¿Me extrañas tanto cuando no estoy acá que quieres poder hablarme en casa?—bromeó, sonriendo ligeramente con ironía.
No se lo diría, pero al menos para ella estar en Distrito 7 era muy solitario. Estar en la Villa de los Vencedores le recordaba demasiado a su tío Aaron. No tenía relación con Blight, el otro Vencedor. Su tío tampoco lo hacía.
No le quedaba familia en el Distrito, y el Capitolio era muy bueno aislando a los Vencedores de sus coterráneos. Johanna sabía que no contaba con muchas simpatías. ¿Cómo podía hacerlo, cuando lo tenía todo para vivir y los demás morían de hambre?
En su enorme casa en la Villa de los Vencedores no hacía más que alimentar su odio hacia el Capitolio en medio de su soledad.
—Deberíamos probarlo—sugirió. —¿Te parece si programamos una fecha y hora? Para que podamos tener certeza de que funciona, y si no lo hace, no es solo porque el otro no estaba pendiente y no se enteró de que le hablaban.
No estaba segura de cómo funcionaba, pero suponía que debía enterarse de que Sirius quería hablar con ella para poder oírlo, ¿o podría hablarle de repente, en cualquier momento? No sabría cómo sentirse al respecto.
Se puso la pulsera en la muñeca. Le quedaba perfectamente. Se preguntó si era casualidad o Sirius realmente sabía sus medidas. Igual y no era tan sorprendente, seguro que en la información que tenía el Capitolio de ella estaban todas sus medidas.
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Sirius
Sirius soltó una carcajada en cuando Johanna dijo en voz alta que lo “extrañaba”. Él sabía que Johanna ya no tenía familia, que con la muerte de Aaron Mason, vivía sola. Sabía que había otro Vencedor del Distrito Siete, pero la conocía lo suficiente para saber que no iba a tener la menor relación con él. Así que, Sirius podía imaginarse que ella se sentía sola y aislada, como seguramente le encantaba Snow que estuviera.
Él, sin embargo, estaba constantemente rodeado de gente. Pero Sirius también se sentía aislado, no podía contarle a ninguno de sus amigos lo que de verdad estaba pasando. Ninguno lo iba a entender, pues eran parte de la cadena de vidas superficiales que danzaban bajo la melodía del presidente Snow. Su madre hacía mucho tiempo que llevaba una vida frívola y su hermano nunca aprobaría lo que él y Plutarch estaban haciendo.
Era una sensación espantosa, tener compañía, pero al mismo tiempo completamente solo.
—Digamos que puede ser una interesante forma de pasarme las noches en vela… —comentó, encogiéndose de hombros y sin quitarle la vista de encima. De momento, Sirius estaba obteniendo más de lo que había pensado: Johanna no sólo aceptó el regalo, sino que estaba aceptando programar una llamada.
Después de la muerte de su padre, Sirius no estaba acostumbrado a tener suerte.
Sirius se acercó de nuevo a ella, dándole un toque a cada una de las gemas que componían la pulsera. Eso hizo que la pulsera empezara a vibrar. Era un movimiento tenue, para que nadie excepto la misma Johanna pudiera notarlo.
—Así se marca una llamada… —comentó, sonriendo satisfecho por lo bien que había hecho su trabajo. Además, la joya sí que encajaba a la perfección en la muñeca de Johanna—. Mi pulsera también vibrará y entonces podremos hablar. ¿Cuándo regresas al Distrito Siete? Podemos programar la llamada para el día que regreses, a la noche. Últimamente todo el mundo se pasa de fiesta en fiesta, pero yo consigo evadir las invitaciones lo mejor que puedo, así que no será problema para mí.
Sus amigos estaban cada vez más extasiados con la Gira de la Victoria, a pesar de que el país se caía en pedazos. Era espantoso.
Él, sin embargo, estaba constantemente rodeado de gente. Pero Sirius también se sentía aislado, no podía contarle a ninguno de sus amigos lo que de verdad estaba pasando. Ninguno lo iba a entender, pues eran parte de la cadena de vidas superficiales que danzaban bajo la melodía del presidente Snow. Su madre hacía mucho tiempo que llevaba una vida frívola y su hermano nunca aprobaría lo que él y Plutarch estaban haciendo.
Era una sensación espantosa, tener compañía, pero al mismo tiempo completamente solo.
—Digamos que puede ser una interesante forma de pasarme las noches en vela… —comentó, encogiéndose de hombros y sin quitarle la vista de encima. De momento, Sirius estaba obteniendo más de lo que había pensado: Johanna no sólo aceptó el regalo, sino que estaba aceptando programar una llamada.
Después de la muerte de su padre, Sirius no estaba acostumbrado a tener suerte.
Sirius se acercó de nuevo a ella, dándole un toque a cada una de las gemas que componían la pulsera. Eso hizo que la pulsera empezara a vibrar. Era un movimiento tenue, para que nadie excepto la misma Johanna pudiera notarlo.
—Así se marca una llamada… —comentó, sonriendo satisfecho por lo bien que había hecho su trabajo. Además, la joya sí que encajaba a la perfección en la muñeca de Johanna—. Mi pulsera también vibrará y entonces podremos hablar. ¿Cuándo regresas al Distrito Siete? Podemos programar la llamada para el día que regreses, a la noche. Últimamente todo el mundo se pasa de fiesta en fiesta, pero yo consigo evadir las invitaciones lo mejor que puedo, así que no será problema para mí.
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Johanna
Johanna sintió náuseas de pensar en las personas de fiesta en fiesta en el Capitolio mientras las personas padecían en los Distritos. Ella sabía exactamente lo que sucedía en ambos lados y no podía hacer nada al respecto. Odiaba todo.
Puso atención a cómo funcionaba lo de la llamada. Parecía discreto y seguro. Le daba algo de miedo pero también emoción. Era un desafío llevar aquella pulsera en la muñeca. Sonrió ligeramente al pensarlo, y se la acomodó, moviendo el brazo y mirando los brillos que salían de esta con las luces de la habitación.
—¿Noches en vela, en plural?—preguntó, arqueando la ceja.
Aunque, ¿por qué no? Sus noches eran todas iguales en el Distrito, aburridas y solitarias. Pero tampoco tenía por qué decírselo.
—¿Prefieres hablar conmigo que ir a una fiesta del Capitolio? Qué honor—comentó, mientras hacia como que se lo pensaba. —La noche que regreso puede que tenga que ver al mentado alcalde y después quiera dormir. Aquí nunca puedo descansar. Pero al día siguiente no tendré nada que hacer, así que... podremos hablar lo que quieras.
No mentía, en el Capitolio le era casi imposible conciliar el sueño, entre lo que la llevaban a hacer oficialmente, sus encuentros clandestinos para la revolución y el asco constante de estar rodeada de personas que la trataban como una muñeca de colección, no había forma de conciliar el sueño y se negaba a tomar drogas para ayudarse.
Pero su segunda noche en el Distrito... Sí. Estaría sola de nuevo.
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13.01hrs
Sirius
Noches.
Por supuesto que, para Sirius, si el comunicador funcionaba, estaba dispuesto a usarlo más de una vez. Aunque Johanna se hubiera reído, sí que pasaba noches en vela. Desde que su padre había muerto, a Sirius le resultaba difícil conciliar el sueño. A veces tenía pesadillas y luego se quedaba pensando en todo lo que estaba sucediendo últimamente. Su tío estaba convencido de que todo había cambiado para siempre en Panem desde los últimos Juegos del Hambre. Que Katniss Everdeen era el símbolo que estuvieron buscando durante tanto tiempo.
Sirius no estaba del todo seguro, pero sí era cierto que el ambiente se sentía distinto. Incluso en el corazón del Capitolio, Panem parecía diferente.
—No me dirás que sólo vamos a probarlo una vez y ya está. Es muy pequeño, pero me tomó mucho tiempo hacerlo… —Sirius se encogió de hombros y ladeó el rostro en dirección a la ventana. Había un juego de luces completamente espantoso que le recordaba la fiesta que sucedía a pocos metros de allí.
Cuando Sirius se volvió hacia ella, las luces delineaban el contorno de Johanna. Aunque ella odiara a sus estilistas, la verdad era que sabían sacarle todo el provecho a su belleza. Porque lo era, a pesar de su expresión dura y sus comentarios ácidos, Johanna era hermosa. Lo supo la primera vez que la vio ataviada en ese vestido, cuando regresó al Capitolio después de ganar sus Juegos.
—Veré de no tener nada que hacer esa noche. Podemos hablar después de las nueve, si te parece bien. —Sirius, con cuidado, volvió a tomarla de la muñeca, tan sólo para asegurarse el cierre de la pulsera. Una parte de él ya estaba ansioso porque Johanna regresara, pues quería saber si de verdad funcionaba. No tenía razones para creer lo contrario, pero era mejor comprobarlo, sobre todo si estaba la posibilidad de que sus noches se hicieran más solitarias.
De que no tuviera que pasar tanto tiempo sin tener noticias concretas de Johanna. Aquella idea lo llenaba de una emoción que no sabía cómo describir.
Por supuesto que, para Sirius, si el comunicador funcionaba, estaba dispuesto a usarlo más de una vez. Aunque Johanna se hubiera reído, sí que pasaba noches en vela. Desde que su padre había muerto, a Sirius le resultaba difícil conciliar el sueño. A veces tenía pesadillas y luego se quedaba pensando en todo lo que estaba sucediendo últimamente. Su tío estaba convencido de que todo había cambiado para siempre en Panem desde los últimos Juegos del Hambre. Que Katniss Everdeen era el símbolo que estuvieron buscando durante tanto tiempo.
Sirius no estaba del todo seguro, pero sí era cierto que el ambiente se sentía distinto. Incluso en el corazón del Capitolio, Panem parecía diferente.
—No me dirás que sólo vamos a probarlo una vez y ya está. Es muy pequeño, pero me tomó mucho tiempo hacerlo… —Sirius se encogió de hombros y ladeó el rostro en dirección a la ventana. Había un juego de luces completamente espantoso que le recordaba la fiesta que sucedía a pocos metros de allí.
Cuando Sirius se volvió hacia ella, las luces delineaban el contorno de Johanna. Aunque ella odiara a sus estilistas, la verdad era que sabían sacarle todo el provecho a su belleza. Porque lo era, a pesar de su expresión dura y sus comentarios ácidos, Johanna era hermosa. Lo supo la primera vez que la vio ataviada en ese vestido, cuando regresó al Capitolio después de ganar sus Juegos.
—Veré de no tener nada que hacer esa noche. Podemos hablar después de las nueve, si te parece bien. —Sirius, con cuidado, volvió a tomarla de la muñeca, tan sólo para asegurarse el cierre de la pulsera. Una parte de él ya estaba ansioso porque Johanna regresara, pues quería saber si de verdad funcionaba. No tenía razones para creer lo contrario, pero era mejor comprobarlo, sobre todo si estaba la posibilidad de que sus noches se hicieran más solitarias.
De que no tuviera que pasar tanto tiempo sin tener noticias concretas de Johanna. Aquella idea lo llenaba de una emoción que no sabía cómo describir.
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El Capitolio
13.01hrs
Johanna
La verdad era que no sonaba nada mal lo de hablar varias noches. No se lo diría, porque hacía mucho había aprendido a no dejarle saber a otras personas que le importaban, pero la verdad era que al venir al Capitolio hablar con Sirius la hacía sentirse menos sola. Ahora podría hacerlo sin necesidad de soportar todo lo demás que implicaba dejar el Distrito.
—Espero que tengas cosas preparadas para contarme, no creo que te entretengan demasiado las historias del Distrinto 7—señaló.
Suponía que el primer día sí. Tendría cosas para contarle del regreso. De su ahora aparentemente aliado alcalde del Distrito. Además seguro que Katniss Everdeen seguiría dando de qué hablar. Podría quejarse de lo mucho que le desagradaban los trágicos amantes del distrito 12.
Esperaba que Sirius la tuviera actualizada sobre los planes de la rebelión. Aunque la mayor parte del tiempo la irritaba, al mismo tiempo saber que Plutarch seguía moviendo los hilos le daba esperanza.
Sabía lo peligrosa que era la esperanza, tampoco se permitía confiar demasiado en esto. Pero le servía la dirección en la que se movían, por eso estaba con ellos.
—Después de las 9... revisaré mi agenda—dijo poniendo los ojos en blanco. —Está bien, me aseguraré de estar ya en casa sola.
No era tan difícil, tampoco era como que fuera la persona más sociable del mundo en el Distrito. A nadie le extrañaría que quisiera encuevarse en su casa después de unas semanas en el Capitolio.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius llevaba adormecido desde hacía un par de horas. La noche anterior se había mantenido en vilo porque quería terminar un informe sobre la cadena de comunicaciones del gobierno que Plutarch necesitaba. Aunque Plutarch era cada vez más hermético, Sirius continuaba fiándose de él de la misma manera en que se fiaba de su padre. Por lo que sabía, estaban consiguiendo exitosamente no sólo infiltrarse no sólo en el gobierno, sino estrechando la comunicación entre las células rebeldes que había por todo Panem. A Sirius le gustaba pensar que su padre estaría contento de saber que los planes seguían en marcha y que un golpe contra Snow era cada vez más real.
En otra circunstancia se habría dormido, porque sentía el cuerpo pesado y los párpados caídos. Pero Sirius seguía mirando el reloj de tanto en tanto, de forma compulsiva, porque estaba esperando la llamada de Johanna. Ella le había dicho que llamaría a las nueve de la noche, y faltaban exactamente dos minutos.
Aunque no contaba con que Johanna fuera puntual, ahora que estaba solo, Sirius no podía más que reconocer que estaba ansioso. Quería que Johanna llamara, y no sólo para probar el rango del comunicador que había hecho. Sirius quería escuchar su voz, lo cual era ridículo pues no habían pasado más que un par de días desde la última vez que se habían visto.
La pulsera empezó a vibrar, haciéndole cosquillas en la muñeca y Sirius pronunció la sonrisa. Fue un gesto espontáneo, pero poco común. A diferencia del resto de su familia, Sirius no solía sonreír muy a menudo, y mucho menos desde la muerte de su padre.
Pero cuando escuchó el tono de llamada y la respiración de Johanna, Sirius sonrió. Agradeció que nadie pudiera verlo en este momento.
—¿Quién iba a decir que por llamada sí eres muy puntual? Estoy impresionado, tendría que habértelo propuesto antes… —dijo, mientras se recostaba mejor sobre la cama, hablando muy cerca de su muñeca izquierda—. Buenas noches, Johanna.
En otra circunstancia se habría dormido, porque sentía el cuerpo pesado y los párpados caídos. Pero Sirius seguía mirando el reloj de tanto en tanto, de forma compulsiva, porque estaba esperando la llamada de Johanna. Ella le había dicho que llamaría a las nueve de la noche, y faltaban exactamente dos minutos.
Aunque no contaba con que Johanna fuera puntual, ahora que estaba solo, Sirius no podía más que reconocer que estaba ansioso. Quería que Johanna llamara, y no sólo para probar el rango del comunicador que había hecho. Sirius quería escuchar su voz, lo cual era ridículo pues no habían pasado más que un par de días desde la última vez que se habían visto.
La pulsera empezó a vibrar, haciéndole cosquillas en la muñeca y Sirius pronunció la sonrisa. Fue un gesto espontáneo, pero poco común. A diferencia del resto de su familia, Sirius no solía sonreír muy a menudo, y mucho menos desde la muerte de su padre.
Pero cuando escuchó el tono de llamada y la respiración de Johanna, Sirius sonrió. Agradeció que nadie pudiera verlo en este momento.
—¿Quién iba a decir que por llamada sí eres muy puntual? Estoy impresionado, tendría que habértelo propuesto antes… —dijo, mientras se recostaba mejor sobre la cama, hablando muy cerca de su muñeca izquierda—. Buenas noches, Johanna.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Johanna había estado esperando las nueve, mirando el reloj en la pared de su habitación. Estaba agotada tras su visita reciente al Capitolio, y para colmo la noche anterior había tenido que cenar con el alcalde. Normalmente se hubiera negado, pero después de la información que le había dado Sirius no había podido negarse. Había quedado agotada del juego mental de hablar sin decir nada explícitamente pero dándose a entender cosas sin llegar a comprometerse.
Seguía sin gustarle nada el tipo, pero suponía que era un buen contacto para ella. O un problema. No estaba segura todavía.
Ese segundo día se había permitido levantarse tarde, pero había tenido que ponerse a limpiar la casa, empolvada después de varias semanas de ausencia. Luego había salido a comprar comida. La gente del Distrito la veía con resentimiento, pensando que había pasado unas semanas de maravilla en el Capitolio. Ella se mantenía con la cabeza en alto y les dedicaba miradas o comentarios mordaces si se metían con ella.
Había vuelto a comer sola, preparándose ella su comida, y era un alivio no estar entre los lujos y excesos del Capitolio. Por eso no dejaba de ser extraño estar ahí, contando los minutos para comunicarse con alguien del Capitolio.
Con Sirius.
Apenas podía creer que realmente iban a poder hablar. Temía una decepción, que finalmente no funcionara la pulsera y se fuera a sentir más sola y tonta que antes. Sin embargo, a las 9 en punto hizo lo que Sirius le había enseñado para llamar con la pulsera.
Sonrió cuando lo escuchó contestar.
El comentario de Sirius la hizo arquear la ceja.
—Te he dicho mil veces que me atrasa el equipo, aquí no tenía que dejar que me alistaran para verte —le recordó torciendo el gesto, dejando que el fastidio se colara en su voz.
Una perfecta cobertura de la emoción que sintió al escuchar fuerte y clara la voz de Sirius salir de la pulsera. Por primera vez desde la muerte de su tío no se sintió sola en aquella enorme y estúpida casa de la Villa de los Vencedores.
—Buenas noches, Sirius. ¿Me extrañas?
Sonrió para sí al hacer la pregunta. Suponía que Sirius estaría entusiasmado de comprobar que su creación funcionaba.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
La voz de Johanna sonaba clara, sin ningún tipo de interferencia. Sirius había escrito bien las coordenadas y había hecho pruebas para asegurarse de que la línea estaba aferrándose sólo a la frecuencia que utilizaba el Distrito Trece para comunicarse. Sin embargo, era la primera vez que podía hacer una prueba desde tanta distancia. No era lo mismo probar con algunos rebeldes dentro del mismo Capitolio que llevar una de sus creaciones a un sitio tan lejano como el Distrito Siete.
Era maravilloso. Le parecía que sonaba mucho mejor de lo que había esperado. Lamentó no haber sido más ambicioso y haber construido una pantalla también, para poder transmitir video. Pero Sirius no quiso hacerlo porque temía gastar recursos en algo que no era completamente seguro.
Ahora lamentaba no tener una pantalla donde pudiera ver el rostro de Johanna. Sirius la había conocido hacía años atrás, cuando tan sólo era una tributo del Distrito Siete, antes de que se convirtiera en una Vencedora. Pero a partir de entonces, las veces que la veía llegar al Capitolio estaba siempre ataviada con lo que sus estilistas deseaban que se pusiera. Casi había olvidado el rostro que había detrás de todo ese maquillaje y ostentosidad. Habría sido buena verla ahora, cuando estaba en su distrito.
—Buenas noches… —comentó, mientras tamborileaba los dedos sobre el sofá donde estaba recostado—. La señal es buena, no parece que haya interferencias. La verdad es mejor de lo que habría esperado. ¿Tuviste problemas para que entrara la llamada? Necesito saber si hay algo que pueda mejorar. Una de las cosas que hace Snow es aislarnos porque así es más fácil mantener el poder, por eso se me ocurrió este método de comunicación, creo que es más personal y así dependeremos menos de informantes y de datos a cuentagotas.
Al principio no estaba seguro que Plutarch lo aceptaría por considerarlo demasiado riesgoso. Pero su tío cedió a su propuesta más rápido de lo que Sirius imaginó. Eso sólo le indicaba que la rebelión estaba caminando a pasos agigantados. De lo contrario Plutarch no se arriesgaría a tanto.
Para Sirius era fantástico, pero no dejaba de pensar que su padre ya no estaba allí para verlo.
Era maravilloso. Le parecía que sonaba mucho mejor de lo que había esperado. Lamentó no haber sido más ambicioso y haber construido una pantalla también, para poder transmitir video. Pero Sirius no quiso hacerlo porque temía gastar recursos en algo que no era completamente seguro.
Ahora lamentaba no tener una pantalla donde pudiera ver el rostro de Johanna. Sirius la había conocido hacía años atrás, cuando tan sólo era una tributo del Distrito Siete, antes de que se convirtiera en una Vencedora. Pero a partir de entonces, las veces que la veía llegar al Capitolio estaba siempre ataviada con lo que sus estilistas deseaban que se pusiera. Casi había olvidado el rostro que había detrás de todo ese maquillaje y ostentosidad. Habría sido buena verla ahora, cuando estaba en su distrito.
—Buenas noches… —comentó, mientras tamborileaba los dedos sobre el sofá donde estaba recostado—. La señal es buena, no parece que haya interferencias. La verdad es mejor de lo que habría esperado. ¿Tuviste problemas para que entrara la llamada? Necesito saber si hay algo que pueda mejorar. Una de las cosas que hace Snow es aislarnos porque así es más fácil mantener el poder, por eso se me ocurrió este método de comunicación, creo que es más personal y así dependeremos menos de informantes y de datos a cuentagotas.
Al principio no estaba seguro que Plutarch lo aceptaría por considerarlo demasiado riesgoso. Pero su tío cedió a su propuesta más rápido de lo que Sirius imaginó. Eso sólo le indicaba que la rebelión estaba caminando a pasos agigantados. De lo contrario Plutarch no se arriesgaría a tanto.
Para Sirius era fantástico, pero no dejaba de pensar que su padre ya no estaba allí para verlo.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
La voz de Sirius sonaba tan clara como su estuviera a su lado. Johanna sonrió, agradeciendo la privacidad que le daba tener solo canal de audio, y se acomodó recostando la cabeza en el espalda de la cama.
Sirius sonaba tan seguro y tranquilo como siempre. Podía adivinar que estaba entusiasmado de confirmar que su aparato funcionaba, aún cuando se había mostrado muy seguro de que así sería. Puso los ojos en blanco cuando empezó a preguntarle sobre el funcionamiento.
—No tuve ningún problema, lo hiciste a prueba de torpezas.
Que estuviera satisfecho de sí mismo. Se lo merecía. Era realmente impresionante pensar que podía estar hablando con alguien tan lejos de casa, pero sobre todo que Capitolio realmente no pudiera detectarlo. Más le valía que así afuera o estaban fritos los dos. Quizá incluso de la revolución.
—Es un alivio no depender de los contactos que tengo acá —añadió con sinceridad.
No quería tener que ir a hablar con el alcalde cada dos por tres. Pero no quería hablar de eso, seguro que Sirius se ponía de nuevo a preguntarle por lo que hacía o no el alcalde y no quería tener esa conversación.
—¿Cómo está todo en Capitolio con mi ausencia? ¿Ya se está destruyendo para nuestra dicha?
Suponía que no valía de nada ser precavida con lo que se decía en esa línea. Con solo encontrar que existía los procesarían, independientemente de que el contenido de sus conversaciones fuera de lo más inocente.
No se veía intentando vender la historia de pareja enamorada como Katniss Everdeen.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
Sirius ya conocía a Johanna lo suficiente para saber que había halagado su invención, a pesar de que no pensaba concederle más que eso. Aunque Sirius reconocía su talento, su padre siempre lo instó a pensar más allá desde pequeño, siempre era bueno escuchar a alguien decírselo en voz alta. Cuando era pequeño se la pasaba construyendo cosas, hasta que un día su tío Plutarch le dejó un kit de tecnología que su madre insistió en que era demasiado para alguien tan pequeño.
En los últimos años, los únicos que habían alabado sus capacidades fueron su padre y el tío Plutarch. Ahora el primero estaba muerto y el segundo no podía seguir tratándolo como un niño, pues lo había convertido en un soldado de su rebelión. No había tiempo para las palabras de aliento, así que escucharlas de Johanna fue como un soplo de aire fresco.
—Será mejor que no repitas lo de no necesitar los contactos frente a Plutarch o me va a llamar la atención, porque se supone que esto es para estar mejor comunicados… —aunque Sirius se decía que tenía que ser prudente y que este aparato era para comunicaciones puntuales, ahora que sabía que había funcionado a la perfección, era demasiado tentador resistirse.
Suspiró hondo cuando ella preguntó por el Capitolio. Sirius no entendía por qué, si ya tenían los recursos del Distrito Trece, no empezaban la guerra de una sola vez. Plutarch le había mostrado lo suficiente para saber que podían hacerle frente a las armas del Capitolio. Pero su tío insistía en que necesitaban trabajo unificado de todos los distritos para triunfar y que eso sólo podía conseguirse utilizando a Katniss Everdeen. La Vencedora del Distrito Doce era un bien preciado que había que proteger a toda costa.
Sirius creía que su tío exageraba, pero sí era cierto que necesitaban a los distritos para garantizar la victoria.
—Hay una fiesta aparatosa en casa del presidente Snow y voy a tener que ir en representación de los Dovecote, esto de ser la cabeza de familia es una mierda. Parece que a finales de mes van a hacer el anuncio del Vasallaje, pero el resto de la población no lo sabe. Plutarch está terminando los planos de la Arena, quiere que lo ayude… de manera extraoficial —Sirius no estaba interesado en la Arena, sino en los planos del Capitolio y cómo iban a bombardearlo finalmente, pero tenía que reconocer que el trabajo le gustaba.
Armar y reconstruir cosas, doblar el propósito que tenían originalmente, le fascinaba.
En los últimos años, los únicos que habían alabado sus capacidades fueron su padre y el tío Plutarch. Ahora el primero estaba muerto y el segundo no podía seguir tratándolo como un niño, pues lo había convertido en un soldado de su rebelión. No había tiempo para las palabras de aliento, así que escucharlas de Johanna fue como un soplo de aire fresco.
—Será mejor que no repitas lo de no necesitar los contactos frente a Plutarch o me va a llamar la atención, porque se supone que esto es para estar mejor comunicados… —aunque Sirius se decía que tenía que ser prudente y que este aparato era para comunicaciones puntuales, ahora que sabía que había funcionado a la perfección, era demasiado tentador resistirse.
Suspiró hondo cuando ella preguntó por el Capitolio. Sirius no entendía por qué, si ya tenían los recursos del Distrito Trece, no empezaban la guerra de una sola vez. Plutarch le había mostrado lo suficiente para saber que podían hacerle frente a las armas del Capitolio. Pero su tío insistía en que necesitaban trabajo unificado de todos los distritos para triunfar y que eso sólo podía conseguirse utilizando a Katniss Everdeen. La Vencedora del Distrito Doce era un bien preciado que había que proteger a toda costa.
Sirius creía que su tío exageraba, pero sí era cierto que necesitaban a los distritos para garantizar la victoria.
—Hay una fiesta aparatosa en casa del presidente Snow y voy a tener que ir en representación de los Dovecote, esto de ser la cabeza de familia es una mierda. Parece que a finales de mes van a hacer el anuncio del Vasallaje, pero el resto de la población no lo sabe. Plutarch está terminando los planos de la Arena, quiere que lo ayude… de manera extraoficial —Sirius no estaba interesado en la Arena, sino en los planos del Capitolio y cómo iban a bombardearlo finalmente, pero tenía que reconocer que el trabajo le gustaba.
Armar y reconstruir cosas, doblar el propósito que tenían originalmente, le fascinaba.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
Había algo familiar y cómodo en estar allí hablando con Sirius, aunque fuera la primera vez que lo hacían. Pero por alguna razón no le desentonaba del todo poder escuchar su voz en su habitación, en la Villa de los Vencedores, uno de los pocos lugares en el mundo donde no se sentía expuesta.
Suponía que Sirius era una de las pocas personas, si no la única, con la que podía hablar con naturalidad todo el tiempo. No tenía ninguna cara que ocultarle.
Casi se sentía relajada escuchándolo hablar sobre las frivolidades del Capitolio, pero sintió que se le erizó la piel cuando lo escuchó hablar del Vasallaje.
De todo lo que Johanna odiaba de ser Vencedora, la peor de todas era tener que ser mentora.
Odiaba llevar chicos a la arena a morir. Odiaba que la miraran pensando que podía hacer algo por ellos, como si no estuvieran condenados desde el momento en que su nombre salió en la Cosecha. A veces creía saber qué había sentido su tío Aaron cuando llamaron su nombre, y no envidiaba nada la encrucijada en que se había visto en ese momento, salvándola sabiendo el tipo de vida que le esperaba.
Para su suerte, o su desgracia, no tenía que preocuparse porque le pasara lo mismo: no le quedaba nadie.
—El Vasallaje... Estoy segura de que Snow y sus amigos están planeando algo acorde con nuestros tiempos—comentó con amargura.
Gracias a los amantes trágicos del Distrito 12 estaba seguro de que les recetarían algo terrible, aunque su imaginación siempre se quedaba corta para la perversidad de la que era capaz el Capitolio.
—¿Ya tenemos alguna idea de qué está pensando hacer? Me sería de mucha ayuda irme preparando mentalmente —confesó, aunque torció el gesto al darse cuenta que había sonado más vulnerable de lo que le gustaba sonar.
Quizá no tener a Sirius cara a cara la hacía bajar la guardia. Debía tener cuidado.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Sirius
A diferencia de Johanna, Sirius había estado tan concentrado haciendo los comunicadores, que no había tenido tiempo para pensar con detenimiento en el Vasallaje hasta ahora. Cada veinticinco años se celebraban unos Juegos del Hambre que pretendían ser especiales, porque al Capitolio le gustaba recalcar que seguían aterrorizando a los Distritos y que eso merecía una especie de premio.
Tanto él como Johanna eran sólo unos bebés para el anterior Vasallaje, pero crecer en Panem significaba que se sabía absolutamente todo lo relacionado a los Juegos del Hambre. En el último Vasallaje habían mandado el doble de tributos y eran recordados como una de las ediciones más sangrientas de todas. Sirius no quería imaginarse qué podrían estar preparando para esta edición, pero él, desde su privilegio, no estaba especialmente preocupado.
Sin embargo, escuchar a Johanna lo hizo sentirse culpable. Ella sí estaba preocupada. Ella tendría, una vez más, que enviar, como mínimo, a dos niños a morir. Sirius no tenía la más mínima idea de qué era estar en su lugar y eso le encogía el corazón.
—Si supiera algo ya te lo habría dicho —confesó de pronto, dándose cuenta de que no tenía por qué mentirle. Sirius humedeció los labios, mirando al techo de la habitación, tratando de imaginarse el rostro de Johanna—. Aunque sí que le pregunté a Plutarch directamente, pero no quiso decirme nada. No me creo que no tenga algo de información, pero es posible que esté escogiendo no decírmelo. Es… es un poco frustrante, ¿sabes? A ratos no sé si me está tratando como un niño o es que prefiere guardarse cosas para que no se filtre nada porque puede que cualquiera sea un espía. Pero no dejo de pensar que… lo que sea que sabe, a papá sí se lo habría dicho.
Sirius odiaba hablar de su padre. No lo mencionaba en casa, era una regla no escrita en la familia. Tampoco hablaba de él con Plutarch, porque sería ponerse en una posición demasiado vulnerable. Pero ahora, con Johanna, era diferente. Se llevó la mano izquierda, la que tenía el brazalete, muy cerca del pecho. Johanna era la única persona en todo Panem, que podía entender cómo se sentía.
Tanto él como Johanna eran sólo unos bebés para el anterior Vasallaje, pero crecer en Panem significaba que se sabía absolutamente todo lo relacionado a los Juegos del Hambre. En el último Vasallaje habían mandado el doble de tributos y eran recordados como una de las ediciones más sangrientas de todas. Sirius no quería imaginarse qué podrían estar preparando para esta edición, pero él, desde su privilegio, no estaba especialmente preocupado.
Sin embargo, escuchar a Johanna lo hizo sentirse culpable. Ella sí estaba preocupada. Ella tendría, una vez más, que enviar, como mínimo, a dos niños a morir. Sirius no tenía la más mínima idea de qué era estar en su lugar y eso le encogía el corazón.
—Si supiera algo ya te lo habría dicho —confesó de pronto, dándose cuenta de que no tenía por qué mentirle. Sirius humedeció los labios, mirando al techo de la habitación, tratando de imaginarse el rostro de Johanna—. Aunque sí que le pregunté a Plutarch directamente, pero no quiso decirme nada. No me creo que no tenga algo de información, pero es posible que esté escogiendo no decírmelo. Es… es un poco frustrante, ¿sabes? A ratos no sé si me está tratando como un niño o es que prefiere guardarse cosas para que no se filtre nada porque puede que cualquiera sea un espía. Pero no dejo de pensar que… lo que sea que sabe, a papá sí se lo habría dicho.
Sirius odiaba hablar de su padre. No lo mencionaba en casa, era una regla no escrita en la familia. Tampoco hablaba de él con Plutarch, porque sería ponerse en una posición demasiado vulnerable. Pero ahora, con Johanna, era diferente. Se llevó la mano izquierda, la que tenía el brazalete, muy cerca del pecho. Johanna era la única persona en todo Panem, que podía entender cómo se sentía.
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II. Midnight Call
El Capitolio
21.00hrs
Johanna
No era fácil para Johanna empatizar con las tribulaciones de alguien del Capitolio, aunque sí enojarse con Plutarch. No trabajaba con él porque le cayera bien precisamente. De hecho, no lo soportaba. Pero era la única opción que tenían de que tal vez algo cambiara, y si algo necesitaba el Capitolio eran cambios.
Sirius era probablemente la persona más fiel a la causa que Plutarch podía encontrar, y una de las más hábiles y recursivas. La verdad no entendía qué razón podía tener para mantenerlo a oscuras con sus planes, seguro que podía aportar mucho más estando informado.
Tal vez tenía razón, tal vez a su padre se lo habría dicho. Flavius Devocote había arrastrado a su tío a todo este mundo porque estaba metido en él hasta el cuello.
—Puede ser. Tu padre era su mano derecha. Así acabó mi tío metido en todo esto. Y yo.
Su tío Aaron se lo había jugado todo por ella. Nunca se lo había agradecido como debía. De no ser por él no habría conocido a Sirius, ni la rebelión.
Probablemente él se habría tomado con más filosofía que ella la proximidad del Vasallaje. Se habría tomado un par de botellas de licor y le habría dicho que no importaba lo que inventara el Capitolio, siempre era lo mismo: muerte y dolor para todos. Su repertorio de crueldad era amplio pero los resultados limitados. Siempre el mismo daño.
—A veces pienso cómo serían las cosas si mi tío siguiera aquí. Seguro estaríamos tomando juntos mientras apostamos quién se aproxima más a la retorcida idea del Capitolio —comentó con una risita de sorna al final. —Aunque también podría ser que si tu padre supiera, Aaron lo supiera también. Eran así.
Había amargura en su voz en ese último comentario. Cuando supo la verdad le había parecido irónico que su tío estuviera enamorado de alguien del Capitolio. Y no era un amor pasajero o superficial. Al contrario. Se había jugado la vida por él. Y la había perdido. A veces se preguntaba si había valido la pena.
Si lo que ella hacía ahora valía la pena. Incluido estar ahí, hablando clandestinamente con Sirius.
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