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Juno
Phoenix
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Even the strongest among them cannot overcome the power of the Capitol Inspired | Books | THG | OnexOne
Panem, 48 años después de los Días Oscuros. Es la primera vez en una década, que el Distrito Diez consigue hacerse con un Vencedor en los Juegos del Hambre. Trisha se coronó como Vencedora luego de ser la última tributo en pie, quedando con un sinnúmero de secuelas físicas que todavía no han terminado de sanar apropiadamente. Falta cada vez menos para la Gira de la Victoria y todos los ojos de Panem están puestos en el Distrito Diez, su nueva vencedora y en Elliot Thorpe, su Mentor.
Uno de los favoritos del Capitolio, Elliot se robó todas las miradas desde que fue seleccionado como tributo a los dieciséis años, ganándose el favor de los patrocinadores que le permitieron alcanzar la victoria en la arena. Gracias a su personalidad encantadora y su eterna sonrisa, la popularidad de Elliot sigue tan vigente como el primer día. Es solicitado en el Capitolio constantemente, donde siempre está rodeado de personas que desean algo de su atención. Elliot es, a simple vista, el símbolo viviente de toda la gloria a la que puede aspirar un tributo luego de ganar los Juegos del Hambre.
Con la Gira de la Victoria acercándose, el Capitolio parece que está de fiesta constante y Elliot tiene una agenda apretada, que le acerca a rostros conocidos, como Terrence Payne, el reservado y distante Mentor del Distrito Once. Elliot está convencido de que Terrence todavía continúa procesando que Trisha, en un momento álgido de los pasados juegos, acabó con el último tributo que le quedaba. Aunque Elliot se esfuerza en disculparse con sinceridad, le parece que no hay nada que su encanto pueda conseguir: Terrence simplemente prefiere evitarlo.
Encontrarse con lo que parece ser una pared infranqueable sólo consigue Elliot sea más insistente que nunca, gravitando cerca de Terrence, mientras que éste sólo desea que la gira y los juegos terminen lo más pronto posible, pues quiere regresar a su aparente tranquilidad en el Distrito Once.
Pero en Panem, nadie proveniente de los distritos puede obtener realmente lo que desea. La vida de los Mentores sólo reluce en apariencia y tanto Elliot como Terrence todavía no saben que sólo son dos caras de la misma moneda. Los Juegos del Hambre nunca terminan en la Arena, aunque el Capitolio les haga creer que sí.
Elliot Thorpe
Mentor
Distrito 10
26 años
Timothee Chalamet
Juno
Terrence Payne
Mentor
Distrito 11
32 años
Michael B. Jordan
Minerva
Emrys
Uno de los favoritos del Capitolio, Elliot se robó todas las miradas desde que fue seleccionado como tributo a los dieciséis años, ganándose el favor de los patrocinadores que le permitieron alcanzar la victoria en la arena. Gracias a su personalidad encantadora y su eterna sonrisa, la popularidad de Elliot sigue tan vigente como el primer día. Es solicitado en el Capitolio constantemente, donde siempre está rodeado de personas que desean algo de su atención. Elliot es, a simple vista, el símbolo viviente de toda la gloria a la que puede aspirar un tributo luego de ganar los Juegos del Hambre.
Con la Gira de la Victoria acercándose, el Capitolio parece que está de fiesta constante y Elliot tiene una agenda apretada, que le acerca a rostros conocidos, como Terrence Payne, el reservado y distante Mentor del Distrito Once. Elliot está convencido de que Terrence todavía continúa procesando que Trisha, en un momento álgido de los pasados juegos, acabó con el último tributo que le quedaba. Aunque Elliot se esfuerza en disculparse con sinceridad, le parece que no hay nada que su encanto pueda conseguir: Terrence simplemente prefiere evitarlo.
Encontrarse con lo que parece ser una pared infranqueable sólo consigue Elliot sea más insistente que nunca, gravitando cerca de Terrence, mientras que éste sólo desea que la gira y los juegos terminen lo más pronto posible, pues quiere regresar a su aparente tranquilidad en el Distrito Once.
Pero en Panem, nadie proveniente de los distritos puede obtener realmente lo que desea. La vida de los Mentores sólo reluce en apariencia y tanto Elliot como Terrence todavía no saben que sólo son dos caras de la misma moneda. Los Juegos del Hambre nunca terminan en la Arena, aunque el Capitolio les haga creer que sí.
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C A P Í T U L O S
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- Post de Rol:
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<div class="brop"><div class="broth"><titulo>Brother let me be <b>your shelter</b></titulo>
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<span>Día</span>
<span>Con quien</span>
<cap>Capitulo 1</cap></div></div><a href="/u1691" class="creditos">Emrys</a><link href="https://fonts.googleapis.com/css2?family=Roboto:wght@100;300;400;500;700;900&display=swap" rel="stylesheet"><style>.brop {--blanco: #fafafa;--blancooscuro: #f5f5f5;--gris: #eee;--negrorgb: 0,0,0;--borde: 1px solid #dadada;--accent:#953a48;background: var(--blancooscuro);text-align: justify;width: 550px;display: flex;margin:10px auto;}.broth {padding: 25px;background: var(--blanco);font: 13px arial;line-height: 18px;width: 350px;padding-right: 15px;}.broth titulo {display: block;text-align: right;padding: 7px 7px 25px;font: 25px Roboto;text-transform: uppercase;letter-spacing: -1px;line-height: 23px;position: relative;}.broth titulo:after {content: "";width: 50%;height: 1px;position: absolute;border-bottom: var(--borde);bottom: 15px;right: 0;}.broth titulo b{font-weight:600;color:var(--accent);}.brothers {width: 120px;padding: 20px;background: var(--blancooscuro);display: flex;flex-flow: wrap;justify-content: center;align-items: flex-start;align-content: flex-start;font-family: Roboto;position:relative;}.brothers img {width: 100px;height: 100px;border-radius: 100%;margin: 5px 0;object-fit: cover;border: 5px solid transparent;box-shadow:0 0 0 1px var(--accent);}.brothers span {display: block;margin: 3.5px 0;font-size: 12px;text-transform: uppercase;width: 100%;text-align: center;position:relative;}.brothers span:nth-of-type(1) {margin-top:10px;}.brothers span:nth-of-type(2n){font-weight: 700;color:var(--accent);}.brothers span:last-of-type:before {border-bottom: var(--borde);content: "";position: absolute;width: 100px;left: 11px;bottom:-7px;}.brothers cap {position: absolute;bottom: 5px;right: 5px;font-size: 8px;text-transform: uppercase;letter-spacing: 4px;opacity: 0.7;font-weight:800;}a.creditos {width: 500px;display: block;margin: auto;text-align: center;text-transform: uppercase;font-weight: bolder;font:9px arial;padding: 10px;text-decoration: none;letter-spacing: 1px;}</style>
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Juno
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Se dejó conducir por Terrence de regreso a la villa, mientras sentía la mano de Terrence sostener la suya. Elliot no estaba seguro si Apolo estaba lo bastante preocupado por la filmación como para prestar atención, pero no le importó.
—¿De verdad vamos a llegar a tiempo a la fiesta en el Capitolio? —preguntó Elliot por genuina curiosidad, justo cuando el letrero de la villa aparecía frente a ellos. Apolo no se detuvo para responder, tan sólo los miró a ambos por encima del hombro.
—Por supuesto, es posible que tengamos que acortar los festejos en el Distrito Diez, pero nada grave. En el Capitolio todo está preparado para recibirlos. Cyphrus Flummox estará encantado de pasar tiempo contigo después de todo lo que apostó en esos juegos, así que llegar tarde no es una opción… —Apolo siguió hablando, o eso le pareció a Elliot, pero éste soltó un respingo casi imperceptible luego de escuchar aquello.
Elliot tuvo la sensación de que todo su cuerpo dejó de funcionar en ese instante. Por eso su mano se deslizó del agarre de Terrence, incluso cuando no era eso lo que deseaba en el momento. Flummox era uno de los asesores del presidente Snow y, aunque no siempre buscaba la compañía de Elliot, cada vez que tenían un encuentro éste se aseguraba de que fuera inolvidable.
No se dio cuenta de que se había quedado estático sobre la entrada de la villa hasta que escuchó la voz de Meda, quien se acercaba hacia ellos, pasando de largo frente a Apolo. Estaba vestida con un abrigo rojo y una bufanda dorada que combinaba con su cabello. Ésta le habló pero, de nuevo, Elliot no estaba seguro de estar entendiendo bien lo que decía. Se sentía aturdido y tenía ganas de salir corriendo. Aunque eso le pasaba con frecuencia, era distinto cuando no tenía una gota de alcohol para ayudar a ahogar sus miedos.
—¿Nos podemos arreglar en casa de Terry…? —dijo de pronto, mirando de soslayo a Terrence, antes de fijarse de nuevo en su estilista—. ¿Por favor?
Su voz sonaba como un cristal rompiéndose en pedazos y se sintió avergonzado, sobre todo porque Meda le regaló una sonrisa triste, mientras asentía con la cabeza.
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Elliot seguía inquieto por lo de llegar a tiempo al Capitolio, pero la respuesta de Apolo no tranquilizaría a nadie. Flummox era un asco de persona, uno de los altos cargos del Capitolio. Terrence había tenido que estar con él una vez. Pero no había vuelto a pedir por él. Esperaba que siguiera así.
Pero la idea de que ese tipo repugnante pusiera las manos sobre Elliot le revolvió el estómago.
Parecía muy alterado. No se esperaba que pidiera alistarse en su casa. La idea no le hacía mucha gracia porque la gente del Capitolio tendría que entrar a arreglarlos, pero si a Elliot lo hacía sentir mejor, estaba dispuesto a hacerlo.
—De acuerdo, usemos mi casa —respondió, como si dependiera de él.
Debían tomar en cuenta su opinión, era su casa después de todo, pero en el fondo sabía que daba igual lo que dijera. Meda asintió conforme y se dirigieron hacia su casa. Se aseguró de cerrar su cuarto, y pronto los estilistas se acomodaron en su sala. Le dio una suave palmada en el hombro a Elliot.
—Salgamos de esto rápido —le propuso. —Al menos tendremos que hacerlo juntos.
Se preguntaba qué tipo de anuncio tenían en mente y por qué los necesiaban a los dos. El Capitolio estaría bien con solo escuchar a Elliot.
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Cuando Meda terminó, Apolo inspeccionó a Elliot con el ceño fruncido y éste contuvo la respiración, porque temía lo que su escolta pudiera decir.
—Bueno, considerando las circunstancias, pudo ser peor. Eso debe funcionar para el anuncio —Apolo suspiró hondo, mientras colocaba sobre la mesita donde Meda tenía todos sus instrumentos de maquillaje un frasco pequeño que tenía en su interior unas pastillas azules que Elliot conocía muy bien. Parpadeó varias veces y luego se atrevió a mirar a su escolta—. Para la filmación, la vas a necesitar.
En otras circunstancias, si estuvieran en otro sitio, Elliot habría tomado el frasco. De hecho, se habría tomado tres pastillas, una para la filmación y dos para asimilar el hecho de que en unos días volvería a ver a Cyphrus Flummox. Pero estaban en casa de Terrence, quien hasta hacía unos minutos atrás le dio unas cuantas palmadas en el hombro para animarlo. Elliot no podía avergonzarse a sí mismo frente a Terrence, así que le devolvió el frasco a Apolo y se puso de pie.
—Puedo hacerlo —dijo con voz queda, intentando sonreír. Apolo lo miró con el ceño fruncido, pero Elliot se giró hacia Terrence, quien parecía listo, y le tendió la mano—. ¿Me llevas, Terry? Tú conoces el camino mejor que yo.
Sabía que el camino a la plaza no tenía que ser muy diferente a su distrito, pero era mejor hacerlo en compañía de Terrence que de Apolo.
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Terrence soportó lo mejor que pudo ver a Meda y el resto del equipo del Capitolio dentro de su apartamento. Escuchó el intercambio sobre las pastillas de Elliot. Así que en efecto su equipo era el que lo mantenía dorgado para soportar el Capitolio. Se sintió orgulloso de Elliot por no haber aceptado las pastillas. Estaba seguro que le estaba resultando un gran esfuerzo mantenerse sobrio durante la gira.
Así que hizo el propósito de poner él también de su parte y dejarse maquillar sin causar mayor problema. aunque dudaba que le gustara el estilo que el equipo de Distrito 11 iba a escoger para él.
Decidió no verse mucho antes de salir de la casa con Elliot, cumpliendo su deseo de llevarlo a la plaza.
—Tratemos de salir de esto pronto —comentó. —Supongo que será solo dar un mensaje, no tiene por qué prolongarse demasiado. Ya podremos lavarnos la cara después.
Elliot era hermoso, así que siempre se veía bien, pero de verdad lo prefería sin tanta parafernalia.
Camino a la plaza se cruzaron con varias personas que los miraron con curiosidad, e incluso le comentó a alguno que iban a grabar algo para el Capitolio. Todos los veían como si fueran un par de extraños, no parte del Distrito o de las víctimas del Capitolio.
—Seguro nos dan un texto, no suelen dejar nada al azar frente a la cámara —añadió. —Pondré de mi parte, en lugar de hacerme difícil como siempre.
No ganarían nada con esa actitud si intentaba implementarla ahora.
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Creía que la gente se les quedaba viendo, mezcla de curiosidad y también de temor, porque no dejaban de venir con un grupo del Capitolio, lo que por lo general significaba malas noticias. Se preguntó si para Terrence sería parecido, si la gente también lo miraba con rencor o desprecio. Elliot se le encogió el corazón al pensar en ello, pues Terrence se había aislado por las circunstancias, queriendo cuidar de su familia y también de sus vecinos. Era una vida terriblemente triste, la de ambos.
—No, es seguro que ya tengan exactamente qué es lo que vamos a decir. Pero a veces es mejor así, ¿no crees? —le preguntó, justo cuando llegaron a la plaza. Había allí varias luces que, en teoría, los iban ayudar a transmitir mejor la imagen. Elliot subió las escaleras de la tarima y se colocó justo donde había una enorme cruz pintada con color negro. A su lado, había otra cruz, que suponía que era para Terrence, quien se colocó junto a él—. Terry, dijiste que pondrías de tu parte. Sólo… inspira hondo y mira directamente a la cámara. Habla lo más claro y pausado que puedas. No es difícil, yo… yo lo hago todo el tiempo.
Elliot no estaba seguro si estaba tratando de animarse a sí mismo o a Terrence, tal vez a los dos. Apolo estaba abajo, mirándolos con un gesto de satisfacción. Un par de metros más atrás estaba Meda, quien le regaló una sonrisa dulce que pretendía animarlo. Meda siempre le decía, mientras lo peinaba, que si respiraba muy profundo y se concentraba en ello, lo demás pasaría muy rápido. A veces, si se concentraba lo suficiente, sí funcionaba.
Quiso tomar la mano de Terrence, solamente para sentirlo cerca, pero supo que había empezado la grabación cuando escuchó de fondo el himno de Panem. Elliot sonrió, como hacía siempre, cuando sintió las luces en su cara. Sabía que Apolo, Meda, Trisha y los demás estaban abajo, pero sólo se concentró en las letras en la pantalla.
—¡Hola, mi querido Capitolio! Sé que están muy pendientes al reporte del clima, como pueden ver, aquí en el Distrito Once todavía está nevando muchísimo. ¡Tengo la nariz congelada! —Elliot, para hacer énfasis en lo que estaba diciendo, se llevó el dedo índice a la nariz y luego, sin preguntar, se giró también hacia Terrence, tocándole la punta de la nariz a él también—. Terrence ha sido muy amable de dejarnos quedar en su distrito, pero estamos trabajando arduamente para despejar las vías del tren. ¡Llegaremos a tiempo a la velada presidencial! —Elliot retrocedió un paso, porque en la pantalla aparecía parpadeando el diálogo que debía decir Terrence, pero al moverse, su pierna rozó algo y desvió la mirada al suelo por curiosidad. Lo que descubrieron sus ojos provocó un gemido de sorpresa. Sabía que Apolo iba a matarlo, porque tendrían que repetir la toma, pero no lo pudo evitar. Cuando se inclinó hacia el cachorrito que estaba frotándose contra sus piernas, Elliot ya se había olvidado de todo lo demás—. ¡Tú también estás congelado! ¡Estás muy pequeñito! Oh, Terry, míralo, ¿me prestas tu bufanda?
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Era curioso cómo había terminado en el centro del Distrito recibiendo instrucciones de Elliot Thorpe de cómo portarse frente a las cámaras del Capitolio. Pero le hizo caso. Inspiró profundo y se relajó lo más que le fue posible frente a las cámaras.
Elliot se manejaba muy bien en esas situaciones. Era natural frente a las cámaras, especialmente ese día que le constaba que lo estaba haciendo sin drogas de por medio.
Terrence estaba esperando que apareciera en el teleprompter lo que le correspondía decir, cuando Elliot de repente se salió del guión. Tuvo que bajar la mirada para entender por qué, y cuando vio al pequeño perro lo supo. Realmente temblaba de frío y de inmediato se quitó la bufanda cuando Elliot se la pidió, y le ayudó a envolverla alrededor del perrito.
Era pequeño y juguetón, y cuando Terrence lo envolvió se estiró para pegarle un lenguetazo en la mejilla.
—Debe haber pasado la noche en la nevada —comentó preocupado. Acarició la cabeza del cachorro, realmente estaba congelado—Necesita entrar en calor.
El cachorro parecía encantado con las atenciones y se lanzó de los brazos de Elliot hacia él. Terrence lo tomó entre sus brazos y lo contuvo de tirarse al suelo, pero sí giró para lamer las manos de Elliot también.
Le preocupó en ese momento que el personal del Capitolio se enfadara por la presencia del cachorro arruinando su anuncio. Así que volvió a ver la pantalla y notó lo que debía decir.
—El Distrito está trabajando a toda velocidad en despegar las vías, no deben inquietarse: todo el equipo del Distrito 11 está a salvo aquí y partirán lo antes posible para no atrasar la gira de la victoria —tuvo que detenerse porque el cachorro volvió a lamerle la cara, a pesar de que Elliot intentaba tenerlo entrentenido. —No los retendremos en nuestro distrito más de lo necesario.
Miró a Elliot y sonrió ligeramente. Si por él fuera tal vez sí que lo retendría. Y al cachorro parecía pensar lo mismo, pues ahora se había girado para estrecharse contra Elliot y lamerle toda la cara también. Adiós maquillaje.
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Justo entonces escuchó el pitido de corte de transmisión y Elliot, incapaz de contener la emoción, se inclinó despacio en dirección a Terrence y se apoyó en él, acercándole al cachorrito. Realmente estaba muy pequeño y bastante desnutrido, le parecía un milagro que estuviera moviéndose tanto. Elliot sentía las babas del perrito en todo el rostro, pero no le importaba.
—¡Estuvo brillante! —exclamó Harlow, el camarógrafo que los había acompañado—. Lo del perro fue espectacular, voy a tomarlo como parte de la promoción. Elliot, nunca dejará de sorprenderme cómo te ama la cámara y Terrence —Harlow sonrió con tanta sinceridad, que Elliot se olvidó por un instante el ceño fruncido de su escolta— no te conocía ese encanto innato. Deberías sonreír más a menudo.
Elliot congeló su expresión por un instante, pues sabía bien cómo sonaba esa última frase y se sintió un poco culpable. Se imaginaba lo que estaba pasando por la cabeza de Terrence en este momento: ambos no eran más que eso, un espectáculo, una forma de que el Capitolio se entretuviera mientras llegaran los próximos juegos. Nunca se detendría. Cuando se giró hacia Terrence, el cachorro ya tenía apoyadas las patas delanteras en el pecho de su amigo. Recordó de pronto lo que Terrence le había contado sobre la mascota que tuvo años atrás.
—Creo que le gustas, Terry… —concluyó Elliot, alzando la mirada hacia él—. ¿Por qué no te lo llevas a casa unos días? No parece que sea de nadie—. Elliot pronunció la sonrisa y el cachorro, como si pudiera escucharlo, dio un par de ladridos—. ¿Ves? Creo que le encantaría quedarse contigo, al menos mientras pasa la nevada. ¿No crees?
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Terrence se sintió incómodo, nunca recibía elogios de los equipos de filmación del Capitolio porque no era un Vencedor particularmente cooperativo. Sin embargo, le fastidiaba la idea de haber sonreído en cámaras para todo Panem, pero era imposible no hacerlo viendo a Elliot con aquel pequeño cachorro.
El perrito parecía muy emocionado con tantas atenciones, pero a Elliot no le faltaba razón: era evidente que necesitaba comida, refugio y cuidados. Terrence se los podría dar, por supuesto, en su casa había espacio para un perrito y a él realmente le gustaban...
Estiró las manos hacia el cachorro, quien se dejó alzar con entusiasmo y le lamió toda la cara, quitándole el maquillaje, lo cual agradecía.
—¿Ya terminamos aquí? —preguntó mirando a su alrededor, esperando que nadie del equipod e Capitolio los detuviera. Luego se giró hacia Elliot, sosteniendo al cachorro todavía—Llevémoslo a mi casa.
¿Por qué no? Podría cuidarlo durante la nevada, le recordaría a Elliot y su visita. Después quizá podría dejarlo con alguien más para que no se quedara solo cuando lo llamaban al Capitolio.
—Le podemos dar de comer y hacerlo entrar en calor —propuso. —¿Vienes conmigo?
No sabía si Apolo y Meda lo permitirían, o si Elliot querría volver con él o prefería quedarse con el equipo del Capitolio ya.
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Alcanzó a ver cómo Meda le regalaba una sonrisa cómplice que duró tan sólo un instante. Elliot intercambió miradas con Terrence justo cuando estaban alejándose de la plaza. El perrito no había dejado de moverse y parecía estar entrando en calor, lo cual era una buena señal. De seguro que resguardado en casa de Terrence se sentiría mucho mejor.
—Está realmente muy pequeño, es un milagro que haya sobrevivido en la nevada. ¿No te parece? —dijo Elliot, acercando el cachorrito hacia Terrence. No pudo evitar acordarse de lo que le había dicho Terrence la noche anterior, que había tenido una mascota hacía tiempo—. Seguro no es de nadie, podrías considerar quedártelo. Está muy pequeño, va a necesitar una casa donde lo cuiden.
Elliot estaba seguro que se estaba pasando de atrevido por semejante sugerencia, pero creía en cada palabra que había dicho. Además, era seguro que, con un cachorrito, Terrence volvería a sonreír más a menudo. Estuvo a punto de decírselo también, pero decidió guardar silencio en el último momento.
Después de todo, no quería arriesgar su suerte.
—¿Qué dices? —insistió, mostrándole a Terrence una sonrisa franca, mientras colocaba al cachorrito entre sus manos—. Prométeme que al menos lo vas a pensar. Créeme, Terry, tú menos que nadie merece estar solo. Este amiguito puede hacerte compañía. A mí me parece un buen trato.
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Terrence se obligó a ignorar a la gente del Capitolio mientras los dejaban atrás. Su concentración estaba en Elliot y el pequeño perrito que se removía entre sus brazos buscando darle lenguetazos en la cara. Le iba a quitar el maquillaje, lo cual agradecía.
Estiró la mano para acariciarle la cabeza ente las orejas al perrito, quien se giró buscando de dónde venían los cariños.
Escuchó la recomendación de Elliot y por un momento, la consideró, aunque se había negado por años a volver a tener una mascota. Temía los momentos de tener que ir al Capitolio y dejarlo solo en casa. Tendría que buscar apoyo de alguien para cuidarlo.
Pero...
Elliot parecía hablar en serio.
—Lo pensaré —le aseguró—Por ahora vamos a darle calor, agua y algo de comer..
Cuando llegaron a la casa abrió la puerta y le dijo que entrara y buscara un buen espacio para armarle una camita. Contaba con que Elliot participaría en esa con entusiasmo. Fue a buscar a su despensa si tenía algo de carne para alistar algo para él.
Se acercó con una ollita con agua para ponerle al frente y sonrió al ver a Elliot jugando con el perrito. Era una visión adorable. Ahí supo que lo haría.
Se sentó junto a él en el suelo, puso el agua y vio al perrito bajar de su regazo para ir por el agua.
—Si le pones nombre, puede que no sea capaz de separarme de él —propuso, y le sonrió.
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Se arrodilló en el suelo, ahora que estaban dentro de casa de Terrence podía fijarse con más calma cómo estaba el cachorrito. No parecía estar herido, aunque sí estaba todavía bastante mojado y frío. Estaba ocupado tratando de limpiarlo con su bufanda cuando vio cómo Terrence se arrodillaba frente a él, con un cuenco que contenía agua fresca. Tuvo que sostener al cachorrito para que el pobre no se atragantara.
—Pobrecito, estaba sediento —suspiró con una sonrisa, mientras miraba a Terrence a los ojos. Éste acababa de decirle que podía ponerle nombre al perro. Elliot abrió mucho los ojos, confundido, porque no se esperaba semejante petición. Se sintió nervioso, mientras volvía a mirar al cachorro—. ¿Qué tal Duke? ¿O Bonnie? No sé si son buenos nombres para un perro. Tengo la sensación de que sólo soy bueno en nombres de gatos.
Elliot se rio con marcado nerviosismo, pero Terrence guardó silencio. No estaba muy seguro si estaba sopesando sus opciones o si era el momento de pedirle que se fuera de su casa. Pero estaban demasiado cerca y Elliot todavía guardaba fresco el recuerdo del desayuno, de la sonrisa de Terrence pero, sobre todo, de la manera en que lo había abrazado anoche, diciéndole que todo lo sucedido a su familia no era su culpa.
Nadie nunca lo había tratado así. Desde que se coronó como Vencedor, Elliot lo había perdido todo. Lo único que le quedaba de su parte, era que estaba vivo. Terrence le había recordado con ese abrazo que quizás sí merecía algo de consuelo después de todo. Sintió una punzada de incomodidad al pensar que, de haber estar drogado como siempre, quizás ni siquiera recordaría lo sucedido la noche anterior.
—Terry, ¿sabes? Yo… —Elliot se humedeció los labios, pero volvió a mirarlo a los ojos—. Sé que vas a decir que soy muy sentimental, pero realmente te agradezco que me hayas acogido en tu casa. No sé qué voy a hacer cuando me suba al tren, ni cómo voy a terminar la gira de la victoria. Ojalá pueda verte pronto de nuevo, te prometo que voy a mantenerme sobrio hasta entonces. Cuando te vuelva a ver quiero sentirme igual que hoy. Quiero sentir que soy yo de verdad y no el juguete usado del presidente Snow.
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Al arrodillarse junto a Elliot pudo verlo directo a los ojos. El perrito entre ellos tomaba agua y movía la cola a toda velocidad. Duke. No era un mal nombre. Sin embargo, Elliot llevó la conversación hacia otro tema que no se esperaba.
Le estaba agradeciendo por acogerlo. Y cuando habló de mantenerse sobrio le causó un nudo en la garganta.
—Yo tengo que agradecerte a ti —replicó—Por insistir conmigo a pesar de lo poco agradable que fui contigo siempre que nos vimos en el Capitolio.
La verdad no sabía por qué Elliot había insistido en hablarle una y otra vez, cuando él había sido tan desagradable siempre.
Le dolió el corazón escuchar que no quería sentirse como el juguete usado de Snow. Sabía lo que era eso. Pero no quería que se pusiera tanto peso encima.
Sin pensarlo, levantó una mano para acariciar el rostro de Elliot.
—Me gusta mucho esta versión tuya sin drogas... pero no te pongas más peso de la cuenta encima. Entiendo por qué las usas. No es fácil soportar por lo que el Capitolio nos hace pasar.
Le parecía terrible que Elliot fuera tan explotado, estaba seguro de que era uno de los Vencendores más cotizados.
—Aunque sí... sí que me gustaría verte de nuevo así —admitió. —Ha sido todo un descubrimiento.
Le sonrió de nuevo. Realmente le gustaba mucho esta versión de Elliot, y le gustaría poder tener más de lo que habían tenido las últimas 24 horas. Sus dedos acariciaron nuevamente con suavidad su delicada mejilla. Lo que había pensado antes se mantenía: era hermoso.
Entonces supo que lo que realmente quería en ese momento, era besarlo. Antes de que vinieran del Capitolio a llevárselo de su lado de nuevo y no pudiera volver a verlo así nunca.
—Elliot... ¿puedo besarte? —preguntó en un susurro.
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No tenía muy claro cómo tomarse las palabras de Terrence, quien se estaba portando todavía más comprensivo con él. Sonrió cuando le dijo que querría verlo de nuevo, que verlo sobrio había sido un descubrimiento. Hacía mucho que Elliot no se sentía orgulloso de sí mismo, pero escuchar a Terrence lo hacía sentirse bien consigo mismo.
Al menos, eso fue antes de escuchar la pregunta de Terrence, porque entonces fue como si el tiempo se hubiera detenido. Elliot lo miró con los ojos muy abiertos, pensando que lo había imaginado. Terrence acababa de preguntarle si podía besarlo. La pregunta flotó entre los dos como una capa invisible que envolvía a Elliot, quien no dejaba de preguntarse si alguien le había pedido permiso alguna vez. Conocía la respuesta, por supuesto, y sintió un nudo en la garganta.
—Terry, yo… —Elliot tenía la voz quebrada, cargada de una emoción que no le cabía en el cuerpo. Se inclinó despacio, sin saber si le estaba permitido tocarlo también o lo mejor era quedarse quieto. Pero se armó de valor y continuó—: Yo también… yo también quiero besarte, Terry.
Después de tantos años como subyugado a la voluntad del presidente, Elliot había aprendido a dar infinidad de besos. No todos eran iguales, todo dependía de qué tipo de fantasía querían sus amantes. Pero esta mañana besó a Terrence con los labios y todo el cuerpo temblándole, cargado de nerviosismo, ansioso por saber si lo estaba haciendo bien. Terrence sabía al café de la mañana, al que habían tomado juntos hacía tan sólo unas horas. Elliot no pudo contenerse y le echó los brazos al cuello, acariciándole las mejillas y el mentón, la piel de Terrence era áspera, pero cálida al tacto.
Elliot soltó un respingo y se separó un poco cuando el perrito lanzó un ladrido desquiciado. Elliot, en un mal movimiento, debió derramar todo el cuenco de agua y ahora tenía parte del pantalón húmedo. Tenía la respiración entrecortada cuando se volvió a mirar a Terrence y sentía todo el rostro ardiéndole.
—Lo… lo siento… —susurró, con una sonrisa angustiosa, mientras sentía un cosquilleo placentero en los labios—. Por el cuenco, quiero decir, yo… yo… —Elliot se sentía torpe, como un niño pequeño que no tenía la más mínima idea de qué hacer con un juguete nuevo y reluciente. “Besas bien, Terry” era una frase que usaría con una sonrisa falsa en el Capitolio, para complacer a quien estuviera junto a él. Pero ahora era como si fuera incapaz de pronunciar palabra.
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Los labios de Elliot eran cálidos y suaves sobre los suyos. Además, las yemas de sus dedos acariciaban con suavidad su rostro. Nadie lo había besado así. Desde que había ganado sus juegos, todas las personas con las que había estado habían estado pagando por su tiempo, y tenían una postura de dominancia sobre él durante los momentos en que estaba con ellos.
Pero Elliot... Elliot era diferente. Sentía en aquel beso una conexión que nunca antes había tenido.
Rodeó la cintura de Elliot con sus brazos y lo atrajo hacia él.
Al inicio no comprendió lo que había sucedido y por qué Elliot se estaba disculpando. Pero cuando se separó de él vio el agua regada y el pequeño perrito estaba tomando el agua del suelo.
—No pasa nada —le aseguró, mientras lo tomaba de la barbilla y le sonreía—Es solo agua. Solo hay que secarla.
Lo miró a los ojos, fascinado por el Elliot sin maquillaje, tan natural y tan sensible.
—Me gustas mucho, Elliot. Mucho.
Nunca le había dicho nada así a alguien. Lo sentía de verdad.
Se acercó de nuevo a él, chocando sus narices, y al notar que Elliot no parecía tener problema, lo beso de nuevo.
No quería que esto terminara nunca, y temía que en cualquier momento llegarían los del Capitolio a llevárselo.
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Se giró hacia Terrence de nuevo cuando le escuchó decir semejante confesión. Parpadeó varias veces, pensando que no había escuchado bien al principio. Elliot lo miró con los ojos muy abiertos, pues la forma tan seria en que Terrence lo estaba mirando no dejaba lugar a dudas, ni tampoco daba a entender que se trataba de una broma.
—¿Te gusto…? —repitió en voz alta, sintiéndose incluso más torpe que al voltear el cuenco sin querer—. Pero…
Elliot quiso decirle que quizás estaba confundido. Pero no se atrevió, porque quizás Terrence se lo tomaría a mal, o que estaba poniendo en duda su palabra. Por lo general, esa frase la utilizaban sus amantes en el Capitolio, pero Elliot sabía que no eran más que palabras vacías. A ellos no les gustaba Elliot de verdad, tan sólo esa imagen prefabricada y hueca, ese papel tan espantoso que él tenía que representar lo mejor que podía. Pero Terrence estaba hablando de él, del Elliot que había llorado en su cocina, que había roto su taza y que lo había puesto en aprietos durante su estancia en la aldea de vencedores.
Él, que no era más que un niño asustado que se estaba cayendo a pedazos, le parecía que Terrence podía aspirar a algo mejor. Pero cuando Terrence lo besó de nuevo, Elliot dejó de pensar. Cerró los ojos y se aferró a él con firmeza, como si no deseara soltarlo nunca. Le besó los labios muy despacio, como si estuviera disfrutando con tranquilidad de fruta de temporada recién cosechada. Se estremeció entre los brazos de Terrence y, en un empujón de valentía, se acurrucó contra él. Elliot estaba seguro que su corazón latía con fuerza que debían de estar escuchándolo incluso fuera de la casa.
—Ojalá no tuviera que irme nunca, Terry. Nunca nadie… nadie me ha tratado tan bien como tú.
“Ojalá nadie más tuviera que besarme de nuevo” era lo que realmente quería decir, pero sólo hundió más el rostro en el pecho de Terrence.
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Terrence estrechó a Elliot contra su pecho cuando lo sintió abrazarlo con fuerza. Había escondido el rostro contra él y no podía besarlo de nuevo, pero le dio un beso suave en la cabeza, mientras lo acunaba contra él.
—Ojalá no tuvieras que irte —confirmó, pues él sentía lo mismo.
Sí le enfadaba escuchar que nunca lo habían tratado bien. No le extrañaba, si tenía toda la vida en manos de la gente del Capitolio. Pero Elliot era un buen chico, una buena persona, que se merecía ser tratada bien.
Pensar que tendría que regresar a satisfacer los deseos y perversiones del Capitolio le hacía hervir la sangre. El propio Terrence tendría que hacerlo, pero a él no lo demandaban ni la mitad de veces que a Elliot.
—Ojalá pudiera protegerte—se lamentó en voz alta.
Pero no podía. No podía protegerse ni siquiera a sí mismo.
En cualquier momento llegarían por él. Se lo llevarían y a Terrence no le quedaría más que verlo irse en ese tren.
—¿No tienes frío? ¿No quieres mi abrigo de nuevo?—preguntó, acariciando su espalda para que entrara en calor.
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Elliot no creía que hubiera escuchado esa frase nunca. Mucho menos pensó que la escucharía de voz de Terrence. Apretó mucho los labios, porque no sabía exactamente cómo podía responder sin sentirse como un completo estúpido. Por suerte, Terrence lo ayudó al preguntarle si tenía frío.
La pregunta fue como magia, pues sí que se dio cuenta de que tenía frío. Se había mojado y la calefacción, tal y como Terrence le había advertido, no era tan buena. Se frotó las manos y asintió, con una media sonrisa.
—Tu abrigo estaría bien… —comentó, sonriéndole agradecido, mientras se incorporaba poco a poco. Miró todo del desastre húmedo del piso y se fijó en Terrence otra vez—. Te ayudaré a limpiar este desastre. Tu nuevo amigo estaba muy emocionado lamiendo todo el piso, pero creo que es mejor si lo ayudamos a secarlo, él solito no podrá hacerlo.
Elliot estiró el brazo para acariciar al cachorro. Era muy amoroso, era una suerte que se le hubiera ocurrido subir a la tarima. Si Elliot y Terrence no lo hubieran encontrado, ¿qué habría sido de él? No quería ni pensarlo.
—Te hará buena compañía, Terry… —comentó ilusionado, mientras el perrito revoloteaba a su alrededor—. Cuídalo mucho, ¿si? Te preguntaré por él la próxima vez que nos veamos.
Incluso si esa próxima vez era en el Capitolio. Elliot estaba dispuesto a cumplir su promesa porque, la próxima vez que es acercara a Terrence, quería tener sus cinco sentidos en orden.
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Se levantó y le extendió la mano a Elliot para ayudarlo a levantarse. El perrito correteó alrededor de ellos, moviendo la cola y oliéndoles los pies. Claro que se iba a dejar aquel cachorro, no podría deshacerse de él sin pensar en Elliot.
—Te tendré noticias de Duke cuando nos volvamos a ver —le aseguró.
Le gustaba el nombre. Se lo dejaría. Es como si Duke fuera de ambos.
Se dirigió a la habitación donde se habían cambiado para buscar su abrigo y regresó con él, solo para encontrar a Elliot secando.
—No tienes que hacer eso, ya nos encargaremos Duke y yo después—le indicó, mientras se acercaba y tiraba de él para ponerle el abrigo.
Esta vez, además de envolverlo en su abrigo, le dio un corto beso en los labios. Sonrió para sí.
Si alguien le hubiera alertado el día anterior de aquel giro de los acontecimientos, no le hubiera creído.
Ahora no podía aceptar la idea de que Elliot tendría que irse pronto.
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Le dolía el cuerpo y se sentía mareado, tuvo miedo de vomitar sobre la alfombra, pero consiguió llegar hasta la puerta sin mayores incidentes. Elliot la empujó muy despacio y tuvo ganas de llorar aliviado al darse cuenta de que podía abrirla. Sabía que había una posibilidad de que Cyphrus despertara a la mañana siguiente y se enfadara al ver que no estaba allí. Pero Elliot estaba dispuesto a correr el riesgo, porque no quería pasar un minuto más allí. Usualmente estaba dispuesto a quedarse con sus amantes hasta la mañana siguiente, pero Cyphrus no era una persona agradable. Todavía le dolía la mejilla en donde le había golpeado, gratuitamente, porque Elliot no alcanzó a desabrocharse el botón de la camisa lo bastante rápido.
Cuando Elliot llegó al ascensor y éste se abrió, se dio cuenta de que no tenía adónde ir. No tenía una habitación del hotel a su nombre y Trisha, hasta donde sabía, se había quedado a dormir en casa de Meda. Su estilista le había prometido que no se separaría de Trisha en toda la noche y rogaba que eso fuera cierto. La prótesis de Trisha, al parecer, la había condenado y salvado al mismo tiempo.
Cuando Elliot entró en el ascensor, pulsó el primer botón que se le ocurrió, pensando que podía quedarse en el bar del hotel, esperando que no hubiera bastante gente a estas horas. Luego, tomaría el primer tren de regreso al distrito diez. Necesitaba volver a casa. Quería volver a casa. Quería desaparecer.
Minutos después, cuando las puertas del ascensor se abrieron de nuevo, soltó un respingo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba sentado, recostado en una esquina del ascensor. Elliot no tenía idea cuándo se había sentado allí y, muchísimo menos, esperaba ver la silueta que estaba a las puertas del ascensor. Él no podía estar allí, su cerebro tenía que estar jugándole una mala pasada.
—Terry… —cuando habló, Elliot no reconoció su voz de lo ronca que estaba—. ¿Eres un sueño?
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Cuando lo convocaron al Capitolio por la fiesta de cierre de la Gira de la Victoria pensó que podría ver a Elliot. Sin embargo, una vieja ricachona había invertido una cantidad indecente de dinero por el tiempo de Terry durante el evento. Eso le había dejado parte de la noche libre, porque la mujer había regresado a su casa después de que acabara la fiesta.
Además, le había dejado a Terrence una habitación en el hotel. No tenía ningún otro encargo esa noche, así que quería aprovechar para descansar e intentar olvidar lo que había tenido que ahcer con la mujer.
Iba a bajar al bar por un trago, mientras se preguntaba cómo estaría Elliot. Lo había visto en televisión, y estaba seguro de que aquella Gira de la Victoria no se había hecho más fácil para él con el paso del tiempo. No parecía tan ausente como antes, así que se preguntó si de verdad no estaría drogado.
Por un momento creyó que era él quien alucinaba cuando se abrieron las puertas del ascensor y vio a Elliot ahí, en una esquina, con un aspecto miserable. Se quedó de piedra y apenas reaccionó cuando el ascensor hizo amago de cerrarse de nuevo.
Lo detuvo, y entró en él tras escuchar la pregunta de Elliot.
—Elliot —dijo con urgencia al tiempo que se arrodillaba junto a él para examinarlo y mirarlo de frene—. ¿Estás bien?
Le puso una mano en la frente para medir la temperatura. No se veía nada bien.
Marcó el número de piso del bar, pensando que allí podría sacarlo, llevarlo a una mesa e intentar hablar con él para ver qué le pasaba. Se preguntó si estaría ahí con algún cliente y se estaría escapando, o si estaría libre como él, aunque seriamente lo dudaba.
—¿Elliot?—insistió.
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Aunque Terrence le había preguntado si estaba bien, Elliot no sabía cómo responder su pregunta. Lo primero que pensó fue en lo que había pasado en la habitación. En cómo Cyphrus le había hecho beber esa copa de vino y luego se había empezado a sentir más mareado de la cuenta. Ahora que miraba a Terrence a los ojos, se había dado cuenta de lo que había hecho. De pronto la promesa que le hizo a Terrence le parecía lejana, como un fantasma que venía por él a atormentarlo.
—Lo siento… —dijo de pronto, con una voz que no parecía la suya. Elliot estaba temblando y no quería que Terrence lo tocara, le dolía pensar que estaba preocupándose por él cuando no valía la pena—. Lo siento, Terry, la promesa que te hice, yo… Cyphrus quería que bebiéramos juntos. Yo no quería, pero si… si no hago lo que él quiere… no podía hacerlo enfadar, me asusté. Pero te juro que yo no quería beber, lo siento… lo siento mucho.
Cuando bajó la mirada, Elliot no pudo contener el llanto. Se sentía inútil y diminuto, no podía levantarse, pero tampoco tenía el valor para decirle a Terrence que por favor se fuera, porque no quería verlo. No tenía fuerzas para echarlo de allí, ni siquiera tenía fuerzas para levantarse por sí mismo. Elliot siguió llorando, olvidándose por un instante dónde estaba y quién estaba allí con él, tan sólo deseaba, desde lo más profundo de su ser, desaparecer.
Pero la cercanía de Terrence seguía allí, cálida y firme, como un recordatorio de que, alguna vez, le había sonreído de verdad. Pero Terrence le había sonreído a otro Elliot, uno que se quedó enterrado en las vías del tren de regreso al Capitolio. Este era el de verdad, el que se caía a trozos siempre.
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—Elliot, no pasa nada —le aseguró—. No podías negarte. Lo sé. Conozco a Cyphrus.
Desearía no hacerlo, pero era alguien retorcido, poderoso, sádico y violento. No había forma de decirle que no. Tampoco era como que fuera fácil soportarlo sin alguna droga en el sistema.
—No tengo que disculparte nada, hiciste lo que debías para sobrevivir—le aseguró.—No es fácil, Elliot.
El ascensor no les daría mucho tiempo. Por suerte, nadie más lo detuvo. Llegaron al piso del bar y Terrence supo que tenía que tomar una decisión. Ayudó a Elliot a levantarse y salió con él. Le pidió al sorprendido camarero que los vio entrar que les trajera agua y sentó a Elliot a una mesa.
—Vas a tomar agua y me quedaré contigo mientras te sientes mejor—le explicó.
Pero no podían quedarse ahí demasiado tiempo o Cyphrus podría encontrarlos... o enterarse después.
Y si había pagado por Elliot esa noche no querría compartirlo con nadie más.
Terrence con gusto podría matarlo como acabó con los otros tributos en la Arena.
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Sabía que Terrence estaba esperando que tomara agua, pero Elliot se quedó inmóvil, tan sólo mirando el vaso de cristal. Inspiró hondo y se limpió el inicio de lágrimas, porque sabía que allí no podía volver a llorar. Estaban en el Capitolio, en un lugar público, aunque era tarde y no había mucha gente, Elliot no podía hacer una escena.
—No te preocupes por mí, Terry… —dijo despacio, con un amago de sonrisa, todavía sin mirarlo a los ojos—. No vale la pena. Yo… no tenía adónde ir, iba a quedarme en la estación hasta que saliera el primer tren mañana por la mañana. Yo… quiero volver a mi casa.
Elliot se sintió estúpido, porque en realidad no quería volver a la villa de vencedores. Quería volver a casa de sus padres, a su vieja cama, la que compartía con Rosie. Pero hacía mucho tiempo que allí no era bien recibido.
En un impulso, estiró ambas manos en dirección al vaso, pero tan sólo lo acercó hacia él. No quiso tomar agua, tenía la impresión de que, si lo hacía, vomitaría.
—Lo siento.
Elliot ahogó un suspiro, aunque no estaba muy seguro de por qué estaba pidiendo perdón.
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Terrence miró a su alrededor. El bar estaba bastante vacío a esa hora. Extendió una mano hasta la nuca de Elliot para acariciarlo, intentando calmarlo.
—Todo lo que tiene que ver contigo vale la pena —le aseguró—. No podrías esperar en la estación de incógnito. ¿Por qué no esperas en mi habitación?
No sabía si realmente podía subirse a un tren e irse cuando él quisiera. Terrence no solía tener ese tipo de libertad. Pero esa noche estaba solo en aquella habitación porque ya había cumplido sus deberes temprano. Podía ser una suerte de refugio para Elliot hasta que se sintiera mejor al día siguiente.
Cyprhus no podría encontrarlo en su cuarto.
—Deberías tomar aguar para sentirte mejor—insistió, pensando que lo que había tomado tenía que diluirse.—y luego sube a descansar conmigo.
Solo tenía una cama, pero era una habitación grande, podrían acomodarse.
Ya solucionarían qué hacer ambos al día siguiente, cuando Elliot no estuviera intoxicado.
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¿Por qué? Elliot no había hecho nada para merecerlo. Al contrario, había roto la promesa que le había hecho y tenía el perfume de Cyphrus en todo el cuerpo. ¿Terrence lo podía olerlo? ¿No le producía las mismas náuseas que a él?
—¿En tu habitación? —Elliot parpadeó varias veces, mientras se concentraba en el tacto frío del vaso que tenía en las manos. El frío no podía estárselo inventando—. Terry, yo…
Soltó un respingo cuando escuchó un ruido en otra de las mesas del bar. Había allí tres personas que estaban hablando demasiado alto para su gusto y Elliot recordó que no estaba guarecido en su distrito. Que allí, todo el mundo los estaba viendo.
Cuando dio un sorbito del vaso, sintió los labios tan fríos como el agua. La sensación lo devolvió un poco a la realidad. No estaba imaginándolo, Terrence de verdad estaba allí con él. ¿Cómo dio con él? ¿De verdad había sido simple suerte?
—Terry, ¿me estabas buscando o te topaste conmigo por casualidad? —preguntó, sintiéndose un poco más él y menos como la carcasa vacía que acompañó a Cyphrus durante horas—. No importa, como haya sido, no sabes… me hace feliz verte. Te extrañé muchísimo.
La confesión nació desde la punta de la lengua y le sonrojó todo el rostro. Quería irse de allí, quería que Terrence de verdad lo llevara a su habitación, donde nadie pudiera encontrarlo. Al menos, hasta la mañana siguiente.
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