La mano suave y fría de su madre aferró la suya más pequeña mientras se colaban por la chimenea del salón principal. Los dedos de uñas pintadas de color negro agarraron una buena porción de polvos flu, pero antes de lanzarlos al suelo le envió una mirada dura al niño a su lado.

— Recuerda lo que hemos hablado, Orion. Te comportarás. —Orion, de tan solo once años, la miró con expresión aburrida. Su madre apretó entonces un poco más el agarre en su mano y, tras una mueca, el niño asintió. La mujer suspiró satisfecha como quien agradece el haber conseguido un hito titánico.— Mansión Harlow. —profirió a la par que lanzaba los polvos flu y en un estallido de humo verde ambos viajaron hasta la residencia de los Harlow.

A Orion no le gustaban las visitas familiares, eran demasiado aburridas. Mientras su madre tomaba el té con su tía Eugenia él debía permanecer quieto y callado a su lado, acompañar a su prima o, todavía peor, pasar rato con su primo Gerald quien le recordaba tanto a su hermano mayor que conseguía disgustarle todavía con más ahínco que Rigel.

La elfina doméstica que los recibió ejecutó una pequeña reverencia ante ellos en cuanto el humo se disipó. Arista compuso una ligera mueca de disgusto al ser recibida por poco menos que una sirvienta, no obstante recuperó rápidamente su expresión elegante de siempre mientras salía de la chimenea.

— La señora la espera en el jardín, ha pensado que hace un día perfecto para tomar el té allí. El señor Gerald y la señorita Tabitha están en la planta superior, en la habitación de juegos. —Arista soltó entonces la mano de su hijo y le peinó un mechón rebelde que caía sobre su frente. Era un gesto inútil, Orion volvería a despeinarse en cuanto ella se diera la vuelta.

— Ve a jugar con tus primos.— ordenó y Orion, no sin una mueca de disgusto idéntica a la que su madre había compuesto segundos atrás se dispuso a emprender camino, pero la voz de su madre lo detuvo antes de poder dar siquiera un paso.— Si Tabitha viene llorando, estarás en problemas jovencito.

— Yo no tengo la culpa de que sea una llorona. —refunfuñó pero si su madre, que ya se alejaba con la elfina rumbo al jardín, lo escuchó, no dio muestras de ello. El niño, arrastrando los pies, empezó a subir la escalera hasta el piso superior. Ojalá fuera a Cepheus a quien fuera a ver y no a sus insoportables primos.

Normalmente a Tabitha le gustaba la Navidad, porque significaba regalos y le encantaban los regalos. Pero ese año Gerald estaba más insoportable de lo normal y la niña casi deseaba haberse quedado en Hogwarts. 

Al menos en el colegio podía esquivarle con facilidad. Era grande, cada uno tenía que atender sus clases, y, aunque compartiesen casa, tenían amigos diferentes y Gerald había optado por ignorar casi todo el tiempo la presencia de su hermanita. Sin embargo, parecía haber apuntado todas y cada una de las ofensas que ésta había cometido hacia su persona, empezando por ser seleccionada para Slytherin, y querer hacérselas pagar durante las vacaciones. 

Ni siquiera recordaba qué había empezado la pelea. Seguramente cualquier tontería que le valiese a Gerald como excusa para hacerle trizas una de sus muñecas a modo de ejemplo de lo que le gustaría hacerle a ella. Cada vez era más bestia. 

- ¡Suelta, me haces daño! - protestó, pero sin atreverse a chillar, porque lo que le haría si alguien se enteraba sería peor. Pero llevaba ya unos minutos retorciéndole el brazo y dolía. Intentó soltarse y eso le valió una bofetada que la tiró al suelo mientras su hermano se reía - ¡Te van a oir y te vas a enterar!

- Tu mamá está abajo, atendiendo una aburrida visita que le importa más que tú - respondió él, pues había oido el timbre - ¿Y quién va a venir? ¿La elfina? Me hace más caso a mi que a tí, que no vales más que esas estúpidas muñecas tuyas. 


Gerald pisoteó los restos de la muñeca rota mientras miraba el rostro lloroso de su hermana, con evidente placer.

En lo alto de la escalera observó el pasillo que se abría a su derecha, hacia donde sabía que debía dirigirse para llegar hasta la habitación de juegos. Orion escuchó sus voces antes de verlos, estaban discutiendo, lo que no era una novedad. Empezó a arrastrar los pies sobre la carísima alfombra cuando el sonido sordo de una bofetada resonó en el aire.

Al llegar frente a la puerta abierta de la sala de juegos Orion contempló la escena en silencio. Tabitha estaba en el suelo y una de sus mejillas empezaba a adquirir un tinte rojo, aunque no se había echado a llorar. Los restos de una muñeca destrozada se encontraban a los pies de Gerald. El niño puso los ojos en blanco ante lo que le parecía una estupidez. Rigel tenía bastante más imaginación a la hora de torturarlo.

— En realidad, creo que tía Eugenia se gastó mucho dinero en esa muñeca.— se dio a conocer alzando la voz con expresión aburrida a la par que se adentraba en la sala de juegos. Gerald giró hacia él, al parecer sorprendido por su silenciosa llegada, Orion lo ignoró, pasando a su lado directo hacia Tabitha a quien tendió la mano para ayudarla a levantarse.

— ¿En serio te dedicas a esto?— Orion no era un defensor acérrimo del pacifismo, ni mucho menos, pero creía que en aquello de las bromas pesadas y la tortura entre hermanos las cosas debían llevarse de una manera más elegante.— ¿Te divierte pegar a alguien más débil que tú? —Orion no entendía qué podía tener eso de divertido. — Voy a tener que darle la razón a Rigel en algo, eres estúpido. —y saber que compartía la opinión de su hermano no ayudaba en nada a su mal humor.

Los hermanos Harlow se quedaron paralizados durante unos instantes al ser descubiertos. El rostro de Gerald se tiñó de ira, mientras el de Tabitha lo hacía de algo parecido al terror. Tan pronto como Orion se marchase y Gerald consiguiera volver a acorralarla, se lo haría pagar doble. O triple, porque no sólo le habían interrumpido mientras la molestaba, sino que los habían pillado de tal forma que era imposible disimular lo que estaba ocurriendo. Gerald la culparía de ambas cosas, lo que era terriblemente injusto, porque ella sólo quería pasar la tarde tranquila. 

Aceptó la mano y dejó que Orion la ayudase a ponerse en pie, mientras apretaba los labios para no echarse a llorar. Guarda las lágrimas para la almohada, decía su madre. Eugenia no sabía lo que Gerald le hacía a su hija, pero Tabitha estaba segura de que le diría algo en la linea de aguantar y portarse bien. 

- ¿Te crees que me importa esa mierda de muñeca? Se compró con mi dinero y tengo derecho a hacer lo que quiera con ella - escupió Gerald, volviendo a pisar los trozos - Me divertiría más si no tuviera que soportar a esa cria. Pero no es lo bastante lista para tirarse ella misma por la ventana.

Tabitha paseó la mirada entre ambos chicos. No parecía que Orion fuese a darle ideas más originales sobre cómo ser malo con ella, por lo que probablemente Gerald la tomara contra él. No porque fuese un abusón valiente, sino porque Orion tenía la misma edad que ella y tenía razón en que Gerald prefería meterse con los que eran más débiles.

Orion observó a su primo con gesto aburrido y este a su vez pareció desconcertado ante ello. Orion no tenía miedo de Gerald igual que no tenía miedo de su propio hermano, era más grandes que él, sí, pero no más inteligente. Para Orion pocas personas estaban a su altura y Gerald, desde luego, no lo estaba.

— ¿En serio? —dejó ir, casi gritando, a la par que rodaba los ojos. Miró entonces a Tabitha, como si buscara a respuesta a porque su hermano era tan estúpido pero la niña, obviamente, no podía saberlo. Había tenido la misma mala suerte que él en lo que a hermanos concernía, puede que peor y eso le daba un poco de lástima.

—Tabitha, tu hermano es un gallina. —hablaba solo con ella, como si Gerald ya no estuviese delante o, más acertadamente, como si no le importase que este lo escuchara. El niño mayor, obviamente, saltó ante la provocación.

— ¿Qué has dicho renacuajo? —se adelantó un paso, olvidando la muñeca, y agarró al tranquilo Orión por las solapas del jersey. Ni siquiera entonces consiguió el resultado que esperaba. No hubo miedo en el rostro del niño, sus ojos, profundos y claros, lo miraban con el mismo aburrimiento con el que él mismo podría mirar a una hormiga.

— He dicho que eres un cobarde. —repitió Orion.— Si tantas ganas tienes de que alguien desaparezca, ensúciate las manos tú mismo. Como yo por ejemplo. —Gerald alzó una ceja, sin comprender su último comentario.— Es que ya lleva un tiempo que me molesta hasta mirarte y también me divertiría más si no estuvieras.

Gerald, poco dado a ser respondido ante sus amenazas se quedó mudo durante un instante, pero pronto recuperó el habla y la risa. ¿Que podría hacerle un crío como aquel? Él le doblaba el tamaño y la fuerza.

— Apuesto a que estás pensando que eres más fuerte que yo y que no te costaría nada tumbarme de un golpe. —tal vez, pensó Gerald, el niño no era tan tonto a fin de cuentas, si le pedía perdón quizás lo dejase estar.— Pero creo que se te ha olvidado lo que soy de verdad. Ya sabes en las noches de luna llena…

La niña observaba la escena atónita. De no estar asustada, porque temía que en cualquier momento Gerald le hiciera daño a Orion, estaría con la boca abierta. Pero en lugar de eso se quedó a un lado, mirando sin tener valor o idea de cómo intervenir, admirando el valor de su primo. 

Las últimas palabras de éste hicieron que el mayor le soltara, dirigiera una mirada a la cría que significaba que retomarían el "juego" más adelante y, por fin, se marchara, haciendo que Tabitha suspirase. Pese a la promesa de una segunda ronda futura, había ganado unas horas de tranquilidad. 

- Gracias - murmuró tras acercarse a él y ponerse a arreglarle la ropa, porque Gerald se la había dejado arrugada. Era lo mínimo que podía hacer. Eso y estirarse un poquito, porque Orion era algo más alto que ella, y dejar un beso en su mejilla - Eres el primero que le planta cara.

Se apartó del niño, yendo a buscar un pañuelo que colocó en el suelo, junto a los trozos de la muñeca, que empezó a recoger sobre éste. Tendría que pensar algo para conseguir repararla. Quizá en el colegio les enseñarían pronto un hechizo que sirviera. Si no, tendría que decir que se le había roto a ella o encontrar la forma de sobornar a la elfina para que se hiciera cargo sin que sus padres se enterasen. 

- ¿No te da miedo que ahora Gerald quiera hacerte daño también a ti? - preguntó, centrada en recoger los trozos de su muñeca. Suponía que si le había plantado cara con tanta calma, sería valiente. Pero valiente en plan bien, no valiente en plan loco como los Gryffindor. Aunque le preocupaba que ahora Gerald tuviese una nueva víctima. Quería librarse de él, pero no a costa de que torturase a la única persona que la había defendido - Porque no se le va a olvidar. Querrá vengarse.

Orion supo que había ganado en el momento justo en que Gerald lo soltó. Dejó ir entonces una sonrisilla maliciosa a la que Gerald respondió con una mirada furibunda, pero no hizo acto de contraatacar era, como el propio Orion había anunciado momentos antes, un cobarde.

En silencio dejó que la niña le arreglase la ropa y mientras tanto la contempló como quien estudia a una criatura desconocida. Hasta el momento Orion no había reparado demasiado en su prima. Tenían la misma edad, sí, pero era una chica y aquello la alejaba tanto de él como si hubiera una diferencia de edad de treinta años. No obstante, mirándola en aquel momento estaba empezando a despertar parte de su curiosidad.

— ¿Por qué debería tenerle miedo? —preguntó él a su vez.— Si quiere vengarse, que lo intente. Pero dudo que se atreva, sabe lo que podría pasar si me enfada mucho. —Orion era un hombre lobo y, desde su perspectiva, la cosa no estaba tan mal. Era, por ejemplo, más fuerte que otros niños de su edad. — Me daría más miedo vivir dejando que alguien como Gerald me pisotease.

Tabitha, con las manos llenos de los restos de la muñeca, parecía aterrorizada ante la perspectiva de una venganza. Sabía que ambos hermanos no se llevaban demasiado bien, como le pasaba a él con el propio, pero empezó a pensar que tal vez la situación de Tabitha iba mucho más allá.

— ¿Lo hace a menudo? —se acercó hasta ella y se agachó, aunque no hizo ademán de recoger ningún trozo de muñeca.— Lo de pegarte.— acotó como si ella pudiese no entenderlo y, para darle más énfasis, alargó la mano y con el dedo pinchó en la mejilla recién abofeteada, como si no creyese que de verdad le dolía.— ¿A tus padres les parece bien? —le costaba de creer pues si en algo coincidían siempre sus padres era en regañarlos, tanto a él como a Rigel, si se pasaban de la raya y llegaban a las manos o a atreverse a usar la magia contra el otro.

Tabitha fue metódica recogiendo los pedazos de aquella muñeca, quizá demasiado para una niña de once años. Claro que Tabitha no se portaba como otras niñas de once años. A ella le habían enseñado un código de conducta muy estricto del que sólo escapaba en muy pocas ocasiones, como cuando estaba en clase de vuelo o se relajaba en compañía de su amiga Poppy. Pero eran momentos tan raros que casi nadie se había fijado en ellos. Por lo general, Tabitha más que una niña parecía una de las muñecas de porcelana, como aquella cuyos trozos estaba recogiendo. 

- Cuando le apetece - respondió, con la naturalidad de quien habla de un hábito. Retrocedió por instinto cuando la mano de Orion se acercó, aunque éste se limitó a tocarle la mejilla enrojecida con un dedo. Pero por cómo se movió, parecía esperarse otra bofetada. - A veces busca excusas. Al principio pensaba que tenía razón y había hecho algo malo, pero por muy bien que me porte siempre encuentra una razón, así que supongo que lo hace porque le gusta y ya está - Envolvió los restos de la muñeca en el pañuelo primorosamente, y se quedó con él en brazos, como si quisiera acunarla - Le regañan si me pega delante de ellos, pero creo les da bastante igual. A mi padre sólo le preocupa que sea guapa y me porte bien y mi madre dice que una señorita se guarda las lágrimas para la almohada. 

”Es rara.”

El pensamiento se formó con naturalidad, caló en su cabeza y tomó forma con rapidez. Sí, Tabitha era rara y eso a Orion le gustaba. No estaba acostumbrado a las niñas, pero todas las que conocía eran un poco como su madre, perfectas vistas desde fuera, pequeñas princesa que tenían todo lo que querían. A otros niños les gustaban así, como a su hermano, a Orion no porque él no era un príncipe así que no buscaba princesas.

— Los padres pueden ser una decepción.—los suyos propios lo eran para él, de a misma manera que él era una decepción para ellos.— Pero a mí me importa. —espetó poniéndose derecho de nuevo.— La próxima vez que te pegue puedes decírmelo a mí. —sus palabras parecieron carecer de cualquier importancia, como quien habla del tiempo o de cualquier tema sin importancia.— Aunque, quien sabe, quizás no haya próxima vez. —se encogió entonces de hombros, abandonando el tema.

— Estoy aburrido, juguemos a algo. —el cambio de tema fue rápido y radical, como solía ser costumbre en él.— ¿Tienes las cartas para jugar al Snap Explosivo? Porque dudo que te guste jugar al Gobstones. —lo de arriesgarse a que te echen líquido apestoso a la cara si pierdes un punto no era algo a lo que muchos quisieran jugar.

- Los padres son padres - resumió la niña. Ella no esperaba que sus padres se preocupasen, por lo que no se decepcionaba cuando no lo hacían - Somos nosotros los que no les tenemos que decepcionar, si lo hacen ellos da igual.

Se quedó mirando a Orion cuando dijo que a él sí le importaba. Lo dijo como si no fuese nada, pero para Tabitha significó mucho. Era la primera vez que alguien le decía que importaba. Quiso preguntarle por qué. Al fin y al cabo, eran primos y a Orion deberían haberle educado igual que a Gerald y a ella misma. ¿Por qué le importaba si la pegaba? Era algo bastante normal. Y de todas formas, Orion nunca le había hecho demasiado caso. Asi que... ¿por qué decía que importaba? Pero se dio cuenta de que él quería cambiar de tema, así que no añadió nada más. 

- A mi madre no le gusta que juegue, porque luego todo apesta. Y Gerald no me deja jugar con sus Gobstones desde que empecé a ganarle - apenas nadie lo sabía, porque nadie preguntaba y apenas le dejaban hacer cosas relacionadas, pero Tabitha tenía una puntería excelente. Aunque ella misma no era del todo consciente, pues apenas había tenido ocasión de ponerla a prueba - No sé dónde los tiene escondidos. También escondió la baraja de cartas, porque también le ganaba. No sabe perder - intentó pensar en algo para que ambos jugaran, porque dudaba que Orion quisiera tomar el té con sus muñecas - lo único que queda es el ajedrez, si sabes jugar. Aunque a lo mejor te parece aburrido... - en realidad quería decir que la encontraría aburrida a ella y por primera vez eso la apenó.

Ante la imposibilidad de jugar al Snap Explosivo o al Gobstones, Orion no hizo nada por evitar la mueca de disgusto que tiñó sus rasgos. Otro motivo más para detestar a Gerald, ni siquiera estaba en la misma habitación y aun así continuaba molestándolo.

— Está bien, pues juguemos al ajedrez. —concedió tras lanzar una mirada al tablero que descansaba en una mesa junto a la ventana. No era, ni de lejos, su juego favorito. Su padre y su hermano a menudo se encerraban en el despacho del primero y pasaban largas horas jugando al ajedrez. Mientras tanto Orion había tenido que acompañar a su madre a aburridas reuniones y citas sociales.

— ¿Qué color prefieres? ¿Blancas o negras?— preguntó a la par que llegaba junto a la mesa.

— Deberías venir a mi casa, yo tengo una baraja nueva de Snap Explosivo. —lanzó la propuesta al aire sin ningún tipo de filtro mientras colocaba sus piezas sobre el tablero. Colocó mal una de las torres y esta, como enfadada, se movió con brusquedad hacia su cuadrado pertinente.— Me la regaló Cepheus, ya que no nos veríamos por navidad. —Orion había apreciado el gesto, pero le había parecido algo absurdo, ya que no tendría con quien jugar durante las vacaciones.

— Así al menos podré usarlas. Si volvemos al colegio y todavía no las he desempaquetado seguro que se enfada. —o igual no, probablemente ni se daría cuenta a no ser que el propio Orion se lo dijera. Pero quería estrenar las cartas y si una pequeña mentirijilla servía para su propósito, pues mejor.

- Negras - respondió sin siquiera pensarlo. Prefería que fuese el contrario quien hiciese el primer movimiento. No tuvo problema en colocar sus piezas. Era uno de los pocos juegos que a Gerald no le interesaban (y, por tanto, no le importaba que ella jugara. Además, las piezas eran fáciles de reparar) y una de las escasas actividades que se le permitía a una señorita. A menudo practicaba con su madre, pero era su padre quien le había enseñado a jugar. Se le escapó una pequeña sonrisa al ver la torre enfurruñada irse a su sitio. 

- Me gustaría ir a tu casa. No sé por qué casi siempre venís vosotros. Intentaré pedírselo a mi madre, pero a veces no me hace caso - cuando pedía algo que tuviera que ver con adquirir algo, tenía el sí asegurado. Cuando se trataba de hacer cosas en cambio... - Si lo pedimos los dos a lo mejor me dejan - aguardó al primer movimiento de Orion antes de hacer el suyo - Pero... ¿por qué quieres que vaya? Yo no te gusto, ¿verdad?

Se sentó pues frente a las fichas blancas, ya todas en su posición, y tras mirar unos segundos el tablero en silencio hizo el primer movimiento ignorando intencionadamente al peón derecho que parecía querer indicarle cuál debería ser su primer movimiento.

— Peón a b2. —pronunció en tono firme y la ficha indicada avanzó un puesto en el tablero. La partida empezó. El peón se inclinó entonces ligeramente, como decepcionado ante el consejo ignorado.

— ¿Quién ha dicho que no me gustas? —preguntó a su vez con tono tranquilo mientras observaba la pieza negra moverse. Lo cierto es que Orion no disfrutaba demasiado de la estrategia, sino más bien de las peleas entre las piezas donde se enfrentaban en cortos duelos antes de caer hechas pedazos.

Dio una nueva orden, esta vez se movió uno de sus caballos.

— La verdad es que te encontraba un poco aburrida, pero no es que no me gustaras, me dabas más bien igual. —explicó sin cortarse un pelo.— Pero después de veros a Gerald y a ti, creo que lo entiendo más. Yo también sería aburrido si tuviera que vivir bajo el mando de Rigel. —quizás todos los hermanos menores podían entenderse entre sí.

— Además… —acotó mientras hacía un nuevo movimiento.— ...eres una Slytherin, eres de primer curso y, sobre todo, eres mi prima, cuido de ti. —apartó la vista del tablero y miró a Tabitha con una intensidad impropia para un niño de su edad.— ¿No quieres que lo haga?

Tabitha si prestó buena atención al tablero, tomándose su tiempo para escoger su movimiento. Sus piezas sí aprobaron éste, moviéndose la elegida con saltitos animados. 

- Nunca me haces caso - respondió - Siempre estás con los chicos. Pensaba que no te gustaban las niñas. O... o que también te molesto - añadió, en referencia a lo más suave que Gerald le decía.

Casi puso los ojos en blanco al verle mover el caballo. Las piezas lo hicieron. Quizá Orion supiese jugar al ajedrez, pero estaba visto que a ella se le daba mejor, porque en apenas dos movimientos ya le había eliminado un cabello. 

Comprendió su explicación. Debería ofenderse porque la llamase aburrida, pero lo cierto era que, en el fondo, Tabitha estaba sujeta a tantas normas (que ni siquiera en el colegio se atrevía a romper) que ella misma se aburría a veces. De modo que comprendía que Orion prefiriese la compañía de otras personas. Lo que no quería decir que le hiciese gracia. Pero se olvido de ello al sentir esa mirada tan intensa, junto a esa pregunta que quebró algo dentro de ella. Tuvo que bajar la vista y fingir que se centraba en el tablero, para así disimular que los ojos se le habían empañado. Realizó su siguiente movimiento, capturando otra pieza blanca.

- Sí - murmuró con mucha suavidad y precaución, como si dar aquella respuesta le diese miedo - Me... me gustaría que cuides de mi.