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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Sáb Abr 23, 2022 1:25 pm
    Recuerdo del primer mensaje :




    El pájaro en el espino
    Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
    Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.

    Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.

    Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.

    La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.

    AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1


    Índice de capítulos

    1. La eternidad es nuestra
    2. The birthday boy
    3. Juntos pero no revueltos
    4. Rêve d'un matin d'été
    5. Don't need to go any further
    6. The ghost of the past are the fears of the future
    7. Que alumbra y no quema
    8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
    9. Could you never grow up?
    10. El largo vuelo
    11. Family fights together
    12. The language of facts
    13. El ejército
    14. They made their way
    15. De cara al pasado
    16. Toda la carne en el asador
    17. Con los pies en el suelo
    18. The encounter
    19. Titanium
    20. La bandada
    21. Turmoil
    22. En el ojo del huracán
    23. La mágica familia americana
    24. Vientos de guerra
    25. The hateful heirs
    26. Damocles
    27. Tierra sin ley, odio que ciega
    28. Sueños de paz
    29. Antes de despegar hay que aterrizar
    30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
    31. El vuelo de las águilas
    32. Como las piedras celtas
    33. Are we out of the Woods?
    34. Bad topic
    35. The date
    36. Furthermore
    37. Sin miedo a la diversión
    Marcus O'Donnell
    Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja
    Alice Gallia
    Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka




    Post de rol:


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    La eternidad es nuestra:
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    Jue Sep 28, 2023 11:11 pm


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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 16 de octubre de 2002

    Que su novio se marchara no era para nada buena señal, pero tampoco se veía como ninguna otra vez que se hubieran acostado, así que no dijo nada, dejó que se fuera y recogió su ropa interior del suelo y se quedó así, sin vestirse, necesitaba simplemente… Dejarse caer en el sofá y… Pensar. ¿Qué acababa de hacer? Liarla y a sabiendas, y eso era un movimiento tremendamente Gallia, demasiado Gallia para alguien que intentaba argumentar que quería alejarse de “lo Gallia”. Suspiró y pasó un brazo por encima de su cabeza, mirando la estantería y los cristales por los que caía agua a raudales, perdida en ese ruido blanco.

    La verdad era que sentía que su vida iba a la deriva, sentía que le habían arrancado el control a la fuerza, y que solo lo iba a recuperar cuando se sintiera algo, alguien, alguien más que la protegida de los O’Donnell, que la pobrecita Alice que ha sufrido tanto. Alguien más que la hija de su genialoso padre, que no era tan genial, pero que había tenido que cargar con tantas otras cosas. Se giró sobre el costado, pero seguía con la mirada perdida. ¿Sería tan tonta de poner en peligro lo único que le iba bien haciendo semejantes tonterías? Parecía que no conocía a su novio. Ni se iba a sentir bien, ni le iba a hacer cambiar de opinión, por mucho que a ella le doliera. Pero bueno, podría habérselo entender de otra manera.

    Marcus volvió, y no sabía cuánto llevaba pensando, mirando la lluvia en la ventana. Era todo lo que quedaba, nada de tormenta, solo mucha lluvia, aunque seguían en la penumbra. Se recolocó para poder mirarle, y se decidió a hablar, primero, porque le veía confuso, segundo, porque la había liado ella, qué menos que empezar. — No he dicho que seas cruel, incomprensivo ni… Bueno, lo de castigador lo digo en un sentido de jueguecito sexual, porque me encanta desde que estábamos en Hogwarts. — Se incorporó y se recogió las piernas, sentándose y abrazándoselas. — Marcus… — Soltó aire y se frotó la cara. — Sé que no ha sido el movimiento más brillante de mi historia… Y lo siento si te he hecho sentir mal. — Se apartó el pelo de la cara. — Voy… Voy a la deriva, ¿sabes? Estoy… Intentando resolver mi vida, mi mundo, todo… Y… Tú y yo… Haciendo esto, eso siempre ha funcionado, siempre… Llegas a mí, yo llego a ti… Cuando todo lo demás no tiene sentido… Lo que me haces sentir siempre está ahí. Solo necesitaba… Sentir que seguía siendo así. — Apoyó la frente en las rodillas y volvió a abrazarse. — No puedo solucionar mi vida con mi padre en ella. No puedo. No me lo pidas más, por favor. Simplemente no puedo. — Levantó la cara y le miró, con los ojos inundados. — Marcus, si Lex estuviera sufriendo y alguien a quien quieres se quedara mirando, simplemente, lamentándose… Si existiera el riesgo de que no volvieras a verlo jamás… ¿Podrías perdonar a quien se cruzara de brazos? — Dejó caer los párpados y se levantó. — Siento haber liado todo esto y siento… — Tomó aire y se puso a buscar su ropa. — Estamos a tiempo de no presentarnos. Tienes razón. No paro de meter la pata, y tú sabes más de esto que yo… Si tengo que esperar, esperaré. — De repente se sentía desnuda, ridícula, una niña que había hecho un buen lío y que no sabía cómo salir de ahí.





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    Jue Sep 28, 2023 11:40 pm


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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 16 de octubre de 2002
    Era como si le hubieran robado la capacidad de hablar. Como si necesitara... algo, un empujón, un click, que le permitiera hablar de nuevo. Como si le hubieran lanzado un hechizo enmudecedor. Pero no podía decir nada, o no sabía qué decir, o simplemente no le salían las palabras. Alice había roto el hielo por él, y en un principio se quedó con la mirada perdida, en la mesa, sin mover la postura. No la estaba castigando, no era ya la cabezonería de antes, la negativa a darle lo que quería... Era, simplemente, que no sabía cómo reaccionar.

    Al menos hasta que dijo su nombre. Eso hizo que la mirara, que moviera la cabeza lentamente hacia ella y mirara sus ojos, pero no afilado como antes, sino derrotado, apenado. En silencio mientras ella decía todo lo que tenía que decir. Tragó saliva. Sí, ellos siempre llegaban el uno al otro, eso siempre les funcionaba. Era solo que... no le parecían los... ¿motivos? Por así decirlo, más adecuados para hacerlo. O quizás había leído demasiadas novelas de caballería y necesitaba poner los pies un poco más en el mundo real, también era posible.

    Empezaron a escocerle los ojos, solo por ver inundados los suyos. No soportaba ver a Alice llorar, algo le atravesaba el corazón como una estaca. ¿Había provocado él eso? Era la última de sus intenciones, lo juraría con su vida. ¿Cómo iba él a querer hacer daño a Alice? Y solo que ella lo pensara le atormentaba. El ejemplo de Lex hacía que lo entendiera perfectamente, claro que sí. La cuestión era... que no podía culpar a William de nada de eso. Simplemente no podía. No le atribuía las malas intenciones que parecía atribuirle Alice. La negligencia, sí. Pero se ponía en su lugar y no podía evitar justificarle. Y algo le decía que, al respecto de eso, Alice y él nunca iban a llegar a un acuerdo.

    Entonces se levantó, y él la siguió con la mirada, con ojos apenados. Seguía sin hablar, y empezaba a sentirse un completo estúpido por no decir nada, Alice se iba a creer de verdad que pretendía torturarla con ello. Bajó la mirada con tristeza cuando empezó a recoger su ropa... hasta que dijo lo del examen. Eso sí le hizo reaccionar. La miró de nuevo y parpadeó. No podía estar hablando en serio. No, eso sí que no quería provocarlo, para nada.

    Respiró en silencio, apenas un par de segundos después de que ella terminara su exposición. - Alice. - Dijo con suavidad, mirándola. Detuvo la mirada sobre ella unos segundos, tras lo cual, simplemente estiró la mano hacia ella, pidiéndole que fuera. - Por favor. - Rogó. Hacía ¿cuánto? ¿Diez minutos? Estaba él en ese mismo sofá, y ella de pie junto a la estantería, desafiándole a que fuera, en un contexto muy diferente, y como si tuviera una batalla que ganar. Con ella diciéndole si necesitaba que le rogara. Ahora se sentía absolutamente derrotado, rogaría lo que fuera, y la veía igual a ella. Habían perdido la batalla los dos. Y solo quería abrazarla y dolerse juntos.

    Afortunadamente, ella fue hacia él y se sentó de nuevo. Tomó su mano y, con la mirada baja, soltó aire por la nariz. Se quedó unos segundos en silencio... y tras estos, simplemente, se acercó lentamente a ella y la envolvió en sus brazos, apretándola contra sí, cerrando los ojos. Después de lo que acababan de hacer, sentía que llevaban separados desde que empezó la discusión, y necesitaba eso. Se separó de ella y la miró a los ojos. - Nos vamos a presentar el examen. - Le buscó la mirada. - Mírame, Alice. - Esperó a que lo hiciera. - Tenemos preparación de sobra. Todo este verano nos ha tenido al límite y nos ha jugado una mala pasada a nuestros nervios. Pero nosotros podemos con esto. - Negó, soltando aire por la boca y bajando la cabeza. - No me hagas caso, por Merlín, parece que no conoces lo excesivamente prudente que soy. - Chasqueó la lengua, mirando a otra parte. - Tenía otra planificación de estudios en mi cabeza... Simplemente, me entró pánico de ver el poco tiempo que nos quedaba. Pero vamos sobrados con esto. Sabes tan bien como yo que podríamos habernos presentado prácticamente sin estudiar. - Rodó los ojos. - Pero nosotros no vamos a conformarnos con un aprobado básico. - Esperaba que el comentario de intelectualito sirviera para distender un poco el ambiente. Aunque primero tendría que servirle a él, y no mucho.

    - Yo siempre voy a querer... hacerlo contigo. Y va a gustarme. Siempre. - Dijo sin devolverle la mirada, con esta baja. Negó. - Yo... Es... No es mi estilo. No... sé si es... como me gusta hacerte... - Qué difícil le era a veces expresarse, con la labia que tenía. Se frotó la cara y fue al grano, resoplando para quitarse los tabúes y animándose a mirarla. - Te quiero, Alice. Te amo. Y estaba... enfadado, muy enfadado. Era confuso. Es... Siento que te estoy faltando el respeto. O que no lo hago de corazón. - Se encogió de hombros. - Soy idiota, qué quieres que te diga. - Si es que no podía resolverlo de otra forma. Aunque había algo que necesitaba dejar muy claro, por encima de eso. - Pero Alice... Por favor. No pretendía pasar por encima de tu voluntad. No quería hacerte llorar, tensarte, o hacerte daño. Yo nunca, jamás, Alice, voy a querer hacerte daño. Todo lo que te diga, todo lo que haga, siempre va a ser porque no soporto que sufras, porque quiero que seas feliz, porque lo considero lo mejor para ti. Y me equivocaré, y puedes decírmelo cuando me equivoque... pero no insinúes otra cosa. - Puso una mano en su mejilla y la miró a los ojos, más cerca. - Mírame ahora tú a mí y prométemelo. Prométeme que sabes eso. Que todo lo que diga o haga, aunque me equivoque, lo hago solo por verte feliz. - Tragó saliva. - Necesito saber que sabes eso. -




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    Vie Sep 29, 2023 10:47 am


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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 16 de octubre de 2002

    Pues había dejado sin palabras a Marcus O’Donnell, guau por ella, aunque le parecía que iba a guardar la técnica en un cajón y tirar la llave, porque pasaba de esa sensación. Pero entonces, mientras se estaba poniendo la camiseta, Marcus la llamó y le tendió la mano. No necesitaba más, la verdad, porque la tomó al instante, de nuevo con los ojos brillosos, pero sin querer llegar a llorar. Se sentó junto a él y volvió a subir las piernas, entrelazando su mano con la de él. Cuando vio que la quería abrazar, se hizo una bolita y se pegó a su pecho, como si la estuviera protegiendo de algo aunque no supiera de qué exactamente.

    Se separó mínimamente cuando le pidió que le mirara y ella parpadeó. — Pero tú no estás seguro… Y eso no es buena señal. — Y entonces dijo lo de que no le hiciera caso y la hizo reír levemente y mirarle con ternura. — Yo te hago mucho más caso del que parece, y lo que tú pienses o sientas es importantísimo para mí. — Suspiró un poco a lo de presentarse sin estudiar, pero rio con lo último. — Por supuesto que no… Pero es que te he visto antes tan seguro de que era una mala idea… — Rodeó el costado de Marcus y le apretó más contra él. — Me da pánico arrastrarte a una locura que no pueda solucionar, ahora vivo así, gracias Nueva York. — Terminó sarcástica y con un poquito de rabia a su propia situación. Levantó la mirada y clavó sus ojos en los de él. — ¿Me juras que crees que podemos sacarlo? — De repente toda su seguridad parecía haberse quedado como todo fuera en la calle, empapada e inservible por una tormenta pasajera.

    Estaba bien la confirmación de que iba a querer hacerlo siempre con ella, y no pudo evitar sonreír un poco, subiendo la mano para acariciarle la mejilla. Sabía que a Marcus le costaba mil veces más que a ella hablar de esas cosas, así que simplemente escuchó. Negó brevemente con la cabeza. — Tú nunca me faltas al respeto. Tampoco te creas que es en lo que yo pienso cuando pienso en nosotros haciéndolo. Es que… A veces el deseo y todo… Me quema por dentro, y no era el momento, desde luego, pero quería dejar de discutir y sentía todo eso… En fin, que no te preocupes, no… — Cogió su mano y dejó un beso en ella. — No lo haremos más así. — Le miró a los ojos y dijo. — Pero no pasa nada, no eres idiota. Ni me faltas al respeto ni nada parecido, hacerlo así no es malo si a los dos nos gusta. Somos una pareja preciosa, pero… Por mucho que nos lo digamos, perfectos no somos. Y a veces lo queremos de cuento de hadas y a veces… La vida lo que nos pone por delante es esto.

    Negó con la cabeza a todo lo que estaba diciendo. — Marcus, sé que me he enfadado mucho… — Pero se calló y le dejó terminar, mientras levantaba la cara al toque de su mejilla. — Te lo prometo. De corazón, mi amor, sé que tú siempre actúas siguiendo lo que crees que va a ser mejor para mí. — Agarró su mano y la apretó, sin apartar sus ojos de él. — Me he enfadado tanto porque… No es una decisión fácil la que he tomado respecto a mi padre, y simplemente quería… Una vez tomada, dejarla estar, no darle más vueltas. — Tragó saliva y se mordió el labio inferior. — Sé que no lo apruebas, pero, mi amor… Quiero paz y alegría en nuestras vidas, y con mi padre en ellas de forma activa y presente, no lo voy a conseguir. Han sido dos años… Más, en verdad, con la enfermedad de mi madre y todo… En los que he tenido que ver, oír y encargarme de tantas cosas… — Se enroscó más en el abrazo y le miró. — No quiero eso para nosotros, Marcus, y no lo quiero para Dylan. Merlín sabe que lo he intentado todo, y con mi padre no ha servido para nada, y me he rendido, y también que me he ganado el derecho de ser yo quien se encargue de Dylan. Tengo hasta el dinero, que es lo que nunca he tenido... — Las lágrimas volvieron a sus ojos, pero trató de retenerlas. — Quiero una vida de verdad, una vida ordenada y feliz, lo que he querido siempre. Quiero mañanas de estudio en un sitio como este, quiero una familia que te apoya en todo y te tiene la comida preparada y un armario evanescente para que le preguntes dudas… Quiero una familia de verdad, quiero felicidad para mi hermano, porque ni siquiera se acuerda de la felicidad, Marcus. — Se mordió los labios. — Y si algún día… — Lo dudaba, pero bueno. — Si algún día mi padre es capaz de darnos esa felicidad y estabilidad, podrá volver a ellas. Pero, de momento, solo es una persona a la que no puedo dejar desvalido sin más, pero ya es hora de que se atienda a sí mismo, que se arregle… Y cuando lo haga, si es que lo hace, estaré dispuesta a hablar y acercar posturas. Hasta entonces, he llegado a mi límite. — Volvió a apoyarse en su pecho. — Tú siempre puedes opinar y tener voz en mi vida, porque es nuestra vida, y siento haber reaccionado así… Es solo que es una decisión tomada, y me ha costado mucho llegar a ella… Si cuento al menos con tu apoyo, si no con tu completa aprobación… Todo será más fácil. Pero siempre puedes opinar. Perdóname por todo esto.



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    Vie Sep 29, 2023 12:21 pm


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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 16 de octubre de 2002
    La miró circunstancial. - ¿Tú has estudiado conmigo alguna vez? - Él no llegaba a ponerse de los nervios como Hillary, pero siempre pensaba que aún le faltaba un poco más estudio, por muy sobrado que fuera o por muy seguro de sí mismo que se sintiera. Si más horas tenía, más horas estudiaba, aunque ya hiciera días que pudiera sacar el diez. Estaba deseando presentarse a la licencia, pero todo tiempo que tuviera le iba a resultar insuficiente. Y había sido esa forma atropellada de decidirlo, recién llegados de Nueva York, la que le tenía fuera de su hábitat natural, no el examen en sí. Negó. - No es una mala idea. Es lo que hubiéramos hecho de no irnos. Me parece bien que nuestra vida continúe como la teníamos pensada... Solo me ha sacado de mis esquemas. - Sonrió levemente. - Y ya sabes cómo soy yo con mis esquemas. - Bastante cuadriculado, para qué fingir. Acarició su mejilla. - Todavía no ha habido ninguna locura que no hayamos podido solucionar. Ni la habrá. - De eso sí que estaba sobradamente convencido. Amplió la sonrisa y asintió. - Te lo juro. -

    Se ruborizaba un poco escuchándola hablar así. Después de lo que había hecho, ahora se ponía colorado, por supuesto. El caso es que él también se cegaba de deseo bastante, a la vista estaba... Y, cuando afirmó que ya no lo harían más así, torció el gesto de los labios en una muequecita infantil. Debería estar contento... pero... - En verdad no ha estado tan mal. - Se encogió un poco y la miró con los ojos entornados. - Si a ti te ha gustado, quiero decir. - A ver si se aclaraba, eso sí que estaría bien.

    Al menos Alice sabía que no quería hacerle daño. Era lo que más temía y lo que más le había dolido, porque nada más lejos de su intención. La escuchó en silencio. Y tanto que no era una decisión fácil, no lo estaba siendo para él y no era su padre (bueno, ni su decisión, simplemente le había venido dada así). Tendría que nacer de nuevo para perder la esperanza en que se reconciliaran, pero su abuela le había dicho que Alice necesitaba sanarse, que lo dejara estar... De verdad que quería dejarlo estar, pero la fecha le había removido entero por dentro. - Te has ganado el derecho a ser feliz. - Dijo con convicción. - Esa es la vida que te mereces, Alice. Y la que vas a tener. Tú te la has labrado. - Se encogió de hombros. - A mí gran parte de esas cosas que mencionas me han caído por suerte... Tú te lo has tenido que trabajar muchísimo. No sé si yo hubiera podido. No soy quién para dar lecciones, y créeme, que nadie mejor que yo sabe lo mucho que has luchado y cree en lo que te mereces... - Pero no puedo evitar sentir pena por esta situación ni que no me parezca la opción adecuada. Aquello era un argumento en círculo del que no iban a salir, así que era mejor dejarlo estar.

    - Perdóname tú... Tenías razón, no era el momento para sacar este tema. Y es tu vida y son tus decisiones. - Sonrió levemente. - Yo prometo apoyarte en todo. - Apretó su mano y dejó un beso en esta. - Anda... volvamos al estudio. - E iba a girarse hacia la mesa, pero recordó algo. - Aunque... - Con un toque entre divertido y desafiante, se asomó muy ligeramente por el lado de Alice, movió los ojos y señaló con un gesto de la cabeza el libro que reposaba tras ella en el sofá. - Alguien me debe una excusa. -




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    Vie Sep 29, 2023 1:23 pm


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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 16 de octubre de 2002

    Tuvo que reírse. Sí, su novio era así, si podía tener una hora más de estudio, la arañaba como fuera. Se puso a dibujar circulitos por su pecho distraídamente y puso una sonrisa triste. — No sé si podemos hacer eso. Seguir con la vida sin más, quiero decir. Pero lo quiero intentar. — Alzó los ojos de nuevo para sonreír a su juramento. — Eso es verdad. Es solo que preferiría no llegar a ese punto, ¿sabes? — Besó sus manos. — Pero nos amamos, y los O’Donnell sois unos solucionadores de problemas profesionales, así que… — Se encogió de hombros. — Podría ser claramente peor.

    Abrió mucho los ojos y rio un poco a la respuesta de su novio sobre lo que acababa de pasar. Alice asintió con media sonrisilla y dijo. — Sí… Creía que habíamos quedado en que el sexo nos gusta siempre… — Se volvió a reír un poco y se apoyó en su pecho. — Claro que me ha gustado. Y claro que se puede quedar… Como una opción que sabemos que tenemos. — Le tomó de la barbilla y le hizo mirarla. — Pero solo si no vas a sentirte mal después. — Dejó un piquito en sus labios y sonrió, mientras sentía que la placa de su pecho se reducía. Menos mal, lo iba a necesitar para estudiar.

    Alice conocía a su novio y sabía que nunca iba a perder la esperanza con su padre, pero al menos veía que también entendía su punto y esperaba que… Al menos hasta que estuvieran en la situación donde ella quería estar, siendo alquimistas, lejos de toda aquella turbulencia, no tuvieran que darle muchas más vueltas a ese tema. — No es mi vida. Es nuestra vida, tú lo has dicho y tienes razón. — Dijo acariciando su mano. — Es solo que hay decisiones que tiene que tomar una y se hacen… difíciles. Pero aquí seguimos. Y sigo considerando tu opinión y tu consejo los más importantes de mi vida. — Miró por encima de su hombro y vio el libro, lo cual le hizo reír. — A ver… qué tenemos por aquí… — Cogió el libro y se tumbó sobre el pecho de su novio para abrirlo, aunque acabó en una pedorreta. — ¿Siempre tienes que caer de pie? ¿Es la vena Slytherin o algo? — Soltó una risa ofendida y lo subió hasta su vista. — Nociones básicas y fundamentales sobre los sólidos en la alquimia. Fulcanelli. Hay que fastidiarse… — Miró la contraportada y vio el año. — 1838… Era un crío cuando hizo esto. — Sonrió de medio lado. — Todos empezamos por aquí supongo. — Dejó el libro en la mesa y dijo. — Voy a considerarlo una señal de dos cosas. La primera: que de él voy a sacar la transmutación para mi examen, y la segunda… — Se levantó de un salto. — Que tengo que ponerme pantalones, porque como me meta en el estudio se me va a olvidar, y como entren tus padres por ahí y me vean así, ni una excusa Gallia me va a valer.





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    Sáb Sep 30, 2023 1:14 pm


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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Habían entrado en la recta final hacia el examen. Seis días, menos de una semana. Estaban bastante nerviosos y no perdían ni una sola hora de estudio, tanto que sus padres prácticamente tenían que obligarles a descansar. Vivía en esa extraña sensación de tener permanentemente la fecha en la cabeza, como si viviera justo en el interior de su frente, y sin embargo, no saber en qué día vivía. Para Marcus, el hecho de que fuera veinticuatro de octubre significaba solo y exclusivamente que estaban a seis días de uno de los exámenes más importantes y decisivos de su vida. Nada más.

    Un platito con un par de pastas depositándose justo al lado de los apuntes en los que tenía metida la cabeza le hizo tomar conciencia de la realidad. Tras mirarlo, alzó la vista y vio la sonrisa afable de su padre. - Un tentempié. - Marcus sonrió de vuelta, y luego miró a Alice. Al parecer, estaba en la misma pompa de concentración que él. Sabían que estaban juntos porque, cuando levantaban la cabeza de los libros, se veían, pero parecían ambos en otro universo. - No quiero molestaros. Si os estoy desconcentrando, me voy. - Arnold miró su reloj. - Pero son las once de la mañana. Lleváis sin descansar desde las ocho y media... Igual no os vendría mal media horita de desconexión. - Marcus soltó aire por la boca y se echó hacia atrás, dando con la espalda en la parte baja del sofá. En algún momento, por algún motivo, se había sentado en el suelo. Se frotó los ojos. Sí que estaba cansado. - Es que no quiero perder el hilo. - Hijo, dudo que tengas ningún problema en retomar el hilo. Y tu hilo no tiene fin, si es por esas. - Lo peor era que tenía razón. Arnold alzó una ceja. - De verdad que no hacéis nada malo descansando un rato. Al revés. - El hombre miró a Alice. - Ha salido el sol ahora. Igual es una buena oportunidad para echarle un vistazo a las plantitas del jardín, antes de que se ponga a llover otra vez. - Marcus miró a Arnold con obviedad. - Papá, ni yo soy tan descarado. - ¿¿Qué?? Ahora me vais a decir que no le relajan las plantas. Es una manera de desconectar como otra cualquiera. - Marcus suspiró sonoramente y se puso de pie con un quejido. - Yo, por lo pronto, voy a aprovechar para ir al baño. Y ya veré luego qué hago. - Porque desde luego él no se veía podando plantas para relajarse. Solo iba a darle más vueltas a la cabeza así.

    Bajó las escaleras con un leve trote de vuelta del baño, pero antes de meterse de nuevo en la salita, sonó el timbre de la puerta. Seguramente serían sus abuelos, o su tía Erin, si es que paraba por allí (era difícil saber dónde paraba su tía Erin). - ¡Voy yo! - Contestó, animado, aprovechando que pasaba por allí... Y no pudo evitar la expresión de sorpresa al ver de quién se trataba. - ¡Darren! - Sonrió. - ¡Hola! - Ey, cuñadito. Me alegro de verte. - Dijo el chico, pero... ese tono. No era ni por asomo el tonito cantarín de Darren, algo le pasaba. Estaba sonriendo con un fingimiento muy evidente y le temblaba la voz. Aun así, Marcus actuó normal. - ¿Cómo tú por aquí? Pasa, homb... - Y no terminó, porque el chico se le enganchó con fuerza y se echó a llorar. Marcus abrió los ojos como platos. De verdad que estaba llorando a mares. Empezaba a asustarse.

    - ¡¡Lo siento!! ¡He disimulado todo lo que he podido! - El tiempo de abrir la puerta, querrás decir, pensó, pero estaba preocupado de verdad. - Darren, ¿qué ha pasado? - ¡¡ES QUE LE ECHO DE MENOS MUCHO!! - A Marcus debían estar saliéndole interrogantes por la cabeza como si fuera una corona. - ¡¡ES NUESTRO PRIMER ANIVERSARIO Y YO... YO... YO PENSABA QUE LO IBA A LLEVAR MEJOR PERO...!! -Ah, por Merlín, era eso. Veinticuatro de octubre, claro. Era el primer aniversario de Darren y Lex. Marcus era muy mirado para esas cosas, y de hecho, había hablado tanto con Darren como con su hermano por carta de cómo lo llevarían. Los dos habían reaccionado con mucha naturalidad y buen espíritu. Debió intuir que solo era fachada. - ¡¡Y ES QUE NO PUEDO PORQUE YO QUERÍA HACER ALGO ESPECIAL Y AHORA NO LE VEO Y ESTO ES TRISTÍSIMO!! - Siguió sollozando en su hombro, sin soltar el fuerte abrazo, como si le estuvieran matando. Giró la cabeza lo que le permitía el estrujamiento cuando oyó los pasos: su madre. Muy lentamente se había acercado a la puerta, con su andar habitual, y las manos ante el regazo. No quería verle la cara. - ¿Darren? - Preguntó, impertérrita. No le sueltes este drama a mi madre, no le sueltes este drama a mi madre... - ¡¡AY, EMMA!! - Sollozó más fuerte, ahora separándose de él y llorando con las manos en la cara mientras se acercaba a la mujer. Marcus agachó la cabeza con resignación. - No te va a dar un abrazo de consolación. - ¿Por qué no sería Darren el legeremante en vez de su hermano? Ahora le sería muy útil.

    - ¿Quién es? - Se asomó Arnold, preocupado. - ¡Darren! ¿Estás bien? - ¡Es que es nuestro aniversario! - ¡Oh, es verdad! - Reaccionó, comprensivo, y chasqueando la lengua desplegó los brazos cuales alas protectoras y acogió a un lloroso Darren entre ellas. - ¿Le echas de menos? - Muchísimo. - Marcus y Emma se miraron. Estaba oyendo el cerebro de su madre suspirar sin necesidad de la legeremancia. - Voy a preparar un té. - Se limitó a decir la mujer, girándose a la cocina. Marcus miró a Alice, que también había salido ante el escándalo, y frunció los labios para aguantarse la risa. No hacía falta que dijeran nada, ya lo decía Emma por ellos: no venía nada bien aquella opereta dramática en ese momento.




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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 24 de octubre de 2002

    Aleaciones, que podían considerarse conjunciones pero no disoluciones, pues entonces no es exactamente una aleación sino algo nuevo… Empezaba a pensar que el hilo de su pensamiento no tenía sentido, que ya simplemente decía definiciones, palabras, y miraba demasiado de cerca sus propias transmutaciones buscando no sabía muy bien el qué. Casi como de fondo oyó unas voces, y salió de la pecera mental en la que estaba, parpadeando. Como un bebé que acaba de nacer y está descubriendo el mundo, miró a su suegro primero y luego a su novio. ¿Qué hacía ahí abajo? ¿Cuándo se había caído? Oh, igual se había puesto allí aposta. Miró a su alrededor y solo veía apuntes garabateados, otros más bonitos, libros abiertos… Sonrió un poco a Arnold. — ¿Qué hora dices que es? — Él le devolvió la mirada, tierna, pero claramente con preocupación. — La hora de claramente dejar de estudiar. — Se rio de lo del hilo de Marcus y asintió, acariciando los rizos de su novio. — Él vive en el hilo, y mucho mejor que yo.

    Le dio la risa con lo de las plantas y miró a su suegro con cara de evidencia. — Resulta que ahora te importan mucho las plantitas. — Veeeeen que te voy a enseñar unos setos que cuido yo mismo. — Se acercó y le quitó el libro de las manos. — Para eso hay que dejar todo esto y… — Le echó un Tergeo en las manos. — Anda que no había tinta ahí. — Alice se echó a reír y se fue con Arnold al jardín mientras Marcus iba al baño, agarrándose del brazo del hombre.

    La verdad es que tenía razón, y el sol y el aire fresco le hicieron llenar los pulmones y renovarse un poco. Aspiró el olor del jardín y cerró los ojos para sentir el sol. — Eeeeesa cara me gusta más. Se te estaba poniendo color de pergamino. — Ella se rio y negó ante las palabras del hombre. — Es que es el color que se les pone a los alquimistas. Y esta es la primera licencia, verás cuando tengamos que hacer otras más difíciles. — Arnold asintió, abriendo mucho los ojos. — ¡Pues eso mismo digo yo! ¿Qué vais a dejar para carmesí? — Ella rio y se acercó a las matas de camelia, y empezó a arrancar hojitas malas y a revisar las demás. — Yo no voy a ser alquimista carmesí. — ¡Vaya por Dios! ¿Y eso? — Preguntó Arnold, haciéndose el loco y colocándose a su lado. — Yo no soy el abuelo, Arnie, y no soy brillante. Soy estudiosa, trabajadora y curiosa, pero no brillante. — El hombre rio, mirando atentamente lo que hacía. — Discrepo. Antes, cuando te he visto con esa mirada borrosa, rodeada de papeles y con las manos llenas de tinta solo podía ver a tu padre cuando… — Él solo se dio cuenta del tema que estaba tocando, pero ella se giró con media sonrisa. — Arnie, no se me olvida que yo ahora mismo estoy con el amor de mi vida en gran parte porque mi padre es tu mejor amigo. Yo puede que no tenga ganas que hablar con él, pero eso no te impide a ti hablar de él. — Su suegro puso media sonrisa de lado y se guardó las manos en los bolsillos. — Es que cada vez te pareces más a ella… Pero a veces veo esa mirada, ese cerebro… — Y le dio con el índice en la frente. — Que no para de ver cosas que los demás ni imaginaríamos… Y sé a quién estoy viendo. — Ella suspiró y mantuvo la sonrisa. — ¿Sabes lo que veo yo? — A ver. — Unas camelias que no cuida nadie. — Dijo señalando el seto. — ¡Oye! Que hago lo que puedo, pero es que las plantas son demasiado impredecibles, variantes, lo que vale para algunas, para otras no… — Eso la hizo reír. — Y ahora soy yo la que ve a tu hijo en ti. No sé cuántas veces he tenido esta conversación… ¿Por qué plantas camelias si no las vas a saber cuidar? — Preguntó entre risas. — Pues porque mi mujer, mi madre y mi nuera sí saben… Y porque me recuerdan a mi tía Amelia. Era enfermera durante la guerra y siempre ponía camelias a los soldados que había cuidado y llevaba una prendida en la chaqueta. — Se encogió de hombros y puso una sonrisa cariñosa. — Pero ya la vas a conocer tú cuando vayas a Irlanda. Te va a caer estupendamente… — Pero tan bonita escena se vio interrumpida por la puerta.

    Iba a asomarse a ver quién era, porque desde donde estaba no lo veía, pero Arnold se le adelantó, entrando por la puerta de la cocina. Y de repente un llanto, y alguien llamando a su suegra, y Alice en bloqueo, porque ni siquiera se le ocurría qué pasaba. Parpadeó y trató de ubicarse, mientras su suegro y su novio parecían hacerse cargo del asunto. Fue cuando oyó claramente a Darren. ¿Qué hacía Darren allí llorando? No podía con más malas noticias, de verdad que no, se había quedado como clavada en la puerta de la cocina, hasta que entró Emma y se puso a hervir agua. Fue entonces cuando oyó a su suegra hablarle. — Perdona, Emma ¿qué me has dicho? — Que si estás bien. — Se notaba sinceramente preocupada, pero ligeramente tensa. Ella asintió con la cabeza. — Sí, perdona, si es que estoy… Con la cabeza en… El examen y todo. Si es que no puedo pensar en nada que no sean sólidos y líquidos. — La mujer asintió y suspiró. — Darren está fuera. Llorando por Lex. — Y eso último lo había dicho prácticamente con el mismo tono que lo hubiera dicho el nombrado. — Ya, eso me ha parecido. — La otra volvió a suspirar. — Si quieres no le decimos ni que estás aquí. — Ella parpadeó. — No, no, ya mismo salgo. Si yo estoy acostumbrada a Darren. Una vez se nos mustió una lavanda en Herbología y pasó una tarde deprimido. — Miró de reojo a la mujer y reprimió una reacción más evidente. — Si quieres le atendemos entre nosotros y tú… Te pones a hacer lo que sea. Huyes de tanta emocionalidad, quería decir. Emma negó. — No, no… Es que, en fin… Viene llorando ahora cuando mi hijo lleva siete años yendo a Hogwarts… Yo ya lo tengo un poco superado.No tanto, se dijo Alice, pero le había costado muchos años ser la que estaba en la cocina con Emma y no ser la evitada del exterior, como para no decir eso en voz alta.

    Salió a tiempo de cruzar la mirada con su novio y ver que había que actuar. Se acercó a su amigo y se sentó junto a él, acariciándole la espalda. — Ey, Darren… — ¡AY, CUÑADITA QUE ESTÁS AQUí! — Y se lanzó a abrazarla. — De verdad que no quiero estresaros ni distraeros antes del examen. Pero es que no sé cómo voy a hacer para pasar el aniversario sin él, de corazón te lo digo. — Ella frotó su espalda. — Bueno, yo pensé que lo llevabais bien. — Dijo mirando a Marcus, que era el que más controlado llevaba todo eso. — ¡MENTÍ! Por no causaros un disgusto, porque sé que estáis pendientes de otras cosas. — Bueeeeeeno, pero es normal que le eches de menos. Es vuestro primera aniversario, es bonito e importante. — Claro, es lo que tiene la diferencia de cursos, la vida fuera de Hogwarts se complica. — Comentó Emma, llegando con la bandeja de té flotando tras de ella y sentándose rectísima. Alice cogió una taza y le sirvió una a su amigo, teniéndosela. — Y yo no quiero enturbiar a mi Lexito, que está muy liado con la capitanía y todo eso… Y entonces me dije, mira, me voy a ir a ver a mis supersuegros, porque ellos deben echarlo tanto de menos como yo, y a mi Orden de Merlín, que siempre tienen ideas así curradísimas y brillantes para los detalles. — Les miró a los dos, que a su vez se miraron como si fuera la primera vez que olían algo así. Marcus y Alice eran muy detallistas, sí, pero les pillaba a seis días de la licencia, un pelín distraídos en esas cosas. — Vosotros os hacéis un montón de moñadas. — Insistió. Ella se encogió un poco del hombro. Qué pena le daban siempre sus Hufflepuffs. — Hombre… Algo… Podríamos pensar, ¿no? — Y a ver si hacía tiempo y pensaba ella.






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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Igual sonaba egoísta, pero si llega a saber que la interrupción iba a ser tan larga, se hubiera comido las pastitas antes, que ya venía del baño pensando en ellas. Y ahora le miraban desde el platito, porque Alice, por supuesto, las había ignorado, y él tenía que estar atendiendo al drama de Darren con el estómago rugiendo y la presión del examen sobre su cabeza. Porque, sí, no eran las pastas lo único que le miraban desde la mesa, los apuntes también. - Y ahora todo me recuerda a él. - Se lamentó Darren, mirando a su alrededor. Como si estuvieras en su casa, pensó, ciertamente ácido. Y no será por el tiempo que pasaba estudiando en la sala de estar, pensó también. Así no iba a ayudar a Darren. Por Merlín, se iba pareciendo más a Emma por segundo que pasaba.

    Intercambió la mirada con Alice, que intentaba consolar al chico pero también emanaba tensión. Ya, quién les hubiera dicho que estaba mintiendo con lo de que llevaba bien la separación... Bueno, ahí sí que no podía ser injusto. - Te entiendo. Yo no querría pasar mi primer aniversario separado de ella. - Y más fuerte lloró el otro. Hoy no iba a ser su día fuerte para consolaciones. Su madre tampoco estaba muy fina, porque entró diciendo poco menos que eso era lo que había. Se pasó la mano por los labios disimuladamente, mirando a otra parte, para que no se le viera que se estaba aguantando la risa, pero tuvo la mala fortuna de cruzar la mirada con su padre. Este le miraba con reproche, así que se recompuso un poco. Ya, ya, no está bien burlarse del dolor ajeno... Su padre porque era muy listo, pero hubiera hecho un buen Hufflepuff.

    Pero Darren parecía reclamar un plan. Miró a todos los presentes, porque de repente notaba miradas encima. - Eeemm... - Se aclaró la garganta. - ¿Os... Teníais pensado... algún regalo o...? - Me he comprado una bufanda de los Montrose Magpies. Pensaba ponérmela para cuando viniera en Navidad darle una sorpresa... Pero supongo que eso no sirve de mucho. - Marcus se rascó la frente. Al menos esta vez no era Lex enfadado como en San Valentín, aunque no sabía si prefería un Slytherin rabioso o un Hufflepuff dramático. - Es que... - Darren se quejó con un fuerte bufido. - ¡¡Esto de no verse es un rollo!! ¡Con lo fácil que sería vernos en Hogsmeade, si seguro que mañana va! Bueno, tendría que decirle que fuera, porque siendo él, capaz y se entrega entrenando, pero si al menos... - Eso es. - Interrumpió, chasqueando los dedos y señalándole. - ¡Hogsmeade! - Estaba viendo la ceja arqueada de su madre. - Hijo. - Se aclaró Arnold la garganta antes de que Emma soltara una bordería camuflada de obviedad. - Los sábados es la excursión a Hogsmeade de los alumnos y, por tanto, el pueblo está cerrado a visitantes. No podría ir... - Pero podría ir hoy. - Corrigió Marcus, mirando a Darren con una sonrisilla. - Y dejarle un mensaje que pudiera recoger mañana. O un regalo. - El chico le miró con los ojos iluminados. Tras unos segundos, se le lanzó encima, estrujándole en un abrazo. - ¡¡GRACIAS GRACIAS GRACIAS ES PERFECTO!! - ¡Pero todavía no has definido qué le vas a hacer! ¡Eso hay que currárselo! ¿No tienes nada? - El chico se soltó y le miró con cara de cordero degollado, sin decir nada. Emma suspiró fuertemente. - Lo que sea, con la mayor eficiencia posible, por favor. - Arnold la miró con la cabeza ladeada y cara de "podrías ser más comprensiva". Ella se limitó a hacer una caída de ojos. - No es por nada, solo... por lo apremiante de la situación. -




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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 24 de octubre de 2002

    Excepto, al parecer, Arnold, los otros tres estaban un poco con las manos atadas ante semejante drama. Alice asintió a lo que Marcus dijo de que no le gustaría pasar su aniversario separados, en un intento de solidaridad, pero la reacción de Darren solo fue a más. Sí, ella lo pasaría muy mal, pero desde luego que no se iría a la casa de los O’Donnell así… Porque se veía a su suegro llorando con ella y su suegra… Entornó los ojos un poco hacia Emma. Pues así, a punto de aparecerse en otro lado. Ya lo que le faltaba era Marcus conteniendo la risa al mirar a su madre. Hoy acababan en una guerra mágica, ya lo veía ella.

    Ya iba a celebrar lo de la bufanda, cuando ella misma se dio cuenta de que no era exactamente lo que estaban buscando… Claro, que también Darren, venía vacío de ideas, y ahora ellos tenían que intentar ponerse en la cabeza de Lex (difícil, muy difícil) para ver qué podían hacer, cuando lo que debería estar haciendo es transmutando unas dos mil quinientas veces un sólido en líquido y viceversa, lo que hacía un total de cinco mil, y ni había empezado. Y entonces su novio dijo “Hogsmeade” tan inesperadamente (y ella probablemente estaba tan agotada) que dio un rebote pequeñito en su sitio, y la reacción de Darren no la ayudó a calmarse. No obstante, no era mala idea para nada, y Alice se enganchaba a una idea de Marcus más rápido que él al hilo de la alquimia. — ¡Eso es! Ahora mismo puedo escribir a Donna para que sea nuestra infiltrada y nos ayude. — Pero, efectivamente, no tenían una idea definida, y Arnold parecía prudente, y Emma… Simplemente Emma. Además, les puso los pies en el suelo, con esa manera tan suya que tenía de decir las cosas.

    Alice se apartó el pelo de la cara y parpadeó. — Vale, a ver, centrémonos. Lex no es de grandes gestos, estamos todos de acuerdo. — Dijo mirando a su familia. Tres asintieron, y Emma torció la cabeza. — Yo creo que su familia y su novio viajando a Hogasmeade y montando todo esto ya es grande. — Bueno, me refiero a que no necesita un regalo grande y caro, más bien significativo. — Y ahí sí asintieron todos. — A ver Darren, hay que pensar en momentos importantes de vuestro noviazgo, y de cada momento extraemos un regalo que le puedas hacer, un detallito. — ¿Y cómo lo dejamos en Hogsmeade? ¿En plan gymkana? — Eso suena más a Marcus. — Dijo Arnold. — BUENO, una facilita. — Dijo con un poquito de retintín, que parecía que ahí solo remaban Marcus y ella. — ¿Qué momentos cogemos? — Darren parpadeó, y de repente se puso rojito. — A ver, cuñadita… — Alice suspiró y se frotó los ojos. Hufflepuffs. — Quiero decir algo significativo… Como cuando os conocisteis, lo de Noora… ¿No es que salió corriendo hacia ti o algo así? — Darren abrió la boca para corregirla, pero debió recalcular sus opciones y terminó asintiendo. — Algo así, sí. — Bueno, pues lo primero que podemos poner en la lista de regalos es “chuches para Noora”. — Y alargó el brazo hacia su novio, con la palma abierta, por la espalda de Darren, sabiendo que él iba a entender que quería pergamino y pluma de los que él siempre llevaba por ahí, para hacer la dicha lista. — Otra vez con las manos llenas de tinta… — Dijo Arnold con una risa. — No se hace un buen regalo sin una lista en condiciones. Entonces, chuches seguro… Algo más. Bueno, Muffin nos ha unido mucho, sin duda. — Alice arrugó los labios. — No podemos dejar a Muffin ahí sin más, solito. Con lo revoltoso que es, se escapa. — Darren dio un salto en su sitio. — ¡Mi abuela puede hacerle un Muffin de punto! Para que le acompañe a los exámenes, en plan buena suerte. — Ella volvió a apretar los labios y miró a los demás. Esto se les iba a alargar un poquillo, igual. — Le damos una vueltecilla, y admito más ideas.





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    Dom Oct 01, 2023 11:04 pm


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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Señaló a Alice. Sí, Donna les podía ayudar. - Elio está aquí y muy descansado. - De hecho, parecía que estaba escondido detrás de la puerta y esperando la llamada, porque apareció revoloteando por allí y se posó cariñosamente en el hombro de Darren, como si le quisiera consolar. Solo provocó que el otro llorara más y que le apretujara con melodramatismo, como si Lex se hubiera muerto. Se ahorró suspirar y siguió con la lluvia de ideas mental, y escuchando las propuestas de Alice.

    Marcus asintió. - Estoy de acuerdo. Más que algo grande, si le haces varios regalos pequeños y significativos, le va a encantar. Conociéndole, es probable que ni siquiera espere nada. - A lo de la gymkana, hizo una mueca con los labios y ladeó la cabeza, pensativo. Iba a decir que a él le encantaría, pero efectivamente, igual no era el mejor indicativo para su hermano. Chuches para Noora era algo que le iba a encantar, fijo. Al gesto de Alice, rápidamente, pasó pluma y pergamino, viendo a su novia apuntar. Solo eso le inspiró para poner la cabeza a funcionar más rápido. Quizás solo necesitaba un cambio de rumbo para desoxidar el cerebro. Sí... Se había quedado anquilosado estudiando, y ese nuevo desafío, por tonto que fuera, le había activado de nuevo. Dio un par de palmadas en el hombro de Darren, con una sonrisa esbozada y la mirada perdida, en un gesto que solo entendía él. Pero, a su manera, le estaba diciendo gracias por esto, cuñado, me ha venido bien para reactivarme. Iba a volver al estudio más inspirado, lo estaba viendo. Solo Marcus descansaba de pensar pensando aún más.

    Le miró con ternura. - Oye, a mí me parece una idea genial... Pero dudo que tu abuela pueda tejer un muffin de punto de aquí a que cierren Hogsmeade antes de la visita de los alumnos, un poco precipitado. - Entrecerró los ojos. - Aunque... - Es importante mantener el secreto mágico. - Puntualizó su madre, que parecía que sabía en qué estaba pensando. Marcus mostró las palmas. - No pensaba enseñarle a la señora un hechizo tejedor. - Ni a ti te da tiempo a aprenderlo de aquí a unas horas. - Y entonces, Marcus abrió la boca para proponer algo, y su madre arqueó una ceja como retándole a hacerlo, y volvió a cerrar los labios. No, Emma no se iba a poner a tejer a toda velocidad un muffin de la suerte. Mejor se ahorraba la propuesta.

    Pero había alguien que sí que podría hacerlo. Y parecían haberla invocado, como a Elio. - ¿¿CÓMO ESTÁN LOS ALQUIMISTAS MÁS BONITOS DEL MUNDO?? - Su padre, al menos, había sido más discreto dejándoles las pastitas en la mesa. Molly acababa de entrar con una fuente de magdalenas sin llamar siquiera, a gritos. Casi se le cae la bandeja al ver a Darren llorando y a todos en modo intervención a su alrededor. - ¡¡OY!! ¿¿Qué le ha pasado a mi niño?? - ¡Molly! Es que es mi aniversario con Lex y estamos separado. - Oooooy por favor, qué cosa más bonita. Ven aquí. - Y allá que fue, donde le recibió un fuerte abrazo de abuela. Emma estaba muy recta y serena mirando al techo, como si estuviera intentando desplazarse mentalmente a cualquier otro lugar del mundo.

    Bueno, ya estaba bien de perder el tiempo, ahí estaba con su madre. Se puso de pie del tirón. - Abuela. - Molly y Darren le miraron súbitamente. - Tenemos una emergencia romántica. - Miró a Alice y la señaló. - Escribe a Donna. Usaremos a Elio. Que pase la noche allí, tendrá más misiones. - Elio pio contento de volver a Hogwarts. - Papá. - Chasqueó los dedos. - Apunta: chuches para Noora. ¿Hemos dicho momentos felices juntos? ¿Que incluyan a la Orden de Merlín, por ejemplo? - Señaló a Darren y a la abuela. - Pascua. Lo meteremos todo en una cesta. - Miró a Emma. - Mamá, necesitaremos un buen hechizo de camuflaje. Que sepa romper mi hermano. - Dale a Hawthrone la clave. - Dijo la mujer, muy tranquila, mirando a Alice con una caída de ojos, como si le estuviera dictando la instrucción que debía ir en la carta... ¿Cómo sabía su madre el apellido de Donna? Bueno, daba igual.

    - Abuela, tú sabías hechizos tejedores ¿verdad? - Claro que sí. - Darren se giró a ella de un saltito. - A mi abuela le encantará verla tejer, Molly. - ¡Oy! El otro día quedé con ella. - ¿¿Ah sí?? - ¿Ah sí? - Preguntó Arnold, extrañado, pero la conversación fluyó sin él. - ¡Mira! Qué de cacharros de cocina tiene, pero me hizo unos scones, ¡tiernitos tiernitos! - ¡Es que le salen geniales! - Marcus dio una fuerte palmada que hizo rebotar a todo el mundo. - Vamos a lo que vamos. - Se dirigió a su abuela y robó una magdalena. Y esto para poder pensar, que al final tengo hambre. Mientras le daba un enorme bocado, volvió a su asiento y se inclinó sobre el pergamino.

    - Con el hechizo de la abuela podemos tener un muffin de punto de la suerte. Las chuches para Noora, la cesta. Piensa en un lugar significativo en el que dejárselo. Ah, añade escobas chamuscadas y dragones de regaliz, le encantan. - Darren asintió, con los ojos muy abiertos, mientras se sentaba a su lado. Marcus también se hizo con un pergamino, apuntando su hoja de ruta particular, mientras su padre anotaba los regalos a toda velocidad. - Y la cosa esa de la música, el NP10 ese. - MP3. - Eso. ¿Se lo ha llevado? - ¡Claro! Le encanta. - Vale. Pues... piensa en canciones que te recuerden a él. Y le escribes los títulos en una nota, y le dices que se las pondrás en el MP3 cuando os veáis, pero para que ya tenga algo a lo que aferrarse. - Jo, eso mola. - Es que es todo un romántico. Tiene a quien salir. - Fardó Arnold, ganándose una mirada de obviedad de su mujer. - Y hazte una foto con la bufanda y se la dejas. Querrá tener una foto tuya, y así le das la sorpresa desde ya. ¿Tenemos regalo? - Darren, con los ojos muy abiertos, asintió. - Yo... diría que sí. - Genial. Hay que ponerlo todo en pie y, sobre todo, agilizar esto. - Comentó, sin parar de escribir. Alzó la vista a Alice y, con una sonrisilla, le guiñó un ojo. - Tengo el cerebro a tope de funcionamiento. - Darren les miró, aún con los ojitos vidriosos de haber llorado. Y, en esa negligencia Hufflepuff en la que vivía, soltó. - Uy, eso ha sonado muy erótico. - Marcus le miró con un resorte, con los ojos como platos. - ¡¡DARREN!! - El suspiro de Emma sí que fue sonoro esta vez, rodar de ojos incluido. Y su abuela y su padre conteniendo la risa. De verdad, para qué ayudaría él.



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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 24 de octubre de 2002

    La disposición de su novio y Elio era justamente lo que necesitaba ahora mismo. Apuntó “avisar a Donna” en la lista porque quería dejarlo todo dibujado y planeado y luego tomarse aunque fuera unos minutos para escribir a su amiga con tranquilidad, que con todo lo de América y el examen apenas hablaba con ella y se merecía una cosa más elaborada, pero no quería que se le olvidara en la lista de tareas. Mientras escribía, miró de reojo a Marcus luchar el tema del muffin de punto. Por ahí no, tu madre es una persona que hace transformaciones perfectas y Cofringos destructores, no muffins de punto, pero su novio siempre iba por delante, incluso cuando se dejaba llevar por el entusiasmo. Pero entonces, para variar, la suerte se puso de su parte, en forma de abuela Molly. De hecho, alzó la mirada y la clavó en él, sonriendo de medio lado y murmuró. — Siempre de pie…

    Por supuesto, Molly también iba varios capítulos por delante de ellos y había quedado con la abuela de Darren. Genial para lo del secreto mágico, se dijo a sí misma, pero solo mostró una sonrisa adorable. — Qué bien, abuela, cómo se nota que los Gryffindor gustáis. — Molly hizo un ruidito y un gesto con la mano con la que no estaba achuchando a Darren. — Qué cosas tiene mi niña. Come una de esas, anda, que seguro que no has comido nada desde el desayuno. — Por supuesto, que no faltara nunca. Cogió una de las magdalenas y asintió a todo lo que iba diciendo su novio. — ¡Buah! Me encanta la idea de la cesta. Podemos ponerle un lacito simbólico de cada uno de los que pusimos aquel día en las cestas, no tardamos nada, y así queda nuestra firma también. — Y a la orden de Emma escribió, diligentemente “darle a Hawthorne la…” ¿Cómo? Emma acababa de decir el apellido de Donna sin más y a confiarle la correcta realización de un hechizo. Sí. Bueno, sí que tenía ganas de colaborar, pues.

    Ella no paraba de escribirlo todo, y levantó la vista a lo del MP3. — Oye, eso es una de esas cosas de los muggles que me parecen especialmente útiles. Igual eso sí podría aprender a utilizarlo. ¡Toma, y yo! Y la tele esa ¡qué cosas, niña! Tenías razón, las telenovelas son lo máximo. — Le dijo la abuela, y prefirió no mirar a Emma, que ya había hecho venir a punta de varita a las cestas y los lazos. Sí, cualquiera no acudía, ahí estaba la cesta perfectamente presentable. Mientras ella terminaba de escribir, se giró a su novio y le sonrió con ilusión. — Danos una emergencia romántica y unos regalos y nos venimos arriba. — Respondió. Y ya iba a acercarse, acariciarle un poquito, ilusionarse o lo que fuera, pero ya se encargó Darren de sacarle los colores. — De verdad que… Luego dirán...— Se quejó entre dientes. Pero dio una palmada, mientras Molly se reía ya abiertamente. — Venga, cada uno a sus puestos. Abuela, el hechizo tejedor. — ¡Ahora mismo! Mira, voy a usar el armario para darle una voz al abuelo y que me pase las cosas por ahí, más rápido. — No agradecía suficiente que se pudiera cerrar el armario por su lado, de verdad que no. — Arnie, ¿puedes ir yendo a comprar los dragones y las escobas? — El hombre se levantó con una gran sonrisa. — ¡Pues claro! Enseguidita vuelvo. — Se puso la gabardina y besó a Emma en la mejilla. — Qué me gusta cuando sale para delante un plan romántico. — Mi amor, encárgate porfa de lo de la foto con Darren. — Y se acercó a darle un beso en la mejilla y susurrar. — Aparécele tú en su casa para eso, que si no, estamos aquí hasta mañana o con una despartición de por medio. ¡LAAAAAAARRRYYYYY! ¡LA ESTA QUE ESTÁ DEBAJO DE AHÍ DEL SOFÁ MÍO! ¡NO! ¡LA QUE ES COLOR TOSTADO! ¡TOSTADO, LAWRENCE O’DONNELL, NO ROSADO, QUE ERES EL ALQUIMISTA SORDO! — Se oía a Molly, con la cabeza dentro del armario. Rio un poco ante la escena y entornó los ojos. — Yo voy a escribir a Donna y guardar el fuerte.

    Dicho eso, se sentó y empezó a escribir, mientras Emma, en perfecto silencio, iba creando el hechizo de la cesta, y solo se oía a la abuela dialogar con el pobre Larry. Tenía mucho que contarle a Donna, y condensarlo todo en una carta y explicar lo de Lex era complicado. En general, era complicado no poder verse como habían hecho siempre, pero claramente de eso iba a ir la vida adulta. — Gracias. — Oyó que decía Emma. Ella levantó la mirada, pero su suegra no, seguía con la cesta. — Por ayudar con esto. Marcus es que no sabe no subirse a una celebración, pero soy consciente de… Bueno, si yo estuviera en tu posición no querría celebrar nada. — Ella ladeó una sonrisa. — Igual era lo que necesitaba. Dejar de pensar en aleaciones, conjunciones y disoluciones, y simplemente… Vivir. — Mantuvo la sonrisa y la miró con cariño. — Quiero mucho a Lex y Darren es mi amigo desde hace años… Sé cuando necesita ayuda. — Emma suspiró. — Yo no habría sabido dársela. Y Arnold, en el fondo tampoco. Se hubiera puesto triste y aturullado. — ¿Cómo que no? La idea habrá sido nuestra, pero aquí estás, trabajando en un hechizo solo porque el novio de tu hijo se sentía triste. — Amplió la sonrisa. — Eso es más que ayudar, Emma. Eso es implicarse. Y tú lo haces.





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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Señaló a Alice y asintió a lo de los lazos en la cesta. A su hermano iba a encantarle eso, porque Lex, a su discreta manera, también era muy de detalles, solo que le costaba mucho reconocerlo. Y el día de Pascua fue importante para él, seguro que le traía muchos recuerdos felices. Y también... bueno, aunque aquello fuera cosa de ellos dos, porque era su aniversario, Marcus quería aportar su granito de arena. Seguía sintiendo que le debía algo a su hermano por no haber estado presente ni en su cumpleaños, ni en sus pruebas de quidditch, ni para despedirle en su último año en Hogwarts... En fin, mejor no lo pensaba o se le pondría mal el ánimo otra vez. Y, si no le querían metido en aquello, que no hubiera ido Darren a buscarle a su casa.

    Fue a poner una leve objeción a usar el armario para cosas que no fueran puramente del noble arte de la alquimia, pero ni le dio tiempo ni le parecía bien cortar las alas del uso precisamente a la persona que se lo regaló... Eso sí, más de la mitad de los alquimistas que alguna vez existieran debían estar revolviéndose en sus tumbas con aquel espectáculo. Se frotó la cara con las manos, arrastrando hacia abajo la piel de los mofletes, cuando su abuela empezó a gritar por ahí. Veía que Emma apenas llenaba el pecho de aire y lo dejaba escapar suavemente por la nariz. Envidiaba aquella capacidad de gestión, esperaba llegar algún día, porque le estaban dando los siete males con el espectáculo de la abuela con el armario. Mejor no lo pensaba más y se ponía a lo suyo.

    Menos mal que tenía otra misión e iba a dejar de presenciar aquello. Le pareció muy tierna la reacción de su padre con su madre y lo metido que estaba en el plan, y rápidamente dio otra palmada en el aire y dijo. - Marchando, Darren. - Y el chico dio un brinquito y le siguió. En el jardín, le dijo. - Agárrate a mí y... - Ay, cuñado. - Sí que se agarró, con la fuerza de una boa constrictor, y para ponerse a llorar otra vez. Se frotó la cara con impaciencia. - Mil gracias. Sois los mejores, nunca os lo podré agradecer lo suficiente, esto es lo más bonito que... - Va, va, venga. - Dijo con una risita incómoda, aflojando un poco las pinzas que le hacía con los brazos y le estaban empezando a dejar sin respirar. - Sabes que soy todo un romántico. Y que Lex es mi hermano favorito. - Eso hizo al otro reír, mientras se secaba las lágrimas. - Venga, tienes razón, ¡vamos a casa! - Y, dicho eso, sí que se agarró a él con normalidad para poder aparecer allí.

    Obviamente no se podían aparecer en la puerta de los Millestone, era una barriada muggle, pero ya tenía aprendido el lugar disponible en el que hacerlo. Mientras se dirigía con alegres zancadas hacia la puerta, le iba diciendo al Hufflepuff. - Le va a encantar. Te digo yo que no se lo espera, una carta como mucho. Y lo del puffskein de la suerte, bueno, no se lo va a quitar de encima. ¡Espérate a que Noora no le coja celos! Y adem... - Pero fue llegar a la puerta y prácticamente salió despedido en dirección contraria, porque los ladridos de los perros, que a coro sonaban como un cancerbero enfurecido, le pillaron por sorpresa y le hicieron poco menos que temer por su vida. - ¡Rudolf! ¡Gandalf! ¡Ya! - Darren se giró como si hubiera neutralizado a las criaturas. Nada más lejos, seguían dando saltos peligrosamente altos. Y ladrando, ladrando muchísimo. - Pasa, Marcus. - Emmm. - No, aquello no le daba confianza ninguna. - ¡¡Sssshhh ay, chicos, de verdad!! ¡Venga, sit! ... ¡Oh, Marcus, cariño, hola! - Hola, señora Milles... - ¡¡Ya vale!! ¡Venga, para dentro! ¡Que no dejáis al pobre Marcus entrar! - No, si yo puedo esperar aquí... - ¡Sí, hombre! ¡Pasa, cielo, por Dios, faltaría más! - ¿Ha venido Marcus? - Se sumó una voz más. Una señora mayor apareció entre los revoltosos perros como si no les importaran lo más mínimo. - ¡¡Ooooy sí que eres Marcus!! ¡Ay, qué alegría de verte! - Un placer, señora... - ¡Adami! ¿Te gusta? Es que mi marido era italiano. El más guapo de la Toscana me llevé. ¿No te ha enseñado mi Darren una foto de su abuelo? Un porte... - Abuela, tenemos prisilla. - Interrumpió Darren con dulzura, tomando la mano de Marcus y arrastrándole hacia dentro de la casa. Él seguía sin estar muy convencido de entrar con tanto perro de por medio.



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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 24 de octubre de 2002

    Marcus y Darren se marcharon y Arnold también, y eso dejó a Emma y Alice trabajando, mientras Molly seguía gritándole al armario. Levantó la mirada un poco hacia la mujer y rio, negando con la cabeza. — Todo lo que le pido a la vida es ser ellos dentro de muchos años. — Dijo, distraídamente, mientras seguía escribiendo. Emma ladeó una sonrisa. — Tienen la llave de la felicidad, de eso no cabe duda. — Suspiró. — Por eso me gusta tenerlos en la familia. Para cosas como estas, son mucho más cercanos que yo, y entre todos sabéis ayudar. — Alice levantó la mirada y dejó caer los hombros. — Emma… ¿Por qué estás empeñada en que hay algo que no estás haciendo bien? — Su suegra se envaró un poco. — No he dicho tal cosa. No, tú sabes muy bien no DECIR las cosas, pero darlas a entender. Desde que ha llegado Darren no paras de lanzar tiritos de que no sabes hacer algo. — La mujer movió levemente el labio inferior. — No sé en qué te basas. — Ah, Slytherins, era darse con una pared. Ella suspiró. — Estás haciendo justo lo que tienes que hacer, ayudar a Darren en lo que mejor se te da. Para los abracitos y achuchones ya está Molly. Se necesita de todo en todas las familias. — Emma seguía trabajando en el hechizo como si nada. — Lo que Darren necesitaba era justo eso, y lo que mi hijo necesita a Darren feliz y bien cuidado. — Alice ladeó la cabeza. — Yo diría que los Millestone le cuidan muy bien. Nuestra parte es hacer justo esto, montar todo este tinglado, y que tú vayas y digas “hago la parte más difícil” en vez de “oye, ya está bien de tontería, cada uno a sus casas” o “oye, haced lo que queráis pero yo paso”. — Siguió escribiendo la carta en silencio, pero en cuanto la terminó, lo rompió diciendo. — Ya hay bastantes padres descuidados o que están en otro mundo, o que no saben ayudar de verdad, como para que precisamente tú, que no solo cuidas de tus hijos, sino de mucha más gente, te sientas así. — Se levantó, doblando la carta y le puso una mano en el hombro al pasar. — No es que te queramos así, es que te queremos por eso. — Y le dio un silbidito a Elio para que saliera a la puerta con ella.

    Sé que puedo confiar en ti, monada. — Dijo con cariño al pájaro, que sujetaba en el dorso de la mano. — Busca directamente a Donna, y procura que Lex no te vea. — Bajó la voz y alzó una ceja. — Y si lo que quieres son chuches, seguro que Beverley Duvall está por ahí y está encantada de mimarte. — Elio pio y salió presto, y ella se quedó apoyada en el marco de la puerta hasta que no pudo verle antes de volver dentro y que le llegara la conversación. — Y yo creo que igual alguna cosita de su abuela podría meterle, porque te digo, Emma, no confío nada en que coma de verdad, esas cosas de deportistas no me vale, eso será estupendo para el músculo, pero el niño ya tiene músculo de sobra… — Eso se lo puedes mandar cuando quieras, Molly, pero esto es un regalo de Darren por su aniversario, tiene que ser de Darren y él, aunque sepa que todos hemos participado. — Claro, claro… Si será por aniversarios que yo he participado en regalos tuyos y ni te has enterado… — Emma rio, y Alice supo que quería decir “sí que me he enterado” pero sabía callarlo y hacer feliz a su suegra. — ¡Uy! Si está ahí mi niña, vente para acá. — Le instó Molly.

    En un momento había convertido la salita en un campo de guerra donde había muchas más cosas de las que estaba segura que Emma quería allí. — Es precioso que Darren esté haciéndole esto a mi Lex, ¿verdad? Ojalá pudiera verle la carita. — Ella asintió con una sonrisa. — ¿Cuándo es tu aniversario con Marcus, cariño? — En enero ¿no? — Dijo Emma, y ella la miró sorprendida, a lo que su suegra hizo un gesto de quitar importancia. — Ya sabes cómo es mi hijo, mandó una carta muy florida contándonos “de forma oficial”. — Eso hizo reír a la abuela. — Uy sí, no lo sabía nadie antes de eso, desde luego… — Y se rieron las tres, y Alice se apoyó en el hombro de Molly. — ¿A que es genial tener una suegra que se acuerde de esas cosas, abuela? — Ya lo creo. — Contestó la mujer, mientras le daba indicaciones al hechizo, que ya estaba tejiendo el Muffin. — Aunque la mía era estupenda. Prácticamente azuzó al abuelo para que se tirara encima mío. — ¡Molly! — Riñó Emma, aunque se estaba riendo. — ¿Qué, hija, qué? Nada que esta moza no sepa ya, solo había que oír al Hufflepuff, luego decís de mí… — Y las tres volvieron a reír. — Pero una cosa os voy a decir… Yo he ayudado a mi hijo con muchos regalos… Pero nunca he tenido que ayudarte a ti con uno suyo. — Emma bajó la mirada, un poco azorada. — Arnold es muy fácil de regalar… y todos, en verdad. — Alice negó con la cabeza. — No. Tú te fijas, te lo curras y te acuerdas lo suficiente como para saber regalar a todos. — Emma, cuando tiene razón la chica, tiene razón. — La mujer sonrió. — Al menos sé que tengo muy buena ayuda con eso… — Dijo mirándola. — Y para organizar algo como una Navidad con todos los Lacey-O’Donnell. — Molly rio fuertemente. — ¡Ya lo creo! Cómo nos lo vamos a pasar, hijas…

    ¡Eh! ¿Se está mencionando Navidad en esta casa sin que mi hijo y yo estemos presentes? — Dijo Arnold entrando por la puerta cargado de paquetes. — ¿Pero qué traes ahí? — Preguntó Molly. — No, si es que de tal palo... — Murmuró Emma. Alice aspiró fuertemente. — ¡Madre mía! Cómo huelen las escobas chamuscadas. — Yo podría haberlas hecho… — Masculló Molly, pero Emma y ella se miraron y la primera puso una sonrisa que parecía hasta pilla. — Yo creo que podemos compartir una aunque sea entre los cuatro… — Alice rio un poquito y alargó la mano. — Pero que no se entere Marcus, que no oímos el fin de eso. — Y se echaron todos a reír mientras repartían el dulce. Los Gallia podían ponerse como quisieran, pero una familia era eso, y justo momentos como ese, eran los que sanaban su corazón.





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    Mar Oct 03, 2023 9:04 pm


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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Quería mantener la dignidad medianamente a flote pero estaba pasando por el pasillo de Darren reprimiendo cerrar los ojos y no mirar, porque los perros no paraban y él se veía siendo devorado en breves. Su parte racional le decía que estaba exagerando, pero el Marcus asustón ahora mismo estaba dando alaridos dentro de su cerebro. - ¿Cómo está tu abuela, hijo? - Oh, muy bien, gracias. - Respondió, girando el cuello hacia la abuela de Darren mientras este le arrastraba hacia su dormitorio. La mujer les seguía con una expresión sonriente e ilusionada que Marcus conocía muy bien, porque claramente su cuñado la había heredado de ella. Y era, en concreto, la expresión que ponía cuando tenía intención de ponerse a hablar sin parar independientemente de si la situación era propicia o no. - ¡Qué encanto de mujer! Ay, si yo hubiera tenido magia de esa. - Mamáááá... - Oyó a Tessa de fondo, pero sonaba igual de convincente en el apercibimiento que con los perros, y al igual que los animales, la mujer la ignoró por completo. - Hace unas cosas... Oyoyoy, qué maravilla. ¡Pero eso sí, me dijo que mis scones en mi horno estaban más buenos! ¿Sabes cuánto tiempo tiene ese horno? ¡Mi marido me lo compró! ¡En Muebles Pickles, ni más ni menos! ¡Y tenía mi Darren dos añitos cuando cerró Muebles Pickles... - De verdad que no quería desatender a la señora, pero le estaba persiguiendo, y ya habían llegado a la habitación, y Darren estaba a sus cosas y él la tenía encima. Y los perros detrás, aunque al menos ya estaban en silencio, solo le olisqueaban. ¿Y Lex se sentía incómodo en situaciones sociales y allí no? Qué distintos podían llegar a ser, definitivamente.

    - ¡¡MAMÁ!! ¿¿Dónde está la polaroid de papá?? - Pueees... - Escuchó a Tessa de fondo, y entonces empezó unas indicaciones muy largas para estar dándolas desde la cocina. Marcus, entre la tensión con los perros, y la señora Adami hablando de las virtudes de Muebles Pickles, no se estaba enterando de nada, pero Darren salió berreando por el cuarto y le dejó allí, haciendo un amago por hablar que se quedó en eso, en amago. Al menos los perros se fueron corriendo tras él. - Eres muy muy guapo. Te pareces a tu abuelo. - Muchas gracias, señora. - Y a tu padre. ¡Uy! Te voy a dar... Ay, no, no tengo. Qué pena. A tu padre le encantan mis tartaletas. ¿No te lo ha contado? Una vez que vino... - Tragó saliva y estiró el cuello, a ver si veía a Darren volver, pero nada.

    Llegó al cabo de varios minutos, por supuesto precedido por los perros. - ¡La tengo! - Comentó feliz. Empezó a girar sobre sí mismo. - Hmmm... ¿Dónde me pongo para la foto? ¿En la cama? No, eso va a ser un poco... ¡En el jardín! Ay, pero es que está el día feote, luego las fotos no salen bien. - ¡Háztela en la chimenea, cariño! - La mujer volvió a mirar a Marcus. - Tiene una foto con su abuelo en la chimenea, vestidito de reno una Navidad, para comérselo... - ¡Vale, allí mismo! ¡Vente, Marcus! - Y allá que fue él, y los perros también. Genial, se había convertido en un miembro más de la manada. Desde luego que si contaba aquello no se lo iba a creer nadie.

    En mitad del salón se originó un tira y afloja sin orden ni concierto porque Marcus, que amablemente se había ofrecido a hacer la foto, de repente se vio con un artilugio absolutamente muggle en las manos que no tenía ni idea de cómo usar. Se hizo con él entonces la abuela, pero la mujer, tras pasar un rato buscando sus indispensables gafas, no atinaba con lo que tenía que hacer y Darren empezaba a ponerse nervioso, de manera que llamó a su madre, pero al parecer esta estaba con algún proceso culinario a medias y a pesar de los múltiples "ya voy", nunca terminaba de venir. Y los perros en medio. Y un pájaro, cuya existencia Marcus desconocía, y que de repente atravesó volando el salón y casi le hace tirarse cuerpo tierra. Cuando Tessa apareció para la foto, desapareció la abuela, pero Marcus había decidido centrarse en las poses de Darren para la misma por el bien de su salud mental. Al menos ya se le veía mucho más contento.

    - Yo le iba a hacer esto. - Apareció de repente la señora, de nuevo, a su lado y hablándole, lo que le hizo dar un respingo en su sitio. Estaba un poquito tenso en esa casa. - Por la bolita esa saltarina de mi nieto. Hijo, qué animal tan raro, no había visto yo cosa igual antes. En fin, que tengo los patrones, pero mi nieto dice que lo deje para Navidad, pero hijo, una tiene mucho tiempo ¿sabe? Entonces yo me pongo y me entretengo y... - ¡Ay, Marcus! ¡Que no has visto a Muffin! ¿Lo quieres ver? - ¿Eh? No, bueno, ya, si da igual, si en verdad nos deberíamos de ir... - ¡¡MUFFIN!! - ¿Yo por qué me meto en esto? Desde luego que se sentía en paz con su hermano después de eso.

    - ¡Abuela! No sabía que tenías ya el patrón. - Dijo Darren, acercándose a ellos para ver de qué hablaban. Ya veía a Muffin entrar botando por el salón, pero abuela y nieto estaban enfrascados en una conversación de la que no llegó a enterarse, porque ahora se dirigía Tessa a él. - Ay, nunca que vienes coincide que está mi marido, qué lástima... - Es que estoy viniendo un poco sin avisar. - Dijo con una risilla. - Lo siento... - ¡No, qué va! Esta es tu casa para cuando quieras. - Asintió, con una sonrisa cortés. - Lo mismo digo de la mía. Nos encantará invitar a su familia cuando esté Lex por aquí, y así nos conocemos todos. - Y yo puedo mostrarme como soy en un entorno mucho menos tenso que este, porque no debía estar dando muy buena impresión. - ¡Venga, nos vamos, que vamos tardísimo! - Resolvió Darren. Por fin, pensó con alivio, e hizo un gesto cortés hacia la madre. - Muchas gracias, señora. - ¡¡Ya ves!! Si no he hecho nada. - Y lo dicho, esa quedada está pendiente. - Se giró a la abuela y tomó su mano con educación. - Ha sido un placer... - ¡No, hijo, si yo voy con vosotros! - Parpadeó, en blanco durante varios segundos. - ¿Perdón? - Le salió espontáneo. ¿Cómo que con ellos? No, algo había debido malinterpretar.

    En absoluto. - Es que mi abuela ya tiene un patrón de Muffin, y le he dicho que está Molly en la casa y ya le hace ilusión verla. - Parpadeó de nuevo. Se aclaró la garganta. - Ya... Lo que pasa es que... no nos va a dar tiempo si tenemos que ir en transporte muggle. - ¡Uy, no, hijo! Si ya mi nieto me ha llevado a los sitios con eso de... - La mujer parpadeó muy seguido. Marcus arqueó una ceja y miró a Darren. ¿¿¿Has aparecido a tu abuela muggle??? Si empezaba a hablar de los riesgos de la aparición en personas de cierta edad, sin experiencia y muggles, por separado, cuanto menos junto, no acababa nunca. Tessa suspiró. - Yo creo que tienen prisa, mamá... - Por eso, vámonos ya. - Resolvió la señora, saliendo ya por la puerta. Darren se limitó a encogerse de hombros y a salir tras ella. Esto no me está pasando... Su madre les iba a matar, de verdad que sí.

    - Señora, tiene que agarrarse muy muy bien a mí ¿vale? Yo la sujeto. - Ya pasaba de fingir que se fiaba de Darren, prefería dar él las instrucciones, que encima era el que pilotaba la aparición. La mujer miró a su hijo con una risita. - Uy, de un chico tan guapo, si mi Adolfo me viera... - Va a ser un segundito ¿vale? No se preocupe que yo la estabilizo. - Claro, claro, hijo. Tú mandas. - Al menos era bien dispuesta. En el fondo le recordaba a su propia abuela, no le extrañaba que se llevaran tan bien. Miró a Darren con intensidad. Tú procura llevarte bien solito y estar pendiente de su abuela, que yo no puedo con todo, pensó, y en un parpadeo, desaparecieron de allí. Afortunadamente, para tratarse de una muggle de esa edad, la mujer aterrizó bastante bien, apenas se tambaleó un poquito. - ¡Pero qué casa tan bonita! ¿Es la tuya? - Así es. - Dijo, cortés, y se dispuso a entrar, pero ya estaba viendo que su abuela les había detectado por la ventana e iba al trote hacia la puerta principal... Y la cara de su madre al girarse y verles. Esperaba que al menos la muerte no fuera dolorosa. - ¡Judith! ¡Pero qué alegría verte, mujer! - ¡Qué casa tan bonita! ¿Es la de tu hijo? - ¡La misma! ¡Pero pasa, pasa! - ¡Te traigo el patrón! - ¡No me digas! - Ay, estos niños. Pero son muy bonitos ellos. - Di que sí, si es lo único que queremos, que sean felices... - Y allá que iban las dos, mientras Marcus entraba por las puertas de su casa casi con más miedo que si hubiera perros ladradores dentro.



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    Con Marcus |Casa O'Donnell| 24 de octubre de 2002

    Estaban riendo mientras armaban la cesta y los lazos, y Molly comentaba lo extremadamente fácil que era hacer un puffskein, cuando Emma se quedó con la mirada perdida y una leve sonrisa. — El año que viene mi pequeño puede que esté aquí… O puede que esté jugando por ahí. Puede que este sea el último año que puedo ayudarle con su aniversario. — Arnold hizo una pedorreta. — Ay, cariño, si eso es lo que te preocupa, tranquila. Nuestro Lex es un amor, pero un pelín desastroso en lo que a preparar regalos se refiere. Va a pedirte ayuda con todos los aniversarios, cumpleaños, fiestas con regalos… — Las otras dos rieron, pero Emma se encogió de un hombro. — Ya, si no es eso… Es que… Siempre pensé… Son solo nueve años. Nueve años para que volvamos a estar todos en la casa, los cuatro, todos los días… Y ahora está llegando el momento, y Lex estará todo el día viajando y Marcus en Irlanda… Y nunca valoré que, tal y como hicimos nosotros, empezarían su vida directamente. — Molly la estaba mirando con una expresión de comprensión absoluta, y Alice tragó saliva, sintiéndose un poco culpable. — Pero volveremos para el examen de alquimistas de hielo como muy tarde. — Trató de defender. — Y Lex solo estará fuera para los partidos. Marcus viviría en vuestro jardín si por él fuera, Emma. — La mujer rio y le palmeó la mano. — Oh, no, no, cielo, si a mí me parece ideal… Si es vuestra vida… — Suspiró. — Solo son tonterías de madre, conciencia de que hay cosas que a lo mejor ya no vuelves a vivir… — Molly sonrió. — Pero ahora las vas a vivir mejor. ¿Cuántas veces dijimos que echábamos de menos esas Navidades con la casa llena de gente, bullicio, comida para veinte o treinta? Ahora no solo lo vamos a tener en Irlanda, es que va a ser lo habitual. Tenemos a los Gallia, que siempre fueron un poco nuestros, y además con Dylan, tendremos Millestones quizás, y conoceremos otras formas de celebrar… Eso es riqueza, hija. — La mujer suspiró y Emma asintió. — Y quién sabe, algún día habrá más O’Donnells, o más Gallias, si mi Erin coge y se pone el apellido de Vivi… — Eso quería creer Alice. Que algún día sus tías podrían casarse, que la vida les daría esa nueva familia, que ella sería lo suficientemente segura feliz para ello (cosa que ahora no era en absoluto) fiestas llenas de gente y alegría, como las que recordaba de su infancia… Ojalá tan solo Molly fuera adivina…

    Mamá ¿has tomado poderes de adivinación? — ¿Por qué, hijo? — Arnie señaló al exterior, y la abuela se asomó con una agilidad e ímpetu que no iban para nada con su edad. — ¡OY PERO SI SON MIS NIÑOS! ¡Y TRAEN A LA ABUELA ADAMI! Ayayayay. — Y salió dando saltitos hacia la puerta. Alice parpadeó y miró a sus suegros. Arnold tenía una sonrisa sincera y sorprendida, y también se dirigía a la puerta, y Emma tenía los ojos como platos. — ¿Quién es la abuela Adami? — ¡La abuela materna de Darren! — Contestó Arnold antes de salir. Emma tomó aire y la miró. — Esa mujer NO calla, Alice. Escúchame. No has oído jamás a nadie hablar así, te lo aseguro. Ni a tu padre ni a ningún Gallia. Créeme. — Ahora la que parpadeó fue ella, y esta vez sí que tuvo que reprimir una risa, porque Emma O’Donnell era esa persona capaz de transformar en polvo estelar algo tan sagrado como un giratiempo, pero ahora la veía genuinamente aterrorizada. Se levantó con cautela y dijo. — Voy a… Recibirles. Tú si quieres… Ocúpate de algo por aquí y ya… — Y su suegra asintió rápidamente. — Hay que saludar por cortesía, pero sí. — Y ambas se entendieron.

    Llegó al recibidor mientras las abuelas entraban, y enseguida llamó la atención la abuela Adami. — ¡OY! ¡Tú eres Alice! No sabía que ibas a estar aquí. Claro, mujer, si es que se presentan juntos al examen de alquimistas. — ¡AAAAAH! La oposición mágica, sí, sí… Oyyyyyy qué ganas tenía yo de conocerte. — Se acercó y le estampó un beso en la mejilla. — Mi Darren es que a las chicas me las describe mucho menos que a los chicos, obviamente, y siempre hablaba mucho de ti, pero chica ni una pista, y eres bien guapa… Estás un poquillo chupada, no obstante. — ¡Ya se lo digo yo! Se lo decimos todos, que tiene que comer mejor. — Intervino Molly. El volumen de la conversación era absolutamente desproporcionado. — Eso hago yo unas tartaletas y unos scones para el té y se lo quito enseguida. — Encantada, señor Adami. — Intentó meter baza, porque oportunidad había tenido poca. — ¡Qué señora ni nada! Tu nieto igual. Abuela Judith, mujer, si a mí ser abuela es lo que más me gusta del mundo. — Alice asintió, un poco confusa, pero con una sonrisa. — Bueno, hija, aparta un momento, que tenemos que mirar lo del puffskein. — Sí, sí, perdón. — No quisiera Merlín que ella se interpusiera en el camino entre dos abuelas y un puffskein de punto.

    Avanzó hacia su novio y dejó un beso sobre sus labios con una risa. — Estás un poquito pálido, mi amor. — Se inclinó a su oreja y susurró. — ¿Demasiado shock cultural ir a una casa de Hufflepuffs muggles? — Y rio un poco, abrazándose a él por el costado y quedándose así. — Yo venía a decirte que está todo sobre ruedas, pero veo que los refuerzos los has traído igual. Esto antes de comer es posible que esté acabado. — Alzó la vista para mirarle. — Y tu madre necesita hoy un poquito de reafirmación de que es una madre excelente y que la vais a querer aunque os hagáis mayores. Por si cuando termines de avasallar a tu hermano te quieres pasar a ese frente. — Bajó la voz y se apoyó sobre su pecho. — Y ya si quieres terminar el día mimando a tu novia, que se va a presentar a un examen muy difícil en seis días, ella no se va a quejar.





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    Con Alice | En Casa O'Donnell | 24 de octubre de 2002
    Entró en la casa como quien entra al patíbulo, pensando que su madre y su estricto código ético no solo sobre el secreto mágico, sino sobre las visitas sin previo aviso y que ya hoy tenían el cupo más que cubierto, le iba a matar. De hecho ni la veía, habían salido primero su padre y Alice, sobre la cual la abuela se lanzó sin pensarlo, y empezó a decir una serie de indiscreciones que le hacían mirar al suelo con los ojos muy abiertos, sin dar crédito. Básicamente como habría estado en casa de Darren de no estar ante la madre del mismo y rodeado de perros que le tenían en tensión.

    Por supuesto, las dos abuelas poco menos que echaron a Alice a un lado porque tenían un Muffin de punto que tejer con urgencia. Marcus miró a Alice como si se fuera a desmayar de un momento a otro. - Intento dilucidar si lo que estoy viviendo es verdad o me quedé dormido mientras estudiaba. - Que ahora que lo decía en voz alta, le parecía hasta una opción más factible que lo que estaba pasando. Soltó aire por la boca. - Se nos está yendo el descanso de las manos... Si esto es a lo que mi abuelo se refería con improvisar, no sé si estoy preparado. - Era muy probable que no, aunque su abuelo también llevaría mejor esa situación. O quizás era la edad, que le había dado habilidades, y el matrimonio con Molly de tantos años. Le quedaba mucho por mejorar aún.

    Parpadeó y miró a Alice, aguantando la respiración. - ¿Está muy enfadada? - Preguntó en relación a su madre, pero al parecer no, al parecer solo necesitaba cariño. De hecho, por allí iba, y él se puso recto como una vela. Emma le miró y entornó los ojos. - Relájate, Marcus. Conocí a esa mujer antes que tú. Sé que no has tenido otra opción. - Y subió las escaleras, puede que para quitarse de en medio, puede que para buscar algo que necesitara para seguir con el regalo. La cuestión era que Marcus se relajó tanto que casi se desmaya de verdad, menos mal que Alice abrazada a su costado le hizo de contrafuerte. - Yo también voy a necesitar muchos mimos hoy. - Dijo con una risa, acariciando su pelo. - Pero sí, me parece un gran plan para cerrar el día. - Si es que no nos dan las tantas estudiando para recuperar el tiempo perdido.

    Su madre había ido, sorprendentemente, a por más materiales, porque bajó enseguida. Sí que estaba integrada en aquello, todos en realidad, y tenía que reconocer que estaba siendo divertido (aunque agradecería poder bajar las revoluciones y el volumen al que hablaban las dos abuelas). El puffskein de punto quedó tan adorable que Marcus, si no fuera porque temía que aquello se prolongara hasta la eternidad, habría pedido otro (pero en azul, por supuesto, que el de su hermano era verde). Alice ya había mandado a Elio con la carta, pero la presencia de Darren allí había invocado a Tales y Cordelia, por lo que de repente su salón empezó a parecerse peligrosamente al de Darren, entre todo el material esparcido (menos mal que no estaban en la salita, le habría dado algo de ver todo aquello mezclado con su material de estudio), las magdalenas, la lana de tejer, los pergaminos con anotaciones, los regalos y, encima, los animales pidiendo chucherías (si bien su madre los tenía tan bien entrenados que no fueron demasiado demandantes y se fueron rápido). Cuando hubieron terminado, su padre se ofreció a llevar a Darren a Hogsmeade para que dejara el regalo allí oculto, con el hechizo de Emma perfectamente practicado, y Molly y Judith decidieron ampliar su quedada e irse juntas a casa de la primera (definitivamente, ya estaba cerrando el armario, lo sentía por su abuelo y la que le iba a caer ahora). Emma, Alice y él fueron a la puerta y, amablemente, les despidieron, mientras los otros iban y venían, gritaban, revisaban que no se les hubiera olvidado nada, las abuelas les daban mil besos a cual más sonoro, Darren cientos de abrazos y agradecimientos, hasta que, con las dos mujeres dentro y Marcus despidiendo desde la puerta y asegurándose de que se iban, despidiéndose con gestos de la mano, todos se desaparecieron prácticamente a la vez. Acto seguido, cerró la puerta y apoyó la espalda en la misma, mirando a Alice y a su madre con la respiración a mil. El silencio era tan ensordecedor en diferencia con las últimas horas que hasta palpitaba en el cerebro. Tras unos segundos de dicho silencio extraño y de intercambiar miradas, muy teatralmente, se dejó caer por la puerta y fingió un dramático desmayo, cayendo al suelo con brazos y piernas estirados. A su madre, muy raro en ella, le dio un fuerte ataque de risa. - Matadme ya. Estoy preparado. - Más se reía Emma, y Alice, y a él también le dio por reír. - Alice, escúchame bien. No creo que pueda volver a estudiar en la vida. Siempre temeré que, cuando menos lo espere, pase esto. Sálvate tú. Es mi fin. - No podía ni terminar su teatro sin reír, aún tirado en el suelo, y a Emma definitivamente le había atacado una risa incontrolable que había visto pocas veces en ella. Igual se habían vuelto todos locos después de aquello, que no le extrañaría. - Vamos a comer. Lo siento por tu padre, pero necesito descansar. - Comentó la mujer, secándose las lágrimas de la risa. Marcus movió la cabeza, desde su posición de estrella de mar en el suelo, y miró a Alice. - ¿Me merezco unos mimos antes de comer? - Cuando ella se agachó a su lado, riendo, se incorporó un poco para dejar un breve beso. - Algún día, contaremos la hazaña de cómo nos convertimos en alquimistas a pesar de esto. -



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    Con Marcus |Ministerio de Magia, Comisión alquímica| 30 de octubre de 2002

    Cuando el auror les enseñó el pasillo por el que iban a tener que acceder, lo primero que Alice pensó es que no deberían ir por ahí. Parecía uno de esos sitios supersecretos que luego te trae problemas conocer. Quién me ha visto y quién me ve, se dijo, pero también llevaba un mes y medio preparando un examen, el más importante de su vida probablemente, así que ahora mismo no era Alice Gallia, era un libro con patas. Arnold, Emma y el abuelo estaban allí, y dando gracias a que habían convencido al resto de gente que les quería acompañar de que esperaran en casa de los abuelos, aunque Alice estaba segura de que si escuchaban atentamente, podrían oír a la abuela quejándose a voz en grito desde allí. Se giró hacia los tres mayores, porque el auror había dicho que solo podían pasar examinados y miembros de la Comisión Nacional Alquímica que fueran a participar en el examen. Tomó aire y les miró. — Los gladiadores solo pueden tener miedo antes de subirse a la plataforma para salir, ¿verdad? — Larry sonrió. — Así es. Ya no se permite tener miedo, Alice. Pero vosotros no debéis tenerlo. — Les tendió el maletín con los materiales que habían pedido cada uno, y sonrió. — Sois brillantes, simplemente demostradlo. — Miró a Arnold y Emma con los ojos brillantes. — Gracias. — Era un “gracias” que incluía TANTAS cosas que una palabra parecía quedarse muy corta, pero Alice sabía que los O’Donnell la entendían. — Estaremos aquí todo el tiempo. Podremos celebrarlo como Merlín manda en cuanto salgáis. — Le contestó Arnold, tomándola de las mejillas con aquella sonrisa que siempre te hacía sentir mejor. Emma se acercó a apretarle las manos, pero se inclinó hacia su oído y susurró. — Tu madre está contigo. Hoy la estarías haciendo sentir muy muy orgullosa. — Ahora iba a tener que controlar el llanto de emoción y no solo de miedo, genial.

    Esperó a que Marcus también tuviera su momento con la familia y le tendió la mano. — Vamos, alquimista. Que allí está el futuro. — Y pasaron por las grandes puertas doradas. El pasillo era muy largo, con ladrillos vidriados en azul oscuro y moqueta del mismo color, donde se dibujaban motivos alquímicos. En las paredes, retratos de los más importantes alquimistas de la historia, la mayoría de ellos no hablaban, porque se habían pintado mucho después de sus muertes, pero alguno andaba despertándose. Alice apretó la mano de su novio. — Cuando hace tantos años te dije que siempre caminaríamos de la mano, no me imaginé esto, ¿sabes? — Le miró y sonrió. — Pero aquí estamos. Siempre de la mano, no uno por delante del otro. — Sonrió levemente. — En el fondo, esto es todo lo que le pedí a la vida. Ir de tu mano. Lo demás… Ya veremos cómo lo sacamos. — Dejó un beso en su mano. — Esto es lo importante.

    Llegaron a una sala de espera circular, con paredes en madera, más cuadros y objetos en vitrinas, pero ella no quería mirar nada que no fuera lo suyo, que no se quería distraer. Allí había tres personas más: dos señores mayores, solo un poco más jóvenes que sus padres, y una chica más mayor que ellos, pero que probablemente no llegaría a los treinta. Se sentaron en uno de los bancos, de la mano y trató de centrarse en otra cosa, como el techo de cristal y forjado, magnífico, preguntándose si estaría hecho con alquimia, si ella algún día podría aspirar a crear algo así…

    Decidió girarse a lo que sí controlaba y conocía, que era su novio, y se apoyó en su hombro. — Marcus, no tienes de qué tener miedo o estar nervioso. Eres el mejor alumno que ha tenido Hogwarts, probablemente desde tu abuelo. — Le dijo en voz baja. — Este examen para ti es una tontería. — Se separó para apartar sus rizos de su frente, mirándole con amor. — Marcus tú… Siempre has visto más allá de esto, mucho más allá. Y esa es la clave de la alquimia, saber ver lo que aún no existe en base a lo que sí existe. — Sonrió. — Tú y yo existimos, tú y yo hemos leído y estudiado todo lo humanamente posible para esto, solo tienes… Que hacerlo realidad. Lo has hecho con todo. Lo hiciste con nuestro amor, lo hiciste con nuestra cruzada en Nueva York… Lo harás con esto. Donde los demás vean una piedra, tú verás una catedral. — Y bajó más la voz, porque no quería mentar algo así delante de otros alquimistas. — Como haría Fulcanelli, pero haciéndolo bien. Este consejo no sabe todavía a quién tiene aquí. — Y lo creía de verdad.

    Unas puertas dobles se abrieron delante de los bancos y aparecieron cinco personas, cuatro hombres y una mujer. Uno de ellos se puso unas gafas y miró unos papeles que llevaba en las manos. — Bienvenidos a la convocatoria ordinaria de exámenes de alquimistas nacionales. La comisión examina hoy a cinco aspirantes a rango de alquimista nacional, a saber: señor Claude Finnigan, examen de alquimista de acero; señorita Alice Gallia, examen de alquimista de piedra; señorita Alecta Gaunt, examen de alquimista de plata; señor Thomas Party, examen de alquimista de plata y señor Marcus O’Donnell, examen de alquimista de piedra. ¿Están presentes todos los mencionados? — Todos se levantaron y asintieron. — Muy bien, pues empezamos por los rangos de menor a mayor, y dentro de cada rango, por orden alfabético, por tanto, el orden será: Alice Gallia, Marcus O’Donnell, Alecta Gaunt, Thomas Party  y Claude Finnigan. — Alice tomó aire y el corazón le golpeó violentamente los oídos. No sabía si quería ser la primera, aunque definitivamente no quería ser la última y quedarse ahí esperando. Estaba temblando entera. — La comisión llamará a la señorita Alice Gallia en cuanto esté constituida.






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    Respiró hondo, echando el aire poco a poco por la boca, en el momento en el que pasillo por el que debían pasar apareció ante ellos. Había llegado uno de los momentos que llevaba esperando toda la vida: su primer examen de alquimia. El más importante, diría. Porque el resto que hicieran consistirían en ascender de su puesto a otro superior, pero este... era el inicio. En estos momentos, no era nadie, un exalumno de Hogwarts. Pero podía salir de allí convertido en alquimista. De verdad. Y por fin.

    - Hijo. - Le sacó su abuelo del ensimismamiento. Al mirarle, vio que le tendía el maletín con su material. Le puso una mano en el hombro. - Llevas toda la vida preparado para esto. Que los nervios no te hagan pensar lo contrario. - Asintió, sonriendo levemente. Pero, al volver a respirar hondo, sintió temblar por dentro. - Temo no estar a la altura. - Lawrence, con los labios en una sonrisa, rio en silencio. - Tú siempre has estado más que a la altura. En todo. Y para todos. - Le miró a los ojos. - Sobre todo para mí. - Tragó saliva. No podía entrar llorando al examen. Su abuelo dejó paso a sus padres, pero sus palabras de ánimo empezaba a escucharlas como si estuviera dentro de una pecera. Veía su mirada de orgullo, y Marcus siempre estaba muy seguro de sí mismo, pero nunca se había enfrentado a algo tan grande. No quería defraudar. Estaba muy seguro de sus posibilidades y de lo que llevaba preparado... pero también estaba tan nervioso... y aquello era... tan...

    Ahora fue Alice quien le trajo de nuevo a sí. La miró, un tanto despistado de inicio, pero rápidamente sonrió y asintió, tomando su mano y caminando con ella. Recorrer aquel pasillo era sobrecogedor, y ver los retratos... ¿Estaría él en aquella pared algún día? Eso le encogió el pecho y le dio sensación de vértigo. Siempre soñando tan a lo grande... ¿Y si un día se estrellaba? No, no era el momento de pensar eso, era el momento de seguir pensando a lo grande, de ir seguro de lo que sabía hacer. De pensar que esas personas de los retratos, un día, pasaron por lo que él estaba pasando. Y si ellos lo consiguieron, él también podía. Miró a Alice y sonrió. - Siempre de la mano. - Después de que ella besara su mano, él hizo lo mismo con la de ella. - La eternidad es nuestra. Hoy escribimos un capítulo más. - Y era uno muy importante.

    Nunca dejaba de sorprenderle la poca gente que se dedicaba a la alquimia: esperaba ver más candidatos cuando entró. Veía poco probable que el resto de presentes fuera a presentarse al examen de alquimista de piedra, como mucho la chica, que parecía poco mayor que ellos. Hizo un gesto respetuoso de la cabeza a los presentes a modo de saludo. Los hombres le respondieron. La chica desvió la mirada. Bueno, no eran sus competidores. En todo caso, sus futuros compañeros.

    Se sentó junto a Alice, y ya había iniciado el modo adquirido de Emma Horner: poco menos que convertirse en parte del mobiliario del lugar en lo que a emociones transmitidas respectaba. Estaba aparentemente imperturbable, y conteniendo las aguas por dentro todo lo posible. Eso sí, su cerebro bullía con los conceptos que tenía que emplear. Por fortuna y a pesar de los nervios, lo tenía todo bastante claro. La llamada de Alice, apoyando la cabeza en su hombro, le hizo mirarla desde su posición. Ah, esa sí que le conocía bien, quisiera transmitir lo que quisiera transmitir. - Bueno... No deja de ser un desafío. - A ver... Lo cierto era que siempre había considerado que piedra no iba a ser un rango que le supusiera ningún quebradero de cabeza, pero una cosa era la teoría que él tuviera, y otra verse allí. Aquello impresionaba, y no se había preparado el examen con el tiempo y la tranquilidad con la que tenía planeado hacerlo. Quería pensar que, efectivamente, sería un mero trámite. Pero tanto como una tontería... Alice le miró de frente y él rebajó la expresión, porque era el poder que ella tenía sobre él. - Tú y yo. - Enfatizó, sonriendo con calidez y apretando su mano. - Esos desafíos se habrían quedado en nada sin ti. Todo eso que mencionas no lo he hecho yo solo, lo hemos hecho los dos, de la mano. - Ladeó la sonrisa. - No hay nada que tú no consigas, Alice Gallia. Vuelas mucho más alto que yo. - Pero sus últimas frases le llegaron al corazón, y lograron incluso ruborizarle. - Que tú pienses eso de mí... vale más que cualquier cosa que pueda crear con la alquimia. No tiene precio. - Soltó aire por la boca y apretó de nuevo su mano. - Vamos a salir de aquí convertidos en alquimistas, Alice. Esto acaba de comenzar. -

    Y dicho eso, como si les hubiera invocado con sus palabras, apareció por allí el comité, volviendo a envararle y haciendo que se pusieran de pie. El corazón se le puso en la garganta mientras les oía hablar. Atendió a cada nombre... Gaunt. Oh, ese apellido no iba a pasarle inadvertido, y automáticamente miró a la chica, que seguía con su altanera mirada puesta en nadie. Los Gaunt se consideraban los herederos directos de Salazar Slytherin, y por supuesto, una familia como los Horner, tenía contacto directo con los Gaunt. Marcus no había conocido nunca a ninguno en persona, y en Hogwarts se había procurado de tenerlos también lo más lejos posible. No le gustaban. Su familia, de hecho, había hecho por tomar distancia de los Gaunt, suficiente tenían con los Horner. Le sorprendía sobremanera que una Gaunt se dedicara a la alquimia. Siguió atendiendo al listado. Efectivamente, solo ellos dos iban por piedra... y, oh, por orden alfabético, era el último. Odiaba ser el último en los exámenes, quería terminar rápido, se lo comían los nervios. Pero luego precisaron lo que, de hecho, su abuelo ya le había advertido pero con la tensión se le había olvidado: iban por rangos. En ese caso, Alice se examinaba la primera. Y él el segundo. En otras palabras, estaban a menos de una hora de ser alquimistas.

    La comisión se fue de nuevo, dejándoles solos y con un pesado silencio. Todos se volvieron a su sitio, excepto Marcus y Alice, que se habían quedado un poco clavados en su lugar. Tras unos instantes conteniendo el aliento, se sentaron de nuevo. Se giró hacia ella. - La primera... -Sonrió. - Siempre la primera. - Acarició su mejilla. - ¿Estás tranquila? Lo vas a hacer genial. En nad... - Alice Gallia. - ¿¿Ya?? Apenas les había dado tiempo a decirse dos palabras. Se puso de pie junto a ella y apretó sus manos. - Lo vas a hacer genial. Vas a triunfar. - Sonrió de nuevo, con un leve jadeo nervioso. - Confío en ti. Más que en nadie. - Y la dejó marchar.




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    Jue Oct 05, 2023 7:29 pm


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    Sonrió a las palabras de su novio. Puso una sonrisa muy agradecida, de corazón porque le llenaba el corazón oír a su novio hablar así de ellos dos. — Pues claro que pienso así de ti. Pero te aseguro que vas a conseguir algo mucho mejor. — Acarició con devoción la palma de su mano. — Un reloj de plata con tu nombre, y al abrirlo, en la tapa, el símbolo de piedra. — Y le cerró la mano, como si ya tuviera el reloj allí. — Escribamos de una vez este capítulo pues.

    No esperaba que la llamaran tan rápido, pero le dio tiempo a ponerle una sonrisilla traviesa a su novio cuando dijo lo de la primera. — Nadie como tú para quitarme nervios e inseguridades. — Sabía que con eso la iba a hacer reír y así, entrar a su examen con seguridad, con una gran sonrisa mirando más allá, más que esa sala que, ahora que la veía mejor a través de las puertas, le erizaba todos los pelos del cuerpo. — Nos vemos al otro lado, mi amor. — Le dijo antes de entrar, agarrándose al maletín como si le diera toda la vitalidad y la fuerza que necesitaba.

    La sala tenía una gran mesa en medio, directamente iluminada por una luz del techo, como si fuera un quirófano, y enfrente, una larga mesa semicircular, con todos los miembros del jurado allí sentados. El hombre de las gafitas se sentó en la silla del centro y dijo. — Buenos días y bienvenida, señorita Gallia. Le presento a los miembros de este comisión examinadora — y empezó por la izquierda de Alice. — Julius Beren, alquimista de cristal y Patrick Longbridge, alquimista de acero. — El primero era un hombre mayor, más joven que Lawrence pero no mucho más, y el segundo sería de la edad de su padre, y estaba bastante enfurruñado y un poco consumido por su propia ropa. Ese no tenía buen día y claramente no le apetecía estar ahí. — Al otro lado tengo a Hugo Suger, alquimista carmesí, y Flora Dellal, alquimista de cristal. — Casi no había oído el nombre de la mujer, si no fuera porque le interesaba especialmente, después de haber oído “Suger” y que el corazón le latiera tan fuerte que tembló. Un descendiente del grandísimo Abad Suger, el creador del gótico, y encima alquimista carmesí. Se veía perdida ante esa gente, pero la señora Dellal le devolvió una cálida y firme sonrisa, como si confiara plenamente en que lo iba a hacer bien, sin conocerla de nada. — Yo soy el presidente Cornelius Applegate, y cuando usted quiera puede proceder con la primera prueba que es realizar de forma satisfactoria una conjunción, una disolución y una separación, pero no tiene por qué ser en ese orden. El tribunal valorará su trabajo en el momento en el que lo entregue, pero tiene de límite media hora para hacerlo, y el proceso se valorará. Puede utilizar cualquier material que haya traído, y su varita si le es necesario, pero todo ello será materia de evaluación al proceso. Se le dará el veredicto. — Asintió a todos y dijo. — Buenos días y gracias de antemano por su atención. Con su permiso, procedo. — Respetuosa, rápida, no tenía ánimo ni habilidad para galanterías.

    A Alice le encantaban las catedrales, porque le encantaba Fulcanelli y había visto muchas en Francia, por eso le había parecido una buena idea aquel experimento, y también porque la gente se volvía mortalmente en esa parte de la prueba y ella quería destacar por algo, porque sabía que si tercera prueba, la transmutación de forma, no iba a resultar tan brillante. Sacó el cristal que había cortado en casa con forma de vidriera gótica (Dios, Alice, eres estúpida, enseñarle esto un descendiente del Abad Suger, nunca contaste con esta posibilidad), los dos tintes, cuencos, y la losa fina de piedra donde dibujaría con la tiza. Sentía que no le iba a salir ni una línea en su sitio. — Procedo a hacer la conjunción sobre este cristal templado absolutamente transparente. — Explicó. Colocó el cristal en el centro del círculo. — Esto son tintes de vidrio amarillo, con base de cadmio, y azul, con base de cobalto. — Y los puso a ambos lados del cristal, sobre la línea de circunferencia. Este es el momento de tu vida, Alice. Cierra los ojos, coge aire y cuando lo sueltes, visualízalo y deja que fluya la quintaesencia. Y lo vio, y de hecho, una visión se coló en su composición mental y lo que, en otro momento iba a ser una luna amarilla sobre un fondo azul oscuro, se transformó en un sol y una luna combinados sobre dicho fondo. No pudo evitar poner una sonrisa al mirarlo, no solo porque le había salido exactamente como pretendía, sino porque eso era su Marcus colándose casi sin permiso en su mente y haciéndola brillante como siempre. Cogió la varita e hizo un Wingardium, empezando a pasearlo por el señor Beren, levitando. — Entrego la conjunción, y lo hago de esta manera tan particular porque, al ser una conjunción, no he integrado los tintes en el cristal, tan solo es el soporte, por lo que, aunque fijados, los tintes están aún frescos, y son independientes entre sí. Pueden tocarlos, pero si lo hacen por la cara que tienen justo enfrente, pueden mancharse, pues no han perdido esa parte de su esencia, al ser una conjunción. — Beren sonreía y asentía y parecía bastante complacido. Longbridge se inclinó sobre el cristal. — ¿Si lo toco se emborronará? No. — Dijo muy segura, y ahí que fue el señor con su dedazo, y casi se le cae el hechizo al cristal de los nervios, pero lo que el muy pesado se llevó no fue más que tinta en los dedos. Ni el presidente le dio tanto miedo como cuando Suger se asomó a mirar el cristal, pero no le veía… ¿Decepcionado? Más bien parecía curioso y satisfecho en cierto modo, aunque no tanto como la señora Dellal, que mantenía esa sonrisa confiada y apenas ni miró el cristal. Alice lo regresó a la mesa e interpretó el silencio como que podía continuar. Claro, eso era la vida adulta y una comisión de alquimistas, no te decía “ENHORABUENA UN DIEZ” o “mejor déjalo y sal”.

    Continuó, dibujando el círculo de disolución y volvió a colocar el cristal en el centro. Mismo proceso y cuando abrió los ojos, volvió a sonreír. Esta vez sí que cogió el cristal y se acercó a la mesa. — Ahora es un cristal disuelto. Tiene la transparencia, materia, dureza y durabilidad del cristal, pero ahora el verde forma parte total de su esencia, y no podrán detectar diferencias entre las esencias de ambos tintes, que juntos forman el verde, y que ahora están compartiendo esencia con el cristal. — Los miembros se pasaron el cristal y, en general, oyó susurros complacientes y varias sonrisas.

    Tomó el cristal de manos de Beren, y volvió a la mesa. Venga Alice, esto está tirado. Colocó dos viales vacíos en la circunferencia que dibujó y, por tercera vez el cristal en el centro, y al abrir los ojos, los tintes estaban en los viales, separados por completo, y el cristal, transparente como lo había traído, en el centro. Esta vez, los miembros le pidieron poder ver los viales, y Longbridge insistió en mirar el amarillo de todos los ángulos posibles, poniendo a Alice de los mismísimos nervios, hasta que por fin le devolvieron todo y Applegate dijo. — Puede proceder, en los mismos términos, con la transmutación de sólido a líquido. Puede ejercer cuantas transmutaciones considere necesarias para conseguirlo pero, de nuevo, será objeto de valoración. — Y ella recogió rápidamente todo, pasó un trapo con un Tergeo y sacó los nuevos materiales.

    Esta vez, lo que traía era corteza de enebro, que cortó y colocó sobre un círculo de fermentación, y un cuenco que colocó cerca del mismo, pero fuera, por si acaso, mientras lo describía todo. Al ejercer la transmutación, la corteza rápidamente empezó a emitir goterones de resina, hasta acabar transformándose en una masa no muy atractiva, pero de pura resina. Alice la trasladó al cuenco y dibujó rápidamente un círculo de calor, donde colocó el cuenco cuya resina, ante el calor, comenzó a transformarse en una sustancia muy parecida a la miel. Usó la varita para fijar el calor en el cuenco y, de nuevo con un Wingardium por el peligro de calor, lo fue pasando por delante de los jueces. Algunos metieron una varilla de metal para comprobar la textura y, para pánico de Alice, Longbridge sonrió. Esperaba no haber metido la pata estrepitosamente.

    Pues llega su prueba final. Puede hacer una transmutación libre de forma, recuerde que no es una mera operación estética, sino que debe modificar la esencia misma del objeto y relatar el por qué de la transmutación resultante. Esto es por nosotros, mi sol, por tu brillantez, ese es el mejor regalo que me has dado, se dijo. Ante la mirada de los jueces, que no sabían bien qué pensar, sacó una pesada aleación de metal, un tarro con pelos brillantes y una hoja de papel. — Esto es una aleación de titanio, acero y aluminio compuestos, es el metal con el que están hechos los aviones muggles. Esto es una hoja de pergamino y esto — dijo dejando el dedo sobre el tarro — es pelo de demiguise. — Colocó todo en el círculo que había dibujado y se concentró. Era muy fácil visualizar su palomita, tantos mensajes, tantas chorradas, tanto amor había viajado en ella… Notó tanta energía salir por sus manos que casi se asusta, pero es que la aleación era muy dura, pero al abrir los ojos, ahí estaba su palomita. Venga, Alice, sin miedo.Alquimista Suger.Vamos con todo.¿Querrá ayudarme a demostrar mi creación tocándola? — Y le mandó la palomita levitando. El hombre puso una leve sonrisa y le tocó el piquito. Alice la trajo de vuelta y partió un cachito de pergamino. — Ahora, si yo quisiera mandarle un mensaje al alquimista Suger, solo tendría que poner el mensaje en la palomita y… — Abrió la mano levantándola hacia arriba y la palomita voló, y apenas cogió altura, desapareció, lo que, para satisfacción de Alice, provocó un grito ahogado. Volvió a aparecer, chocándose contra la mano del hombre. — Tiene la resistencia y dureza de un avión, y el pelo de demiguise la hace invisible hasta que el hechizo sensorial la lleva a su dueño. — Suger y Dellal rieron y la miraron. — Es brillante, señorita Gallia. — Se le escapó a la mujer. Applegate asintió y señaló la mesa. — Pues su examen ha concluido, señorita Gallia. Puede recoger y pasar a esa sala de ahí. — Una puerta pequeña se abrió. — Y espere el veredicto en unos minutos.

    Unos minutos. En una sala pequeña y solitaria, completamente insonorizada. Por Dios, iban a acabar con ella. Se sentó en uno de los sillones. ¿Por qué se había reído Longbridge de su transmutación líquida, cuando todo lo demás le había escamado? ¿Iba a suspender en serio por la transmutación líquida? ¿Cómo iba a contárselo al abuelo? Se frotó la cara y trató de pensar en el momento en el que saliera por esas puertas. Qué bien le vendrían su madre y Dylan en ese momento, consolándola si todo había ido mal… La puerta se abrió de nuevo y ella entró. Habían tardado muy poco y no sabía si eso era bueno o malo.

    Reunida la comisión alquímica para la candidatura a alquimista de piedra de la señorita Alice Gallia valoramos la primera prueba con un diez sobre diez. — El estómago se le encogió de pura emoción. — El portavoz de esta prueba es el alquimista Beren. — El hombre se inclinó sobre la mesa y dijo. — Muchas veces, en pos de un bien mayor, olvidamos que nuestra ciencia es, esencialmente, bella. No debe perder esa búsqueda de la belleza, señorita Gallia, y tampoco la precisión que ha demostrado en cada uno de los estados. Enhorabuena. Gracias, alquimista Beren. — Dijo, con la voz tomada por la emoción, agachando la cabeza. — La segunda prueba la valoramos con un ocho sobre diez, y el portavoz es el alquimista Longbridge. — Uh, ese se moría de ganas de decirle algo. De hecho se apoyó con los codos en la mesa y se quitó las gafas. — Mis compañeros no han estado de acuerdo conmigo, señorita Gallia, pero yo quería suspenderle esta prueba. La resina no es un estado lo suficientemente líquido. Puede buscar innovación y belleza, pero no pase nunca por encima de los preceptos que se le han ordenado. No lo olvide en próximas convocatorias. — El corazón le iba a mil, pero no quiso responder nada, se limitó a asentir y decir. — Gracias, alquimista Longbridge. — Solo le quedaba una prueba. La más importante, Alice sabía que eso defendía el examen. — Y valoramos, por último, la tercera prueba, con un diez. El portavoz es el alquimista Suger. — Alice se giró al hombre, que le miró con una sonrisa astuta. — Contra lo que muchos alquimistas piensen, no hay transmutación mejor que la que surge del corazón y palia una necesidad. Vivimos en un mundo muy necesitado de muchas cosas, señorita Gallia, y si los jóvenes alquimistas, en vez de perseguir una grandeza milenaria, persiguen hacer la vida más fácil y mejor a las personas, usando cada pieza de ingenio y conocimiento para ello, quizá esta discipline sí tenga futuro. Enhorabuena. — Los ojos se le inundaron, y la voz le salió emocionada. — Gracias. Gracias de verdad, alquimista Suger. — Applegate firmó un documento y se lo tendió. — Su examen ha sido valorado en un 9,5 global. Enhorabuena, señorita Gallia, y bienvenida al cuerpo de alquimistas nacionales. Ahora es usted alquimista de piedra al cargo del alquimista carmesí Lawrence O’Donnell. Tiene un año para presentarse al examen de alquimista de hielo y no perder su puesto en este cuerpo. — Y dejó salir una sonrisilla. — Estaremos esperándola. — Ella seguía temblando, no sabía bien ni por dónde salir. — Con ese documento puede ir a la oficina central del departamento para solicitar su reloj. — Y la puerta volvió a abrirse. Maldita fuera, quería correr a abrazar a Marcus, pero él todavía tenía que hacer el examen, y ella buscar la salida… ¿Cómo iba a llegar a donde la estaban esperando, a donde el reloj? Quería esperar a su novio y… — Señorita Gallia. — La llamó la señora Dellal. — Estoy deseando qué le depara a la alquimia con usted. Enhorabuena. — Le devolvió la sonrisa y salió, todavía sin creérselo demasiado.






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    La puerta se cerró detrás de Alice y la sala se quedó en un espeso silencio. Se notaba el corazón bombeándole con fuerza, por lo que cerró los ojos y trató de serenarse, respirando hondo. Al volver a abrirlos, pasó la mirada por sus compañeros de estancia: uno de los hombres, el tal Finningan, miraba sus notas con apuro, como un estudiante que repasa antes del examen. Party esperaba con cierta impaciencia, como si aquel trámite le aburriera, aunque intercambió una mirada con él y un saludo cordial, de esos tensos que se dan entre desconocido. Gaunt seguía tan impertérrita y altiva como llevaba estándolo desde que entraron allí.

    El tiempo que transcurrió sintió que se le hizo eterno, pero cuando se abrió la puerta para convocarle, le pareció que apenas habían pasado segundos. - Marcus O’Donnell. - Este es tu momento, Marcus. Lo llevas esperando toda la vida. Demuestra de lo que eres capaz. Sonrió y, seguro, se levantó y acudió al interior de la sala. A esas alturas, Alice ya debía ser alquimista, y ahora comenzaba su función. Ya de nada servía estar nervioso.

    - Buenos días y bienvenido, señor O’Donnell. - Le recibieron, tras lo cual iniciaron las pertinentes presentaciones. La sala imponía, sobre todo por esa luz que enfocaba justo al tribunal, pero Marcus se crecía ante las evaluaciones. Con cortesía, fue saludando a cada miembro del tribunal, y tuvo que disimular el golpazo en el pecho que le produjo escuchar el apellido Suger. Su abuelo le conocía, y a Marcus le parecía impresionante que Lawrence O’Donnell fuera tan importante como para conocer a un descendiente directo de Suger. Ahora, era él quien no solo estaba en su presencia, sino que le iba a ofrecer su trabajo para que lo evaluara. Si lo pensaba demasiado se iba a marear, así que mejor no pensarlo.

    - Cuando usted quiera puede proceder con la primera prueba que es realizar de forma satisfactoria una conjunción, una disolución y una separación, pero no tiene por qué ser en ese orden. El tribunal valorará su trabajo en el momento en el que lo entregue, pero tiene de límite media hora para hacerlo, y el proceso se valorará. Puede utilizar cualquier material que haya traído, y su varita si le es necesario, pero todo ello será materia de evaluación al proceso. Se le dará el veredicto. - El pistoletazo de salida para la primera prueba ya estaba dado. Asintió. - En primer lugar, buenos días y muchas gracias por su atención. Valoro enormemente su presencia y espero que queden satisfechos con mi desempeño. Con vuestro permiso, doy comienzo a la primera prueba. - Y, dicho esto, abrió su maletín.

    Sacó en primer lugar los que serían sus indispensables instrumentos en aquella evaluación: la tiza y la losa para dibujar los círculos. Puestos estos en la mesa, comenzó no solo su operación, sino la narrativa que tenía preparada para la misma. - La alquimia es una ciencia ancestral, pero desde mi punto de vista, debe serlo también universal. Lo más universal posible. La alquimia sirve a un bien común, pero en ocasiones, olvidamos que lo común engloba un ratio mayor que el que nosotros alcanzamos a ver. - Sacó una piedra y la colocó a un lado de la losa. - He querido homenajear el rango por el que hoy me presento, así como tratar de dar una respuesta a la universalidad que considero que la alquimia debería tener. - Dicho esto, sacó un tarro con lo que parecía una sustancia vegetal y viscosa en su interior. - Durante siglos ha quedado demostrado el poder de la piedra, su resistencia. Su universalidad. Su versatilidad. La piedra se ha usado ancestralmente en la edificación y ha demostrado ser el material más resistente, pero no todos los terrenos son iguales. No todos los magos viven bajo las mismas condiciones, y al igual que sus habitantes, hay piedras que sufren más que otras por la propia naturaleza en la que se encuentran. - Era el momento de dejar de hablar y comenzar a actuar.

    Dibujó el círculo correspondiente a la conjunción y colocó a un lado el musgo y, al otro, la piedra. Respiró hondo y cerró los ojos, y al soltar el aire lentamente por la nariz, se produjo el efecto. Abrió los ojos de nuevo y la piedra y el musgo se habían unido. La alzó entre los dedos y, con decisión, se acercó a la mesa del tribunal, donde todos miraban expectantes. - Lo que en una calle de Londres es un canto como otro cualquiera, en una playa de la costa, o en mitad de una jungla, sería algo así: una piedra con musgo. Como pueden ver, ambas conservan su esencia, pero ahora son una, están en conjunción, y eso hace que no sean lo mismo que estando por separado. Una misma esencia pero con un toque diferente, y unas implicaciones a sí mismo diferentes. - Dejó que examinaran la piedra con el musgo. El señor Longbridge parecía un tanto asqueado por la posibilidad del tacto y se negó a tocarla, mirándole de soslayo, pero no parecía no estar convencido con el resultado, simplemente no tener la necesidad de tocar para comprobar. Le devolvieron la piedra y Marcus la tomó con una sonrisa, volviendo a su sitio.

    - Una piedra rodeada de musgo no es lo mismo que una piedra sola, pero hay entornos en los que no se puede combatir esto. Como previamente he expuesto, la piedra es el mejor material para la construcción… Sería una pena no poder usarla en según qué sitio por obra de la naturaleza. - Volvió a colocar en el lugar correspondiente la piedra con musgo, dispuesto ahora a hacer una disolución de la misma. En unos segundos, la piedra se había limpiado en su aspecto exterior, adquiriendo un ligero tono verdoso. Volvió a tomarla y a acercarse. - Esta es una piedra… resiliente, podríamos decir. - Dellal soltó una risita, y él ladeó la suya. Genial, su gracieta había gustado. Lo que necesitaba para venirse más arriba. - Aparte de su característico tono verdoso, verán cómo al tacto también es diferente. - El primero en tocarla fue Suger, por supuesto. Arqueó las cejas. - Es fresca. No diría que está fría, pero sí que… transmite frescor. – Ideal para construcciones en climas muy calurosos. - El hombre sacó el labio inferior y le dijo a sus compañeros de tribunal. - Me hubiera gustado ver catedrales hechas con esto. Una catedral verde, pintoresca. - Tendió la piedra a los demás y, tras varios murmullos que Marcus interpretó como positivos, se la devolvieron.

    - Esto sería un proceso arriesgado… pero ambicioso. Hay zonas con climas muy extremos: mucho calor, pero también mucho frío. Esta construcción sería beneficiosa para el calor, pero no tanto para el frío. - Chasqueó la lengua, mientras dibujaba de nuevo el círculo, con la piedra en su debido lugar. - Habría que hacer muchos estudios y debatirlo con los correspondientes arquitectos mágicos, pero si una construcción necesitara no ser tan fresca para adaptarse al clima correspondiente, bastaría con… - Y ejecutó la separación. La piedra y el musgo volvieron a su estado original a la perfección. Eso complació a todo el tribunal… salvo a Longbridge, que entrecerró los ojos. - No sé hasta qué punto un edificio entero puede sufrir conjunciones y separaciones permanentemente. - Marcus fue a hablar, pero Beren alzó una mano, quitándole importancia, y recondujo. - Como proyecto es ambicioso, pero no olvide que no valoramos una investigación, sino que estamos evaluando tres procesos bien hechos para la candidatura de alquimista de piedra. A eso nos tenemos que ceñir. - Y, dicho eso, le miró a él con una sonrisa. - Si el presidente así lo considera, yo creo que puede usted pasar a la prueba número dos. – Así es. - Confirmó Applegate. - Puede proceder, en los mismos términos, con la transmutación de sólido a líquido. Puede ejercer cuantas transmutaciones considere necesarias para conseguirlo pero, de nuevo, será objeto de valoración. -

    Guardó la piedra de nuevo en el maletín, pero dejó allí el musgo. Sacó un cuenco conectado a una probeta, con una cánula que conducía del primero a la segunda, y por la que debía correr el líquido de la transmutación. Colocó el musgo en el cuenco y dibujó el círculo, mientras decía. - Hablando de universalidad y utilidad, si la vivienda es necesaria y útil… hay algo que lo es aún más. - Se concentró y, poco a poco, el musgo comenzó a contraerse sobre sí mismo, cayendo agua de color verdoso por la probeta. Ahora se mantuvo callado, porque aquella prueba era complicada y necesitaba de su total concentración. Poco a poco fue cayendo el agua, y el musgo deshaciéndose más y más. Podía sentir a los miembros del jurado inclinándose levemente hacia delante para comprobar que, efectivamente, el musgo estaba desapareciendo, hasta el punto de no quedar nada en el cuenco. Se había convertido en agua por entero, solo que en agua verdosa. Le quedaba aún un proceso por hacer. Borró el círculo y dibujó otro de separación, poniendo el cuenco a un lado. El residuo verdoso apareció de nuevo en el cuenco, en forma de partículas pastosas, y el agua quedó cristalina en la probeta. La alzó y, sin pensárselo mucho, pensó va por ti, monito negligente, dejando caer un chorro de la misma en su boca. Mostró la probeta, colocándola en la mesa. - Agua dulce. - Tomó el cuenco y lo mostró. - Este es el residuo vegetal. Me consta que en ciertos sectores es muy valorado como elemento alimenticio para criaturas. - Darren se lo iba a comer a besos cuando se lo contara. El tribunal le miró impactado unos segundos. Cuando Marcus pensó que iban a devolverle la probeta, Applegate la tomó e hizo el mismo gesto que él, vertiendo un chorro de agua en su boca. La paladeó y, tras unos instantes, confirmó. - Es agua. - Le miraron. Marcus sonrió. - Es musgo de río. Si fuera musgo de mar, sería salada. Sería otro posible proyecto de investigación, sacar el agua salada de un musgo de mar y transformarla en dulce. Podría salvar vidas en situaciones desesperadas. - Silencio y muchos ojos mirándole. Quería pensar que les había impresionado, pero había sido un movimiento tan arriesgado que comenzaba a tensarse.

    Applegate carraspeó. - Bien. - Le miró. - Última prueba. Puede hacer una transmutación libre de forma, recuerde que no es una mera operación estética, sino que debe modificar la esencia misma del objeto y relatar el porqué de la transmutación resultante. - Asintió y recogió lo utilizado hasta el momento salvo la losa y la tiza. Dicho eso, sacó el cuaderno que le regalaron sus padres por su cumpleaños y un tarro con escamas de camaleón. También sacó la piedra. - La investigación alquímica puede contener información muy delicada. Es importante que esta llegue a todos los oídos cuando ya se haya perfilado lo suficiente como para que no pueda ser malinterpretada o utilizada de forma dañina. - Comenzó a dibujar el círculo. - No es una cuestión de secretismo, o de invisibilizarnos. Como he comentado, esto debe ser universal. Tenemos que ser grandes, pero también tenemos que ser uno más en la sociedad. Y para ser uno más, ser universal, recabar ideas, a veces es importante… camuflarse. - Colocó a un lado el cuaderno y al otro las escamas de camaleón, y se concentró. En unos segundos, las escamas desaparecieron, y el cuaderno varió levemente en su estética, pero no demasiado: ahora parecía tener la cubierta con un leve relieve y un tacto escamoso, pero a simple vista, seguía pareciendo un cuaderno normal. - Un cuaderno es un gran aliado para un alquimista, y está bien que nosotros lo protejamos… pero está mejor que él se proteja a sí mismo. - Y, al colocarse el cuaderno sobre la mano, este adquirió el color de su piel. Marcus sonrió. Lo movió entonces, poniéndolo en la mesa, donde adoptó el color de la madera. - Uno también puede elegir dónde y con qué camuflarse. - Y, en el mismo lugar en el que estaba, le puso la piedra encima, adoptando el cuaderno su color. Lo pasó a los presentes para que lo examinaran. - Es perfecto. - Oyó susurrar por lo bajo a Beren, y un cosquilleo de emoción le recorrió por dentro. Los demás no dijeron nada, solo le miraron en silencio. ¿Qué? ¿Por qué no habláis? ¡Decid algo aunque sea! Él ya había terminado su interpretación y necesitaba más feedback, porque había hablado muchísimo (se iba a beber todo el agua obtenida al salir) y el tribunal, por el contrario, muy poco.

    - Muy bien. - Dijo Applegate, quien se aclaró la garganta de nuevo. Le miró con una sonrisa. - Ha finalizado su examen, señor O’Donnell. Puede pasar a la sala contigua a esperar su veredicto. - Marcus hizo una cortés inclinación de cabeza. - Muchas gracias. - Y, dicho lo cual, salió. Lo primero que hizo fue beberse el agua, porque lo dicho, se moría de sed. Se dejó caer en uno de los asientos y soltó aire por la boca. Lo había hecho, había terminado, y quería pensar que había contentado al tribunal. Necesitaba pensar que les había contentado. Lo cierto era que la deliberación duró poquísimo, porque aún estaba recuperando la respiración cuando la puerta se abrió de nuevo, y él se levantó e irguió de golpe, pasando a la sala del examen una vez más. Veía las mismas sonrisas complacientes que cuando abandonó, tal vez más anchas. Quería pensar que era buena señal.

    - Estamos… ciertamente impresionados, señor O’Donnell, no se lo podemos negar. - El corazón le palpitaba en las sienes, y en el pecho. Por todo el cuerpo, en realidad. - Reunida la comisión alquímica para la candidatura a alquimista de piedra del señor Marcus O’Donnell, valoramos la primera prueba con un diez sobre diez. - Sintió que recuperaba aire. Un diez en la primera prueba, y esa la consideraba la menos impactante de las tres. Esperaba no haberse colado con las otras dos. - El portavoz de esta prueba es el señor Beren. - Le miró. - Si algo debe procurar el mundo mágico, en todo momento, es evolucionar y ayudar. Hacer la vida de los otros mejor. La alquimia es una ciencia de gran utilidad, que para nuestra desgracia, a veces ha sido mal utilizada, pero que puede lograr cosas verdaderamente grandiosas. Ponerla al servicio de la mejora de la vida de todos, usando los mismos medios que la naturaleza proporciona, es todo lo que un buen alquimista debe perseguir. - Marcus inclinó la cabeza. - Muchas gracias, alquimista Beren. - El hombre devolvió el gesto.

    - La segunda prueba la valoramos… - Se detuvieron, se miraron y, para descuadre de Marcus, rieron por lo bajo. La mujer tomó la palabra. - Con un diez porque no podemos salirnos de la escala evaluadora y ponerle un doce. - Dejó escapar una risa jadeada de pura tensión. Casi se desmaya. Applegate rio levemente y cedió la palabra. - El portavoz es el alquimista Longbridge. – Y la escala es de diez. - Dijo el hombre con tonito, mirando mal a la mujer. Se aclaró la garganta con una especie de gruñido y le miró. - Ha sido imprudente por su parte beber de un agua que no sabía si estaba bien destilada. Esto es un examen, no estamos para hacer primeros auxilios… - Marcus agachó la cabeza. - Si bien… era innegablemente impecable. No podíamos calificarle con menos nota, nos estaríamos insultando a todos los presentes. - Bueno, a su hosca manera le había dicho que le había salido la ejecución perfecta. - Tendré en gran consideración sus palabras, alquimista Longbridge, muchas gracias. - Por ahora su media era de diez sobre diez. A ver qué le deparaba la tercera prueba.

    - La tercera prueba, por supuesto, ha sido valorada también con un diez. - Ahí no pudo evitar abrir los ojos y sentir que el peso del alivio caía con fuerza en su interior. Lo había conseguido. Era alquimista. No solo había aprobado, había sacado un diez en todas las pruebas. Era alquimista de piedra con un diez de media. - El portavoz es el alquimista Suger. - Marcus se notaba ya los ojos emocionados. El hombre le miró con una sonrisa afable. - Simplemente… no pierda la brillantez, desde ahora alquimista O’Donnell. Me consta que le viene de familia. - Volvió a soltar una risa muda que casi le derrama una lágrima de los puros nervios. - Haga llegar esas ideas al mundo en su debido momento… y siga manteniéndolas bien camufladas para que nadie se las robe. - Hubo risitas, la suya incluida. - Muchas gracias, alquimista Suger. Muchísimas gracias a todos. - Su examen ha sido valorado en un diez global. Enhorabuena, señor O’Donnell, y bienvenido al cuerpo de alquimistas nacionales. Ahora es usted alquimista de piedra al cargo del alquimista carmesí Lawrence O’Donnell. Tiene un año para presentarse al examen de alquimista de hielo y no perder su puesto en este cuerpo. - Asintió con convicción, mientras le tendían el documento que necesitaba para reclamar su reloj de plata. - Muchísimas gracias. - Insistió, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, y salió de la sala, deseando reunirse con su novia. Su sueño se había hecho realidad. Ya era, oficialmente, alquimista.




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    En cuanto salió al vestíbulo, visualizó a los O’Donnell avanzar de golpe hacia ella. Claramente no querían agobiar, porque no decían nada ni corrían, pero veía las ansias en sus ojos. Y ahí no aguantó más, los ojos se le inundaron y tendió el papel ante los tres. — Soy… Alquimista, abuelo. Soy alquimista. — Y rio con incredulidad, mientras notaba que tanto Emma como Arnold la abrazaban. — ¡Un nueve y medio, Alice! ¡Qué barbaridad! Salir así de tu primer examen. — Jaleó Arnold. — Un diez debería haber tenido, si le han salido las transmutaciones como yo había visto en el taller. — El corazón le latía a mil por hora, cuando miró al abuelo. — A uno no le gustó mi transmutación de resina, quería suspenderme. ¿Suspenderte? — Preguntó Emma con tono ofendido. Alice asintió. — Sí, decía que la resina está en el límite de lo líquido, que la próxima vez me atuviera a lo que se me requería, que me dejara el ingenio en casa. — Sus suegros miraron al abuelo, claramente para ver si le sonaba a algo que dijera un alquimista concreto, y en el caso de Emma, potencial enemigo, claramente. Larry suspiró y entornó los ojos. — No voy a mojarame diciendo un nombre al azar, porque, por desgracia, hay mucho dinosaurio amargado de esa clase entre los alquimistas. — Alice y Arnold chistaron al mismo tiempo, entre risas, mirando a los lados, pero Larry hizo un gesto con la mano. — Bah, soy alquimista carmesí para algo, y tú ya eres mi aprendiz oficialmente. — Y todos rieron, aunque Alice miraba tensa a los lados, por si acaso.

    ¡Bueno! ¿Pero nos vas a contar qué has hecho? — Preguntó Arnold, como un niño pequeño. Alice rio. — Prefiero esperar un poquito y os lo contamos Marcus y yo juntos en casa y así os lo podemos enseñar. Y también cuando esté él hablamos del tribunal, que seguro que quiere aportar cosas. — Miró a la puerta con ansia. — No puedo esperar a ver ese 10 total que va a sacar. — Y se mordió el labio inferior. Necesitaba ver a su novio, necesitaba coger cada uno su reloj y mirarle y decirle: lo tenemos. — ¿Había mucha gente para examinarse? — Preguntó Lawrence. Ella apretó los labios y negó. — Qué va, abuelo, estaba aquello medio desierto. Había uno para acero y dos para plata. — Larry negó y suspiró. — Ha habido convocatorias que se han levantado sin que nadie se presente… Cada vez vamos a peor. ¿Y te has quedado con los nombres y rangos? — El de acero era un señor mayor, Finnigan creo, y al otro de plata no lo recuerdo. La otra de plata era una mujer, creo que me suena de Hogwarts. Algo Gaunt. — ¿Gaunt? — Preguntó Emma abriendo mucho los ojos, y luego miró a Larry. — Es Alecta Gaunt, es un poco más mayor que vosotros. — Suspiró y movió la cabeza de lado a lado. — Es una alquimista… Peculiar. Ambiciosa y con un temperamento… — Dejó salir el aire y rio un poco. — Ir detrás de nuestro Marcus no le va a sentar nada bien. — Emma puso una sonrisilla de orgullo y Arnold aportó, como siempre, el corazón Hufflepuff. — Bueno, si ha llegado a plata será por méritos. Yo espero que todo el mundo salga con su rango hoy, ya hay bastante carestía de alquimistas como para que no se pongan benévolos. — Larry soltó una carcajadas y se puso a dar paseítos por la sala. — Tú mejor que nadie deberías saber lo tontos que se ponen. No, la alquimia se muere por varias razones, pero una muy importante son los alquimistas. — Miró a la puerta. — Este hijo… ¿No está tardando de más? — Lleva menos que Alice dentro. — Contestó Emma con cierta tensión y moviendo el pie nerviosamente.

    Y entonces le vio. Salía con el papel en la mano, no le cabía duda, pero salió corriendo y se lanzó en sus brazos, estrechándole como si le fuera la vida en ella. — Somos alquimistas, Marcus. Somos alquimistas, mi amor. Somos el Todo, mi sol. — Se separó y le miró, con los ojos inundados pero llenos de amor. — Hemos hecho esto realmente. — Le besó, ya dándole igual todo. — Enhorabuena, alquimista O’Donnell. — Acarició su mejilla y rio. — No me hace falta ver ese papel para saber que tienes un diez.






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    Vie Oct 06, 2023 12:35 pm


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    Con Alice |Ministerio de Magia, Comisión alquímica| 30 de octubre de 2002
    Nada más salir la vio dirigirse a él, y toda su tensión cayó de golpe, sonriendo ampliamente y corriendo hacia ella hasta encontrarse en un abrazo. - Somos alquimistas, Alice. - Repitió, abrazándola con fuerza. - Mi luna. - Dijo con cariño. Aún notaba el corazón a mil revoluciones por minuto. Rio cuando se miraron a los ojos, emocionado. - Sí, sí que lo hemos hecho. - Soltó una carcajada. - ¡Tengo un diez! - Le dijo orgulloso, pero flojito, que no quería desvelar la sorpresa a los demás, y por supuesto devolvió el beso. - ¿Y tú? Dime que otro diez, porque no mereces menos. - Vio su papel y sonrió ampliamente. - ¡Un nueve y medio! Somos espectaculares. - Clamó, pero una parte de su cerebro se preguntó quién demonios le había bajado ese medio punto. Longbridge, seguro. Ya se pondrían al día. Ahora tenía una buena noticia que dar al resto de sus familiares.

    Al asomarse por el lado de Alice, vio las anchas e ilusionadas sonrisas de los tres. Salió corriendo y ya Arnold estaba esperándole con los brazos abiertos, como cuando salía del expreso de Hogwarts con once años y se lanzaba hacia él y le recogía en el aire. Eso hizo, lanzarse a los brazos de su padre con fuerza. - ¡¡SOY ALQUIMISTA DE PIEDRA!! - Gritó, casi en volandas en sus brazos. Su padre rio a carcajadas. - Hijo, que yo no soy Lex, no tengo tanta fuerza. - Dijo entre risas, y Marcus notó un pinchazo instantáneo en el pecho. Lex... Le hubiera encantado que estuviera allí, notaba su ausencia muchísimo. Pero ahora tocaba disfrutar de quienes sí estaban. Ya en el suelo, al siguiente que se fue, por supuesto, fue a Lawrence. - ¡¡Abuelo!! - ¡Este es mi chico! ¡No dudé un segundo! - Le abrazó con fuerza. - Gracias, abuelo. Gracias, gracias, gracias... - Te las debería dar yo a ti. Revivir esto no tiene precio. Le vais a dar futuro a esta ciencia tan vieja. Y a este alquimista no menos viejo. - Se separó, riendo. Su madre le esperaba con orgullo flotante. Se abrazó a ella con todas sus fuerzas, y ella le recibió. - Mi niño precioso. - Lo he conseguido, mamá. - Uf, iba a llorar. Su madre le separó y le miró a los ojos. - Pues claro que sí. No va a haber nada que tú no consigas. - No podía dejar de reír y sonreír... Bueno, y ya tocaba fardar. - ¡Un diez! - Proclamó, alzando el papel, recibiendo las consiguientes felicitaciones. - Y la alquimista Dellal me ha dicho que "porque no podían ponerme un doce" en la segunda prueba. - Lawrence soltó una carcajada. - Bueno, bueno, lo que me interesa saber: ¿estaba Suger? - Marcus le miró con los ojos muy abiertos. - ¡Sí! - El hombre alzó los brazos al cielo con una exclamación y empezó a reír. - ¡¡Qué bien nos ha salido esta jugada!! - ¿Es que sabías que iba a estar? - ¡No! Pero tenía que jugar la baza. Miro el tribunal de todas las comisiones alquímicas. En teoría, todos tenemos la obligación de participar cada cierto tiempo en un tribunal, y él es de los que se presentan voluntario, le gusta hacerlo. Llevaba sin acudir varias convocatorias, ya tenía que tocar. - Hizo lo más parecido que su abuelo podía hacer a un gesto chulesco y dijo. - Puede que haya asesorado bien a mis aprendices para impresionar a alguien como Suger. - Pues, en mi caso, te aseguro que sí que le he impresionado. - Comentó entre risas, y luego miró a Alice y tomó su mano. - Y estoy convencido de que no he sido el único. Eso de la vid... - ¡¡¡SCHST!!! - Le interrumpió su abuelo, y él estaba tan a lo suyo que dio un salto en su sitio que hizo mucha gracia a sus padres. Marcus estaba confuso, y Arnold le sacó de la confusión entre risas. - Ahora eres alquimista. No puedes revelar tus secretos. - Pero si... - ¿No queríais hacernos una gran representación a todos cuando lleguemos a casa de los abuelos? - Comentó Emma, con una sonrisilla y tono de evidencia. Marcus abrió la boca con comprensión. Vale, sí, mejor no desvelaba más cosas, que fuera una sorpresa. - Aunque me han chivado que tu tía Erin tiene pistas... - Dejó caer Arnold, celosón. Eso le hizo reír y se encogió de hombros. - ¿Qué le hago, papá? Uno tiene contactos. - Su madre rio entre dientes. Iba a salir de allí flotando.

    - Bueno, ¿es que no queréis vuestros relojes? ¿O acaso pretendes que a tu abuela le de algo esperándote? - Instó Larry. Marcus rio y tomó la mano de Alice. - Es cierto. Vamos. - Y fueron juntos, con sus acreditaciones, al debido mostrador. Allí les esperaban con una sonrisa. - Buenos días. ¿Alice Gallia? - La chica entregó su certificación. Vio como grababan su nombre con la varita en el reloj, y como este, tras un fulgor, lo iluminaba. - Bienvenida a la comisión de alquimistas, señorita Gallia. - Dijo la mujer, sonriente y entregándole a Alice su reloj. - ¿Marcus O'Donnell? - Con una ancha sonrisa, entregó su documento y se repitió el proceso. La administrativa le sonrió también mientras le tendía su reloj de plata con su nombre en él. - Bienvenido a la comisión de alquimistas, señor O'Donnell. - Gracias. - Respondió, emocionado, y con el reloj en sus manos, sintiendo un escalofrío al tomarlo. Al contacto con su piel, apareció su rango bajo su nombre: alquimista de piedra. No se lo podía creer. Miró a Alice. - Oficialmente. Como a mí me gustan las cosas. - No cabía en sí de gozo.

    Salieron junto a sus padres y su abuelo de nuevo, enseñándoles el reloj, y ya se preparaban para salir e irse cuando las puertas se abrieron de nuevo. Al girarse, vieron a una persona salir con paso furioso del pasillo. Marcus agudizó la mirada, aunque no le hizo falta mucho esfuerzo, porque la chica se dirigía directamente hacia ellos. Era Alecta. - Tú. - En un parpadeo, la tenían prácticamente delante, si bien guardó bastante las distancias. Tenía la mirada furiosa y enrojecida y los dientes apretados, y le había señalado directamente. - O'Donnell ¿verdad? - Había echado veneno al decir eso. Marcus, un poco conmocionado y confuso, simplemente asintió con la cabeza, y entonces se fijó: no llevaba ningún papel en la mano. ¿Había suspendido? La muchacha soltó una helada carcajada, mirándole con acidez. - Entras pisando fuerte en el mundo de la alquimia, por lo que veo. Pisando a otros, más bien. - Parpadeó. No estaba entendiendo nada, pero no era el único, porque ninguno de los presentes estaba atinando a decir absolutamente nada. - Los exámenes van por rangos porque, se supone, que el nivel tiene que subir. Hasta que alguien se salta su rango y se pone muy por encima, claro. Pero para qué mirar a los demás cuando puede encumbrarse uno mismo. - Sonrió con heladez y entrecerró los ojos. - Tendré en cuenta con quien me enfrento. - Yo no... - Empezó a decir, pero Alecta no le dio opción. Se guardó mucho de mirar siquiera a Lawrence, y de Arnold también pasó de largo. Pero a Emma le echó una mirada prácticamente desafiante (esa no sabía con quién se la estaba jugando) y, a Alice, una desdeñosa de arriba abajo, y acto seguido, se dio media vuelta y desapareció de allí. Se quedaron todos en un tenso silencio. Arnold fue a hablar, pero Lawrence se adelantó. - No pasa nada. - Palió, porque Marcus estaba intentando entender lo ocurrido. El hombre le puso una tranquilizadora mano en el hombro. - El mundo de la alquimia es... competitivo. - Marcus frunció el ceño. No abandonaba la confusión. - Yo no pretendo competir con nadie. - Lo sé, hijo, pero no todo el mundo lo ve así. - Les miró con una sonrisa a cada uno. - No os preocupéis, estas cosas nunca llegan demasiado lejos. Solo son alquimistas como tantos otros, demasiado avariciosos. Os acostumbraréis. - El hombre miró a su hijo, como dándole paso, y este sonrió también y dijo. - Mejor nos vamos, que la familia nos espera. - Sí, mejor se iban. Aunque, desde luego, a Emma no le había hecho ninguna gracia la intromisión.




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    Ese tenía que ser el momento más emocionante de sus vidas hasta entonces, y Alice estaba segura de que siempre recordaría ese brillo en los ojos de su novio cuando dijo “somos espectaculares”. También recordaría siempre ese momento de Marcus corriendo hacia el abuelo y diciendo “soy alquimista”. No sabía cuánto necesitaba algo así, un momento en el que sentirse invencibles. Rio escuchando lo que le había dicho Dellal y le acarició la espalda. — La teníamos de nuestro lado desde el principio. Es la que más amable fue conmigo. — Pero abrió muchísimo los ojos cuando el abuelo dijo lo de Suger. — ¿QUE LO SABÍAS? — Larry la miró con una sonrisa astuta que no solía sacar nunca pero que hacía que Marcus y él se parecieran más si cabía. — ¿Y me has dejado hacer una vidriera delante del descendiente del Abad Suger? Y has tenido un diez si no me equivoco. — Alice se llevó las manos a la cabeza y negó. — Abuelo, casi me muero cuando le he visto ahí, tu plan podía haber salido terriblemente mal. Oh, yo sabía que no, querida. Confiaba plenamente en ti. — Suspiró y negó con la cabeza mirando a Marcus, pero se rio ante la forma del abuelo de hacerle callar. Sí, bueno, eso iba a ser lo que peor llevara su novio, lo de no anunciar al mundo la maravilla que había hecho. — Yo voy a necesitar una demostración de todo eso además explicado como se lo habéis explicado al tribunal, eh, que uno solo sacó rango piedra y lo necesita bien mascadito… — Y todos rieron de camino a recoger el reloj. Oh, sí, la vida podía ser genial.

    Se acercó temblando al mostrador y entregó el papel, asintiendo cuando la llamaron por su nombre fue como si todo su entorno desapareciera, como si solo pudiera mirar a ese reloj, sintiéndolo en su mano, su peso, su superficie tan lisa y gustosa, reluciente. Era suyo. Tantas veces había soñado con tenerlo y… Ahora era suyo. Miró a Marcus mirando suyo y más imágenes que iba a quedarse para el resto de su vida, sin duda. Se enganchó a su brazo, sin soltar el reloj y dijo. — Vamos a enseñárselo a Sean y Hillary ya mismo que van a flipar en mil colores. — Y justo estaba diciendo eso cuando oyó un “tú”. Pensó que se referían a ella, pero no. Era Alecta Gaunt, y eso le hizo recordar de golpe las palabras que había proferido el abuelo sobre ella. Afortunadamente, la chica ni la veía. Pero las acusaciones la tenían completamente aturullada, no se esperaba algo así para nada. ¿Esa chica había suspendido? Todo apuntaba a que así era, sin duda, y estaba intentando responderle, decirle que si había suspendido que se fastidiara y que se lo mirara ella misma, que dejara en paz a su brillante recién estrenado alquimista, pero aquella chica no daba lugar a réplica. Antes de irse vio cómo se miró con su suegra, y a la vez que hizo eso, pensó, tú no sabes bien a quién te estás enfrentando, por muy importante que sea tu familia. La he visto derrotar a mujeres mucho más fuertes que tú, y con la inteligencia de Marcus y su futuro tampoco me la jugaría. Quizá por eso Alecta no sería nunca mejor alquimista que Marcus y ella tampoco, pero ella se iba de allí bastante más feliz y con un rango, con eso no solo le bastaba sino que le sobraba. Apretó el brazo de su novio y dijo. — La grandeza genera envidias. — Le dio un beso en la mejilla. — Acostúmbrate, alquimista O’Donnell.

    Se aparecieron en el jardín de los abuelos, y nada más hacerlo, Molly salió con sus pasitos chiquitos pero veloces a recibirlos con una gran sonrisa. — ¡A ver mis alquimistas! ¡A ver esos relojes que yo los vea! — Y Alice lo levantó con una gran sonrisa, como una niña pequeña enseñando su posesión más preciada. — ¡PERO QUÉ LISTOS SON! ¡SI ES QUE HABRÁN ARRASADO! — Y les llenó de besos y abrazos. Y en esa vorágine, vio a Hillary corriendo hacia ella y se soltó para poder abrazarse con su mejor amiga. — No me puedo creer que haya llegado este momento después de tantísimos años oyéndote decir cuánto amabas la alquimia. — Se separaron y se miraron, y ahí sí, ahí sí que lloró. — Lo hemos logrado los dos. — Pero su amiga le tomó de las mejillas. — Pero de Marcus no dudaste nunca, Alice. Tu duda era de ti misma y la has superado. — Volvió a estrecharla entre sus brazos. — Gracias por haber estado ahí cada duda, cada noche de insomnio. Eres una de las suertes más grandes de mi vida. — Y su amiga la estrechó aún más antes de separarse y limpiarse las lágrimas. — Voy a abrazar al alquimista O’Donnell, que no me fío yo de que no se ponga celoso y tontorrón. — Vio que Sean se había quedado discretamente hablando con las tías en el porche y corrió hacia ellos, abrazándolos a los tres a la vez. — ¡Soy alquimista! — ¡ERES ALQUIMISTA, GAL! — Gritó Sean. Erin la miró con emoción. — ¿Funcionó el pelo? ¡Me lo tienes que contar! — Espera, ¿tú sí sabías lo que iban a hacer? — Preguntó Molly girándose. Erin se puso roja y empezó un rifirrafe O’Donnells-Erin que ella se perdió un poco al volverse hacia su tía. Le tomó las manos y sonrió. — ¿Estás orgullosa de mí? — Y entonces los ojos de su tía se inundaron y rio entre lágrimas. — Temo que mi orgullo es lo más pequeño que has conseguido hoy, pero dudo mucho que haya habido nunca jamás una tía más orgullosa de su sobrina. Ni una Gallia de otra Gallia. — Acarició su mejilla y Alice lloró también. — Eres grande, pajarito. Eres enorme, y has salido volando a lo grande.







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    Se había quedado un tanto aturdido con lo de Alecta, pero el beso en la mejilla de Alice le devolvió a sí. Dibujó una sonrisa tenue. - Vayamos a casa a celebrarlo. - Resolvió, muy dispuesto a recuperar el ánimo. Esa tipa no se lo iba a destruir en un día tan importante como ese solo por no haber sabido pasar su propio examen y no quererlo reconocer. Nada más aparecer, por supuesto, su abuela salió a recibirles, y al igual que Alice, alzó su reloj. - ¡¡SOMOS ALQUIMISTAS!! - Gritó, arrancando las vítores de sus amigos, que también estaban allí. Estaba siendo mejor que en sus mejores sueños... aunque faltaba Lex. Volvió a sentir una punzada de pena en el pecho. Pero mejor disfrutaba de los que sí estaban presentes.

    - Arrasado se queda corto, abuela. Este que está aquí ha sacado UN DIEZ. - ¡¡OY!! - Y nuestra alquimista Gallia, que no lo ha dicho, UN NUEVE Y MEDIO. - ¡¡PERO MIS NIÑOS!! - Su abuela, desde luego, era ideal para una celebración, porque subía el entusiasmo a la estratosfera. Y por allí había alguien más con mucho entusiasmo que dar, que se lanzó hacia él en cuanto Hillary abrazó a Alice. - ¡¡CUÑADO!! ¡LO MÁS LISTO DE ESTA CASA! - Se abrazaron con fuerza, entre risas. - ¡Buah, Marcus! ¡Eres alquimista de verdad! Ahora cuando lo digas en las fiestas nos tendremos que burlar un poco menos porque ahora es verdad verdad. - Gracias, hombre. Era justo para lo que quería el título. - Los dos rieron a carcajadas. Anda que vaya ocurrencias tenía Darren, pero eso sí, hacía la vida más feliz.

    Su amiga se dirigió a él y Marcus abrió los brazos. - Me merezco un abrazo ¿no? Tengo un diez. - Te voy a dejar que me lo recuerdes cincuenta veces porque reconozco que a mí también me tiene emocionada. - Y, entre risas, se abrazaron. - Enhorabuena, alquimista O'Donnell. Ya con título, qué alegría poder decírtelo. - Mil gracias, Letrada Vaughan. El tuyo está de camino, lo celebraremos por todo lo alto. - ¡Dios te oiga! - Y, al separarse, la vio enjugarse las lágrimas. - ¡Por favor! No quiero llorar y me lo vas a contagiar. - Idiota, que estoy emocionada. - Al menos no podían dejar de reír. Había una persona en concreto a la que tenía muchas ganas de ver, y fue corriendo hacia ella, sabiendo que la pillaría desprevenida. De hecho, estaba inmersa en una especie de discusión en la que no se sabía desenvolver muy bien (Erin, en esencia) y no se lo vio venir. Su reacción inicial fue la de alguien que ve un erumpent correr hacia ella (alguien que no fuera Erin, claro, que lo recibiría con los brazos abiertos), pero después del gritito y saltito temeroso inicial, pareció conectar mentalmente con el motivo de la alegría de Marcus y, entre risas, dio varios saltos y aplausos en su sitio y se lanzó a abrazarle. Marcus la cogió en volandas y le dio varias vueltas, a lo que la mujer volvió a soltar un gritito más asustado que emocionado, aunque se la veía ciertamente contenta. - ¡¡Mi sobri es un alquimista magizoólogo!! - Bueno, tampoco te pases. - Comentó, poniéndola de pie. Ella rio a carcajadas. - ¡Marcus! ¡Enhorabuena, sobrino! ¡Madre mía, eres alquimista! - ¡Soy alquimista! - Los ojos de la mujer brillaban. Sabía que su tía les quería mucho, se le veía en el brillo de los ojos. Por lo demás, no era muy expresiva, pero si sabías leerla, veías su cariño incondicional. - ¿Te sirvió lo que te dejé? - Y tanto que me ha servido. ¡Tengo un diez! - Cuatro. - Oyó a Hillary tras él, junto con las risas de Sean y Darren. Marcus le hizo una pedorreta. - Eh, no empieces a contar de más. - No te preocupes, si me voy a quedar corta. - ¿¿También sabías el suyo?? - Dijo Molly con voz aguda y ofendida. Erin se encogió de hombros. - Tiene sangre Slytherin. Sabe usar sus contactos. - Marcus se irguió con orgullo y una sonrisilla.

    Terminó de saludar, recibir felicitaciones y enseñar su reloj al resto de presentes, hasta que su abuela pidió que entraran. Iban al interior de la casa, pero Marcus tenía algo que le quemaba en su interior y no iba a quedarse tranquilo hasta que lo hiciera. - ¡Ahora mismo vuelvo! ¡Dadme diez minutos! - Pidió, y dejando abajo a los demás, salió corriendo escaleras arriba al dormitorio de su padre, donde Lex y él dormían de pequeños. Porque su hermano tenía que saber aquello, y tenía que saberlo lo antes posible. Y, tal y como había pedido, allí estaba su Elio, piando como loco y revoloteando por la habitación, esperándole. - ¡¡Soy alquimista, Elio!! - Gritó, agarrando a su pájaro en el aire y achuchándolo contra su pecho, como un peluche. Le soltó... pero seguía sintiendo el pecho oprimido. Demasiadas emociones en una mañana. Mejor se ponía a escribirle a Lex cuanto antes y volvía a bajar.

    Querido hermano,

    Por fin, ha llegado el día: ¡soy alquimista! Somos alquimistas, Alice y yo. Tenemos nuestros relojes, Lex, somos alquimistas de piedra...


    Un nudo se le apretó en la garganta solo con la primera frase. Imaginaba la expresión de su hermano al leerla... Continuó escribiendo, sin pensar, todo de seguido, como si se lo estuviera contando, con su alegría, entusiasmo y verborrea habitual. Sin entrar en detalles sobre lo que hizo, quería darle intriga y, por supuesto, hacerle el numerito en persona, como a los demás. Era solo que... aún faltaban casi dos meses para eso...

    Por favor, cuéntame qué tal te va por allí. Me encantaría que estuvieras aquí hoy, celebrándolo... Te echo mucho de menos, Lex. Muchísimo. Pero lo celebraremos. Esto, y tu entrada en los Montrose. Tenemos muchísimo pendiente que celebrar. No se me olvida. Te lo aseguro.

    Con cariño,
    Marcus.


    Y, tan pronto puso su nombre, rompió a llorar.




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    Dom Oct 08, 2023 5:52 pm


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    Abrazó de nuevo a su tia, pero se echó a reír cuando vio a Marcus levantar a su tía así y le pegó un empujoncito a Hillary. — Y más que debería contar. Ha sido un diez o más en todas las pruebas, bien puede decirlo. — Y quería engancharse a su novio y empezar a contarles a todos cómo lo habían hecho, cómo eran los alquimistas, lo de Alecta, lo de Longbridge… Pero Marcus se quitó de en medio rápidamente y la dejó un poco descuadrada, mirando su estela escaleras arriba.

    Arnold se acercó a ella y la tomó de los hombros con una sonrisa tranquilizadora. — Nos pidió que trajéramos a Elio y probablemente lo que quiere es escribir a su hermano. — Alice suspiró. Marcus tenía varias espinitas clavadas con Lex, y una de ellas era estar perdiéndose momentos tan importantes el uno del otro. Ella también quería escribir a Dylan, claro, pero su patito llevaba toda la vida pegado a ella, había vivido prácticamente todo a su lado y tenía una tremenda tranquilidad en lo que a su futuro respectaba: en la mente de Dylan su hermana ya era alquimista, madre, dueña del mundo y todo, solo tenían que darse cuenta los demás, así que Alice podía escribirle para informarle, y él sonreiría y se alegraría, pero ni estaba angustiado ni se sorprendería. Marcus y Lex eran otro cantar, habían tenido otra historia, y ahora se necesitaban más el uno al otro. Alice podía entenderlo, así que simplemente hizo como los demás y dejó a su novio ese momento, aunque no pudo evitar tener un poco de envidia. Le encantaría correr hacia alguien más, buscar ese orgullo en alguna parte, pero… Tendría que conformarse con eso, con una familia que no era suya y con su tata. Pero alguien llegó por su espalda. — ¡Cuñadita! Quién me iba a decir que esa chica de cuarto de Ravenclaw que conocí en el aula de castigo iba a celebrar conmigo y los O’Donnell que se convierte en señora importante alquimista. Señorita, que yo aquí no he visto anillo alguno… — Dijo Molly pasando por el lado y llevando cosas a la mesa. Alice rio, y los demás estaban bromeando, pero su mente estaba lejos de allí.

    Fue a sentarse en el sofá, frente a la chimenea encendida, mirando el crepitar del fuego, la transmutación más difícil, la que quizá algún día sabría hacer, cuando notó que dos personas se sentaban a su lado. Creía que eran Sean y Hillary, pero enseguida les oyó riendo con las tías y hablando en el comedor, así que miró a sus lados. Eran Darren y el abuelo. — Es que he notado que estabas como tristona, y ya sabes que un Hufflepuff no puede dejar pasar esto. Y en situaciones así recurro a Marcusito, pero como está con sus cosas, te he traído a lo más parecido que hay por esta casa. — Ella se giró hacia Larry y correspondió a su sonrisa. — Gracias, pero estoy bien, solo cansada. — Darren suspiró y le agarró con cariño de la mano. — Ay, cuñadita… Ya no engañas a nadie diciendo eso. No hagas lo de siempre, que tiendes a encerrarte en ti misma, y ya todos los de aquí te conocemos. — Se levantó y dijo. — Os dejo hablar, y cuando vuelvas, quiero que tengas la sonrisa y la actitud de alguien que acaba de cumplir, junto con el amor su vida, uno de sus sueños, ¿vale? — Y con su habitual alegría, se fue.

    El abuelo tomó aire y le agarró la otra mano. — Ahora no puedes mentirme, soy tu maestro. — Alice rio. — ¿En qué parte del papel pone eso? — En el que he escrito yo, señorita, y no responda así a su maestro. — Ambos volvieron a reír. Sí, el efecto del abuelo, siempre hacía todos los momentos más tiernos y relajados. — ¿Estás triste? — Ella negó. — No, no triste… Solo… Bueno… Marcus quería contárselo a Lex, y no pudo estar aquí, por estar conmigo en Nueva York en muchas cosas y… — Suspiró. — Antes de que me lo sugieras, no quiero hablar con mi padre. Es solo que siento que… — Miró hacia la puerta y el comedor. — Tengo muchas suerte de tener una familia como vosotros, claro, y de que me acojáis y me celebréis… Pero no es lo que tengo. Lo conocía, lo tenía. — Se le inundaron los ojos. — Cuando mi madre… Tú sabes… Cuando ella… Ella lo celebraba todo. Si le salían flores a mis plantas, o terminaba un libro o hacía unas cuentas muy difíciles… Mi madre podía oírme hablar durante horas. — Se encogió de hombros y se limpió los ojos. — Pero ya no está y eso es todo. Cuando Dylan salga de Hogwarts… Cuando las heridas ya no estén tan frescas, supongo que tendré alguien a quien contarle con tantísima urgencia las buenas noticias. — Larry la había dejado hablar, pero ni siquiera varió la expresión. Nada de carita de pena o compasión, solo esa breve sonrisa. — Lo tienes. Y no, no estoy hablando de tu padre. — Dylan no atiende tanto a las cartas, es despistado a lo Gallia. — Larry negó. — Puedes contárselo a tu madre, Alice. Ve, todos te esperamos, igual que estamos esperando a Marcus. — Ella se mordió los labios por dentro. — A veces me viene bien, pero ahora no necesito el silencio de una lápida. — Solo de pensarlo se le ponía una losa en el pecho. — No estoy hablando del cementerio. Hay una parte de ella en esta casa. — Larry no había perdido el tono tranquilo, pero Alice se envaró. — No voy a hablar con el cuadro, abuelo. No soy mi padre. — Precisamente porque no eres tu padre, Alice. Tú sabes separar la realidad de lo que es… Y lo que es, es una parte de la esencia de tu madre. Tu entiendes de eso, hija, ahora eres alquimista. — Tomó su mano y dijo. — Está en el cuarto de Erin. Te dejo para que lo pienses, y voy a decirles a los demás que esperamos un momentito para que terminéis lo que tengáis que terminar antes de que bajéis a contarnos todo sobre el examen. — Se levantó y Alice se quedó mirando el fuego. Quizá solo tardó veinte segundos, quizá mucho más, pero en un punto del silencio, se levantó y subió las escaleras.





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