Adaptarse a un lugar nuevo era difícil pero no imposible, sobretodo si ese lugar era un internado en el que pasabas las veiticuatro horas con las mismas personas y haciendo las mismas actividades, rápidamente comenzabas con una rutina en la que poder sentir comodidad y familiaridad. De esta manera poco a poco Candance fue acomodándose a su nueva vida, no terminaba de convencerle Hogwarts pero al menos había empezado a hacer amigas. Obviamente sus compañeras de cuarto primero, luego algunas de su curso y así. Era una chica agradable y siempre trataba de llevarse bien con los demás así que tampoco era una misión muy complicada, bueno excepto con quién le cayó por el mal lado desde el primer día.

Habían pasado todo ese tiempo sin cruzar palabra, miradas afiladas en la mesa y en los pasillos que cada vez iban a menos, ya que como todos los adolescentes ambos tenían mejores cosas que hacer que prestar atención a alguien que no les interesaba, así que fue cuestión de días que dejara de importarle el Prefecto, aunque sus insultos le hubieran molestado enormemente, por más que decidiera ignorarlos como su madre hacía con todas las opiniones que no le gustaban: así se cansan antes. Eso solía decir. Como fuera, estar en la misma casa significaba que quisieras o no en algún momento te cruzabas con la gente, no podías evitar eternamente a otro Ravenclaw o a veces coincidir en un mismo grupo por una conversación o cualquier cosa y sentirte incómodo por las tiranteces y eso no era algo que Candance llevara muy bien, sabía que en algún momento tendría que ponerle remedio. Nadie decía que tuvieran que llevarse o caerse bien pero al menos superar ese momento hostil inicial y no sentirse incómoda, esos eran sus planes.

Esa noche parecía ser la oportuna. Llevaba ya un rato jugando con varios compañeros. En una de las mesas de la Sala Común había puesto uno de los regalos de su madre, consistía en una flor que flotaba en medio de la susodicha y un manojo de cartas así que ocupaba poco. Todo el mundo que iba parecía fascinado y quería participar, así que se había creado algo de expectación. Sin embargo poco a poco se fueron marchando a sus propios quehaceres. La última fue su compañera de cuarto, que se despidió de ella con una palmadita en la espalda. Candance le dedicó una sonrisa y prometió que no tardaría en subir. Por casualidades -o no- observó que Marcus también estaba en la Sala Común y se había quedado sin su propio séquito, así que armándose de fuerza, ganas y paciencia, agarró dos de las alargadas cartas tan similares a las del tarot y se acercó a él.

— Prefecto O'Donnell...— sus labios formaron una leve sonrisa y estiró ambas manos con las palmas hacia arriba, sobre cada una flotaba una carta que giraba sobre si misma haciendo tirabuzones — Las golosinas más deliciosas que existen. Eso es lo que tengo ahí. — señaló con un gesto de cabeza hacia la flor cerrada que seguía flotando en la mesa — ¿Jugamos?

Lo miró atentamente esperando su reacción y no pudo evitar sonreír cuando dio su respuesta, negando con la cabeza. Por algún motivo no le molestaba tanto como las anteriores jugadas, tal vez porque era su primera historia y había sido divertido. Se alzó de hombros y se apoyó con ambos brazos sobre su pierna cruzada.

— Oh, vamos...¿compasión? Si no me soportas. — rodó los ojos, haciendo un gesto con la mano para restar importancia — Si te sirve de algo no toda mi historia es mentira. Simplemente no fue con un chico, fue con una chica. — lo miró fijamente unos segundos, pero no pudo evitar soltar una pequeña risa, negando con la mano y también con la cabeza — No, es broma. Los romances siempre me han parecido una distracción para los estudios. Pero reconozco que tengo una relación muy estrecha con mi grupo de amigas y sí nos prometimos reunirnos de nuevo cuando termine Hogwarts para vivir todas juntas en una casita. — esta vez sonrió con sinceridad, alzándose de hombros — Tener que despedirme de mis amigas de toda la vida fue más duro que imaginarme la despedida de un novio que habría tenido desde hacía solo unos meses, ¿quién puede tener un amorío en tan poco tiempo?

Rodó los ojos, porque ella tenía algunas amigas que eran muy de ese palo, de enamoramientos express con chicos que luego se les pasaba en seguida o relaciones que acababan en tragedias absurdas y todo eso lo único que hacía era robarles tiempo de sacar mejores notas, se centraban demasiado en temas sin importancia. Volvió a colocar la mano sobre las cartas para la siguiente ronda, esta vez por lo visto la suerte volvía a estar de su parte, ¡menos mal! Porque el desempate no le había ido del todo bien. Le miró con una sonrisa pícara, entrecerrando los ojos.

— De acuerdo, O'Donnell, cuéntame tu mejor historia de romance. — le picó, le tentó o simplemente le retó, pero ya que ella había tirado por ahí y él había sido capaz de leerla -eso pensaba al menos- qué menos que ver si ella podía hacer lo mismo, era igualdad de condiciones, no que tuviera curiosidad alguna por saber si él tenía alguna novia secreta o algo así, eso sería una pérdida de tiempo y además no le interesaba.

Casi se atraganta con la perla cuando dijo eso de que era una chica, hasta se llevó la mano a la garganta porque creyó habérsela tragado de verdad. Pero era otra broma. Vaya con las bromas, que bromista nos había salido la francesa...

Aunque con lo siguiente sí estuvo de acuerdo. Coincido con eso. Vale que tengas amigos, pero... Esto es una escuela, aquí se viene a estudiar, no a besuquearse por los pasillos. Se pasaba el día regañándole a los amantes que veía por ahí. Ya podían esconderse por lo menos (que seguía sin parecerle el sitio para eso, pero al menos no distraían al personal)

El juego seguía empeñado en sacarle todas sus miserias, lo que le hizo volver a bufar. Encima la otra se permitía el lujo de elegir categoría. ¡Eeh! ¿Y por qué tiene que ser romántica? Yo no te pedí que contaras tu historia falsa. Negó con la cabeza y se puso a recapitular.

Pueeess a ver... ¿Recuerdas la historia que te conté antes sobre el día que fuimos al pueblo muggle? Pues allí vi a una chica y... Movió la cabeza y los hombros con un pequeño bailecito tímido y una sonrisilla. Me gustó. Tenía el pelo... Raro, y parecía de mi edad. Me llamó la atención. Suspiró. Pero, como te digo, era un pueblo muggle así que... Di por hecho que era una chica muggle y que no la volvería a ver. Pero entonces llegué a Hogwarts y... La vi. Recordó el momento en que vio por primera vez a Poppy el día de la selección y se le puso cara de tonto. Sabía que era ella a pesar de todos los años porque era inconfundible. Al tiempo me enteré de que tiene familia muggle así que... Tenía sentido. Se encogió de hombros. Pero la sortearon a otra casa, que por supuesto no te pienso decir. Aun así... Fui a buscarla y le conté que la había visto hacía años y que desde entonces no había dejado de pensar en ella... Se quedó en silencio. Obviamente nada de eso era cierto, pero... Hubiera sido bonito.

Escuchó aquella historia con atención y curiosidad en los ojos. Sonaba bastante bonito todo, la verdad. Si hubiera creído en el amor de alguna manera le habría encantado poder vivir algo así. Se pasó la lengua por los labios, pensativa. Todo podía haber sido perfectamente creíble de no ser por el final, fue simplemente el final lo que hizo que dudara y se decidiera a tomar el camino del no.

— Qué historia tan bonita. — reconoció, negando con la cabeza — Una mentira. Pero bonita. — observó cómo la flor le daba la razón y sonrió ampliamente con satisfacción, extendiendo la mano para recoger su premio. Sin embargo sujetó la golosina unos segundos frente a su rostro, mirándola pensativa — No pensé que alguien como tú pudiera estar colado por alguien. — apartó los ojos de la gominola para fijarlos en él, con suspicacia — Porque la historia puede haber sido un invento pero la cara que has puesto no se puede fingir, te gusta alguien.

Se echó la gominola a la boca y se la comió, estaba igual de buena que siempre pero esta vez no hubo gemido de placer, solo tenía la vista perdida momentáneamente en algún punto de la Sala Común, pensativa. La parte que le había fallado de toda esa historia es que ella dudaba mucho que cualquier chica de su edad fuera a quedarse fría con una declaración tipo "te vi hace años y  no he dejado de pensar en ti desde entonces", tendría que estar muerta por dentro para quedarse indiferente. Y Marcus no fardaba por ahí de tener novia además de que le había dado la razón anteriormente en lo de los romances, solo tenía que unir los puntos. Volvió a mirarle, colocando la mano sobre las cartas de forma suave.

— ¿Otra más? — estaba un poco fastidiada. A ella nunca se le habían declarado, tal vez porque pensaban que los rechazaría o algo así, qué más daba, pero nadie había jamás dado el paso. Vale, estaba algo más que un poco fastidiada, ¿por qué incluso el Prefecto O'Donnell tenía un romance? Era...irritante. Y aún así le sonrió, aunque esa sonrisa no le llegara a los ojos. Él era un engreído y muy insoportable, si él podía ella también.

Chasqueó la lengua con una sonrisa irónica. Se ve que ninguno de los dos estamos hechos para el amor. Y que no había sido lo suficientemente convincente. O quizás demasiado obvio: si ella había mentido con su historia romántica, no iba a ponerle en bandeja su historia. Menos aún a una persona que consideraba que eso era una pérdida de tiempo y te desviaba de los estudios... Porque a Marcus nada ni nadie le desviaba de estudiar.

Pero lo siguiente le hizo cambiar su expresión radicalmente. Notaba como se ruborizaba por momentos, y odiaba no poder controlar eso. Tsss. Chistó, desviando la mirada. Qué va. Solo me he metido muy bien en mi papel. ¿Tanto se le notaba? Pues Poppy no parecía haberse dado cuenta...

Menos mal que la chica en seguida desvió la atención y puso la mano sobre la carta. Él volvió a su sonrisa de superioridad habitual, aunque por dentro temía que le volviera a tocar. Era increíble la mala suerte que estaba teniendo. Cuando levantaron sus manos, se quedó mirando extrañado. ¿Tres y tres? Eso era un empate. ¿Y ahora qué? ¿Tenía que ofrecerse uno de los dos a contarla? Eso no tenía sentido. Se mojó los labios y dejó escapar un suspiro. Te dije que tu juego estaba roto.

No se creía nada, ¡pero si hasta se había sonrojado! Pero bueno, dejaría estar el tema...de momento. Cuando miró las cartas alzó las cejas, dejando escapar un suspiro.

— No está roto, no seas tan quejica. — aún así sonrió un poco — Tranquilo, ya cuento yo la siguiente historia, no vaya a ser que se te sobrecaliente el cerebro y se te prendan fuego los rizos. — arrugó la nariz hacieno una mueca para fastidiarle, pero solo jugaba. Tal vez porque ya llevaba un rato comiendo golosinas, porque cada vez había menos gente y el ambiente era más relajado, pero bueno ella de todas formas solía intentar controlar sus niveles de hostilidad con facilidad — A ver que piense...

Se llevó una mano a la barbilla, tratando de decidir si contar otra mentira o tal vez darle una verdad. Lo cierto es que una parte de ella tampoco se negaba a darse a conocer, aunque fuera un poco. Si se la pasaban contando mentiras continuamente solo significaba que no querían mostrarse en lo más mínimo y no es que fuera su intención. Aunque él ya había contado algo cierto. Se pasó la lengua por los labios y asintió, acomodándose mejor en su asiento y cambiando la pierna que tenía cruzada.

— Mi profesora y niñera, desde que era una enana, pasaba la mayor parte del tiempo cuidando de mi ya que mi madre solía trabajar mucho. A menudo acababa en su casa pasando los días. Ella y su marido no habían podido tener hijos nunca y a ambos le gustaban los niños así que era muy bien recibida allí, además que era un encanto. — añadió esto último con una sonrisa socarrona, tratando de molestar — El señor era muy amable conmigo y con el tiempo empecé a llamarle papá. Algo un poco raro ya que a ella la llamaba por el nombre puesto que yo ya tenía una madre. Todos por la calle solían mirarnos cuando le agarraba de la mano y le llamaba papá. Papá esto, papá lo otro. Y a él le gustaba, así que no me decía nada. Un día mi madre nos vió y le dio la risa, así que me sentó para tratar de explicarme que ese señor no podía ser mi padre, porque era de piel negra como el chocolate y yo blanca como la nata. — rodó los ojos, frunciendo los labios en una pequeña mueca — No es que yo terminara de entenderlo en ese momento porque era muy pequeña, de todas formas. A día de hoy le sigo llamando papá y nos mandamos cartas y regalos por las fiestas y los cumpleaños, son un matrimonio adorable y al final adoptaron a una pequeñita preciosa.

Sonrió ampliamente, agarrándose la rodilla con los dedos entrecruzados entre ellos, ladeando la cabeza para observarle. No sabía hasta qué punto podría ser una historia difícil de discernir si era verdad o mentira, porque tampoco sabía si él tenía idea sobre su vida, no sabía si tenía conocimiento sobre sus orígenes, que se había criado sin padre o qué. Pero bueno, ese era el riesgo del juego después de todo.

— ¿Verdad o mentira, prefecto O'Donnell? — ella al menos le había contado una historia sincera, la historia de un padre sustituto que llevaba en su corazón y al que realmente echaba de menos, como a tantas otras personas de su hogar natal.

Ja-ja. Respondió irónico a su comentario sobre que se le iban a  quemar los rizos, e instintivamente hizo un gestito con la cabeza para moverlos. Se quedó atento escuchando su historia. Ahora estaba un poco inquieto. La anterior vez acertó... Entre comillas. No pensó que fuera mentira, solo lo dijo por no quedar demasiado mal. Acertó de suerte. No sabía si iba a volver a tener la misma suerte. Y si seguía divagando en eso en lugar de concentrarse en la historia, al final seguro que se le perdían detalles fundamentales de esta.

La historia era... Bastante bonita. Pero también lo era la anterior y resultó ser mentira. Se quedó escuchándola con una sonrisa en el rostro... Bastante relajada. A pesar de que trataba de escudriñarla y analizarle cada palabra, algo tenía al hablar que... Nah. Era una engreída. Se la estaba colando otra vez fijo. Oooh... Que tierna. Dijo con un gestito adorable de sus facciones. Pero no me lo creo. Seguro que es mentira.

Pues no. Era verdad. Se pasó la lengua por los dientes lentamente, con frustración, cuando vio que la flor se ponía negra... Pero tenía las comisuras de los labios ligeramente alzadas. Vaya vaya. Osea que de pequeña eras hasta adorable. Es que me costaba creérmelo. Al menos le había dicho una verdad para variar... Eso estaba  bien. Aunque, ¿la idea no era acertar y que el otro fallara? ¿Comerse las gominolas? ¿Qué le pasaba? Meh, el cansancio estaría empezando a hacerle mella.

Volvió a seguir con la mirada el caramelo mientras la chica lo cogía y se guardó un suspiro frustrado. Eso ha sonado casi casi más dulce que la gominola. Empalagoso, diría yo. La chinchó. Aunque me ha dado la curiosidad por conocer a la pequeña Candy... Arqueó las cejas, sorprendido de su propio reciente descubrimiento. ¡Oh, Candy! Como los caramelos. Ahora lo entiendo... Se rió un poco, mojándose los labios. No más Señorita Cooper, que es muy impersonal. A partir de ahora te llamaré Candy Candy. Ladeó la cabeza y extendió la mano sobre la carta. ¿Seguimos, Candy Candy?

Había sonreído con satisfacción al ganar y con cierta...diversión ante sus palabras, llevándose la golosina a la boca y degustándola sin dejar de miarale a los ojos, casi con cierta maldad, solo que una de esa maldades divertidas, de las que se crean en un juego inocente.

— Nunca he dejado de serlo, solo que no quieres darte cuenta. — aseguró, sonriendo ladina pero su expresión no tardó en comenzar a cambiar de forma rápida cuando comenzó a llamarla de aquella forma. Lo odiaba, lo odiaba muchísimo. Le recordaba tanto a la manera que su madre se refería a ella que lograba darle escalofríos. Se echó hacia delante en el asiento y colocó su mano sobre la carta, pero antes de que pudiera levantarlo también estiró el otro brazo por encima de la mesa y puso su siniestra sobre la mano de Marcus, mirándole a los ojos de manera intensa — No. — dijo cortante, tenía las manos frías, lo sabía porque notaba la del chico caliente bajo la suya — No vuelvas a llamarme así. — se había planteado mucho si clavarle las uñas y amenazarle, era una opción que solía utilizar y la que había tomado de forma instintiva, pero la hostilidad con él no había servido de nada hasta el momento, más bien parecía incentivarle, así que optó por algo diferente — Por favor.

Y dicho esto apartó la mano, que al no haberle amenazado había sido un gesto de lo más raro, la verdad, pero tampoco importaba. Tomó aire profundamente y levantó la mano de su carta, esperando que él hiciera lo propio y forzando una sonrisa.

— Vaya, parece que tu duendecillo de la suerte por fin se ha despertado. — se echó hacia atrás y suspiró, pensando qué historia podía contarle ahora — Bueno, ya te he contado un romance y algo familiar...— miró hacia el techo, como si allí no hubiera pasado nada y siguieran con la partida tan campantes — Cuando llegué a Hogwarts, en mis primeros días vi a un chico. Le vi en el Gran Comedor después de la selección cuando nos íbamos a dormir y luego le volví a ver cuando empezaron las clases. — dejó escapar un pequeño suspiro, mirándole de reojo — Creo que nunca había visto a un chico que con solo mirarle una vez no pudiera quitármelo de la cabeza. Tan cuapo...— se llevó una mano a la mejilla — Con el tiempo me di cuenta de que acabaría por distraerme de mis estudios si seguía dándole vueltas en la cabeza así que decidí que lo mejor era intentar que nos hiciéramos amigos, porque una amistad no puede pasar de ahí y además así podría conocerle mejor. Mi plan: conocer al chico para que aunque parezca guapo solo pueda ser mi amigo y seguir centrándome en los estudios.

Y ahí tenía otra historia que esperaba le diera un quebradero de cabeza para saber si era verdad o no porque como buena adolescente era de lo más viable pero siendo como era también podía habérselo inventado, sobretodo después de la primera historia.

— ¿Qué me dices, verdad o mentira? — volvió a sonreír, expectante por saber quién se llevaría esa ronda. Las cartas no  habían estado de su lado esos dos turnos pero esperaba que al menos sus historias siguieran sin fallare.

Iba a quitar la mano sobre su carta cuando sintió la de la chica. Algo le dio un vuelco dentro... Sobre todo cuando le vio la cara. Parecía que lo iba a matar. Eso le dio bastante miedo. Vaaale vale... Dijo cauteloso, mirándola con precaución, como si tratara de calmar a un escreguto de cola explosiva. Ya me ha quedado claro que no tienes nada de... Caramelito. Con la broma pero no había perdido la cautela en absoluto. A ver si le iba a echar una maldición allí mientras estaba con la guardia baja.

Se quedó mirándola así unos instantes hasta que decidieron apartar la mano. Entonces bajó la vista a la carta y, al ver que le tocaba a ella contar su historia, esbozó una sonrisa chulesca de nuevo y se echó hacia atrás, en silencio, solo arqueando las cejas un par de veces ante el comentario del duendecillo de la suerte.

Tuvo que contenerse mucho para mantener esa expresión de tranquila superioridad que quería mostrar mientras la escuchaba. Resultaba que se había enamoriscado de uno con solo mirarlo. Aham... ¿Y quién sería? Seguramente nadie. Seguramente era mentira.

Aunque el final de la historia... Frunció un poco el ceño, con su sonrisa aún no desdibujada del todo. Como plan es... Un poco retorcido, ¿no crees? Y si algo le parecía esa chica era retorcida. Porque hacerse amigo de quien te gusta para poder gustarle más y tenerle cerca tiene sentido. Pero hacerte amigo de quien te gusta para decirle a tu cerebro que solo sois amigos mientras te sigue gustando y le estás viendo... ¿Eso daba resultado? Lo dudaba.

A pesar de que seguía pensando que le tomaba el pelo, había algo en la historia que le hacía creer que podía ser verdad... Algo que le hacía que quisiera que fuera verdad si... No, no quería que fuera verdad, porque... Se rascó la cabeza. Tenía ya mucho sueño, estaba desvariando.

Es verdad. Soltó sin más, y la flor se volvió roja. Eso le dio otro extraño vuelco por dentro... La excitación por arriesgarte y ganar, tenía que ser. ¡Anda, mira! Soltó triunfal, agarrando su premio. Doña los amoríos me parecen una tontería sufriendo de amor a primera vista. Suspiró y se llevó el caramelo a la boca, cerrando los ojos y disfrutando de ese escalofrío que le producía ese sabor tan delicioso. Los volvió a abrir y alzó un índice. ¿Sabes cómo lo he sabido? Porque es un plan retorcido. Es un plan muuuy retorcido. Se tragó los restos de la gominola y rió un poco. ¿Qué te hace pensar que si sigues viéndole no será más distracción para ti? Los sentimientos ni se eligen ni se controlan, podría ser contraproducente. Podrías enamorarte más.

¿Y qué hacía él dando consejos de amores? No era eso lo que quería saber. ¿Quién es? Preguntó como si fuera una charla de dormitorio entre amigos íntimos, con una sonrisilla burlona y un bailecito de los hombros. Por dentro... Sentía cierta inquietud. ¿Quién sería? ¿Quién había tan guapo en Ravenclaw para que una chica como esa no pudiera sacárselo de la cabeza a primera vista? Como esa porque... Era un poquito... En fin, distante. No era la típica niña enamoradiza, o eso quería mostrar. Argh, le podía la curiosidad. Debió fijarse más en su grupo de amigos...

Le habría fastidiado que ganara la golosina si no fuera porque le molestaron más sus palabras, lo que consiguió que rodara los ojos con una mueca, aunque ni por asomo eran las hostiles de un principio.

— No es amor a primera vista, no seas exagerado. El amor es otra cosa...supongo. — protestó, frunciendo un poco el ceño. ¿Qué iba a saber ella de amor? Pero sin duda eso no lo era, solo le había parecido guapo, ¿acaso no lo había dejado claro? Al parecer no lo suficiente. Hizo una pequeña mueca por sus palabras, tal vez era un poco retorcida no lo iba a negar pero es que había tenido una buena maestra en esos temas. Ante sus observaciones se alzó de hombros — Muy fácil, estoy segura de que si le conozco mejor las cosas saldrán como yo quiero. Ya sea porque su personalidad no encaje con la mía en absoluto en ese aspecto...— comenzó a alzar los dedos a medida que relataba sus opciones — Porque simplemente tenga una personalidad insoportable por mucho que me guste su cara. O porque me entere de que le gusta otra persona. Y te diré algo...— sus labios formaron una sonrisa de satisfacción — Yo no me dedico a perseguir a nadie, así que cualquiera de estas tres es más que suficiente para que pueda seguir tranquila con mi vida y que pase a estar en el grupo de amigos. — muy segura ella, como si eso fuera totalmente controlable, por supuesto, porque con quince años y cero experiencia estaba claro que tenía el control absoluto.

Lo observó con atención, apoyando las manos en los reposabrazos y escuchando su pregunta. Ah, era curioso. Bueno, ella también lo era pero había disimulado mejor. Sonrió, ampliamente además. Tomó aire de forma profunda y tamborileó con los dedos de forma lenta.

— Marcus O'Donnell...— respondió, haciendo una larga -total y absolutamente premeditada- pausa. Puede que le gustara jugar más de lo que quería admitir. Luego se echó hacia delante y puso la mano sobre su carta — Te lo diré el día que tú me digas a mi quién esa inexistente chica de cabello raro. — hizo un gesto hacia las cartas — ¿Desempate? Es tardísimo, la última ronda a ver quién es el ganador.

Esperó a que él aceptara para poder lanzar de nuevo las cartas, sorprendiéndose al ver que por lo visto la última ronda se cerraría con un empate de uno a uno. Bastante oportuno, después de todo allí los dos habían sacado más o menos lo mismo el uno del otro. Una anécdota de la infancia, un interés inexistente y tal vez, solo tal vez, un descenso de hostilidad.

— Como soy la anfitriona y es la última ronda me ofrezco a contar la última historia, ¿te parece bien? — lo miró por un segundo antes de acomodarse. No quería darle más información realmente relevante así que pensó un segundo antes de sonreír — Oh, ya. Cuando iba a empezar mi cuarto curso me estaba preparando previo inicio de clases. Siempre hago un horario en un tablón de mi habitación y preparo las primeras clases para poder responder a todas las preguntas que puedan hacer y además superar con buenas calificaciones los test iniciales que nos suelen hacer en Beauxbatons. — comentó, cerrando los ojos y negando con la cabeza — A mi madre le dio uno de sus arrebatos de ser madre por un día y se puso a hacer limpieza, lanzando un hechizo que ordenaba todo lo de mi habitación por orden alfabético. A mi me irritaba un poco pero lo dejé estar, agradecía la intención. Sin embargo cuando empecé las clases me di cuenta de que los horarios no se correpondían en absoluto con lo que me había preparado, por consiguiente tampoco los test. Mi primer día fue un tremendo desastre, las notas más bajas que he tenido...¡ochos! Fue horrible. Caí en la cuenta de que al lanzar el hechizo también mi horario se había ordenado alfabéticamente pero estaba tan concentrada en estudiar que ni lo pensé. — se llevó la mano al pecho, apretando los labios — Esa noche la pasé en vela y por suerte pude recuperar el día siguiente y el resto de la semana pero fue el peor lunes de mi vida...— hizo un gesto con la mano, como si pretendiera dejar esa terrible historia atrás y sacudió la cabeza, con un escalofrío — En fin, ahí tienes...¿verdad o mentira?

Negó con la cabeza, riendo con suavidad y cierta altanería... Cierta. Porque en el fondo le había hecho cierta gracia real. No se estaba riendo de ella. Muy bien planeado, Señorita Cooper. Seguro que lo consigues. Al fin y al cabo los sentimientos son totalmente controlables. Ironizó.

La estaba mirando fíjamente, devolviendo la mirada que ella le echaba. Otra en su lugar ante la pregunta de quién es se habría ruborizado, mirado a otro lado y/o contestado apresuradamente. Él mismo es probable que hubiera hecho eso. Ella no. Esa chica se quedó en silencio y mirándole, y eso... Era... Curioso. Sí, curioso podría ser un término adecuado para describirlo.

Y entonces dijo su nombre. El de él. Marcus O'Donnell. Con nombre y apellido. Debió notársele en la cara que se le había cortado la respiración, y sobre su expresión segura de sí mismo se cernía la sombra de otra muy distinta que ni él mismo sabría definir... Pero entonces, después de una pausa que se le hizo más eterna que el tiempo que tardó el Sombrero Seleccionador en decirle que estaba en Ravenclaw, siguió hablando.

Tragó saliva e hizo un esfuerzo por recomponer el rostro a como lo tenía antes, sin que se le notara que se había ruborizado y puesto un poquito nervioso. Solo un poquito. Qué mal se explicaba esa tal Candance, ¿por qué había dicho su nombre así? ¿De qué iba? Le pregunta "quién es" y no tiene otra cosa que hacer que decir su nombre así. Tss. Qué pocas luces... Pero vaya, no se lo había creído. Estaba claro que solo le estaba referenciando para seguir hablando. Clarísimo, clarísimo...

Sigue soñando con eso. Respondió con los ojos entrecerrados y una sonrisa falsa. Y ya te dije que esa historia era mentira. Precisamente la parte de "la chica con el pelo raro" no era mentira, pero no lo iba a reconocer.

Por supuesto. Arqueó las cejas. Que gane el mejor. Osea yo. Estiró la mano, pero... Empate a uno. Tu juego está rotooo. Canturreó, pero se echó hacia atrás en el asiento con parsimonia, suspirando, expectante por oír su última historia.

Y esa historia era... ¡De terror! Para alguien como Marcus, desde luego. Hasta le recorrió un escalofrío. Oh, por las barbas de Merlín. ¿Cómo lo soportaste? A mí me hubiera dado algo. Y con esa frase la flor debió entender que daba por hecho que era verdad... Y se puso negra. ¡¡Eh no había contestado!! Pero sí, porque se la había creído de todas todas. Por mucho que se enfurruñase, el daño estaba hecho. Se llevó una mano al pecho. ¿Qué necesidad tenías de contarme una historia así siendo falsa, a estas horas de la noche? ¿Es que quieres que tenga pesadillas? Soltó aire por la boca y, tras esto, volvió a echar aire, pero esta vez con un suspiro resignado. Pues nada, has ganado tú... Claro que si el juego fuera mío... Añadió con una ceja arqueada. Seguía pensando que había hecho trampas de alguna manera. Pero bueno... Al menos se lo había puesto difícil.

Le encantó ver su cara de susto...todas sus caras de susto. No podía negar la satisfacción que sentía al hacerle sufrir, aunque fuera un poco. Tal vez porque así se desquitaba por sufrir ella. ¿De qué sufría? ¡Eso no importa! Era un prepotente y punto, eso haría sufrir a cualquiera.

— Bueno, realmente mi madre me lió por completo el horario, pero parece mentira que pienses que no me daría cuenta. Me había aprendido el horario mientras lo preparaba. — soltó una pequeña risa y negó con la cabeza. Agarró la gominola y se puso en pie, acercándose a él. Apoyó la mano libre sobre el reposabrazos del asiento, se inclinó hasta quedar a la altura de su cara y con una sonrisa de superioridad le pasó la gominola por delante de los ojos antes de llevársela a la boca, aunque paró un segundo antes de que tocara sus labios — Si el juego fuera tuyo...— susurró, porque estaban cerca no tenía por qué estar pegando gritos, qué vulgaridad —...habrías perdido igual. — y se metió la golosina en la boca chupándose el dedo y dejando escapar un suspiro para recordar lo buena que estaba, en su cara, para restregarle la victoria bien de cerca. Le guiñó un ojo y se apartó del asiento.

Era tarde, había ganado y se sentía totalmente satisfecha, así que sin más se dispuso a marcharse, porque había hecho todo lo que quería hacer allí. No le habría importado llevarse un poquito más de información pero tampoco es como que se fuera con las manos vacías, por mucho que él negara de la existencia de algo que para ella era evidente. Sacó su varita y a una floritura la flor y las cartas se recogieron en una cajita que había al lado de la mesa, la cual luego fue a parar a sus manos.

— Buenas noches, Prefecto O'Donnell. Tal vez un día te sientas valiente para la revancha. — le dedicó una última sonrisa, ya fuera agradable, de superioridad o difícil de catalogar, ella daba por concluída la noche. Y qué noche tan peculiar.

Es verdad, en qué estaría yo pensando. Contestó a eso de que se había aprendido el horario con una risita y poniendo los ojos en blanco. Y entonces vio como se acercaba, como se apoyaba en el brazo de su sillón y le pasaba la golosina por los ojos. Volvió a fruncir los labios en una sonrisa de superioridad, sin dejar de mirarla. Sentía una ligera inquietud por dentro, por la cercanía, por la pedantería de la chica restregándole su victoria, por... Por eso, nada más. Pero no movió ni un músculo. Puede que tuviera la respiración ligeramente acelerada, que ese suspirito mientras se comía la gominola le estuviera provocando a... Querer seguir jugando para alzarse con la victoria. Pero prefería retirarse con dignidad en lugar de mendigar. A veces se ganaba y a veces se perdía, ¿no?

No dijo nada a su comentario sobre si el juego fuera de él, solo le entrecerró un poco más los ojos y subió ligeramente la comisura de sus labios, con estos cerrados en una sonrisa altiva. Y se los mojó un poco cuando esta se apartó. Tanto darle envidia con la gominola...

Siguió mirándola con ojos analíticos mientras recogía el juego y se disponía a marcharse. Él mantuvo su posición y su expresión. Tenía la sensación de que quería añadir algo más pero... No era necesario. Quedaba mucho mejor manteniéndose en silencio a sus provocaciones. Solo habló para despedirse. Buenas noches, Señorita Cooper. Dejó escapar una sutil carcajada con los labios cerrados y se reclinó de nuevo en el sillón. Cuando quieras. Yo siempre estoy preparado. Estaré encantado de saber más de ti. Arqueó una ceja, le dedicó una sonrisa de vuelta y la vio marcharse. Y ahí se quedó. Con esa expresión digna sin desdibujarse lo más mínimo, aunque ya no había nadie para verla. Se quedó ahí unos segundos, con las manos entrelazadas delante del vientre y la espalda en el sillón. Inconscientemente se llevó los dedos a los labios, pensativo... Sí que estaban buenas las golosinas...