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Lun Nov 14, 2022 12:51 am por Juno
Recuerdo del primer mensaje :
Who can presume to know the heart of a dragon?
INSPIRED
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House of the Dragon
Cuando la Princesa Rhaenyra puso sobre la mesa una alianza matrimonial entre su hijo mayor, Jacaerys, y la princesa Helaena, lo primero que obtuvo de la Reina Alicent fue una negación rotunda. Pero después de los ruegos del Rey Viserys y, sobre todo, de una larga plática con su padre, Otto Hightower, la Reina Alicent acabó por dar su consentimiento para sorpresa de la Corte y alegría de su esposo.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
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Lucerys Velaryon
Príncipe — Jinete de Arrax — Timothée Chalamet — Minerva
Aemond Targaryen
Príncipe — Jinete de Vhagar — Ewan Mitchell — Juno
∞
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Última edición por Juno el Miér Mayo 03, 2023 6:03 am, editado 4 veces
Juno
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Juno

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Dom Abr 02, 2023 6:42 am por Minerva
II. Larga vida al Rey
Desembarco del Rey
Medianoche
Lucerys
Dejar de tener el filo de la espada de su tío contra la garganta era una mejora, pero no estaba seguro que humillarse así frente a él fuera suficiente. Aemond debía tener en mente mil humillaciones más para él. Lo peor de todo era que tenía que sentirse afortunado mientras conservara su ojo.
¿Era mejor estar bajo el dominio de su tío o quedar a la merced de los Hightower?
Lo peor era que Aemond tenía razón. No le iban a dar importancia al derecho de su madre, iban a tratar de retener el trono por la fuerza. Lo peor de todo era que, en efecto, él era un rehén para evitar que su madre atacara Desembarco del rey. Con suerte eso lo mantenía con vida.
Odiaba que dijeran que era el favorito de su madre. De niño lo odiaba más, porque creía que era mentira. Ahora lo odiaba, aunque sabía que era verdad. No sabía qué era peor.
—Halaena está en Rocadragón. No crees que tu madre lo olvide fácilmente, ¿verdad?
Suponía que era su única garantía para que no atacaran Rocadragón. Halaena y algún sentido de conservación que les dijera que era mejor evitar atacar a Daemon y Caraxes.
Pero al menos sabía que a Aemond sí le importaba su hermana. Tal vez era la única persona que le importaba en el mundo. Amar a su hermana y odiarlo a él. El resto estaba por debajo de él, y su familia... Lucerys no sabía qué pensaba realmente Aemond sobre el resto de su familia, pero parecía que pensaba alinearse con ellos, No le extrañaba.
—Entonces, ¿cómo será esto? ¿Tu abuelo, tu madre y tú se van a turnar en torturarme?
Era tonto de su parte tratar de mantener algún tipo de control. No lo tenía. Estaba a su merced.
∞
Minerva
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Sáb Abr 08, 2023 11:17 pm por Juno
II. Larga vida al Rey
Desembarco del Rey
Medianoche
Aemond
Lucerys no tenía idea la suerte que tenía de que él hubiera envainado la espada, Aemond no estaba seguro de qué hubiera hecho si la tuviera a mano luego de que éste hiciera el comentario sobre su hermana. No era un secreto para nadie que Aemond amaba a su hermana. Helaena era la única persona que lo había tratado bien, que le había comprendido y escuchado cuando nadie más lo había hecho. La sola idea de que estuviera en Rocadragón, en compañía de Jacaerys, lo enfermaba.
Lo peor de todo, era que mencionarla lo alteraba enseguida y Lucerys lo sabía. Aemond ni siquiera pudo contenerse cuando lo abofeteó, para luego tomarlo del rostro con brusquedad. Quería que lo viera a los ojos, quería saber que estaba aterrorizado, tal y como se lo merecía.
—No quiero que vuelvas a mencionarla si no quieres que además de sacarte el ojo te deje sin lengua. Le estaría haciendo un favor a esta familia que está llena de gente bocona y entrometida… —exclamó, incapaz de contenerse. Sin embargo, en el fondo, Aemond era consciente que el enfado que sentía no tenía nada que ver con Lucerys. Le dijo miles de veces a su madre que era mala idea aceptar ese estúpido matrimonio, pero su abuelo tan sólo dijo que estaba haciendo un berrinche infantil.
La mención a su madre y abuelo lo hicieron recordar las circunstancias en las que estaba. Aemond soltó a Lucerys con más tranquilidad de la que tenía en realidad. En realidad, no tenía intención alguna de devolver a su sobrino al calabozo para dejarlo a merced de su abuelo. Él sí que iría devolviendo trozos de Lucerys hasta que consiguiera la rendición de Rhaenyra. Su hermana era demasiado noble para sacrificar a Helaena, quizás Daemon sería capaz, pero Aemond tenía la certeza de que ella estaba más a salvo de lo que parecía.
—¿Tanta prisa tienes para que te regrese al calabozo? Dímelo y con gusto cumplo tus deseos. Te traje aquí para que veas que tengo buena voluntad, no hagas que me arrepienta —Aemond tenía planes para Lucerys pero no pensaba compartírselos a él. Pero tampoco a su madre, estaba preparándose para el momento en que ésta descubriera lo que había hecho.
Lo peor de todo, era que mencionarla lo alteraba enseguida y Lucerys lo sabía. Aemond ni siquiera pudo contenerse cuando lo abofeteó, para luego tomarlo del rostro con brusquedad. Quería que lo viera a los ojos, quería saber que estaba aterrorizado, tal y como se lo merecía.
—No quiero que vuelvas a mencionarla si no quieres que además de sacarte el ojo te deje sin lengua. Le estaría haciendo un favor a esta familia que está llena de gente bocona y entrometida… —exclamó, incapaz de contenerse. Sin embargo, en el fondo, Aemond era consciente que el enfado que sentía no tenía nada que ver con Lucerys. Le dijo miles de veces a su madre que era mala idea aceptar ese estúpido matrimonio, pero su abuelo tan sólo dijo que estaba haciendo un berrinche infantil.
La mención a su madre y abuelo lo hicieron recordar las circunstancias en las que estaba. Aemond soltó a Lucerys con más tranquilidad de la que tenía en realidad. En realidad, no tenía intención alguna de devolver a su sobrino al calabozo para dejarlo a merced de su abuelo. Él sí que iría devolviendo trozos de Lucerys hasta que consiguiera la rendición de Rhaenyra. Su hermana era demasiado noble para sacrificar a Helaena, quizás Daemon sería capaz, pero Aemond tenía la certeza de que ella estaba más a salvo de lo que parecía.
—¿Tanta prisa tienes para que te regrese al calabozo? Dímelo y con gusto cumplo tus deseos. Te traje aquí para que veas que tengo buena voluntad, no hagas que me arrepienta —Aemond tenía planes para Lucerys pero no pensaba compartírselos a él. Pero tampoco a su madre, estaba preparándose para el momento en que ésta descubriera lo que había hecho.
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Juno
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Jue Abr 13, 2023 6:55 am por Minerva
II. Larga vida al Rey
Desembarco del Rey
Medianoche
Lucerys
Lucerys sabía que mencionar a Halaena era un arma de doble filo, pero había funcionado. Lo había alterado pero también había cambiado su actitud. Pero no era algo que pudiera usar con frecuencia. Sabía que la advertencia de Aemond era sincera. El dolor en su mejilla así lo atestiguaba.
Estaba seguro que con lo blanca que era su piel, su mejilla debía verse ahora enrojecida, podía sentirla ligeramente caliente. Seguro que su tío podía ver perfectamente escrito en su piel el golpe que le había dado.
No podía decir que nada de esto le extrañara. Siempre supo que por morir su abuelo se desataría una guerra. Pero le fastidiaba. Aunque no había bajado realmente la guardia nunca, en el momento de la verdad había caído presa con facilidad. Las últimas semanas su trato con Aemond no había sido cordial o cercano, pero había tenía que admitir que había sido la interacción que más había disfrutado en el palacio. Aemond no era hipócrita nunca, siempre tenía escrito en el rostro lo que quería hacerle, y también era muy verbal sobre lo que le molestaba su presencia. Era mucho mejor que soportar las amenazas veladas de Otto o la falsa cordialidad de Alicent.
Incluso ahora prefería la compañía de Aemond, aunque temía. Lo que lo había contenido antes ahora quizá no existía.
Lo único que tenía a su favor era la certeza que la única otra persona que lo alteraba tanto como Halaena era él mismo. Lucerys.
—No tengo el menor interés en pasar tiempo con tu abuelo o tu madre —replicó con sinceridad.
Realmente les temía más. Aemond podía decir muchas cosas pero Lucerys tenía muy dentro de sí la esperanza de que en el fondo, no lo quería muerto. De alguna forma lo necesitaba vivo para seguirse metiendo con él. Así que tal vez lo mutilaría, pero no lo mataría. No estaba tan seguro con Otto y con Alicent. Podrían querer utilizarlo como escudo para que su madre no atacara Desembarco del rey, pero al mismo tiempo tenerlo ahí implicaba un riesgo de que quisieran venir a recuperarlo. Podía imaginarse a Daemon y Carexes quemando la ciudad hasta sus cimientos para buscarlo de ser necesario. Tal vez preferiría evitarse eso y tener el golpe de efecto de lastimar a su madre con su muerte.
No podía presumir de entender la cabeza de los Hightower.
Elevó los ojos hacia Aemond. La posición de rodillas le daba un aspecto vulnerable, y el golpe en su mejilla debía aumentarlo. Era patético, pero era todo lo que tenía.
—¿Qué quieres de mí tío, para quedarme aquí en lugar de devolverme al calabozo?
No estaba seguro de si quería saber la respuesta, pero sospechaba que Aemond no tenía ninguna intención de devolverlo y perder el poder que tenía sobre él teniéndolo en el poco espacio de aquel enorme palacio que podía controlar.
∞
Minerva
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Lun Abr 24, 2023 5:42 am por Juno
II. Larga vida al Rey
Desembarco del Rey
Medianoche
Aemond
Aemond no pudo evitar soltar una carcajada cuando escuchó a Lucerys decir, seguramente con total sinceridad, que no tenía el más mínimo interés por pasar tiempo con su madre o su abuelo. La verdad sea dicho, Aemond no creía que le estuviera mintiendo o tratando de ganarse su favor, de seguro que lo decía tal cual lo sentía. No era un secreto para nadie que sus madres se odiaban y Alicent haría cualquier cosa para probar que tenía más poder sobre Rhaenyra.
Además, sí era verdad que Rhaenyra era demasiado noble. Ella sería incapaz de ponerle una mano encima a Helaena, sobre todo considerando que fue la impulsora del matrimonio con Jacaerys. Su hermana, su amada hermana, estaba a salvo de momento.
—Haces muy bien, la verdad es que en este momento lo que menos te conviene es que mi querido abuelo sepa en dónde estás. Por suerte esta fortaleza es muy grande y creo que, entre lo entretenido que debe estar conspirando, le tomará un tiempo darse cuenta de tu ausencia.
Aemond no sabía si los planes de Otto Hightower eran acabar con Lucerys directamente, sin miramientos. Quizás su madre tendría un poco más de escrúpulos, pero si dejaban a Ser Criston como el brazo ejecutor, su madre podría hacer la vista gorda sin muchos remordimientos.
Sin embargo, cuando Lucerys le hizo esa pregunta tan directa, Aemond le devolvió una mueca incómoda. La verdad era que, en este momento, no tenía un plan concreto para él. Si lo había rescatado del calabozo y traído a sus aposentos, era simplemente porque no quería que nadie le pusiera una mano encima. Si alguien iba a ser verdugo de Lucerys, de cualquier forma, tenía que ser él, no permitiría que nadie se robara su venganza.
—¿Tienes prisa, Luke…? —dijo con una sonrisa maliciosa, utilizando ese mote que tanto Rhaenyra como Jacaerys usaban para él. Aemond mismo, en una época, antes de que el estúpido de su sobrino lo marcara para siempre, lo había llamado así. Hacía tanto tiempo atrás que parecía el sueño borroso de otra persona—. No te desesperes, ahora eres mi prisionero y tenemos todo el tiempo del mundo. Tal vez incluso puedo tener piedad de ti y devolverte entero con tu madre. O casi entero. ¿No dicen que es bueno mostrarse piadoso con los desfavorecidos? Es una buena característica para un Rey, se lo sugeriré a Aegon.
Aemond, de momento, se contentaba con verlo aterrado. Porque Lucerys estaba muerto de miedo, aunque estuviera haciendo un gran esfuerzo, no estaba dando resultado. Desde aquí lo veía temblar, aunque estuviera arrodillado. Era glorioso.
Además, sí era verdad que Rhaenyra era demasiado noble. Ella sería incapaz de ponerle una mano encima a Helaena, sobre todo considerando que fue la impulsora del matrimonio con Jacaerys. Su hermana, su amada hermana, estaba a salvo de momento.
—Haces muy bien, la verdad es que en este momento lo que menos te conviene es que mi querido abuelo sepa en dónde estás. Por suerte esta fortaleza es muy grande y creo que, entre lo entretenido que debe estar conspirando, le tomará un tiempo darse cuenta de tu ausencia.
Aemond no sabía si los planes de Otto Hightower eran acabar con Lucerys directamente, sin miramientos. Quizás su madre tendría un poco más de escrúpulos, pero si dejaban a Ser Criston como el brazo ejecutor, su madre podría hacer la vista gorda sin muchos remordimientos.
Sin embargo, cuando Lucerys le hizo esa pregunta tan directa, Aemond le devolvió una mueca incómoda. La verdad era que, en este momento, no tenía un plan concreto para él. Si lo había rescatado del calabozo y traído a sus aposentos, era simplemente porque no quería que nadie le pusiera una mano encima. Si alguien iba a ser verdugo de Lucerys, de cualquier forma, tenía que ser él, no permitiría que nadie se robara su venganza.
—¿Tienes prisa, Luke…? —dijo con una sonrisa maliciosa, utilizando ese mote que tanto Rhaenyra como Jacaerys usaban para él. Aemond mismo, en una época, antes de que el estúpido de su sobrino lo marcara para siempre, lo había llamado así. Hacía tanto tiempo atrás que parecía el sueño borroso de otra persona—. No te desesperes, ahora eres mi prisionero y tenemos todo el tiempo del mundo. Tal vez incluso puedo tener piedad de ti y devolverte entero con tu madre. O casi entero. ¿No dicen que es bueno mostrarse piadoso con los desfavorecidos? Es una buena característica para un Rey, se lo sugeriré a Aegon.
Aemond, de momento, se contentaba con verlo aterrado. Porque Lucerys estaba muerto de miedo, aunque estuviera haciendo un gran esfuerzo, no estaba dando resultado. Desde aquí lo veía temblar, aunque estuviera arrodillado. Era glorioso.
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Juno
Juno

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Jue Abr 27, 2023 5:48 am por Minerva
II. Larga vida al Rey
Desembarco del Rey
Medianoche
Lucerys
Lucerys se desinfló un poco. La verdad, Aemond tenía razón. No podía hacer nada. Absolutamente nada. La muerte de su abuelo era el peor escenario posible y ya estaba ahí. Su madre y Daemon tomarían en cuenta su presencia en Desembarco del rey, para bien o para mal, y Lucerys estaba a la merced de los verdes.
Quizá, dentro de todos, Aemond era la mejor opción. Su tío lo odiaba, pero en cierta forma sentía que necesitaba su presencia para mantener vivos sus delirios de venganza. Así que quizá sería el más renuente a matarlo. Incluso siendo fríamente sinceros, si lo mutilaba tenía al menos más derecho que el resto.
Lucerys cerró los ojos al notar el curso de sus pensamientos. Iba a perder la cordura si no se controlaba. Inspiró profundo y asintió.
—De acuerdo, tío. Tienes razón. No tengo prisa. Lo haremos a tu modo —dijo en voz baja.
Al menos la habitación de Aemond no olía feo ni tenía que escuchar ahí los lamentos de los otros prisioneros. Tal vez tardaría más tiempo en caer en manos de Otto Hightower o de la propia Alicent. En cuanto a Aegon, no sabía si tenía algo concreto contra él. Después de un tiempo en la fortaleza tenía la impresión de que lo que menos le interesaba a su otro tío era el trono. Si de verdad llegaba a ser rey sería un desastre.
Miró a Aemond. Sabía que tenerlo en esta posición vulnerable lo satisfacía. Todo el cuadro de él atado, la cara roja, y su resignación a su suerte debía ser el momento brillante de su día. O de su semana. O más.
—Estoy en tus manos, no queda más que aceptarlo —dijo, encogiéndose de hombros.
No era tan fuerte como para huir solo. No tenía un dragón... No tenía ninguna opción. Solo le quedaba intentar ser lo suficientemente listo para sobrevivir.
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Minerva
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Miér Mayo 03, 2023 6:02 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Hasta ahora, había conseguido desviar la atención de los calabozos y la presunta celda en donde estaba Lucerys, alimentando las obsesiones de su madre de ver enemigos en todos lados. Además, también se había metido con Aegon lo suficiente para que su hermano hiciera una pataleta porque, después de todo, no se sentía capacitado de reinar. No era que Aegon no quisiera la corona, por supuesto que cualquier atesoraba el Trono de Hierro, sino que su hermano sabía bien que eso tan sólo ponía precio a su cabeza.
Su abuelo ya se había encargado de asesinar o encerrar a cualquiera que pareciera tener lealtad hacia Rhaenyra, a quienes ya llamaban la Falsa Reina. Aemond estaba seguro que los fieles a Rhaenyra y su reclamo al trono también tenían un sinfín de motes para Aegon. Él no iba a ser quien los callaría, era divertido ver cómo se metían con su hermano y éste se ponía pálido al pensar que lo iban a coronar. Al menos, que su madre mantuviera a Ser Criston Cole como guardaespaldas de Aegon, le había dado bastante margen de acción.
O eso había creído.
Lucerys llevaba más de un día guarecido en sus aposentos, así que Aemond se confió demasiado. Cuando iba de regreso a sus aposentos, el sonido al final del pasillo le advirtió que algo no estaba bien. Aemond reconocía los murmullos, el sutil golpe del metal, como de quien quiere hacer el menor ruido posible.
Entró a sus aposentos con la espada desenvainada, para encontrarse con tres soldados que estaban tironeando a Lucerys, a quienes le habían puesto una mordaza en la boca, impidiéndole gritar. Dos de ellos estaban armados, y estaba seguro que su sobrino había puesto resistencia, porque había rastros de sangre en el piso y tenía la camisa hecha tirones. Los soldados estaban tan estupefactos con su presencia, que Aemond pudo desarmar a uno sin ningún problema, golpeándolo hasta dejarlo en el suelo.
—¿Pero qué demonios creen que están haciendo? Nadie tiene permiso de entrar a mis aposentos… —siseó con rabia, apuntando con la espalda al segundo soldado, que seguía temblando pero mantenía su arma en alto—. Es mi prisionero, suéltenlo, si quieren que tenga piedad con ustedes.
—Mi señor, pero… son órdenes de la Mano del… —Aemond no quería más explicaciones y avanzó hacia el frente, desarmando al segundo soldado con un ágil movimiento. El sonido del puñal cayendo al piso fue lo que más resonó en la habitación. Sabía que él no estaba en peligro real, ninguno de los soldados le haría daño si venían de parte de su abuelo.
—No voy a repetirlo —le dijo al soldado que todavía estaba sosteniendo a Lucerys—. Suéltalo.
Su abuelo ya se había encargado de asesinar o encerrar a cualquiera que pareciera tener lealtad hacia Rhaenyra, a quienes ya llamaban la Falsa Reina. Aemond estaba seguro que los fieles a Rhaenyra y su reclamo al trono también tenían un sinfín de motes para Aegon. Él no iba a ser quien los callaría, era divertido ver cómo se metían con su hermano y éste se ponía pálido al pensar que lo iban a coronar. Al menos, que su madre mantuviera a Ser Criston Cole como guardaespaldas de Aegon, le había dado bastante margen de acción.
O eso había creído.
Lucerys llevaba más de un día guarecido en sus aposentos, así que Aemond se confió demasiado. Cuando iba de regreso a sus aposentos, el sonido al final del pasillo le advirtió que algo no estaba bien. Aemond reconocía los murmullos, el sutil golpe del metal, como de quien quiere hacer el menor ruido posible.
Entró a sus aposentos con la espada desenvainada, para encontrarse con tres soldados que estaban tironeando a Lucerys, a quienes le habían puesto una mordaza en la boca, impidiéndole gritar. Dos de ellos estaban armados, y estaba seguro que su sobrino había puesto resistencia, porque había rastros de sangre en el piso y tenía la camisa hecha tirones. Los soldados estaban tan estupefactos con su presencia, que Aemond pudo desarmar a uno sin ningún problema, golpeándolo hasta dejarlo en el suelo.
—¿Pero qué demonios creen que están haciendo? Nadie tiene permiso de entrar a mis aposentos… —siseó con rabia, apuntando con la espalda al segundo soldado, que seguía temblando pero mantenía su arma en alto—. Es mi prisionero, suéltenlo, si quieren que tenga piedad con ustedes.
—Mi señor, pero… son órdenes de la Mano del… —Aemond no quería más explicaciones y avanzó hacia el frente, desarmando al segundo soldado con un ágil movimiento. El sonido del puñal cayendo al piso fue lo que más resonó en la habitación. Sabía que él no estaba en peligro real, ninguno de los soldados le haría daño si venían de parte de su abuelo.
—No voy a repetirlo —le dijo al soldado que todavía estaba sosteniendo a Lucerys—. Suéltalo.
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Juno
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Sáb Mayo 06, 2023 5:48 am por Minerva
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Lucerys
Desde que Aemond lo había traído a su habitación, Lucerys se había encontrado dividido entre la ansiedad de que su tío le hiciera algo y la sensación de seguridad que le daba no estar en el calabozo, a merced de los Hightower. Sin embargo, su tío no había mostrado interés en hacerle ningún daño físico hasta ahora. Parecía disfrutar lo suficiente tenerlo ahí a su merced como para pasar a algo más.
Finalmente el cansancio de estar alerta todo el rato lo venció. Cuando su tío salió esa noche sucumbió a la necesidad de dormir, creyendo que por un momento podía bajar la guardia. No sabía a qué había salido a Aemond ni cuando regresaría. Se dejó llevar por el sueño sin imaginar que iba a ser despertado bruscamente por un par de soldados. Uno lo amordazaba cuando despertó, por lo que su grito quedó ahogado contra la tela sucia que le habían metido en la boca. Sintió que se ahogaba.
Intentó luchar para soltarse, pero era inútil. Le rompieron la camisa intentando contenerla. No se iban a contener para retenerlo, al punto que sintió algo filoso clavarse en su abdomen cuando se retorció más de la cuenta. Lo invadió el terror. Lo iban a llevar con Otto Hightower. Este sería su fin.
Nunca se había sentido tan aliviado de la presencia de Aemond que cuando este se precipitó en la habitación y enfrentó a sus captores.
Cuando los dos soldados se vieron desarmados y amenazados por la espada de Aemond, Lucerys intentó forcejear de nuevo, aunque la herida en su costado le dolía. No supo si el hombre había obedecido a la indicación de su tío, pero logró zafarse y no iba a esperar a ver qué sucedía. Se precipitó hacia Aemond y se refugió detrás de él.
No era tan pequeño como antes, pero todavía Aemond era más alto y fuerte que él. Lo supo a ciencia cierta cuando se aferró a sus hombros y se pegó a su espalda, temblando como una hoja, sin poder contenerse. El pánico seguía dentro de su cuerpo, a pesar de que de repente tenía la certeza de que Aemond no dejaría que lo tocaran más.
Aemond no permitiría que nadie más le hiciera daño.
—La mano del rey no está esperando —insistió uno de los guardas.
Lucerys se aferró con más fuerza a Aemond. Podían mandar más hombres hasta obligarlo a entregarlo. Escondió la cara en la espalda de Aemond.
—No, por favor —musitó, antes de morderse la lengua.
No debía ser tan patético. Estaba cansado, con hambre y herido. No era capaz de poner resistencia realmente por sí mismo.
∞
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Lun Mayo 08, 2023 5:31 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Lucerys no había dejado de forcejear desde que Aemond se quitó de encima a uno de los soldados. A pesar de que su posición como hermano del nuevo Rey lo protegía, Aemond no se engañaba, sabía bien que habría estado en problemas si su abuelo hubiera enviado más hombres para apresar a Lucerys. Habría sido mucho más difícil con cinco o más hombres. Por suerte, Otto Hightower había optado por la discreción y eso le daba la ventaja a Aemond.
Aemond quiso volver a decirle a los soldados que se marcharan, pero se quedó estático cuando Lucerys se zafó de su atacante. No tuvo tiempo de aliviarse porque así podía atacar al soldado libremente, porque Lucerys corrió a refugiarse detrás de él. Aemond parpadeó varias veces, sintiendo cómo su sobrino estaba temblando contra su espalda.
Lucerys estaba llorando. Aemond no podía mirarlo a la cara, pero sabía que estaba llorando, lo notaba en el timbre de voz mientras lo escuchaba decir, suplicar, que no quería irse. Frunció el ceño, pues quiso decirle que dejara de ser tan patético, que no iba a pasarle nada, pero prefirió usar esa energía en los soldados.
—Quiero que le manden este mensaje a la Mano del Rey. Lucerys Velaryon es mi prisionero —dijo con voz firme, mientras seguía empuñando la espada—. Si lo quiere, va a tener que venir él mismo a buscarlo. Nada de mandar soldados a escondidas.
—Pero señor…
—Ya les dije que no me gusta repetir las cosas, así que… —Aemond señaló la puerta con la punta de la espada. Le pareció una eternidad, pero los soldados finalmente salieron, con la misma discreción con la que seguramente entraron en sus aposentos. Aemond chasqueó la lengua y caminó con paso firme hacia la puerta para trancarla por dentro. Sólo entonces volvió a fijarse en Lucerys. Todavía estaba temblando y tenía los ojos llorosos. Ambos se miraron a los ojos, hasta que Aemond decidió que debía enfundar su espada de nuevo, pues había pasado el peligro—. Deja de lloriquear y acércate, dime dónde estás herido.
Aemond le hizo un gesto brusco, para pedirle que se acercara. Esperaba que Lucerys recuperara la cordura pronto, ya bastante tenía con curarlo como para además darle contención. Necesitaba que dejara de llorar, sobre todo porque Aemond sabía bien que la imagen de Lucerys, completamente a merced de unos soldados dispuestos a matarlo, lo atormentaría las noches siguientes. ¿Cómo había sido tan estúpido de haberlo dejado solo?
Aemond quiso volver a decirle a los soldados que se marcharan, pero se quedó estático cuando Lucerys se zafó de su atacante. No tuvo tiempo de aliviarse porque así podía atacar al soldado libremente, porque Lucerys corrió a refugiarse detrás de él. Aemond parpadeó varias veces, sintiendo cómo su sobrino estaba temblando contra su espalda.
Lucerys estaba llorando. Aemond no podía mirarlo a la cara, pero sabía que estaba llorando, lo notaba en el timbre de voz mientras lo escuchaba decir, suplicar, que no quería irse. Frunció el ceño, pues quiso decirle que dejara de ser tan patético, que no iba a pasarle nada, pero prefirió usar esa energía en los soldados.
—Quiero que le manden este mensaje a la Mano del Rey. Lucerys Velaryon es mi prisionero —dijo con voz firme, mientras seguía empuñando la espada—. Si lo quiere, va a tener que venir él mismo a buscarlo. Nada de mandar soldados a escondidas.
—Pero señor…
—Ya les dije que no me gusta repetir las cosas, así que… —Aemond señaló la puerta con la punta de la espada. Le pareció una eternidad, pero los soldados finalmente salieron, con la misma discreción con la que seguramente entraron en sus aposentos. Aemond chasqueó la lengua y caminó con paso firme hacia la puerta para trancarla por dentro. Sólo entonces volvió a fijarse en Lucerys. Todavía estaba temblando y tenía los ojos llorosos. Ambos se miraron a los ojos, hasta que Aemond decidió que debía enfundar su espada de nuevo, pues había pasado el peligro—. Deja de lloriquear y acércate, dime dónde estás herido.
Aemond le hizo un gesto brusco, para pedirle que se acercara. Esperaba que Lucerys recuperara la cordura pronto, ya bastante tenía con curarlo como para además darle contención. Necesitaba que dejara de llorar, sobre todo porque Aemond sabía bien que la imagen de Lucerys, completamente a merced de unos soldados dispuestos a matarlo, lo atormentaría las noches siguientes. ¿Cómo había sido tan estúpido de haberlo dejado solo?
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Sáb Mayo 20, 2023 5:54 am por Minerva
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Lucerys
Lucerys sabía lo patético que estaba siendo pero no se podía contener. El temblor de su cuerpo estaba fuera de control, y las lágrimas bajaban por sus mejillas. No debía mostrarse así ante Aemond, pero no lo podía evitar.
Se obligó a avanzar hacia él, aunque sentía que le faltaba el aire. Había estado sosteniéndose el costado, sobre la herida, y cuando separó la mano de su cuerpo para mostrarse la vio roja brillante de sangre. La visión le causó náuseas y volvió a su mente la certeza que había sentido de que iba a morir.
No quería morir.
Lanzó una mirada nerviosa hacia la puerta. Aemond había sido contundente en su mensaje, pero Otto Hightower era la Mano del Usurpador. Si quería, vendría por él. Se estremeció de miedo de solo pensarlo y su mirada volvió a encontrarse con la de Aemond. Dependía de él.
Lo golpeó la certeza de que la única persona con la que contaba en ese momento, era él. No importaba que tuviera toda una familia en Rocadragón que lo amaba. No podían hacer nada por él.
Aemond era todo lo que tenía.
Se tapó la cara con las manos, lo que fue un error porque se ensució con su propia sangre, que estaba caliente. De nuevo lo acometieron las náuseas y los temblores, se inclinó hacia adelante, y la herida en su costado lo atravesó de dolor. Le horrorizó darse cuenta de que al inclinarse acababa de apoyar la frente en el hombro de Aemond, pero el horror se vio sustituido por algo más.
Seguridad.
Se apartó sobresaltado.
—Lo siento —logró murmurar, mientras volvió a presionarse la herida con la mano.
Quería explicarse, decir que no lo podía contener, pero cada vez le costaba más respirar. Boqueó buscando aire y su mirada se encontró con la de Aemond con horror.
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Dom Mayo 21, 2023 5:51 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Aemond no tenía ni la paciencia, ni la disposición para contener el llanto de Lucerys. Su sobrino no dejaba de llorar y ahora, además, se había manchado la cara. Aemond frunció el ceño, mientras volvía a examinar sus heridas. Parecía superficial, nada de mucho cuidado, pero había demasiada sangre, toda la camisa estaba manchada. Resopló, tomando a Lucerys de la barbilla en un desesperado intento por hacer que dejara de temblar.
Sin embargo, nada de eso funcionó. Su sobrino estaba disculpándose, temblaba como una hoja y tenía sangre por toda la cara. Era una imagen perturbadora, pero Aemond no podía perder la cordura.
—Si no te calmas, voy a darte algo por lo que realmente tengas que llorar, ¿entendiste? —exclamó de mala gana, mientras tomaba a Lucerys de la muñeca para moverlo por la habitación. Aemond tenía un paño para poder limpiarle esa herida y sabía que tenía allí materiales suficientes para curarlo, pero si no se quedaba quieto, sería más complicado.
Lucerys no parecía poner resistencia, lo cual contrastaba por completo con el muchacho que había llegado hacía tan sólo unos días a Desembarco del Rey. Se dejó llevar como un muñeco y Aemond habías había alcanzado un trozo de tela para empezar su trabajo, cuando escuchó la respiración de Lucerys. Tenía la impresión de que iba a ahogarse en cualquier momento y eso lo desesperó. ¿Por qué demonios estaba actuando como un mocoso? No, de hecho, ni siquiera siendo un niño, Aemond lo había visto así.
—¡Lucerys! —exclamó, subiendo más su tono de voz. Aemond atrapó el rostro de Lucerys entre las manos, pero tuvo la impresión de que eso sólo empeoró la situación. La sangre en el rostro de Lucerys, todavía estaba fresca y él mismo se manchó las palmas de las manos—. Escúchame, tienes que calmarte. ¿O qué? ¿Vas a dejar que tres soldados estúpidos te den miedo? Eso es justo lo que mi abuelo quiere.
Aemond frunció el ceño, pero no sabía si sus palabras habían valido la pena. Quiso decirle algo más, pero no era tan valiente para decir lo que estaba pensando justo en este momento.
“Estás a salvo”.
Sin embargo, nada de eso funcionó. Su sobrino estaba disculpándose, temblaba como una hoja y tenía sangre por toda la cara. Era una imagen perturbadora, pero Aemond no podía perder la cordura.
—Si no te calmas, voy a darte algo por lo que realmente tengas que llorar, ¿entendiste? —exclamó de mala gana, mientras tomaba a Lucerys de la muñeca para moverlo por la habitación. Aemond tenía un paño para poder limpiarle esa herida y sabía que tenía allí materiales suficientes para curarlo, pero si no se quedaba quieto, sería más complicado.
Lucerys no parecía poner resistencia, lo cual contrastaba por completo con el muchacho que había llegado hacía tan sólo unos días a Desembarco del Rey. Se dejó llevar como un muñeco y Aemond habías había alcanzado un trozo de tela para empezar su trabajo, cuando escuchó la respiración de Lucerys. Tenía la impresión de que iba a ahogarse en cualquier momento y eso lo desesperó. ¿Por qué demonios estaba actuando como un mocoso? No, de hecho, ni siquiera siendo un niño, Aemond lo había visto así.
—¡Lucerys! —exclamó, subiendo más su tono de voz. Aemond atrapó el rostro de Lucerys entre las manos, pero tuvo la impresión de que eso sólo empeoró la situación. La sangre en el rostro de Lucerys, todavía estaba fresca y él mismo se manchó las palmas de las manos—. Escúchame, tienes que calmarte. ¿O qué? ¿Vas a dejar que tres soldados estúpidos te den miedo? Eso es justo lo que mi abuelo quiere.
Aemond frunció el ceño, pero no sabía si sus palabras habían valido la pena. Quiso decirle algo más, pero no era tan valiente para decir lo que estaba pensando justo en este momento.
“Estás a salvo”.
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Dom Mayo 21, 2023 6:17 am por Minerva
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Lucerys
Se estremeció ante las palabras duras de su tío, pero al mismo tiempo sentía que lo anclaban al presente. Solo estaban ellos dos. los hombres de la Mano del Rey Usurpador se habían ido. Si pudiera concentrarse a pensar en eso... Si tan solo pudiera respirar normal y dejar de llorar...
Las manos de Aemond tomando su rostro lo sobresaltaron, pero, sintió que le hacían bien. Cerró lo ojos, intentando controlarse y de repente levantó ambas manos para tomar a Aemond de las muñecas. Quería mantener sus manos firmes contra su cara. Se sentía... bien. Seguro. Un ancla a ese momento, después del peligro. Intentó ignorar su propia sangre, que acababa de embarrar en sus muñecas también.
—Lo intento —declaró, con la voz entrecortada.
Abrió los ojos entonces y fijó su mirada en la de Aemond. Estaba muy cerca, y estaba enojado.
Lucerys podía con eso. Fue mejorando su respiración, controlándola mientras se centraba únicamente en los ojos oscuros y furiosos de Aemond.
Por un momento creyó que podía hacerlo. Controlar su respiración. No dejarse llevar por el miedo.
Tardó un tiempo en darse cuenta de que seguía llorando, y sobre eso no tenía control, las lágrimas seguían bajando por sus mejillas. Intentó procesar las palabras de Aemond momentos antes. Sobre la Mano del Rey.
—Volverán... —dijo con certeza. —Cuando vuelvas a salir...
Estrechó con más fuerzas sus muñecas de solo pensarlo. Estaba condenado ahí.
No saldría con vida de Desembarco del Rey.
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Mar Mayo 23, 2023 1:55 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Aemond no podía decir que estuviera arrepentido de salvar a Lucerys, porque eso significaría que le habrían robado su venganza personal. Sin embargo, estaba fastidiado, porque no pensaba que además de salvarlo de los soldados, tendría que consolarlo como si este fuera un niño. Frunció el ceño, tratando de normalizar su respiración y rebuscar su paciencia, a pesar de que apenas le quedaba algo en todo el cuerpo.
Todavía sentía la adrenalina y lo que quería era sacudir a Lucerys hasta hacerlo entrar en razón. Pero sabía que eso en realidad empeoraría todo. Además, las palabras de Lucerys no dejaban de ser ciertas, a pesar de que siguiera temblando como una hoja. Su abuelo no se quedaría tranquilo con eso, de hecho, estaba seguro de que lo que había hecho tan sólo lo haría enojar. No quería estar en el lugar de esos inútiles soldados cuando le dijeran lo que había sucedido. No le sorprendería si mandaba a ahorcar a alguno sólo por quitarse la rabia de encima.
En otras circunstancias, Aemond se habría quitado de encima a Lucerys. Pero ahora, suspiró hondo, como deseó que él hiciera, para tranquilizarse.
—No pienso moverme de aquí. Al menos por esta noche, así que tienes que dejar de lloriquear y dejar que te cure. No te salvé de esos inútiles para que tu herida se infecte, ¿o quieres que te lo deletree? —Aemond bajó con cuidado las manos de Lucerys, para poder examinar la herida. Había sangre en todos lados: en la camisa de Lucerys, en su rostro, en las manos de ambos. Aemond podía lidiar con la sangre, eso no le molestaba, pero no dejaba de pensar que tenía sangre de Lucerys en las manos.
Había soñado con eso muchas veces, pero ahora las circunstancias no eran precisamente lo que quiso por tanto tiempo. Con cuidado colocó la tela sobre la herida, aunque lo hizo con suma cautela, escuchó a Lucerys gemir de dolor. Por supuesto, seguía llorando. La paciencia de Aemond se agotaba.
Cuando se incorporó, lo tomó por la barbilla esta vez.
—Siéntate, porque así vas a conseguir empeorar todo —exclamó con el ceño fruncido, mientras lo empujaba con suavidad al borde de la cama. De su cama. Al menos esperaba que así dejara de temblar y lo dejara trabajar—. Quédate quieto. Tengo que curarte. Luego pensaré qué voy a hacer contigo.
En realidad, Aemond tenía claro que no dejaría a su abuelo ponerle una mano encima a Lucerys. El problema era que no contaba con tanto poder como el que le gustaría. Aunque no le gustara aceptarlo, también estaba en una posición vulnerable. Necesitaba una estrategia.
Todavía sentía la adrenalina y lo que quería era sacudir a Lucerys hasta hacerlo entrar en razón. Pero sabía que eso en realidad empeoraría todo. Además, las palabras de Lucerys no dejaban de ser ciertas, a pesar de que siguiera temblando como una hoja. Su abuelo no se quedaría tranquilo con eso, de hecho, estaba seguro de que lo que había hecho tan sólo lo haría enojar. No quería estar en el lugar de esos inútiles soldados cuando le dijeran lo que había sucedido. No le sorprendería si mandaba a ahorcar a alguno sólo por quitarse la rabia de encima.
En otras circunstancias, Aemond se habría quitado de encima a Lucerys. Pero ahora, suspiró hondo, como deseó que él hiciera, para tranquilizarse.
—No pienso moverme de aquí. Al menos por esta noche, así que tienes que dejar de lloriquear y dejar que te cure. No te salvé de esos inútiles para que tu herida se infecte, ¿o quieres que te lo deletree? —Aemond bajó con cuidado las manos de Lucerys, para poder examinar la herida. Había sangre en todos lados: en la camisa de Lucerys, en su rostro, en las manos de ambos. Aemond podía lidiar con la sangre, eso no le molestaba, pero no dejaba de pensar que tenía sangre de Lucerys en las manos.
Había soñado con eso muchas veces, pero ahora las circunstancias no eran precisamente lo que quiso por tanto tiempo. Con cuidado colocó la tela sobre la herida, aunque lo hizo con suma cautela, escuchó a Lucerys gemir de dolor. Por supuesto, seguía llorando. La paciencia de Aemond se agotaba.
Cuando se incorporó, lo tomó por la barbilla esta vez.
—Siéntate, porque así vas a conseguir empeorar todo —exclamó con el ceño fruncido, mientras lo empujaba con suavidad al borde de la cama. De su cama. Al menos esperaba que así dejara de temblar y lo dejara trabajar—. Quédate quieto. Tengo que curarte. Luego pensaré qué voy a hacer contigo.
En realidad, Aemond tenía claro que no dejaría a su abuelo ponerle una mano encima a Lucerys. El problema era que no contaba con tanto poder como el que le gustaría. Aunque no le gustara aceptarlo, también estaba en una posición vulnerable. Necesitaba una estrategia.
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Vie Mayo 26, 2023 6:44 am por Minerva
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Lucerys
Lucerys realmente quería controlarse. Dejar de llorar. Pero era superior a él. Su cuerpo parecía estar fuera de control.
Sin embargo, cuando sintió las manos de Aemond levantarle la camisa y revisar su piel no pudo evitar un estremecimiento que probablemente pasó desaparecido entre sus sollozos. Había temido las manos de su tío mucho tiempo. En sus pesadillas, venían a él en la oscuridad y le arrancaban un ojo.
Pero ahora aquellas manos grandes y ásperas estaban acariciando la piel de su abdomen en busca de heridas. Cuando presionó sobre su herida sintió que lo atravesaba una punzada de dolor que volvió a ubicarlo en su realidad.
Se dejó arrastrar por su tío hasta que lo hizo sentarse. Lo que no había esperado era que lo hubiera arrastrado hasta su cama. Si bien llevaba ya ahí más de un día, hasta ahora Aemond no lo había dejado acercarse tanto a su espacio.
Aemond lo tenía en su cama, mientras maniobraba bajo su camisa. Lucerys se sintió pequeño y vulnerable entonces. Estaba a su merced, todavía más que cuando lo tenía atado. Intentó obligarse a respirar profundo, pero no era fácil. El tacto de Aemond en su piel lo alteraba, y no podía definir bien si era solo miedo lo que sentía.
—¿De verdad vas a curarme? —preguntó con incredulidad.
Se tragó un sollozo al tratar de contenerlo. Las lágrimas seguían en sus mejillas y su respiración seguía siendo superficial pero algo estaba logrando contener. O eso quería creer.
Apenas podía procesar al mismo tiempo las ganas que tenía de volver a poner distancia entre Aemond y él, y la necesidad de tener sus manos curándolo, y ocupándose de él.
Era tan extraño como antes de su arresto, cuando quería estar lejos de Aemond e igual disfrutaba hablar con él.
Pero esto no lo disfrutaba. Estaba herido. Habían intentado matarlo. Y era su tío quien lo curaba.
∞
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Mar Mayo 30, 2023 5:02 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Aemond seguía sorprendido.
A pesar de que le costaba encontrarle cualidades al necio de Lucerys, tenía que reconocer que no era un cobarde. Incluso estando en una mala situación, cuando éste lo llevó a sus aposentos, Lucerys se mantuvo entero. Seguro no quería darle la satisfacción de verlo derrotado, pero eso distaba demasiado del Lucerys que estaba ahora llorando, suplicándole que no se fuera y además aterrado de que Aemond estuviera dispuesto a curarlo.
La verdad era que Aemond no estaba seguro cómo lidiar con eso. Le resultaba fácil responder al Lucerys altivo y que no estaba dispuesto a dejarse de él. Pero no tenía idea cómo comportarse frente a lágrimas y súplicas. Lucerys estaba completamente superado por las circunstancias y él, a irónicamente, no estaba satisfecho.
—Ya dije que iba a curarte, ¿o es que las lágrimas te dejaron también sordo? —preguntó de malos modos, mientras presionaba la herida. Lucerys se estremeció, pero Aemond no dejó que se moviera más de la cuenta—. Quédate quieto, maldita sea. Y ya deja de llorar, las lágrimas no van a curar tus heridas.
Estaba molesto. Pero no sólo era por las lágrimas de Lucerys, sino por la situación. Habían tomado desprevenido a Aemond y ahora tenía que improvisar sobre los planes ya hechos, que por ahora no le iban a servir de nada.
Continuó curando la herida de Lucerys, colocándole un vendaje en el costado para evitar que sangrara más. Estaba seguro que para la mañana siguiente la herida estaría empezando a cicatrizar. Eso lo dejaba tranquilo, pero no solucionaba sus problemas. Estaba seguro que en cuanto despuntara el alba, su abuelo vendría a verlo. Contaba con que Aegon no perdería el tiempo con esas minucias, estaría demasiado ocupado jugando a ser el Rey. Negociar con su abuelo iba a ser peor que un duelo a muerte.
—Lucerys… —Aemond lo tomó del rostro, lo sostuvo con fuerza de la barbilla y estuvo a punto de preguntarle qué tanto estaba dispuesto a hacer para mantenerse con vida. Sin embargo, reprimió la pregunta porque temía que éste empezara a llorar de nuevo y ya no iba a tener paciencia para calmarlo—. Duérmete, es lo mejor que puedes hacer.
Aemond le dejó una sábana, lo más que estaba dispuesto a hacer por él, mientras le señalaba el diván que ahora usaba como un repositorio de los libros viejos que había traído de Antigua en su último viaje. Le había aflojado sólo un poco los grilletes que llevaba en los pies, esperaba que aceptara eso como la última pizca de compasión que tendría por él esa noche.
A pesar de que le costaba encontrarle cualidades al necio de Lucerys, tenía que reconocer que no era un cobarde. Incluso estando en una mala situación, cuando éste lo llevó a sus aposentos, Lucerys se mantuvo entero. Seguro no quería darle la satisfacción de verlo derrotado, pero eso distaba demasiado del Lucerys que estaba ahora llorando, suplicándole que no se fuera y además aterrado de que Aemond estuviera dispuesto a curarlo.
La verdad era que Aemond no estaba seguro cómo lidiar con eso. Le resultaba fácil responder al Lucerys altivo y que no estaba dispuesto a dejarse de él. Pero no tenía idea cómo comportarse frente a lágrimas y súplicas. Lucerys estaba completamente superado por las circunstancias y él, a irónicamente, no estaba satisfecho.
—Ya dije que iba a curarte, ¿o es que las lágrimas te dejaron también sordo? —preguntó de malos modos, mientras presionaba la herida. Lucerys se estremeció, pero Aemond no dejó que se moviera más de la cuenta—. Quédate quieto, maldita sea. Y ya deja de llorar, las lágrimas no van a curar tus heridas.
Estaba molesto. Pero no sólo era por las lágrimas de Lucerys, sino por la situación. Habían tomado desprevenido a Aemond y ahora tenía que improvisar sobre los planes ya hechos, que por ahora no le iban a servir de nada.
Continuó curando la herida de Lucerys, colocándole un vendaje en el costado para evitar que sangrara más. Estaba seguro que para la mañana siguiente la herida estaría empezando a cicatrizar. Eso lo dejaba tranquilo, pero no solucionaba sus problemas. Estaba seguro que en cuanto despuntara el alba, su abuelo vendría a verlo. Contaba con que Aegon no perdería el tiempo con esas minucias, estaría demasiado ocupado jugando a ser el Rey. Negociar con su abuelo iba a ser peor que un duelo a muerte.
—Lucerys… —Aemond lo tomó del rostro, lo sostuvo con fuerza de la barbilla y estuvo a punto de preguntarle qué tanto estaba dispuesto a hacer para mantenerse con vida. Sin embargo, reprimió la pregunta porque temía que éste empezara a llorar de nuevo y ya no iba a tener paciencia para calmarlo—. Duérmete, es lo mejor que puedes hacer.
Aemond le dejó una sábana, lo más que estaba dispuesto a hacer por él, mientras le señalaba el diván que ahora usaba como un repositorio de los libros viejos que había traído de Antigua en su último viaje. Le había aflojado sólo un poco los grilletes que llevaba en los pies, esperaba que aceptara eso como la última pizca de compasión que tendría por él esa noche.
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Juno
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Jue Jun 01, 2023 5:15 am por Minerva
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Lucerys
Lucerys podía sentir lo enojado que estaba Aemond. Lo percibía en su voz, pero también en su tacto. De alguna forma le estaba curando sin lastimarlo, pero no era un tacto delicado tampoco. No podía contener las lágrimas todavía, pero se esforzó por dejar de hipar. Lo último que necesitaba era que Aemond se enojara más.
La presión de su tío sobre la herida dolía, y lo hizo estremecerse de nuevo. Entre más sentía sus manos maniobrar bajo su piel más presente tenía la idea de que estaba totalmente a su merced. No podía pensar en otra cosa. Cerró los ojos, concentrándose en la sensación de Aemond vendándolo. Las yemas de sus dedos presionando sobre su costado. Toda esa fuerza y furia de siempre, pero contenida con un cuidado que nunca había esperado de su parte.
Se estremeció de nuevo.
La mano de de Aemond lo sorprendió tomándolo del rostro. Por un momento dejó de respirar, con la mirada clavada en el ojo de su tío. Por un momento temió que iba a amenazarlo o agredirlo de nuevo. A recordarle que él sí podía hacerle daño.
Pero no lo hizo.
Dormir. Quería que se acostara a dormir.
Sintió físicamente la ausencia de Aemond cuando se alejó para buscarle una sábana, pero cuando le señaló el diván empezó a temblar. No quería. Sentía que en cuando bajara la guardia de nuevo, volverían a atacarlo. Vendrían a llevárselo. Acarició las sábanas de la cama de Aemond. Se sentían cálidas y seguras en ese momento. No un viejo y empolvado diván, sucio y frío.
Debía estar loco por decir esto.
—Déjame dormir aquí, por favor —dijo con tono suplicante.
No esperó una respuesta. Se deslizó suavamente sobre la superficie. Las telas eran finas y acogedoras. Cerró los ojos, extendiendo una mano hacia Aemond. Tomó el dobladillo de su ropa, mientras descansaba la cabeza en la cama.
—Mañana puedes tratarme mal de nuevo, pero por favor, no puedo... no quiero... ahora no...
Se preparó para que Aemond lo tirara de la cama, pero estaba dispuesto a sentir la seguridad de mantenerse ahí por lo menos un instante más.
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Dom Jun 04, 2023 7:11 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Aemond empezaba a preguntarse si dejaría de sorprenderse esta noche.
Estaba convencido de que jamás olvidaría el tono de súplica de Lucerys, diciéndole que por favor lo dejara dormir allí. En su cama. Era una prueba palpable de lo terrible de la situación, en circunstancias normales Lucerys jamás se le ocurriría decir semejante cosa. Se sentía irritado, sobre todo porque Lucerys ni siquiera esperó su respuesta y empezó a recostarse en el colchón.
Aemond no pudo soportar semejante escena, la imagen de Lucerys buscando cobijo entre sus sábanas era más de lo que podía soportar. Ni siquiera lo pensó cuando se acercó hacia él, tomándolo de los hombros para levantarlo en vilo. En ese momento, Lucerys le pareció todavía más liviano, más diminuto. Lo primero que vio fue la mirada asustada de Lucerys: sus ojos muy abiertos, al borde de las lágrimas, suplicando lo que no podían decir sus labios.
No estuvo seguro qué pasó por su cabeza, pero cedió. Cuando aflojó el tacto sobre Lucerys, no estuvo seguro si éste resbaló o si se sentó muy rápido sobre la cama otra vez. Aemond ya no estaba seguro de nada a estas alturas.
Le dejó la sábana de malos modos, sintiéndose derrotado cuando buscó la almohada que le quedaba más a la mano. Él estaba dispuesto a dormir en el diván, sólo por esta noche. Ya no pensaba discutir y tampoco quería estar más cerca de Lucerys. Tenía la sensación de que iba a ahogarse si seguía tan cerca del lloroso de su sobrino. Necesitaba su espacio con urgencia.
—No te acostumbres, ¿entiendes? Sólo es porque no dejas de lloriquear. Duerme en la cama, usaré el diván. —Quiso decirle que pensaría algo qué hacer para mañana, pero lo mejor era dejar morir esta conversación.
Pero sí era cierto, mientras Lucerys se dormía, en su cama, él tendría que trazar un plan. Mañana habría consecuencias de todo lo que había pasado. A estas alturas, su abuelo ya sabría lo sucedido, de seguro tenía un contraataque pensado. Tenía que ser más astuto que él.
Estaba convencido de que jamás olvidaría el tono de súplica de Lucerys, diciéndole que por favor lo dejara dormir allí. En su cama. Era una prueba palpable de lo terrible de la situación, en circunstancias normales Lucerys jamás se le ocurriría decir semejante cosa. Se sentía irritado, sobre todo porque Lucerys ni siquiera esperó su respuesta y empezó a recostarse en el colchón.
Aemond no pudo soportar semejante escena, la imagen de Lucerys buscando cobijo entre sus sábanas era más de lo que podía soportar. Ni siquiera lo pensó cuando se acercó hacia él, tomándolo de los hombros para levantarlo en vilo. En ese momento, Lucerys le pareció todavía más liviano, más diminuto. Lo primero que vio fue la mirada asustada de Lucerys: sus ojos muy abiertos, al borde de las lágrimas, suplicando lo que no podían decir sus labios.
No estuvo seguro qué pasó por su cabeza, pero cedió. Cuando aflojó el tacto sobre Lucerys, no estuvo seguro si éste resbaló o si se sentó muy rápido sobre la cama otra vez. Aemond ya no estaba seguro de nada a estas alturas.
Le dejó la sábana de malos modos, sintiéndose derrotado cuando buscó la almohada que le quedaba más a la mano. Él estaba dispuesto a dormir en el diván, sólo por esta noche. Ya no pensaba discutir y tampoco quería estar más cerca de Lucerys. Tenía la sensación de que iba a ahogarse si seguía tan cerca del lloroso de su sobrino. Necesitaba su espacio con urgencia.
—No te acostumbres, ¿entiendes? Sólo es porque no dejas de lloriquear. Duerme en la cama, usaré el diván. —Quiso decirle que pensaría algo qué hacer para mañana, pero lo mejor era dejar morir esta conversación.
Pero sí era cierto, mientras Lucerys se dormía, en su cama, él tendría que trazar un plan. Mañana habría consecuencias de todo lo que había pasado. A estas alturas, su abuelo ya sabría lo sucedido, de seguro tenía un contraataque pensado. Tenía que ser más astuto que él.
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Ayer a las 7:38 am por Minerva
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Lucerys
Cuando Aemond lo levantó de los hombros pensó que la pesadilla solo empeoraba. Su tío era quien iba a dañarlo ahora después de curarlo. Era el único que podía hacerle daño, se lo había dicho mil veces.
Sin embargo, el miedo pasó cuando dejó de ejercer presión sobre él y lo depositó de nuevo en la cama. Lucerys se sentía ligero, a penas en control de su cuerpo, como si fuera a desvanecerse en cualquier momento. Era la debilidad posterior a la herida y el miedo.
Aemond lo iba a dejar quedarse ahí. Apenas lo podía creer. Por primera vez en aquella noche de pesadilla algo parecía brillar para él. El costado herido le dio una punzada, por lo que se giró a una posición más cómoda y tomó la sábana que su tío le dejaba. Se sentía débil y expuesto, pero por alguna razón que su mente adormecida por el dolor y el miedo no lograba comprender, empezaba a sentirse seguro.
Al menos hasta que Aemond dijo que dormiría en el diván.
Instintivamente extendió las manos hacia él y lo agarró de una muñeca. Tiró de él hasta que lo miró a los ojos, y Lucerys trago grueso.
—No te puedes ir —le recordó.
Si Aemond lo dejaba no podría dormir. Estaría temiendo en todo momento que la Mano del rey regresara por él y esta vez su tío no lo podría impedir.
Lo miró con toda la intensidad de la que le fue posible. Dudó un momento, pero después de todo lo que había llorado y rogado esa noche, ¿podía pensar siquiera en dignidad?
—Por favor—añadió.
Tiró de él. Su cama era grande. Ahí cabían los dos.
∞
Minerva
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Hoy a las 4:49 am por Juno
III. Callejón Sin Salida
Desembarco del Rey
Madrugada
Aemond
Aunque todavía tuviera la voz temblorosa, Aemond reconoció la terquedad de Lucerys cuando éste lo tomó de la muñeca para encontrar sus miradas. Estaba más acostumbrado a ese tipo de reacciones que a lágrimas y súplicas, así que eso lo hizo sentirse un poco mejor, más en su elemento. Ya le había prometido que no se iría, pero parecía que Lucerys necesitaba escucharlo una vez más de sus labios.
Aemond contuvo la respiración cuando, a su vez, tomó la muñeca de Lucerys. Sintió cómo éste se estremeció ante el contacto, pero Aemond no se detuvo y le revolvió el cabello. Estaba seguro que había hecho eso alguna vez. Cuando Lucerys era tan sólo un niño, quizás cuando éste todavía estaba aprendiendo a andar bien y lo único que hacía era tratar de seguir el ritmo de Jacaerys, quien lo sostenía para que su hermano menor no se tropezara.
Tenía una memoria privilegiada, pero Aemond no le gustaba recordar aquella época. No porque el estúpido de Aegon se metía con él, sino porque, a pesar de todo, parecían la familia que su padre tanto querían que fueran, al menos en apariencia. Aemond le irritaban sus sobrinos y despotricaba contra Aegon, pero los consideraba sangre de su sangre, a pesar de todo. Pero la tensión entre sus madres lo había precipitado todo y acabó reventándoles en la cara, esa horrible noche en que a Lucerys se le ocurrió jugar al héroe.
—Si tengo que repetirte que no pienso irme, seré el primero en abrir la puerta para llamar al abuelo. No me apetece nada, pero se me agota la paciencia, Lucerys… —masculló, pero en realidad no estaba realmente enfadado. Incluso permitió que Lucerys tirara de él, a pesar de que su fuerza estaba menguada luego de todo lo sucedido.
Aemond no tenía la más mínima idea si de verdad Lucerys pretendía que pasaran la noche en la misma cama, pero él tan sólo se sentó en el borde. En el fondo, quería mantener algo de control sobre la situación. No entendía cómo todo se le había salido de las manos, antes del ataque de los soldados, él estaba convencido de que tenía todo fríamente calculado.
Luego, los ojos llorosos de Lucerys le decían que no sabía absolutamente nada.
—Duérmete. Mientras tanto pensaré qué voy a hacer contigo —susurró, aunque más bien tendría que pensar qué haría con su abuelo. Lucerys era su prisionero, eso no pensaba cambiarlo bajo ninguna circunstancia. El problema era que se ganaría de enemigo a la Mano del Rey.
Aemond contuvo la respiración cuando, a su vez, tomó la muñeca de Lucerys. Sintió cómo éste se estremeció ante el contacto, pero Aemond no se detuvo y le revolvió el cabello. Estaba seguro que había hecho eso alguna vez. Cuando Lucerys era tan sólo un niño, quizás cuando éste todavía estaba aprendiendo a andar bien y lo único que hacía era tratar de seguir el ritmo de Jacaerys, quien lo sostenía para que su hermano menor no se tropezara.
Tenía una memoria privilegiada, pero Aemond no le gustaba recordar aquella época. No porque el estúpido de Aegon se metía con él, sino porque, a pesar de todo, parecían la familia que su padre tanto querían que fueran, al menos en apariencia. Aemond le irritaban sus sobrinos y despotricaba contra Aegon, pero los consideraba sangre de su sangre, a pesar de todo. Pero la tensión entre sus madres lo había precipitado todo y acabó reventándoles en la cara, esa horrible noche en que a Lucerys se le ocurrió jugar al héroe.
—Si tengo que repetirte que no pienso irme, seré el primero en abrir la puerta para llamar al abuelo. No me apetece nada, pero se me agota la paciencia, Lucerys… —masculló, pero en realidad no estaba realmente enfadado. Incluso permitió que Lucerys tirara de él, a pesar de que su fuerza estaba menguada luego de todo lo sucedido.
Aemond no tenía la más mínima idea si de verdad Lucerys pretendía que pasaran la noche en la misma cama, pero él tan sólo se sentó en el borde. En el fondo, quería mantener algo de control sobre la situación. No entendía cómo todo se le había salido de las manos, antes del ataque de los soldados, él estaba convencido de que tenía todo fríamente calculado.
Luego, los ojos llorosos de Lucerys le decían que no sabía absolutamente nada.
—Duérmete. Mientras tanto pensaré qué voy a hacer contigo —susurró, aunque más bien tendría que pensar qué haría con su abuelo. Lucerys era su prisionero, eso no pensaba cambiarlo bajo ninguna circunstancia. El problema era que se ganaría de enemigo a la Mano del Rey.
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