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Lun Nov 14, 2022 12:51 am por Juno
Recuerdo del primer mensaje :
Who can presume to know the heart of a dragon?
INSPIRED
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House of the Dragon
Cuando la Princesa Rhaenyra puso sobre la mesa una alianza matrimonial entre su hijo mayor, Jacaerys, y la princesa Helaena, lo primero que obtuvo de la Reina Alicent fue una negación rotunda. Pero después de los ruegos del Rey Viserys y, sobre todo, de una larga plática con su padre, Otto Hightower, la Reina Alicent acabó por dar su consentimiento para sorpresa de la Corte y alegría de su esposo.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
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Lucerys Velaryon
Príncipe — Jinete de Arrax — Timothée Chalamet — Minerva
Aemond Targaryen
Príncipe — Jinete de Vhagar — Ewan Mitchell — Juno
∞
- Post de rol:
- Código:
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Última edición por Juno el Mar Jul 25, 2023 4:22 am, editado 6 veces
Juno
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Juno

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Mar Sep 05, 2023 6:57 am por Minerva
V. Un nuevo destino
Harrendal
Noche
Lucerys
Escuchar de boca de Aemond que Arrax ya estaba muerto solo le confirmaba lo que ya sabía pero hacía que doliera más. ¿Qué clase de Targaryen era que huía dejando a su dragón atrás? Le gustaría poder ser tan práctico para concentrarse en sobrevivir, pero no tenía ni fuerzas ni voluntad para ello.
Se dejó acomodar por Aemond en la cama. Se sentía extrañamente bien que lo hiciera y se quedara a su lado. Casi como si estuviera protegido, aunque fuera por el sentido de posesión de su tío. Seguía hablando de irse, pero al menos no se había movido todavía.
Lucerys extendió una mano febril hacia él, para sujetarlo del bordillo de la ropa.
—¿Qué planes?—preguntó débilmente, aunque se podía imaginar la respuesta. —¿Quieres que sobreviva la fiebre para que me saques un ojo además de haber perdido a mi dragón? No es muy alentador.
Intentó sonreír. Ni él mismo sabía de dónde estaba saliendo ese intento de humor negro que salía de su boca. Pero sentía la cabeza cada vez más ligera y atontada. La fiebre le nublaba el juicio. Tal vez no debería decir nada. Su tío terminaría enojándose y dejándolo ahí botado. No tenía por qué cuidarlo. Era su prisionero y él estaba por entrar en guerra con su madre. O estaba en guerra con ella ya.
Lucerys ahora no era nadie. No tenía siquiera un dragón.
—Apenas tengo algo de valor como rehén...—comentó con amargura.
Su madre querría recuperarlo. Daemon incluso podría ir a pelear por él. Pero la sobrevivencia de Lucerys no determinaría el curso de la guerra.
∞
Minerva
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Dom Sep 10, 2023 3:40 am por Juno
V. Un nuevo destino
Harrenhal
Mañana
Aemond
En cualquier otro momento de su vida, Aemond sabría que Lucerys tan sólo hizo el comentario del ojo para provocarlo, con la intención de ser sarcástico. Pero, en estas circunstancias, no estaba seguro de nada. Lucerys parecía que iba a desmoronarse en cualquier momento y no sólo físicamente. Cuando hizo el comentario sobre su dragón, supo que hablaba en serio, seguía angustiado por Arrax y Aemond no podía culparlo.
El asunto de Arrax iba a acabar por volverlo loco, porque las reclamaciones y el aspecto lamentable de Lucerys empezaban a hacer que se sintiera culpable. Aemond odiaba sentirse responsable por cosas que escapaban a su control. Pero había algo desolador en la mirada de Lucerys que lo convertía en una situación completamente irremediable.
—Deja de ser sarcástico que en este momento no te conviene o voy a cumplir tus pesadillas, te tomaré la palabra —susurró con fastidio, pero supuso que sus palabras no llegaban a lastimar realmente a su sobrino. Lucerys incluso acababa de decirle que no era un rehén valioso.
Aemond ya no sabía hasta dónde más iba a aguantar su paciencia. Cuando tiró de Lucerys, quizás lo hizo con más firmeza de la cuenta. Hizo que se sentara, su sobrino no puso resistencia alguna y sus narices prácticamente se estaban rozando. Aemond parpadeó varias veces, mirándolo fijamente. Lucerys estaba pálido, pero podía sentir su respiración entrecortada.
—Si no fueras valioso te habría tirado de Vhagar, es más, te habría dejado en manos de mi abuelo. ¿Es eso lo que quieres escuchar? —Aemond tan sólo sabía que estaba molesto, las palabras se escaparon de sus labios sin que pudiera evitarlo. Soltó un respingo de fastidio y empujó a Lucerys de nuevo sobre el colchón, acomodándolo como si fuera un niño pequeño, pues era evidente que su sobrino no estaba en condiciones de cuidar de sí mismo—. Cuidaré de ti. No pienso dejar que te mueras por una fiebre.
Aemond no pudo evitar pensar que, lo que pasara después, ya dependería de la supervivencia de su sobrino. En este momento nada le parecía más importante. Lo primero era bajarle esa maldita fiebre y así quizás dejaría de hacer comentarios delirantes que no llevaban a ningún sitio. Se levantó de la cama, acercándose hacia la puerta, pero llamó a la curandera en voz alta, pues si salía de esa habitación, no quería imaginarse los lloriqueos de Lucerys.
El asunto de Arrax iba a acabar por volverlo loco, porque las reclamaciones y el aspecto lamentable de Lucerys empezaban a hacer que se sintiera culpable. Aemond odiaba sentirse responsable por cosas que escapaban a su control. Pero había algo desolador en la mirada de Lucerys que lo convertía en una situación completamente irremediable.
—Deja de ser sarcástico que en este momento no te conviene o voy a cumplir tus pesadillas, te tomaré la palabra —susurró con fastidio, pero supuso que sus palabras no llegaban a lastimar realmente a su sobrino. Lucerys incluso acababa de decirle que no era un rehén valioso.
Aemond ya no sabía hasta dónde más iba a aguantar su paciencia. Cuando tiró de Lucerys, quizás lo hizo con más firmeza de la cuenta. Hizo que se sentara, su sobrino no puso resistencia alguna y sus narices prácticamente se estaban rozando. Aemond parpadeó varias veces, mirándolo fijamente. Lucerys estaba pálido, pero podía sentir su respiración entrecortada.
—Si no fueras valioso te habría tirado de Vhagar, es más, te habría dejado en manos de mi abuelo. ¿Es eso lo que quieres escuchar? —Aemond tan sólo sabía que estaba molesto, las palabras se escaparon de sus labios sin que pudiera evitarlo. Soltó un respingo de fastidio y empujó a Lucerys de nuevo sobre el colchón, acomodándolo como si fuera un niño pequeño, pues era evidente que su sobrino no estaba en condiciones de cuidar de sí mismo—. Cuidaré de ti. No pienso dejar que te mueras por una fiebre.
Aemond no pudo evitar pensar que, lo que pasara después, ya dependería de la supervivencia de su sobrino. En este momento nada le parecía más importante. Lo primero era bajarle esa maldita fiebre y así quizás dejaría de hacer comentarios delirantes que no llevaban a ningún sitio. Se levantó de la cama, acercándose hacia la puerta, pero llamó a la curandera en voz alta, pues si salía de esa habitación, no quería imaginarse los lloriqueos de Lucerys.
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Jue Sep 14, 2023 5:51 am por Minerva
V. Un nuevo destino
Harrendal
Noche
Lucerys
El momento en que Aemond tiró de él y lo incorporó sintió que el mundo se movía bajo su cuerpo. Se sintió ligeramente mareado, apenas capaz de procesar que estaba tan cerca del rostro de Aemond. Sintió su respiración y por un momento todo lo que quiso fue inclinarse para apoyar su frente contra él. Descansar. Un momento.
Pero de inmediato se vio empujado contra la cama de nuevo, lo que le sacó un gemido de dolor. No. No quería que Aemond si fuera, ni una curandera ni... nada. No quería nada.
Sin embargo... El argumento de Aemond tenía sentido. Si no fuera valioso, lo habría tirado. ¿Su valor iba más allá de su deseo de venganza? De alguna forma seguía teniendo su ojo...
Le dolía la cabeza de pensar en ello.
La curandera acudió a la llamada de Aemond. Era una mujer pequeña y arrugada, con la cabeza cubierta y traía una bandeja con un caldo humeante. La puso a un lado de su cama y le puso una mano en la frente. Su tacto era desagradable, frío y húmedo. Lucerys se separó de ella. La mano de su tío había sido mejor.
La mujer también le examinó los ojos, y Lucerys se sintió muy inquieto de sentir sus manos en la cara. Luego, todavía sin decir nada, la mujer tomó el cuenco de caldo y se lo acercó. No olía realmente feo, pero sí muy intenso, y Lucerys no tenía la menor intención de tomarse eso, que era precisamente lo que la mujer pretendía de él.
—No quiero...—dijo de inmediato, y buscó a su tío con la mirada. —No me voy a tomar eso...
Por supuesto que no esperaba simpatía de su tío. Le había dicho que tenía que sobrevivir la fiebre, pero Lucerys se sentía ya febril y sudoroso, no quería añadir a eso ese fuerte olor impregnando todos sus sentidos. Encogió las piernas, abrazándolas, mientras negaba con los labios apretados.
Sin embargo, al hacer ese movimiento se salió de las cobijas y lo envolvió el frío, por lo que tiró de la cobija para pasársela por los hombros. Se estremeció, atacado por escalofríos.
—Necesita tomar el remedio. Si no le baja la fiebre necesitará un baño de agua fría—declaró la curandera, hablándole a su tío.
Estaba visto que la opinión de Lucerys no le importaba.
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Dom Sep 17, 2023 12:53 am por Juno
V. Un nuevo destino
Harrenhal
Mañana
Aemond
Cuando la curandera llegó, Aemond estaba dispuesto a dejar que la mujer trabajara. No tenía caso que estuviera allí en medio, estorbando lo que ella sabía hacer mejor que él. Estaba dispuesto a mantenerse al margen hasta que ella se fuera, pero entonces el estúpido de Lucerys decidió comportarse como un niño pequeño y decir que no iba a tomar el caldo que la curandera le estaba ofreciendo.
Aemond no era una persona particularmente paciente, pero sabía comportarse en caso de que la ocasión lo ameritara. Sin embargo, en este momento ya no estaba para guardar la compostura y apartó a la mujer con un gesto, quien lo obedeció enseguida, poco dispuesta a quedar en medio de la ira de Aemond.
—Escúchame bien, no tenemos tiempo para que te comportes como un niño. Vas a comer y no es negociable. Recuerda que todavía eres mi prisionero y tienes que hacer lo que yo te diga… —Aemond no estaba dispuesto a escuchar réplicas ni tampoco a que sus palabras se las llevara el viento. Sostuvo a Lucerys del rostro y sin que éste pudiera oponerse, le dio una enorme cucharada de caldo. Le lanzó una mirada amenazante pues lo último que necesitaba era que Lucerys escupiera el caldo o algo por el estilo.
Tener vómito de Lucerys encima sería lo último que estaba dispuesto a soportar.
Por suerte para él, y también para Lucerys, éste decidió aceptar las cucharadas que Aemond le ofrecía. Su sobrino todavía seguía temblando, pero al menos ya no estaba dispuesto a rechazar el caldo. Aemond se sentía torpe e inexperto, mientras sostenía el caldo con una mano y la cuchara con la otra. Estaba seguro que era como darle comida a un niño, aunque los ojos llorosos y el cuerpo tembloroso de su sobrino no tenían absolutamente nada de infantil.
Contó aproximadamente diez cucharadas hasta que volvió de nuevo la vista hacia Lucerys. Seguía igual de pálido y lloroso, pero al menos ya estaba sometido a su voluntad, que ya era bastante considerando todo el escándalo que había hecho antes.
—Vas a terminarte el caldo, no me mires así —susurró, con el ceño fruncido—. Y cualquier otro brebaje que te haga la curandera. ¿Me estás escuchando, Lucerys?
Antes de que Lucerys pudiera volver a decir algo, Aemond volvió a darle otra cucharada de caldo. Le parecía que era una situación de lo más hilarante: nunca se hubiera imaginado en esa posición, teniendo que alimentar a un enfermizo Lucerys, mientras los dos estaban en Harrenhal, como un par de fugitivos de guerra. Pero Aemond nunca fue un cobarde, él escogió esto, así que estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias. No iba a dejar a Lucerys morir bajo ninguna circunstancia.
Aemond no era una persona particularmente paciente, pero sabía comportarse en caso de que la ocasión lo ameritara. Sin embargo, en este momento ya no estaba para guardar la compostura y apartó a la mujer con un gesto, quien lo obedeció enseguida, poco dispuesta a quedar en medio de la ira de Aemond.
—Escúchame bien, no tenemos tiempo para que te comportes como un niño. Vas a comer y no es negociable. Recuerda que todavía eres mi prisionero y tienes que hacer lo que yo te diga… —Aemond no estaba dispuesto a escuchar réplicas ni tampoco a que sus palabras se las llevara el viento. Sostuvo a Lucerys del rostro y sin que éste pudiera oponerse, le dio una enorme cucharada de caldo. Le lanzó una mirada amenazante pues lo último que necesitaba era que Lucerys escupiera el caldo o algo por el estilo.
Tener vómito de Lucerys encima sería lo último que estaba dispuesto a soportar.
Por suerte para él, y también para Lucerys, éste decidió aceptar las cucharadas que Aemond le ofrecía. Su sobrino todavía seguía temblando, pero al menos ya no estaba dispuesto a rechazar el caldo. Aemond se sentía torpe e inexperto, mientras sostenía el caldo con una mano y la cuchara con la otra. Estaba seguro que era como darle comida a un niño, aunque los ojos llorosos y el cuerpo tembloroso de su sobrino no tenían absolutamente nada de infantil.
Contó aproximadamente diez cucharadas hasta que volvió de nuevo la vista hacia Lucerys. Seguía igual de pálido y lloroso, pero al menos ya estaba sometido a su voluntad, que ya era bastante considerando todo el escándalo que había hecho antes.
—Vas a terminarte el caldo, no me mires así —susurró, con el ceño fruncido—. Y cualquier otro brebaje que te haga la curandera. ¿Me estás escuchando, Lucerys?
Antes de que Lucerys pudiera volver a decir algo, Aemond volvió a darle otra cucharada de caldo. Le parecía que era una situación de lo más hilarante: nunca se hubiera imaginado en esa posición, teniendo que alimentar a un enfermizo Lucerys, mientras los dos estaban en Harrenhal, como un par de fugitivos de guerra. Pero Aemond nunca fue un cobarde, él escogió esto, así que estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias. No iba a dejar a Lucerys morir bajo ninguna circunstancia.
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Dom Sep 17, 2023 6:48 am por Minerva
V. Un nuevo destino
Harrendal
Noche
Lucerys
Aunque tuvo el impulso de escupirle el remedio encima a Aemond se contuvo. Su tío estaba furioso, la presión que ejercía en su barbilla lo dejaba más que evidente. Se vio obligado a tragar la desagradable pócima aunque se le revolviera el estómago con el aroma, que inundaba todos sus sentidos.
Miró a Aemond con odio, pero se sentía demasiado débil para que realmente sus sentimientos llegaran a su cara.
De hecho, más allá de la náusea sentía la cabeza demasiado ligera, y los ojos empezaban a cerrársele solos. ¿Iba a descomponerse en cualquier momento.
—No quiero más...—balbuceó.
Sin embargo, siguió tragando el desagradable caldo. No tenía fuerzas para resistirse.
—Aemond..—susurró empujando ligeramente la mano con la que sostenía el caldo.
No entendía qué pasaba con él. Estaba sudando pero estaba temblando también. Sintió acercarse de nuevo la curandera. Intentó retirarse, la mujer olía tan fuerte como la pócima, pero no pudo quitarse. Sintió su mano callosa y helada contra la frente.
—Está hirviendo en fiebre, y la medicina tardará en hacer efecto. Iré por agua y paños para bajarle la temperatura—dijo con decisión. —Vaya quitándole la ropa, necesita que le bajemos la temperatura rápido.
Lucerys tomó la muñeca de Aemond, inseguro de si realmente quería evitar que hiciera lo que la mujer decía, pero la curandera parecía muy decidida y segura de que ella estaba en control de la situación.
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Mar Sep 19, 2023 3:55 am por Juno
V. Un nuevo destino
Harrenhal
Mañana
Aemond
Cuando la curandera le dijo que lo más conveniente era darle un baño para bajar la fiebre, Aemond soltó un respingo. Por supuesto que lo que estaba diciendo la mujer era lo más lógico, no era la primera vez que Aemond tenía que lidiar con un enfermo que tenía más fiebre de la cuenta. Pero era diferente a que su querida hermana estuviera en una cama de la Fortaleza Roja, atendida por los mejores médicos reales, que estar aquí, en un camastro de Harrenhal, escuchando los consejos de una curandera para que Lucerys no empeorara.
Al menos, su sobrino no había rechazado el caldo. Pero la mujer tenía razón, eso no iba a disminuir la fiebre. Aemond resopló y volvió la vista hacia ella, pretendiendo que estaba empoderado de nuevo. Tendría que fingir en todo momento que estaba en el control de la situación, porque de otra forma navegaría al borde de la locura.
—Dile a las demás sirvientas que preparen un baño. Haga lo que sea necesario… —dijo Aemond, dispuesto a escuchar cualquier recomendación para Lucerys. No estaba acostumbrado a seguir las instrucciones de nadie, excepto quizás si se trataba de las intimidaciones de su abuelo, pero en este caso no tenía más remedio que seguir los pasos de la curandera.
Dentro de la habitación había una puerta secundaria, donde se dirigió la mujer para llenar la rudimentaria bañera que usarían para bajarle la fiebre. Cuando se giró de nuevo hacia su sobrino, tenía una expresión inescrutable. Esperaba que no se pusiera a protestar de nuevo, porque ya no tendría paciencia. De ser necesario lo alzaría en brazos y lo tiraría en la bañera hasta que le bajara la fiebre.
—No sé si escuchaste a la curandera, pero vamos a tener que darte un baño. Como intentes negarte va a ser peor para ti… —Aemond se inclinó hacia él, sin dejarle tiempo para que dijera que no. Tiró de la camisa que tenía puesta con firmeza, dejando su torso al descubierto. Le parecía que Lucerys no había dejado de temblar y Aemond frunció el ceño porque allí también estaban los vendajes de la herida en el costado y todos los golpes y marcas que no había visto con detenimiento antes. Cuando lo desvistió para ponerle sus ropas en Desembarco del Rey, no hubo tiempo para nada.
Pero ahora se tomó un instante para comprobar lo mal que lo había pasado en el calabozo. Aunque Aemond no se engañaba, sabía que había unos cuantos moretones que él mismo le había hecho cuando tenía a Lucerys confinado en su habitación. Aemond suspiró hondo cuando escuchó el agua correr y luego a la curandera cruzar la puerta contigua. Antes de que Lucerys pudiera decir nada, Aemond tiró de él con firmeza una vez más.
Cuando lo cargó en brazos, no pudo evitar recordarse que había hecho lo mismo en Desembargo del Rey, justo antes de subirlo al lomo de Vhagar.
—Vamos a la bañera, ni una sola queja.
Al menos, su sobrino no había rechazado el caldo. Pero la mujer tenía razón, eso no iba a disminuir la fiebre. Aemond resopló y volvió la vista hacia ella, pretendiendo que estaba empoderado de nuevo. Tendría que fingir en todo momento que estaba en el control de la situación, porque de otra forma navegaría al borde de la locura.
—Dile a las demás sirvientas que preparen un baño. Haga lo que sea necesario… —dijo Aemond, dispuesto a escuchar cualquier recomendación para Lucerys. No estaba acostumbrado a seguir las instrucciones de nadie, excepto quizás si se trataba de las intimidaciones de su abuelo, pero en este caso no tenía más remedio que seguir los pasos de la curandera.
Dentro de la habitación había una puerta secundaria, donde se dirigió la mujer para llenar la rudimentaria bañera que usarían para bajarle la fiebre. Cuando se giró de nuevo hacia su sobrino, tenía una expresión inescrutable. Esperaba que no se pusiera a protestar de nuevo, porque ya no tendría paciencia. De ser necesario lo alzaría en brazos y lo tiraría en la bañera hasta que le bajara la fiebre.
—No sé si escuchaste a la curandera, pero vamos a tener que darte un baño. Como intentes negarte va a ser peor para ti… —Aemond se inclinó hacia él, sin dejarle tiempo para que dijera que no. Tiró de la camisa que tenía puesta con firmeza, dejando su torso al descubierto. Le parecía que Lucerys no había dejado de temblar y Aemond frunció el ceño porque allí también estaban los vendajes de la herida en el costado y todos los golpes y marcas que no había visto con detenimiento antes. Cuando lo desvistió para ponerle sus ropas en Desembarco del Rey, no hubo tiempo para nada.
Pero ahora se tomó un instante para comprobar lo mal que lo había pasado en el calabozo. Aunque Aemond no se engañaba, sabía que había unos cuantos moretones que él mismo le había hecho cuando tenía a Lucerys confinado en su habitación. Aemond suspiró hondo cuando escuchó el agua correr y luego a la curandera cruzar la puerta contigua. Antes de que Lucerys pudiera decir nada, Aemond tiró de él con firmeza una vez más.
Cuando lo cargó en brazos, no pudo evitar recordarse que había hecho lo mismo en Desembargo del Rey, justo antes de subirlo al lomo de Vhagar.
—Vamos a la bañera, ni una sola queja.
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Jue Sep 21, 2023 6:26 am por Minerva
V. Un nuevo destino
Harrendal
Noche
Lucerys
No tenía ni fuerzas ni voluntad para pelear, así que se tragó el horroroso caldo. Pero cuando escuchó que le iban a bañar le pareció una locura. Hacía frío. Mucho frío, aunque estuviera sudando. Quiso pelear, pero cuando sintió las manos de Aemond desnudándolo no pudo. En parte por su amenaza, pero también porque con la fuerza que lo manejaba no tenía opción de enfrentarse.
Era la segunda vez que su tío lo desnudaba en dos días, pero en esta ocasión fue diferente. No tenía la urgencia del día anterior por la huida, pero tampoco le estaba dando mucho espacio. Sintió como lo observaba, y aunque tuvo el impulso de cubrirse, tampoco sintió que valiera la pena. El movimiento brusco despertó el dolor de la herida de su costado.
Cuando su tío lo alzó lanzó un largo gemido de dolor. No quería esto. Sin embargo, levantó los brazos y los cruzó tras la nuca de Aemond, escondiendo la cara en el hueco de su cuello. No entendía cómo su tío lo manejaba con tanta facilidad. No era un niño pequeño ya, aunque tenía ganas de gimotear como un bebé.
—Ya no quiero más...—repitió, aunque era una incoherencia.
Cuando sintió que le iba a bajar a la bañera se abrazó con fuerza a Aemond, haciendo un puño, asustado. El corazón le latía de prisa, no sabía si por el susto o por la fiebre. No estaba bien, tenía mucho de no estar bien...
¿Vendría alguien a buscarlo? ¿Su madre lo habría dado por muerto? ¿Estaría Daemon intentando vengarlo? No sabía por qué de repente pensaba en ellos. Lo único seguro en el mundo en ese momento era la el pecho y los brazos de Aemond que lo sostenían.
—Tengo frío—le dijo al oído a su tío mientras lo estrechaba con más fuerza.
Por favor, no, quería decir, pero tampoco quería seguir rogando.
—No perdamos tiempo—insistió la curandera. Cómo odiaba esa voz y recién la conocía —Métalo al agua de una vez.
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Sáb Sep 23, 2023 7:09 am por Juno
V. Un nuevo destino
Harrenhal
Mañana
Aemond
Aemond debió adivinar que, incluso luego de haber desnudado a Lucerys, no iba a ser tan sencillo como dejarlo en la bañera. Su sobrino, que seguía comportándose como un niño caprichoso, lo abrazaba como si eso fuera suficiente para detener lo inevitable. Aemond quiso empujarlo, hacer su voluntad de una vez por todas, pero no pudo hacerlo.
Quizás era porque había algo desesperado en el gesto de Lucerys o porque su cercanía, su cuerpo febril y desnudo demasiado cerca del suyo, estaba empezando a mermar su cordura. Aemond temía que acabara lastimando a Lucerys en un intento desesperado por imponer su voluntad. Pero tampoco estaba dispuesto a que su sobrino muriera luego de todo el trabajo que hizo para sacarlo vivo de Desembarco del Rey.
—Deja de comportarte como un mocoso… —masculló, mientras lo sostuvo por la cintura para, por fin, colocarlo dentro de la bañera. El cuerpo de Lucerys se sentía muy tibio al contacto y el agua estaba muy fría, pudo sentirlo enseguida cuando le salpicaron unas cuantas gotas—. Esto te bajará la fiebre.
La última frase iba más para él que para el propio Lucerys, a quien sumergió el cuerpo casi por completo. Aemond miró a Lucerys a los ojos, fijándose en sus mejillas, sonrojadas por la fiebre. Lucerys estaba ahora temblando, pero esperaba que fuera por el frío de la bañera. Aemond no estaba seguro si era bueno sumergirlo por completo, pero así lo hizo porque la curandera no le dijo lo contrario.
Cuando sacó el cuerpo empapado de Lucerys de la bañera, este parecía mirarlo con reproche. Aemond creyó que eso era una buena señal.
Aemond se atrevió a regalarle una sonrisa de superioridad, mientras sostenía un cuenco, lo llenaba de agua y se lo echaba una vez más en la cabeza. Lo hizo varias veces, impidiendo que Lucerys pudiera hablar con él.
—¿Será suficiente? —dijo con voz dudosa, fijándose en la mujer. Ésta parecía muy concentrada en una esquina, preparando lo que parecía otro brebaje. Aemond arqueó las cejas, sabiendo que de seguro Lucerys tampoco querría beber eso. Pero luego de echarlo en la bañera, nadie iba a negarle nada.
—Un par de minutos más… —comentó la curandera, mirando a Lucerys con detenimiento. Aemond esperaba que esa mirada significaba que estaba funcionando. Por instinto, le tocó la frente a su sobrino, que ya no parecía estar ardiendo.
Quizás era porque había algo desesperado en el gesto de Lucerys o porque su cercanía, su cuerpo febril y desnudo demasiado cerca del suyo, estaba empezando a mermar su cordura. Aemond temía que acabara lastimando a Lucerys en un intento desesperado por imponer su voluntad. Pero tampoco estaba dispuesto a que su sobrino muriera luego de todo el trabajo que hizo para sacarlo vivo de Desembarco del Rey.
—Deja de comportarte como un mocoso… —masculló, mientras lo sostuvo por la cintura para, por fin, colocarlo dentro de la bañera. El cuerpo de Lucerys se sentía muy tibio al contacto y el agua estaba muy fría, pudo sentirlo enseguida cuando le salpicaron unas cuantas gotas—. Esto te bajará la fiebre.
La última frase iba más para él que para el propio Lucerys, a quien sumergió el cuerpo casi por completo. Aemond miró a Lucerys a los ojos, fijándose en sus mejillas, sonrojadas por la fiebre. Lucerys estaba ahora temblando, pero esperaba que fuera por el frío de la bañera. Aemond no estaba seguro si era bueno sumergirlo por completo, pero así lo hizo porque la curandera no le dijo lo contrario.
Cuando sacó el cuerpo empapado de Lucerys de la bañera, este parecía mirarlo con reproche. Aemond creyó que eso era una buena señal.
Aemond se atrevió a regalarle una sonrisa de superioridad, mientras sostenía un cuenco, lo llenaba de agua y se lo echaba una vez más en la cabeza. Lo hizo varias veces, impidiendo que Lucerys pudiera hablar con él.
—¿Será suficiente? —dijo con voz dudosa, fijándose en la mujer. Ésta parecía muy concentrada en una esquina, preparando lo que parecía otro brebaje. Aemond arqueó las cejas, sabiendo que de seguro Lucerys tampoco querría beber eso. Pero luego de echarlo en la bañera, nadie iba a negarle nada.
—Un par de minutos más… —comentó la curandera, mirando a Lucerys con detenimiento. Aemond esperaba que esa mirada significaba que estaba funcionando. Por instinto, le tocó la frente a su sobrino, que ya no parecía estar ardiendo.
∞
Juno
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Ayer a las 8:35 am por Minerva
V. Un nuevo destino
Harrendal
Noche
Lucerys
Era extraña la sensación de que Aemond le hundiera en la bañera. Debía sentirse amenazado, con su tío manejando su cuerpo a su antojo, hundiéndolo en aquella agua helada. Pero no era el caso. En el fondo sentía que Aemond estaba preocupado por él y si tenía que ahogarlo para quitarle la fiebre, lo haría.
Quizá estaba funcionando. Tal vez estaba teniendo ideas más coherentes... O tal vez no.
Por un momento se quedó sin aire cuando se hundió del todo. Al salir de nuevo levantó los brazos, buscando a Aemond. Sin embargo, se dejó hundir de nuevo aunque esta vez logró mantener la cabeza en alto para seguir respirando. El par de minutos que dijo la curandera se hizo eterno. Fue él quien decidió que era demasiado y se aferró a Aemond para que no lo hundiera más, tirando las manos a sus hombros.
—Ahora sí, es suficiente...—balbuceó.
Sintió que la voz le temblaba. Enredó los dedos de una mano en el cabello de Aemond. Tan largo... tan lacio...
—Sácame de aquí—le pidió.
Se impulsó a sí mismo hacia afuera de la bañera, aunque estaba débil para sostenerse. No quería más medicina, ni más agua fría, quería... quería descansar.
—Ya puede llevarlo a la cama—dijo la curandera. —Hay que arroparlo y dejar que la medicina haga efecto.
Sí. Dormir. Descansar. Eso debía funcionar. Se abrazó a Aemond, necesitaba que lo sacara de ahí.
∞
Minerva
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