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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Sáb Abr 23, 2022 1:25 pm
    Recuerdo del primer mensaje :




    El pájaro en el espino
    Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
    Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.

    Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.

    Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.

    La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.

    AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1


    Índice de capítulos

    1. La eternidad es nuestra
    2. The birthday boy
    3. Juntos pero no revueltos
    4. Rêve d'un matin d'été
    5. Don't need to go any further
    6. The ghost of the past are the fears of the future
    7. Que alumbra y no quema
    8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
    9. Could you never grow up?
    10. El largo vuelo
    11. Family fights together
    12. The language of facts
    13. El ejército
    14. They made their way
    15. De cara al pasado
    16. Toda la carne en el asador
    17. Con los pies en el suelo
    18. The encounter
    19. Titanium
    20. La bandada
    21. Turmoil
    22. En el ojo del huracán
    23. La mágica familia americana
    24. Vientos de guerra
    25. The hateful heirs
    26. Damocles
    27. Tierra sin ley, odio que ciega
    28. Sueños de paz
    29. Antes de despegar hay que aterrizar
    30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
    31. El vuelo de las águilas
    32. Como las piedras celtas
    33. Are we out of the Woods?
    34. Bad topic
    35. The date
    36. Furthermore
    37. Sin miedo a la diversión
    Marcus O'Donnell
    Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja
    Alice Gallia
    Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka




    Post de rol:


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    La eternidad es nuestra:
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    Alchemist
    Freyja
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    Miér Oct 12, 2022 12:59 am


    Que alumbra y no quema
    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 26 de junio de 2002
    Cada uno se colocó en una pared. Si bien el hecho de saber que estaban sanos y salvos le tranquilizaba, seguía considerablemente tenso y, por tanto, su concentración se tambaleaba. Notaba los latidos del corazón en las sienes y solo podía pensar a toda velocidad en qué zona del castillo se encontraría Alice y si estaría asustada, o dolorida por la caída, o a saber. - Aquí no hay nada. - Dijo Hillary, frustrada. - Nada de nada de nada de nada. - A ver ¿qué pone? - Preguntó André, paciente. Marcus seguía tratando de descifrar a los celtas. Por supuesto, él se había quedado a los celtas y André a los bretones, a ver si al menos sus ancestros le inspiraban o algo. Era todo un tanto absurdo y un Marcus en lo absurdo se ponía muy sarcástico... Aunque no tanto como Hillary, claro.

    - ¡AGUA! ¡PONE AGUA POR TODAS PARTES! - Se enfadó la chica, señalando con desdén la pared. - Que si navegación, que si oleaje, que si conquistas... ¡Mira, de verdad! Esto son solo historietas vikingas. - Se giró hacia ellos. - ¿Qué pone en los vuestros? Porque aquí me voy a aprender la vida de Odín antes de ver qué ha pasado con mi novio. - Según esta frase... - Comentó André, concentrado. - ...Parece... Lo que he dicho antes, "bruma". Y por aquí... - Señaló otra línea. - "Cuando el batir de las alas del...", no identifico a qué animal se refiere, pero vamos, algún tipo de pájaro... - ¡¡QUE NO ME IMPORTA!! ¡¡OISH!! - Hillary se fue hacia Marcus. - ¡Aquí no pone nada de cómo se accede a ninguna parte! ¡Ni de cómo se activa esa trampilla! - Ya os dije que ellos no leyeron nada para activar la trampilla. - Comentó Marcus, con la vista en las runas, intentando concentrarse. - Si la trampilla era un círculo, a lo mejor los celtas dicen algo. - Aportó André. Luego se encogió de hombros. - A falta de los otros dos... - Sí que dicen algo. - Cortó Marcus. De repente, al leer la tercera frase de lo que tenía delante, algo hizo click en su cerebro.

    Hillary y André se le habían colocado cada uno a un lado, expectantes. Marcus comenzó a señalar. - "De las verdes praderas brotará vida". "De lo más profundo y hacia lo más alto, sus frutos". "La energía de su centro, con sus piedras, hará magia". - Sí. Tenía sentido, tenía que tenerlo. - ¿Qué es eso, Marcus? - Preguntó Hillary, tratando de disimular que no tenía la paciencia en sus mejores horas, pero realmente deseosa de obtener una respuesta. - Se refiere a la tierra. - Dijo él. Señaló a la pared frente a sí. - Tierra. - Señaló a su derecha, donde antes estuviera André. - Aire. - Señaló a su izquierda, la pared que leía Hillary. - Agua. - Y solo faltaba una. Los tres se dieron la vuelta. Frente a ellos, la pared con las antorchas. - Y fuego. - Allí se había detenido sir Laferrac a dar su explicación. Ahí estaban las antorchas. Aquella era la pared del trono de los cátaros. Allí tenían que estar sus respuestas.

    - Vale, los cuatro elementos. Pero eso igualmente no nos dice nada. - Hillary parecía un tanto más aliviada por haberle encontrado la lógica a aquello, pero igualmente seguían sin una respuesta clara. Marcus se acercó a la pared frente a sí, donde estaban las antorchas y por donde sabía que ellos habían caído, y escudriñó. Y entonces lo vio. - Esto no es una runa. - Y nadie mejor que Marcus O'Donnell iba a detectar a la legua un círculo de transmutación. - Apartaros. - Le dijo a los otros dos, que habían ido tras él. Dio unos pasos hacia atrás, colocándose lo suficientemente lejos, y apuntó al círculo con la varita. Un haz de luz empezó a dibujar las líneas del círculo y, una vez acabado, este se iluminó y un agujero se abrió bajo sus pies, provocando que los tres se sobresaltaran y que Hillary ahogara un grito. Apenas pudieron reaccionar, porque segundos después de abrirse se cerró. - Hazlo otra vez. - Pidió André. Marcus le miró. - ¿Para qué? - ¿Cómo que para qué? Han caído por ahí. Vuelve a hacerlo para que caigamos nosotros también. Era un tobogán, por eso no les ha pasado nada. - No es el pasadizo correcto. - Dijo Marcus. Hillary le miró con los ojos como platos. - ¿¿Qué hostias dices, O'Donnell?? ¡Han caído por ahí! ¿Ahora te vas a poner en modo acertijo? - Han caído en una trampa. - Aseguró. - Aquí hay un escrito en clave y claramente esto va alternando las salidas. En eso consiste el conocimiento. - Afirmó, señalando al trono. - No es estático, es cambiante. Debes actualizarte, renovarte continuamente, y adaptarlo a las circunstancias. - Miró a la pared de nuevo. - El fuego no es la solución. - Por alguna razón. Ahora le quedaban tres opciones.

    - Pues nada, a probar las demás. - Afirmó André, volviéndose a su pared y buscando si había algún círculo por ahí. Marcus se detuvo en su sitio, pensativo. Lo de ir probando no iba con él: tenía que buscar la solución de otra forma. - ¡Eh! ¡Ya he encontrado el círculo del aire! ¡Está en el techo! - Hillary hizo una pedorreta. - Sois tremendamente originales los alquimistas ¿eh? - Comentó mordaz, dirigiéndose a donde estaba André, dispuestos a hacer lo mismo que había hecho Marcus para dibujarlo. - Quietos. - Ordenó. ¡Por Merlín! ¿Es que no podían estarse un segundo quietos y dejarle pensar? No tardaría en dar con la respuesta si podía concentrarse aunque fuera un ratito. - No tenemos ni idea de dónde está la trampa de ese círculo si no es el correcto. - Y lo que les faltaba era caerse ellos por otro lado. Lo miró desde abajo, acercándose también, y luego miró a Hillary. - Y eso no es un círculo de un alquimista. Está sin terminar. - Hillary rodó los ojos. Porque, sí, Marcus reconocía un círculo alquímico allá donde lo viera. Como también sabía diferenciar un círculo de transmutación de un simple dibujito pintado.

    - Nos estamos saltando información de las runas... - Marcus ¿entiendes que no podemos quedarnos aquí traduciendo runas toda la vida? - Pues gracias a la traducción hemos dado con... - ¿Con qué? ¿Con que cada pared habla de un elemento? Quitando eso ¡no tenemos nada! - Ya se iba a poner a discutir con Hillary, mucho estaba tardando. - Bueno, yo por si acaso voy a ir buscando el de la tierra, que supongo que estará en el suelo. - Dijo André, dirigiéndose hacia la pared correspondiente mirando el suelo. Y, mientras paseaba, vio como iba dejando la vista atrás y decía con una sonrisilla. - Mira, a los cátaros le gustaban los cangrejos. - Bromeó, señalando el centro de la estancia. Hillary rodó los ojos y pasó del tema, volviendo a sus quejas habituales, pero algo había conectado en el cerebro de Marcus. Un cangrejo... No, no podía ser casualidad.

    - La constelación de cáncer. - Murmuró. Los dos le miraron, y él miró alternativamente a uno y otro también. - El agua. - Se generó un silencio. Cuando reaccionaron, los tres a la vez se pegaron a la pared de las runas vikingas y empezaron a leer a toda velocidad. - ¡Aquí! -Bramó Hillary. - "Siente la marea, sigue su oleaje. Busca tu rumbo y conquistarás". - Algo va a señalarnos el camino. - Murmuró Marcus. - Algo... donde haya... - Oleaje. - Completó André. Los tres se miraron y sonrieron. - La sala de astronomía. - Dicho y hecho, salieron corriendo hacia allí.

    Entraron atropelladamente en la sala después de haber corrido como si les persiguieran por el lúgubre pasillo de estanterías quemadas. Marcus se fue fijando en el suelo: estaba lleno de cangrejos. Aquel castillo cambiaba su ruta cada vez que cambiaba la constelación regente. Entraron en la sala y sus ojos se fueron directos a buscar la constelación de cáncer. - Ahí. - Señaló el techo. La punta señalaba hacia una de las paredes, y allí estaba el círculo correspondiente. Al parecer, los círculos se movían de sitio también. Marcus alzó la varita y bramó. - ¡Aquamenti! - El agua impactó directamente sobre el círculo y, al terminar el hechizo, apareció ante ellos una puerta con unas escaleras que descendían a alguna parte. Sin pensárselo dos veces, descendieron las escaleras a toda prisa.

    Sin embargo, al final de estas lo que encontraron fue un pasillo cegado. - ¡No me jodas! - Bramó André, jadeando. Hillary frustró un gruñido. - ¿¿Pero quién ha hecho esta puta broma?? - ¿¿Hills?? - Todos abrieron mucho los ojos. Era Sean. - ¿¿Sean?? - ¡¡Hills!! - ¡¡¡SEAN!!! ¿¿DÓNDE ESTÁS?? - ¡¡Te oigo a través de aquí!! - La pared. Por supuesto, ya estaba Hillary aporreándola. - ¡¡Hay que abrir esto!! ¡Apartaos! - Bramó la chica. Hizo el mismo intento que en la sala de arriba. - ¡Aquamenti! - Pero, por desgracia, aquí no funcionó. André empezó a mirar por todas partes. - Tiene que haber algún círculo... - Dejadme a mí. - Dijo Marcus. Tenía una idea. Quizás fuera un intento en balde, pero de alguna manera tenía que hacerlo. Si no servía, entre los tres podrían intentar echar ese muro abajo de alguna forma. Pero algo le decía que iba a ser una cuestión más de intelecto que de fuerza.

    - Alice... Escúchame. - Puso las dos manos en la pared y apoyó la frente en esta. - Estoy aquí... - Dijo, tratando de modular la respiración acelerada y su voz, intentando que supiera lo que estaba haciendo y que ella pudiera entenderle y seguirle. - Yo soy la tierra. - Sabía que ella respondería a eso. De hecho, lo escuchó al otro lado y sonrió, añadiendo él la siguiente frase. - Soy el agua. - Y la parte que faltaba la dijo ella. La pared se iluminó de repente con un fulgor que le hizo dar un paso atrás, aunque nada más verlo supo que no le haría nada. Que alumbra y no quema. Ese fuego que los cátaros usaban para alumbrar. La pared se había convertido en una enorme cortina de fuego blanca que, al consumirse, mostró a los tres al otro lado. Avanzó hacia su novia y la estrechó en sus brazos. - Gracias a Dios. - Dijo mientras la achuchaba. - Qué miedo he pasado. - Dijo de corazón. Porque le conocía lo suficiente como para que fingiera otra cosa, porque llevaba intentando contenerlo un buen rato y porque, como bien decían los Gallia, negarlo siempre es peor.




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    Miér Oct 12, 2022 2:18 pm


    Que alumbra y no quema
    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez | 26 de junio de 2002

    No quería que se le notara pero empezaba a impacientarse por salir. Jackie y Theo sonaban preocupados, y, a pesar de la colaboración de los dos fantasmas, no parecían estar encontrando muchas pistas de cómo salir. Se acercó, cruzando los brazos, al cilindro que era el pozo. — ¿Por qué habremos acabado aquí? Solo había luz en esta dirección. Parecía que estaba… Indicado. Bueno, indicado si te fías de la llama blanca. — Señaló Marine. — Un cátaro siempre sigue la llama blanca. — Saltó Lorene. — La llama siempre guía, por eso alumbra eternamente. Por eso nos enseñaban a interpretar el cielo y confiar en que la llama siempre nos enseñaría el camino. — Alice la miró de reojo. Pobrecilla, creía de verdad en su causa, se le notaba… Y entonces algo hizo clic en su cabeza. — Antes… Antes han dicho que era la época del primer signo de agua… Mientras estábamos en la sala de astronomía… — Se acercó al cilindro del pozo y lo tocó. — No puede ser casualidad que la llama nos haya traído aquí, donde pasa una corriente de agua.

    Y justo entonces, escuchó la voz de Hillary al otro lado de la pared. — ¡Hills! — Exclamó con alegría, dirigiéndose allí. Pero su amiga tenía claramente otro interés, interés que ahora estaba pegado a la piedra como si le fuera la vida en ello, montando una opereta en toda regla. Alice y Marine se miraron, entornando los ojos y tuvieron que contener una risa. Parecía que estaban intentando abrir la pared, y de pronto notó cómo Marcus la llamaba y fue ella la que se pegó a la pared. — Mi amor… — Dijo con cariño, posando las manos en la pared, para que notara que estaba bien, que estaba tranquila, que lo resolverían. Y entonces le dijo lo de “yo soy la tierra”. Le encantaba esa frase, y solían decírsela mucho, quizá así notaría que estaba todo bien… — Yo soy el aire. — Contestó con ternura. Y entonces, cuando le contestó con lo del agua… Lo entendió. Oh, su alquimista brillante, lo había resuelto. Se giró al pozo y sonrió. Apartó a los otros dos hacia atrás, por si acaso, y colocó las manos en el muro. — Soy el fuego. — Su impulso fue apartarse inmediatamente, pero la llama cátara, como habían dejado claro, no quemaba. En cuanto se consumieron, vio que Marcus corría hacia ella y se unió a él en un abrazo muy fuerte, notando que respiraba mejor solo de tenerle ahí. — Lo sé, mi amor. Cómo lo siento. — Levantó la cabeza y le dejó un beso en los labios. — Está todo bien. — Se separó y sonrió. — No es solo que esté todo bien, es que has descubierto cómo llegar aquí, eres increíble. — Dijo contentísima, agarrando sus manos y besándolas. — Yo acababa de darme cuenta de que el pozo estaba aquí y que estaba relacionado con lo del agua. — ¡¡¡¡ALICE!!!!! ¿SEGUÍS AHÍ? — Anda, que Jackie sigue ahí. — Cayó Marine, dirigiéndose a la tubería. — Jackie, nos acaban de abrir la salida. Están todos aquí, no te preocupes, nos vemos en el patio. — Y, diligentes, se dirigieron a abandonar la sala, todo fuera que se cerrara. Pero al haber recuperado a su amor y llevarlo de la mano, se acordó de alguien. — Lorene. — Llamó a la joven. — ¿Cómo se llamaba tu prometido? — François Dampierre. — Si le sitiaron en Puivert quizás también esté anclado al castillo. No sé cuánto tardaré en volver, porque vivo en Inglaterra, pero para vosotros los fantasmas el tiempo es relativo. — La chica rio. — Cuán ciertas vuestras palabras. — Te prometo que, en cuanto pueda, iré a Puivert y veré si está allí. Y si lo encuentro, le diré que le esperaste siempre, que le esperas todavía. — La chica sonrió y describió una voltereta en el aire. — ¿De veras? ¡Oh santísimo Dios! ¡Sois un alma pura, Alice, mil gracias! — Ella sonrió. — Dámelas si lo encuentro. Vendré a contártelo si así es. — ¡Sí sí sí! Cuidad de ella, caballero. — Le dijo a Marcus. — Os deseo lo mejor a los dos. — Alice asintió y agradeció y se alejó por las escaleras, de la mano de su novio y le explicó. — La quemaron aquí junto a los demás y se convirtió en fantasma probablemente porque esperaba que el tal François viniera a por ella. — Apretó la mano de su novio y la besó de nuevo. — Me he sentido identificada por obvias razones. Así que ahora tendremos que ir a Puivert algún día y ver si a él le pasó lo mismo. Solo intentaremos no llevar a Sean para que no active nada.

    Se pasó todo el trayecto al patio loando a su novio, analizando cómo había encontrado cada pista, queriendo oírlo todo con ojos brillantes, hasta que divisaron en el patio, junto al pozo a los demás. — Hills, me da la impresión de que has jubilado a un fantasma. — Decía Jackie. — Sir Laferrac vino a buscarnos y no lo he vuelto a ver. — Todos rieron y Hillary puso cara de hastío, sin soltarse de Sean. — A ver, estaba muy en plan guía misterioso y teníamos una emergencia, era como para ponerse así, ¿sabéis? — De nuevo, la risa fue generalizada, y hasta Hillary tuvo que sonreír. — ¿Sabéis qué batalla nos queda? — Dijo Jackie señalando su reloj. — La de explicarles a mis padres por qué vamos a llegar, al menos, veinte minutos tarde a la comida en Aix. Seguro que algo nos acaba cayendo. — Dijo mirando a su hermano, que para variar, estaba a otras cosas, de risitas con Marine. Alice miró el reloj y luego a su novio. No solo se le había ido el tiempo si no que que había olvidado de la comida con sus tíos en la encantadora Aix En Provence, que ninguno de los ingleses conocía. — ¿Tantísimo se nos ha ido la mañana? — Miró alrededor y suspiró. — Va a haber que volver para verlo en condiciones… — Miró las caras consternadas de todos y aclaró. — Bueno, sin activar nada, ¿vale?





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    El Pájaro en el espino, el comienzo:

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    Alchemist
    Freyja
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    Miér Oct 12, 2022 4:44 pm


    Que alumbra y no quema
    Con Alice y toda la tropa| En Saint-Tropez | 26 de junio de 2002
    Al separarse, la escudriñó, aún con las manos en sus mejillas. - ¿Seguro que estás bien? - Estaba mirando si había daños por la caída, o si había llorado, o si respiraba con dificultad por la angustia... pero no, su novia estaba contentísima porque había resuelto un acertijo. Suspiró con alivio mientras se ahorraba cerrar los ojos. ¿Por qué todos allí (excepto Hillary, que más que les pesara a ambos se veía que eran los más parecidos) parecían estar tomándose aquello como un juego divertidísimo? A él casi le da un infarto. - Lo mío me ha costado. - Dijo con media sonrisa, tratando de no sonar demasiado angustiado. Sí, lo había resuelto, pero no sabía ni cómo. Con lo abrumado que estaba por la circunstancia, perfectamente podía seguir dando vueltas por la sala del conocimiento sin sacar nada en claro.

    Miró hacia arriba y volvió a dejar salir aire entre los labios, bajando las cejas con resignación y negando. - Un pozo... - Menuda obviedad. Si lo hubiera sabido... - Estoy casi seguro de que esto lo diseñó un Gryffindor. - Miró a Alice. - Un Gryffindor listísimo, pero un Gryffindor. Las pistas traían aquí como podían haber llevado a cualquier otra parte y su conexión es superficial. Por no hablar de los riesgos que entrañaba equivocarte al resolver. - Chistó y negó, pasando la vista a Sean y Marine para comprobar que ellos también estaban bien. Por supuesto, Marcus no solo no se tomaba aquello como un juego sino que, una vez confirmada la supervivencia y bienestar de su novia, su mejor amigo y su nueva amiga, ya se podía permitir el lujo de juzgar lo adecuado de ese casi diabólico juego de ingenio.

    La irrupción de los gritos de Jackie le recordó que aún no estaban todos juntos, pero la angustia duró poco, porque al parecer estaban bien orientados con respecto a la salida, por lo que sería cuestión de reunirse donde habían acordado. Antes de salir, en cambio, Alice se giró hacia el fantasma de una chica a quien Marcus no había visto aún. Una chica muy joven, por cierto. Frunció un poco el ceño escuchando la conversación, la cual claramente se había perdido, pero lo relajó para sonreír y saludar con cortesía cuando se dirigió a él. Se llevó la mano al pecho. - Lo haré. Toda la vida, y con todo mi corazón. - Miró a su novia y arqueó las cejas. - Si ella me deja. - Y si no me mata de un infarto antes. Mientras salían, Alice le contó la historia de la chica y el corazón se le encogió en el pecho. - Pero... es muy joven. - Musitó, frunciendo el ceño casi horrorizado. Miró a su novia y dejó un beso tierno en su pelo. - No habría castillo que me encerrara si sé que me estás esperando. - Y prefería no contemplar la posibilidad de que ambos acabaran convertidos en fantasmas con la edad que tenían, la verdad, porque por un momento en esa sala sentía que habían estado a punto. Y aún le duraba el susto en el cuerpo.

    Alice levantó bastante su humor en base a engordar su ego intelectual, porque su novia le conocía muy bien. Se permitió el lujo de adornar un poquito cómo había llegado a las conclusiones que había llegado, fingiéndose el ser más racional y mentalmente frío del mundo cuando de resolver un misterio se trataba, y obviando la parte en la que casi hace un agujero en el suelo para compartir destino con ella presa de la desesperación. No era tan ingenuo como para pensar que Alice no sabría que parte de su discurso eran adornos o que André le delataría en algún momento, pero pensaba disfrutar mientras tanto. Le hizo bastante gracia la supuesta jubilación de sir Laferrac, pero chistó y decidió partir una lanza en favor de Hillary. - Estábamos un poco tensos por razones obvias y el señor no estaba dando ninguna pista concluyente. - Ni concluyente ni pista. Solo decía tonterías. - Afirmó Hillary. Marcus asintió. - Parecía más bloqueado que nosotros. Al final, hemos tenido que sacar nuestras propias conclusiones. - Después de que cierto caballero estuviera a punto de marcarse un Romeo por su Julieta, solo que echando el castillo abajo. - Sí que le había durado poco el momento "Andrés no me ha delatado todavía, puedo fingir que mantuve la calma". - Aquí el caballero andante, mucho criticar a los Gryffindor, pero casi se marca uno y lo tenemos ahora de fantasma por aquí. - Exagerado... - Murmuró Marcus, rodando los ojos. - Solo estaba comprobando el estado del suelo. Necesitaba saber si la caída había sido muy aparatosa. - Pues tú ibas de cabeza. - Bueno, un momento de debilidad lo tiene cualquiera. - Se defendió, y acto seguido se estiró, muy digno, con la mirada al frente. - Y al final resolví el enigma, que es lo importante. - De repente, notó que alguien le agarraba la cara con cierta violencia y le plantaba un beso en la mejilla que le dejaba un pitido en el oído. - ¡¡Si es que es listo el condenado!! ¡Solo hay que dejarle pensar un poquito! - Gracias, Hills. - Respondió un tanto aturdido, tras lo cual se removió y la miró con una ceja arqueada. - Acuérdate en la próxima crisis antes de ponerte a gritar. No sé como Sean no te oía desde donde estaba. - Pues no, no la oía. Ojalá la hubiera oído. - Su amigo miró a la chica y dijo, muy melodramático. - No sabes cuánto he echado de menos tu voz, mi Hills. - Ooooh... - Se derritió la otra, yendo a darle un abrazo. Marcus rodó los ojos y miró a Alice. Y luego hablarían de ellos...

    La mañana se habría pasado muy rápido para algunos, pero a Marcus el mal rato le había consumido años de vida, estaba seguro. Ya hablarían más adelante de si volver al castillo o no. Por lo pronto, debían aparecerse en Aix para la comida con los Gallia. Susanne y Marc les estaban esperando en la puerta, pero ni mucho menos con objeto de regañarles, sino con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. - ¡Por fin venís! - Dijo la mujer, toda alegría, lanzándose a abrazar a Alice la primera. Jackie estaba un poco cortada, al lado de Theo, y André murmuraba algo con Marine, pero su padre le detectó rápido, señalándole. - Tú. ¿Qué has liado esta vez? Dudo que nuestros amigos ingleses hayan querido llegar tarde voluntariamente. - ¿He tenido que ser yo? - Preguntó André, fingiendo una indignación nada creíble. Se volvió a los demás. -  ¿Veis lo que tengo que aguantar un día tras otro? - Anda, anda, menos quejas. - Dijo Marc, adelantándose y saludando a Marine con dos besos. Susanne ya había soltado a Alice y ahora le recibía a él con una enorme sonrisa. - Marcus, querido. - Señora Gallia, qué alegría verla. - ¡Ay, hijo! Después de tantos años y siendo ya prácticamente familia, no me hables con tanto formalismo, que me siento mayor. - Dijo con una risita. Veía que la mujer intentaba ver por encima de él y, con tono divertido y tierno, les susurraba. - ¿Tengo que incluir a alguien más en la familia? - Le dio un pequeño codazo a Alice y dijo. - Anda, chívale algo a tu tía. Que estos hijos míos no hay forma de que suelten prenda de nada. - ¡Bueno! ¿Me presentáis al resto del grupo o qué? - Comentó Marc, divertido, y André realizó las pertinentes presentaciones de Sean y Hillary. Jackie y Theo se iban acercando un poco más, por lo que Marcus y Alice dieron un paso atrás y disfrutaron del espectáculo.




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    Miér Oct 12, 2022 6:34 pm


    Que alumbra y no quema
    Con Marcus y toda la tropa| En Saint-Tropez | 26 de junio de 2002

    Alice adoraba Aix-En-Provence. Le encantaban sus fachadas tan grandiosas como destartaladas, sus colores pastel y que había flores en todas partes, era pura Provenza. Miró a Marcus emocionada y se enganchó de su brazo. — ¿Cómo es posible que no te haya traído nunca aquí? Es un sitio precioso.Sobre todo para una boda. — Dijo su prima. — ¿Verdad? — Contestó al momento, con una sonrisa que le iluminaba la cara. Acto seguido, se dio cuenta de que su prima le había tendido una trampa, y simplemente entornó los ojos como si hubiera dicho cualquiera cosa, y la vista de sus tíos al fondo distrajo la conversación, y se dirigieron a saludar.

    ¡Díselo bien alto, tío! Todo culpa de tu hijo mayor. — Picó Alice. No se le escapó, por supuesto, la naturalidad con la que su tío saludó a Marine. Y justo cuando su tía la picó, aprovechó para dejar caer. — Pues depende, ¿contamos a Marine ya o no? — Eso hizo reír a Susanne, que les miró con cara de pilla. — Ay, cielo, eso es tierra baldía, no será que no se ha intentado. — Pero su tío Marc demandaba presentaciones, y ella se apresuró a introducir a sus amigos en la órbita. — Qué de años oyendo hablar de ustedes, tanto a Marcus como a Alice. — Dijo Hillary. — Espero que todo bueno… ¡Hombre! Pero si a este chico el conozco yo de Pascua. — Dijo mirando a Theo y acercándose a darle la mano. — Hola, señor Gallia, de verle… Me… Alegro. — Su tío río y le señaló. — Es un cachondo Theo, en Pascua lo pasamos bien, eh… — Sí, sí. Divinamente. Precioso. Como esto. — Tú hablas inglés de normal, ¿no? — Preguntó su tío desconcertado. Sí, sí, pero ahora mismo hablaría lo que fuera por que no le juzgaras, pensó Alice, mirando con media sonrisilla a su tía. Esta estaba cruzando miradas con Jackie, que no sabía dónde meterse. — Querido… Creo que le estamos agobiando un poco. — ¿Ah sí? Perdón, eh Theo… — No, no, señor Gallia, para nada. Si es que no estoy acostumbrado a aparecerme, ¿sabe? — Ah claro, a mí me pasa, eh, a mí me sacas del trayecto Marsella-Saint-Tropez, y me pierdo ya… — Y su tío entró hablando con Theo en el restaurante. Alice se acercó a su tía y susurró. — Bueno, se lo va a tomar a bien cuando tu hija se decida a decirlo. — Susanne rio y negó con la cabeza. — Eso espero. Te juro, Alice, que es tan despistado que a veces me pregunto cómo conserva la cabeza sobre los hombros.

    Se sentaron a comer en un jardín precioso, y Alice le iba indicando a lso ingleses como se comía esto o que llevaba aquello, disfrutando de la luz del sol que se filtraba por las hojas de los árboles del patio. — Bueno, ¿alguien va a contarme por qué hemos comido más de media hora tarde hoy? ¿Habéis reemprendido la cruzada cátara? — Preguntó Marc. Alice sonrió, después de dar un sorbo a su limonada. — ¡Bueno tío no te lo imaginas! Ha sido una locura… — Marc miró a Marcus y sus amigos. — Así han empezado tooooodas las historias toooooodas las veces que nos han llamado de Beauxbatons, o del ayuntamiento, o de donde sea que la han liado mis hijos. Papi, esta vez no hemos sido nosotros. — Dijo Jackie con media sonrisilla. Estaba más callada que de costumbre, probablemente estrujándose el cerebro sobre qué decir respecto a Theo. — Pero esta vez tenían ayuda inglesita para asistirles en el lío, tío. — Dijo ella, dejando un besito en la mano de Marcus y cediéndole el protagonismo a su primo, porque le encantaba contar historias muy a su manera, y sabía hacer reír a su padre. Mientras ella pensaba… Sí, cuán bonita podía ser una boda en un patio así… En verano… Por lo que fuera…






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se revolvió en la cama, perezoso, aún con los ojos cerrados. Se estaba tan bien allí, la cama era cómoda y la temperatura, perfecta. De hecho ni siquiera llevaba la camiseta del pijama, solo el pantalón, y apenas estaban un poco cubiertos por las sábanas. Abrió los ojos y allí estaba Alice, y solo de verla sonrió. ¿Podía firmar porque aquello fuera así toda la vida? ¿Todos los días de su vida? Ahora, volverse a Inglaterra se le antojaba todo un drama. Y no porque no tuviera ganas de estar en casa o ver a su familia (a sus padres les quedaban varios días de aguantar anécdotas sin fin de Marcus en La Provenza), sino porque... sería volver a estar sin Alice. A despertar sin Alice. Y solo de pensarlo ya le estaba entrando frío, el frío propio de Londres, tan lejano al calorcito de allí.

    Se arrastró un poco por la cama para abrazarse a ella, y al hacerlo vio como se removía también y abría los ojos. Sonrió. - Buenos días, princesa. - Susurró, dejando un beso en su mejilla justo después y aprovechando para apoyar la cabeza en la almohada, entre esta y el rostro de Alice, dejando salir un suspiro relajado. - ¿Podemos no levantarnos? - Preguntó con voz adormilada. Se pegó aún más al cuerpo de ella, abrazándola como si fuera un peluche y poniéndose mimoso, arrastrando las palabras. - No quiero irme de aquí. - Soltó un gruñidito que sonaba más a su estado placentero y relajado que a una queja real. - ¿Por qué alguien como yo no tiene un giratiempo? Solo lo usaría para hacer el bien. - Rio él solo de su propia broma, pero seguía sonando su voz amortiguada por tener la boca pegada medio a la almohada medio al cuello de Alice, donde estaba demasiado a gusto como para salir.

    Se quedó unos instantes allí en silencio, solo disfrutando de esa paz y recapitulando los días que llevaban, tan felices. - Ahora me estoy acordando de la canción esa que bailamos el otro día. - Levantó la cabeza de su sitio con una sonrisilla infantil y los ojos medio cerrados, como si siguiera dormido. Tenía el pelo totalmente revuelto, lo que le daba una expresión de perrillo juguetón bastante graciosa. - Anda, cántame un poquito. - Recostó la cabeza en su hombro y se apretó a ella un poco más. - Aunque si me cantas ahora, a lo mejor me quedo otra vez dormido. -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se despertó al notar el movimiento de Marcus. Era una maravillosa forma de despertar, la verdad. Toda su vida, Alice había pensado que levantarse con una persona era algo incómodo. Que ella tendía a dormir de formas muy raras, se le recogía el camisón, se quedaba despeinada… Por no hablar de que ella solía levantarse de un humor de perros. Pero, como en tantas otras cosas, con Marcus se había obrado la magia. Ella, que no pocas mañanas había amanecido con la cabeza en los pies de la cama, cuando dormía con Marcus se limitaba a quedarse quietecita a su lado, para no dejar de sentir su calor y la sensación de protección que le confería, y encima, ni rastro del mal humor, porque claro, despertarse con besitos o con un Marcus perezosillo a su lado, era otra cosa diferente al frío y cruel despertador. — Buenos porque estás tú aquí, mi príncipe. — Contestó, estirándose un poquito solo, para no perder su privilegiada posición. — Podemos… — Dijo abriendo un ojo y mirando la suave luz que entraba por la ventana. — Es temprano, y no oigo ruido abajo, nadie está levantado, así que nadie sabrá que nos hemos quedado aquí. — Sonrió y se acurrucó un poco más en los brazos de Marcus. — Algún día… Vamos a tener una casa, y nadie va a decirnos nada si nos pasamos toooooodo el día en la cama. — Giró un poquito la cabeza y sonrió. — Bueno, para coger comida porque, si no, mi príncipe se desmayaría.

    Suspiró. Sí, por desgracia, no tenían aún dicha casa, y tendrían que separarse en breve. — Repetiremos todo lo que podamos. Ahora que he descubierto lo bien que encajamos para dormir, yo no me bajo de este barco. — Y se rio con lo del giratiempo. — Siempre te acuerdas del giratiempo… Tumbado a mi lado… Con poca ropa… ¿Será coincidencia? — Preguntó con voz de falsa intriga, echándose a reír después.

    Le miró cuando dijo lo de la canción y se quedó embobada con aquella visión. — ¿Por qué eres tan terriblemente guapo y atractivo hasta recién levantado? — Se giró y pasó los dedos por su pelo. — Eres irreal, Marcus O’Donnell. — Y dejó un beso en su frente mientras se reía un poquito de lo de que le cantara. — Esa todavía no me la sé, y entre que estoy recién levantada y que me has dejado anonadada, no sé yo si estoy muy para cantar. — Se recolocó y se puso un poco por arriba de él, viendo su cara tan bonita sus rizos, y dejando que reposara sobre su pecho. — Pero me acuerdo de esas frases que nos llegaron…  Y puedo decírtelas como si se tratara de nosotros, porque era ideal.  — Aseguró con ternura. — Aquí en tus brazos donde hay paz… — Dijo deslizando su mano por el brazo de Marcus. — Aquí en tus brazos donde soy feliz… — Sonrió y acarició su mejilla. — Pero sobre todo recuerdo cuando decía… — Bajó la voz y se acercó más a Marcus susurrando sobre su frente. — Oyéndote decir que me amas… Vuelvo a tus brazos, donde me siento libre. — Sonrió y le rodeó con sus brazos. — Esa es mi parte favorita porque… Me di cuenta hace tiempo ya, eh… Que nunca me siento más libre que cuando estoy en tus brazos. Y ya sabes lo que es eso para mí, amor mío. Lo es todo, todo lo que soy, lo soy más en tus brazos.— Inspiró y le acarició el pelo de nuevo, haciendo que se quedara sobre su pecho. — ¿Dónde te gustaría que estuviéramos ahora, mi amor? Si simplemente pudiéramos pedir cualquier cosa, cerrar los ojos y aparecer ahí. — Le encantaba ponerse soñadora con su novio, la verdad, le parecía de las cosas más bonitas que hacer.





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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Puso una sonrisilla graciosa y muy exagerada, con los ojos cerrados, cuando le confirmó que podían no levantarse y simplemente quedarse allí, aunque en el fondo supiera que eso solo era para un ratito. Las tonterías que hacía con y para Alice, no las hacía con ni para ninguna otra persona. Cuando ella se acurrucó con él, Marcus hizo lo mismo con ella. - ¿Entonces podemos fingir ser unos tardones perezosos que se han quedado dormidísimos hasta las tantas, y quedarnos de mientras aquí, haciendo así? - La achuchó con más fuerza y frotó su cara graciosamente contra su cuello, riendo. Desde luego, podía quedarse haciendo eso horas y horas y horas, y días, y meses, y toda la vida.

    Echó la cabeza hacia atrás e hizo un ruidito de gusto, como si estuviera imaginándose el mejor manjar del mundo, cuando Alice definió su futuro. - No veo la hora, de verdad que no. - La miró, alzando un poco la cabeza. - ¡Y ni eso! ¿Te crees que has ido a enamorarte de un príncipe sin recursos? Nos insultas a ambos. - Hizo una floritura con la mano mientras volvía a dejarse caer en la almohada. - A ver si te crees que no he puesto ya en práctica el noble arte de hacer llegar comida a la cama. Y no me refiero a un accio cualquiera, no. Me consta que mi abuela es capaz de ordenar a las recetas comenzar a hacerse desde otra habitación. - Encogió los hombros con una impostada soberbia caída de ojos. - Y tu príncipe es un experto en encantamientos y un muy buen nieto. Aprenderé a hacer eso desde la cama. - La miró y, dejando una caricia en su mejilla, sonrió. - Todo para que a mi princesa no le falte ni un arándano de desayuno. - Arqueó las cejas. - Y para yo poder comer lo que quiera sin tener que moverme de aquí. - Y, al decir ese "aquí", apretó de nuevo su cintura, como un cangrejo aprieta las tenazas.

    Chistó, mirando a otra parte y suspirando, fingiéndose el resignado interesante. - Lo sé, lo sé, me he dado cuenta... ¿Qué le hago, Gallia? Tú, yo, tu cuerpo desnudo, al lado mía, que está en mi lista de cosas favoritas... este espíritu imparable y sediento de conocimiento que tengo... - Alzó los brazos, sin perder el teatro del dramatismo. - ¡Qué le voy a hacer yo, si no quiero perderme ni una sola oportunidad! Es una desgracia la mía. - Alice le daba tantas alas a sus bromas absurdas. Ah, pero ya se tenía que derretir con esa forma de su novia de decirle las cosas, de hecho juraría que había puesto cara de haberse derretido por dentro, hasta se dejó vencer levemente en el colchó, sin dejar de mirarla. - ¿Yo soy irreal? - Acarició su mejilla y le dijo embobado. - Tú eres perfecta... eres única... - Como empezara con la sarta de piropos, sí que no se iban de allí.

    No le cantó, pero sí le recitó alguna de las frases, y de verdad que se estaba derritiendo por dentro. No se le había derretido el corazón porque lo notaba latiendo con fuerza en su pecho. De hecho, tomó una de las manos de ella y, con la misma sonrisa enamorada con la que la estaba mirando, la puso sobre su corazón. - Mira. - La dejó ahí unos instantes, para que lo sintiera latir. - Así te quiero, así me pones cuando me dices estas cosas. - Acercó su rostro al de ella. - Pero se te ha olvidado una. - Rozó su nariz con la de ella, sonriendo de pura felicidad, y dijo. - Eres mi sol y mi luna. - Esa era la que más había llamado su atención, aunque luego le habían gustado muchas más. - También decía algo así como pintarse de azul, que es muy nuestro. - Rio brevemente y dejó un besito en sus labios.

    Se apoyó en su pecho y se dejó acariciar. Su pregunta le hizo emitir una casi muda risa con los labios cerrados. - ¿Dónde? - Preguntó con voz adormilada, con los ojos cerrados. - Aquí. - Sonrió. - Cuando abra los ojos, quiero estar... tumbado en una cama, abrazado a ti, sin prisa por levantarnos... - Abrió los ojos y se hizo el sorprendido. - ¡Anda! ¡Justo donde estoy! ¿Cómo es posible? - Alzó la cabeza y la miró. - Cumples todos mis sueños. Eso sí que es una magia complicada. - Ladeó la cabeza. - ¿Y tú? ¿Dónde estarías? -




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    Sáb Oct 15, 2022 1:26 pm


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Tuvo que echarse a reír con su novio con aquellos teatritos de dignidad que montaba. — Por supuesto, gran mago y mejor persona Marcus O’Donnnell, no dudaba yo que pondrías todo tu poder mágico al servicio de tú poder comer lo que quieras sin ni siquiera soltarme. — Dijo pegándose más a él cuando la estrechó, sin perder su sonrisa. — Y esto no es estar desnuda, aunque el camisón tampoco tape muchísimo. — Se inclinó de nuevo sobre su frente y susurró. — Y creo que sabes cómo quitarlo si quieres. — No podía dejarlo pasar, estaba demasiado a huevo. Ah pero cómo adoraba cuando se deshacía en halagos con ella y estaba tan tontorrón, haciendo tantas patochadas, dejándose caer sobre el colchón y mirándole con esos ojitos de niño graciosillo. Definitivamente, era irreal.

    No pudo evitar que el corazón le saltara cuando le puso la mano en el pecho y una sonrisa tierna apareció en su cara. — Es el mejor sonido del mundo. Lo pienso desde que lo oí en primero, cuando Durrell te puso el fonendo y yo pude escucharte. Me hizo más ilusión aún que el mío. — Rio cuando rozó su nariz con la suya y asintió. — Es cierto. Parece que la escribieran para nosotros. — Y volvió a reírse con lo de pintarse de azul. — ¿Eso quieres? ¿Que te pinte de azul? — Deslizó el dedo por su nariz y luego dio un toque en cada una de las mejillas. — Que te pinto, eh, que bajamos a desayunar como un cuadro de esos que son como goterones de colores pero en distintos tipos de azul… — Fue dándole toques mientras iba hablando. — Azul como Ravenclaw… Azul como el cielo de Irlanda cuando hace sol… Azul del mar de La Provenza… Azul como toooooodos esos arándanos que me quiere traer mi novio… — Entornó los ojos con expresión pillina. — Como los ojos de los Gallia… — Se rio y se dejó caer un poco sobre Marcus. — Aunque me gusta el verde eh… Como los ojos de mi novio… — Empezó a dejar besitos por su cara. — Como el licor de espino… Como la tierra… — Susurró en su oído. — O como esa vena que a veces te sale. — Terminó dejando unas breves cosquillas en su costado. —

    Pero dejó que volviera apoyarse en su pecho para decir dónde querría estar. Qué payaso era cuando quería, ya volvió a hacerla reír haciéndose el sorprendido. Ella negó con la cabeza y se mordió el labio inferior. — Pueeees le pondría matices a ese “aquí”. Querría que estuviéramos así… En una cama… — Deslizó el dedo por su espalda, haciendo dibujitos aleatorios. — Pero… En otra parte. Amo La Provenza, pero está llena de gente. Querría estar… — Apretó los labios, pensando. — En la Toscana, en Italia. Buena comida, buen vino, campo, mar… Lo tiene todo. Donde nadie nos conozca ni nos espere. Y donde podamos estudiar muuuuucha magia. — Acarició su pelo haciendo que subiera la vista para mirarla. — ¿Qué me dices, O’Donnell? ¿Me llevas a Italia?






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se llevó la mano al pecho y, muy digno y muy serio, dijo. - He dicho que lo haría enteramente por ti. Para que no te falte de nada. - No sabía cómo había podido decir esa frase entera sin reírse, porque en ningún universo aprender a llevar comida a la cama sin moverse sería un beneficio más para Alice que para él. Cuando matizó que no estaba desnuda, dibujó una sonrisita pícara y la miró de arriba abajo. - Es verdad... pero es que me cuesta determinar si estás mejor con cualquier ropa que te pongas, porque todo te queda bien, o sin ninguna. - Arqueó las cejas. - Es una elección muy difícil. - Afirmó, asintiendo severamente con la cabeza. Rozó el camisón con los dedos y añadió con voz más suave. - Y este es un camisón muy bonito. - Apenas lo había arrastrado un poco, pero ya se había ido su mirada a sus piernas, haciéndole ampliar levemente la sonrisa. - Para un cuerpo muy bonito. - Lo dicho, Alice le gustaba estuviera como estuviera. La miró, arqueando una ceja. - Sí que sé. - Se mojó los labios, siguiendo acariciando el camisón, mirándolo ladeando la cabeza hacia el otro lado. - Me lo voy a pensar. -

    Se derretía cuando Alice le decía esas cosas, y cuando recordaban momentos de cuando tenían once años. - Enfermera de vocación. - Rio un poco y afirmó. - Estoy totalmente convencido de que la escribieron para nosotros. No puede ser tanta casualidad. - Rio un poco más fuerte con la escena. - ¿Ahora te sorprende que me deje hacer lo que quieras tú, aunque sea la mayor locura del mundo? Si quieres pintarme de azul... - Abrió los brazos en cruz. - Aquí me tienes. - Se recolocó de nuevo en la posición en la que estaba antes. - Y veo que te sabes muy bien todas las gamas cromáticas de azul, lo cual me hace muy feliz. - Acarició su mejilla, embobado. - Aunque mi favorita es el azul Gallia. - Siguió mirándola derretido, pero ante lo último arqueó las cejas. - Te gusta mi vena verde... - Y cuantísimo la engrandecía cada vez que se lo decía.

    Las caricias por su espalda le hicieron cerrar los ojos, ampliando una sonrisa placentera. Si es que se sentía en el mismísimo cielo, ¿cómo iba a querer estar en ningún otro sitio que no fuera allí mismo? Era verdad que en La Provenza había demasiada gente, pero en esos momentos estaban solos en la habitación, por el silencio de fuera todos parecían dormidos, así que por lo que a él respectaba, el mundo no existía, solo Alice y él y esa cama. Aunque no podía negar que el plan de Alice sonaba bastante apetecible. Volvió a emitir un sonidito de garganta, como si estuviera degustando el mayor de los manjares. - Te advierto que ese "donde nadie nos conozca" dejará de existir algún día. Estamos destinados a algo grande, Gallia. El matrimonio de alquimistas, una de ellas la mejor sanadora del mundo. - Chasqueó la lengua. Había dicho todo eso sin moverse de su posición ni abrir los ojos. - Disfrutemos del anonimato mientras podamos. - Le encantaba fardar a lo grande aunque ni él pensara que fuera eso a cumplirse (pero si le dijeran que lo podía obtener, lo cogería sin pensarlo). La miró ante la pregunta. - Te llevaría donde tú me pidieras. - Se removió un poco para acercar su rostro al de ella, susurrando. - ¿No te he dicho ya que eres todo mi mundo? ¿Que te quiero con mi vida? - La besó con ternura, tiernamente. - Tú pídeme lo que quieras y lo tendrás. Si pudiera aparecernos allí ahora mismo, lo haría. - Movió la cabeza. - Estoy por ponerme a hacer las maletas, fíjate lo que te digo. Y a punta de varita desde aquí. Te lo he dicho, Gallia, que no me crees: sé hacer multitud de actividades domésticas sin moverme de la cama ni soltarte ni un poquito, y las que me quedan por aprender. - Ya sí tuvo que reírse finalizando la frase.




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    Dom Oct 16, 2022 11:49 am


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    El escalofrío, las mariposas del estómago y la respiración más agitada, se despertaron de golpe al sentir las manos de Marcus sobre su camisón, y tuvo que contenerse para que no se notara demasiado, aunque con aquellas cosas que le decía… Se le escapó un suspiro y le miró. — Cómo sabes desarmarme, bandido. — Dijo simplemente, con media sonrisa.

    Se puso tierna cuando le dijo lo de enfermera de vocación y entornó los ojos con una sonrisita. — Ojalá y algún día pueda acordarme de ello mientras trabajo. En verdad me voy a convertir en una pesada, todo el día queriendo oírte el corazón con ese fonendo tan genial que alguien me regaló. — Y dejó un besito en sus labios. — Mi mejor paciente. — Le dio la risa cuando dijo que siempre le dejaba hacer lo que quisiera, porque, en el fondo, sabía que era verdad, y acabó asintiendo a lo de las gamas cromáticas de azul. — También es mi color favorito, mi amor, y mi tía, una vez, me dijo que, si pudieras, engalanarías las paredes de tu casa de azul con águilas doradas, así que he ido tomando nota mental para todos los tonos de azul que va a tener nuestra vida. — Y terminó riendo en sus labios y rodeándole un poco con la pierna cuando le dijo lo de la vena verde. — Me encanta tu vena verde, aunque a veces me pone en apuros si estamos delante de gente. — Le besó de nuevo, acariciando sus labios. — Qué bien que estemos solos.

    Rio un poco mientras seguía acariciándole. — Pero casi mejor que nos conozcan, nos harán descuentos y nos darán suits importantes y esas cosas, y no se atreverán a molestarnos porque el poderoso alquimista O’Donnell podría enfurecerse. Y a mí querrán tenerme contenta para que les cure. — Dijo con voz cómica y riéndose justo después. De nuevo, la respiración le falló cuando se puso a la altura de su rostro y notó casi como se humedecían los ojos. — Realmente mientras estemos en un sitio donde puedas mirarme así y decirme esas cosas, me da bastante igual dónde estemos. — Admitió, de corazón, porque ese chico sabía robarle el corazón. Siguió besándole y cuando se separó, tenía muy clara su respuesta. — Solo te pido que no me sueltes nunca. Y que un día, dentro de muchísimos años, cuando abra los ojos por la mañana y seamos viejitos, me despiertes y me digas “aquí seguimos” y podamos sonreír al acordarnos.

    Le tuvo que dar la risa con lo de las maletas y no soltarla. — ¿Y nos vamos a La Toscana así vestidos? No te lo crees ni tú. — Y se siguió riendo con él, aunque… Le había dado una idea. — ¿Ah sí? ¿Quieres aprender… Por ejemplo…? — Se escurrió un poco entre sus brazos y notó cómo se le recogía el camisón por abajo. — ¿A hacer maletas mientras te beso? — Besó sus labios y fue bajando por la barbilla hacia la garganta. — O mientras… Te toco. — Dijo bajando las manos por su costado, disfrutando de su tacto. — Incluso podrías hacer maletas mientras… Me quitas el camisón. — Le miró y le guiñó el ojo. — Solo para saber si eres capaz, nada más. — Dijo con voz de falsa inocencia. Si es que no lo podía evitar. Era culpa de él, que la ponía como la ponía.







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    Dom Oct 16, 2022 4:23 pm


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Puso una fruncida sonrisita infantil cuando dijo que querría escucharle el corazón continuamente y alabó el fonendo que le regaló, pasando a su ya habitual expresión chulesca para decir. - Yo soy el mejor en todo. Paciente incluido. - Lo dicho, sería lo que ella le pidiera. El comentario de Violet le hizo soltar una fuerte carcajada, pero rápidamente se hizo el ofendido. - ¡Eh! Lo decís como si fuera algo malo. Y sois unas exageradas. Sí, las dos, porque estoy seguro de que bien te reíste con ello. Eso hacéis, reíros de mí a mis espaldas... - No engañaba a nadie con el discursito de la ofensa, porque él también se estaba riendo de la circunstancia. Se encogió de hombros y volvió a recostarse en su pecho, con mucha tranquilidad, cerrando los ojos. - Pero bueno, si has tomado nota de lo muy azul y muy bonita y muy a la altura de dos mentes Ravenclaw como nosotros que va a ser nuestra casa, me vale. -

    Eso sí, lo de la vena verde le hizo poner una sonrisilla, alzando la mirada y recibiendo su beso. - El mejor lugar del mundo, los dos solos. - Corroboró. Acarició el perfil de su barbilla y parte de su cuello con un índice. - Seremos azules de cara a los demás... y para la intimidad... puedo sacar la vena verde siempre que quieras. - Comentó seductor, porque el jueguecito de Alice engordándole el ego y él dejándose era demasiado tentador para dejarlo pasar.

    Arqueó las cejas y abrió mucho los ojos. - Uuuuuh. - Ya estaba fantaseando, solo había que verle la cara, a pesar de no perder el tono bromista una parte de él ya estaba en ese maravilloso futuro. - ¿Descuentos y privilegios? ¿Por ser el hombre más feliz del mundo además de afortunado, por tenerte a ti y dedicarme a lo que me gusta? ¿Cuándo dices que va a ser eso y dónde tengo que firmar? - Hizo como que buscaba con la mirada algo por la habitación, sin dejar de abrazarla. - Oye, que firmar documentos también puedo hacerlo sin levantarme de la cama ¿eh? - Bromeó, dejando de hacer el tonto mirando a todas partes y riendo.

    Lo siguiente que le dijo le hizo derretirse, bajando la guardia de las tonterías y poniéndose tierno de nuevo. - Te lo diría a cada minuto del día. - Acarició su mejilla. - Y dudo que pueda dejar de mirarte así ni un instante, hasta el último día de mi vida. - Hizo una mueca con la boca, encogiendo un hombro. - Así que si pretendes ser la prestigiosa enfermera alquimista Alice Gallia, o Alice O'Donnell, más vale que no me invites a estar por ahí cerca cuando tengas que hablar de algo importante. O tendrás que decir... - Trató de imitarla y, mirando a un punto cualquiera, rodó los ojos y suspiró con resignación, haciendo un movimiento de la mano que señalaba a otra parte. - "...Y ese que está ahí con cara de idiota mirándome es mi marido. Sí, es alquimista. De verdad. Ya, no lo parece. Os prometo que es listo". - Se echó a reír con su propia tontería, pero es que era demasiado consciente de la cara de bobo que ponía cuando miraba a Alice. Y no la pensaba cambiar, sobre todo si ella decía que le gustaba. Volvieron a besarse, y él la abrazó aún más, rodeándola con sus brazos con ternura, y hablando con un poco más de seriedad, desde el corazón. - Nunca voy a soltarte, mi amor. Nunca. La eternidad es nuestra. Siempre estaremos donde queramos estar, donde esté el otro. Hasta cuando no estemos, estaremos. - Y volvió a besarla.

    Abrió mucho la boca y los ojos. - ¡Me ofendes otra vez! ¿En qué idioma te digo, Alice Gallia, que yo por ti haría cualquier cosa? Lo siento, no sé suficiente francés aún, pero enséñame y en francés te lo diré. ¡Me voy a la Toscana en pijama si tú me lo pides! - Afirmó, porque suficiente que le llevaras la contraria a Marcus aunque fuera de broma para que él tirara para delante sin bajarse de su escoba. Pero claro, ¿dónde quedaba el orgullo de Marcus cuando Alice empezaba a besarle y a ponerse sensual? En ninguna parte, juraría que no sabía ni qué significaba la palabra orgullo en ese momento. Los ojos se le habían ido a ese camisón que convenientemente se había arrugado con su movimiento, justo antes de cerrarse por el gusto de recibir sus besos, mientras su sonrisita se iba dibujando más cada vez. Soltó aire por la boca, notando su piel erizarse. - Soy un erudito, Gallia... Yo siempre estoy dispuesto... a aprender cosas nuevas. - Abrió los ojos y arqueó una ceja. - Lo que no sepa ya, claro. - Se reclinó un poco más sobre ella, sin perder la sonrisilla, pasando una de sus manos por sus piernas y haciendo que el camisón subiera un poco más. - Te veo subestimándome mucho hoy... - Se deslizó hasta su cuello, dejando suaves besos por su piel. - Que si lo que quieres son pruebas... - Decía entre los besos, lentamente, y subiendo su camisón más cada vez, llegando la tela a la altura de las caderas. - ...Habrá que intentarlo... supongo... - Pasó a besar sus labios y a encajarse con su cuerpo, con movimientos lentos, deleitándose en esto poco a poco, acariciándola. Aquello era el paraíso, ciertamente, ¿cómo iba a querer estar en ninguna otra parte? Se deleitó en acariciar su lengua y en ir subiendo sus manos por su camisón, notándose entre sus piernas y rozando su piel. Él tenía el pantalón, pero ese camisón tenía una buena movilidad para sus intereses. Fue bajando los besos por su barbilla y por su cuello, acercándose a su pecho, deslizando uno de los tirantes. Y, mientras lo hacía, alargó la mano a la mesita de noche y alcanzó la varita. Sin dejar de besarla, la alzó y, con un movimiento y sin decir nada, cerró la puerta y silenció la habitación. Al hacerlo, alzó la mirada con una sonrisa ladina, clavándola en sus ojos. - Por lo pronto, parece que esto se hacerlo. - Se mordió el labio y bajó la mirada hasta el camisón, pues de nuevo estaba deslizando la tela del mismo hacia arriba con la mano libre. - ¿Quieres que haga algo más? -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Se rio con la falsa ofensa de su novio y asintió. — Sí, mi vida, así es, he tomado nota y vamos a tener la casa más azul que se te pueda ocurrir. — Dijo siguiéndole la broma. Dejó caer los párpados y sonrió suavemente cuando dijo lo de la vena verde en la intimidad. — La quiero solo para mí. — Se mordió el labio inferior con una sonrisita. — Me encanta tener partes de Marcus O’Donnell que son solo mías. — Dijo con voz tentadora. Ah sí, ya habían empezado a descender esa cuesta. De hecho, no pudo evitar alzar una ceja y decir. — Pues si quieres comprobamos a ver qué tal se te da lo de los documentos. Puedo ponerte un poquito a prueba… — Dijo bajando un poco más las manos. — Igual… Poniendo a prueba tu pulso… — Susurró cerca de su oído.

    Pero claro, su novio sabía ponerla tierna también y le hizo reír mucho imaginando esa escena que le planteaba. — Cuando sea la enfermera O’Donnell, voy a ir muy orgullosa con mi marido por ahí diciendo “no solo es un alquimista de renombre sino que mirad cuán enamorado está de mí”. — Tomó su cara con sus manos y sonrió con los ojos brillantes. — El mejor maridito del mundo. — Y volvió a besarle. — Siempre, amor mío. Siempre. — Le aseguró, porque eso era lo que quería, que ese fuera su “siempre”.

    Alzó una ceja cuando dijo lo del pijama y puso una sonrisilla Gallia. — Cuidado con lo que dices cuando estás a tope de mimosidad y amor, mi vida… — Pasó la lengua por los labios de su novio. — Que yo luego me acuerdo de todo. — Y ya estaba dicho. Y lo iba a usar, vaya que si lo iba a usar. — Dejó caer los párpados y suspiró mientras sentía sus besos. — Sí… — Susurró cuando le preguntó si quería pruebas, perdiendo un poco la noción de sí misma mientras notaba cómo Marcus la tocaba levantando su camisón, que empezaba a sobrarle pero mucho. Dejó que se colocara entre sus piernas, deleitándose con cada movimiento, cada roce que le arrancaba un jadeo.

    Y para volverla ya más loca, mientras seguía subiéndole el camisón, vio como hacía el hechizo silencioso para aislarles de todo, y eso le hizo mirarle con una sonrisa que venía a expresar que quería devorarle. — Guau, señor O’Donnell… Impresionante. — Llevó la mano a su nuca y pegó las caderas a las suyas, rozándose con él. — Sabes que me encanta que hagas eso de los hechizos silenciosos. Me gusta tu poder… — Afiló los ojos. — Creo que ya te comenté algo sobre la erótica del poder. — Ladeó la cabeza sobre la almohada, siguiendo con el jueguito y rodeándole con las piernas. — Yo creo que tú sabes muchas cosas que me gustan que hagas… — Bajó las manos, tirando de su pantalón del pijama y su ropa interior para desnudarle. — Me gusta cómo me desnudas, ¿sabes? Me gustan tus manos… — Agarró la muñeca de Marcus y la apretó. — Me gusta cuando haces esto… Creo que dilucidamos el otro día que me encantan tus besos en mi piel… — Se acercó al oído de su novio y dijo. — Pero dime, alquimista, ¿qué quieres tú que haga yo? — Y así como si nada, ya lo tenía desnudo, encima y con es avena Slytherin solo para ella.






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Rio entre los besos y respondió tentador, sin separarse de su piel. - Tú ya tienes a Marcus O'Donnell todo entero solo para ti. - Se mojó los labios, alzando lentamente la mirada para clavarla en la de ella. - No te conformes solo con unas partes. Nosotros hemos nacido para la grandeza. Para tenerlo... - Se acercó a sus labios y, antes de besarlos, susurró. - Todo. - Alice sabía muy bien qué teclas tocar para hacerle perder la cabeza. Pero él, también.

    Rio un poco. - Tú y tus pruebas. - Seguía repartiendo besos por su piel, porque desde que lo había probado, desde que tenían esa confianza y esa compenetración, desde que podían disfrutar así el uno del otro, estaba convencido de que era su cosa favorita del mundo. - Pero sí... cuando quieras. - Subió de nuevo a su cuello y lo acarició levemente con la lengua. - ¿En qué quieres comprobar mi pulso exactamente? ¿En firmar documentos, o en...? - Paseó las manos por su cuerpo y rozó su nariz con su piel. - ¿...tocarte... besarte...? - Se le ocurrían más verbos pero creía que habían quedado lo suficientemente implícitos en la conversación.

    Subió de nuevo la mirada para, con tono cómico en una pausa del ritmo pasional que estaban alcanzando, mirarla con una ceja alzada. - Perdona. - Reacomodó su cuerpo, notando el roce con ella en el movimiento, tentando. Porque estaba haciendo como si nada, hablando de tonterías como antes, a pesar de que sabía que no estaban ya exactamente en el mismo tono que antes. - Yo siempre estoy a tope de mimosidad y amor. - Sacó el labio inferior y se encogió de hombros como si no le tuviera ningún miedo. - No me lo tomo a amenaza. Yo también tengo muy buena memoria. Y lo que digo lo mantengo. - Se iba a arrepentir de todo eso. Se iba a arrepentir y lo sabía.

    Ladeó una sonrisa chulesca. - Gracias. - Respondió al cumplido, arrastrando cada letra, tentativo. Los movimientos de ella ya empezaban a sacarle suspiros y a tensar sus músculos, mientras la miraba con deseo, sin perder la sonrisa retadora. Le encantaba todo aquello, y le encantaba que se hubieran despertado lo suficientemente temprano como para poder disfrutar el uno del otro sin levantar sospechas por su tardanza. Porque estaba convencido de que todos allí seguían dormidos. - No te imaginas el poder que puedo llegar a tener. - Le estaba despertando toda su grandilocuencia y ansias de grandeza. Con nadie mejor que con Alice podía sacarla a relucir sin límites. Entre sus palabras, tiró de la ropa que llevaba y le desprendió de ella, dejándose él, disfrutando ahora mucho más del roce de sus piernas en esa privilegiada posición que tenía. El agarre de su muñeca le hizo reír entre dientes, apenas audible. - Por eso lo hago. - Susurró, acariciándola con la otra mano, subiéndola por su cintura, llegando casi a su pecho. - Yo hago todo lo que mi reina me pida... lo que más le guste... todo por complacerla. -

    Pero su novia susurró en su oído algo que le produjo mil escalofríos, y volvió a soltar esa leve risa de disfrute y chulería. - Creía que querías ver hasta donde llega mi poder... y lo que soy capaz de hacer... - La miró a los ojos, acariciando sus labios con el pulgar. - Quiero que... me vayas orientando. Dime si... voy bien por donde voy. - Deslizó ambas manos lentamente por su cintura, terminando de subir el camisón, despegando un poco a la chica de la cama para poder desprenderse de él y, una vez quitado el mismo, volviendo a poner las manos en su pecho. La besó lentamente, notándose arder por dentro pero sin querer iniciar un ritmo frenético, sino... disfrutando, tentando aquello, viendo hasta dónde lo podía estirar. Bajando lentamente sus labios por su cuello, su pecho y su vientre, dejando besos repartidos por su piel. - ¿Voy por buen camino? - Preguntó sugerente, en un susurro, justo cuando su boca acariciaba la piel bajo su ombligo. - ¿Quieres... alguna prueba de lo que sabría hacer sin moverme de aquí? - Bajó un poco los besos hacia su cadera y enganchó levemente los dientes en la ropa interior. - ¿O prefieres... ver qué podría hacer si me muevo un poco más? -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Dejó entrar el aire entre sus labios cuando Marcus dijo lo de que estaban hecho para la grandeza. Le repasó visualmente allá a donde los ojos alcanzaban y asintió. — Y tanto, amor mío… No inspiras otra cosa que grandeza. — Aseguró con la voz tomada. Y cuando susurró en sus labios “todo” notó cómo se derretía bajo él. — Todo. — Susurró entre besos, centrándose solo en sus labios, como si crearan ese todo con sus besos. Cerró los ojos y se dedicó a acariciar sus rizos mientras besaba su piel. — Me encantan los retos, te encantan los retos, somos muy felices así. — Ronroneó de gusto por las caricias de sus labios. Jadeó y se estremeció en su sitio cuando le hizo aquella pregunta y sonrió. — Me pregunto si te importaría ningún documento cuando me tienes debajo de ti, desnuda en la cama, entregada a ti, dispuesta a lo que quieras… — Le encantaba tentarle sin cesar, estirar aquello que ambos sabían que acababa en el disfrute de ambos, el choque de sus cuerpos, la celebración física de su amor.

    Un suave gemido le salió involuntario cuando dijo lo del poder, y solo pudo mirar a sus ojos, anonadada, y decir, casi sin voz, del puro deseo que le quemaba por dentro. — Enséñamelo. — Sí, quería que le enseñara todo lo que era capaz de hacer, porque pocas cosas le hacían disfrutar más Alice que ver a ese Marcus crecido, chulo, seguro de sí mismo, y mejor aún, seguro de que quería compartir todo eso con ella.

    Gimió de nuevo cuando notó el dedo de Marcus en sus labios y volvió a rozarse contra él porque lo necesitaba, necesitaba su piel, su contacto, disfrutar de todo lo que aquel chico despertaba física y mentalmente en ella. — Si tú quieres que te oriente, no se hable más. — Respondió con una sonrisita. — Pero algún día te haré tomar el timón y que me pidas lo que quieres que haga. — Prometió con voz seductora. Mientras tanto, no pensaba quejarse del tacto de su lengua en su piel. Abrió los ojos y le miró cuando estaba en su vientre, estrechando un poco las piernas. — Mmmmm me gusta mucho ese camino. — Ladeó la cabeza ante su pregunta y dijo. — Quizá… Puedes moverte un poquito más. — Pero se arqueó al sentir los dientes de Marcus rozarla de pasada. — Quiero ver cuánto poder tienes… — Le dijo anhelante. — Y cuánto tengo yo para resistirme a tu estudiada habilidad de tocarme y besarme… — Alzó una ceja y le miró desafiante. — A ver si logras hacerme gritar, perfecto prefecto.






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Lo cierto era que no, que nada en el mundo le importaba más que ella, en general. Pero si encima se trataba de ella desnuda, bajo su cuerpo... pues sí que no existía absolutamente nada más, ni le importaba. Por eso simplemente la miró con una sonrisa ladina y arqueó las cejas, como si quisiera decirle "¿tú qué crees?". Quería que lo supiera. Que sí, que Marcus O'Donnell estaba llamado para la grandeza. Pero que si había alguien que podía doblegarle y sacar de él lo que quisiera, esa era Alice Gallia.

    - Encantado. - Susurró, seductor, cuando le pidió que le enseñara lo que podía hacer. Le había pedido una orientación, no obstante, y si bien Marcus tenía una ruta muy clara en su cabeza, quería que ella le guiara también. Rio entre dientes. - Tengo cierta experiencia... intentando darte órdenes. - Dijo con una ceja arqueada, sin perder su sonrisa chulesca. Movió muy levemente la cabeza desde su posición. - No me iba muy bien. - Dejó un suave beso en su vientre, sin dejar de mirarla a los ojos. - ¿Me vas a decir... que de repente tienes ganas de que tu prefecto te diga lo que tienes que hacer? - Si Alice quería entrar en ese jueguecito, ahora que sentía que no estaba mancillando ningún honor porque técnicamente el puesto ya estaba cedido y él no estaba en el cargo, por él, encantado.

    Se hizo el ignorante, pero sin perder el tono seductor que ambos habían adoptado. - ¿Moverme? ¿Hacia...? - Hizo como que dudaba, pero por supuesto que se movió en la dirección correcta. Pero Alice, que siempre iba más allá, estaba pronunciando unas frases que encendían todos sus sentidos y le hacían venirse muy pero que muy arriba. La estaba devorando con la mirada, mordiéndose el labio. - ¿Quieres medir tu poder conmigo? - Preguntó, tentativo. - ¿Estás segura? - Se pasó la lengua por los dientes y dijo. - Muy bien... - Con la lentitud con la que estaba haciéndolo todo, con ese ritmo que había adoptado para seguir tentándola, enganchó los dedos en ambos lados de su ropa interior, bajándola y quedando entre sus piernas. Fue a descender, pero se detuvo, estirando un poco más el tiempo. - Creo recordar... - Subió sus manos y buscó las de ella. - Que me has dicho... que te gustaba mucho... esto. - Agarró sus muñecas, tal y como antes le había afirmado que le gustaba, y comenzó a acariciar la zona con su lengua, a besarla. A ver si provocaba en ella lo que le había retado a provocarle.




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Cerró los ojos con un suspiro cuando le dijo lo de las órdenes. — Eso no es del todo cierto. Sí hay cosas que me has ordenado… Y yo te he obedecido. — Le miró a los ojos directamente. — Porque me encanta obedecerte. — Dijo con voz aterciopelada y deteniéndose en las palabras. Ella también sabía jugar sus cartas. — A veces a la alumna díscola le gusta ser buena, amor mío… — Y llenó el pecho de aire, porque lo necesitaba, porque el asunto se estaba poniendo muy muy intensa.

    Le miró y le salió una risita. — Sé que sabes perfectamente cuál es la dirección adecuada, no me la intentes jugar. — Y, como ya sabía ella, su jueguecito había tenido el efecto deseado por lo que enfrentó su mirada, mordiéndose el labio al verle así, pura vena Slytherin, es decir, lo que había querido todo el tiempo. — ¿Tienes miedo de que te gane, O’Donnell? Ya te gane en un duelo y eso te puso muy muy caliente… — Ladeó la sonrisa. — Me encantaría ese resultado, la verdad. — Sentirse con la confianza y la excitación, la seguridad de lo que se hacían el uno al otro, como para hablarse así, le llenaba de una energía y un placer que trascendía, y muchísimo, lo físico.

    Tomó aire al sentir cómo le quitaba la ropa interior y entornó los ojos, tratando de controlar el placer. Suspiró un poco cuando le vio detenerse, en el momento en que ya toda su piel estaba erizada y deseosa de su tacto. Le miró con cara de falsa ofensa y se pasó la lengua por los dientes. — Qué malo sabes ser… — Pero entonces, tiró de sus muñecas y ella se dejó caer de pleno en la cama. Le iba a costar mucho no gritar. — Me encanta… — Y, uf, según notó su lengua fue muy muy complicado no dejar salir los gemidos que pugnaban por salir de su pecho. Se ayudó de coger aire erráticamente, moviendo el pecho con violencia, y arqueando el cuerpo. — Si que sabes lo que haces… — Se tuvo que morder el el labio con fuerza para no caer en la trampa de su propio reto. — Pero para ser un slytherin encubierto que quiere conseguir algo, lo estás haciendo con demasiado cuidadito, ¿no crees? — Levantó el tronco y le miró a los ojos. — ¿Crees que que me voy a romper? ¿Crees que los gritos que quiero que me provoques no son de puro placer? — De hecho, mientras hablaba, se interrumpió por un jadeo muy próximo a un grito, que casi la traiciona. — No te dejes nada en el tintero, prefecto, que te aseguro que no te vas a arrepentir después. — Y en verdad ahora mismo le daría la vuelta contra la cama y le haría un montón de cosas que se le pasaban por la cabeza, pero quería estirar su propio juego un poquito más.







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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Alice le estaba provocando, porque su Alice no dejaba nunca de provocar. Todas y cada una de las frases que dijo se le fueron clavando en el cerebro, un cerebro que estaba muy calladito, dejando esas flechas caer, pero que a la que se descuidara las cogería todas y las usaría muy bien usadas... sí que tenía una vena Slytherin pronunciada cuando quería. Pero a su novia le gustaba, sobre todo le gustaba que la pusiera a disposición de lo que la estaba poniendo. Pues él no iba a negarse a usarla entonces, ni mucho menos.

    Se separó lo justo para dedicarle una sonrisa con un punto malicioso. ¿Es que quería más intensidad? La tendría. Pero cuando él quisiera. ¿No quería que él marcara el ritmo? Así haría. Allí pensaba quedarse, acariciándola y besándola, al ritmo que el marcara, incrementándolo poco a poco, hasta notar las reacciones que quería provocar en ella. Y lo notaba, notaba como su cuerpo se tensaba bajo él, como sus manos intentaban agarrarle a pesar de que él ya las sujetaba, y como el tono de su voz era cada vez más alto. El ritmo fue subiendo, y la intensidad, y las reacciones de ella y de él. Y no tenía ninguna prisa por pararlo. Iba a tener que pedirle ella que parara si quería. Porque si lo que quería era ver hasta dónde era capaz Marcus de estirar un reto, o de demostrar su poder... En esa posición, desde luego que mucho tiempo.

    Sentía que había conseguido descontrolar a Alice por las señales que leía en su cuerpo, y cuando lo hizo, se incorporó y acercó su rostro al de ella, soltando sus muñecas para apoyar las manos a ambos lados de la chica y mirarla a los ojos. - Debo tener muy mala memoria. - Dijo con tono seductor, pero con la voz entrecortada por su propia respiración acelerada. - Pero recuerdo pocos momentos tuyos obedeciéndome... Pero si lo que quieres es demostrarlo precisamente hoy... - Arqueó una ceja. - Está bien. - Se dejó caer sobre su cuerpo, haciendo que la distancia entre ellos fuera inexistente, y encajándose entre sus piernas. - Hoy mando yo, entonces. - Se guio poco a poco hasta su interior, perdiendo por un momento la fachada por el placer que golpeaba ahora su cuerpo y su cabeza. Cuando pudo abrir los ojos y hablar de nuevo, ladeó una sonrisa y susurró sobre sus labios. - Vas a tener que dejar... tu iniciativa a raya... - La besó con intensidad, moviendo su cuerpo con el de ella, y al separarse añadió con falsa voz inocente. - Tendrás que cumplirlo. Es una orden. -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Sabía que era buena idea provocar así a su novio. Siempre era buena idea, porque era muy fácil que entrara al trapo. Realmente, le había picado innecesariamente, porque le estaba encantando lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo, pero en seguida notó como su ritmo se incrementó, y eso le hizo caer de nuevo sobre la cama, arqueando el cuerpo y jadeando con intensidad, pero sin gritar, guardándose mucho de gritar, por mucho que le costara. Sus ganas de jugar se mezclaban con el intenso placer que estaba sintiendo, retorciéndose e intentando liberarse para agarrarse a él. — No sabes lo que me haces sentir… — Susurró ardientemente. Y de hecho ya no pudo resistirse más y, arqueándose de nuevo, sintió como los gemidos que había intentado reprimir no tenían ya más cabida en su garganta y gritó llamándole. — Marcus… Mi amor… — Y ya que había empezado no se iba a controlar, dejándose llevar por el inmenso placer, sabiendo que ahí estaba su éxtasis, y abandonándose a ello, sintiendo como todo su cuerpo temblaba.

    Pero lo bueno de Alice era que ella podía estirar aquello todo lo que quisiera, mientras recuperaba el resuello. Pero su novio no iba a darle mucho respiro porque ahí estaba sobre ella. — Sí que los ha habido… — Replicó casi sin voz, y mirándole juguetona, a ver qué estaba planeando. Y cuando dijo lo de “hoy mando yo” entre el efecto de sus palabras y lo sensible que estaba, le salió otro gemido. — Sí, mi prefecto. — Dijo con voz muy exagerada de niña buena, que se cortó al notar como se metía en ella. Uf, esa sensación, no había palabra en el mundo que pudiera describirla. Le devolvió el beso con pasión, ahogando sus jadeos en aquel choque frenético de lenguas y volvió a poner la expresión de niña más buena que le salía. — Yo solo hago lo que tú me digas— Sus piernas le cercaron contra ella en un movimiento involuntario. — Yo ya he perdido mi propio reto porque has logrado hacerme gritar como una loca. — Levantó las manos y le acarició la cara. — Solo me queda obedecerte. — Terminó, cambiando el tono de voz a uno más aterciopelado. — Oh, Marcus… — Acarició con sus dedos ligeramente sus mejillas y sus labios. — No sabes qué placer me provocas… Obedecería gustosa cada orden que saliera de estos labios… Voy a ser tuya siempre…






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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    En menudo juego peligroso se estaban metiendo. Peligroso porque, conociéndose a sí mismo y conociéndola a ella, sabía que solo podían llevarlo a más y más y no pararlo nunca. Pero, desde luego, malas consecuencias no iban a tener ninguno de los dos, todo lo contrario. Llevaba media vida con Alice y media vida siguiéndola en sus locuras, viendo cómo le llevaba la contraria, tratando de corregir lo incorregible, viéndose abocado a más de una locura. Y eso le encantaba, es lo que le había hecho enamorarse de ella, sentir que le daba vida. Y sin embargo... esa ficcioncita de que ahora, de repente, era buenísima y estaba dispuesta a seguir todas sus órdenes, le estaba encendiendo de una manera inexplicable. Estaba encendiendo su vena verde, como antes habían comentado, no había ninguna duda.

    - ¿Sí? - Preguntó cuestionador, cuando dijo que solo hacía lo que él le pidiera. - ¿Desde cuándo? - Se dejó acercar aún más, si es que era posible, porque le rodeó con sus piernas. Lo siguiente que dijo le sacó una sonrisa ladina. - Me he dado cuenta. - ¿Quería al Marcus chulesco? Lo iba a tener. Porque sí, se había dado cuenta de que había perdido el reto, si es que alguno de los dos se creía que ahí había algo que perder. Lo había sentido, y deliberadamente se había quedado llevándola al límite hasta que lo había conseguido. Era más que consciente de lo que había provocado y le encantaba, ahora solo estaba aún más arriba.

    Entre el placer que sentía por los movimientos y esas palabras de ella, directas a provocarle, tuvo que morderse con fuerza los labios, aunque eso no impidió que su garganta emitiera los sonidos que necesitaba dejar salir. - ¿Crees que no sé... lo que estás haciendo? - No iba a bajarse del teatro de la superioridad tan fácilmente. Se acercó a sus labios y susurró con tono grave. - Me estás poniendo al límite... - Volvió a buscar sus muñecas, agarrándolas, sin dejar de moverse sobre ella. - Me estás diciendo lo que sabes que quiero oír... - Ladeó la sonrisa. - Eres muy lista. - Acarició brevemente sus labios con su lengua. - Pero yo... - Se acercó a su oído y terminó la frase. - ...soy muy poderoso. -




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Torció una sonrisa porque esa respuesta se la sabía. — Desde que lo que me mandas hacer es en la cama o con contenido no apto para otros oídos que no sean los míos. — Era evidente, ¿no? Solo tenía que ordenarle cosas en ese ámbito. Y el resultado de alimentar tanto ese rostro oculto Slytherin de su novio era aquel inmenso placer que estaba disfrutando ahora mismo, así que obedecer lo que fuera que se le ocurriera a aquel Marcus tan chulo y seguro de sí mismo.

    Le rodeó con los brazos, clavando los dedos en su espalda porque necesitaba desfogarse de todo lo que estaba sintiendo. — No te controles más. — Susurró cuando le vio que estaba resistiéndose a gritar él también. — Grita para mí, mi amor. — Dejó caer en su oído, sonriendo, sabiendo cuánto lo provocaba, mientras seguía disfrutando de sus movimientos.

    Se rio y alzó la ceja ante la pregunta. — ¿Qué estoy haciendo, amor mío? — Preguntó, recuperando el tono de antes. — Cosas que te gustan mucho, creo. — Mencionó, empujando las caderas hacia él. Jadeó con aquel susurro sobre sus labios y dijo. — Es que me encantan romper los límites. ¿Me vas a castigar? — Contestó, pero ya ni tono el salió, porque Marcus volvió a agarrarla de las muñecas y eso la hizo gemir de nuevo. — ¿Y te gusta lo que oyes? — Preguntó, aunque un poco desmayada del placer que estaba alcanzando de nuevo. Sacó la lengua para enredarla con la suya y de nuevo le produjo un escalofrío. — Y tanto. Mira, mira el poder que tienes aquí. — Dijo juntando su frente con la de él, sintiéndose arder, muerta de calor en aquella danza que se traían. — Sobre mí. Sobre mi placer. Sobre nosotros. — Se estremeció y gimió. — ¿Qué más quieres mi ambicioso alquimista?





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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Era increíble lo mucho que Alice le tenía cogida la medida, sabía perfectamente qué y cómo tenía que decirle en cada momento. Dejó escapar un fuerte jadeo, porque a pesar de su chulería y de la pose de control que quería mostrar, efectivamente, estaba empezando a perder todo control sobre sí mismo. - ¿Es que parece que esté controlándome? - Preguntó con una ceja alzada, si bien sabía perfectamente a qué se refería, pero no podía dejar de tentar. - Ya sabes que contigo... nunca me puedo contener. - Nunca había podido y, cada vez, podía menos.

    La petición en su oído desencadenó una respuesta automática, porque le hizo gemir de inmediato, totalmente entregado, pero recuperó esa fachada que querían ambos que tuviera puesta en aquel jueguecito y volvió a mirarla. - ¿Ahora las órdenes las das tú? - Dejó escapar una leve risa sarcástica, pero por supuesto también se dejó llevar, como le había pedido... pero no por su orden, porque quería. Ah, sí, el mensaje que llevaba dándose a sí mismo y al resto del mundo toda la vida: "no lo hago porque me hayas convencido, lo hago porque quiero". Ya...

    - Me encantan. - Confirmó, lanzándose a sus labios, diciendo al separarse. - Pero no te hagas la ingenua. - Que, como bien le había dicho, era muy lista. Además, esa pregunta no era más que parte de su teatrito, y oh, se estaba dando cuenta ahora más que nunca de lo mucho que le gustaban esos teatritos. Pero la siguiente pregunta, aparte de generarle un fuerte tirón en su interior que casi le hace perder el control definitivamente, hizo que la mirara con las cejas arqueadas. - ¿Es que es lo que quieres? - Se acercó mucho más a su rostro, de nuevo rozando sus labios con su lengua. - Ahora resulta... que quieres que tu prefecto te castigue... Ahora entiendo muchas cosas. - Menos mal, estaba ahora mismo agradeciendo a Merlín y todos los dioses que pudieran existir, que no habían iniciado ese diálogo cuando aún estaba en Hogwarts. Lo dicho, no podría seguir llevando su puesto con dignidad sin que se le notara aunque fuera un poquito que, en el fondo, en esa parcelita privada que había confesado tener, estuviera pensando en lo que estaban haciendo ahora.

    Pero ya se estaba descontrolando, lo notaba en su respiración, en su piel y en el violento latido de su corazón. En la fiera mirada que le devolvía a esa mujer retadora que tenía por novia, que no cesaba en su empeño de tirar más y más de él. - Todo. - Contestó con la voz cargada por el placer, y los dientes apretados, sin dejar de mirarla con deseo desenfrenado. - Lo quiero todo de ti. - La soltó para abrazarla y alzar su tronco, haciendo que ella se subiera en su regazo, sin dejar de moverse, ahora más desbocado. - Tú y yo... Alice Gallia... Hemos nacido para la grandeza. - Dijo, y sus ojos debían estar refulgiendo en llamas, en esa sensación poderosa y grandilocuente que ahora más que nunca sentía. - Quiero verlo. - Ordenó, y no era la primera vez que lo hacía. Quería verlo, verla a ella disfrutar, ver como le hacía perder el control definitivamente. Ver hasta donde eran capaces ambos de llevarse el uno al otro. Y de llegar, más altos que nadie en el mundo.




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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Separó los labios y le miró cuando le recordó lo de que no se podía contener. Tantos recuerdos… Tantas veces que se habían deseado tan intensamente el uno al otro… Si es que no era de extrañar que luego se encontraran así, de aquella manera tan salvaje. Porque sí, aquello se les estaba poniendo salvaje cuanto menos. Suspiró y entornó los ojos, rozándose con el cuerpo de su novio y contestó. — Yo ahora mismo no puedo ordenarte nada. — Dijo de corazón. En su vida se había sentido más inclinada a seguir órdenes.

    Se tuvo que reír a lo de ser ingenua. — Dos Ravenclaws como nosotros nunca pueden ser ingenuos, amor mío. — No se hacía Marcus una idea de lo que provocaba ella cuando le acariciaba los labios con la lengua, ansiaba más y más de él, como si quedara algo que no se estuvieran dando ya. — Sí. Sí. Es lo que quiero. Dámelo. Tú siempre me das lo que quiero. — Y ya no hablaba la Alice seductora, hablaba una chica que solo quería hasta la última gota de placer mutuo que pudieran darse. Todo. Efectivamente. Eso se daban: el Todo.

    Y, sin esperárselo, se encontró encima de Marcus, y cómo sabía el ladrón de él que eso le encantaba, la descontrolaba. — Tienes todo de mí. Tuya entera. — Dijo entre gemidos, moviéndose frenéticamente sobre su novio, sintiendo un placer que no podía describir, y descubriendo que se encontraba, por segunda vez, muy cerca de la cúspide de su placer. Y así, entre el sudor, entre sus cabellos despeinados, ardiendo, le miró con los ojos brillantes y llenos de aquella vida que vibraba entre ellos en aquel momento. — Así será mi amor. La eternidad es nuestra. — Le dijo, aumentando el ritmo si es que era posible.

    Y entonces aquella orden. — Tú también sabes bien qué decirme… — Dijo con una risita. Sí, porque solo escuchando aquella voz diciendo esa petición concreta, había sentido como su interior se estremecía. Acarició los rizos de Marcus, guiándole para que la mirara. — Todo este cuerpo… Toda mi mente… Entregados a esto… Mira lo que me provocas… Siéntelo todo de mí. — Dijo ya con un gemido, concentrándose en ese placer que la llevó a retorcerse entre los brazos de Marcus, aferrándose a su pelo y gritando, con los ojos cerrados. Le dio tan fuerte aquella segunda vez, que sintió cómo temblaba entera y perdía un poco las fuerzas, dejándose caer en ese abrazo de Marcus, sabiendo que la agarraría, y esperando dentro de sí aquel placer que esperaba hacerle alcanzar.





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    Mar Oct 18, 2022 12:19 am


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Alice estaba entregada, más de lo que nunca la había visto, y a Marcus, que le gustaba Alice en todas sus formas y versiones, le estaba excitando muchísimo verla así. También le excitaba cuando ella tomaba el control, cuando era Alice en esencia, básicamente. Pero verla así, tan rendida a él... Si es que no tenía mucha vuelta de hoja: Alice Gallia estaba en lo más alto de su lista de favoritos, fuera como fuera. Conseguía cegarle en cualquiera de sus formas, de amor, de ilusión, de deseo. De todo lo que pudiera y quisiera sacar de él. Pero, en esos momentos, era él quien podía sacar de ella lo que quisiera. Y cómo lo estaba disfrutando.

    La visión de Alice sobre él era inigualable, y se aferró a ella como si le fuera la vida en hacerlo. - Lo sé. - Dijo entre jadeos, totalmente descontrolado, tratando de mantener a flote esa chulería, esa posición de poder. Pero su corazón, lo que deseaba gritar de verdad, tuvo que salir a relucir ante la proximidad de ese clímax que ya empezaba a dar visos de tardar poco en llegar. - Yo soy tuyo... Todo tuyo, mi amor... - No podía evitarlo, se derretía por ella. El ritmo era cada vez más intenso y sus dedos se aferraban a su piel. Juntó su frente con la suya, clavando su mirada en la de ella, y respondió. - Somos eternos. - Y la eternidad era de ellos.

    Todo se descontroló definitivamente en los siguientes movimientos, al notar a Alice agarrando sus rizos, haciendo que la mirara, que se fundieran más, pidiéndole que la sintiera. Ni siquiera pudo contestar con palabras, solo con una mirada más fiera, con la respiración más jadeante y con sus gritos, gimiendo su nombre justo al cerrar los ojos mientras se dejaba inundar por el placer que sentía. Una vez más y como tantas otras, el cómo habían pasado de estar diciéndose cosas bonitas como si nada a estar entregándose de una forma tan salvaje, ni lo sabía ni lo necesitaba saber. Era la mejor magia que tenían y era solo de ellos.

    Estaba agarrado a ella como si fuera su tabla de salvación en mitad del océano, porque ni podía ni quería soltarla, porque Alice había caído en sus brazos y ese era el mejor regalo que le había dado la vida, sin duda. Tenía la respiración absolutamente descontrolaba y aún estaba con los ojos cerrados. Tras unos segundos así, dibujó una sonrisilla, abrió los ojos sin moverse de su posición y se dejó caer hacia un lado. Como la estaba abrazando, cayeron de costado los dos, entre risas, mirándose con devoción el uno al otro y riendo. Le apartó un poco el pelo del rostro, mirándola en silencio, con cara de enamorado. Solo así, sonriendo ambos, respirando agitadamente y mirándose. - Yo estaba hablando de viajes. - Dijo al fin, y al decirlo se echó a reír. Se acercó a ella y volvió a abrazarla, acurrucado como estaba antes de que todo aquello se descontrolara, solo que atravesados en horizontal en la cama, en vez de tumbados ordenadamente. - Creo que me has desviado un poquito del tema. Siempre me haces lo mismo, Gallia. -




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    Mar Oct 18, 2022 1:10 am


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    Con Marcus | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Eterna era esa sensación de cómo Marcus alcanzaba ese máximo placer con ella, aferrándose a su cuerpo, sujetándola incluso cuando le fallaban las fuerzas, y diciendo su nombre así, en los estertores del placer. Era una maravilla y se sentía en el paraíso mismo. Aunque, eso sí, estaba agotada, le temblaban las piernas y aún no recuperaba el resuello, así que no pudo más que agradecer que Marcus tirara de ellos sobre la cama. Y una vez tumbados, el uno frente al otro, mirándose, con Marcus apartándole el pelo de la cara no pudo evitar soltar una risita alucinada y decir. — Soy inmensamente feliz ahora mismo. — Dijo de corazón. Subió los dedos casi sin fuerza, recuperando la respiración. — Eres… Lo más hermoso que han visto estos ojos, Marcus O’Donnell. No podría soñar con estar mejor ahora mismo.

    Aún un poco perezosa, se arrastró más contra él, acariciando su piel, mientras él la abrazaba. — De viajes podemos hablar siempre que quieras. — Besó su coronilla y sonrió. — Esto de estar tranquilos y sin miedo a que nos pillen para poder darnos rienda suelta así… No es tan común de momento. — Le hizo mirarla y clavó sus ojos en los de él. — Eso que has hecho… Llevaba tanto tiempo queriendo ver ese Marcus poderoso y mandón conmigo… — Se mordió el labio y se rio un poco. — La Alice de sexto que tenía sueños muy calenturientos y tenía que meterse en la ducha nada más levantarse, se ha redimido dentro de mí. — Se revolvió un poco en sus brazos y suspiró. — Madre mía si es que me has dejado temblando. —

    Suavemente, se puso a tirar de sus rizos entre sus dedos. — Me encanta tu pelo. Me encantan tus ojos, tu piel. — Se dejó caer sobre sus labios y los besó con suavidad. — No puedo decir que no me esperara sacar tu cara Slytherin, pero… Eres más de lo que nunca pudiera imaginar, sabes sacar toda la ternura de mí, pero también toda la pasión que siento por ti. — Le besó esta vez más largamente. — ¿Sabes el problema de esto? Que me encanta este Marcus, que me vuelve demasiado loca y ahora… — Bajó la mano por todo su costado. — Cada vez que me acuerde de esto… — Se mordió el labio y entornó los ojos. — Voy a necesitar muchas duchas mañaneras si me despierto y no tengo a un Marcus O’Donnell poderoso encima de mí. — Rio y se recostó sobre su pecho, cogiendo su mano llevándosela a los labios. Entonces le dio la risa al pensar en una cosa. Y luego en otra, y empezó a hilar pensamientos y se le ocurrió… Una de sus cosas. — ¿Te estás muriendo de hambre ya, amor mío? — Preguntó inocentemente.





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    Mar Oct 18, 2022 11:38 am


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    Con Alice | En Saint-Tropez | 27 de junio de 2002
    Su sonrisa se amplió lo máximo posible. - Yo también. - Afirmó, y su voz sonó tan cargada de felicidad que quedaba bastante claro que no decía más que la verdad. Y después de lo que acababan de hacer, y de todo lo vivido con ella, todavía seguía ruborizándose cuando le decía esas cosas, que le hacían bajar un poco la mirada con una risita avergonzada. Básicamente la reacción opuesta a la que tendría con cualquier otra persona, pero es que Alice no era cualquier persona. - Tú eres preciosa. Eres mi sueño. - Y así se podrían pasar toda la vida, diciéndose esas cosas mientras se miraban y acariciaban.

    Apoyó la cabeza en la cama (la almohada no la tenía ni localizada desde su posición), cerrando los ojos y suspirando profundamente con una sonrisa de felicidad. - Esto es lo mejor del mundo. ¿Podemos, simplemente, no irnos nunca de aquí? - Volvió a mirarla y a acurrucarse con ella. - ¿Podemos no bajar? ¿Podemos no salir de aquí en... tiempo, mucho, el que sea? - Y finalizó la frase hundiendo de nuevo la cara en el cuello y el pecho de Alice, con un ronroneo y una risita. Qué a gusto se estaba allí, qué suave estaba su piel, y aunque él se sentía ardiendo y ella también lo estaba no le importaba lo más mínimo, adoraba sentir ese calor si era suyo. Aunque frunció el ceño y transformó el ronroneo en un gruñidito de disgusto cuando dijo que no iban a ser muy comunes esos momentos por ahora. - No me gusta lo que dices. Vuelve al tema de antes. - Se quejó infantilmente. Pero en mitad de sus bobadas, ella le hizo mirarla, y lo que le dijo le provocó un escalofrío. Se mordió el labio con una sonrisilla, ya no tan fiera como la que Alice referenciaba de antes. - ¿Te ha gustado? - Se acercó a ella de nuevo. - Por ti, soy lo que me pidas. El mago más poderoso del mundo. Y todo mi poder es tuyo, solo tuyo. - Pero lo de sexto le hizo arquear las cejas y escapársele una carcajada muda. - Estoy... alucinando un poquito ahora mismo. - Y colorado otra vez, como un idiota. - ¿Eso... pensabas... en sexto...? - Ladeó la sonrisa. Ya estaba sacando su ego y su vena Slytherin a relucir otra vez. - Sí que te gustaba el Marcus prefecto... - Y él que pensaba que era por su buen hacer, elegancia y perfección con las normas, y no porque... verle tan mandón le provocaba... esas cosas... Era bueno saberlo. Un poco tarde, pero insistía en que estaba convencido de que le hubiera acarreado más de un problema de enterarse mientras estaba en funciones.

    - ¿Ah sí? - Dijo meloso, achuchándola más, cuando le dijo que la había dejado temblando. - Eso es lo que me gusta... - Murmuró, juguetón. Se besaron, tras una nueva colección de piropos de su novia que solo atinó a responder poniendo cara de bobo. Y esa confesión, de cada vez que le recordara, le hizo reír nerviosamente otra vez, pero tratando de mantener dicho ego subido un poco más a flote. - Alice Gallia... sí que tengo poder sobre ti... - La besó de nuevo. - No te imaginas el que tienes tú sobre mí. Vives en mí todo el tiempo. - Rio leve y sarcásticamente. - Si supieras... lo intranquilo con mi conciencia que me he pasado tantos años... sin poder evitar... imaginarte... imaginarnos... - Se mordió los labios. - Y pensaba, Dios, Marcus, esto que piensas no está bien... - Soltó de nuevo la carcajada muda y sarcástica. - Oh, qué equivocado estaba. Sí que está bien. Está muy muy bien. - Rio un poco, y volvió a arremolinarse con ella. - Y tú... como siempre, colándote donde no debes, en mis sueños, en mis fantasías... y siendo más que yo... y pensando cosas mucho peores... - Volvió a besarla y, entre los besos, le dijo. - Cuantísimo te quiero. - Sí, le encendía la pasión con un solo chasquido, pero fundamentalmente, la amaba con toda su alma.

    Se tumbó y, plácidamente y con un suspiro, dejó que Alice reposara sobre su pecho, cerrando los ojos y disfrutando apenas de unos instantes de silencio... había bajado la guardia sin darse cuenta, cosa que con su novia NO se podía hacer y ya debería saberlo. - ¡Uff! Pues ahora que lo dices... bastante. - Dijo lo último con una risa. Sin abrir los ojos ni moverse, y con la voz placentera, dijo. - ¿Es que quieres que empiece a poner en práctica los hechizos domésticos? Podría... - Abrió un ojo. - Si abajo hay alguna ventana abierta desde donde pueda hacer entrar cosas por esa de ahí. - Señaló apenas moviendo un índice desde su postura. Dejó la cabeza reposar en la cama otra vez con ambos ojos cerrados. - Pero no me parece bien robarle comida a tu tía Simone. - Estrechó su abrazo. - No hay hambre que haga que quiera dejar de abrazarte, mi amor, si es que estás poniendo a prueba mi amor por ti frente a mi amor por la comida. Tú ganas de calle. Eso lo sabes ¿no? Vamos, creo que te lo he demostrado con creces. - Siguió riendo. Era tan feliz allí...




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