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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Sáb Abr 23, 2022 1:25 pm
    Recuerdo del primer mensaje :




    El pájaro en el espino
    Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
    Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.

    Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.

    Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.

    La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.

    AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1


    Índice de capítulos

    1. La eternidad es nuestra
    2. The birthday boy
    3. Juntos pero no revueltos
    4. Rêve d'un matin d'été
    5. Don't need to go any further
    6. The ghost of the past are the fears of the future
    7. Que alumbra y no quema
    8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
    9. Could you never grow up?
    10. El largo vuelo
    11. Family fights together
    12. The language of facts
    13. El ejército
    14. They made their way
    15. De cara al pasado
    16. Toda la carne en el asador
    17. Con los pies en el suelo
    18. The encounter
    19. Titanium
    20. La bandada
    21. Turmoil
    22. En el ojo del huracán
    23. La mágica familia americana
    24. Vientos de guerra
    25. The hateful heirs
    26. Damocles
    27. Tierra sin ley, odio que ciega
    28. Sueños de paz
    29. Antes de despegar hay que aterrizar
    30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
    31. El vuelo de las águilas
    32. Como las piedras celtas
    33. Are we out of the Woods?
    34. Bad topic
    35. The date
    36. Furthermore
    37. Sin miedo a la diversión
    Marcus O'Donnell
    Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja
    Alice Gallia
    Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka




    Post de rol:


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    Alchemist
    Freyja
    Alchemist
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    Lun Feb 27, 2023 5:33 pm


    The encounter
    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Que se explicara cuanto quisiera, que para él no iba a ver excusa posible. Mucho tenía que darse la vuelta la historia para que él cambiara su opinión sobre Lucy McGrath, y algo le decía que no iba a ocurrir. Alice apretó su mano y por un momento casi se siente culpable porque ella tuviera que estar pendiente de él... pero es que no podía dejar de mirar a Lucy con odio. - Está bien. - Fue lo único que dijo, sin apartar la mirada de la mujer. Sabía que Alice no necesitaba su ratificación en voz alta, pero quería dejar verbalmente patente que, efectivamente y tal y como decía su novia, ya les tocaría a ellos el turno de decir a qué habían venido.

    No empezaba bien. Juraba por la memoria de Janet si hacía falta que, a la primera que detectara un intento de su hermana de falsear la realidad o decir algo en contra de ella, cortaba la conversación en el acto. No iba a escuchar ni la más mínima sandez. Sin perturbar su expresión ni rebajar la tensión ni un ápice, escuchó toda la versión. Y, sinceramente, le pareció la historia de "por qué le tenía envidia a Janet, vi la ocasión perfecta para vengarme y se me fue de las manos y ahora me arrepiento". Lo dicho, no le convencía.

    Estuvo muy tentado de interrumpir varias veces, pero se contuvo. A lo que sí se enganchó fue al relato sobre la tal tía Bethany, a la cual había oído ya en demasiadas ocasiones en los últimos días. Hermes le había dicho que había demasiadas teclas que tocar, pero que esa podría ser una buena de entrada. ¿Y si era la correcta? Miró levemente a su alrededor mientras seguía escuchando el relato épico de la hermana desvalida del que no se estaba creyendo ni media sílaba. Aquella gente vivía por y para el dinero, en ese aspecto eran mucho peores que los Horner y había visto a su primo Percival, el cual en aquel sitio se quedaría en pañales, frotarse las manos ante la perspectiva de la herencia que dejaría Anastasia. La hipótesis de que la señora Bethany tuviera algo que ver en todo aquel asunto cobraba cada vez más sentido. Pero seguían quedándole lagunas en la cabeza que rellenar en todo aquel embrollo.

    Tal y como acababa de resumir Alice, Janet estaba fuera de esa casa prácticamente desde que nació, solo necesitaban la excusa adecuada. Excusa que Lucy entregó a sus padres en bandeja de plata. Dentro de todo lo malo ocurrido, al menos tendrían que agradecer, al parecer, los motivos por los que fue echada, porque de no haberse ido con William y con la Alice que estaba por nacer, se habría visto sola y en la calle más pronto que tarde. La pregunta ofendida de su novia le hizo soltar una desdeñosa carcajada de garganta, con los labios cerrados, para enfatizar lo ridículo que a ambos les parecía todo aquello. Por fuera estaba llevando la fachada del desprecio que sentía hacia esas personas... pero por dentro se lo comía la rabia. De verdad que se alegraba de que William no estuviera allí. No sería capaz de escuchar esas cosas sobre su mujer sin reventar todo aquel esperpéntico lugar a hechizos.

    Quien dice su mujer, dice su madre, como era el caso de Alice, que empezaba a venirse abajo. Se acercó a ella y rodeó sus hombros con sus brazos. - Pero fue valiente. La persona más valiente que hemos conocido, siempre lo decimos. - Dijo, orgulloso y con un toque mordaz. Volvió a mirar a Lucy con superioridad. - Eso te hacen creer, sí, que van a por lo que más quieres... Se lo hicieron a usted, por lo que veo. - Dijo cuando ella alegó a lo de Aaron. Pero no se iba a quedar ahí. - A pesar de facilitarles lo de borrar a su hermana de la familia. - Arqueó ambas cejas, irónico. - Parece que también estaba firmado ese destino, iban a atacarla igualmente. Lástima que al menos no pueda decir que haya sido por negarse a participar en una causa injusta. - Aaron echó aire por la nariz, y vio cómo Lucy volvía a lucir ofensa y tristeza en sus ojos, y que quería responder. Pero su propio hijo la detuvo y ella retomó la conversación por donde la llevaba.

    Conversación que, a sus oídos, seguía siendo un cutre intento por justificar lo hecho en base a una supuesta personalidad de Janet que no era la que ellos habían conocido. Prefería no pensar que la intención era culpar a la víctima o los esfuerzos que estaba haciendo por contener la lengua se le iban a ir al traste. Ah, pero aún no había terminado. Eso sí que no lo pudo contener. - ¿Y no le dijeron que se trataba de uno de los mejores creadores de hechizos de su generación? - Preguntó incisivo, porque, encima, reconoció abiertamente haber investigado a William. Como si el peligro fuera él y no ellos mismos. - ¿No le dijeron para qué estaba contratado en el MACUSA? No era precisamente de vacaciones... - A más cosas hubiéramos sabido de él en ese sentido, más hubiéramos temido que manipulara a mi hermana. - Precisó Lucy, tratando de excusarse, y Marcus abrió la boca pero la volvió a cerrar y retiró la mirada. Mejor me callo, pensó. Pero podía alegar muchas cosas a eso y ninguna era buena.

    Y vuelta a los lamentos. Alice le dijo claramente que, si tan arrepentida estaba, que les ayudara, pero Marcus conocía a su novia y le estaba escuchando el tono muy rebajado. Y quizás no fuera de ayuda ponerse tan duro, pero no pensaba permitir que esa mujer manipulara a Alice y ablandara sus sentimientos. - ¿Marcus? - Preguntó con prudencia Aaron. Le miró y el otro devolvió una intensa mirada antes de preguntar. - Antes de que mi prima... bueno, explique todo, ¿hay algo que quieras... saber, preguntar...? - Sí, debía estar llegándole todo el hervidero que era su cabeza ahora mismo, y estaba claro que su idea era que Marcus lo soltara todo, se quedara desahogado y pudieran empezar de cero como si nada, pidiendo favores. No iba a ser tan sencillo. - Perdón, aún estoy procesando todo lo oído. Trato de imaginar a una Janet que, cito textualmente, "no encajaba en el mundo para nada". - Dijo haciendo unas hirientes comillas con los dedos en el aire. - En el nuestro encajaba divinamente. - Aaron se mojó los labios y agachó la cabeza. Lo siento pero no me voy a callar ciertas cosas. Poco estoy hablando.

    - Estos años han sido una condena para mí, aunque imagino que para vosotros no es consuelo. - Dijo Lucy, con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas. - Cuando me enteré... cuando supe... - Tragó saliva, y antes de hablar, Marcus atajó con unas palabras que jamás pensó que saldrían de su boca en aquel tono. - ¿Que Janet había muerto? - Se notó todos los ojos encima. Se cruzó de brazos. - Yo tampoco estaba presente, ni estaba con Alice. Estaba en Hogwarts. Desde que Janet murió hasta que volví a ver a Alice pasaron veinticuatro horas. Desde la última vez que vi a Janet, un veinticinco de diciembre, y el día de su muerte, cinco meses y dos días. - Arqueó una ceja. - ¿Sorprendida de que lleve tan bien la cuenta? No hay un solo día de mi vida que no lo recuerde. Que no me arrepienta de no haber estado allí en ese momento, y por si no ha hecho los cálculos, yo aún no tenía ni catorce años. Estaba en tercero de Hogwarts y Alice ahora es mi novia, pero por aquel entonces solo éramos amigos. Ni era mi familia directa, ni yo era un adulto ni, por si no lo sabe, uno puede aparecerse en los terrenos de Hogwarts o hacia fuera de este. Y, aun así, moví cielo y tierra por tardar veinticuatro horas en ver a mi amiga de nuevo. ¿No podía usted aparecerse en el funeral de su hermana? Digo más, ¿no pudo usted aparecerse en Inglaterra ni un solo día, aunque fuera durante diez minutos, para verla, si tanto la echaba de menos? ¿Para conocer a sus sobrinos? ¿Sabe cómo hemos llegado dos chicos de dieciocho años "no tan ricos ni importantes" a Nueva York? Apareciéndonos, como cualquier otro mago. ¿Sabe cómo llegó su hermana a Inglaterra? En barco. Y le puedo asegurar que hay mil formas más de hacerlo... - He tenido que silenciar mi propia casa para poder hablar con vosotros. - Respondió Lucy a la defensiva, pero con la voz entrecortada por el llanto. Marcus apretó la mandíbula. - No va a convencerme de que no ha tenido en todos estos años ningún medio para acercarse a su familia. Lo único que puedo pensar es que no era tal la consideración que les tenía. - Se generó un tenso silencio.

    - Marcus... No puedes entender... - ¿No puedo? - Interrumpió, con un tono deliberadamente interrogante pero muy tranquilo. - ¿No puedo entender lo que es ser joven y estar asustado? Yo diría que sí. Dylan ni siquiera es mi hermano de sangre y aquí estoy, a miles de kilómetros de mi casa, rodeado de gente desconocida en un entorno que hasta vosotros definís de tremendamente hostil. Y, es cierto, no tengo veinte años... Tengo dieciocho. - Arqueó una ceja. - Creo que sí que puedo entender lo que es ser joven y estar asustado. Y jamás, bajo ningún concepto, le haría al hermano un año menor que yo que, de hecho, tengo, algo así. Fíjese, señora McGrath, nuestras situaciones son bastante parecidas. Insisto, jamás lo haría. Y también me he visto en tesituras complicadas que, antes de que me pregunte, no vienen al caso. No lo haría. - No pensaba dejar de afirmarlo tajantemente. Dicho eso, echó aire por la nariz y se colocó un paso por detrás de Alice, pasando un brazo por su hombro. - No se ofenda, señora McGrath, pero no hemos venido aquí a escuchar una justificación que, como verá, no tenemos pensado creer, sino a pedirle colaboración. No nos diga que está arrepentida. Demuéstrenoslo. -




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    Alchemist
    Ivanka
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    Lun Feb 27, 2023 7:26 pm


    The encounter
    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Su novio estaba sospechosamente callado. Peligrosamente, diría ella, porque cuando Marcus callaba mucho es que estaba demasiado ocupado en pensar, y, si le conocía de algo, estaba pensando en todas las cosas malas posibles y que le ofendían en la versión de Lucy. Y sí, ella se ablandaba al ver a una persona cobarde y asustada, claro, pero no, por supuesto que no olvidaba que fue ella la que les dio a los Van Der Luyden la herramienta para la tortura de su madre. Su pobre madre, que siempre creyó que había traído la desgracia sobre sí misma por hacer las cosas mal, por enamorarse de su superior mayor y quedarse embarazada, cuando la verdad era que sus propios padres simplemente estaban atentos al momento en el que ella metiera la pata.

    Se apoyó sobre Marcus cuando la rodeó, conteniendo las lágrimas y asintiendo. Sí, la única valiente de esa familia, visto lo visto. Claro, que su novio estaba allí para algo más que para consolarla a ella. Marcus adoraba a su madre, y siempre la había defendido de cualquier acusación, y él no se dejaba ablandar fácilmente con casi nada, menos con la gente que él tenía muy claro que había hecho daño a Janet. Pero no podía rebatirle nada. Sí, Lucy había seguido sus designios y… Allí estaba, sufriendo, así que…

    Por supuesto, ya tenía que salir la férrea defensa de su padre, de la que Lucy también supo defenderse, y así podían estar todo el día. Intentó decir algo, pero entonces Marcus empezó a hablar de cuando su madre murió. Eran unos días de su vida que nunca olvidaría, y, a la vez, estaban borrosos, tenían grandes lagunas de tiempo, que Marcus resumió con unas cuentas muy bien hechas. — Aquellos días… Le pregunté por vosotros por primera vez. Directamente. — Levantó los ojos, anegados en lágrimas hacia Lucy. — ¿Y sabes qué me dijo? Que tuvo la vida que quiso sin vosotros. Que no os quería volver a ver nunca, ni vuestra ayuda. — Miró a Marcus. — Ni ellos vinieron nunca, ni ella habría querido que vinieran. Esto tendría que haberse quedado así, levantar la polvareda ahora no sirve de nada. — Y echarle las cosas en cara a Lucy tampoco, no conseguían nada. Solo ponérsela en contra, en todo caso.

    Miró a Lucy y suspiró. — Tiene razón, no puedo decir otra cosa. Yo quiero intentar entenderte, Lucy, de verdad que quiero, porque sé que mi madre te quería a pesar de todo, pero Marcus tiene razón. Hemos cruzado el océano, nos estamos arriesgando, y no es para perdonarte. Quizá mi madre ya lo hizo en vida, aunque no pudiera decírtelo. Ahora la que tiene que perdonarse y vivir con ello eres tú. Y por lo que le ha pasado a tu hijo, también. — Lucy miró al chico con los ojos anegados en lágrimas y le agarró la mano. — Yo solo quiero que sea feliz aunque no entienda… — Pues entiéndelo. — Porque ya se imaginaba lo que iba a decir. — O no lo entiendas, simplemente acéptalo. Igual nunca has conocido el amor, pero te aseguro que es algo que no escoges. Él no escoge a quién ama, y nadie debería maltratarle por ello. Y la legeremancia es una condición, no una herramienta que nadie deba usar, y menos en beneficio de otros y en detrimento de uno mismo. — Miró a su primo y cogió aire. — Y dicho eso, se acabó la fiesta de los reproches, y lo que tengáis que arreglar entre vosotros, será en otro momento. Ahora tengo algo que pedirte, y, como ha dicho Marcus, si realmente estás arrepentida, nos ayudarás.

    Se reasentó en el sofá, pero Lucy empezó a hablar antes de que ella se organizara el discurso mental. — Supongo que has venido… Por Dylan. — Alice dio un bote en el asiento. — ¿Lo has visto? — Pues claro, cariño, viven a doscientos metros de aquí, y mi madre me llamó a los pocos días de que llegara para que hablara con él... Porque se negaba a hablar. Mi niño… Cuando sepa que estás aquí… Va a ser como regar una plantita que está mustia de seca. — Un nudo muy fuerte se instaló en la garganta de Alice. Aquella mujer se parecía DEMASIADO a su madre. Era como estar hablando con ella. — Solo quiero recuperarlo. — Contestó ella, quebrada. Lucy asintió, triste. — Te aseguro que él confía al cien por cien en que lo vas a hacer… ¿Por eso has vuelto? — Preguntó mirando a Aaron. Él asintió. — Me la estoy jugando mucho, desde luego, pero no podía permitir que Dylan se quedara aquí con ellos… Necesitan mi ayuda, mamá… Nuestra ayuda. — La mujer le miró con una profunda ternura y admiración. — Eres mucho más valiente que tus padres, Aaron, mi vida. — Luego la miró a ella de vuelta. — Pero no sé cómo quieres que os ayude, yo… — Yo sí lo sé. — Cortó. Se había venido arriba con los datos sobre su hermano. Ahora que sabía que estaba bien y que la esperaba, solo podía contar los minutos hasta que volviera a verle por lo menos, hacerle saber que habían llegado, que estaban luchando por él. — Necesito tres cosas de ti. Las dos primeras son peticiones, y la tercera una pregunta. — Lucy asintió, y se quedó mirándola, concentrada. — La primera es que tienes que convencer a tu marido de declarar contra la familia. — Levantó la mano. — Antes de que me digas que no… Tenemos gente que tiene cosas contra ellos. Pero solo declararán si alguien de dentro se revuelve también. Y, por lo que me han dicho, tu hermano no lo va a hacer. — No, eso seguro. — Lucy, no les debes nada. — La mujer rio sarcásticamente. — Desde luego que no. ¿No os enteráis que tenemos miedo? Michael y yo. — Sé que tu marido ha estado en el MACUSA haciendo por buscar a Aaron. Que te quiere, aunque no sea en el sentido del amor, que estáis hartos de que os den de lado… O lo hacéis ahora o no lo haréis nunca. — Lucy suspiró y dejó caer los ojos. — No puedo prometerte nada… Solo que lo intentaré. Por nosotros, mamá. Los tres. No solo por los primos. — Aportó Aaron, mientras Lucy le agarraba más fuerte aún. — Por todo lo que me han hecho sufrir, por favor, a mí y a tu hermana, y ahora a tus sobrinos. Da el paso por primera vez. — Lucy asintió y tragó saliva. — ¿Y las otras dos? — La segunda es que, a ser posible ahora, me lleves a esa casa a doscientos metros de aquí y me ayudes a convencer a tus padres de que me dejen ver a Dylan. Solo un rato, solo para ver que está bien… — La cara de la mujer lo decía todo. — ¿Tú estás segura de que quieres que sepan que estás aquí? Lo más probable es que no te dejen… — Me da igual. Lo voy a intentar. Se acabó el terror. Alguien tiene que hacer algo, y ese alguien voy a ser yo, y voy a intentarlo todo por ver a mi hermano. — Lucy se tapó la cara con las manos. — ¿Y la pregunta? — ¿Por qué crees que se han llevado a mi hermano? Me niego a creer que es solo por maldad… Tu familia no da puntada sin hilo… Por favor, Lucy, piensa, si no sé por qué se lo han llevado, no sé cómo recuperarlo.






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    El Pájaro en el espino, el comienzo:

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    Alchemist
    Freyja
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    Lun Feb 27, 2023 11:01 pm


    The encounter
    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Alice lo estaba dejando bien clarito. Y sí, efectivamente Janet no les quería por allí, pero si la conocía de algo, a ella y a su familia, de haber aparecido Lucy por allí, la habrían perdonado y habría sido acogida en la familia. No lo hizo, perdió la oportunidad, y ya era tarde para recuperarla. Era lo que esperaba que le quedara claro. Y si bien su novia le estaba dando la razón (y porque se estaba callando muchísimas cosas que sí estaba pensando...) pidió que dejara de removerse todo el dolor de aquellos años, así que decidió callar. Pero por ella, por Alice, porque así lo había solicitado como el medio más útil para acceder de una vez por todas a Dylan. No por Lucy.

    Aún podía la mujer echarse más tierra en su propio tejado: diciendo que quería a su hijo "a pesar de". Alice le cortó el discurso rápido, y Marcus miró a Aaron, quien le devolvió una mirada de soslayo. Marcus desvió lentamente la suya... pero esperó haber dejado la estela de su mensaje claro. Ya no tenía nada contra Aaron, desde luego, no después de lo que estaba viendo. Que se fuera a Inglaterra o donde quisiera y no pisara más aquella zona. Era lo mejor que podría pasarle en la vida, su tía Janet era buen ejemplo de ello. Y Marcus le apoyaría ciegamente si decidiera hacerlo.

    Alice se puso rápidamente en guardia en cuanto sospechó que Lucy podría haber visto a Dylan. Marcus se mantuvo igual de tenso y sin dejar de mirar a la mujer. No iba a consentir medias tintas, mensajes velados o chantajes, estaba muy a la defensiva y lo sabía pero por algo hasta esa misma familia había asegurado estar en territorio hostil, desde Aaron inhabilitando escuchadoras hasta Lucy ensombreciendo el salón. El corazón empezó a latirle con violencia de escucharla hablar de Dylan, porque le estaba sintiendo más cerca que nunca en el último mes. Solo escuchó las palabras que le interesaban: a doscientos metros de allí, para que hablara con él, no quería hablar. Los latidos le golpeaban en las sienes y estuvo muy tentado de agarrar la mano de Alice y salir corriendo hacia allí y entrar a lo loco para llevárselo... Pero ni él era así, ni era esa la estrategia. Pero vamos, de ser Lex, clarísimamente sería lo que estaba haciendo... Pensaba muchísimo en su hermano desde que estuviera en Nueva York...

    Alice pareció volver a la vida con esa información, al contrario que Marcus, que ahora estaba muchísimo más tenso y nervioso, y deseoso de pasar a la acción. Decidió escuchar a su novia en silencio mientras trataba de relajar los latidos y los músculos, y tratando de recuperar la atención extrema que tenía antes por si algo se salía de su sitio, seguía sin fiarse de nada que pudiera ocurrir en aquel lugar. El discurso de Alice con su primera petición habría hecho a Emma sentir muy orgullosa, y desde luego que había ayudado bastante a Marcus a venirse arriba otra vez. Ya estaba de nuevo con la barbilla alzada y la mirada altanera. No, Lucy no estaba en posición de decir que no, porque por primera vez desde que le conoció, Marcus tenía ahora bastante claro que era más probable que Aaron se pusiera de su lado que del lado de su familia, viendo lo que estaban viendo sus ojos. Pero, por supuesto, la mujer "no podía prometerles nada". - Creo recordar que tenía un gran arrepentimiento que demostrar por lo ocurrido con su hermana. - No podía dejar de escupir veneno. - Tiene usted muy reciente el sufrimiento por no sabér qué estaba ocurriendo con su hijo como para no hacer lo posible porque Dylan vuelva con su familia. ¿O cómo cree que está Alice y su padre? - Lucy apenas le miraba con los ojos entornados y temblorosos. ¿De verdad le tenía el más mínimo miedo? ¿A él? ¿Quién se creía que era? No tenía el peligro que tenían los Van Der Luyden, solo tenía mucha rabia y muchos argumentos. Esa mujer vivía asustada por absolutamente todo, ni siquiera intentaba defenderse.

    Y la segunda propuesta era clara: se iban a ver a Dylan. Con la ayuda de Lucy o sin ella. Volvió a dejar escapar una carcajada sarcástica y a negar, con la mirada perdida, mientras las mujeres debatían. - Sabe tan bien como nosotros que los Van Der Luyden ya saben que estamos aquí, señora McGrath. - Arqueó las cejas con levedad y hastío. - Vamos a ir independientemente de que nos acompañe. Por si no quiere, una vez más, verse involucrada en contradecir a los suyos... - Y aún quedaba la pregunta, tras la cual, se generó un silencio que cada vez era más tenso. Todos miraban a la mujer, que temblaba más y más cada vez, pasando los ojos por todos los presentes. - No... No lo sé. De verdad que no lo sé. - Mamá, por favor. - ¡Aaron! ¿Crees que iba a callarme si lo supiera? - Sí. - Dijo Marcus, y la mujer le miró con un poco más de rabia que en las veces anteriores. - Honestamente, no cuenta usted con muy buen historial... - Entiendo que quieras defender a Alice, Marcus, y a Dylan. Y de verdad que te honra, pero yo no soy el enemigo. No como tú piensas. - Permíteme que dude las tres premisas que acaba de decir. -Contestó con frialdad. - Los Van Der Luyden han alegado que los Gallia no son aptos para cuidar de Dylan y que por eso se lo llevan. ¿Pretende que nos creamos que el motivo real es ese? - Oh, por supuesto que no... - ¿Cuál es, entonces? - La mujer rio con amargura. - Claramente no es ese, pero desconozco cuál es. ¿De verdad pensáis que me lo van a decir a mí? - Miró a él y a Alice y alzó los brazos. - ¡Adelante! ¡Seguid juzgándome, podéis hacerlo! - Dijo entre lágrimas. De verdad que no soportaba semejante victimismo... - ¡Ya habéis visto todo lo que soy y lo que puedo ofrecer! ¿Qué puedo deciros? - Sorbió, limpiándose las lágrimas. - Siempre han vivido haciendo y deshaciendo a su antojo con todo el mundo. Habían borrado a Janet y a sus hijos del mapa, ni se les mencionara... Y, de repente, desde hacía dos años, empezaron a hablar de traer a Dylan. No a Alice, a Dylan. Pero si creéis que me hicieron partícipe de algo en algún momento estáis muy equivocados. Solo utilizaron a mi hijo para intentar destruiros. - Llévenos hasta él. - Sentenció. Estaba harto de escuchar excusas y tonterías. - Nos enteraremos por nuestros medios. Al parecer, somos bastante más efectivos aun no viviendo a doscientos metros. -




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    Alchemist
    Ivanka
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    Mar Feb 28, 2023 11:59 am


    The encounter
    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Claramente, Marcus y ella estaban jugando a auror bueno auror malo. Ella intentaba despertar el corazón de Lucy y Marcus atacaba a su conciencia sin piedad. Pero no le apetecía defenderla. La veía arrepentida, sí, pero también veía que seguía siendo la misma niña tibia y complaciente, que no se mojaba para nada. — Efectivamente, vamos a ir contigo o sin ti. Sin ti solamente tardaremos más en que nos abran la puerta y estaremos más expuestos. — Y era su última palabra en el asunto. De hecho, en cuanto Lucy terminara de hablar, su plan era levantarse e irse a buscar esa casa y exigir ver a su hermano.

    Obviamente, Lucy dijo que no tenía ni idea de por qué se habían traído a Dylan, y hasta Aaron le apretó las tuercas, pero Alice sabía que era inútil. Conocía a las mujeres como Lucy McGrath, esas que viven toda su vida haciendo lo que le dicen sin hacer preguntas, lamentándose por dentro, pero no haciendo nada por arreglar su situación, y era un callejón sin salida. Lo único que podía sacar de ella era su apoyo y el de su marido. Ya lo consiguió una vez de Eunice, que tenía mucho más carácter y menos remordimientos, lo conseguiría otra vez. El grito de Lucy la sacó de sus pensamientos. Aaron se parecía mucho a ella en ese sentido, claramente era la única arma que había aprendido en la vida, la de montar un drama gigante. Escuchó sus discurso desesperado y suspiró. — Lucy, entiendo que tú tienes tu parte de la historia. Cuánto de esa historia lo has atraído sobre ti y cuánto te ha caído, no somos nosotros los que lo tenemos que deducir, ni nos tienes que convencer. Pero esta es tu oportunidad de ser una agente en tu historia y no solo una espectadora sufriente. Llévanos con Dylan, habla con tu marido cuando vuelva, piensa en algo que pudiera ayudarnos. Es todo lo que pedimos. Como ha dicho en Marcus, piensa en ti, en estos meses sin Aaron. He visto cómo has llorado cuando lo has visto. — Ahí las lágrimas acudieron a sus ojos y se le quebró la voz. — Llévame con mi hermano, por favor. Solo quiero verlo, abrazarlo, por favor. Sabes que nos necesita. — Lucy suspiró y se quedó mirando la mano de Aaron que tenía apretada entre las suyas y, por unos segundos, se quedaron los cuatro en silencio.

    Está bien. Está bien, vamos a la casa. No puedo prometerte nada, pero vamos a intentarlo. No le dejarán salir, pero tampoco creo que te dejen entrar, pero quizá puedas verlo de lejos, o se asome a la ventana… Algo conseguiremos. — Eso hizo que se levantara del asiento de golpe. — ¿De verdad? — Aaron se levantó también, pero tanto Lucy como Alice le detuvieron. — Tú no. — Dijeron a la vez. — Pero, ¿por qué? — Preguntó el otro confuso. — Ya hemos llegado hasta aquí, ¿qué más da? — No te arriesgues a lo tonto, Aaron. — Dijo, ya un poco tensa. — No es necesario, que estés o no, no va a cambiar el hecho de que nos dejen ver a Dylan, y solo va a poner una flecha enorme sobre tu cabeza. Quédate aquí, de momento. Y luego vuelves con nosotros. — Sintió la mirada de Lucy, pero es que ni iba a contestar. Obviamente que no iba a quedarse allí, no estaba seguro, no de momento. Que hablara con su marido, e igual hasta el propio Aaron se lo pensaba.

    Le temblaba el cuerpo entero siguiendo a su tía por la calle. No se lo podía, le costaba conectar hasta con el movimiento de los pies que la estaban llevando cara a cara con los Van Der Luyden. Aquel nombre que tantas veces había repetido como una amenaza, como un dolor. Por fin iba a mirarles a los ojos. Miró a su novio. Si le hubieran hecho jurar hace exactamente un año, que al año siguiente estarían así, les hubiera dicho que estaban todos locos.

    Llegaron a una puerta de jardín mucho más suntuosa que la de lois McGrath y Lucy accionó una campanilla, haciéndoles un gesto para que se quedara ella sola frente a la puerta. — ¿No tiene el encantamiento de casa de sus padres? — Susurró Alice a Marcus. En fin, aquella familia. — ¿Señorita Lucy? — Contestó una dulce voz. — Hola, Tilly… ¿Está mi madre? Demasiado temblorosa, Lucy, disimula un poco, regañó mentalmente. — La señora no la esperaba. ¡ES SU HIJA, POR TODOS LOS DRAGONES! Pensaba a gritos. — Lo sé, pero… — ¿Lucy? ¿Qué haces aquí? — Solo la voz de aquella señora le puso todos los pelos de punta. — Hola, mamá… — Oh, por favor, no empieces con tus tartamudeos, ¿qué quieres? — La voz se oía cada vez más cerca y su estómago estaba encogido. — Mamá he venido a… — Y entonces una risa sarcástica. Y cuando levantó la vista, la vio. Aquella mujer tan alta, con la barbilla levantada y una sonrisa malévola, era su abuela, la madre de su madre. — Lo último que esperaba ver en el día de hoy era más cachorros asustados. — Vale, empezaba a entender a Lucy. Aquella mujer daba un miedo que por lo visto la había paralizado y atado la lengua. — Señora Van Der Luyden… Solo quiero que me deje ver a mi hermano. — Dijo, casi en una súplica. No era buen comienzo, no era como se imaginaba enfrentándose a aquella mala persona. — ¿Qué está pasando aquí? — Dijo una atronadora voz de hombre. ¿En serio? ¿Soy la única BAJITA de mis dos familias? Se preguntó, en un cruce de cables absurdo, al ver a Peter Van Der Luyden. — Mira, querido, quiénes han demostrado redaños por una vez en la vida. La pequeña lagartija viciosa. Hija de Janet tenía que ser. — Pero ella vio algo en los ojos de Peter. Era lo que veía cada vez que alguien veía en ella el vivo reflejo de su madre. Eran los ojos de un hombre que, de repente, había recordado a su hija fallecida cuando tenía la misma edad que ella. — ¿Y ese quién es? — Preguntó mirando a Marcus. — Ese es con el que intenta hacernos creer que es decente y buena. Esta por lo menos ha puesto el ojo mejor que la madre. — El veneno de aquella mujer era certero y letal, y no parecía ni siquiera que se estuviera pensando la manera de hacer más daño, le salía natural. Pero Alice tragó saliva y avanzó hacia la puerta. — Solo quiero ver a Dylan. Es mi hermano pequeño, necesito verle, llevo un mes sin saber nada de él. Por favor, señor Van Der Luyden, no voy a hacer nada. ¡JA! Claro que no vas a hacer nada, estúpida… — Pero ni siquiera oyó lo que aquella arpía decía, porque entonces le vio y su corazón se desbocó y solo le veía a él. — ¡HERMANA! — Dylan estaba corriendo desde la puerta de la casa por el camino del jardín. — ¡DYLAN! — Gritó, y sintió el impulso de correr hacia él, pero su propio hermano se vio interrumpido a mitad de camino y cayó hacia atrás, como empujado por una barrera invisibles. — ¡Quieto todo el mundo! — Bramó Lucy, con la varita levantada. — No soy nada dada a melodramas. Aquí no se da un paso sin que yo lo autorice, a ver si es que os creéis que estáis en una novela romántica. — Ahí Alice empezó a llorar, mirando a su hermano, mientras notaba cómo su tía la agarraba. — ¡Dylan! ¡Dejadme ir con él! ¿Por qué nos hace esto? ¡Déjeme abrazarle! — Gritó, ya desesperada.







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    The encounter
    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Estaba a punto de irse sin ella, de hecho, pero Alice decidió darle unos minutos más de tregua, en los cuales Lucy acabó accediendo. Bien. Tal y como decía su novia, iban a ir igualmente, pero sin ella tendrían el acceso más complicado. Que sirviera para algo el haber ido a hablar con aquella mujer, porque por el momento lo único que había conseguido era indignarse más, pero nada útil. Iba tan enfocado en salir de esa casa y buscar a Dylan que se le pasó por alto el intento de Aaron de ir con ellos, y por un segundo... un pensamiento fugaz cruzó su cabeza, espontáneamente y sin medirlo muy bien. Pero las dos mujeres estaban determinadas (si bien el chico no parecía muy conforme de quedarse atrás), así que se despidió con un gesto de la cabeza de Aaron y fue tras ellas. - Estaría dispuesto a hacerlo. - Oyó que le susurraba mientras salía. Se giró y le miró. Alice y Lucy ya estaban saliendo, por lo que Aaron apremió las palabras. - Son gentuza, no me importa engañarles si es por una causa justa. Si hoy no conseguís lo que queréis... usadme de rehén. Fingiré que soy el intercambio. - Se encogió de hombros. - Total, si lo rechazan, no es como que me vaya a sorprender que no me quieran, solo me dará una excusa perfecta para argumentar por qué me voy. Y si lo aceptan... tendréis a Dylan y ya me las ingeniaré yo para escaparme otra vez. - Marcus llenó el pecho de aire y sopesó, pero miró hacia la puerta. Las mujeres no iban a tardar en darse cuenta de que se había quedado dentro. - Gracias. -Dijo simplemente y se marchó antes de levantar sospechas. Pero valoraría la idea, y tanto que la iba a valorar.

    Por supuesto que podían ir a una casa que diera una sensación aún peor que la anterior. Debía ser la casa más ostentosa ya no de toda la manzana, de todo el país. Marcus solo podía mirarla con repulsión. De hecho... mientras la miraba, sí que entendió esa frase sobre Janet, la de que "no encajaba para nada". No, desde luego que en un mundo tan hostil y artificial no encajaba, pero no es como que fuera precisamente culpa de ella. Lo de que Lucy no se supiera la clave de la puerta casi le hace rodar los ojos, pero estaba haciendo gran acopio de contención, así que se mantuvo como quien está esculpido en piedra, casi sin pestañear. Iba a necesitar mucha concentración, porque ese trago no iba a ser nada fácil. Y por fuera se estaba mostrando muy duro, pero por dentro estaba temblando. Aunque el temblor era cada vez menos de miedo y más de rabia.

    La voz de la mujer le hizo activarse y dirigir la mirada hacia donde se aproximaba. Se irguió aún más y se colocó más cerca de Alice, dispuesto a dar un paso al frente como notara el menor movimiento en falso. Nada más les detectó, comenzó la batería de ofensas. Marcus alzó la barbilla y, por un momento, estuvo tentado de sonreír con malicia. ¿Eso era lo mejor que sabía hacer? ¿Escupir veneno? En ese terreno, él sabía moverse, le había criado una madre Slytherin que ahora mismo estaría mirando a esa mujer poco menos que como si le diera lástima. No podía esperar que Alice no estuviera aterrada, por supuesto que no. Pero él estaba ganando más seguridad en sí mismo desde que la señora Van Der Luyden pasara de ser un monstruo de su imaginación a una persona real que, encima, tendría mucho edificio y mucho jardín pero en clase no le llegaba a su madre ni a la suela de los zapatos.

    La aparición del hombre se vio eclipsada por el insulto de la mujer hacia Alice. De ser cualquier otro, estaría ya amenazado a punta de varita... pero acababa de decirse a sí mismo que todo lo que esa mujer dijera solo iba a jugar más en contra de ella que de ellos. De hecho, el insulto solo le hizo ladear una sonrisa casi maliciosa. Sí, que siguiera insultando. Eso no les iba a impedir hacer lo que habían ido allí a hacer. Por supuesto, no tardaron en repara en su presencia, y cuando lo hicieron ni se molestó en responder. Ya tenían una respuesta ellos mismos para todo su teatro, que se dieron el uno al otro sin necesidad de que Marcus abriera la boca. Hubiera seguido jugando a tensar la cuerda de aquellos seres, viendo cuánto más veneno eran capaces de escupir sin recibir réplica, pero la aparición de Dylan casi hace que la fachada se le caiga.

    La sonrisa se le borró de golpe y sus ojos se clavaron directamente en el niño, pero no atinó a reaccionar. Cuando le vio salir despedido hacia atrás, rápidamente él también se hizo con la varita, pero ver a la señora Van Der Luyden con ella en alto hizo que simplemente se quedara en tensión y con ella bien agarrada, pero sin hacer nada. No, no podía entrar en ataque frontal, una cosa era tensar la paciencia de ellos y otra atacar directamente, en esas tenían todas las de perder y muchas opciones ya no de acabar malheridos, directamente de acabar muertos. Y ni quería ese destino para ellos, ni quería que Dylan lo presenciara de ser así. Pero Alice había entrado en desesperación y eso solo estaba engordando el alma torturadora de ese matrimonio. Tenía que recuperar su estrategia previa y hacer de tripas corazón, como si Dylan no estuviera allí ni los gritos de Alice tampoco.

    - Ha sacado usted la artillería pesada antes de que crucemos siquiera la puerta. Cualquiera diría que está más asustada que nosotros. - Lanzó, dando un paso para ponerse delante de Alice y taparla ligeramente. Esperaba que su novia captara la señal: cálmate, y mientras lo haces, capitaneo yo. La respuesta de la mujer fue una desdeñosa carcajada. - Contigo no tenemos nada que hablar. No eres absolutamente nadie. Ni tan listo como se supone que eres, o no habrías puesto un pie en esta casa. - Creí que no era nadie ni me conocían de nada. - Arqueó una ceja y miró entonces a Peter, quien había preguntado por él. - Resulta que este es el único nombre que se os pasó en esa famosa lista de romances falsos que atribuisteis a vuestra nieta. - Ladeó la cabeza hacia el otro lado. - Y, sin embargo, parece que me tenéis bastante ubicado como su pareja, por las alusiones que me ha parecido oír de Janet. Sugiero que os aclaréis sobre si soy alguien en la vida de Alice o no, así podremos hablar. - Cómo te atreves a hablarnos así. - Espetó Lucy Van Der Luyden. - Tú no tienes la categoría que tienes que tener para venir a nuestra casa a hablar de nuestra hij... - Usted no tiene derecho a llamar a Janet "hija". - Cortó, y notó las dos miradas llenas de ira sobre él y cómo Lucy, tras su espalda, contenía la respiración. Aferró instintivamente la varita. Se la estaba jugando...

    - Insolente. - Lucy les miró a ambos con ira en los ojos. - Marchaos por donde habéis venido. Dylan está ahora bajo nuestra tutela, no va a volver con un loco peligroso y una golfa, por muchos esbirros que traiga. - Marcus le hizo un sutil gesto a Alice para que no contestara. Él tampoco lo hizo, simplemente se quedó sosteniéndole la mirada, en silencio. - No lo pongáis más difícil. - Siguió la mujer. - Nos quedamos con el niño y lo tenemos todo de nuestra parte para hacerlo. Aún tenéis la oportunidad de olvidar todo este asunto y marcharos por donde habéis venido sin que haya represalias. - Siguió callado. Escuchaba a Dylan sollozar pero no le estaba mirando, porque como le mirara, se derrumbaba. Seguía teniendo la mirada clavada en la mujer. Y, por supuesto, su paciencia no tardó en agotarse.

    - ¿Es que no me estáis escuchando? - A la perfección. - Respondió Marcus. - ¿Sois entonces tan estúpidos que preferís ignorar mis advertencias? - Estoy simplemente esperando a que termine usted de insultar para poder hablar como los adultos que se supone que somos. -Arqueó las cejas. - Tienen muy claro por qué Dylan está con vosotros mejor que con nosotros. Explíquenoslo, por favor. - No tengo que darle explicaciones a dos niñatos. - Dos niñatos que se han plantado desde Londres en la puerta de su casa. Qué menos que dejarles pasar ¿no? - Respondió, no perturbando el tono. - Si tan seguros están de que tienen esta partida ganada, déjenos pasar al menos. - Alzó las manos, mostrando la varita, y las bajó lentamente, guardándosela en el bolsillo. El corazón se le iba a salir del pecho, esperaba no estar equivocándose con los movimientos. - Que los dos hermanos se abracen. Como bien ha dicho, esto no es una novela romántica, no es como que un abrazo vaya a tener más poder que todas sus importantes influencias. No tiene nada que perder. - Que pasen. - Dijo, despótico, el hombre. - Acabemos con este circo de una vez. -




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    No tenía fuerzas para atender al cruce entre su abuela y Marcus porque estaba pendiente de Dylan. Estaba un poco aturdido en el suelo, y se le notaba ansioso por ir hacía ellos. Su pobre niño, que la miraba ansioso y aterrorizado a la vez. Ella solo podía llorar mientras Lucy la agarraba. Y su abuela solo parecía estar pendiente de la discusión con Marcus, aunque en algo tenía razón: mucho despliegue para solo haberlos visto en la puerta de su casa, sin ni siquiera exigir nada fuera de lo común: poder ver a su hermano, abrazarle. Pero ella no tenía el temple de Marcus, ella se pondría de rodillas si hiciera falta. Si quería llamarla golfa, fuera, ella solo necesitaba abrazar a su hermano.

    Por un momento, cuando Marcus les quitó el derecho a llamar a Janet “hija”, se creó un tensísimo silencio. Silencio que Alice aprovechó para mirar a Peter. — Míreme, señor Van Der Luyden. ¿Qué puedo hacerles yo? Déjele acercarse, por favor. Si alguna vez quiso a mi madre no permita que sus hijos sufran así, por favor. Y yo sé que la quería, usted la llevó a los médicos nomaj cuando era pequeña para que le salvaran la vida, por favor, señor, por favor. — No estaba entre sus planes reconocerle nada a aquellos seres, pero si era por poder abrazar a su hermano, que así fuera. Y entonces, funcionó. Fuera por el coraje de Marcus o porque Alice había movido algo aunque fuera en el corazón de Peter, este dio una orden y, demostrando que por mucho poder que su abuela creyera tener, allí mandaban los hombres, levantó la barrera y Alice y Dylan corrieron el uno hacia el otro. — Oh, por Dios, Peter… — Dijo con desprecio la señora Van Der Luyden.

    La sensación al abrazar a su hermano, apretarle contra ella, no la olvidaría en la vida, estaba segura. — ¡Hermana! ¡Yo sabía que vendríais a por mí! ¡Alice! ¡Marcus! ¡Yo lo sabía! — Decía su hermano, agarrado a ella como si le fuera la vida. — Pues claro que sí, patito mío, yo te lo prometí. Aquí estamos. — Le separó y le miró, agarrando sus mejillas. — ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo? — Oyó la risa sarcástica de la mujer. — ¿Qué esperabas? ¿Que le torturáramos? Igual no somos los monstruos de esta historia. — Pero le daba igual lo que dijeran. Dylan se lanzó a abrazar a Marcus y ella seguía acariciándole los rizos. — Vais a llevarme a casa, ¿verdad? — Tenía la garganta tan cerrada que no era capaz de responder. — Sí, sí, patito, sí, pero no ahora. Aún no podemos. Pero mira, estamos aquí, estamos más cerca de solucionarlo. No te queda mucho aquí, Dylan, te lo juro, te lo juro, mi amor. — Su hermano la miró, llorando, consternado. — ¿Y papá? ¿Y el abuelo? ¿Están bien? — Ella sonrió. — Sí, mi amor, claro que sí. Te chan muchísimo de menos, como todos. Todos estamos trabajando para traerte de vuelta. — ¿El abuelo no se ha puesto malo? — Ella negó con la cabeza. — No, claro que no. Está triste, cariño, pero está bien, la abuela le cuida mucho. — Dylan miró a Marcus. — No he hablado nada, como te dije, y no voy a hablar con ellos. — Y la mirada que su hermano dirigió a sus abuelos era una que nunca había visto en su dulce niño. Malditos fueran por haberle hecho aquello a su hermano, una persona que jamás había sentido el odio.

    Dylan, mírame, míranos. — Le pidió. — Estamos aquí, aquí en América, no vamos a irnos sin ti, te lo juro. ¿Lo sientes? ¿Confías en mí? — Y entonces salió su dulce patito a flote y empezó a llorar. — Pues claro que confío en ti, hermana. Y en Marcus. Vosotros sois mis padres, te lo dije, sé que siempre pelearéis por mí. — Volvió a lanzarse a sus brazos, apoyando la cabeza en su hombro y llorando. — Pero os echo mucho de menos, no quiero seguir aquí. Llevadme con vosotros por favor, por favor… — Y se notó romperse, llorando sobre su hermano y notando como Marcus también les rodeaba. — No podemos, Dylan, pero vamos a poder, mi niño. Te lo juro, por mi vida. — Bueno ya está bien. He dicho que no quería melodramas, y estáis dando un espectáculo. — Alice se abrazó más Dylan, tanto que temía que le estuviera haciendo daño, pero no podía soltarlo. No, ahora no podía dejarlo ir.





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    Mar Feb 28, 2023 7:00 pm


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    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    En cuanto se abrieron las puertas, Dylan y Alice corrieron el uno hacia el otro. Marcus caminó hacia ellos con paso decidido pero sin quitar la mirada gélida de los Van Der Luyden, y con la mano muy cerca del bolsillo por si tuviera que hacer un movimiento rápido. Ni había sido nunca hombre de acción ni estaba curtido en duelos, no era la persona más ágil del mundo, pero tenía un amplio conocimiento en encantamientos y era muy bueno con sus habilidades mágicas en general. Esperaba que, en caso de necesidad, fuera suficiente.

    Tenía que hacer lo posible, de entrada, por no derrumbarse ante la escena. De hecho y con todo el dolor de su corazón, se mantuvo bastante al margen con respecto a Dylan, porque alguien tenía que mantener allí la entereza y estar alerta por lo que pudiera ocurrir. Seguía soportando la mirada del matrimonio, a pesar de que cada palabra que escuchaba del niño se le clavaba directamente en el alma y hacía que le brotara de su interior unas ganas de llorar que no sabía cómo estaba frenando. Fue a responder al exabrupto de la mujer cuando notó al chico abrazándose a él. Demasiada fachada que mantener. - Dylan, eh, colega. - Le susurró, devolviéndole el abrazo con fuerza y acariciando sus rizos. - Ya estamos aquí. Vamos a arreglar esto ¿sí? Pero sigue nuestras instrucciones. Por favor... - Marcus, no me dejéis aquí, llevadme con vosotros. - Vas a venir con nosotros, pero tenemos que hacerlo bien, ¿de acuerdo? ¿Confías en mí? - Y el chico asintió, entre sollozos. Se le iba a romper el corazón, pero ya lloraría en la casa. No era el momento de flaquear.

    Dylan se giró hacia su hermana y comenzó la batería de preguntas, momento que Marcus utilizó para respirar hondo y cerrar los ojos solo un instante, lo justo para mentalizarse. Cuando los abrió, Dylan se dirigió a él. Sonrió levemente y le revolvió los rizos. - Estoy orgulloso de ti. - ¿Qué le iba a decir? No querría haberse visto él con su edad en semejante situación, demasiado estaba aguantando. Por un momento se arrepintió de haber ido, porque después de verles, si tenían que dejarle de nuevo allí, quizás se quedara mucho peor. Pero ya estaba la decisión tomada y solo podían seguir adelante con ella.

    "Vosotros sois mis padres". El nudo de su garganta se apretó con tanta fuerza que temió romper a llorar, pero no lo hizo. Tragó saliva y les abrazó a ambos, y esta vez, dirigió la mirada a Lucy McGrath. Una mirada, de nuevo, cargada de odio y superioridad. Así es cómo se demuestra a la gente que la quieres, no llorando por las esquinas. Porque Dylan no iba a dudar de sus sentimientos hacia él porque le viera llorar o no, ahí estaba demostrando lo importante que era. Pero la voz de la señora Van Der Luyden interrumpió su discurrir y se clavó como una flecha en su cerebro. Apretó los dientes y se puso de pie, tapando a los hermanos y mirándola directamente. - Disculpe, no quisiéramos dar más espectáculos bochornosos en su jardín. Ya nos vamos... con Dylan. Y así no tiene que aguantarnos más. - La mujer soltó una sarcástica carcajada. - Si os lo lleváis, os lo volveremos a quitar. No os durará ni diez minutos. - La mujer trató de mirar a Dylan por encima de su hombro y dijo con voz hiriente. - ¿Estos son a los que llamas "tus padres"? ¿Los que pretenden llevarte donde no te pueden cuidar y no les importa que andes dando tumbos de una casa a la otra? Porque esto, Marcus O'Donnell, puede ser una eterna guerra de que este niño se vaya con vosotros y nosotros os lo quitemos a los dos minutos hasta que os canséis. - Me congratula que se sepa mi nombre, no recuerdo habérselo dicho pero sí recuerdo haberla oído decir que no soy nadie. - Afirmó.

    Y ante esa afirmación, hubo una pausa, en la que la mujer afiló la mirada y esbozó una media sonrisa. Tras esto, dio un paso hacia él, y Marcus tensó los músculos, tapando aún más a Alice y a Dylan, pero sin perder la pose erguida. - No sé si eres consciente de los riesgos que estás corriendo. - Le dijo con una voz que sí empezaba a infundir miedo, pero Marcus se cuidó mucho de demostrar ni el más leve titubeo. - Hay mil maneras por las cuales podrías no salir vivo de esta casa si sigues provocándome de esta forma. No me costaría ningún trabajo borrarte del mapa, y más le valdría a los tuyos no investigar sobre el asunto o querer cargarme con las culpas sin sufrir consecuencias de por medio. - ¿Es así como se ha pasado la vida amenazando a la gente? - Negó. - Conmigo no funcionan. No he visto efectivas aún ninguna de sus amenazas. - No deberías hablar de lo que desconoces, O'Donnell. Y no deberías mentir. - Alzó un índice y señaló tras él. - ¿O acaso no hemos conseguido traernos a Dylan, tal y como advertimos? - Por malas artes. - Por las artes que sean, pero lo hemos conseguido. Igual que si con malas artes acabamos con tu vida, ninguna buena arte te la devolvería, ¿a que no? - Tragó saliva disimuladamente, pero, por desgracia para él, acababa de dejarle sin argumentos. Por lo pronto, seguía teniendo la mano bastante cerca de la varita, aunque esta le temblaba cada vez más.

    - ¿Y quién crees que lloraría por ti? - Preguntó con una risa de fondo ciertamente malvada, y ahora apuntó a Alice. - ¿Esa? - Rio. - Esa es una Van Der Luyden también, querido. Y una golfa, sé cómo son las de su calaña. Si no estás en la lista, pregúntate por qué. Lo más probable es que te esté utilizando como vehículo para acceder a su hermano, y a saber para qué cosas más, es lo que hacen las putas. Deberías saberlo, las familias medianamente influyente siempre tienen mujeres buitre como esa sobrevolando sus cabezas... pajaritos. - Apretó los dientes. ¿De verdad había indagado tanto que iban a usar hasta sus propios apelativos contra ellos? Marcus, no te vengas abajo ahora. - Si no sales de aquí, podríamos alegar que hubiera acabado contigo ella misma, y no habría forma de demostrar lo contrario. - Cualquiera que haya pasado con nosotros más de dos minutos sabría que eso es mentira. - ¿Y no has pasado tú suficientes minutos en nuestro territorio como para saber que, si nos proponemos que tú acabes muerto y ella en Azkaban, nadie lo podría impedir? - La mujer ladeó la cabeza con una sonrisa condescendientemente malvada y dijo. - ¿Ves? No sois más que dos críos. - Hizo un gesto despectivo con la cabeza. - Y ahora, soltad ya al niño y marchaos por donde habéis venido. - Denos un buen motivo para no aparecernos con él ahora mismo. - Creo haberte dado varios, necio. - Le espetó. - Tú sabrás si quieres correr el riesgo. - El corazón se le iba a salir del pecho. Mantuvo la mirada unos segundos, y de reojo miró a Lucy McGrath. La mujer, aterrorizada, negó rápidamente con la cabeza. Tragó saliva y, sin perder de la vista a los Van Der Luyden, se agachó junto a Dylan y Alice y miró al niño. - Dylan, escúchame... - No, Marcus. Es mentira, quieren que os vayáis. No me dejéis aquí... - Dylan, por favor. - Le agarró de las mejillas y hizo un esfuerzo tremendo por no llorar. - Todos, absolutamente todos, estamos volcados en esto. Vendremos con la ley en la mano y nada ni nadie nos impedirá que te vengas con nosotros, y lo celebraremos, y todo esto habrá acabado. Confía en mí... y sigue siendo igual de valiente. Prométemelo. - El niño miró a su hermana con ojos llorosos y un puchero, y luego le miró a él y asintió. Marcus sonrió débilmente, dejó un beso en su frente y miró a Alice. Vámonos, le dijo con la mirada. Antes de que lo estropearan aún más.




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    Mar Feb 28, 2023 8:03 pm


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    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Si su hermano volvía a decir que se lo llevaran, iba a empezar a descartar todos los motivos por los que le habían dicho que no era buena idea. Al menos Marcus estaba manteniendo la compostura, porque ella estaba destruída. Las palabras de la señora Van Der Luyden se le clavaron. Se lo volverían a quitar… Como si fuera una pesadilla, como si no fuera a acabarse nunca, ¿cómo se paraba aquello? ¿Tenían ellos realmente ese poder? Y por si fuera poco… ¿Acababa su abuela de amenazar a Marcus? ¿Usándola a ella? Nunca se había sentido tan expuesta, tan en peligro, ni siquiera con los Horner. Los Horner trataban de sentirse superiores a ti, reducirte… Su abuela, su propia abuela, estaba hablando abiertamente de matarles, eliminarles para siempre. Al amor de su vida. Por su culpa, por ayudarla a ella.

    Pero cuando la llamó Van Der Luyden, se puso de pie y la miró, llena de rabia. — Yo no soy una Van Der Luyden. Y mi madre y mi hermano tampoco. Nosotros seremos muchas cosas, pero nunca seremos como ustedes. Usted no entendería jamás el amor, porque está podrida por dentro, porque una persona que pega a su hija y la echa de casa por dinero y nada más, no sabe nada del amor y morirá siendo infeliz por muchas riquezas que rodeen su cadáver. — Y entonces notó un ligero cambio de expresión en la cara de su abuela. Es muy ligero, casi imperceptible, pero ahí estaba. Eso sí, cuando dijo “soltad al niño” solo pudo abrazarlo más fuerte, pero en seguida percibió lo que Marcus quería decirle. — Dylan, te juro que volveremos. Te juro que nos iremos todos juntos a Inglaterra, te lo juro. Confía en nosotros. — ¡Bueno basta ya! — Y su abuela tiró de él por el otro lado. — ¡No le agarre así! ¡Suéltelo! — ¡Hermana! ¡Ella tiene más miedo que todos nosotros! ¡Puedo sentirlo! Averigua a qué… — ¿DE QUÉ ESTÁS HABLANDO TÚ AHORA? — Dijo zarandeándolo. — ¡No le haga daño! — Alice corrió hacia ella pero su tía la agarró a tiempo. — Nos vamos. — ¡Eso! ¡Marchaos! Si no quieres que esto acabe peor… ¿Es que no sabes parar nunca, mamá? — Ese grito no se lo esperaba, y menos de Lucy McGrath. — Por Dios, son niños. Ya basta de separar familias… Y personas que se quieren. No ganas nada con el sufrimiento de los demás. — La mayor rio con esa carcajada que te helaba la sangre. — ¿Quieres saber dónde está esa sabandija desviada que es tu hijo? Pregunta a estos dos angelitos. Ya le encontraré, ya… Y arreglaré cuentas con él. Desaparece de mi vista, estúpida, una vez más, han jugado contigo, niña tonta. Nunca aprenderás. Vámonos. Vámonos. — Insistía Lucy tirando de ella, pero Alice, aunque caminaba hacia atrás, no podía dejar de mirar a Dylan.

    No sabía ni cómo, pero había llegado a la casa de los McGrath y Aaron estaba dirigiéndose a ella. — Alice, Alice… ¿qué ha pasado? — Estaba mirándola cara a cara e intentando hacerla reaccionar. — Nos han amenazado, Aaron… A todos… A ti, a mí… — Miró a su novio, con los ojos anegados en lágrimas. — A Marcus… — Se le rompía el corazón solo de decirlo. Y todo por defenderla a ella, por seguirla allí… — Tenéis que iros. Ahora. No me fío de que vengan de un momento a otro. — Pero, mamá… — Aaron, que os marchéis. Ni un minuto más, venid por aquí conmigo. — Y Lucy les guio al sótano. — Hay un armario desde donde tenemos habilitada la aparición, vamos, os vais por allí. Hijo, ¿puedes aparecerlos? Sí, sí… Pero… — Nada. Marchaos. — Alice se giró en el último momento y la miró. — Prométeme que hablarás con tu marido. Prométemelo. Temo que nos estemos quedando sin tiempo. — Lucy dejó caer los párpados y apretó la mandíbula. — Te lo prometo, Alice. Ahora marchaos.

    Cuando sintió la brisa del jardín de los Lacey, se cayó de rodillas al suelo, llorando. En seguida notó cómo varias voces y personas la rodeaban, preocupados, pero le costaba hasta ver. — No puedo respirar… — Consiguió articular. — Dejadle espacio. Tú también, Marcus, alejaos. — Sintió cómo una mujer se ponía frente a ella, pero dejando espacio. Le tomó de las manos y la llamó con un tono firme y calmado. — Alice. Alice, escúchame. Mírame. Tu sabes lo que es un ataque de ansiedad, ¿verdad? Y sabes qué es lo más importante, ¿a que sí? — Era Shannon, ese tono era inconfundible. Asintió con la cabeza, aunque seguía sin poder respirar, sintiendo como si tuviera globos hinchándose en todas sus vías respiratorias. — Ponte las manos delante de la boca, así controlas el aire que respiras. Si no me entra aire. — Trató de decir. — Estás hiperventilando, es uno de los síntomas, ¿a que eso lo sabes? — Sí, sí lo sabía. Subió las manos temblorosas hasta la boca y notó la fuerza de su aliento. Sí que estaba hiperventilando. — Ya está, eso es. Ahora vamos a estar un ratito así. Tranquila, ya estás en casa, Alice, estás a salvo. No va a pasarte nada, estamos contigo.





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    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Dylan era un niño, y estaba sufriendo muchísimo allí. Él, honestamente, no tenía ninguna garantía de que realmente no le estuvieran torturando de alguna forma, en vista de que ellos apenas llevaban unos minutos y ya sentía que había sido una tortura solo por las amenazas recibidas y cómo les habían hablado. Por esto no era tan fácil que entrara en razón con quedarse y se devolvió, y esa mujer no tuvo otra cosa que hacer que tirar de él. Ya sí que no pudo evitar llevarse la mano a la varita, pero tan pronto la agarró, se sintió apuntado por otra. - No vayas a ser tan estúpido si realmente quieres cumplir lo que estás prometiendo. - Dijo la grave voz de Peter Van Der Luyden mientras le apuntaba directamente con la varita, y tras él seguía el forcejeo entre Alice y la señora Van Der Luyden. Se quedó congelado pero tenso, con la respiración acelerada y mirando con odio al otro hombre, que le devolvía la mirada, hasta que Lucy McGrath tiró de ellos y les obligó a marcharse. Cuando se quiso dar cuenta, se habían aparecido en casa de los McGrath otra vez.

    Llegó aturdido y lleno de ira. - Escóndete. - Fue lo único que atinó a decirle a Aaron. Una vez fuera de esa casa, se notaba temblar y al borde de entrar en pánico. El chico le devolvió una mirada asustada y sorprendida, pero Lucy empezó a presionarles para que se fueran. No iba a poner objeciones a eso, desde luego, si bien no le estaba haciendo ninguna gracia verse metido en casa de nuevo. Le habían saltado todas las defensas. De ahí que, nada más escuchar la palabra sótano, se revolviera. - No. - Afirmó, en absoluta tensión. - No. Vámonos. Vámonos de aquí. - Afirmó tajante, agarrando a Alice y dispuesto a salir corriendo, pero Aaron se interpuso. - Marcus, es seguro, te lo juro, mucho más seguro que irnos por nuestra cuenta. Haznos caso. - Y estuvo a punto de forcejear y huir igualmente, pero se dejó arrastrar, con la cabeza absolutamente embotada. No supo cómo pero, final y afortunadamente, apareció en el jardín de sus tíos de nuevo.

    Y al hacerlo, sintió como si le hubieran golpeado en la cara con todo lo ocurrido en las últimas horas. Cerró los ojos, un tanto mareado y con la mano en el pecho, pero notó a Alice caer junto a él y todos sus instintos se activaron de nuevo. - Alice, Alice, mi amor. - Empezó a llamarla, desesperado, intentando calmarla, y en vez de ayudar solo estaba empeorando su estado, al parecer. Shannon apareció por allí y les pidió que se apartasen, y al hacerlo se notó que estaba en un estado parecido al de ella, solo que era como si una enorme fuerza interna le estuviera conteniendo en contra de su voluntad... lo cual solo le hacía más daño. - Marcus... - Llévame a la cúpula anti ruido. - Pidió a Jason, como si él no supiera llegar, pero no sabía ni dónde estaba, ni si las piernas le responderían. El hombre puso una mano en su espalda y le condujo, pero Marcus iba a tanta velocidad que casi le llevaba a zancadas detrás. - Dame algo. - ¿Algo...? - Algo. - Le temblaba la voz, las manos y la mandíbula al hablar. Llegaron al otro lado del jardín y, metidos tras la cúpula, Jason se adelantó trotando y sacó de detrás del cobertizo una especie de mesa de madera desvencijada con una pata rota. Y ahí se acabó su capacidad de contención.

    Por unos minutos perdió la noción de sí mismo y del tiempo, y afortunadamente Jason había captado lo que iba a ocurrir y había tomado distancia prudencial. No sabía ni cómo, porque ni el propio Marcus, conociéndose, habría predicho semejante reacción. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en una posición muy parecida a la que había dejado a Alice, de rodillas en el suelo, llorando, con la varita aferrada en la mano con tanta fuerza que tenía los dedos blancos y la garganta irritada de gritar. De la mesa apenas quedaban astillas en llamas. Claramente, había desahogado toda su ira contra ella, fundiéndola a hechizos y lanzando todos los insultos que no había podido proferir durante horas. Estaba temblando y no podía controlar las ganas de llorar, y podría seguir gritando durante horas si no fuera porque sentía que se le iba a romper la garganta. En cuanto notó los brazos de Jason rodeándole, cayó sobre su pecho y la ira fue desapareciendo poco a poco, dando paso a una tristeza que no sentía que pudiera curar jamás.

    Se pasó allí varios minutos, hasta que pudo separarse, limpiarse la cara mojada con las lágrimas y abrir los ojos. Y, al hacerlo, vio a Aaron a lo lejos, mirando la escena. Tan pronto le detectó, el chico se removió y se marchó de allí, como si temiera represalias por ser visto. El que no le había visto era Jason, pues estaba de espaldas y demasiado centrado en el estado de su primo. - ¿Qué os han hecho? - Preguntó con tristeza. Marcus, aún tratando de controlar el llanto, hizo un breve resumen de lo acontecido en esas horas, pero sin dejarse ni un detalle. Jason le miraba horrorizado. - Le hemos dejado allí... le van a hacer daño... le van a hacer daño... - Marcus, tranquilo. Le vais a recuperar. En unos días le tendréis con vosotros. - Podrían matarnos... - No os van a hacer nada. Esa gente hace amenazas vacías, Marcus. Estáis mucho más cerca. Ahora estás muy asustado, pero habéis hecho un gran avance, seguro. - Chistó. - Le diré a Georgie que venga... - No. - Pidió, con la voz aún aguada por las lágrimas. Volvió a limpiarse la cara. - No, no... No sé... si hablamos... - ¿Y si seguían tirando de hilos y acababan colmando la paciencia de esa gente? Estaban bajo clara amenaza, ellos y Dylan. Todo lo claro que lo había defendido en casa de estos, no lo veía ahora para nada.

    - Mira, vamos a hacer una cosa. - Dijo el hombre, poniendo una mano en su hombro y con la otra sacando un pañuelo para limpiarle las lágrimas, como si fuera un niño manchado de helado. - Vamos a entrar a casa. Mi hermana os va a preparar una pocioncita de las suyas para que podáis dormir, os vais a dar una buena comilona, y a descansar. - No... - Sí, Marcus. - Respondió el hombre con paciencia y cariño a su ataque de "no quiero dormir". De repente se había convertido en un crío. - Ha sido un día muy duro. - Quiero hablar con mis padres. - Pidió. El hombre sopesó. - Si te ven así, les vas a dejar muy preocupados. - Soltó aire por la boca, pensándoselo. - Por lo pronto, entremos en casa. Nos calmamos, comemos un poco, nos tomamos una poción relajante. Si os encontráis un poco más tranquilos dentro de unas horas, llamas a tus padres, y si no, mejor dejarlo para mañana y poder explicarlo bien, y hoy descansáis. - Tragó saliva y asintió, controlando su estado. No quería que Alice le viera así, aunque con lo pálido que era y el sofocón que se había llevado, probablemente se le notara bastante en la cara. Se dejó abrazar por Jason una vez más, se serenó lo suficiente y se levantó.

    Cuando dio la vuelta al jardín, Alice ya no estaba allí, sino dentro de la casa. Solo su tío Frankie estaba fuera, como si fuera el centinela puesto para avisar de que los viajeros habían vuelto. Se acercó a él. - ¿Mejor? - Casi se rompe otra vez, pero intentó esbozar una sonrisa leve y se encogió de un hombro. - Ven. Mi mujer os está preparando una comida, que vendréis muertos de hambre. - Lo cierto era que tenía el estómago cerrado. Solo quería ver a Alice. Pasó al salón y la encontró sentada en el sofá, con Shannon a un lado y Aaron al otro. La mujer se levantó, le sonrió con calidez y se acercó a él, dejando una caricia en su mejilla y susurrándole. - Voy a haceros una poción ¿vale? - Marcus asintió y ella se fue, dejando espacio en el sofá para que se sentara junto a su novia. Tomó sus manos y las besó, y luego la miró a los ojos. - ¿Estás mejor? - Preguntó, pero se escuchó a sí mismo tremendamente ridículo preguntando eso, después de lo que habían vivido y en el estado en el que él mismo estaba. Así que simplemente la abrazó. Ojalá pudiera quedarse allí, así, en sus brazos. Cerrar los ojos y que nada ni nadie alrededor existiera. No le apetecía comer, ni dormir, ni nada que no fuera eso.




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002

    Cuando los Lacey les instaron a separarse de su abrazo para sentarse a cenar, Alice emitió un quejidito. La poción había hecho su efecto en los tres, después de contarles lo que había pasado a los Lacey, y se habían quedado Marcus y ella abrazados, pero con los ojos abiertos, como cachorrillos alerta, y Aaron a su lado de brazos cruzados, abrazándose a sí mismo, quietos y callados. Claro, que los Lacey no concebían mucho el silencio, y menos el no comer, así que al rato les instaron a levantarse y cenar. Habían pasado de la comida, pero no les iban a dejar pasar de la cena. Alice solo aceptó porque sabía que si ella no se movía, Marcus no la soltaría tampoco, y a él sí que le afectaba no comer.

    Se sentaron todos entorno a la mesa y ella se notó embotada. Malditas pociones, y encima no dejaba de tomarlas, no paraba de necesitarlas tampoco. Y era incómodo, porque ahora sentía la rabia y el miedo, pero sentía que no tenía los mecanismos de defensa naturales que se activaban con ellos, porque la poción los anulaba. Lo que no anulaba era su cerebro, desde luego. Bebió un poco de agua y se frotó los ojos. — Qué calor tan sofocante hace hoy. — Dijo, recogiéndose el pelo. — Señal de tornados. Cuando en agosto hace estos días tan pesados, es que se viene época de huracanes. — Contestó Jason, haciéndose un silencio justo después. Al levantar la mirada, se dio cuenta de que todos le estaban mirando mal. — Pero vamos, que no pasa nada, eh, que los magos nos protegemos bien. — Ella negó con la cabeza. — No, yo agradezco toda la información posible sobre peligros. Ojalá me hubieran dicho de lo que era capaz esa mujer… — Resopló y bebió agua, tratando de centrarse. Aaron estaba más callado que una tumba.

    Alice, voy a decírtelo yo, porque todos estamos de acuerdo en ello. — Empezó Shannon. — Sabemos que estáis asustados, y que ver así a tu hermano ha tenido que ser, por fuerza, doloroso e inhabilitante… Pero esas amenazas lo que son es una pobre defensa ante algo que no se esperaban. — Los otros tres asintieron mirándola. — Dime que nunca te has encontrado con un Slytherin que hace como que ataca cuando se siente atacado, pero no tiene ni idea de qué usar, ni de si tiene esas armas que dice tener… — Los Van Der Luyden no se esperaban para nada que aparecierais allí. Les habéis pillado con la guardia baja, Alice, si han proferido todo eso que decís que han dicho… Es porque están desesperados. — Aportó Frankie con su serenidad habitual. — ¿Y si es ahora cuando le hacen algo a mi hermano? — No le van a hacer nada porque le necesitan. — Dijo, en voz baja y quebrada Aaron. Todos se giraron hacia él. — ¿Qué? ¿Cómo que le necesitan? — Preguntó ella, maldiciendo el aturdimiento de la poción que no la dejaba pensar. — No sé por qué, pero me ha quedado claro que le necesitan. Y, por lo que sea, a ti también, Alice. — Ella frunció el ceño más aún. — Nadie se enfrenta así a los Van Der Luyden y le dejan irse sin más. No os van a hacer nada, porque os necesitan para algo. No se para qué, pero… Créeme, puedo dar testimonio de ello. — Todos los demás estaban callados como muertos, ni siquiera estaban comiendo. — Y ellos… Extorsionan, espían, sobornan… Pero no matan. Nunca lo han hecho. Para desgracia de algunos que, como tu madre, vivieron una vida pensando que iban a hacerles daño a quienes más querían… Y luego, mira. Solo eran cartas, ¿qué daño podía hacer una carta? Ninguno, el mismo que las palabras que os han dirigido hoy. — Lo cierto y verdad, cariño… Es que todo el mundo sabe que se dedica esa familia, pero nunca, jamás, ha habido rumores de muertos. No van a empezar por vosotros, sería un escándalo. Y a eso sí que le tienen miedo, a los escándalos. — Dijo Maeve con dulzura. — Eso y perder su dinero y su posición son sus grandes miedos. — Y Alice, instintivamente miró a Marcus y bajó una mano para agarrar la de él. Todo el mundo conocía su gran miedo: su miedo era la muerte y los estragos que causaba. Que la gente sufriera por su culpa, su hermano, Marcus… Todos sufriendo porque no era capaz de poner en orden el puzzle… Pero al menos los Lacey parecían estar seguros de que aquellas amenazas no las cumplirían… Quizá visto al día siguiente, con la distancia, a ella se lo pareciera también. — Maeve… ¿Me das permiso para arreglar tu jardín? — Todos la miraron un poco confusos. — Es que es como mejor despejo la mente, con las plantas, y como más en conexión me siento con mi madre… Y ahora lo necesito. — Pero solo si te comes al menos un filete y los guisantes. — Dijo la mujer. — En cuanto comas, no tendré problema en que pongas mi jardín bonito. — Yo te lo voy a agradecer, porque con este calor nos cuesta mantenerlo a raya… — Aportó Frankie volviendo a comer y eso la hizo sonreír con agradecimiento. Sabía que se lo estaba diciendo para animarla, que llevaban encargándose de ese jardín más de treinta años, pero que ella se sentiría mejor aún al sentirse útil, ya la tenían calada. — Sois buenas personas. Las mejores. Todos los Lacey. — Dijo de corazón. — Hoy lo aprecio más que nunca.





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    Miér Mar 01, 2023 1:10 pm


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    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Ahora sentía su mente embotada y no sabía qué era peor, porque odiaba estar así. Pero había sido tanta la tensión, el desahogo cuando llegó a la casa y tan contrapuesto el efecto de la poción, que sentía que no tenía fuerzas para nada. Parpadeaba a lo justo y porque se le secaban los ojos, los cuales, a pesar de sentir un cansancio que le inundaba, no era capaz de cerrar, como si temiera que pasara algo si lo hacía. Se sentía extraño. Lo único que quería era que esa desagradable sensación desapareciera, y que en uno de los parpadeos, al abrir los ojos, aparecieran repentinamente en La Provenza, con todos allí siendo felices y sin que nada de esto hubiera pasado. Y como eso no iba a ocurrir, no había nada que le hiciera sentir mejor.

    Se hubiera enganchado a Alice y no hubiera permitido que la separaran a riesgo de morder a alguien, pero lo dicho, no tenía ni fuerzas, por lo que se dejó conducir a la mesa como una marioneta. Probablemente el olor de la comida le activara el hambre, pero hasta el momento ni se había planteado comer nada. Estaba en absoluto silencio, y su única reacción fue mirar a Jason cuando dijo lo de los tornados, aunque casi miraba sin ver. Estaba comiendo como un autómata, y cuando terminara... no sabía qué iba a hacer. Había perdido la capacidad hasta de planificar su próximo movimiento, por leve que fuera.

    Pero Shannon, y los Lacey en general, parecieron detectar que necesitaban oír ciertas cosas, y Marcus escuchó, con más atención de la que creía que iba a ser capaz de mostrar, mientras masticaba lentamente. Automáticamente se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no llegó a llorar. Todo el temple que había mostrado en el momento de la acción, lo había perdido al irse. Estaba aterrorizado, no iba a negarlo. Por Dylan, por Alice y por él. Había intentado que las amenazas le resbalaran por la piel pero no había sido así, alguna de ellas le habían calado bien hondo y le estaban hiriendo por dentro. Ahora necesitaba que las palabras de los Lacey entraran también y limpiaran el lugar, porque lo sentía en ruinas.

    Aaron parecía tener muy claro que no iban a hacerle nada a Dylan porque le necesitaban, y por primera vez desde que le conociera, Marcus decidió que iba a poner su testimonio por delante de ningún otro. Acababa de ver con sus propios ojos de qué entorno venía el chico y lo que se había quedado era corto en sus quejas, no sabía cómo había sobrevivido. Y era legeremante. Él mejor que nadie sabría por qué le necesitaban. Y otra cosa estaba dejando clara: que no mataban. Que tendrían muchas cosas, pero los Van Der Luyden no tenían muertos a sus espaldas. Pensándolo fríamente, sí, no tenía sentido que les hicieran daño, era un riesgo innecesario para ellos. Pero... estaban desesperados, y eran hostiles e influyentes. Marcus no lo apostaría todo a que no fueran a estrenarse con alguno de ellos. Y eso hacía que le recorriera el helor del pánico por las entrañas.

    Alice apretando su mano le devolvió a la realidad, porque sentía que estaba en otro plano desde que se tomó la poción. Le devolvió el gesto y sonrió débilmente, y tras terminar con la comida, Alice fue a arreglar el jardín. Marcus aún no había abierto la boca más que para comer. Se levantó para ayudar a recoger la mesa, pero Maeve le puso una mano en el hombro. - ¿Por qué no vas a darte una ducha fresquita? Estás sudando, pobre mío. - Y le tocó los rizos de la frente, un poco pegajosos. Ni se había dado cuenta. - Nosotros recogemos esto. Súbete y descansa. - Sí, nosotros también nos vamos ya. - Dijo Shannon. Se despidió de ellos, les dio las gracias y subió a ducharse.

    No supo cuánto tiempo pasó bajo el agua, con la mirada perdida. Seguía muy aturdido y con una opresión en el pecho que no se le iba. Cuando salió del baño, se encontró a Aaron en el pasillo, apoyado en la pared, y se le veía un tanto incómodo. Estaba entre las habitaciones de ambos y parecía estar esperándole. - Ey... - Musitó, nervioso, como si no supiera cómo romper el hielo. - ¿Cóm...? Bueno, es... Ha sido un día largo. Vamos a descansar. - Marcus asintió, pero se quedaron mirándose. Se acercó a su puerta y le dijo. - Pasa. - Invitándole a entrar en su habitación. Los dos entraron en silencio y se sentaron uno al lado del otro, en la cama.

    El silencio perduró unos instantes. Aaron fue quien lo rompió. - Siento muchísimo lo que os está pasando, Marcus. Lo siento, de verdad... Les odio con todo mi corazón. - Marcus tragó saliva, cerró los ojos y no pudo evitar que se le derramaran lágrimas silenciosas. La poción le había relajado, pero no hacía milagros. En todo ese tiempo se había contenido mucho de demostrar emociones delante de Aaron... pero ahora se estaba dando cuenta de que lo había hecho por los motivos equivocados. El chico parecía visiblemente incómodo a su lado, así que tomó un poco de aire y decidió hablar. - Lo siento. - Dijo entristecido, con la mirada baja y aún llorando en silencio. Aaron le miró tratando de disimular la perplejidad. - Vete de ahí, Aaron. No vuelvas con ellos. Vente a Inglaterra. - Alzó la mirada hacia él. - O vete donde quieras, pero no te quedes allí. - Tragó saliva. - Siento haberte juzgado mal, no imaginaba... Tenía muy mal concepto de ellos, pero no imaginaba... hasta qué punto llegaba todo esto. Y creía que eras uno de ellos, sin más, quizás una versión más rebajada de ellos pero uno de ellos al fin y al cabo. - Volvió a tomar aire, pero el llanto se lo entrecortaba. - No me quiero imaginar lo que ha sido para ti nacer aquí. - Ahora fue a Aaron a quien se le llenaron los ojos de lágrimas, pero tras unos segundos sosteniéndole la mirada, la agachó y negó. - Bueno... Ahora, no es momento de hablar de mí. Tenéis que recuperar a Dylan y... - No vuelvas aquí, Aaron. - Están mis padres, Marcus. - Le dijo, y ya le estaban cayendo las primeras lágrimas. - Sé lo que piensas de ella. - Marcus frunció los labios y apartó la mirada. - Lo siento... - No te disculpes, estás en todo tu derecho de pensarlo. Yo también lo pienso. No tiene excusa, Marcus, tiene razón. Mi madre se ha dejado manejar toda la vida, y mi padre también, y lo va a seguir haciendo. Dicen que me quieren, pero si les digo que me voy a la otra punta del mundo sé cuál va a ser su elección. Y no, no voy a ser yo. - El chico se limpió los ojos. Marcus había vuelto a mirarle. - Será una mala decisión por su parte, entonces. - Lo sé, pero no es tan fácil renunciar a unos padres, Marcus. Mis padres no han sido los de Janet, no son unos maltratadores. Pero sí... unos que han visto el maltrato y no han hecho nada. No me han maltratado directamente, solo han sido negligentes. - Agachó la cabeza y tragó saliva. - Tienes razón, acabaré yéndome... Ya quiero irme, de hecho. Si por mí fuera, me iría con vosotros en cuanto recuperéis a Dylan. - Hazlo. Vente con nosotros, Aaron. Te juro que ya no voy a juzgarte mal nunca más, te lo prometo. Te ayudaremos... - No es eso, Marcus, no es solo eso. No puedo dejar a mi madre... así... Si ahora nos ayudan... No lo sé, Marcus. También me da miedo lo que puedan hacerles a ellos. - Se quedaron en silencio.

    - Te he visto antes, en la cúpula de ruido. No podía oírte, ni hablar ni pensar, pero no hacía falta. - Le miró a los ojos. - ¿Sabes? Yo me he visto así más de una vez. Aunque... no siempre he liberado así la rabia. Los genes de mi madre de agacharme en una esquina como un animal indefenso son mucho más fuertes. Tú te has criado sabiendo que no te mereces que te traten así ni que pongan en peligro tu vida por un capricho. Yo no. Yo llevo toda esa rabia conmigo, y si algún día me dijeran "todo tuyo, puedes sacarla", como has hecho tú... No sé ni siquiera si sabría por dónde empezar. - Frunció los labios. - Y siento que te hayan provocado esas cosas a ti. Este no es tu mundo... Me siento fatal por la parte que me toca de que un tío como tú tenga que verse envuelto en esto. - Marcus se mojó los labios. - No es culpa tuya. - Asintió. - Adelante, léeme la mente. Verás que lo pienso de verdad. No lo he pensado hasta ahora, lo reconozco... Y lo siento, lo siento muchísimo. Eres el único Van Der Luyden que he conocido y echarte todas las culpas a ti era lo más fácil. No debí hacerlo. - Yo hubiera hecho lo mismo, y honestamente... también me caías fatal. Quise encontrar un refugio en vosotros y cuando te vi tan opuesto a dármelo, la tomé contigo, como si tu cautela no fuera más que lógica. A la vista está. - Dijo eso último con una risa amarga. - Estamos en paz, Marcus. - Se sentía tan mal que no estaba seguro de si estaban en paz con Aaron, ciertamente. Pero no tenía fuerzas para luchar más.

    Aunque, de repente, cayó en algo. Un rayo de iluminación cruzó su embotado cerebro y le miró. - Tú... por casualidad... Tú eres legeremante... - ¿Que si yo sé los motivos reales por los que tienen a Dylan? - Puso Aaron en pie su pregunta. Rio con los labios cerrados, de nuevo con amargura. - Mis abuelos son muy listos, Marcus. Son oclumantes, los dos, ¿o de verdad creías que gente con trapos tan sucios iban a arriesgarse a que su nieto el legeremante, al que maltratan y probablemente les odie, les divulgara todo lo que se traían entre manos? - Chistó. - Esta mierda de don, cuando más falta hace, no sirve para nada. Lo que sí te puedo asegurar es que le necesitan vivo, Marcus, y que conociéndoles... sí puede ser por maldad pura y dura, pero es muy probable que realmente le estén utilizando para algo y que ese algo tenga que ver con dinero. Es para lo único que viven. - Otra vez tenía el cerebro embotadísimo. Aaron se acercó a él y le puso una mano en el hombro. - Dejémoslo por hoy. Descansa, Marcus. Dale un abrazo a mi prima e id a dormir. Mañana... veremos que hacemos. - Puso una sonrisa triste. - Pero si yo he podido sobrevivir a estos monstruos, Dylan también puede. Os tiene a vosotros, y esa fuerza es imparable. Confía en mí. - Marcus le devolvió la mirada y, de corazón, respondió. - Confío en ti. -




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002

    La noche estaba siendo sofocante. La humedad era pesada e inaguantable, y las plantas estaban estropeadas. Agostadas, mamá diría agostadas, y nunca una palabra fue tan apropiada para definir aquellos pobres setos y tallos de plantas que amarilleaban y, una vez secos e indefensos, se doblaban y reblandecían, empapados de la humedad del lugar. Las comprendía. Estaba recibiendo tantos estímulos que así se sentía. Seca del calor y doblegada por las circunstancias. Muerta de miedo, y a la vez deseosa de hacer más. ¿Qué se les hacía a las plantas cuando estaban así? Se las saneaba, se les quitaban los tallos perdidos y se le hacía una herbovitalizante para ayudarlas a recuperarse. Pero ella no podía cortarse nada, y no había herbovitalizante posible. Podía intentar hacerles una burbuja climática, como al ajenjo de Emma… ¿A todas? Era imposible, demasiado trabajo, y se arriesgaba a ahogarlas de más… A nadie le gustaba estar en una jaula… Y últimamente no paraba de ver jaulas por todas partes.

    ¿Estás bien? — Escuchó cerca suyo. Se giró y vio a Shannon y Maeve acercarse a ella. — Sí, es solo que… Creo que no puedo hacer mucho más por vuestras plantas. Bueno, prepararé una herbovitalizante, y una antifúngica también, porque esta humedad… — Alice. — Le interrumpió Maeve. — Te agradezco lo que estás haciendo por mis plantas, pero la que nos preocupa eres tú. — Miró a las dos mujeres, sentada en el césped, sin palabras. — ¿Me echáis un Tergeo en las manos, porfa? — Dijo subiendo las manos hacia ellas y Shannon sonrió y se lo echó en un movimiento de la varita. — Buena enfermera, siempre lavándose las manos. — Ella trató de sonreír. — Gracias. Y gracias por atenderme cuando acababa de llegar… — Tragó saliva y se frotó la cara. — No sé qué… No sé qué deciros. Es decir, estoy mal, pero no solo triste. Estoy furiosa, confusa, con ganas de dejarlo todo, pero a la vez de resolverlo todo, pero no sé cómo, y tengo miedo… — Suspiró y se rodeó las rodillas con los brazos, mientras Shannon se sentaba a su lado y Maeve en una silla.

    Hoy… Lucy ha hablado de mi madre… — Solo dirán mentiras. — Aseveró la mayor. — No… No es eso. Es que… — Miró a Shannon. — Tú también conocías otra Janet. Aquella chica que me enseñaste en la foto no parecía mi madre, nunca la vi así de mustia y apagada, ni siquiera cuando se estaba muriendo. Y luego Lucy habló de ella como si fuera… Una persona sin alma ni conocimientos. Y luego su madre dijo… — Se le cayeron las lágrimas. — Bueno, me lo dijo a mí, me llamó golfa, y dijo que era como mi madre, que iba a utilizar a Marcus y que ellos podrían hacerle algo y decir que había sido yo y me meterían a Azkaban.¡Por Dios! ¡Qué ser tan despreciable! — Exclamó Maeve. Shannon le apretó el brazo, negando con la cabeza. — No es justo, Alice. Y sobre todo, es mentira. — Ya sé que es mentira… Pero el hecho de saber que… Todo esto pasó, que mi madre tuvo que vivir así, que mi hermano lo oye todos los días… Me duele profundamente, me hiere y me perturba. Yo tenía muy clara mi vida, quién era… Incluso cuando me enteré de que los Van Der Luyden nos amenazaron en su día… Es como que tenía muy clara mi vida. Y de repente, de golpe y porrazo, empiezan a hablar de estas cosas de mi madre… Y entonces todo lo que yo creía de ella… Cambia. — Pero Alice, tu madre sigue siendo la misma para ti, esto no cambia nada… — Le dijo con dulzura Shannon. — ¡Esto lo cambia todo! Mi madre no solo era naturalmente buena, es que superó todo esto, mantuvo su bondad ante todo y… — Se llevó las manos a la cara. — Ya sentía que yo no había sido suficientemente buena, y que había perdido a Dylan, pero es que ahora no me cabe duda. Ella luchando toda la vida contra esto… Y ahora no puedo hacer nada para llevarme a su hijo de allí. Eso no es así, cariño. — Aseveró Maeve. — Entiendo a lo que te refieres, de verdad que sí, pero, precisamente por haber vivido esto, tu madre entedería perfectamente por lo que estás pasando. — Shannon la apretó más. — No estás sola, Alice, te lo decimos siempre. Sé que esto avanza terriblemente lento para tu gusto pero… Has visto a tu hermano, y él ahora sabe que vas a por él. Sé que tú no eres Hufflepuff, no del todo al menos, pero él sí… Y no hay nada en lo que confíe más un Hufflepuff que en la esperanza. — Miró a los ojos a la mujer y ella le acarició la cara. — Ten fe en la esperanza de algo mejor, como haría tu madre, como seguro que hace tu hermano. Palabra de Pukwudgie.

    La conversación con las Lacey la había dejado un poco mejor, pero aquel calor húmedo y espeso no la dejaba en paz. Había probado con la ducha, tenía echados hechizos refrigerantes en la ventana… Pero no se movía ni una brizna de aire allí, y estaba completamente sofocada. No sabía que hora era, pero ya no se oía ni un alma, y ella querría dormir, pero… No podía, simplemente no podía, así que dejó de tratar de batallarse a sí misma y salió a la puerta de su novio. Llamó y esperó a que le abriera, pero en cuanto le vio, se lanzó a sus brazos, abrazándole y apoyando la cabeza en su pecho. — No puedo estar sola esta noche. Necesito abrazarte, saber que estás bien, que estás conmigo. — Levantó la cabeza y buscó su mirada. — Que esto no nos está destruyendo. — Tenía miedo de que le hicieran daño, sí, pero casi más miedo de que Marcus tirara la toalla, o se convirtiera en esa persona capaz de hacerlo todo por amor, esa persona que Alice nunca quiso que fuera.






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    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    No era capaz de pegar ojo, ni siquiera de cerrarlos. Tras su conversación con Aaron, casi le había pedido al chico que se quedara un rato con él, aunque fuera en silencio, pero cuando escuchó a Alice subir para ducharse, salió para darle las buenas noches. Volver a su habitación solo se le hizo como meterse por su propio pie en una prisión. Tardó un buen rato en apagar la luz. Estaba de costado en la cama y miraba el espejo, incluso lo agarró varias veces, tentado de conectar con su casa... pero iba a echarse a llorar en cuanto viera a alguno de sus familiares aparecer, les iba a dar un buen disgusto, era mejor seguir el consejo de Jason y esperar al día siguiente. Por no hablar de que iba a despertarles, que debía ser entrada la madrugada en Inglaterra. Además... con quien quería hablar, en concreto, era con Lex. No se encontraba con fuerzas de explicarle todo aquello a sus padres, solo quería desahogarse.

    Tenía el miedo metido en el cuerpo. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes le venían con tanta nitidez que tenía que abrirlos. Tenía el miedo irracional de que alguien se podría aparecer en su habitación de un momento a otro y hacerle daño, y eso le hacía temblar. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Cuándo había comenzado aquella pesadilla, por qué se había torcido todo tanto? ¿Y por qué no habían ido todos en tropel, como un ejército, a casa de los Van Der Luyden, en vez de ir ellos solos? No dejaban de ser dos chavales que acababan de salir de la escuela, al lado de esa señora... se sentía... nadie. Había estado muy seguro ante ella pero era más fachada que otra cosa... como siempre.

    Y entonces, llamaron a la puerta, y el corazón se le puso en la garganta, sobresaltándose. Su mente racional tardó apenas segundos en comprender que debía tratarse de Alice. Aun así... llevaba la varita en la mano. Efectivamente y por suerte, era su novia. No sabía si iba a estar tan hábil como para reaccionar a un intruso que estuviera plantado en su puerta.

    Recogió a Alice en sus brazos y la abrazó con fuerza, y ahí sí cerró los ojos. Estar con ella recargaba su energía... pero estaban los dos demasiados destruidos como para que aquello fuera milagroso. Ayudaba, pero no hacía milagros. Y justo Alice dijo esa misma palabra: destruyendo. Aquello les estaba destruyendo. No, se negaba a que un solo día en presencia de esa gentuza acabara con su historia de amor eterna. Estaba muy pero que muy lejos de ocurrir eso. - Eso no va a pasar, mi amor. - Susurró, aún abrazada a ella. Se despegó lo justo para dejarla pasar, cerrando la puerta tras ella. Dejó que se tumbara en la cama y él bordeó la misma, acostándose por el otro lado. Al ser una cama individual iban a estar un poco apretados, y hacía bastante calor, pero le daba igual: tenía tanto miedo en el cuerpo que casi sentía frio. Se abrazó a su espalda y apoyó la cabeza en su hombro. - Lo siento... - Parecía que no sabía decir otra cosa desde que había llegado de casa de los Van Der Luyden. - Todo... Siento que estés pasando por esto. Que estemos pasando por esto. Que esto sea... así, tan duro. - Acarició la mejilla con su espalda, notando cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. - Siento... que no hayamos podido traernos hoy a Dylan. - Tragó saliva. - Y perdona si... he sido demasiado duro. Quizás no necesitabas a alguien que echara más leña al fuego. Pero... no soporto... no puedo soportar que se hable así de tu madre, Alice. No puedo. - Se limpió una lágrima y volvió a abrazarse a ella. - Dime que estás bien. Por favor. - Pidió en un susurro, dejando un beso en su hombro y volviendo a apoyar en él la barbilla. Sabía que no lo estaba, sabía que, como había dicho ella y como él mismo sentía, los dos estaban destruidos.




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002

    Que Marcus la recibiera en sus brazos, era suficiente. Si ya le decía que no, que no iba renunciar a su amor, a dejar de quererla, Alice podía respirar aunque fuera un poco mejor. Se dejó tumbar en la cama, y notó cómo los ojos se le cerraban pesadamente de cansancio, de por fin sentirse a salvo, y se acurrucó para dejarle a su novio tumbarse tras ella, abrazándola, sintiendo cómo, poco a poco, la presión iba abandonando su pecho. Y dejando paso a la tristeza, claro.

    Rodeó sus brazos con los de ella, acariciando sus manos cuando le dijo que lo sentía. — ¿Tú lo sientes? — Murmuró. Suspiró y volvió a acariciarle. — No tienes culpa de nada, tu estás aquí, me has cuidado, me has defendido, estoy aquí en la casa de tu familia… Es la mía la que no para de dar problemas. Y pesadillas, ya que estamos. — Negó mínimamente con la cabeza, mirando a la nada. — En todo caso lo siento yo, porque estemos en esta situación, amor mío. — Suspiró y se pegó un poco más a su cuerpo. — Has sido exactamente lo que necesitaba. — Dijo cortando el discurso de su novio. — Alguien que me defiende a capa y espada. Alguien que ha mantenido la firmeza antes esas personas que me han roto totalmente por dentro. Me he venido abajo por completo, Marcus, me han destruido en una sola tarde… — Apretó los ojos y trató de contener el sollozo, pero el cuerpo se le sacudió, y estaba muy pegada a su novio como para que no lo notara.

    El beso en su hombro le puso la piel de gallina, porque el contacto de Marcus, su cariño, para ella era imposible de ignorar. Se dio la vuelta para mirarle y apoyó su frente con la de él, enrollando sus piernas entre las suyas y acariciando sus mejillas, aunque no podía evitar derramar lágrimas. — No estoy bien. No puedo estarlo. — Echó aire por la boca intentando relajarse. — Mi vida, la vida de mi madre, lo que yo creía que éramos… Ha cambiado. ¿Con qué derecho voy a llorar yo por la vida que me ha tocado, por la muerte de mi madre, por la locura de mi padre, cuando mi madre floreció, como un almendro en medio del invierno, entre esta gente? Y saber que ha aguantó esta amenaza durante tanto tiempo. — Paró, intentando controlar su llanto. — ¿Cuántas veces quise evitar que esto te salpicara, mi amor? Y míranos. — Reposó su frente sobre la de él y se dejó llorar durante unos segundos. Lo necesitaba.

    Pero luego abrió los ojos y volvió a enfocar aquella mirada que amaba, que había amado desde la primera vez que vio. — Pero estamos vivos. Estamos aquí. Y sigues amándome, Marcus, y eso son dones de la vida, y no lo pienso desperdiciar. — Aferró más sus mejillas y le acercó aún más a sí, casi rozando sus labios al hablar. — Te juro que esa gente no va a hacernos daño. Yo nunca en mi vida me he rendido sin luchar. Y nunca me he enfrentado a un enemigo así, pero no se amenaza a lo que yo más quiero en el mundo sin consecuencias. Puede que esta batalla la haya perdido, pero la guerra la voy a ganar. La vamos a ganar. Y voy a hacer que ese amor que me tienes, que esa defensa que haces de la memoria de mi madre, no sea en vano. — Y besó sus labios con fuerza, para sellar lo que acababa de decir. — Podremos dudar de todo en esta vida, Marcus, pero nunca, nunca, de nuestro amor. Es nuestra fuerza y lo será siempre, por tristes y asustados que estemos. — Y ya sí, dejó la frente apoyada sobre la suya, sin moverse ni un milímetros, entrelazada con él, sintiendo cómo se sentía, como siempre, en el mejor lugar del mundo, incluso en aquellas circunstancias.






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    Con Alice | En Nueva York | Del 4 de agosto de 2002
    Negó. Entendía lo que Alice quería decir, pero ella no tenía culpa de nada. Lo que él sentía no era haber hecho algo malo, sino que alguien como ella, tan buena, tan alegre, que podría hacer lo que quisiera porque era listísima, tuviera que estar sufriendo aquello. Le dolía el corazón, y se sentía un inútil por no poder hacer más. Según ella, había hecho justo lo que necesitaba... pero no por eso había podido evitar su dolor. Se abrazó a ella con más fuerza, llorando en silencio. No soportaba oírla así, diciendo lo rota que estaba. Quería romper él a cada una de esas personas por tan siquiera haber intentado provocarlo... y haberlo conseguido.

    Y esa afirmación, ya mirándole a los ojos: no estaba bien. Sentía el pecho oprimido de escucharla y verla así. Agarró sus mejillas con delicadeza. - Tienes todo el derecho del mundo a quejarte, mi amor. Y bien sabes que no soporto que sufras... Daría mi vida entera por hacerte feliz. - Que Alice siempre sea feliz. Qué lejano se veía ese sueño que pidió hacía justo tres años. - Y lo que somos no ha cambiado en nada, Alice. - Se le quebró la voz. - Yo te quiero. Te sigo amando con toda mi alma. - Nunca pensó que dolería tanto decirse ese, y todo por esa maldita situación, que en vez de tenerles felices disfrutando de la juventud y el verano les tenía allí sufriendo. Pero Alice necesitaba llorar, y él también, y ahí se quedaron unos minutos.

    Tras dichos momentos, Alice pareció volver con más fuerza, a pesar del llanto. La miró a los ojos. Él había mantenido una fachada de entereza delante de los Van Der Luyden, porque nadie tocaba a Alice y no se llevaba, cuanto menos, su desprecio. Pero ella era mucho más fuerte por dentro que él, solo había que escucharla. Tuvo que tragar saliva, aunque siguieron brotando más lágrimas, cuando dijo que le habían amenazado. - Todo lo que te han dicho, Alice. A ti y a tu madre... Tenía que haberles calcinado allí mismo. - Dijo con más tristeza que rabia, pero cada vez que se acordaba se le ponían los vellos de punta de la propia impotencia. - La vamos a ganar. - Corroboró él también tras sus palabras. Recibió su beso y se aferró aún más a ella, abriendo los ojos para mirar los suyos justo después, conteniendo un sollozo. - La vamos a ganar. - Repitió. - Te amo, Alice. Te amo con mi vida. Y nadie toca a los Gallia en mi presencia y sale indemne. Te lo juro. Volveremos a casa con Dylan. Tendremos la felicidad que nos merecemos. - La abrazó y cerró los ojos con fuerza. - Te lo prometo. Te lo prometo. Te lo prometo... -

    ***

    No podía pegar ojo. En algún momento, no sabía cuándo, había sentido a Alice dormirse. Se quedó mirándola y acariciándola, pero a más la miraba... peor se sentía. Le seguían brillando las mejillas por las lágrimas a pesar de que había intentado limpiárselas, y tenía un aura de tristeza, incluso dormida, que no era la de su Alice de siempre. Odiaba verla así, pero más aún odiaba a quienes se lo habían provocado. Y lo peor era que ni le salía la rabia: ya la había frustrado toda contra esa desvencijada mesa de jardín. Solo estaba triste. Profundamente triste.

    Estaba viendo todas las horas del reloj y era incapaz de quedarse dormido, ni siquiera de mantener los ojos cerrados. Estaba ya entrando en desesperación consigo mismo, en ese nervio absurdo de quien sabe que aún le quedan muchas horas por delante de noche y debería estar durmiendo y no parece ni cerca de conseguirlo. Ya eran las tres y media de la mañana, y con un cálculo rápido llegó a la conclusión de que en su casa debía estar ya preparándose para ir a trabajar... excepto Lex, que estaba de vacaciones. Pero su hermano no era de mucho dormir, era muy probable que estuviera ya despierto. Necesitaba hablar con él. No aguantaba más.

    Besó la frente de Alice y, con mucho cuidado, se separó de ella, cogió el espejo de la mesita de noche y se fue a la habitación de Shannon, donde ella debería estar durmiendo. Una vez allí, se puso ante el espejo. Lex no tardó en aparecer por el otro lado. - Ey... Uh, es muy de noche allí ¿no? - Preguntó su hermano nada más verle, y luego frunció el ceño, pensativo. - ¿No son como las tres de la mañana? - Marcus ni podía contestar. Lex le escudriñó. - ¿Qué pasa? - Fue escuchar la pregunta y se echó a llorar. Lex abrió mucho los ojos. - ¡Marcus! ¿Qué pasa? Joder... me estás asustando. ¿Llamo a mamá? Ya se ha ido, pero puedo... - No... Quiero hablar contigo. Necesito hablar contigo, Lex. - Su hermano le miraba asustado. Tomó aire, entrecortado, y empezó a narrar.

    Lex, que habitualmente solía responder con agresividad, estaba dejado de caer con derrota en el cabecero de su cama. Una vez soltado todo, volvió a llorar, aunque no es como que hubiera parado exactamente. - No puedo dormir... - No me extraña... - Alice se ha venido a mi cuarto, se ha quedado dormida... Pero no puedo ni cerrar los ojos, Lex. - Se limpió las lágrimas. - Nos han amenazado. Todos parecen muy seguros de que no van a hacernos nada, y sí, parecía una bravuconada. Joder, si mamá la hubiera visto... Qué cara le hubiera puesto. Pero el miedo se te queda en el cuerpo. Y Dylan... Cuando he visto cómo agarraban a Dylan... Te juro que les quería matar. Y han insultado a Alice, y a Janet. No... No sé cómo lo he aguantado. Les tenía que haber acribillado a hechizos. - Hubieras salido perdiendo, Marcus. Tienes que estar muy orgulloso de lo que has hecho, yo no sé si hubiera podido. - Han insultado a mi novia, Lex. Y a Janet, que está muerta, que es la mejor persona que hemos conocido jamás, que la maltrataron toda la vida. Y a William, y están utilizando a Dylan. Le hicieron daño, tú no has visto cómo lloraba. - No podía dejar de darle vueltas. Ni de llorar.

    Su hermano debía estar haciendo un gran trabajo de contención por no echarle más leña al fuego, o estaba alucinando tanto con la situación que ni atinaba a reaccionar. Respiró hondo y dijo. - Lex... Voy a... Quiero decirte algo, y... bueno, lo voy a decir... tal y como me va saliendo ¿vale? - Su hermano asintió, intrigado. Se aclaró un poco la garganta, que la tenía ya rotísima de gritar y llorar. - Lex... viendo... esto, todo esto... lo que Lucy McGrath hizo con su hermana, lo que intentamos hacer por Dylan... A veces... Ya sé lo que me vas a decir, sé que me vas a decir que ya no importa, que lo que importa es cómo estamos ahora, pero... a veces recuerdo... el día que me enteré de lo tuyo con Darren. - Marcus. - Paró Lex, con expresión triste. Conocía bien las autoflagelaciones de su hermano. - No es el momento ahora, de verdad. - Déjame decirlo, por favor. - Le miró a los ojos. - Lex... sigo arrepentido de aquello. Yo... yo quiero mucho a Darren ¿vale? Ya ha quedado demostrado, pero quiero decírtelo una vez más, que si reaccioné así... fue... no sé, por la sorpresa. No era por él ni mucho menos. Y por... miedo, por un poco de miedo. Bueno, por pena también, de sentirte tan lejos, de no saber qué hacer para que me contaras cosas. Pero... me dio... mucho miedo de lo que te pudiera pasar. De que por enamorarte de él, tu familia te rechazara, o tuvieras que aguantar ciertas cosas. Pero Lex, te lo juro, te lo juro con todo mi corazón, a pesar de lo que te dije, que todos los días me arrepiento: jamás te hubiera dejado solo. Jamás, Lex. - Su hermano le miraba entristecido. - Lo sé, Marcus... - Lucy traicionó a Janet. Y no lo entiendo, no lo entiendo, te lo juro. Se me rompe el corazón. Jamás lo hubiera permitido, te lo aseguro. Necesito que lo sepas, Lex. A mí me vas a tener siempre, pase lo que pase. Sea Darren o quien sea. Nunca te traicionaría. - Estaba viendo que a su hermano le brillaban los ojos. - Lo sé. - Respondió. Debía estar viéndole realmente mal para estar hablándole tan bajito y sereno.

    Sorbió un poco, limpiándose las lágrimas de nuevo. - No podría soportar saber que estás en manos de gente así. Alice está destrozada. - Lex negó, con la cabeza agachada y la mirada perdida. - Hijos de puta... ¿Por qué parece que hay gente que solo ha venido a esta vida a hacer daño? No sé cómo Janet pudo salir de esa gente. - Hablan fatal de ella... te juro que me hierve la sangre. - Lex soltó aire por la boca. - Pero Marcus... - Y empezó a decirle todo lo que consideraba que estaba haciendo bien: cuidar de Alice, estar bien informado, no ceder ante las amenazas... En el lenguaje de Lex, pero parecido a lo que todos le decían. Añadiendo también lo orgullosos que papá y mamá estaban de él. Y Marcus no dejaba de llorar... pero, fundamentalmente, no dejaba de pensar en lo que le quería decir realmente en aquella llamada. - Te echo de menos, Lex. - Su hermano se detuvo en el discurso, mirándole. Sollozó. - Te echo muchísimo de menos. - ¿Por qué no era capaz de dejar de llorar? No quería imaginarse cómo estaría de no haberse tomado la poción...

    Y había dejado a su hermano sin palabras, al parecer... y con las lágrimas saltadas. - ¿Me echas de menos? - Marcus asintió, entre el llanto. - Más que a nadie. - Le miró. - Me da miedo preocupar a papá y mamá con estas cosas, y aunque nos preguntan cómo estamos, claro, nos dan muchas pautas cuando hablamos... Con nuestros amigos no queremos entrar en tantos detalles... Necesitaba hablar contigo. - Tragó saliva. - Y... te quiero muchísimo, Lex. Llevamos toda la vida juntos, aunque hayamos sido tan diferentes. Y no soportaría que te pasara algo como lo de Dylan. Y... jamás haría lo que Lucy le hizo a Janet, y sé que tú a mí tampoco. Y cuando veo juntos a los primos... echo de menos a mi hermano. - Negó. - No creo que lleguemos antes de que te vayas a Hogwarts... y, cuando salgas... yo estaré de investigación, y tú viajarás muchísimo... - Sorbió y le miró. - Prométeme que siempre vamos a estar unidos, por favor. - Marcus. - Veía lágrimas en la cara de su hermano, pero este se acercó al espejo y, poniéndole una sonrisa maliciosa, le dijo. - Qué más quisiera yo que quitarme de encima al prefecto coñazo. - Eso le hizo reír espontáneamente, y Lex rio con él. Se limpió las lágrimas. - Idiota... - Soy una serpiente. Pienso colarme reptando por ahí por donde menos te lo esperes. - Marcus rio un poco más, con voz acuosa. Lex sonrió de lado. - No te librarás de mí tan fácilmente... - Alzó la mirada y le devolvió una sonrisa. - ¿Sabes? Es raro estar hablando contigo sin escuchar a su cerebro parlotear a toda velocidad. - ¿Eso es bueno o malo? - Preguntó entre risas. Lex se encogió de hombros. - Diferente, supongo. Me das menos motivos para quejarme de ti. - Rio otro poco. Increíble... le faltaban las fuerzas para todo, quién iba a decirle que, ni más ni menos que Lex, iba a hacerle reír.

    - Yo también te quiero, Marcus. Un montón. - Frunció los labios, emocionado, mirándole de nuevo. - Y como a esos hijos de puta se le ocurra tocarte ni un pelo, los mato. Te juro que los mato. - Se encogió de hombros. - Dicen que los mejores equipos de quidditch se hacen en las cárceles. Pediré que me manden a la que tenga el mejor. - Para ya, anda. - Le dijo entre risas. Sorbió, recomponiéndose un poco. - Voy a intentar dormir un poco y cuando despierte hablaré con papá y mamá. No le digas que me has visto así de mal ¿vale? - Descuida. - Lex ladeó una sonrisa. - Vamos a pegarnos una buena fiesta cuando salgas. Tú y yo. Quedada de hermanos. - Marcus arqueó una ceja. - ¿Quieres quedar conmigo solo? - Ahora que amenazas a mafiosos, no me pareces tan aburrido. - Sabía que era buena idea hablar contigo. Llamar a alguien tonto continuamente siempre me levanta el ánimo. - ¿No te cansas de ser tan Ravenclaw? - Ni un poquito. - Anda, vuelve a la cama con tu novia. - Y, justo tras la broma, su hermano le dijo. - Y haced un buen fuerte. Y llámame cada vez que lo necesites, sea la hora que sea ¿de acuerdo? - Ladeó una sonrisa. - Si esto va de buenos hermanos... un genio y un Slytherin tienen que ser los mejores. No va a haber quien nos supere ni nos destruya. Jamás. -




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 7 de agosto de 2002

    Pues este arriate ya estaría. — Betty la miró con una gran sonrisa y asintiendo. — Nunca se me habría ocurrido separar los bulbos de las plantas de flor, pero claro, es esencialmente mejor… — Alice asintió satisfecha. — Sí, si es que las bulbosas son unas avariciosas, roban agua y nutrientes sin control. — Le estaba haciendo una reforma al jardín de los Lacey que no se lo creían ni ellos. Llevaba dos días sin parar, que había vuelto loco a Frankie haciéndole crear un sistema de acequias mucho más sostenible para hacer el regadío, y se estaba dedicando a cambiar de orientación medio jardín, porque Maeve había tenido el buen (o mal, según se mirara, porque desde entonces Alice no había dado paz con el jardín) tino de decirle que es que en aquel jardín no crecían las medicinales y que Betty siempre tenía que traerse del laboratorio para hacerles las pociones. No necesitó decir nada más, era una cuestión de orientación y regadío, y Alice se estaba encargando de poner el jardín patas arriba para hacerlo apto para herbáceas, sin quitar las flores ni modificar el espacio de césped que la familia usaba para el esparcimiento.

    Al segundo día, había aparecido Betty por allí con Frankie Junior. Era obvio que la primera quería contemplar sus avances, pues era la primera interesada en aquello para poder hacerle buenas pociones a sus suegros, con material recién sacado, y sobre el segundo no había hecho preguntas, pero al ratito de estar allí, Betty, fascinada, había requerido de su fuerza bruta y su buena disposición para ayudarlas a todo tren. Y ahora estaban ambas en una vorágine plantadora, medidora de temperaturas e incidencias solares, y con los dos Frankies trabajando para ellas. — Esto no era lo que yo tenía en mente, no… — Comentaba Maeve, sentada en la mesa del jardín con un montón de vasos y una jarra enorme de limonada que los servía solos. Pero Alice y Betty seguían metidas en el asunto. — No, sin duda la hierbabuena tiene que quedarse por donde está el abuelo. Claro, pero entonces hay que regular el riego por allí, porque ahora hace muchísimo calor, pero esto en enero puede ser mortal para la planta si se la riega demasiado y acaba por helar. — Uy sí, ya te digo yo que helar va a helar. — Claro, entonces… ¡Ay, qué pesada! — Se quejó, empujando a una de las regaderas hechizadas que tenía haciendo servicio por el jardín para paliar los efectos de aquel calor horroroso, pero que ya había acabado su ronda y ahora la seguía esperando instrucciones. Tan concentrada estaba en otras cosas que, sin querer, se la tiró encima a Frankie Junior. — ¡Eh, pero bueno, primita! Uno viene aquí a servir y proteger y encima le duchan. — ¡Oh, Francis, por favor! Que vas enseñando palmito sin la camiseta y ni mal te va a venir el agüita. — ¡Oye! Que mi niño lo enseña porque puede. — Defendió Maeve. — No, si claro, con la abuela por ahí también… — Murmuró Betty, mientras volvía a lo que estaban haciendo. — ¡Marcus! — Exclamó la mujer mayor. — ¡Qué bien que bajas, hijo, y qué guapo te has puesto!

    Como estaban tan abatidos y alicaídos, la forma de los Lacey de animarles era loar muy grande y fuertemente todo lo que hacían. ¿Se levantaban? ¡Qué bien que te has despertado! ¿Bebían agua en la comida? ¡Eso, muy bien, hidratándose que es importantísimo! ¿Que Alice dejaba el jardín un ratito? ¡Uy pero que buenísima eres que vienes a hacernos compañía! Y así. Y a ver, que se agradecía, pero que era bastante evidente que eran unas almas en pena. No obstante, al levantar la vista para enfocar a su novio… Si que se había puesto muy guapito. Frunció el ceño. — ¿A dónde vas? Estás guapísimo. Eso estaba diciendo yo. — ¡Uh lá lá! No veas el primo inglés cuanta elegancia. — La de Francia. — Aportó Frankie. — Que no, abuelo, que la francesa es Gal… Pero este no se queda atrás en lo de ir a la moda. — Sonrió un poco. A ver, estaría triste, pero tonta no era, y su novio estaba espectacular. La cuestión era por qué, y lo mal que se sentía ahora de estar sudada, manchada de tierra en uno de los peores días de pelo de la historia.





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    Con Alice | En Nueva York | El 7 de agosto de 2002
    El primo Jason se había quedado muy preocupado tras su ataque de ira contra la mesa (al día siguiente pidió perdón como mil veces al tío Frankie, y el hombre no sabía ni de qué mesa le estaba hablando, a saber cuánto tiempo llevaba ahí). De ahí que entrara y saliera por casa varias veces en el día durante aquellos días, "solo para saludar". Según los tíos, Jason era así, solía hacerlo de normal. Pero algo le decía a Marcus que lo estaba haciendo más de la cuenta solo porque les preocupaba su estado.

    En una de esas, charlando con Marcus e intentando hacerle pensar en otra cosa, se puso a hablarle del centro de Nueva York. Que a él le encantaba su casita tranquila con jardín para hacer barbacoas, que sus niños se habían criado allí superfelices, pero que, trabajando de constructor, tener un pequeño estudio en la ciudad venía muy bien. Que lo había conseguido baratísimo por medio de... bueno, una conexión larguísima de conocidos que dejaría a su madre y sus contactos, cuanto menos, confusos. Y que a Frankie le venía genial porque a veces salía muy cansado de la tienda y directamente se quedaba por allí, que le pillaba más cerca. Menos mal que tenía una taza de té a mano para disimular, porque mira que Marcus no era nada malpensado, pero hasta él había visto mala esa excusa. Menudo filón el de su primo Frankie con ese piso, quién lo pillara...

    Y entonces, se le encendió la luz en la cabeza. Jason ya le había dicho como mil veces "lo que tenéis que hacer es salir y divertido", hasta que Marcus dijo "pues mira, tienes razón". Sí, ¿por qué no? Estaban hundidos en la más absoluta de las miserias desde lo ocurrido con los Van Der Luyden, habían llegado a una especie de punto muerto esos tres días que sentían que se le estaban haciendo eternos y solo sabían darle vueltas a la cabeza. Marcus empezaba a cansarse hasta de su propio estado, y su Alice se estaba quedando mustia como una florecilla sin regar. Quizás le propusiera el plan y se lo tirara a la cabeza, pero... ¿y si no?

    A la visita de Jason de la mañana siguió una de Betty y Frankie Jr. por la tarde para arreglar a Alice con el jardín, porque su novia amante de las plantas que las usaba como terapia para sus males se había propuesto como nuevo objetivo vital hacer el jardín de los Lacey más operativo. No es como que pudiera decirle que hiciera otra cosa, al menos estaba siendo más productiva que él, que no paraba de darle vueltas a la cabeza. Pero, si la conocía de algo, estaba ahogando sus penas en las plantas, y ahora que había tenido una idea por primera vez en... ¿siglos? ¿Cuánto llevaba sin sentir que tenía una idea buena? Daba igual. Que iba a sacarla de ahí aunque fuera por una noche. Estaba decidido.

    Arreglarse le estaba costando horrores, se veía una cara malísima, pero bueno, puso todo su empeño. Cuando se arreglaba normalmente se imaginaba el gran evento que iba a tener y lo mucho que iba a triunfar, y ahora sentía como si llevara cargando un yunque a cada lugar que iba, todo le costaba. Pero nada levantaba más su ánimo que la perspectiva de hacer a su novia sonreír, así que allí que se plantó, lo más guapo que pudo con la ropa que se había traído y el semblante que portaba, y bajó al jardín... O al campo de guerra que habían montado, más bien. La primera en verle fue Maeve, y él le dedicó una de sus clásicas sonrisas de galán (o lo intentó, de verdad que todo le costaba más últimamente). - Te veo en el mejor lugar del jardín, tía Maeve, di que sí. - ¡Uy, hijo! Yo me jubilé de eso hace mucho, todo lo tuviera yo tan claro... - ¿No vienes demasiado guapo para ponerte a replantar? - Preguntó con una sonrisilla Frankie Jr. Marcus amplió la sonrisa y se puso junto a Alice, quien no disimuló la sorpresa. Ah, estaba guapo, confirmado por su novia, porque esa frase le había salido del alma. Quería pensar que era buen comienzo.

    - Querrás decir... Dónde vamos. - Le tendió la mano para ayudarla a levantarse. - Tengo un plan que proponerte. - Uuuuh, esto se pone interesante. - ¡Frankie! Hijo, deja un poco de intimidad a tus primos. Sigue con eso. - ¡Pero qué intimidad! Son ellos los que están haciendo el numerito público. - Marcus rio levemente, y se llevó a Alice un poco más apartada. Le colocó un mechón de pelo tras la oreja y le dijo. - ¿Te he dicho que tienes los ojos más bonitos mientras cuidas plantas? - Que mentira no era, quizás una verdad un tanto adornada, pero Marcus era muy de piropos. No debería ser sorpresa para nadie a esas alturas. - Sé que... llevamos unos días... bueno, ya sabes. Por eso he pensado que... podríamos intentar darnos un respiro. - Sonrió. - Jason me ha dado mucha información sobre cosas que hay por el centro de la ciudad. Y, honestamente, tengo mucha curiosidad por comer unos perritos calientes neoyorkinos, a ver si merecen la fama que tiene. - Encogió un hombro. - Podemos... salir un rato, cenar fuera, hablar de... nosotros, de otras cosas que no sean... - Los dramas de los que llevamos hablando un mes. - ...Los últimos días. ¿Qué me dices? ¿Confías en mí y en los lugares maravillosamente neoyorkinos a los que podría llevarte? -




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 7 de agosto de 2002

    Ese plural de la primera persona le causó un hastío inmediato. No. No quería “vamos”, por favor, ella lo que quería era seguir con su mesopotámico sistema de riego y plantaciones infinitamente, hasta que tuviera una gran idea o un colaborador sorpresa en el tema de su hermano. Pero, como siempre, no sabía plantarle cara a su novio, y menos así de guapo, y se dejó levantar y arrastrar a un punto un poco más tranquilo sin Frankie comentando la jugada ni regadoras insistentes.

    Estuvo a punto de detener a Marcus de colocarle el pelo, porque lo tenía encrespadísimo y estaba perlada de sudor y tierra por todas partes, pero él estaba en modo caballero y, si le rechistaba, algo encontraría para llevarle la contraria, así que se limitó a sonreír con expresión de “venga ya, caballero O’Donnell”. — Y tú los rizos más bonitos de lo normal cuando te los peinas así. Pero igual es que se ven mejor por la cantidad de tierra que llevo encima ahora mismo. — Era una forma sutil de decirle “Marcus, de verdad que difícilmente este es el mejor momento para planes caballerosos”. Vamos, hasta él se daba cuenta, aludiendo a los días que llevaban. — ¿A Nueva York? Pero si no te ha gustado nada. — Dijo con una risita de evidencia. — ¿Y a esta hora? ¿Vamos a andar por ahí de noche? — Por todos los dragones, hasta ella misma se había dado cuenta de que no sonaba a Alice Gallia. Pero Marcus si sonaba un poco a Marcus hablando de perritos calientes, no obstante. Y entonces, se le ablandó el corazón. Su novio queriendo salir a cenar y hablar de… Pues eso, de las cosas que hablaban antes… Podía con ella. Se miró y suspiró. — Estoy hecha un desastre, va a ser un poco tarde cuando salgamos, ¿cómo vamos a volver? — Hija, tú por eso no te preocupes, venga, que tienes a un mocito guapísimo pidiéndote salir, no nos rompas a todos el corazón. — El aporte de Maeve le hizo mirar a su alrededor. Efectivamente, toda la familia estaba mirando descaradamente. Puso una sonrisa, mitad sincera mitad un poco forzada, porque no tenía ganas de sonreír, pero tenía ganas de hacer un poco más feliz a su novio, así que suspiró y dijo. — Sí, claro que confío en ti. — ¡Sí señor! ¡Esos son mis niños! ¡A disfrutar como se debe! — Exclamó Maeve. — ¡Eso! ¡A quemar Nueva York!Fraaaaankie… — Advirtió Betty de nuevo. — Pero tienen razón, Alice, venga, yo me encargo de terminar el jardín. — Sí, pues estaba el ambiente como para decir que no. Y parte de ella, de hecho, es que quería decir que sí, ¿quién iba a decir que no a ese chico tan guapísimo y entregado? Pero… — Bueno, voy a ver qué puedo hacer para arreglarme un poco y… Bajo en cuanto pueda.

    Lo cierto era que no se había traído nada para salir a cenar con su novio. Todo era, o ropa de ir al MACUSA y causar buena impresión, o los vestidos de La Provenza para ir cómoda. Y sí, a Marcus le encantaban sus vestidos de La Provenza, pero no terminaba de verlos para salir a cenar por una ciudad… Pero bueno, no iba a ponerse esos otros conjuntos tan… artificiales, la palabra era “artificiales”. Miró de reojo el vestido blanco de tirantes y lo cogió entre las manos. ¿De verdad solo habían pasado dos años desde que se puso aquel vestido para provocar a Marcus a que se escapara con ella durante los fuegos artificiales? Oh, por Dios, lo que daría por volver a sentir aquella mirada sobre ella… Aquella adrenalina al subir las escaleras del desván… Igual no era lo más apropiado, pero aunque fuera solo por recordar aquella sensación de la serotonina fluyendo por sus venas mientras hacía cosas prohibidas, se lo pondría. Se maquilló y eligió pendientes, dejándose el colgante alquímico de su novio bien visible (y tan visible, ese vestido era un peligro) y, eso sí, se puso las zapatillas de lona más cómodas, no le apetecía abrasarse los pies con el asfalto de Nueva York. Cuando se terminó la trenza se miró satisfecha al espejo. No le había apetecido nada arreglarse, pero, la verdad, ahora se sentía un poco más ella misma.

    Bajó al jardín de nuevo cuando ya empezaba a caer la noche. — Ya déjalo, Frankie. — Que no, abuelo, que luego lo haces tú solo y te haces daño. — Yo ya me he rendido con eso, hijo, tus abuelos no saben parar. — Decía Betty, sentada ya junto a Maeve degustando la limonada. — ¡Oy! ¡Pero qué guapísima vienes, hija! ¡Mira qué pareja! — Frankie Junior la silbó. — Cuidado, primito, que te la levantan en un abrir y cerrar de ojos. — Ella sonrió un poco y se agarró de la mano de su novio. — Venga, a ver esos perritos, aunque con el nombre no me convencen nada. — Se acercó un poco más y susurró. — Confío ciegamente en ti, prefecto.





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    Con Alice | En Nueva York | El 7 de agosto de 2002
    No era ninguna sorpresa que Alice no estaba especialmente inclinada a salir por ahí a divertirse, y no le extrañaba: a él mismo no le apetecía. Lo que necesitaba era aire, salir de la casa para ir a un sitio que no fuera el MACUSA, zona Van Der Luyden o conversaciones con "contactos" que les pudieran ayudar. Simplemente, pasear por una ciudad que no conocían, descubrir calles, probar nuevas comidas, entrar en sitios diferentes... Vale, no, no le gustaba Nueva York. No era su ideal de vacaciones, pero era donde estaban. Y ya hasta él mismo estaba cansado de llorar su desgracia. ¿Estaban en Nueva York? Pues aprovecharían Nueva York. Qué otra cosa les quedaba.

    Fue a contestar, pero se le adelantó la tía Maeve, lo cual le hizo aguantarse la risa. Al menos estaban todos de parte de su plan. - Tú por eso no te preocupes. Tengo un plan para la vuelta. - Y le guiñó un ojo. A ver, a esas alturas ya todos sabían que Jason les iba a dejar el piso por si se les hacía tarde la vuelta, pero tampoco hacía falta ir pregonándolo (más de lo que Jason lo había hecho ya, quería decir, que era un milagro que Alice no se hubiera enterado). Y ante el sí de Alice, todos reaccionaron como si le hubiera dicho que sí a una propuesta de matrimonio. Ya sí se tuvo que reír levemente. - Gracias. - Le dijo con la mano en el pecho a lo de que confiaba en él. No porque fuera una sorpresa, sino porque, en las circunstancias que estaban y no teniendo ni idea Marcus de dónde ir, le constaba que Alice estaba haciendo un esfuerzo por no tirarle el plan.

    En cuanto Alice subió a arreglarse, se encontró dos cosas sobrevolando cada uno de sus hombros: una regadera a la espera de órdenes y a su primo Frankie con una sonrisilla que no vaticinaba nada bueno. - Así queeee... el piso del centro eeeeh... - Soltó una carcajada y se acercó a él para susurrar en tono guasón. - Menudo picadero... - ¡Eh! - Reaccionó, en el modo ofensa que Marcus tenía tan bien estudiado. - Solo es un refugio por si se nos hace demasiado tarde. No queremos abusar de más de la hospitalidad de tus ab... - Pero una pedorreta de su primo le interrumpió. - Tío, ni mi padre se cree que ese piso no se usa para lo que se usa. Que si no fuera porque llora con absolutamente todas las películas románticas que ve, sospecharía de que lo usa para esconder amantes desde que se lo compró. - Marcus le puso cara de circunstancias y el otro soltó una carcajada. - Que resulta que eres de esos que se ofenden cuando se les insinúan cosas sexuales... ya veo. -Estamos Alice y yo ahora como para pensar en esas. - Se sinceró, más espontáneamente de lo que hasta él mismo imaginaría. - Demasiado que vamos a salir, y a ver cómo va la noche. - Suspiró. - Si te digo la verdad, ni siquiera a mí me apetece, pero no soporto darle más vueltas a la cabeza, me va a explotar. Y mira cómo está ella, ha levantado el jardín entero. - Sí, eso es raro, no te lo voy a negar. Pero la muchacha es simpática, no soy yo nadie para juzgar. - Dijo encogiéndose de hombros. Se le acercó y, dándole un toque en el hombro, le dijo en confidencia. - ¿Pues sabes qué te digo? Que esta situación de mierda no va a cambiar en nada hagáis lo que hagáis esta noche, ya me entiendes. - Dijo arqueándole las cejas. - Y creo que a ninguno de los dos os vendría mal desfogar un poquito. Estáis muy tensos, y con razón ¿eh? Vamos, me pasa a mí esto y no sé a quién mato. Pero tío, tú eres listo, y ella entiende de cosas sanitarias y eso, ¡y mi madre, pregúntale a ella! - No le voy a preguntar a tu madre por... Frankie, eso, en fin. - ¡Oh, ingleses! Tú hazme caso a lo que te digo. Tomaos unas copas y perded el norte un poquito, la vida se ve de otra manera desp... ¡¡AHH!! ¿¿¡¡PERO QUÉ ES ESTO!!?? - ¡Te dije que dejaras a tu primo y te pusieras con el jardín! Pues, como no has hecho caso, el jardín se ha puesto contigo. - Respondió Betty, y al fijarse Marcus en dónde había puesto su primo la mirada se dio cuenta de que la regadera le estaba regando un pie, mientras una pala con vida propia echaba una montañita de tierra muy bien colocada sobre el mismo. - ¡Mamá! ¡No puede uno tener una conversación hombre a hombre! ¡Dile a estas cosas que paren! - Al menos le dio para reírse un rato con la escena.

    Mientras su primo y su tío Frankie se peleaban con cosas del jardín, Marcus charló un rato con Betty y Maeve, hasta que Alice volvió a aparecer. Solo de verla se llevó una mano al pecho como quien recibe un flechazo. - Estás preciosa. - Realmente lo estaba. Emanaba tristeza, como estaban los dos, y odiaba con todas sus fuerzas que hubieran puesto a Alice así... Le entraba una rabia por dentro que le carcomía. Tendría que controlar esas emociones, que se suponía que iba a tener una buena velada con su novia y no quería ir así. Rio a los comentarios de los demás y la miró con cariño. - ¿Ves? Para mí estabas también guapa llena de tierra, pero no me dirás que no ha merecido la pena solo para recibir tanto halago. - Marcus creía que todo el mundo era igual de sensible a los halagos como él. Amplió la sonrisa con su frase. - En ese caso, ya me encargaré yo de que no defraude la noche. - Se giró hacia su familia. - ¡Gracias por todo! Ya os contaremos. - Lo que podáis... - Bromeó Frankie, lo cuál hizo que su madre le tirara un gajo de limón desde su sitio, aunque con muy mala puntería, lo que hizo que las mujeres se rieran y el otro contestara. - ¿Qué? Y al primo se le ha olvidado eso de "no me esperéis despiertos"... - Rio un tanto incómodamente, negando, y se llevó a Alice. No creía que ninguno de los dos tuviera cuerpo para "tanta" fiesta y no quería poner a su novia en el compromiso de tener que explicitárselo, así que mejor se iban ya.

    Jason le había dicho el punto exacto en el que podían aparecerse sin ser vistos y allá que fueron. El sol estaba poniéndose, así que nada más llegar al callejón, Marcus se giró a Alice. - Vale, este es el plan. - Se mojó los labios, sonriendo. - Estamos relativamente cerca del paseo marítimo. Aún no es de noche como tal, así que podemos simplemente dar un paseo como dos enamorados. Eso sabemos hacerlo ¿no? - Rio. - Según Jason hay puestos de perritos a patadas, y de muchas más cosas. También los hay de tacos, de patatas... - Alzó las palmas. - ¡Si quieres probar uno de cada, que no se diga! ¡No me pienso oponer! - Se encogió de hombros. - Y luego... vamos viendo. Por lo pronto, empecemos con el paseo. - Le ofreció el brazo y dijo. - ¿Vamos? -




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 7 de agosto de 2002

    Sonrió a los piropos, como una niña a la que halagan, y notó que se enrojecía un poco con los comentarios. Vamos, ahora era vergonzosa y todo. Remanente de cuando tenía que explicar todo el tiempo que Marcus y ella eran amigos delante de las familias. Asintió a lo que dijo su novio y sonrió. — No sienta mal, desde luego… — E iba a aportar más cosas, pero su novio se la llevó rampando de allí. Ya se imaginaba los comentarios, vamos, nada que no les hubieran dicho en La Provenza.

    Su novio parecía tener bastante claro dónde aparecerse y hacia dónde dirigirse, así que ella se limitó a contemplarle con adoración a la anaranjada luz del atardecer. — Pasan los años y sigue dejándome embobada lo guapo que eres. No hay derecho, me distrae. Y para ser sincera, estos días no me había concentrado demasiado en ello, y lo echaba de menos. De hecho… Acarició su mano y suspiró. Cómo le echaba de menos… Así. Se abrazaban, se besaban, como siempre, ellos eran muy cariñosos… Pero no tenían momentos de intimidad. Ya no pedía ni lo más evidente, pedía solo… Intimidad, tocarse, besarse como ellos sabían, esos momentos en los que creaban una burbuja a su alrededor… En fin, ya lo buscaría, cuando se viera con fuerzas y ocasión. De momento sonrió al plan, del cual se había perdido un poco por estar pensando en lo que estaba pensando. — Venga, pasear como novios ya es un plan genial por sí solo. — Y se enganchó de su brazo para dirigirse al paseo marítimo.

    Y una vez allí, con la brisa, que, aunque fuera aquella brisa extraña, ayudaba a relajarla, miró a su novio y le sonrió. — ¿Alguna vez te imaginaste un paseo marítimo con tantísima gente? — Preguntó con una risita, mirando a todo el mundo. — Cuando íbamos a Londres pensaba… Cuantísima gente… Nunca imaginé que habría una ciudad donde habría… Diez veces más gente. Y edificios tan altos, mucho más que Hogwarts. — Rio un poco. — Ni la torre Eiffel se me hizo así… No sé, es abrumador, ¿no te lo parece? — Se giró un poco sobre sí misma para mirar la Estatua de la Libertad de lejos, a la que iban dando la espalda. Apretó su mano y dijo. — Venga, hagamos apuestas, ya que retos, tan rodeados de muggles no podemos. ¿Qué es más alto? ¿Ese edificio o el coliseo? — Dijo señalando uno al azar, pero que de sus veinte plantas no bajaba. — ¿Dónde correrá más el viento? ¿Aquí o en Ballyknow? — Sí, estaba mencionando sus viajes soñados, por lo menos que algo les recordara sus sueños. — Yo digo que es más alto este edificio y que correrá más viento en Ballyknow, aunque tu abuela diga siempre que en verdad Irlanda tiene muy mala fama con el tiempo, pero que es todo exageración. — Apoyó la cabeza en el hombro de su novio. — Suena como un sitio ideal para mí, sinceramente. Todo verde lleno de plantas, donde hace mucho viento y son autóctonos los O’Donnell. Me quedo, sin pensarlo.

    ¡PERRITOS! ¡PERRITOS CALIENTES! — Atronaba un vendedor ambulante. Ella paró de golpe y sonrió. — ¿No querías probar unos? Que sea nuestra primera parada, y luego recogemos más cosas. Yo sé dos cosas que quiero. — Dijo poniendo el número en los dedos. — Patatas fritas. Tengo un antojo enorme, con montón de salsas para probarlas. Y… Quiero una manzana caramelizada. Hace no sé ni cuánto que no me como una y la quiero. — Y con los dos dedos acarició la nariz de Marcus. — Y te quiero a ti también, por hacer esto por mí. — No estaban tranquilo, no estaban felices, pero estaban juntos y lo estaban intentando, y eso había que valorarlo.






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    Titanium
    Con Alice | En Nueva York | El 7 de agosto de 2002
    Amplió la sonrisa. Esa iba pareciéndose a su Alice un poquito más, la chica que le miraba con ojos de enamorada y le decía esas cosas. - ¿Soy una buena distracción? Me siento satisfecho, entonces. - Bromeó... aunque lo decía bastante en serio. Eso era justo lo que quería: distraerla un rato. Comenzaron a caminar hacia el paseo marítimo y... de verdad que llevaba la mejor de sus intenciones, pero qué poco le gustaba esa ciudad. Había muchísimo ruido y el aire estaba contaminado incluso cerca del mar. No lo mostró por fuera, porque iba luciendo la sonrisa de novio enamorado que había decidido que era mientras paseaban. Y a ver, es lo que era, un novio enamorado... aunque últimamente más bien pareciera un chico a la desesperada intentando encargarse de un tema que le sobrepasaba y en el que ni siquiera era protagonista. Desvía el pensamiento, Marcus, que has traído aquí a Alice para que os despejéis. A ver si no le costaba más a él que a ella.

    La pregunta de Alice le hizo arquear las cejas, mirando a su alrededor, y reír. - La verdad es que no. - Respondió. - Londres no está mal, aunque es cierto que hay muchísima gente. Pero esto... Es abrumador, concuerdo. - Alzó la mirada hacia arriba, riendo levemente y escudriñando los edificios. - Para mí, la Torre Ravenclaw sigue siendo un lugar elegantemente altísimo. Recalco el elegantemente. Esto es excesivo hasta para mí. ¿Te imaginas asomarte desde ahí arriba para que te dé el viento? Más bien para que te dé un asteroide. Yo creo que tiene que dar bastante vértigo. - Además no eran anchos, eran solo verticales. ¿No era eso muy inestable?

    Y su Alice, así de pronto y de esa conversación, se sacó un juego. Por supuesto que no iba a tardar en seguirle el rollo. - Yo no apuesto, Gallia, eso nunca sale bien... Pero a los retitos intelectuales me apunto. - Dijo con una burlita. Vaya, era un sí, solo que él le tenía que poner su matiz a todo. - ¿No pueden ser retitos tranquilos? A saber en qué diablura andas pensando para que los muggles te estorben. - Añadió, pero ya sí sopesó su pregunta. - Hmm... ¿Alto o grande? Si solo es alto, en metros de altura, ese edificio, yo diría que indudablemente además. Pero el Coliseo es enorme en sí, porque es alto y ancho. No tan alto, pero abarca mucho más. Insisto en que hacer algo tan vertical y estrecho no me parece inteligente, tiene que tener muy poca estabilidad. - La señaló con el índice. - Y antes de que te burles de mí por cosas verticales y estrechas, que te estoy viendo la cara, que sepas que yo soy muy estable. - Mentira. - Y tengo la verticalidad adecuada. -

    La miró con obviedad a la siguiente pregunta. - ¡En Ballyknow! Estoy convencido. Además, recuerdo haber ido siendo muy pequeño y hacía bastante viendo, casi me... ¡No lo voy a decir! - Él solo se hizo el ofendido, cruzado de brazos. - Porque no me llegué a volar y porque era pequeño, listilla. Que ya sé por dónde me vas a salir. ¿Me estoy volando ahora? Pues ya está. Prueba de dos cosas: de que tengo la estabilidad adecuada para mi constitución, y de que no hace tanto viento. - Rio a la respuesta de Alice, que por supuesto coincidía con la suya. - Sí, bueno. Mi abuela tiene la teoría de que cualquier cosa que digas de Ballyknow que no sea descaradamente positiva puede ir en detrimento de nuestras ganas de ir. Como si mi padre y mi tía Erin necesitaran argumentos a favor o en contra. - Y cuando la chica apoyó la cabeza en su hombro y soñó despierta, sonrió, apretándola un poco más contra sí. - Pues no se hable más. En cuanto podamos, rumbo a Ballyknow. - Esa maldita situación había hecho que dijera los planes con la boca pequeña, como si ya no tuviera tan claro que iban a poder hacer cuantos viajes quisieran... Volvía a crecerle el odio por dentro de pensarlo.

    Se detuvo en seco y miró a su novia con la boca abierta muy fingidamente. - ¡Alice Gallia queriendo comer DOS cosas! Me pinchas y no sangro. - La sonrisita de bobo que se le puso cuando le acarició la nariz y le dijo que le quería sí era más propia del Marcus de siempre. - ¿Hacer qué? ¿Comer perritos? Cuantos mi amada desee. - Bromeó, y luego dejó un besito en sus labios. - Estás preciosa. Eres preciosa, pero este vestido... me encanta. - Y me trae recuerdos de lugares mejores que este, no era necesario afirmarlo así. - Pero, sintiéndolo mucho, me acabas de dar el arma perfecta para que mi propósito esta noche es que se te quede pequeño... porque pienso ponerte gordita a patatas y manzanas caramelizadas. - Bromeó, pinchando la barriga de Alice, haciéndole cosquillas. Luego agarró su mano y tiró de ella hacia el puesto. - Por lo pronto, vamos a por ese perrito. ¡Uh! Son pequeñísimos, ¡uno para cada uno! -

    Mentira, no eran pequeñísimos. Hasta él puso una sonrisa un tanto incómoda cuando los vio. - "Perritos" ¿eh?... - Bromeó con una risilla nerviosa. Y encima se le podían echar mil cosas. A ver... él quería uno bien completo, pero Alice se lo iba a tirar a la cabeza como insinuara que uno por persona, que después quería parar en más puestos (lo de las patatas y las manzanas estaba muy bien, pero él quería un taco). Mejor lo dejaba en su mano. - Vale, podemos... pedir uno de esos grandes que tienen kétchup, mostaza y cebolla crujiente para compartir... O... Nos pedimos uno para cada uno... Ese parece más pequeño... Y solo tiene la salchicha y kétchup... Depende del hambre que tengas. - A él igualmente le iba a venir bien todo.




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 7 de agosto de 2002

    Se rio un poco a lo de la distracción y levantó las cejas. — Sí, siempre has sido mi principal distracción, O’Donnell, me imagino que lo sabes. — Y, como siempre, supo sacarle una carcajada, incluso en ese momento en el que estaba hundida y triste, consiguió sacarle una carcajada con tanta exageración respecto al edificio. — A mí me gusta que me dé el viento esté donde esté. — Se limitó a decir. Sí, habría cosas que nunca podrían quitarle, y su amor por el viento era una de ellas, y el efecto que tenía sobre ella siempre era curativo.

    Siguió riéndose con las comparaciones entre lo largo y estrecho, y no recordaba hacía cuánto que no se reía así. — No hay nada que Marcus O’Donnell no pueda conseguir, ¿eh? Hacerme reír así… — Sonrió tristemente, porque casi se le escapa decir “aunque sea aquí, en esta circunstancia en la que solo quiero llorar…” Pero no, lo único que querían era tener una noche para ellos y así iba a ser. Su Marcus guapísimo y gracioso, haciendo un gran esfuerzo por serlo, se lo merecía. Pero aquellas palabras se le habían encajado en el pecho, el recuerdo de sus retos en la escuela… Sentía que esos chicos eran ellos de verdad, y los que estaban allí de pie, solo dos cascarones que se parecían a ellos. Pero quería confiar, creer que algún día irían a Ballyknow, que toda esa situación no podría con ellos, así que levantó las manos. — Eh, que a mí el viento me encanta. Razón de más para ir. — Y de hecho… Cuando volvieran con Dylan y él volviera a Hogwarts… ¿No sería ideal poder marcharse a algún sitio que fuera lejos de los Gallia? No se veía con fuerzas de enfrentar a su familia, y Ballyknow… Era un pueblo perdido en Irlanda, imbuido de paz y magia… ¿No era eso lo que ella misma necesitaba?

    Por ahora, ni paz ni magia tenía en aquel paseo, pero al menos su novio volvía a recurrir a las exageraciones cómicas que tanta gracia le hacían. — Yo como dos cosas y más, y lo sabes. Lo que como es poca cantidad de cada una. — Agarró sus muñecas cuando le hizo cosquillas en la tripa y, de nuevo, una de esas risas involuntarias y de corazón, le salió. Y cuando le dijo que estaba preciosa y que le gustaba el vestido, notó las mejillas sonrojarse de nuevo, y miró a Marcus con una leve sonrisa. — Me trae buenos recuerdos. — Bajó la voz, pero no se movió ni soltó sus manos. — Preciosos. Casi hacía el mismo calor aquel día en La Provenza. Y si me llegan a preguntar entonces, la sensación de gente era parecida a esta. Todo el mundo me sobraba aquella noche. — Le miró a los ojos. — Todo el mundo menos tú. — Que lo supiera. Que era la misma Alice, que el amor que sentía aquella noche era el mismo que sentía en aquel preciso instante por él, a pesar de todo. — Y también tenías más ganas de comer que yo aquella tarde. — Le dijo, en tono bromista, mientras se dejaba llevar al puesto.

    Realmente, no estaba escuchando mucho, pero, como buena Ravenclaw, por muy distraída que estuviera, si le daban a elegir, ella tenía que elegir, no podía decir “me da igual” o “lo que tu quieras”, el día que dijera eso sí que iba a ser para preocuparse. — Prefiero el de compartir que lleva más cosas por probarlo todo… — Y entonces recordó algo. — ¡Señor! ¿Tiene coca cola? — Preguntó entusiasmada. El hombre rio y dijo. — Pues claro, señorita ¿quién no tiene Coca Cola en Estados Unidos? Bueno, algún loco tiene solo Pepsi, pero todos sabemos qué es lo bueno. La tengo de todos los tipos, normal, light, de vainilla, de cereza… — Ella iba muy dispuesta a pedir la normal, pero… — Deme una normal y una de cereza, quiero probar eso. — Y en cuanto se vieron servidos del perrito y las dos bebidas, arrastró a Marcus hacia uno de los bancos del muelle, mirando al mar, y dejando las cosas entre los dos.

    Escúchame, alquimista O’Donnell, esto es una maravilla. — Dijo levantando la coca cola. — Me lo dio Hillary cuando estuvimos en Gales, ¿vale? Y esta deliciosa, pero es que, lo mejor de todo, es que dicen que no saben lo que lleva. ¡Los muggles! ¡No lo saben ni ellos! Y no tienen nada parecido a la alquimia como para comprobar la receta, ya tenemos algo que hacer, ¿me oyes? — Ella misma se rio de su propio tono, mientras partía el perrito, más al cuarenta-sesenta que al cincuenta-cincuenta. — Esto es lo que yo llamo un reto, adaptado a nuestra edad, nuestras posibilidades y habilidades… — Le miró con cariño. — Antes cuando has dicho lo del reto, por un momento, casi me vuelvo a hundir… Pensando que esas dos personas que hacían retos por Hogwarts… Ya no somos nosotros. Pero creo que… Simplemente hay que saber adaptar el reto a las circunstancias… — Se encogió de un hombro. — Y estas son las que tenemos, pero claramente podemos seguir haciéndonos reír y proponiéndonos retos… Siempre seremos Marcus y Alice. — Y para quitarle hierro al asunto, probó el perrito. Tuvo que recurrir a las servilletas que el hombre le había dado, porque aquello se derramaba por todas partes, y comprobar que no había arruinado su vestido blanco, y cuando por fin pudo tragar, puso cara de pensar y alzó el índice. — Mira… Sabe a tantas cosas, que no sabría decirte si me gusta o no. Pero, definitivamente, por algún motivo, quiero comer más, es una sensación extraña. — Abrió las dos coca colas y le pegó un trago primero a la normal. — Ah, esto es lo que recordaba. Qué locura de bebida.





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    Titanium
    Con Alice | En Nueva York | El 7 de agosto de 2002
    Lo de que no había nada que Marcus O'Donnell no pudiera conseguir era algo que le había hinchado el pecho de orgullo toda su vida... hasta que vio cómo se llevaban a Dylan delante de sus narices. Desde ese día no se sentía capaz de conseguir nada, se sentía el ser más impotente e insignificante de la tierra, y odiaba esa sensación. Por eso, cuando Alice se lo dijo, trató de traer a sí la sonrisita orgullosa que lucía cada vez que lo escuchaba... pero no salió ni mucho menos tan natural, y la punzada de dolor en su orgullo se hizo notar enseguida. Ya, al menos sabía hacer reír a su novia, y había tenido que llevársela a mitad de la calle para conseguirlo. Fantástico... Orgullosísimo se sentía... Menor dejaba la ironía mental, o se iba a arruinar el plan a sí mismo tontamente.

    Pero había una realidad, y era que escuchar la risa de Alice le hacía reír a él también, y le reconfortaba, le hacía sentir muchísimo mejor, a pesar de toda aquella tristeza. Era solo que... seguía sintiendo un intenso odio, y se estaba metiendo en un bucle de odio, porque también odiaba sentir odio, sobre todo en momentos como ese, y se estaba viendo en un ciclo que nunca iba a acabar. Porque ahora lo que odiaba era que hubiera gentuza que impedía que esa risa saliera todos los días, porque de repente se le había venido a la mente la imagen de Alice destrozada llorando mientras los Van Der Luyden la insultaban y tiraban de Dylan y... Parpadeó. No pienses eso, Marcus. Sigue adelante con tu plan. La sonrisa de Alice Gallia estaba en su lista de cosas favoritas. Escucharla debería hacerle feliz... y evitar que pensara en otras cosas... Debería...

    Los recuerdos de Alice le hicieron sonreír. - Lo mismo digo. - Respondió, acariciando su mejilla. - Tú nunca me sobras... Y lo cierto es que ese día había MUCHA gente. - Recalcó divertido. Lo de comer le sacó una carcajada. - Eh, no te creas que tantas. Para ser una barbacoa, comí poquísimo. Porque alguien, a pesar de esa mucha gente que había, tenía una travesura de las suyas en mente que me cerró el estómago. - Se encogió de hombro. - Hoy no, hoy tengo ganas de comer. - Tampoco es como que fuera el día que más hambre tenía del mundo, pero la curiosidad por probar comida le iba a abrir el estómago seguro.

    Asintió a lo de compartir y pidió un perrito (bastante grande, a ver, que era para los dos), pero su novia se adelantó y pidió la bebida esa de la que ya había oído hablar más de una vez, pero que aún no había tenido el gusto de probar. Arqueó las cejas a la respuesta del tendero. Ah, que la había de sabores también. Interesante. Una vez lo tuvieron todo, mientras se dirigían al banco, le preguntó a Alice. - ¿Es como un licor o algo así? ¿Un zumo? - Preguntó. Teniendo tantos sabores, tendría que ser algo de eso. Se sentaron y atendió, porque su novia estaba graciosamente emocionada por aquella bebida, lo cual le hizo reír un poco. Ya tenía que ser buena, Alice no solía mostrar tanto entusiasmo con los alimentos en general. - ¿Cómo no van a saber lo que llevan? ¿Entonces cómo la hacen? Porque alguien se dedicará a hacerla, digo yo. -Tomó la lata entre las manos y leyó la etiqueta. Efectivamente, ponía algo así como "receta secreta", que le hizo arquear una ceja. Siguió leyendo hasta ver algo que le sirvió de argumentación para demostrar todo aquello. - ¡Ahá! ¡"Desde 1886"! Es imposible que lo haya hecho una sola persona, y si tienen tantas hasta en los puestos, y con distintos sabores, y que se distribuye en varios países, tienen que tener miles de fábricas. ¿Y me estás diciendo que nadie sabe qué tiene? ¿Que los que la fabrican, que sí o sí lo tienen que saber, nunca se lo han contado a nadie y se ha expandido el rumor? - Siseó con superioridad. - No me lo creo. - Y esperó a que Alice la abriera, y cuando lo hizo, soltó como un chispazo que le hizo abrir mucho los ojos. Se acercó un poco. - ¿Eso es... gas? - Hizo un gesto con los labios. - Qué raro... - Sí que tenía curiosidad con la bebida esa. Eso de que no sabía de qué estaba hecha lo resolvía él en un rato, vamos.

    - Y tanto que lo vamos a resolver... - Murmuró pensativo, mirando a través del boquetito de la lata con un solo ojo, mientras Alice partía el perrito. Su comentario sobre los retos le hizo dejar de mirar el interior de la lata y centrarse en sus palabras. Lo que dijo le entristeció. Tomó su mano y dejó un beso en estas. - Claro que seguimos siendo nosotros, mi amor. Si mira cuánto hemos tardado en ponernos un reto, en cuanto hemos tenido un ratito libre. - Quiso decir para aliviar, esbozando una sonrisa triste. Pero otra vez la rabia naciendo en su pecho. Odiaba que su novia pensara así, y pensarlo él también. Que su juventud pareciera haberse acabado tan rápido. Se negaba. - Los recuperaremos, en cuanto todo esto acabe. Solo... está puesto en pausa. - Alzó la lata. - Y pienso llevarme varias de estas para analizarlas en el taller de mi abuelo. - Y bastaba de cháchara sobre la bebida sin probarla siquiera. Se llevó la lata a los labios y, tras el primer sorbo, tuvo que cerrar los ojos, porque sintió que la boca se le llenaba de burbujas y que tragar era complicado. - Wow. - Dijo, tosiendo un poco, pero cuando pudo captar el sabor... Miró la lata, sorprendido. - Eh, está muy buena. - Dio otro sorbo, ya contando con las burbujas, así que lo saboreó mejor. Paladeó, reflexivo. - Muy dulce... ¿Llevará caramelo? Hmm... No tiene que ser tan difícil de identificar, de verdad... Aunque nunca había probado nada que se le pareciera. - Sí que era un sabor diferente.

    Lo que estaba deseando probar (mientras seguía dándole vueltas a la cabeza a los posibles ingredientes de la coca cola) era el perrito. Le dio un gran bocado y, al igual que Alice, tuvo que maniobrar con la servilleta para no ponerse perdido, lo cual le hizo reír un poco con la boca llena. Nada más procesar el sabor emitió un sonido de gusto, cerrando los ojos. - Buah... Está buenísimo. - Si es que había muy pocas cosas que a Marcus no le gustaran. Dio otro enorme bocado, replicando la reacción, y cuando pudo tragar, dijo. - A ver: ranking de comidas americanas. Vamos probando cosas y las ponemos en orden según nos gusten, y si cuando acabemos con todas seguimos teniendo hambre, la que quede la primera, la repetimos. - Miró a Alice. Rectificó. - Bueno, quien dice hoy, dice el próximo día que salgamos. - Ya lo de "probarlo todo" iba a estar por ver, cuanto menos repetir. Dio otro bocado y dijo. - Por ahora, esto va primero. - Como que era lo único que llevaban por el momento.  




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    Con Marcus | En Nueva York | Del 7 de agosto de 2002

    Asintió a todo el discurso sobre la coca cola de su novio. Sí, efectivamente, ella era Ravenclaw también y había pensado lo mismo. Que ers imposible que no se hubiera filtrado en tanto tiempo, que no podía ser tan difícil una receta muggle, que desconocían la mitad de las plantas interesantes, pero… Aquella era la absurda verdad. Y, desde luego, le hacía mucha gracia estar debatiendo de aquellas cosas con Marcus, era ellos en esencia. Volvió a reírse de la reacción. — ¡Pero esa es la gracia! Luego te baja por la garganta y mola muchísimo. — Y, por supuesto, él le aseguró que lo descubrirían. Echaba de menos esa seguridad de su novio, y lo segura que le hacía sentir. Se lo dijo aquella vez en San Valentín, que le hacía sentir segura y ahora, momentáneamente, y aunque fuera solo por descubrir la receta de la coca cola, se lo volvía a hacer sentir. — ¿Caramelo? Bueno, ¿por qué no? Quizá en Honeydukes pudieran sacar una chuche con sabor a esto. Yo me la comería. — Aseguró, dándole un trago a la de cereza. Oh, también estaba estupenda, eso sí que podría beberlo siempre.

    Fue un espectáculo ver a su correctísimo novio, siempre impecable en los modales de la mesa, tener que hacer maniobra de contención para no parecer un paleto americano fuera de control comiendo aquella comida, de sabor tan extraño y adictivo. Cuando expresó su opinión, rio y le limpió un poquito la comisura del labio. — ¿Repetir? ¿Cómo repetir? — Volvió a reír y ladeó la cabeza. — Bueno, ya veremos. De momento quiero patatas, que alguien me ha dicho que iba a ponerme gordita. — Recordó con una dulce risa. Luego alzó las cejas. — ¿Vamos a salir más días? No te veo haciendo turismo con tantos muggles. — Echaron a andar de nuevo, con la vista puesta en los puestos a ver si veía alguno que estuviera especializado en patatas. — La abuela estaría ofendida de no ver patatas por ninguna parte, traición a la sangre irlandesa… — Comentó con una risa.

    Como quien no quería la cosa, deslizó su mano a la de su novio y así fueron, agarrados, como solían ir por Hogwarts, entorno a toda esa gente, observándolo todo con la luz anaranjada del atardecer… Y qué bien le sentaba esa luz a Marcus. — Eres espectacular… — Le dijo en voz más baja con una sonrisa. — Si fuera una muggle incauta andando por este paseo en dirección contraria a ti y te viera de mi mano, pensaría…¿Quién es esa bastarda suertuda que va con ese dios griego? — Y se echó a reír, andando hacia atrás mientras seguía tirando de él hacia ella. — Y me odiaría cuando me viera hacer esto. — Y lo atrajo hasta sus labios, dándole un beso más intenso, un poco más largo y dejándolo ir con una sonrisa. — Patatas. — Recordó, para no desviarse del camino.

    Por fin, dieron con un puesto que tenía puestas fotos de patatas bastante apetitosas y se dirigió corriendo hacia él. — Deme dos raciones de patatas y todas las salsas que pueda. — Sacó la cartera y dijo. — Y a esta te invito yo. — Aunque fuera por una vez, no depender de la caridad de algún O’Donnell. Cuando cogió la bandeja de cartón para dirigirse a otro banco, otro puesto llamó su atención. — ¿Eso es pollo? Está como rebozadísimo pero es que huele hasta aquí muy bien… ¿Ampliamos el ranking? — Y dejó la bandeja en manos de su novio para correr al puesto. Abrió mucho los ojos cuando le dijeron que se vendía por cubos, y estuvo por decir que no, pero su novio se lo acabaría comiendo. Corrió hacia él con el cubo y dijo. — Aprovecha que por una vez se me antoja algo. — Cogió uno de los trozos y le pegó un mordisco. Abrió los ojos muchísimo y lo señaló. — Vale, si quiero una receta es ESTA. La coca cola podemos comprarla, pero esto quiero cocinarlo en nuestra casa. Como mucho. — Aseguró, antes de darle otro mordisco.





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    Lun Mar 06, 2023 6:06 pm


    Titanium
    Con Alice | En Nueva York | El 7 de agosto de 2002
    Alzó la cabeza, dejando de mirar la coca cola a través de la lata para mirar a Alice, cuando dijo lo de la chuchería. - Me ofende que semejante idea brillante no se me haya ocurrido a mí. - Dijo muy serio, aunque con un evidente punto de broma. Volvió a mirar la lata. - Si llevamos una a Honeyducks... ¿La convertirían en chucherías? - Frunció los labios, pensativo. - Hay que estudiar bien esto. -Al final iba a querer tener coca colas por todas partes. Con el cubo de Rubick no paró hasta resolverlo, con eso pensaba hacer lo mismo. Al final los muggles iban a tener cosas hasta interesantes... Claro, tenías que tener mucha inventiva para poder hacer cosas guais sin usar la magia.

    Alice le sorprendió mientras trataba de gestionar todo el chorreo de salsas y trocitos de cebolla limpiándole un poco la comisura del labio, y no pudo evitar mirarla con cariño. Se encogió de hombros. - A ver, si está bueno, habrá que repetir. - Dijo con obviedad infantil. Pero su novia pareció entusiasmada ante la posibilidad de salir más días, y no pensaba dejar escapar ese tren. - ¡Cómo que no! Te quejarás de lo integrado que esto: comiendo una comida que se desarma por todas partes y bebiendo coca cola en un banco en mitad de la calle. ¡No sé ni dónde está mi... cosa que usamos mucho! - Casi dice "varita" en voz alta, y sí que había gente por allí. Y por supuesto que sabía dónde la tenía, tendría que nacer de nuevo para perderla de vista realmente. Pero, cuando se hubo terminado su parte del perrito, echaron de nuevo a caminar, y el comentario de Alice le hizo reír. - E igualmente, algo me dice que las patatas aquí se preparan diferentes a como son allí. Ya me habló la tía Maeve de ello. Y Jason. Y Frankie. Y Fergus. Y Ada. - Fue riendo conforme decía nombres, porque el día de la barbacoa en su familia se generaron amplios debates sobre patatas y lo mejor de todo era que se trataba de conversaciones diferentes, ni siquiera eran todas la misma.

    Iba paseando con Alice, tratando de disfrutar de todo aquello, y básicamente maquinando cuál iba a ser el próximo puesto en el que iban a parar y cómo podría convencer a su novia de repetir, cuando le soltó ese piropo, seguido de aquella declaración que le hizo reír (y ruborizarse, a estas alturas...). - ¡Vaya! ¿Y si fueras una bruja incauta no te pasaría? - Bromeó, pero Alice tiró de él para besarle. Dobló la sonrisa. - Pues si fueras así y pensaras eso, te faltaría muchísima información. Solo tendrías que hablar un rato con ambos para darte cuenta de que el verdadero suertudo aquí soy yo. - Y, nada más decirlo, su novia retomó el caminar con una consigna clara: patatas. - Lo dicho, el suertudo soy yo. - Dijo entre risas, caminando de su mano.

    Aquel puesto de patatas con el que por fin toparon tenía tantas opciones que Marcus sentía que debía ponerse a estudiar concienzudamente cada una de ellas para tomar una buena decisión... Por supuesto que su novia iba a proceder mucho más rápido. La cara de bobo mientras la escuchaba pedir no una para compartir, sino dos raciones y con, palabras textuales, "todas las salsas que pueda", era digna de ser retratada. Se le escapó una risa. - Pero bueno. - Tomó una de las dos raciones cuando se la dio. - ¿Alice Gallia? ¿Eres tú? ¿O me la han cambiado por una muggle incauta del paseo marítimo y no me he dado cuenta? - Pero aún quedaba más: ahora quería pollo. Arqueó las cejas. Vale, O'Donnell, no actives la alarma de "esto es raro" y simplemente disfruta. Y allá que fue, a disfrutar de las muchas ganas de comer de su novia y aprovecharse de ello, mientras hacía un gesto reverencial de las manos como toda respuesta a la pregunta de si ampliaban el ranking. Total, no es como que pudiera hacerles daño. Como mucho les caería pesado al estómago.

    - ¿Has comprado un cubo de trozos de pollo frito? - Preguntó alucinado, pero muerto de risa, no pudo evitar la carcajada. - ¿Decías que mañana volvíamos a salir? - Bromeó, pasando el brazo libre por los hombros de su novia, que iba más cargada de comida voluntariamente pedida que en toda su vida. - Vaya, vaya. Haría una petición para que incluyeran el pollo frito en el menú de Hogwarts si no fuera porque, por lo que a ti respecta, ya no me serviría para nada. - Se sentaron juntos en otro banco mirando al mar, riendo y colocando las cosas entre ellos. - No seré yo quien te lo impida. - Contestó a lo de aprender la receta, y le tocó el turno a él de probar dicho pollo que tanto había llamado la atención de Alice. Por supuesto que su habitualmente exagerada reacción a la comida no tardó en llegar, y esta vez fue más exagerada aún, para reforzar la iniciativa de Alice a traer toneladas de comida sin que él la pidiera. - Y la coca cola también vamos a aprender a hacerla. Mínimo a descubrir la receta. - Amenazó, con un trozo de pollo en la boca y tratando de no atragantarse entre hablar, comer y reír. - Pero esto está buenísimo... Vale, acaba de adelantar al perrito... Aunque las patatas... Espera, me falta una salsa por probar. - Allá que fue, y tuvo que llevarse una mano a la boca, empezando a hacer ruidos raros. Cuando pudo hablar, dijo con una voz casi indescifrable. - ¡Oh! ¡Esta pica! - Se abanicó dentro de la boca, y le dio la risa. - Si no fuera porque es comida muggle, estaría esperando a echar llamas de dragón ahora. ¡Por Merlín, cómo pica! - Y al decir "Merlín", dos chicas de unos catorce años que pasaban por allí se le quedaron mirando. Tragó y se contuvo la risa, y tan pronto pasaron, se acercó al oído de Alice para decirle. - Creo que a esas muggles incautas les ha parecido un poco rara mi forma de exclamar. - Y le dio la risa. Cuando pudo controlarla, mojó una patata en una salsa blanca con trocitos verdes y le dijo. - Va, a ver si adivinas qué lleva esto, que a mí después del picante se me ha dormido la boca. - Bromeó, sin dejar de reír, y le dio la patata a Alice en la boca directamente, y se quedó mirándola comer y reír... Cuánto había echado de menos eso...




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